domingo, 20 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Lorenzo García Vega

CARLOS M. LUIS | Dos veces Lorenzo García Vega

 


1. Crónicas de un reencuentro

A su llegada a New York en 1970, después de un año de estancia en Madrid, Lorenzo García Vega mostraba todos los indicios de una crisis. La crisis con la que tenemos que bregar aquí (de las otras nos da buena cuenta en sus numerosos escritos autobiográficos) forma parte de una experiencia que presenció lo que podemos llamar “la deconstrucción del origenismo”. Esa deconstrucción se llevó a cabo en pleno New York dentro de un clima cultural cargado a su vez de cambios, profundos algunos, superficiales otros. Me estoy refiriendo a las famosas décadas de los sesenta y los setenta, que presenciaron cómo toda una escala de valores (políticos, sociales, éticos, religiosos, estéticos) se vieron puestos en tela de juicio. La crisis, pues, que Lorenzo mostraba a las claras coincidía con otras a nivel mundial y esto nos ayudó a comprender mejor el clima donde se desarrolló eso que más tarde se tradujo en un libro que levantara ronchas en las filas del origenismo ortodoxo: Los años de Orígenes.

¿Qué había ocurrido para que Lorenzo me confesara, en medio de una sombría taberna neoyorquina llena de personajes ebrios, su desilusión con el origenismo y con Lezama en particular? Debo añadir que esa confesión fue hecha con lágrimas que no pudo contener y que revelaban, a su vez, los conflictos que aún lo desgarraban internamente. La génesis de eso que pasó forma parte de una historia llena de vericuetos emocionales que nos obligaría a remontarnos tiempo atrás, cuando en plena república Lezama se había convertido en el abanderado de una renovatio que utilizaba a la poesía como arma de combate. O más bien de protección, si se quiere, contra la imbecilidad reinante que lo rodeaba. Pero eso es otra historia, historia que por lo demás ha continuado siendo tema constante de nuestras conversaciones tanto en New York como en Miami. Los eventos que brevemente nos toca relatar aquí tuvieron lugar, como expuse antes, en una ciudad que, dado su cosmopolitismo, se prestaba para hacer otra suerte de incursiones que tanto Lorenzo como yo aprovechamos en la medida de nuestras posibilidades.

Volvamos entonces a su llegada a New York. En primer lugar, mientras se enfrentaba a sus conflictos con Orígenes, su curiosidad por todo lo nuevo lo llevó a lecturas y a encuentros que sedimentaron en él una visión de las cosas que se ha visto reflejada en su obra escrita a partir de aquella época. Se trataba de participar en un melting pot cuyos ingredientes principales fueron los siguientes: Freud, Marcuse, Norman O. Brown, Ernest Becker, Karen Horney, las cajitas de Joseph Cornell, las muñecas de Hans Bellmer, el pop, Paul Tillich, Huber Benoit, el zen, Edward Hopper y tantas cosas más que formaban parte de la atmósfera intelectual que nos rodeaba.

A New York, y también vía España, habían llegado su amigo de la infancia Mariano Alemany y su esposa Isabel. Junto a ellos, y nuestras respectivas esposas, Lorenzo y yo compartimos toda una suerte de inquietudes que iban desde las puramente intelectuales hasta la indagación de nuestras neurosis. Lorenzo, por su parte, también trataba de llenar un vacío en sus lecturas. Años de estalinismo habían impuesto en Cuba una cerrazón que sometió a toda una generación a un divorcio con lo que se venía haciendo y pensando en otras latitudes. Mientras que ese proceso se llevaba a cabo, otro, simultáneamente, manejaba sus hilos conductores llevándolo a exponer su desencanto con Orígenes. De manera que si la República había sido un fraude y la revolución otro peor, el origenismo no se quedaba atrás. El tejido de esas desilusiones constituyó también la trama de los intercambios que casi a diario llevábamos a cabo, pues Lorenzo se vio sin un pasado y frente a un futuro incierto. Esa fue, quizás, la génesis secreta de un libro que tantas furias ha provocado en los origenistas y sus acólitos, así como aplausos en las generaciones más recientes de escritores. Pero antes de entrar en la génesis “visible” de Los años de Orígenes, sería bueno también dar testimonio de las piruetas que Lorenzo tuvo que dar en un mundo intelectual que le fue hostil desde los comienzos. Me refiero, primero, a un mundo manejado por profesores cubanos, arribistas en su mayoría, que sistemáticamente le cerraron las puertas (en New York y Miami); y segundo, al de los profesores de “izquierda”, que también lo censuraron en varias universidades por tratarse de un intelectual exiliado de la revolución cubana. Al ser rechazado por la fauna profesoral, Lorenzo tuvo que entregarse a labores de diversa índole, ajenas a su personalidad, de las cuales da buena cuenta en sus escritos. Participé directamente en las diversas peripecias por las que siempre hay que pasar para obtener un trabajo, peripecias que en el caso de Lorenzo fueron de lo cómico a lo grotesco. Tanto en la Doubleday, librería donde yo trabajaba como manager, como en la Librería Francesa, donde tuvo que enfrentarse con un español diminuto en tamaño y carácter, Lorenzo, sencillamente, fracasó. Su episodio como portero de Gucci ha sido relatado por él con lujo de detalles. Después trabajó en una compañía de seguros con más éxito y así fue dando tumbos de un lugar a otro subrayando siempre la curiosa suerte de un poeta no favorecido por los que manejan el poder, los mismos que ahora corren detrás del primero que se declara disidente en Cuba. No cabe duda que, como dicen los estadounidenses, es importante estar in the right place at the right time.

Pasemos ahora a otro episodio del cual fui testigo. Me refiero a los hechos que le dieron telón de fondo a su famoso libro, ya mencionado antes. Los años de Orígenes, como toda obra creativa, tuvo un comienzo específico en el tiempo y en el espacio. Como ya dije al principio, Lorenzo no pudo contener lo que llevaba por dentro en relación a un grupo del cual él formó parte y específicamente en relación con su figura principal: José Lezama Lima. La complejidad de su relación con el autor de Paradiso no es el tema a tratar aquí (aunque continúa siendo objeto de nuestras conversaciones), pero sí cómo esa complejidad encontró su salida en un mundo que le fue propicio. Ese mundo, el mundo newyorkino, sofisticado y snob (tan bien reflejado en los films de Woody Allen) se manifestaba a veces en sus cocktail parties a donde acudía la intelectualidad y sus satélites para emborracharse y hablar, de paso, de “lo último” que ocurría en el cotarro cultural. Fue, entonces, en uno de esos parties, donde se desarrollara el escenario pop que sirviera como telón de fondo para Los años de Orígenes. El party en cuestión comenzó en una de esas noches de bares cuando reunidos, mi esposa y yo con un grupo de amigos, decidimos continuar la noche en el brownstone que un ejecutivo gay de la Doubleday compartía con su aman-te. Sucedió además que se me ocurriera llamar a Lorenzo y a Marta para que se sumaran al mismo, lo cual, curiosamente, Lorenzo aceptó a pesar de su naturaleza poco gregaria. La fiesta resultó ser, para él, un elemento catalizador: allí en medio de un decorado rococó, de personajes neuróticos, de homosexuales exquisitos, de alcohólicos, etc., se tramó el folletín deconstructivo de Orígenes. Es decir, la forma externa de su presentación, ya que internamente Lorenzo tenía concebida la obra que habría de dar fe de sus experiencias origenistas. Pero como partícipe de la fiesta, puedo dar testimonio que frente a la mirada de Lorenzo, siempre inquisidora, pasó una espectáculo lo suficientemente transgresor como para que él pudiera invitar imaginariamente a los origenistas empacados y barrocos a participar en la rumbantela. Y así, junto a una Finita García Marruz, pudimos ver a Jacqueline Susan (escritora best seller y cursi de aquel momento) contorsionarse al ritmo del rock. Yo me preguntaba qué se le había metido en la cabeza a Lorenzo para crear semejante aquelarre. Me parece que en aquella época Lorenzo necesitaba de unas ceremonias (a la manera que Nietszche había anunciado después de La Muerte de Dios) que lo liberase de ciertas imágenes que aún lo perseguían. La fiesta en cuestión le sirvió entonces como aun anticuerpo para esas imágenes de un pasado cargadas de una solemnidad que en el fondo escondían una actitud falsa ante la vida.

Lo que he acabado de relatar parece que subraya un destino indisolublemente unido a unas experiencias que continuaban gravitando sobre su persona. Curiosamente la memoria de ese pasado lo ayudó a liberarse del mismo. El proceso fue lento y yo diría que hasta doloroso teniendo en cuenta los vínculos estrechos que unían a Lorenzo al poeta de La Fijeza. Pero al mismo tiempo, día tras día, en un New York difícil y atrayente, fueron cayendo una tras otra las capas de unos recuerdos que constituyeron el fárrago de ese pasado que Lorenzo tuvo que exorcizar.

Los años transcurrieron, murió Lezama (fui yo quien le llevé la noticia en uno de esos días grises a su apartamento de Jackson Heights) y continuaron las lecturas y las conversaciones. Víctor Batista, quien había fundado la revista Exilio (donde Lorenzo colaboró y yo formaba parte del consejo de redacción), decidió suspender su publicación en una noche lluviosa mientras que al mismo tiempo nos leía una carta elogiosa hacia la revista de un profesor de lenguas de Mozambique. La vida neoyorquina se había tornado dura y Lorenzo intentó buscar su suerte en otras latitudes: Chicago, Miami (donde abrió una librería que pronto tuvo que cerrar sus puertas) y después Caracas. En la capital venezolana, tras una experiencia surrealista en una institución de carácter científico, tuvo que resignarse a volver a Miami (la Playa Albina de sus relatos) donde aún reside. En Miami volvieron las eternas peregrinaciones por diversos centros culturales para encontrar un trabajo, siempre con el mismo resultado negativo. Los que se preguntan ahora qué hacía Lorenzo trabajando en un Publix cargando mercancías deben saber que a esa situación lo llevaron algunos de los más distinguidos directores culturales miamenses. Marta y yo, por nuestra parte, dimos por terminada nuestra estancia en New York y nos trasladamos al albinismo. En Miami se resumieron, casi a diario, nuestros encuentros, y las conversaciones que habíamos sostenido en New York volvieron a continuar. Pero Miami es otra experiencia como otro es su paisaje. Los años han transcurrido haciendo los estragos que concluyen en la vejez: Lorenzo con dos infartos y yo con un cáncer prostático vamos construyendo y deconstruyendo lo que fue nuestro pasado y lo que significa nuestro presente. No puedo hablar por él, de manera que solo me queda dar fe de lo que su compañía durante todos estos años ha significado. Sin ella, mi existencia se hubiese visto empobrecida en más de una forma. Gracias a su incesante interés por todo lo que signifique renovación he podido encontrar “un compañero de viaje” en lo que también forma parte de mis curiosidades intelectuales. Otros nombres han aparecido: Joseph Beuys, John Cage, Marcel Duchamp, Fernando Pessoa, el insondable mundo de los sueños, Colon Nancarow, Samuel Beckett, Meredith Monk, Morton Feldman etc., sumados a los que habíamos frecuentado en New York. Pero el pasado, “lo que nos pasó”, continúa siendo el objeto de nuestras indagaciones. Orígenes ha quedado atrás como un punto clave de nuestra existencia. Precisamente porque lo fue, todavía tenemos que explorarlo, sobre todo ahora que, tanto en Cuba como en otros lugares, se ha intentado elaborar toda una delirante ideología a su alrededor.

Hoy, al terminar estas páginas, en una calurosa mañana miamense, sé que habré de encontrarme con Lorenzo por la tarde, para dar nuestras habituales caminatas, y que me espera sabe Dios qué tema, o sabe Dios qué incursiones por nuestro interior. Saborear el anticipo de ese encuentro es mi mejor forma homenaje.  

 

2. Mi amigo Lorenzo

Miami (Playa Albina) Lunes 10 de Octubre, 11 a.m. Lorenzo y yo nos encaminamos a la Asociación Lacaniana que se encuentra en la calle Flagler. Por el camino mientras nos quejábamos del tupido tráfico y del insoportable calor, nos reíamos también por esa nueva aventura que estábamos a punto de emprender. Una aventura más de las muchas que hemos intentado en un Miami nada proclive a ofrecer sorpresas al estilo de la que esperábamos encontrar en dicha Asociación. No hacía mucho que en compañía del Fernando Palenzuela habíamos acudido en una noche lluviosa (y calurosa como siempre) a la biblioteca que se encuentra en Coral Way a una reunión que prometía ser interesante: esta vez se trataba de una asociación dedicada supuestamente al estudio de Gurdjieff. Fracaso total. Los componentes de dicha asociación no demostraron el menor interés en aquellos temas que nos llevaban a asistir a dicha reunión: específicamente la obra del poeta René Daumal y la relación de Gurdjieff con el compositor De Hartman. Salimos de aquella charla con la misma frustración que siempre hemos experimentado cada vez que se nos ha ocurrido integrarnos a alguna aventura albina de carácter cultural. Es por eso que por el camino hacia la Asociación Lacaniana nos reíamos pensando en que todo iba a parar en lo mismo. Felizmente no fue así y salimos de ese primer encuentro satisfechos de habernos encontrado, al fin, con algo que tenía visos de seriedad. La risa volvió después, primero cuando a la salida de ese llamado cartel lacaniano (dirigido por una profesora y analista Argentina) nos encontramos de nuevo en la calle Flagler. En ese instante el principio de realidad volvió a apoderarse de nosotros contrastando con la atmósfera intelectual propia de otra ciudad que le sirviera de marco apropiado. Pero la verdadera risotada se produjo cuando se nos hizo patente la edad nuestra y los años que llevamos andando juntos siempre en búsqueda de un nuevo pedazo de conocimiento que alimente nuestra curiosidad. ¡A estas alturas! pues ni Lorenzo ni yo hemos perdido ese entusiasmo a pesar de los años de desengaños y esfuerzos (a veces baldíos) que hemos transcurrido juntos. Es por esa razón que he preferido comenzar por el final, por lo que nos sucedió hace poco, porque la aventura lacaniana lleva el peso de más de cincuenta años de amistad con todo lo que esa relación conlleva.

La Habana, finales del año 1951. Calle Trocadero 162 bajos, donde habitaba José Lezama Lima. Hacia ese sitio (que algunos jóvenes de aquel entonces teníamos como una especie de lugar sagrado) dirigí mis pasos tras haber hecho cita con Lezama el día anterior. Había sido Roberto Fernández Retamar a la sazón amigo mío, que me había puesto en contacto con el llamado Etrusco de la Habana Vieja, pero a última hora se excusó de acompañarme y en su lugar Lezama le pidió a Lorenzo García Vega que acudiera a la cita. Fue de parte de Lezama una elección que resultó ser para mí venturosa pues ese día se inició no sólo mi relación con el poeta de Enemigo rumor sino mi amistad con el también poeta de la Suite para la espera. Durante el tiempo transcurrido en la sala de la casa lezamiana se barajaron toda suerte de temas como siempre solía ocurrir con el poeta. Lorenzo recuerda aún que hablé de Paul Klee y Mondrián y que Lezama habló de todo lo humano y lo divino, mientras que él, Lorenzo, permanecía silencioso con esos silencios suyos que a pesar del paso del tiempo a veces se hacen difíciles de descifrar.

Cuando terminó la entrevista salimos Lorenzo y yo por la calle Industria vía San Rafael donde íbamos a tomar el tranvía. Así lo hicimos y en el mismo nos encontramos con Marta la que era mi novia y hoy es mi esposa. No recuerdo lo que hablamos por el camino, posiblemente porque una novia atrae más la atención que una conversación de carácter intelectual. Pero el hecho fue que allí quedó sembrada la semilla de una amistad, en aquella Habana de los cincuenta bajo el relajo auténtico (que era un auténtico relajo) y los nubarrones que habrían de traer meses más tarde un terrible golpe militar. A pesar de ello La Habana nos ofrecía (contrario a Miami) las posibilidades de los encuentros y las caminatas, con sus cafés y librerías donde podíamos ir a carenar. Fue así que se estableció la costumbre de vernos en esos bares, o bodegas y cafés donde a raíz de un buen habitanteo por la ciudad solíamos continuar una conversación sobre temas que nos interesaban. La Habana se prestaba para ello, pero además la presencia de Lezama servía como una especie de puente que nos permitía encontrarnos. Lezama fue el gran mentor para Lorenzo como lo fue para mí. Más a pesar de su avasalladora influencia, me unían a Lorenzo otros intereses que Lezama no compartía del todo: el surrealismo sin duda, Freud y Marx en parte y seguramente nuestras respectivas neurosis. Con el correr del tiempo todo eso, y mucho más, se aclaró una vez que el torbellino castrista nos separó por unos pocos años y después hizo que nos volviésemos a encontrar primero en New York y más tarde en Miami.

New York en plena década de los sesenta. Allí apareció Lorenzo llegado de España. El mismo Lorenzo de siempre pero cargando sobre sí unos recuerdos que se le hacían difíciles de sobrellevar. Uno de éstos fueron los años en que la revolución le obligó a asumir un destino que él no quería para sí, dejando atrás (y de paso a su recién nacida hija) un modo de vida al cual estaba acostumbrado. El otro, el que más le afectó, tuvo que ver con su relación con Lezama y el desengaño que sufrió con todo lo que tuvo que ver con el origenismo. Desde la primera entrevista que tuve con él no cesó de relatarme lo que significó para él un cambio radical de perspectiva con respecto a Lezama y a la entrega de muchos origenistas capitaneados por Cintio Vitier y Eliseo Diego al castrismo más radical. De todo eso Lorenzo dio cuenta en un libro que aún causa resquemores (y que le provocó la ruptura con más de un origenista o pseudo/origenista paniaguado): Los Años de Orígenes, libro de cuya dolorosa gestación fui testigo.

New York fue, por lo demás, una ciudad que a pesar de lo difícil que se nos hacía sobrellevar su vida cotidiana, se abría a toda suerte de retos intelectuales. Transcurría la década de los sesenta y las modas iban y venían muchas superficiales, pero que siempre despertaban en nosotros la curiosidad hacia lo nuevo. Fue así que entramos en contacto con autores que Lorenzo leyó ávidamente como Norman O. Brown o artistas que lo deslumbraron como Edward Hopper o Joseph Cornell. Este último continúa siendo el blanco de su imaginación así como también lo han sido Marcel Duchamp o John Cage. Lorenzo que gracias a la cerrazón castrista había perdido contacto con la vanguardia, volvió a retomarla con avidez y ésta le ha servido como engranaje para su creatividad. Desde Miami también llegó a New York Marta, la que ha sido su compañera de años. Fue durante esa época que invitado por Octavio Armand pasó a tomar parte del consejo de redacción de la revista que éste dirigía: Escandalar (subvencionada por Víctor Batista) revista que alcanzó reconocimiento en toda Latinoamérica. Un buen día Víctor decidió ponerle fin a la misma como había hecho antes con otra de menor calidad, Exilio, de la cual Lorenzo y yo habíamos formado parte.

Miami año 1978. A Miami vine a parar con mi familia y Lorenzo llegó poco tiempo después de estancias en Chicago y Venezuela. En este último país y a pesar de sus contactos con la vida intelectual del mismo, su estancia tocó fin tras experiencias con trabajos absurdos tal y como le había ocurrido en New York. Miami pues, se convirtió en su última parada transformándose en su Playa Albina. Aquí en medio de la confusión y la ignorancia reinante Lorenzo no tuvo éxito en los medios académicos. En más de una ocasión le acompañé a instituciones culturales que se suponía tenían interés por la cultura cubana y en todas la respuesta siempre fue la misma: Lorenzo García Vega no existía para esa gente. En una de éstas le pidieron su curriculum como si fuese un desconocido mientras que en otras le exigieron una prueba de sus escritos. Aparentemente no estaban seguros si Lorenzo sabía escribir. Todo terminó en el Publix donde Lorenzo por unos años trabajó de bag boy.

Mientras nos veíamos y caminábamos adonde podíamos. Un buen día se le ocurrió lanzar una revista, Ujule, con Carlos Díaz, revista que a pesar de su corta duración obtuvo el entusiasmo de los medios intelectuales latinoamericanos. A pesar de todo Lorenzo no había sido olvidado. Durante las dos visitas que hiciera a La Habana en 1994 y 1995 me puse en contacto con una serie de jóvenes (hoy la mayoría fuera de Cuba) que habían descubierto a Lorenzo gracias a una feria del libro venezolano donde pudieron adquirir mediante el hurto sus Años de Orígenes y su Rostros del Reverso. De repente Lorenzo se convirtió en un culto para estos jóvenes, entre ellos Carlos Aguilera quien dirigió la revista Diásporas donde Lorenzo y yo contribuimos. De regreso de Cuba así se lo hice saber. A partir de entonces su obra va siendo cada día más leída y reconocida: homenajes en México, Buenos Aires y Caracas así lo atestiguan. Ahora en España le han publicado sus memorias El Oficio de Perder. Sucede que, al fin, los que saben leer han podido descubrir que su obra es una de las más originales que se han escrito en nuestro idioma en estos últimos tiempos.

Miami Octubre 19, 2005. Lorenzo y yo nos encaminamos esta vez a Las Américas Shopping Center lugar que nos sirve como un marco con aire acondicionado para nuestras caminatas. Quejándonos del calor y de las mediocridades que hay que enfrentrar día a día caminamos como dos viejos pánicos por ese lugar rodeado de tiendas que ofrecen todas suerte de bisuterías. En medio de ese extraño collage nuestras conversaciones van desde Lezama (a pesar de todo siempre presente) a nuevas lecturas: Derrida, Deleuze, los jóvenes poetas argentinos, los patafísicos de Buenos Aires a cuya organización pertenecemos, la música experimental, la poesía visual, nuestras neurosis y fobias, en fin de todo, como siempre hemos estado acostumbrados a hacerlo. Y así los días van pasando: hoy bajo el temor de un ciclón, mañana planeando ir de nuevo al cartel lacaniano a ver qué aprendemos de nuevo.

 

 

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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

 

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