BERTA LUCÍA ESTRADA | Maruja Vieira se arropa con el quitón de Eurídice
Maruja Vieira se dedicó al oficio de escribir antes del matrimonio
con José María Vivas Balcázar (1918-1960); matrimonio que lastimosamente duró unos
pocos meses ya que él murió de un infarto fulminante. Sin embargo, Maruja Vieira,
tal y como lo hizo con la memoria de su padre, y como lo haría luego con la memoria
de la familia, de amigos y de poetas, se arropó con el quitón de Eurídice y lo siguió
al Hades de una forma simbólica. La barca, para cruzar el Estigia, fue la palabra
hecha poesía. Desde entonces navega entre las dos orillas, va y viene en un incesante
viaje al mundo de sus muertos, nueve viajes y nueve libros en los que nos habla
de los seres amados y admirados. También podría decirse que la poesía es su hilo
de Ariadna, con ella se interna en el laberinto de la muerte, y con ella sale de
él. Recuérdese que está pronta a cumplir la legendaria edad de 98 años.
La poesía de Maruja Vieira -el nombre que le puso Pablo Neruda-
es memoria, evocación, duelo por la pérdida. La palabra convoca a los muertos, los
trae de vuelta, no son fantasmas que inspiran miedo sino presencias invisibles que
acompañan a la poeta. El dolor de la pérdida se transforma en una enorme e inagotable
veta de la que extrae la creación. Sus muertos hablan a través de ella, sus huellas
imborrables les conceden la eternidad.
Me detengo a la orilla de la tarde
y busco las palabras olvidadas…
Estás aquí. Sonríes a mi lado…
Hablo contigo como siempre.
Cálidas, amorosas, las sílabas desgranan
un lento surtidor de agua tranquila
sobre el silencio de la piedra blanca. (Breve poema
del encuentro)
Su dolor no es lacerante, ya que el diálogo del “silencio sobre la piedra blanca” le permite
el encuentro con el amado; el que la espera pacientemente. Sus palabras obedecen
a un ritual de una danza milenaria, con movimientos serenos y armónicos.
La poesía de Maruja Vieira no es alambicada ni barroca
ni tiene artilugios. Cada palabra posee el peso necesario para poblar el poema;
un equilibrio necesario para no caer en el delirio. Al respecto María Gómez Lara
dice: “el pasar es puro rastro: huellas y
no fugacidad”. Lo que me lleva a pensar que el término adecuado para definir
su universo poético es el de “saudade”; tal y como lo definiera Manuel de Melo (Portugal,
1608-1666): “Bien que se padece y mal que
se disfruta”.[1]
Me quedó un vago asombro
de ternura y ausencia
y un camino que busco,
más allá de los sueños. (Los muros
y el recuerdo)
La evocación, el saudade, la morriña, son el motor,
el centro, el magma de su creación. No en vano Raúl Zurita dice: “El arte surge de cierto malestar con el mundo;
si no hay herida, es difícil que haya arte”.
La muerte en nuestra casa
cumplió su fiel palabra
Todo fue tan sencillo
como el partir de un barco. (Como el partir de un barco)
Nos quedamos en tierra,
mirándolo partir en su último viaje inesperado (Enrique el navegante)
Cuatro versos y dos poemas diferentes que nos dejan
el eco de la sirena de los buques que se alejan del puerto; eco que repiten las
olas que lamen las orillas. El barco se aleja, y con él la persona amada; y sin
embargo, su voz sigue acariciando los oídos de la Penélope que se sienta a escuchar
esa música íntima que va a acompañarla en las frías noches de invierno.
Ahora vuelvo
a mi nombre de antes,
mi nombre de ceniza,
el que anduvo conmigo
por el tiempo
y por las soledades (El nombre de antes)
Otra vez el eco; esta vez es su nombre antiguo el que
la llama y la convoca. La poeta se adentra en el laberinto convertido en refugio.
Al mismo tiempo ese nombre antiguo le sirve de telar para tejer y destejer su propia
historia, su pasado y por ende sus recuerdos que no son otros que los recuerdos
de las personas amadas y que ya no están; al menos físicamente. Las cenizas de su
nombre albergan en una misma urna las cenizas de otros nombres que la acompañan
desde niña.
Maeterlinck nos enseña
que cuando recordamos
a los que ya se han ido,
nos ven llegar a ellos
esta mañana tibia te buscan
mis palabras (Padre, lo que más duele. A Joaquín Vieira)
El dolor de la ausencia encuentra un láudano cuando
la palabra hurga en la memoria y en la niebla. La bruma no es sentida como un fenómeno
inhóspito, y al que se le teme, sino como un puente, un umbral, un posible camino
que conduce a la poeta a mirar a los ojos y a escuchar la voz de la persona ausente.
Volveré, tú lo sabes.
No es posible apartarse
por más tiempo del ámbito
de las cosas amadas.
Vivo en nieblas de asombro,
sin saber el camino (Dulce amiga lejana. A Ruth Cepeda Vargas)
Y en La memoria del árbol
Desde un lugar distinto
de la vida, tus ojos
me miran en la bruma que
borra las distancias.
La poeta sabe que la barca en la que partieron sus muertos
es la misma nao que la espera desde hace tiempo; y que el árbol que ella recordará
siempre es el testigo mudo de esa ineluctable partida. El pasado se confunde con
el futuro y con la paz que llega en esa última travesía del Estigia:
Un día en el futuro recordaré
este árbol.
En un lejano día recordaré
esta hora
y ya estará más cerca
de tu orilla mi barca. (La memoria del árbol)
Y mientras espera abordar esa nave la poeta escribe:
Son las calles las que
se han vuelto
demasiado largas y las
escaleras demasiado altas. (Los 85)
Ahora este hermoso y significativo poema podría titularse
Los 98.
28 de octubre de 2020
en Manizales,
la misma ciudad que vio
nacer a Maruja Vieira un 22 de diciembre de 1922
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
[1] Cabe recordar que Manuel de
Melo es uno de los escritores con los que Quevedo tuvo una importante correspondencia.
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