terça-feira, 15 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Maruja Vieira

BERTA LUCÍA ESTRADA | Maruja Vieira se arropa con el quitón de Eurídice

 


Maruja Vieira, nuestra excelsa poeta, abrió los caminos para que decenas, centenas, miles de mujeres colombianas exploráramos la poesía. Ella misma escribió en el diario dominical del diario El Espectador (1952) una carta titulada ¿Por qué no te casas?; una especie de diatriba escrita con muy buen humor; y sobre todo con una gran inteligencia, agudeza, sarcasmo y crítica social. Si algunas de nosotras escuchamos ese “estribillo” infinidad de veces, me imagino cómo fue para ella; ya que no hay que olvidar que nació en 1922. La sociedad colombiana de una gran parte del siglo XX, puritana y conservadora hasta la médula, misógina y machista, no permitía que las mujeres fuesen independientes, menos que rechazaran el matrimonio o que no tuvieran hijos; y sobre todo, consideraba un escándalo que trabajaran por fuera de la casa. El trabajo intelectual, sin hablar del físico, se consideraba un patrimonio masculino. Aún hoy en día, cuando las mujeres somos mayoría en las universidades, se nos sigue atacando desde todos los flancos posibles; y si nuestra labor es escribir, el repudio y la exclusión se hacen sentir como si fuesen una espada de Damocles. Eso lo sintió muy bien Maruja Vieira; de allí esa especie de catilinaria que debió ser una enorme bofetada para la sociedad de su época.

Maruja Vieira se dedicó al oficio de escribir antes del matrimonio con José María Vivas Balcázar (1918-1960); matrimonio que lastimosamente duró unos pocos meses ya que él murió de un infarto fulminante. Sin embargo, Maruja Vieira, tal y como lo hizo con la memoria de su padre, y como lo haría luego con la memoria de la familia, de amigos y de poetas, se arropó con el quitón de Eurídice y lo siguió al Hades de una forma simbólica. La barca, para cruzar el Estigia, fue la palabra hecha poesía. Desde entonces navega entre las dos orillas, va y viene en un incesante viaje al mundo de sus muertos, nueve viajes y nueve libros en los que nos habla de los seres amados y admirados. También podría decirse que la poesía es su hilo de Ariadna, con ella se interna en el laberinto de la muerte, y con ella sale de él. Recuérdese que está pronta a cumplir la legendaria edad de 98 años.

La poesía de Maruja Vieira -el nombre que le puso Pablo Neruda- es memoria, evocación, duelo por la pérdida. La palabra convoca a los muertos, los trae de vuelta, no son fantasmas que inspiran miedo sino presencias invisibles que acompañan a la poeta. El dolor de la pérdida se transforma en una enorme e inagotable veta de la que extrae la creación. Sus muertos hablan a través de ella, sus huellas imborrables les conceden la eternidad.

 

Me detengo a la orilla de la tarde
y busco las palabras olvidadas…

Estás aquí. Sonríes a mi lado…

Hablo contigo como siempre.
Cálidas, amorosas, las sílabas desgranan
un lento surtidor de agua tranquila
sobre el silencio de la piedra blanca
. (Breve poema del encuentro)

 

Su dolor no es lacerante, ya que el diálogo del “silencio sobre la piedra blanca” le permite el encuentro con el amado; el que la espera pacientemente. Sus palabras obedecen a un ritual de una danza milenaria, con movimientos serenos y armónicos.

La poesía de Maruja Vieira no es alambicada ni barroca ni tiene artilugios. Cada palabra posee el peso necesario para poblar el poema; un equilibrio necesario para no caer en el delirio. Al respecto María Gómez Lara dice: “el pasar es puro rastro: huellas y no fugacidad”. Lo que me lleva a pensar que el término adecuado para definir su universo poético es el de “saudade”; tal y como lo definiera Manuel de Melo (Portugal, 1608-1666): “Bien que se padece y mal que se disfruta”.[1]

 

Me quedó un vago asombro de ternura y ausencia

y un camino que busco, más allá de los sueños. (Los muros y el recuerdo)

 

La evocación, el saudade, la morriña, son el motor, el centro, el magma de su creación. No en vano Raúl Zurita dice: “El arte surge de cierto malestar con el mundo; si no hay herida, es difícil que haya arte”.

 

La muerte en nuestra casa cumplió su fiel palabra

Todo fue tan sencillo como el partir de un barco. (Como el partir de un barco)

 

Nos quedamos en tierra, mirándolo partir en su último viaje inesperado (Enrique el navegante)

 

Cuatro versos y dos poemas diferentes que nos dejan el eco de la sirena de los buques que se alejan del puerto; eco que repiten las olas que lamen las orillas. El barco se aleja, y con él la persona amada; y sin embargo, su voz sigue acariciando los oídos de la Penélope que se sienta a escuchar esa música íntima que va a acompañarla en las frías noches de invierno.

 

Ahora vuelvo

a mi nombre de antes,

mi nombre de ceniza,

el que anduvo conmigo

por el tiempo

y por las soledades (El nombre de antes)

 

Otra vez el eco; esta vez es su nombre antiguo el que la llama y la convoca. La poeta se adentra en el laberinto convertido en refugio. Al mismo tiempo ese nombre antiguo le sirve de telar para tejer y destejer su propia historia, su pasado y por ende sus recuerdos que no son otros que los recuerdos de las personas amadas y que ya no están; al menos físicamente. Las cenizas de su nombre albergan en una misma urna las cenizas de otros nombres que la acompañan desde niña.

 

Maeterlinck nos enseña que cuando recordamos

a los que ya se han ido, nos ven llegar a ellos

esta mañana tibia te buscan mis palabras (Padre, lo que más duele. A Joaquín Vieira)

 

El dolor de la ausencia encuentra un láudano cuando la palabra hurga en la memoria y en la niebla. La bruma no es sentida como un fenómeno inhóspito, y al que se le teme, sino como un puente, un umbral, un posible camino que conduce a la poeta a mirar a los ojos y a escuchar la voz de la persona ausente.

 

Volveré, tú lo sabes. No es posible apartarse

por más tiempo del ámbito de las cosas amadas.

Vivo en nieblas de asombro, sin saber el camino (Dulce amiga lejana. A Ruth Cepeda Vargas)

 

Y en La memoria del árbol

 

Desde un lugar distinto de la vida, tus ojos

me miran en la bruma que borra las distancias.

 

La poeta sabe que la barca en la que partieron sus muertos es la misma nao que la espera desde hace tiempo; y que el árbol que ella recordará siempre es el testigo mudo de esa ineluctable partida. El pasado se confunde con el futuro y con la paz que llega en esa última travesía del Estigia:

 

Un día en el futuro recordaré este árbol.

En un lejano día recordaré esta hora

y ya estará más cerca de tu orilla mi barca. (La memoria del árbol)

 

Y mientras espera abordar esa nave la poeta escribe:

 

Son las calles las que se han vuelto

demasiado largas y las escaleras demasiado altas. (Los 85)

 

Ahora este hermoso y significativo poema podría titularse Los 98.

 

28 de octubre de 2020 en Manizales,

la misma ciudad que vio nacer a Maruja Vieira un 22 de diciembre de 1922

 

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021





[1] Cabe recordar que Manuel de Melo es uno de los escritores con los que Quevedo tuvo una importante correspondencia.

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