terça-feira, 15 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Omar Castillo

ÓSCAR CASTRO GARCÍA | La poesía de Omar Castillo

 


I. Una vida, un oficio y un poema

Muchos poemas son casi siempre un poema que se escribe y se vuelve a escribir, en una lucha sin fin por expresar lo que al poeta se ha revelado en forma gratuita. Y en esta búsqueda, el poeta acaba escribiendo lo que muchos llaman una obra, aunque él sabe, en su intimidad, que apenas ha escrito muchas versiones del mismo poema, el que ha tratado de escribir siempre. Así lo sugiere Omar Castillo en “Relato de las cartas marítimas”:

 

El sol como una brasa, quema mi figura extranjera.

Recorriendo las calles pedregosas de tu quimérica ciudad dirás, soltando mi mano: “Los nombres incrustados en las columnas que sostienen el pasado, sólo hablan del polvo y sus viajes a través del viento”.

Nos sentaremos en algunas de las terrazas que rodean la plaza y, al borde de una taza de café, me narrarás de tus gentes y sus hazañas remotas, gloriosas en los poemas que hoy conmueven y nos lanzan a la nostalgia.

 

Desde sus primeros años, Omar Castillo ha dedicado gran parte de su vida a la poesía. Puede afirmarse que ésta es su documento de identidad, puesto que otra cosa no ha hecho ni sabe hacer, desde siempre: en la lectura, en la escritura, en el trabajo, en el taller, en el placer, en el sufrimiento, en la búsqueda interior... Eterna compañera, ha sido también su permanente problema. Y su fantasma, su invitada de honor a todo país, a toda mesa, a toda compañía. A donde vaya, de donde viniere, donde permanezca, a su lado, siempre, como una eterna amante y viajera y pordiosera y hechicera, misteriosa y perturbadora.

A los veintiún años publicó sus primeros poemas reunidos en un folleto con el título de Vestuario (1979). Al año siguiente entregó en calles y bares su segunda propuesta con el título de Garra de gorrión. Y así, llegaron después Limaduras del sol (1983 y 1986), Fundación y rupturas (1985), Relatos del mundo o la mariposa incendiada (1985), Informe (1987), Relatos de Axofalas. 1980-1991 (1991), Leyendo a Don Luis de Góngora (1995) y Relatos del mundo (1998), en el cual reúne su poesía desde 1983. Además, como editor ha sostenido tres arduas empresas: Ediciones otras palabras, Cuadernos de otras palabras y la Revista de poesía Interregno. Todo lo anterior, junto con su labor de difusión literaria y de talleres de creación, significa una vida entregada a la poesía sin aspavientos y sin retribuciones, así como sin concesiones.

Es la suya una poesía de la oquedad, de las cavernas, de las ciudades, y de los orígenes de la humanidad, del fuego y de la palabra misma. Es el canto que busca el momento inicial, cósmico, mítico, antes del homo sapiens, antes del hombre de la verborrea, antes del hombre de la poesía.

Es la suya una poesía sin fronteras y sin pergaminos; ni apergaminada ni enmarcada en los pasillos de las estaciones del metro o de las bibliotecas públicas. Poesía sin fotografías, sin mitotes, sin autobiografías ni roces ni iluminaciones, pero también sin control.

Pero, ¿qué hay en la poesía de Castillo que causa rechazo, silencio y hasta escozor? ¿Por qué ella no figura en las páginas blancas de la poesía colombiana? Tal vez se encuentre alguna respuesta en su último libro de poesía, Relatos del mundo (1998), en el que se descubre uno de los misterios de su creación: su poesía explora con insistencia varios asuntos no poéticos, con lenguaje y estilo desacostumbrados; a veces, intrincados, difíciles, problemáticos y, en otras, sarcásticos, hirientes e incómodos. A nadie hiere, a nadie ataca, a nadie alaba. Sin embargo, las verdades absolutas quedan en interregno; la mayoría de los mitos occidentales piden nuevas versiones y nuevas interpretaciones; el equilibrio del mundo, la armonía de las ciudades, el placer de las vacaciones, la inocencia de los transeúntes, el poder de los dueños del mundo, el regocijo de los dividendos, la santidad de los iniciados, el desastre de los lugares abandonados, el deterioro de las ciudades y la soledad de sus habitantes, la fidelidad de los amantes, la belleza de las amadas, la seguridad de las cuatro paredes de entre casa, la honestidad del progreso, la rectitud de las normas, todo esto y mucho más, caen en picada con la inocencia con que cualquier desprevenido arma y desarma un castillo de naipes, o con la perversión con que un niño destruye el castillo de arena levantado durante horas de rebeldía y pasión.

Nada ganarían estos poemas con dejar las cosas derrumbadas junto a los cadáveres de las ideas fijas, en un cementerio cósmico. Si así fuera, estaríamos en presencia de la repetición incesante del mismo poeta en los mismos poemas, así como sentimos pasar el calendario en ciertos períodos de nuestra historia patria; o, mejor, como vemos que desfilan los versos que con inverecundia miles de poetas reproducen sin cesar.

Esto de la poesía es tarea de sabios y de poseídos, no tanto por musas o demonios o espíritus, sino por la misma realidad, donde se encuentra la raíz de toda poesía. Y a esta tarea, como receta de encantamiento, habrá que mezclarle talento, lectura, tradición, más lectura, disciplina, locura, inconformidad, rebeldía, libertad, autonomía, sensibilidad, conocimiento, percepción, más escritura, más talento, más vida, más humor, más amor, más... Este ha sido el camino, esbozado en su poema “Extracción de lo abstracto”:

 

En la penumbra, sumidos observan

Formas en hielo que se derriten;

Aboliendo ámbitos de tiempo,

Secuencias que designan y espectran.

Abstracciones congeladas mientras

Que la infancia sucedía hasta

Adquirir un perfil, una humedad

Creciendo para la superficie,

Donde el gesto primordial es labrar,

Gastarse hasta consumir los huesos;

Al tiempo que se arrugan, habitantes

De un lenguaje articulado. Un grito

En sílabas agrupadas que los oculta

Dejándoles sumidos en su misma luz.

 

Pero también dice con ironía en “Anuncios de guerra”: “Sé tierno como las ratas en su jaula / de rosas y sintéticos. (...) Resiste en silencio / que el dios te espera (...) ¡Oh, qué bellas las ciudades / en ruinas (...) La mejor carne de cañón / acompañará la última cena...”. Versos que parecen provenir de un niño inquieto o de un profeta necio, da lo mismo, porque ni los profetas inquietos ni los niños necios agradan o son invitados a palacio. Porque la poesía de Castillo es también profecía, anuncio del deterioro de nuestro mundo, del fin de las tranquilidades diurnas y de las seguridades nocturnas. Su insistencia en la oquedad y en el origen convierten sus poemas en germen de vida, germen de otras realidades menos estúpidas y esperpénticas que las que vivimos, aunque ya no causen espanto a nadie: nos hemos acostumbrado a estos rostros pavorosos.

Otra preocupación de esta poesía es el proceso de creación, la búsqueda de la palabra prístina como expresión de la sensibilidad y del pensamiento del poeta. Pero nada de lo imaginado: éste no encuentra en ella la salida a su visión, porque, como dice Álvaro Mutis, el poema es un fracaso. El poeta se angustia por la carencia de palabras para decir todo lo que ve. Se trata de la epifanía en medio del derroche, la epifanía ante la escisión ojos/manos, la revelación ante la lucha ojos vs. palabras, la necesidad de un lazarillo... Es el poeta un asombrado ante la palabra y ante el poema. La poesía, como oficio, es trabajo complejo. Se abre con ella la imposibilidad de asir lo inefable: “¡Basta palabra! (...) Basta / detén el poema / que empecinado horada”. El poeta trata de controlarse, de dirigirse, en una especie de desdoblamiento para poder consignar en el poema “cada frase / cada instante / Vivido / aporreado / saboreado” y luego lanzarlos... Esto es la poesía; pero también: “esbozos”, “fetos”, “Hirviente cuadro”, “monstruos”, “identidades sonámbulas”, “macabro engendro”, “puerco chinche de la concepción”, “pus”... El poeta, “la herida que confluye en la vida / abriendo lo oscuro”, un asombrado ante la palabra y ante el poema. El poema, contradic­ciones, paradojas y sinestesia. El oficio, un peligro: “Hirviente cuadro en la concepción de una / castrada impremedi­tada...”. Además de los efectos interiores, el poeta sufre en carne propia: “los dedos confunden / y se entrampan / la caída es fatal...”. El poema tortura, hace daño, es preferible que no exista, hay que escapar del sufrimiento que causa...

Otros asuntos también recorren la poesía de Omar Castillo: la ciudad con su tráfago, sus especies, sus delirios, sus encantos. El hombre en ella, como un extraño, títere en un laberinto de puentes, calles, edificios y soledades, anonimatos y encuentros fugaces. La soledad es el precio de la ciudad. El viaje, el modo de ser. El comercio, el mayor delito. El caos, el hábitat. Y, por encima, hay quienes algún lucro sacan del desorden, de la violencia, del consumo y de la miseria. Quedan algunos refugios: el mundo interior, el encuentro erótico, la infancia, el bar, la poesía, y la eterna lucha entre la permanencia y la fugacidad, la rutina y la eternidad, lo efímero y el recuerdo, el enigma y su desciframiento.

Engarzados en los anteriores temas se encuentran: el rechazo de la monotonía —los días se consumen sin resultados positivos; la búsqueda y el fracaso del afuera son también la angustia del adentro y la del oficio: “Vagabundo del silencio / en las palabras / Circundando obsesiones...”, para terminar con una sentencia abrumadora: “nada que nada / Son todos los / Días.”—; la obsesión por lo cóncavo y el vacío —reino inútil, hueco, vientre; lugar originario que une a la muerte: “No ocupo otra órbita que la del sí mismo mu­riente”—; la insistencia en el deterioro, en el origen, en las mariposas, en el fuego, y en los poetas, entre cuyos homenajes se lee el libro más hermético de Castillo, asimilado en parte al poeta que lee y al que rinde homenaje: Don Luis de Góngora.

Para terminar, quiero referirme a su libro Relatos de Axofalas. Son poemas en prosa en los que, además de una armónica estructura, el lenguaje y el contenido sorprenden: relación de viaje, extrañeza, erotismo, peligro y búsqueda de las palabras primigenias, asuntos que evocan Caravan­sary de Álvaro Mutis, cuyas obsesiones poéticas por el deterioro, la lucha estéril entre las palabras y el poema, y el desencanto ante el progreso, entre otros, preceden estas preocupaciones de la poesía de Castillo. Esto se comprueba en “Relato de las cartas marítimas”, en especial en la hipótesis del epígrafe: en el recuerdo cobran vida los instantes vividos.

Y en el recuerdo cobran vida también estos poemas entrañables, las pocas grandes obras de quienes ya partieron, los amores sencillos y esplendorosos con que los dioses nos premiaron en la tierra, la compañía de los amigos, los paisajes de nuestra geografía, los rostros de la gente anónima, algunas calles, ciertos momentos en parques o tabernas, los amaneceres, los atardeceres lluviosos o calurosos... Y, de nuevo, esta poesía de Omar Castillo, que acentúa siempre el sabor agridulce de la vida, el mismo que advertimos con inquietud cada que despertamos, o en nuestro más profundo sueño.

 

II. Huella estampida, Obra poética 2012-1980 de Omar Castillo

Inicio

Al leer los poemas de este libro de Omar Castillo, he tenido dudas que antes no me habían invadido con la lectura de su poesía. Porque parece que este poeta, o su poesía, tuviera muchas verdades que decirnos a los lectores. Verdades incómodas e inaceptables. Y al mencionar lectores también se me vienen dudas que pueden ser igualmente incómodas para los poetas, los lectores y las editoriales.

¿Quién lee poesía? ¿Qué poesía prefieren los lectores de hoy? ¿Cómo se lee poesía? ¿En la actualidad, hay poetas que lleguen al alma de su pueblo, como muchos lo hicieron en la antigüedad? ¿La poesía representa algo para la cultura de una ciudad, de un país?

La poesía parece como un compañero incómodo en una reunión de egresados. De esos que nadie quiere ver de nuevo. No obstante, como diría un escritor, el dinosaurio está ahí. Es decir, acá está la poesía. Y la poesía no surge de la nada sino de la mano de un poeta. Y el poeta está ahí, es el indeseable que la sociedad no puede eludir, así lo felicite y no lo lea, porque ¿la poesía para qué?

¿A qué viene todo esto en relación con el libro Huella estampida, obra poética 2012-1980 (2012), de Omar Castillo? Al leer en esta obra los libros que publicó en los últimos doce años: Abra, el libro de los amigos (2003), Poema de New York (2007), Los años iniciales en el vacío, 2001-2008 (2008), Romance de la ciudad (2011) e Imposible poema posible (2012), no me queda duda de lo inaceptable e incómodo que me ha resultado esta lectura.

      

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Romance de la ciudad es un gran libro, en el que la ciudad de Medellín aparece enrevesada, cotidiana, aparentemente neutra, contradictoria, llena de desigualdades, carcomida por el consumismo: y en ella el poeta queriendo encontrar su lugar, buscando asirse de algún resquicio de sensibilidad. El poeta en lucha contra el lugar común. A la vez la ciudad fluye, vibra, grita y se revuelca. Ciudad que es imagen viva y deteriorada, pero dinámica y palpitante. Ciudad de historia, supervivencia, comercio y usufructo. A la par, está el curso del planeta, la vida íntima y poco trascendente del poeta, conectado con un mundo que el poema trae. El poeta entra y sale, no puede salir, no puede entrar: “Quisiera cerrar esta ventana pero la ciudad / ociosamente me reclama y vomita” (p. 47). Y cuyo mayor poema es el XXVI y último, el cual desnuda la verdad de la llamada civilización con sus artimañas y engaños.

Omar Castillo va en contra vía con el pensamiento general, contra la vocinglería y la rutina general, pero sobre todo, contra la rutina de la lengua, contra la rutina del idioma, contra la rutina del poema. Parece que la lengua en su estructura gramatical y en sus códigos y normas le causara no solo desánimo sino fobia. Pero esto de la lengua en el poema ya venía desde el inicio de su poesía en Garra de gorrión (1980). Incluso, deja ver y sentir el balbuceo de las palabras, de las imágenes y de las ideas que quiere expresar. Hay poemas que son la búsqueda de las palabras originales que no encuentra, que no existen. Aun así, los poemas están cruzados por el habla —diferente de la lengua, en sentido saussureano—, por las escrituras. ¿Cuáles son las palabras precisas? Como dice: “Sobre una palabra incauta / yacen los episodios de la historia, / palabra transitando el asfalto” (p. 41).

Palabra para el romance que se origina en otros y de la que este poeta se apropia. Pero el lenguaje, tal cual es convenido socialmente, oculta la realidad, la enmascara. La educación, las máximas, las frases de cajón promocionan el consumismo globalizador, la unificación y el control, la imposición de un estándar en el comportamiento, el pensamiento, el deseo y la palabra. Pero también, a pesar de lo que no dice o dice sin querer, mitifica la ciudad: “saber que en las palabras, en los giros del antiguo romance, dios caminó por estas calles, / me hace bien” (p. 66). De ahí lo que quería decir: Castillo parece incómodo con las palabras, las desecha, se va contra la lógica, contra la estructura de la frase, contra el uso normal de las palabras según sus clases; por eso sustantiva adjetivos, declina sustantivos, o adjetiva adverbios y gerundios, lo que, en mi caso, causa rechazo y, a la vez, reflexión: ¿Por qué estas rupturas me hacen incomprensible el poema? Tal vez porque Castillo sigue en la búsqueda de un lenguaje vivo, descarnado, veraz, acomodado más al sentimiento y a la visión poética del poeta que a las normas poéticas, y a las estructuras gramaticales y lexicales. No obstante, para un lector poco acostumbrado a leer poesía, este es un obstáculo mayor.

 

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No me detengo mucho en los otros libros. Pero tampoco los voy a abandonar, aun con las dificultades que me significaron su lectura: Poema de New York tiene similitudes con el anterior. Es otro canto desencantado a una ciudad famosa en el planeta. La ciudad del “sueño norteamericano”. Uno odia lo que quiere y quiere lo que está al lado así lo rechace o se sienta incómodo. Así es el amor-odio del poeta con su ciudad y con esta otra de su itinerario. Pero es una bella e impactante imagen del verdadero antro del consumismo, del nido de las ilusiones, del control, de la vejez, de la rutina y de la zozobra. Aparte de esto, la soledad, el otoño y el invierno, la Babel-Manhattan donde el dinero es el dios, la rueda de la fortuna. Y ahí, en sus calles y parques, en sus bajos del metro, en los recovecos de las avenidas y calles, están el frío, la noche, la inmigración, el olvido y la soledad. El invasor invadido: “Quien invade es invadido” (p. 128). Pero entre todo este tráfago, caos y frenesí, la poesía va en el metro, está en las paredes, se ve en el Central Park, en la memoria y en el deseo del poeta mientras va en el subway a su destino: “Y en el tráfico que hace esta City / Suceden versos que el inmigrante / Hubiera escrito de haber / Con el dolor y revelación que los implican” (p. 129).

 

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Imposible poema posible es un reto del poeta con el poema y la poesía. Es la poética de Castillo hecha poemas. Como los dos anteriores libros, este otro se ha escrito dentro de una propuesta poética coherente, sólida, a veces inescrutable, intransigente con el lugar común y la poesía de costumbre. Esto se nota desde los títulos de los poemas, los cuales llevan números romanos, sin más. Esta sucesión constituye una verdadera serie, mas no se trata de una jerarquía, sino de un orden; no, no es orden, es simplemente para que el lector sepa que pertenecen a una misma propuesta, a una misma experiencia interior, a una idea o verdad que el poeta quiere desarrollar en su libro. Esto mismo sugiere que el poeta se propuso un plan, una búsqueda y la expresión de sus certezas. Es un corto libro, cuyo verdadero nombre sería opúsculo, con un poema de iniciación o introducción, siete poemas numerados y un envío o colofón. De ahí provienen mis percepciones de que el poema está atado y desatado, convertido en cualquier habla que lo aniquila, en una anarquía que el poeta pretende en el poema: “Imposible poema posible / No fundado en una estética / No fundado en una ética / Rigiendo el laberinto de la civilidad” (p. 16). Es aquí donde encuentro que estos gerundios calificativos pueden distorsionar la idea del poema, la imagen, pues en este caso no se sabe bien qué cosa rige la civilidad, si el poema o la ética, pues el gerundio siempre va pegado de un verbo conjugado en acción simultánea. Pero eso es parte de la labor del lector porque, en este momento, scriptum scriptum est.

Es aquí donde más fácil se asocian dos elementos o metáforas —también realidades, pues en el poema y la literatura hay varias lecturas, varios campos de sentido posibles— tan reiterados por Castillo en toda su obra: la piedra o roca y los huesos. La piedra en el poema I: “Polvo es en la piedra / Piedra es en el agua / Agua es en la sílaba / Sílaba es en el verbo” (p.17), que, entre otros sentidos remite al origen de la escritura, de los signos, del lenguaje y de la poesía. Ahí está el origen cósmico del universo y acuático de nuestra especie, así como el mito del verbo antes del poeta. El aire insufla al habla su propiedad acústica y comunicativa. El aire escribe en la ciudad, el viento erosiona todo, hasta las palabras, pero a la vez escribe sobre la realidad y otras escrituras. Y en el II lo acerca más: “Erguido esperpento / Hiriendo en la piedra / El origen / Cultivando en la tierra / El grano del odio” (p. 19).

 

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Con más desarrollo y amplitud, en Abra, el libro de los amigos aparece esta imagen en el poema “Cicatriz del verano”: “Piedras inmensas y perforadas / Imprimen nombres entre los ríos y los valles, / Las palabras en las mañanas las acogen / Imantándolas en sus entrañas / Hasta la noche que las exhibirá” (p. 141); y en “Abra”, donde expresa: “De mantenerse el balbuceo de palabras, / Con cuatro que consiga memorizar / Olvidaré la construcción del mundo; / Cuatro con sonoridad de huesos” (p. 142). Porque este libro es también una búsqueda de la palabra, una propuesta poética, dedicada a los amigos del poeta, entre los que predominan escritores, poetas y artistas, en los que seguramente ve su legado y lo aprecia, aunque lo pueda contradecir igualmente. Poemas que alcanzan —según mi lectura— su mayor expresión en “Obrar” (p. 160), dedicado al poeta Alberto Escobar Ángel, que debería leerse todo y por eso no lo cito, pues se podría intitular “Poetizar”, porque en el contexto de la poesía de Castillo, poetizar es hacer, obrar, transformar, elaborar…

La imagen de los huesos es recurrente también: “Huesos / Polvo / Leyenda / Superficie donde se hace / El signo de una ciudad / Que se consume” (p. 18). Así, en este primer poema del opúsculo Imposible poema posible, se reúnen las dos imágenes que se reiteran, junto con otras, claro, en el libro Huella estampida, obra poética 2012-1980. Al fin y al cabo, su título no da para imaginar otra cosa. La huella que dejan los pies, el viento, las ciudades, los hombres, el tiempo, las palabras; y la estampida que sufren las cosas y los seres cuando una explosión o un desastre o un cataclismo solo dejan huesos, polvo, leyenda.

 

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La frase del título del libro aparece en el poema “Incrustaciones en estampida” de Los años iniciales en el vacío, 2001-2008, en referencia a los motivos que se reiteran en el poema, en este caso la piedra: “Mientras una piedra / El silencio hace / Y sucede la flor / Igual a un impacto / Abasteciendo los ecos / Las huellas en estampida” (p. 84), versos en los que leo el origen del hombre “civilizado” que ya no será prístino ni original, ni verá otro mundo que el caótico y desenfrenado que presenta Castillo en este libro. Es un seguimiento a los orígenes de la humanidad, a esos estados de primitivismo y de confusión con la tierra, el encuentro del fuego, la creación de los utensilios. De ahí el salto en el numeral III de Imposible poema posible, a la ciudad, al consumismo, a la explotación laboral, a la domesticación, al esquematismo, al maniqueísmo y a la esclavitud, lo que desenmascara la “épica” de las ciudades, de los héroes, de los dioses y semidioses, es decir, la poesía que ha exaltado valores que este poeta no comparte, que además quiere borrar.

 

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Parece que la poesía necesitara una ciudad verdadera, es decir, amable, humana, sostenible. Pero, paradigma terrible en esta poesía, la “Ciudad / Ensamblada en detritus / De arquetipos migrantes / En el roer de huesos a la deriva (…) Donde cunden el escozor / Y la algarabía agazapada (…) Incuba ciudad / Trama incisiva / Exhibiendo los cotos (…) Andrajo ciudad / Energúmeno ciudad / Tautológico ciudad” (p. 23-24) de Imposible poema posible, es la ciudad del poeta y de su poesía, la ciudad de sus lectores, la que lo alienta y desanima, lo incita a la escritura y le causa náuseas. Todo esto es lo que produce el poema, lo que alimenta al poeta, lo que se vuelve poesía. Es como puede escribir la otra historia “De letras dadas en sílabas / Para nombrar lo atónito” (p. 26). La historia se escribe sobre los escombros de la historia, pero predomina lo económico y se oculta la verdad. El poema debe escribir esa verdad: “De hito en hito / Manufacturando / Frases / Donde quepan chirridos / Que revienten / Los significados / Hasta conseguir exasperante / El silencio / Sumiso el grito” (p. 27). Es una civilización fundada en la usura, la miseria y el engaño.

Imposible poema posible es, pues, un opúsculo que critica y desbarata las ideas establecidas, los criterios y las normas civilizadoras, la historia oficial, la realidad sobre la explotación, la humillación, la usura, la apariencia, la ilusión y el engaño. Hasta la poesía debe buscar otra dirección, porque “Cualquiera / Sistema o dogma / Es una cifra reguladora / Una máxima de control / Inclusive los dones / Adjudicados a la iluminación / Poética y sus advenedizos” (p. 31).

Sin embargo, la poética más explícita está en el poema “Estilo” de Los años iniciales en el vacío, en el que, por pocas veces, el poeta habla sin reticencias y sin “descuidos gramaticales”. Lo cito completo:

 

Las brasas esparcidas por el habla

De cuando en cuando hacen arder

La escritura de ciertos poemas

Consiguiendo para lo cotidiano

El necesario hogar desde donde

La realidad advierta su otredad (p. 104).

      

Lucha contra el poema clásico en relación con el poema diario que se manifiesta con más nitidez en “Contra el poema” en Los años iniciales en el vacío: “Contra el poema / Para que sea acuñado como moneda usual / En la memoria que dispara el alza e impone / Los réditos en la conciencia” (p. 93).

 

Coda

Queda a los lectores seguir el juego de este poemario, dejarse molestar, no abandonar la lectura porque más allá de las dificultades empiezan a aparecer las revelaciones, las verdades, las sonoridades, los ritmos, la propuesta poética de Omar Castillo, quien, en su escritura, siempre, en todo lo que le he leído, ha tenido una sola preocupación: la poesía, el poema, el poeta, la escritura, la ciudad. Y fiel a esto, sigue insistiendo, y lo hará hasta el final, porque Omar Castillo no tiene remedio.

 


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