terça-feira, 22 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Octavio Paz

OMAR CASTILLO | Vuelta de Octavio Paz

 


El poeta mexicano Octavio Paz nació el 31 de marzo de 1914 y murió el 19 de abril de 1998, fechas entre las que sucedió la existencia vital de uno de los poetas esenciales del siglo XX, siglo tuquio de acontecimientos alucinantes y reveladores en su capacidad destructiva y en lo inaudito de sus descubrimientos. En 2014 se cumplen 100 años de su nacimiento.

Aproximarse a la obra de Octavio Paz es aproximarse a la conciencia de un hombre atento a su tiempo, a un escritor y lector que no cesó en sus esfuerzos por aprehender lo que en ese tiempo suyo se involucraba de todos los tiempos imaginados e históricos vivenciados por el ser humano. En su escritura, Octavio Paz se mostró como una de las mentes más esclarecedoras del hacer poético en el siglo XX. La suya fue una mente cuya capacidad para establecer sus percepciones y sus visiones, ya en sus poemas, ya en su prosa, es algo que conmueve y causa admiración, respeto entrañable. Con sus poemas hizo aprehensible el imaginario de una realidad que se consume entre el fuego y la penumbra de sus revelaciones, una realidad donde la vida enseña sus constantes maravillosas, su fuerza devoradora, su sed y su agua, su piedra y su abismo. En sus ensayos consiguió que creadores de distintas tendencias y maneras expresivas se hicieran aprehensibles para más lectores o espectadores, pues la nitidez de sus apreciaciones, lo penetrante de su ver se convierten en puentes que permiten entrar al misterio de las atmósferas y lo enrarecido de la luminosidad que exploran y exponen en sus obras estos creadores.

Para Octavio Paz la experiencia poética se funda en la lucidez que le permite adentrarse en el incógnito humano, en las capas de su realidad y en el súbito de su otredad. La obra de Octavio Paz crece en su tiempo y, por las analogías del suceder del tiempo mismo, no deja de revelarse como un hecho vital en el nuestro. Su escritura se extiende en el tiempo igual al cuerpo de una serpiente que muda de piel cada que es necesario, una serpiente que vuela en el sueño ontológico, o se enrosca y oculta en las arenas del habla humana, usando esa habla para nombrar por un momento el inaudito donde se consume y renace el asombro de la realidad, flor de palabras predecibles e impredecibles, flor hecha fuego creciendo en las cavernas de la noche humana, flor emulando con sus pétalos la luminosidad del sol que la vuelve alimento de comunicación.

En el itinerario creador de Octavio Paz su obra crece cuando él, respondiendo a sus necesidades, hace suyas las tradiciones creadoras que prenden en las culturas del mundo, lo que lo convierte en un devorador del arte de su tiempo, tiempo que a su vez se nutre de otros periodos culturales en la historia de la humanidad, en un poeta dueño del don de la ubicuidad para la experiencia de su creación. Esta capacidad desarrollada por Paz, a través de su obra, le permite a la tradición de la literatura escrita en idioma español sustentarse, para su reconocimiento, en las maneras de raciocinar y de aprehender de quienes hablamos y escribimos en ella. Le abre a nuestra tradición vías para desenmarañar el nudo de sus formas y maneras de ser. Asunto complejo, empero fundamental para el desciframiento de nuestro carácter humano y literario. Veamos.

En la literatura escrita en español se hace evidente el carácter de quienes pertenecemos a este idioma, pues en ella se refleja nuestra manera de raciocinar, la forma como se establecen nuestros pensamientos y se hacen imaginación que avanza aprehendiendo los sentidos de la vida, del mundo y del universo en todo su delirio y expansión, en sus contradicciones y realidades. No son fantasías, son pensamientos atentos, escudriñando, descifrando. Es insulso reprocharnos nuestra forma y manera de pensar. Es ignorante el pedirnos raciocinar como lo hacen los alemanes o los ingleses, pues a diferencia de lo que ellos pretenden, nuestros pensamientos no persiguen establecer códigos de interpretación que den como resultado congelar una caracterización, una identidad que defina unilateralmente las condiciones de la realidad. Para quienes tenemos como lengua el español, por las circunstancias históricas en las que se hierve el caldo donde nos integramos, las culturas y el arte del mundo nos son propias, nos pertenecen por la forma como nuestro raciocinar las ha aprehendido. 

Nuestra imaginación sucede en un continuo igual al de la libido del universo. Nuestros pensamientos no pretenden hacer del mundo un zoológico donde acomodar y señalizar la realidad para un sistema de ideas. Nuestros pensamientos se movilizan aprehendiendo el suceder de esa libido universal, es decir, crean y en el mismo instante informan su creación, sin detener su movimiento.

Pruebas de esto se encuentran en el inicial castellano usado para copiar las jarchas, los cancioneros y romanceros, el Cantar de Mio Cid, donde se escuchan las voces de un pueblo aplicado a escarbar en lo inédito de un carácter que, sospechan, les puede revelar su ser propio, así hasta llegar a las voces de quienes escribieron la literatura del llamado Siglo de oro, en donde la intimidad y las maneras de ese carácter se hacen evidentes. Imaginación literaria avanzando en una historia tuquia de claroscuros donde se reflejan sus periodos de esplendor y aridez, de vida en sazón y muerte en ascuas.

De ardua memoria son los periodos sucedidos con el descubrimiento de nuestro continente, de ellos quedan sucesos registrados en los escritos que se conservan de quienes los vivieron, fragmentos donde narran de la conquista y los hechos durante la colonia.

El descubrimiento de nuestro continente forzó el encuentro de formas y maneras de producir caos y muerte. El aflorar de fiebres recónditas en la condición humana, fiebres que imponen miedo y exterminio. Y en medio de semejante persecución y delirio el cruce del idioma y las costumbres que traían los recién llegados con las metáforas edénicas usadas por las comunidades nativas para su cotidianidad, metáforas tejidas entre lo mítico y lo exuberante de su geografía y expuestas en sus ritos de magia, ya en la luz, ya en la oscuridad, con que revelaban su incógnito y las extrañas formas del silencio de su escritura jeroglífica. También con lo ofuscante de los sacrificios rendidos por los nativos a sus divinidades.

Y años después, durante la esclavitud de los distintos pobladores traídos de África, el cruce con las costumbres y los dolorosos sentimientos de quienes fueron forzados a llegar a unas tierras extrañas, y donde las raíces de su ira y de su risa también prendieron, sumándole al crisol donde hierve nuestra identidad ritmos y matices antes inconcebibles para la vida. Son momentos donde prevalece el ultraje, empero, también lo maravilloso de un mundo haciendo sus raíces en un tiempo donde se cruzan todos los tiempos. Tiempo de signo descifrándose. El mismo donde no para de abrirse nuestra condición.

Por esa identidad informe y maravillosa, abrupta en sus raíces y destino, lanzada a permanecer en la ubicuidad del tiempo, es que desde fines del siglo XIX no se puede concebir el idioma español sin la fuerza que le entrega Hispanoamérica, tanto en el habla como en la escritura. Con las contribuciones de Hispanoamérica nuestro idioma ha alcanzado contenidos y maneras expresivas de una solvencia rítmica y de un imaginario único y en constante crecimiento.

Lo anterior nos permite aprehender del proceder devorador de Octavio Paz como poeta y como creador en su relación con el arte y las culturas del mundo, de la amplitud de su conciencia al saberse dueño del don de la ubicuidad para su creación. Nada de lo anterior es de buen recibo por quienes en Occidente se creen dueños del poder de decisión académica en el mundo, pues para ellos Octavio Paz no cumple con sus estándares de obediencia calificada.

En este punto quiero detenerme en Vuelta, libro en el que Octavio Paz reúne poemas escritos entre 1969 y 1975 y cuya primera edición fue impresa en septiembre de 1976. Este libro suele asociarse con el regreso del poeta a Ciudad de México, tras años de ausencia, a su ciudad natal, la de sus inicios. Y si bien esto puede percibirse, lo que prevalece en el libro es una escritura ubicua, una escritura aprehendiendo la memoria y la realidad más allá de cualquier anécdota. Son poemas vueltos “sol de palabras”, que se abren en “un día sin fecha”, hasta alcanzar el cenit de la “piel sonido del mundo” que quema “sin quemarse”.

En Vuelta Octavio Paz nos entrega su poder de convocatoria poética, la fuerza de su escritura nos comunica con el destello del fuego ancestral y las brasas del fuego presente mientras arden en cada una de las palabras que él atrapa y vuelve imágenes para las metáforas analógicas con las que aprehende el instinto delirante del mundo hasta nombrarlo por un instante, tan largo como el tiempo vuelto de revés, tan perenne como la duración de una vida. El poeta nos entrega “la otra cara del tiempo”, hecha de palabras que parecen incinerar cuanto nombran, al tiempo que resurgen de entre sus cenizas como el fénix del habla en la comunión con la realidad. 

Para la escritura de los poemas que componen Vuelta Octavio Paz no acude al empleo de palabras domesticadas por la costumbre, y con las cuales le sería fácil dar cuenta de las nostalgias, o de los caprichos reflejados en los decorados de una existencia patinada por sus logros o por sus fatigas. No, esa retórica le resulta estorbosa. Vuelta es un libro fundado en las raíces del presente asumido como la veta donde prende el lenguaje con el cual el ser humano no cesa en su aventura de nombrar. Vuelta es un libro de poemas del tiempo hecho verbo que se abre y se cierra revelándose en un instante único y diverso.

En los poemas que inician el libro Vuelta, el poeta nos comparte su saberse en un tiempo de raíces cuyos significados no cesan para quien se mantiene alerta, para quien sabe aprehender cada instante como si fuese el primero. Para él ver es un acto palpable desde el abecedario que dio inicio a su escritura, la que nos invita a participar, a ser activos en su lectura, por ejemplo, si entramos en su poema “El fuego de cada día” nos encontramos con que sus versos, sus palabras, lo nombrado son aire haciéndose y deshaciéndose sobre la página vuelta edificio invisible y visible para el lenguaje donde el hombre es quemante en sus fuentes y desemejanzas.

Vuelta es un libro magnífico. Es un libro donde los poemas que lo componen no presumen una unidad temática, pues es la vuelta, el mirar, el ver constante del poeta lo que se celebra y da unidad al libro. Su ver y palpar como el aliento que impulsa su creación. En los poemas de Vuelta cada imagen es posible desde el silencio y el aullido que el poeta ha aprehendido. Paz es un creador de itinerario y disciplina, de vida sin artificios, dado a los interrogantes que el universo implica y a los pliegues donde se cifran sus contenidos. No escapa a lo coloquial, no se queda en lo mítico. La lectura del libro avanza como una extensa oración que prende de verso en verso, construyendo sus significados, deshaciendo sus significados, convirtiéndose en un monólogo coral. En la huella de un coro tuquio de sentidos, en una huella irrepetible en el tiempo donde no cesa de ser consumida.

Octavio Paz consigue en su libro Vuelta que en sus versos aparezcan voces casi anónimas, etéreas huellas que por un instante el poeta convoca para las líneas de sus poemas, rasguñándoles sus imaginarios e historias. Manchas húmedas haciéndose una en el tiempo del poeta, creciendo en el aullido de su voz, en el silencio de la página donde cunde la estirpe de su voz, en sus versos que al mismo tiempo son de una intensidad íntima y exterior capaces de nutrir la atmósfera, el dibujo donde no para de hacerse y deshacerse el libro.

Vuelta no es el libro de ocasión donde el poeta aprovecha para dar cuenta de su regreso a su ciudad y cuanto ello pudiera implicar en su recuerdo. Vuelta es el libro de la imantación, donde sus poemas convocan el suceder como un tiempo presente, empero un “presente intocable”, de raíces “escritas por el sol”. Siempre en las ascuas del hallazgo, “la memoria y sus moradas” inéditas. Y con el poema “Nocturno de San Ildefonso”, el libro alcanza el cenit de su fuego y se suspende en el tiempo que se inventa una y otra vez, propiciando el umbral donde el poeta expone con su escritura un vacío hecho de palabras. Es preciso acudir a las mismas del poeta: “La poesía no es la verdad: / es la resurrección de las presencias, / la historia / transfigurada en la verdad del tiempo no fechado”. Entonces comprendemos que Vuelta es el libro de las palabras en resurrección.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

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