LUIS RAMÓN BUSTOS | Manuel Maples Arce, el jefe de la tribu estridentista
Aquellos descabellados (en los dos sentidos
de la palabra) causaron pánico entre nuestra buena sociedad. Cuando Maples Arce
decide, en una noche pasada en vela, salir a la calle a imprimir su primer manifiesto
rebelde (Actual No. 1, Hoja de Vanguardia), allá por diciembre de 1921, jamás
imaginó que la reacción fuera tan virulenta en su contra pero tampoco que al cabo
de pocos años tuviera tantos seguidores.
Previendo que en un país atrasado y
sin tradición artística como el nuestro se le rechazaría tajantemente, pensando
que su cruzada sería la de unos pocos iluminados, en realidad sólo buscaba despertar
enconos y desafiar a una sociedad petrificada. Este desafío resultó real, pero los
vientos revolucionarios hicieron que no fuera una batalla quijotesca: por el contrario,
muchos jóvenes acudieron a su llamado, y el estudiante de leyes nacido en Papantla,
Veracruz (1 de mayo de 1898, aunque algunas fuentes indican 1900) se asombró de
contar con tantos compañeros de ruta. La conjunción entre lo individual y lo colectivo
fraguó un clima que él mismo no contempló; empero, es bien posible que su sensibilidad
artística sí hubiera captado lo que rondaba a su alrededor, tanto en lo político
como en lo cultural.
Su musa “estrambótica” ya había dado
frutos metafóricos que los críticos calificados definieron como “baladronadas juveniles”.
Su búsqueda de una expresión urbana, moderna, arraigada en la poesía pura y en la
pasión ilógica, llevaba dos años de tesonera indagación estética y, finalmente,
desembocó en Andamios interiores (1922).
A partir de Actual No. 1, se
sumaron al movimiento estridentista Pedro Echeverría (el primero en acudir al llamado),
Alfonso Muñoz Orozco, Miguel N. Lira, Luis Felipe Mena, Miguel Agullón Guzmán, Luis
KinTaniya, Ignacio Millán, Salvador Gallardo, Alva de la Canal, Leopoldo Méndez,
Jean Charlot, Rafael Sala, Germán Cueto, Emilio Amero, Fermín Revueltas, Xavier
González, Máximo Pacheco, List Arzubide y Arqueles Vela. Particularmente estos dos
últimos compartieron el liderazgo y la dedicación con el iniciador. List Arzubide
radicaba entonces en Puebla editando la revista Ser y Arqueles Vela en la
ciudad de México, dedicado al magisterio y al periodismo.
De tendencia minoritaria, de entraña
subjetivista y vanguardista, el estridentismo sobrevivió sus primeros tres años
peleando contra todos y afirmándose en su contradicción redentora. Al cabo de ese
tiempo, se trasladó a Jalapa y allí sucumbió a los graves coqueteos de la realidad
política. Esto significa que comenzó desafiando al mundo desde un programa artístico
completamente alejado de lo popular y que, después, se transformó en un movimiento
estético-social de izquierda. Sin ubicar al movimiento estridentista en el contexto
histórico de la segunda oleada radical de la revolución, sería imposible explicarse
esa mudanza pues aquellos jóvenes iniciaron una revuelta pequeñoburguesa y al final
fueron atrapados por la radicalización campesina y proletaria de los años 20.
La revolución mexicana tuvo una segunda
oleada regionalista que se inclinó más a la izquierda y que fue producto de situaciones
sociales y políticas locales. De tal modo que en Yucatán, Michoacán, Tabasco, Campeche,
Acapulco y Veracruz, gobiernos “socialistas” tomaron el poder. Esta radicalización
política sirvió como abrigo al estridentismo, ya que sólo un gobernador representativo
de esa segunda oleada pudo dar su apoyo a un intelectual heterodoxo como Maples
Arce.
Recién titulado como abogado, llegó
a Jalapa como juez de primera instancia y después fue nombrado secretario de gobierno
del gobernador. Una foto del general Heriberto Jara (1926) lo muestra al lado de
Manuel Maples Arce, y no se sabe bien a bien quién es el general y quién el estridentista.
El cabello sobre la frente, largo y rizado, y un aire de intelectual, confirman
en lo exterior lo que la situación social manifestaba: aquel Veracruz de campesinos
armados y de fuerte presencia del PCM, de municipalizaciones de los servicios públicos,
de movimientos inquilinarios anarquistas (1922), de un proletariado emergente y
combativo en el cinturón industrial de Orizaba y Jalapa; aquel Veracruz que se transformaba
en el campo y en las ciudades hacia un proyecto popular de izquierda, fue el marco
que da razón a la inexplicable amistad de Jara y los estridentistas. Incluso algunos
de los veracruzanos que se adhirieron al estridentismo, como Miguel Aguillón Guzmán,
Enrique Barreiro Tablada (aunque nació en Coyoacán, radicaba allí), Mario Ronzón
Rivera y José Luis Díaz Castillas, muestran en sus trayectorias literarias y políticas
que su adhesión al movimiento partió, en buena medida, de la eclosión social que
vivía su estado.
Los años 20 fueron marcados, pues, por
una segunda oleada revolucionaria que rompió los diques de contención de la revolución
burocratizada por el grupo sonorense: Adolfo de la Huerta, Alvaro Obregón y Plutarco
Elías Calles. Sin Zapata, sin Villa, relegadas las demandas sociales del movimiento
revolucionario, un lento proceso de control gubernamental se fue dando a lo largo
del país. Pese a ello, no faltaron los movimientos indígenas y campesinos dirigidos
por la pequeña burguesía radical, que inauguraron un periodo “socialista” en varios
estados del país. En Veracruz, esta segunda oleada tuvo más duración que en cualquier
otro estado: el primer gobierno del coronel Adalberto Tejeda, el de Heriberto Jara
(que no concluyó) y el segundo periodo del coronel. Esto es, 12 años de radicalismo
veracruzano que, como parte integral de su proyecto político, apoyó grupos de intelectuales
rebeldes.
Así, los estridentistas, de marzo de
1925 a junio de 1927, participaron activamente en el gobierno veracruzano, tanto
en lo político como en lo cultural. Maples Arce, como secretario de gobierno, impulsó
cambios que afectaron incluso el sistema pedagógico, buscando una renovación de
los estudios preparatorios en Veracruz; ejemplo de ello fue el problema suscitado
a raíz de la destitución del director de la Escuela Preparatoria, Julio S. Rebolledo,
quien se caracterizaba por sus opiniones conservadoras en lo político y en lo didáctico.
Cuando fue destituido el profesor Rebolledo se desarrolló un agrio debate en la
prensa y en el Congreso local. Se argumentó que su sustituto, Eduardo Colín, estaba
allí sólo por su calidad de “mechudo” estridentista. En realidad el nombramiento
de Colín se debió a su inclinación a nuevos métodos de enseñanza, más participativos
y fincados en problemas actuales.
La labor estridentista no se limitó
a utilizar las imprentas del estado para publicar su revista Horizonte, sus
folletos, manifiestos, libros y exposiciones; en realidad participaron en un proyecto
cultural que trastocó las bases viejas. Maples Arce, como secretario de gobierno,
se multiplicó resolviendo diferencias políticas, discutiendo con los opositores,
convenciendo a los tibios, explicando a los obreros cómo mejorar la producción y
cómo luchar contra los patrones, allegándose a los líderes campesinos de la Liga
de Comunidades Agrarias, y llevando cultura a todo el pueblo.
Por su parte, List Arzubide fungió como
director de Horizonte y de la Biblioteca Popular, donde publicó obras de
Góngora, de Rafael Nieto (interesante ensayista político hoy olvidado), de algunos
de sus compañeros estridentistas y la primera edición bien realizada de Los de
abajo, de Mariano Azuela. La identificación del general Jara con ese proyecto
cultural fue tanta que escribió para Horizonte cuentos y artículos bajo el
seudónimo de J. Hierro Tavaré.
El poemario Urbe (1924, traducido
al inglés por John Dos Passos. N. de R.) de Maples Arce muestra este influjo revolucionario.
Su bolchevismo nos parece ahora iluso y superficial, pero tomando en cuenta la politización
“marxista” de aquella época, podemos afirmar que lo creó con plena conciencia artística
y social. Veamos el siguiente dístico:
Hay un florecimiento de
Pistolas
después del trampolín
de los discursos…
Versos que destilan vanguardismo, mas
dejan aflorar también las claves de un tiempo en que la lucha de clases se dirimía
con las armas. Los versos siguientes muestran el sentido vigoroso de sus metáforas
y una proyección estética cercana a la de los futuristas rusos (quizá por haber
nacido de dos revoluciones profundamente clasistas):
Los huelguistas se arrojan
pedradas y denuestos,
y la vida, es una tumultuosa
conversión hacia la izquierda.
Aquí se manifiesta un viraje en la poesía
de Maples Arce, viraje que resulta más comprensible si se le ubica dentro de su
contexto histórico. Aunque escrito en 1924, pocos meses antes de que, gracias a
una recomendación, se trasladara a Jalapa para participar con Heriberto Jara, es
el anticipo de lo que pronto habría de suceder con él y con sus compañeros de ruta.
Los siguientes meses fueron de intensa
labor creativa y de difusión de sus ideas: la ciudad, la estridencia, el avión,
“los espejos de los días subversivos”, el “palpitar con la hélice del tiempo”, los
andamios y el irradiador, sugieren otra realidad, otro futuro para el país y la
esperanza de verlo realizado en Estridentópolis (proyecto de ciudad futurista que,
de momento, se identificaba con Jalapa). Los diez números de Horizonte pueden
dar constancia de esta proletarización de sus posturas estéticas y sociales. Disminuyen
los poemas, los llamados, los textos irreverentes; y menudean los artículos políticos,
la defensa de Sacco y Vanzetti, los ensayos para mejorar la producción industrial
y artesanal, los comentarios sobre el problema agrario veracruzano. En la trayectoria
de estos diez números resulta palpable hasta dónde los estridentistas mudaron bajo
el influjo del “socialismo a la jarocha”. Y esta politización se dio, incluso, sin
que renegaran de la aparente frivolidad de su vestir, de su dandismo, de su fervor
por las mujeres. Nadie como ellos para encarnar las contradicciones de la década:
modernidad capitalista y proletarización, sibaritismo y lucha de clases, fecundidad
creativa y combate de izquierda. Maples, el jefe de la tribu estridentista, barruntó
esos vientos y fue su catapulta: sus manifiestos, su poesía, socavaron los cimientos
de una sociedad adocenada y revolvieron las aguas de la literatura mexicana.
No sería ridículo ni exceso de nacionalismo
incluir a Manuel Maples Arce entre los grandes de la vanguardia, como Marinetti,
Huidobro, Reverdy, Tzara, Yvan Goll, Apollinaire, Breton y Guillermo de Torre. Su
aporte, habida cuenta de las diferencias en el nivel cultural, fue tan fundamental
para el vanguardismo latinoamericano como el de aquéllos para Europa. En cierto
modo fue incluso superior al de los creacionistas sudamericanos o al de los ultraístas
españoles, pues fue más productivo en lo artístico y más duradero en el tiempo.
Nuestro estridentismo cumplió cabalmente su papel de ultrajador de honras literarias
y de burlador de las buenas costumbres; pero también supo ejercer su estrategia
de heterodoxia estética. Según Luis Mario Schneider, su vanguardismo fue cabal,
ya que dieron preeminencia a la poesía pura y cultivaron “la emoción desprovista
en absoluto de tono racial”. Sus poemas, cuentos, hojas volantes, manifiestos, novelas,
grabados, máscaras, pinturas y fotografías, son la mejor prueba de que el vanguardismo
es capaz de dar buenos frutos hasta en los países subdesarrollados.
Manuel Maples Arce sobrevivió a su juventud
heterodoxa por largos años. Fue entonces diplomático, viajero incansable, poeta
de ímpetu juvenil y resonancias clásicas, crítico de arte, ensayista literario y
un estupendo memorialista. Sus tres tomos de memorias: A la orilla de este río
(1964), Soberana juventud (1967) y Mi vida por el mundo (1983),
hacen acopio de armas intelectuales y nos cuentan seis décadas de México desde una
visión nada estereotipada. El jefe estridentista jamás abjuró de la risa y del arte;
continuó recreando con abierta inteligencia la vida y fue siempre fiel al grito
nacionalista del segundo manifiesto: “Viva el mole de guajolote”.
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