terça-feira, 22 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Manuel Maples Arce

LUIS RAMÓN BUSTOS | Manuel Maples Arce, el jefe de la tribu estridentista

 


Cuenta la leyenda que cuando los estridentistas cruzaban por calles o mercados, cuando como profesores andaban los patios escolares, no faltaban los mirones que les agredieran o que les mostraran un peine gigantesco. Esto como rechazo de la sociedad tradicionalista a sus actitudes beligerantes, rebeldes, ya que Arqueles Vela, Germán List Arzubide, Ramón Alva de la Canal y Leopoldo Méndez se caracterizaban por sus cabellos despeinados, mientras que Maples Arce, Miguel Aguillón Guzmán o Luis Quintanilla, por su atildamiento exagerado (incluidas las polainas, el bastón y la flor en el ojal) que rayaba también en lo estrambótico. Esa heterodoxia en el vestir no fue sino la consecuencia de una heterodoxia más profunda: el desengaño absoluto respecto al arte del pasado y el anhelo de hallar respuestas inéditas a los problemas que planteaba el recién nacido siglo XX.

Aquellos descabellados (en los dos sentidos de la palabra) causaron pánico entre nuestra buena sociedad. Cuando Maples Arce decide, en una noche pasada en vela, salir a la calle a imprimir su primer manifiesto rebelde (Actual No. 1, Hoja de Vanguardia), allá por diciembre de 1921, jamás imaginó que la reacción fuera tan virulenta en su contra pero tampoco que al cabo de pocos años tuviera tantos seguidores.

Previendo que en un país atrasado y sin tradición artística como el nuestro se le rechazaría tajantemente, pensando que su cruzada sería la de unos pocos iluminados, en realidad sólo buscaba despertar enconos y desafiar a una sociedad petrificada. Este desafío resultó real, pero los vientos revolucionarios hicieron que no fuera una batalla quijotesca: por el contrario, muchos jóvenes acudieron a su llamado, y el estudiante de leyes nacido en Papantla, Veracruz (1 de mayo de 1898, aunque algunas fuentes indican 1900) se asombró de contar con tantos compañeros de ruta. La conjunción entre lo individual y lo colectivo fraguó un clima que él mismo no contempló; empero, es bien posible que su sensibilidad artística sí hubiera captado lo que rondaba a su alrededor, tanto en lo político como en lo cultural.

Su musa “estrambótica” ya había dado frutos metafóricos que los críticos calificados definieron como “baladronadas juveniles”. Su búsqueda de una expresión urbana, moderna, arraigada en la poesía pura y en la pasión ilógica, llevaba dos años de tesonera indagación estética y, finalmente, desembocó en Andamios interiores (1922).

A partir de Actual No. 1, se sumaron al movimiento estridentista Pedro Echeverría (el primero en acudir al llamado), Alfonso Muñoz Orozco, Miguel N. Lira, Luis Felipe Mena, Miguel Agullón Guzmán, Luis KinTaniya, Ignacio Millán, Salvador Gallardo, Alva de la Canal, Leopoldo Méndez, Jean Charlot, Rafael Sala, Germán Cueto, Emilio Amero, Fermín Revueltas, Xavier González, Máximo Pacheco, List Arzubide y Arqueles Vela. Particularmente estos dos últimos compartieron el liderazgo y la dedicación con el iniciador. List Arzubide radicaba entonces en Puebla editando la revista Ser y Arqueles Vela en la ciudad de México, dedicado al magisterio y al periodismo.

De tendencia minoritaria, de entraña subjetivista y vanguardista, el estridentismo sobrevivió sus primeros tres años peleando contra todos y afirmándose en su contradicción redentora. Al cabo de ese tiempo, se trasladó a Jalapa y allí sucumbió a los graves coqueteos de la realidad política. Esto significa que comenzó desafiando al mundo desde un programa artístico completamente alejado de lo popular y que, después, se transformó en un movimiento estético-social de izquierda. Sin ubicar al movimiento estridentista en el contexto histórico de la segunda oleada radical de la revolución, sería imposible explicarse esa mudanza pues aquellos jóvenes iniciaron una revuelta pequeñoburguesa y al final fueron atrapados por la radicalización campesina y proletaria de los años 20.

La revolución mexicana tuvo una segunda oleada regionalista que se inclinó más a la izquierda y que fue producto de situaciones sociales y políticas locales. De tal modo que en Yucatán, Michoacán, Tabasco, Campeche, Acapulco y Veracruz, gobiernos “socialistas” tomaron el poder. Esta radicalización política sirvió como abrigo al estridentismo, ya que sólo un gobernador representativo de esa segunda oleada pudo dar su apoyo a un intelectual heterodoxo como Maples Arce.

Recién titulado como abogado, llegó a Jalapa como juez de primera instancia y después fue nombrado secretario de gobierno del gobernador. Una foto del general Heriberto Jara (1926) lo muestra al lado de Manuel Maples Arce, y no se sabe bien a bien quién es el general y quién el estridentista. El cabello sobre la frente, largo y rizado, y un aire de intelectual, confirman en lo exterior lo que la situación social manifestaba: aquel Veracruz de campesinos armados y de fuerte presencia del PCM, de municipalizaciones de los servicios públicos, de movimientos inquilinarios anarquistas (1922), de un proletariado emergente y combativo en el cinturón industrial de Orizaba y Jalapa; aquel Veracruz que se transformaba en el campo y en las ciudades hacia un proyecto popular de izquierda, fue el marco que da razón a la inexplicable amistad de Jara y los estridentistas. Incluso algunos de los veracruzanos que se adhirieron al estridentismo, como Miguel Aguillón Guzmán, Enrique Barreiro Tablada (aunque nació en Coyoacán, radicaba allí), Mario Ronzón Rivera y José Luis Díaz Castillas, muestran en sus trayectorias literarias y políticas que su adhesión al movimiento partió, en buena medida, de la eclosión social que vivía su estado.

Los años 20 fueron marcados, pues, por una segunda oleada revolucionaria que rompió los diques de contención de la revolución burocratizada por el grupo sonorense: Adolfo de la Huerta, Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Sin Zapata, sin Villa, relegadas las demandas sociales del movimiento revolucionario, un lento proceso de control gubernamental se fue dando a lo largo del país. Pese a ello, no faltaron los movimientos indígenas y campesinos dirigidos por la pequeña burguesía radical, que inauguraron un periodo “socialista” en varios estados del país. En Veracruz, esta segunda oleada tuvo más duración que en cualquier otro estado: el primer gobierno del coronel Adalberto Tejeda, el de Heriberto Jara (que no concluyó) y el segundo periodo del coronel. Esto es, 12 años de radicalismo veracruzano que, como parte integral de su proyecto político, apoyó grupos de intelectuales rebeldes.

Así, los estridentistas, de marzo de 1925 a junio de 1927, participaron activamente en el gobierno veracruzano, tanto en lo político como en lo cultural. Maples Arce, como secretario de gobierno, impulsó cambios que afectaron incluso el sistema pedagógico, buscando una renovación de los estudios preparatorios en Veracruz; ejemplo de ello fue el problema suscitado a raíz de la destitución del director de la Escuela Preparatoria, Julio S. Rebolledo, quien se caracterizaba por sus opiniones conservadoras en lo político y en lo didáctico. Cuando fue destituido el profesor Rebolledo se desarrolló un agrio debate en la prensa y en el Congreso local. Se argumentó que su sustituto, Eduardo Colín, estaba allí sólo por su calidad de “mechudo” estridentista. En realidad el nombramiento de Colín se debió a su inclinación a nuevos métodos de enseñanza, más participativos y fincados en problemas actuales.

La labor estridentista no se limitó a utilizar las imprentas del estado para publicar su revista Horizonte, sus folletos, manifiestos, libros y exposiciones; en realidad participaron en un proyecto cultural que trastocó las bases viejas. Maples Arce, como secretario de gobierno, se multiplicó resolviendo diferencias políticas, discutiendo con los opositores, convenciendo a los tibios, explicando a los obreros cómo mejorar la producción y cómo luchar contra los patrones, allegándose a los líderes campesinos de la Liga de Comunidades Agrarias, y llevando cultura a todo el pueblo.

Por su parte, List Arzubide fungió como director de Horizonte y de la Biblioteca Popular, donde publicó obras de Góngora, de Rafael Nieto (interesante ensayista político hoy olvidado), de algunos de sus compañeros estridentistas y la primera edición bien realizada de Los de abajo, de Mariano Azuela. La identificación del general Jara con ese proyecto cultural fue tanta que escribió para Horizonte cuentos y artículos bajo el seudónimo de J. Hierro Tavaré.

El poemario Urbe (1924, traducido al inglés por John Dos Passos. N. de R.) de Maples Arce muestra este influjo revolucionario. Su bolchevismo nos parece ahora iluso y superficial, pero tomando en cuenta la politización “marxista” de aquella época, podemos afirmar que lo creó con plena conciencia artística y social. Veamos el siguiente dístico:

 

Hay un florecimiento de

Pistolas

después del trampolín

de los discursos…

 

Versos que destilan vanguardismo, mas dejan aflorar también las claves de un tiempo en que la lucha de clases se dirimía con las armas. Los versos siguientes muestran el sentido vigoroso de sus metáforas y una proyección estética cercana a la de los futuristas rusos (quizá por haber nacido de dos revoluciones profundamente clasistas):

 

Los huelguistas se arrojan

pedradas y denuestos,

y la vida, es una tumultuosa

conversión hacia la izquierda.

 

Aquí se manifiesta un viraje en la poesía de Maples Arce, viraje que resulta más comprensible si se le ubica dentro de su contexto histórico. Aunque escrito en 1924, pocos meses antes de que, gracias a una recomendación, se trasladara a Jalapa para participar con Heriberto Jara, es el anticipo de lo que pronto habría de suceder con él y con sus compañeros de ruta.

Los siguientes meses fueron de intensa labor creativa y de difusión de sus ideas: la ciudad, la estridencia, el avión, “los espejos de los días subversivos”, el “palpitar con la hélice del tiempo”, los andamios y el irradiador, sugieren otra realidad, otro futuro para el país y la esperanza de verlo realizado en Estridentópolis (proyecto de ciudad futurista que, de momento, se identificaba con Jalapa). Los diez números de Horizonte pueden dar constancia de esta proletarización de sus posturas estéticas y sociales. Disminuyen los poemas, los llamados, los textos irreverentes; y menudean los artículos políticos, la defensa de Sacco y Vanzetti, los ensayos para mejorar la producción industrial y artesanal, los comentarios sobre el problema agrario veracruzano. En la trayectoria de estos diez números resulta palpable hasta dónde los estridentistas mudaron bajo el influjo del “socialismo a la jarocha”. Y esta politización se dio, incluso, sin que renegaran de la aparente frivolidad de su vestir, de su dandismo, de su fervor por las mujeres. Nadie como ellos para encarnar las contradicciones de la década: modernidad capitalista y proletarización, sibaritismo y lucha de clases, fecundidad creativa y combate de izquierda. Maples, el jefe de la tribu estridentista, barruntó esos vientos y fue su catapulta: sus manifiestos, su poesía, socavaron los cimientos de una sociedad adocenada y revolvieron las aguas de la literatura mexicana.

No sería ridículo ni exceso de nacionalismo incluir a Manuel Maples Arce entre los grandes de la vanguardia, como Marinetti, Huidobro, Reverdy, Tzara, Yvan Goll, Apollinaire, Breton y Guillermo de Torre. Su aporte, habida cuenta de las diferencias en el nivel cultural, fue tan fundamental para el vanguardismo latinoamericano como el de aquéllos para Europa. En cierto modo fue incluso superior al de los creacionistas sudamericanos o al de los ultraístas españoles, pues fue más productivo en lo artístico y más duradero en el tiempo. Nuestro estridentismo cumplió cabalmente su papel de ultrajador de honras literarias y de burlador de las buenas costumbres; pero también supo ejercer su estrategia de heterodoxia estética. Según Luis Mario Schneider, su vanguardismo fue cabal, ya que dieron preeminencia a la poesía pura y cultivaron “la emoción desprovista en absoluto de tono racial”. Sus poemas, cuentos, hojas volantes, manifiestos, novelas, grabados, máscaras, pinturas y fotografías, son la mejor prueba de que el vanguardismo es capaz de dar buenos frutos hasta en los países subdesarrollados.

Manuel Maples Arce sobrevivió a su juventud heterodoxa por largos años. Fue entonces diplomático, viajero incansable, poeta de ímpetu juvenil y resonancias clásicas, crítico de arte, ensayista literario y un estupendo memorialista. Sus tres tomos de memorias: A la orilla de este río (1964), Soberana juventud (1967) y Mi vida por el mundo (1983), hacen acopio de armas intelectuales y nos cuentan seis décadas de México desde una visión nada estereotipada. El jefe estridentista jamás abjuró de la risa y del arte; continuó recreando con abierta inteligencia la vida y fue siempre fiel al grito nacionalista del segundo manifiesto: “Viva el mole de guajolote”.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

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