JAVIER ALVARADO | Poesía selecta de Ricardo Miró
DEREK WALCOTT
¿Qué se hicieron tus pájaros dolientes, tus
garzas y las mías…? así empieza Tristán Solarte su soneto Con Ricardo Miró. Siempre al mirar
las garzas evoco al poeta. Hace unos pocos años, caminando bajo algún atardecer
junto a César Young Núñez cerca de su casa de Obarrio, me expresó su deseo de ver
algún día toda la Poesía de Ricardo Miró en una edición de lujo y justo pasaron
unas garzas sobre nosotros rumbo al río Matasnillo. Ricardo Miró se ha convertido
para todos los panameños en un personaje de novela, de la propia biografía de cada
uno de ellos y en muchos casos, una forma identitaria. Es caso imposible que ninguno
de ellos haya recitado el poema Patria, Versos al oído de Lelia, El poema del ruiseñor
o La última gaviota. El poeta nacional, con sus enigmáticas fotos de perfil está
allí con su vestimenta negra desde cada daguerrotipo, desde cada fotografía en sepia,
en blanco y negro, hasta en la voluntad de lo digital. En mi caso particular, las
recitaciones escolares me acercaron a él y luego, una tarde tras una llamada a Elsie
Alvarado de Ricord, ella me regaló un ejemplar de esta Poesía Selecta, publicada
hace algunos años y que contaba con el mágico acierto de que su persona y otros
dos inmensos poetas y académicos como Ricardo J. Bermúdez, poeta gongorino y lezamiano,
a quien conocí en una tarde lluviosa y José Guillermo Ros-Zanet, recién fallecido
y dueño de una poesía límpida y espiritualmente bella, habían seleccionado los poemas.
Otra tarde, prodigiosa quizás, la hermana de Rosa Elvira Álvarez, Elsa, me obsequiaba
un ejemplar dedicado por Miró a la poetisa, de aquella antología publicada en 1937,
aludiendo que seguramente yo podría dar valor a esa pieza de nuestra historia. En
Costa Rica hallé la edición guatemalteca de Miró de 1951 de sus poemas y quizás
una de las experiencias más conmovedoras, fue partir la primera vez hacia el Cementerio
Amador con amenaza de lluvia y ser recibido por dos enterradores, un tanto ebrios
y al acercarme, ellos me preguntaron a quién buscaba en aquel lugar y al responder
que al poeta Miró, me respondieron: “-Busca usted al poeta nacional, hace rato está
solito, nadie lo viene a ver.” Uno increpa al otro: “oye cual es la que tú te sabes
de él”, “la última gaviota-responde el otro”. -Recítasela al señor para que vea
el “feeling”:
Como una franja temblorosa, rota
del manto de la tarde, en raudo vuelo
se esfuma la bandada por el cielo
buscando, acaso, una ribera ignota.
Detrás, muy lejos, sigue una gaviota
que con creciente y pertinaz anhelo
va de la soledad rasgando el velo
por alcanzar la banda ya remota.
De la tarde surgió la casta estrella,
y halló siempre volando a la olvidada,
de la rauda patrulla tras la huella.
Historia de mi vida compendiada,
porque yo soy, cual la gaviota aquella,
ave dejada atrás por la bandada.
-Tremenda lírica dice el otro.
La recitación del enterrador me dejó absorto y sacudido. Actividad paranormal o
real maravillosa. Nuestro poeta vive en el ideario de nuestro pueblo, no importa
cuál sea su escolaridad, contexto o profesión. Ambos me escoltaron a aquella tumba
donde yacía uno de nuestros más grandes poetas de expresión americana. Aludo a ese
título de Lezama Lima, el gran mago y fabulador de los banquetes y de los mestizajes
caribeños, pues la escritura de los poetas es parte de esa llamada expresión americana.
Según la ya citada y mencionada,
Elsie Alvarado de Ricord:
La influencia de nuestro bardo
en el quehacer literario istmeño, no fue visible porque surgió en el instante crucial
en que el posmodernismo cedía el paso a las diversas corrientes que pueden englobarse
bajo el nombre genérico de vanguardismo y así su última producción, Caminos silenciosos, se editó el mismo año que Onda, de Rogelio Sinán, la primera obra vanguardista
istmeña. El cambio fue radical; y en nuestro país, repentino. A diferencia del lento
proceso cumplido por la poesía social que hoy predomina.
La vanguardia trajo consigo muchas
libertades de estilo y forma y los vates y escritores prosiguieron esa senda de
Sinán, Korsi, Demetrio Herrera Sevillano. El poema Patria de Miró y Al Cerro Ancón
de Amelia Denis de Icaza. son un sustrato prodigioso para poetas de la talla de
Diana Morán, José Antonio Moncada Luna, José Franco, Álvaro Menéndez Franco y la
posterior generación del 58 conformada por Pedro Rivera, Moravia Ochoa, Roberto
Luzcando, entre otros, hasta el heredero de esta gran tradición, Manuel Orestes
Nieto. Esa hondura patriótica sigue con su música en la pequeña celda del caracol.
El primer acercamiento al que aluden
los académicos que escogieron los textos de Ricardo Miró, es el de los sonetos,
donde está presente esa gran maestría del bardo panameño en cuanto a las formas
estróficas provenientes del Renacimiento italiano y encumbradas en el siglo de oro
español y después en el renacer literario mestizo-latinoamericano con figuras como
Rubén Darío:
Y en la gloria del sol, el pensamiento mío
Se las finge dos póstumos sonetos de Darío
De paso, por mi patria, hacia la eternidad.
Impecables sonetos: Las Guacamayas,
la Última Gaviota, Brisas de primavera, Sonetos a don Rubén Darío, Mística, Frinea,
Alejandro, El verso, Las garzas, Colón simbólico, Mujer romántica, Las venus de
los siete espejos, Bandera inútil, Similitudes, entre otros, desfilan con sus cuerpos
endecasílabos y alejandrinos, con alusiones mitológicas, patrióticas, amorosas,
de gran belleza. El soneto titulado El verso, es una clave de la poética de Miró,
el cual está dedicado a un poeta joven, siempre vigente esa visión del poeta mayor,
hacia el que empieza, y la desorientación del que se inicia, que debe oír, escuchar,
investigar, leer hasta el delirio y escribir después de ese periodo febril:
No es el verso corcel que se desfrena
ni vendaval que loco se desata,
ni tampoco rugiente catarata
que suelta al sol la trágica melena.
Es la fuente cantando en la serena
tristeza de la noche su sonata,
el rayo melancólico de plata
de la luna, dorándose en la arena.
Pule tu inspiración que es un gran bloque,
y verás cómo salta a cada choque
del cincel un reguero rutilante,
y haz de tu verso de oro una sortija
en donde irradie transparente y fija,
la idea como un nítido brillante.
En la segunda parte de esta antología
que hoy se reedita y se presenta al público se agrupan los llamados Poemas Mayores, donde las garzas, las gaviotas
y el ruiseñor desde la rama del ciprés dormido bebiéndose la luna trago a trago,
ese verso que salvó Roque Javier Laurenza, todas esas aves revolotean sin descanso.
El tono de algunos poemas es melancólico, patriótico y religioso como el caso del
largo poema El poema Divino con alusiones y participaciones de personajes de la
Biblia. El tono romántico se vislumbra en poemas como Si no hubo nada, El responso
a Margarita Krosty, y Versos al oído de Lelia:
Óyeme corazón. En cada rama
Del bosque secular se esconde un nido
O una dulce pareja que se ama.
El poema a Portobelo y Musa Panameña
con el estribillo: -Yo quiero que tú me lleves/ al tambor de la alegría siguen en
esa vertiente de ahondar en lo panameño, en lo propio, que se hace universal desde
el arte.
En el prólogo e introducción publicado
en Guatemala en el año de 1951, en un gesto de integración literaria centroamericana,
su hijo Rodrigo Miró acota:
Escribió asimismo cuentos y ensayos
de teatro y de novela. Algo hemos adelantado en el conocimiento de su obra, pero
la suma, exégesis y divulgación de sus escritos está por realizar.
Por otra parte, en su libro Aproximación
a la obra de Ricardo Miró, Elsie Alvarado de Ricord afirma que tuvo acceso a un
epistolario del poeta para recolectar algunos testimonios con comentarios críticos.
Es decir, que esa deuda de unas Obras Completas, la tiene Panamá con el poeta nacional.
Reunir sus poemas, sus cuentos, sus ensayos de novela, columnas periodísticas, el
material de su revista Nuevos Ritos y ese epistolario en varios tomos. sería una
labor titánica y cuidadosa, pero algo que siempre ha merecido. El citado Rodrigo
Miró aduce que hubo cinco obras de teatro, ausentes de los papeles de su padre y
quizás extraviadas: Corazón de oro, Un alcalde como hay muchos, El turno, Coquimbo
y Purificación. Esta reedición de la Academia Panameña de la Lengua es loable, en
el afán de difundir su obra, mi agradecimiento como poeta y como lector, pero que
sea el camino para ese proyecto, donde todos los panameños tendremos la oportunidad
de conocer y reconocer la amplitud de un escritor de la talla de Ricardo Miró.
El poeta dijo:
Anoche deambulaba por la orilla del mar
Y me encontré conmigo, y me puse a soñar
Encontrarse con él y con su credo
literario.
Rodrigo Miró cierra la antología
de 1951 con estos juicios reveladores:
Y ama también su historia, de la
misma manera que acepta su presente y confía en su porvenir. En ese sentido, aciertan
quienes le proclaman el poeta de Panamá. Miró lo es aunque nada hizo por alcanzarlo.
No pretendió ser un poeta del continente; tampoco un poeta de Panamá. Fue solamente
un hombre, un hombre de su tiempo y de su país, que dijo su emoción sin prevenciones
ni subterfugios. Su obra es un vivo compendio de los cariños y lealtades con que
practicó su teoría de la patria como recuerdo.
Y agrego: tampoco quiso ser de
cada panameño, ni de cada de panameña, ni cada latinoamericano ni de otros seres
de otras geografías que se acercaron, se acercan y se acercarán a él. Goza de la
cumbre de su emotividad desde su tiempo que trasciende, su poesía sigue fulgente
en los labios de los niños y de tantas generaciones y en los labios de los enterradores
bohemios de otras bohemias, que lo custodian allá donde descansa cerca de Amelia
Denis, de Guillermo Andreve y de muchos de sus amores en el Cementerio Amador.
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