TATIANA OROÑO | Selva Márquez: la ciudad del tiempo en cautiverio
SELVA MÁRQUEZ
La obra poética y narrativa [1] de Selva Márquez puede
leerse como un alegato contra los rigores del disciplinamiento ejercido por la ciudad
sobre la vida pública, y sobre todo privada, de sus habitantes. [2] Empero, su ciudad
literaria no es identificada nominalmente con la que fue su escenario de vida, Montevideo [3] ni con ninguna otra
real o ficticia. Y esa tachadura no es la única en la configuración simbólica del
espacio ciudadano omnipresente, como escenario o como tema, en este corpus. Tampoco
es representado el topos urbano como unidad física de la civitas,
ni tampoco comparece el proyecto civilizatorio de la urbe. Esta polis no
es impulsada por la utopía del progreso. Su ciudad no sólo no tiene nombre propio,
ni mapa que la cartografíe: carece de proyecto a escala humana que la justifique
y de una apropiación de pasado que la unifique en sus diversidades. Es literariamente
anónima quizá como modo de dar a entender que cualquiera de las dos, tanto la histórica
Montevideo, querellada a través de su representación fantasmática en la obra, como
la ciudad que le duele al yo del texto en sus suburbios desamparados, en el hormigonado
que lapida sus calles [4] o en el trazado que
las corta, [5] no son excepciones
sino muestras representativas del género “ciudad”. En otras palabras, que la ciudad
singular, ante todo, es parte dramáticamente inespecífica del género denotado por
el plural “ciudades”. Un moderno utopos travestido [6] donde se desvanecen,
sujetas al ritmo mecánico del “sueño del desarrollo”, [7] las utopías de identidad.
Esta interpretación, que desarrollaré en las próximas
páginas, se apoya en primer término en el texto del poema aquí abordado, uno de
cuyos versos he citado a modo de epígrafe. Desde un principio el yo poético declara,
apodícticamente, que la sujeción a una dinámica inercial engañosa es el uniforme
eje ciego sobre el que rotan “las ciudades”
Las ciudades dan vuelta bajo un pie de granito
teñido de azul por nuestros pobres ojos. [8]
Se trata de una composición donde se concentran líneas
de fuerza de su poética, representativa del “Montevideo de las revisiones y de
las crisis que se abre en 1933”, [9] y también fruto de
la “crisis formal e ideológica del arte en los años 30”. [10] El período en el que,
siguiendo a Sonia Mattalía, “el reacomodamiento del capitalismo internacional
en expansión voraz” cambió “el perfil de las portuarias Buenos Aires, Montevideo,
Río de Janeiro, La Habana, fundamentalmente” y culminó la gestación “de la
América Latina contradictoria y violenta, eruptiva y descompensada de hoy”. [11]
El poema entona una queja, admonitoria, contra la tiranía
del tiempo ciudadano y su vacuo presente. Se trata de un vertiginoso circular en
redondo. La primera imagen cancela toda ilusión dinámica o de progreso: las ciudades
(análogamente a otros arquetipos de suplicio [12]), “dan vuelta”.
Un “dar vuelta” que se advierte estéril, al ser dado “bajo un pie de granito”.
De modo que sólo pueden ser vueltas en torno a (“bajo”) un eje o pedestal
(“pie”) inmóvil e inmovilizante. Comienza, pues, con la presentación de las
ciudades sometidas a un yugo monolítico que no sólo pasa inadvertido para los ojos, [13] sino que también es
absurdo. Apoyado en imágenes desrealizadoras y con ritmo crispado, el poema da la
alarma contra la enajenación de la vida ciudadana y fustiga la naturalización del
determinismo horario adscripto a las prácticas de la industrialización capitalista.
Esta mirada coincide con una perspectiva literaria que,
en toda la obra, desenmascara disimulados mecanismos de confinamiento naturalizados
por las prácticas de la urbe. Un registro que no pasó inadvertido para Elvio Gandolfo: [14] “aparentemente
sencilla a primera vista, comunica con desusada transparencia experiencias y percepciones
de difícil aprehensión, y el radical desorden o cambio que yace bajo las aparentes
seguridades”. Podría decirse incluso que su obra impugna tales “seguridades”
y hasta se malquista con los ritmos consuetudinarios, en tanto unas y otros fijan
preestablecidas, reductivas, posiciones de sujeto. Imponer “seguridades”
permite naturalizar imposturas. Tal como denunciara Paul Valéry, a quien cita Walter
Benjamin: [15] “en el curso sin
roces del mecanismo social, todo perfeccionamiento de dicho mecanismo pone fuera
de juego ciertos modos de comportamiento, ciertos sentimientos y emociones”.
Una suerte de mimetismo alienado en el cual ya había fijado su atención Karl Marx
en el siglo anterior: “en el trato con la máquina aprenden los obreros a coordenar
‘su propio movimiento al siempre uniforme de un autómata’” [16].
Lo que esta mirada predica y el lugar de enunciación
que determina puede considerarse a la luz de su clima epocal en el cual las matrices
no siempre son claramente discernibles, en el marco de una tónica ecléctica, determinada
según Gabriel Peluffo [17] por la “alquimia entre arte y política”. [18] Esta obra puede leerse
como un yo acuso uruguayo que diseña un lugar de enunciación y un receptor
responsables de la historia (en una apertura de ángulo que abarca tanto la guerra
europea como la historia de puertas adentro de la soltera). Ella apela al código
fundante del contrato social en procura de un contrato de lectura que democratice
o más exactamente, que ciudadanice la lectura en tanto toma de conciencia y de derechos
simbólicos. Hay por lo tanto un trazo político de su escritura, se reconoce en la
actitud interpelante del llamamiento, la convocatoria: “Ayudadme a escuchar,
que yo no puedo!” [19]
La poesía de la autora fue publicada entre 1936 y 1941,
período coincidente con el proceso de reconfiguración del canon literario uruguayo
cuya custodia pasaba en aquellos mismos años a la generación del 45, al tiempo que
–precedida por la Guerra Civil Española– se desencadenaba la Segunda Guerra Mundial.
Su obra no fue tomada en consideración por la crítica hegemónica. A su invisibilidad
habría contribuido la propia autora al cancelar, en la temprana fecha de 1941, sus
ediciones en libro. Ese mismo año, y no deja de ser una coincidencia llamativa,
vieron la luz simultáneamente a El gallo que gira otras dos obras referidas
a Montevideo: La ciudad sin nombre, de Joaquín Torres García –texto [20] que registra la toma
de la ciudad en tanto campo de investigación doctrinaria y programática, que venía
procesando el Taller Torres García, desde mediados de la década anterior– [21] y Canto
a Montevideo, de Sara de Ibáñez.
Selva Márquez (1899-1981) publicó tres libros de poesía
–Viejo reloj de cuco; Dos; El gallo que gira-; dos cuentos [22] y el capítulo de una
novela (Mañana es domingo) en Asir, a comienzos de los ‘50; ya en
1969, el cuento “¿Quién es Dios?”, en El País; [23] cuatro poemas antologados en 1971. [24] En 1982, Ediciones
de la Banda Oriental edita con prólogo de Aldo Cánepa una selección póstuma de seis
cuentos –El daimón de la casa López–, que incluye cuatro inéditos.
Tras cuatro décadas de ostracismo editorial se encontraron poemas inéditos, en general
sin ordenar ni fechar, y un número mayor de relatos en desorden, inconclusos, que
dificultaron la tarea del antólogo. (En el citado prólogo, éste asentó su protesta:
“no fechaba sus trabajos; ignoraba el uso de la palabra Fin”.
“¿Qué aporta Selva Márquez a la literatura uruguaya?”
– se preguntaba Alejandro Paternain en 1967 [25]. Washington Benavides
recuperó esta pregunta en 1989 [26] y, nuevamente, en 1993 [27], destacando que “la
poesía solidaria de Selva Márquez (…) releída en la década de los 90, resiste
la inevitable comparación (…) resiste, vale”. La opinión crítica más
reciente es de Pablo Rocca [28]. Éste ve, sumariamente, en la “ceñida producción
lírica” [29] de la poeta, a la adelantada
del “moderado y tardío surrealismo uruguayo” [30] representado por José
Parrilla y Álvaro Figueredo. Junto a la transcripción de un breve poema – “Velada”–, [31] Rocca agrega una sola
frase, incluyendo una cita de W. Benavides [32]: “la madura dicción
poética de Selva Márquez había logrado ‘una casi imposible aleación de surrealismo
y denuncia’”.
Ya a fines de los cincuentas Hugo Pedemonte [33] había anotado que: “Su obra, la menos sensual de
la poesía femenina uruguaya, es sensible a la piedad y a la cólera.” Y había
reconocido filiaciones literarias sugerentes: “La incidencia profética de sus
poemas –advenimiento de redenciones sociales– no deja de hallarse como clima
espiritual vinculada al estilo de Alexander Blok y, en cierto modo, a Vladimir Maiakovski”.
Alrededor de una década después ya pueden confrontarse las dos tendencias críticas:
mientras el canon hegemónico la excluía, su obra era recuperada por Domingo L. Bordoli, [34] A. Paternain [35] y Jorge Medina Vidal. [36] Emir Rodríguez Monegal
no la incluye en Literatura uruguaya del medio siglo; [37] Ángel Rama la menciona
lateralmente en La generación crítica, [38] al referirse a las influencias de la poesía extranjera
en la generación “después del Centenario” y antes de “la gran transformación
de la cultura” que operarán los entonces veinteañeros. Ocupa una sola línea
en una serie enumerativa panorámica: “un juego similar de influencias aparece
en los breves poemas epigráficos de Gallo que gira (sic) de Selva Márquez”. [39] No ingresa al corpus
canónico. Los críticos más prestigiosos devaluaron su obra. Mientras, otros la reivindicaron,
interrogándose por su silencio. Éste, empero, no pudo ser revertido. La nota de
W. Benavides publicada en 1989 está fechada en 1981, [40] muy poco tiempo antes
de la muerte. En ella reconoce el testimonio de la amistad del poeta Juan Carlos
Macedo por la poeta y su obra durante los años sombríos, distinguiendo el aporte
que supo hacer A. Paternain como el de “quien, de toda la crítica, [es]
quien mejor apuntó los valores de la obra lírica de Selva Márquez”. La nota
no es sólo caritativa despedida a la anciana, sobreviviente al “ostracismo literario”,
sino ratificación del reproche contra el desestimiento –o desidia– de la crítica,
que había lanzado Paternain. Tras la muerte, y después de la publicación de El
daimón de la casa López, la crítica renueva puntuales tentativas de revisión.
Al prólogo de A. Cánepa y a las notas periodísticas del momento se suman, entre
otros, Elvio Gandolfo, [41] Mercedes Rein, [42] Luis Bravo [43] y Washington Benavides, [44] nuevamente. Pero a
pesar de esos esfuerzos, la obra –que no ha tenido reediciones– continúa siendo
poco y mal leída; falta una revisión en totalidad. Mi trabajo trata de aportar –desde
la perspectiva del tratamiento de la ciudad tal como se ofrece en el texto “Dando
vueltas” – una lectura interpretativa de la obra de la autora, incluida su poesía
inédita.
Se
podría identificar la poética en cuestión como denuncia de los mecanismos de exclusión
–la obra los presenta como rotatorios e inerciales, simultáneamente de reclusión
y expulsión– que ejerce la urbe moderna sobre los ciudadanos. En el poema “Dando
vueltas” estos últimos son presentados como observadores de ojos cansados [45] –heridos tal vez por los desengaños de la fe en
las apariencias–, con quienes la hablante se identifica (“[…] nuestros pobres ojos).
En la “cárcel sin rejas” [46] de esta escritura diversas
representaciones de la vida cotidiana modeladas por la autovigilancia, las rutinas
y normas, el miedo, la represión del deseo, el silencio, la sordera funcional que
acompaña a las políticas de silenciamiento de las diversidades son desenmascaradas.
Desestabilizadas de su aislamiento e promovidas a las interacciones del coloquio
(“decir decir no es nada/ y quién escucha!”). Su obra diseña una posición
de sujeto solidario dramáticamente consciente de las barreras de su soledad. De
allí el proyecto recuperador de las pequeñas o grandes herencias genealógicas (“son
muertos y están en mí”), [47] así como de las estrategias
contrahegemónicas –en este caso, los tropos– con que espiar/representar los mecanismos
de poder que, atravesando las identidades fijas (“No hay más tiempo que de llenar
la boca del horno/ No hay más tiempo que de hacinar en las trojes!”), [48] se ejercen a través
de ellas. Al respecto, son paradigmáticas en la obra, dos configuraciones: el reloj,
la veleta.
Mi lectura intenta relevar signos recurrentes en la
obra. En ésta se representa la realidad como fragmento, resorte, recorte o casilla
de dispositivos maquínicos sistémicos, como juego de jaulas. [49] Desde el “viejo
reloj” de péndulo, simulacro de casita del ave tiesa, asida al resorte que la
retiene cautiva del tiempo isócrono –tiempo a través del cual el espacio doméstico
es articulado como pieza clave en la construcción de la subjetividad colectiva–,
desde ahí y hasta el arca que encierra “el daimón de la casa López”, pasando
por El gallo que gira sobre el eje fijo de la veleta, o por Las ciudades
[que] dan vuelta bajo un pie de granito, el mundo simbólico de Selva
Márquez anticipa las representaciones de Michel Foucault. [50] Es decir, se anticipa
a su concepto de una anatomía política del detalle cuyo procedimiento –el tabicamiento
y la verticalidad, la pirámide continua– son introductores de separaciones tan estancas
como sea posible para extraer de los cuerpos el máximo de tiempo y de fuerzas en
la aplicación de una tecnología fina y calculada del sometimiento.
El mundo literario que estamos abordando denuncia la
divisoria entre espacio público y privado, calle y espacio doméstico, meras cuadrículas
disciplinadoras entre construcciones de género sexual y estamentos sociales. “La
distinción público/privado actuó como un poderoso principio de exclusión que –según
recuerda Chantal Mouffe– [51] desempeñó un importante
papel en la subordinación de las mujeres”. Hay desde el primer opus una mirada irónica arrojada
sin piedad sobre los falsos esplendores y las encubiertas miserias del “dulce hogar”:
“Las casas cubos de azúcar/ por dentro cubos de hiel”. [52] Con idéntico gesto,
en “Rito doméstico” [53] repasa con sarcasmo,
subrayando el fraseo, los almidones de aquella mitología del salón familiar: El
amor:/ la flor bajo el daguerrotipo/ donde ampuloso miriñaque/ donde manos de lilas
y empaque/ de la levita tiesa ante el equipo/ asombroso del retratador (…) Una
letanía de polisílabos abundantes en consonantes oclusivas (“p”; “t”; “k”) refuerza
el artificio del encierro en la pose (otro cautiverio), en contraste con los vértigos
del mundo: Bate la inmensa mar los farallones/ Ruge la fiera/ afuera. Parva domus
en paz. [54]
Al igual que el cuadrante del reloj, la cuadrícula ciudadana
y su maquinaria ordenadora ocultan lo que aprisionan. La escritura postula el poder
político –crítico, cognoscente– de la palabra: [55] “Para saber las
cosas que se ocultan/ detrás de rascacielos y de máquinas/ con un temblor de luces
en la niebla”. [56]
Quisiera introducir el tema del cautiverio identitario
solapado por las construcciones hegemónicas, reconocible como isotopía del discurso
tanto lírico como ficcional de la autora –gesto configurador de su escritura en distintos niveles–, a pesar de ser
hasta hoy un punto no explorado por el discurso crítico. Carlos Martínez Moreno [57] se refiere a una
Montevideo del 900 como “espacio de cautiverio sensitivo”, en tanto que Mabel
Moraña [58] alude a las “identidades cautivas” en los 70
en el Cono Sur como punto de inflexión de la crisis del proyecto modernizador. Ambas
lecturas me sugirieron el título del presente trabajo.
Quiero situar rápidamente los antecedentes del tema
de la ciudad en la obra antes de detenerme en los aspectos que adopta específicamente
en El gallo que gira.
Dos textos pueden ser ilustrativos. El poema “Sudario”
ya citado reúne en la última estrofa el motivo de la destrucción de las flores bajo
el asfalto con el de los sueños del yo bajo el “sudario de las horas que pasan”:
“Realidad de las horas que pasan/ también es sudario que cubre mis sueños”.
En la imagen, el tópico clásico del tempus fugit no puede leerse disociado
del alerta dado contra la naturalización del reloj, moderno dispositivo de control:
chronos mecánico que “devora” [59] el kairós [60] humano, el tiempo psíquico. La denuncia contra la enajenación
humana está tematizada también en un poema muy representativo de los escenarios
entornales al universo ciudadano: la topografía del buque, símbolo arcaico de la
travesía como tentativa y como posibilidad, pero también símbolo fuertemente historizado
para una comunidad trasplantada. En tal sentido entiendo que “Mascarón de proa” [61] puede leerse como
alegato antiutilitarista puesto que, desde el principio, la conjunción adversativa
“Mas” hace una advertencia: anuncia que la cariátide, destinada por el hombre
(que manipuló materia y artefacto) a ser heraldo y mensajera de su sed de conocimiento
(“él quiso que trajeras en tus ojos convexos algún nuevo paisaje que estaba más
allá”), no servirá a esa finalidad, no saciará esa sed (“a tus oídos sordos/
a tus dos labios quietos…/ tu cuerpo estaba muerto, como tus ojos muertos”),
porque es ya tan solo objeto. No puede actuar en sustitución de un sujeto, de una
mirada selectiva, porque el sujeto es insustituible. (Las imágenes náuticas del
mascarón, análogas en simbolismo a las del reloj de cuco y el gallo-veleta –tropos
de la oclusión-, tienen una acentuada particularidad. Se apoyan en la inversión
del procedimiento del oxímoron ya que, en lugar de aproximar antónimos, ellas alejan
u oponen sinonimias: buque y horizonte abierto se disocian. La mirada, oblicua,
percibe la oclusión oculta, enmascarada, por la máquina de navegar.)
Ahora
ahí está la cabeza avanzando en la proa
entrando y emergiendo de las amargas olas.
Parece que avanzara. Y en verdad está quieta
Los hombres de la nave la mantienen sujeta
y si anda la cabeza es que quieren los remos.
Árbol vivo o alma/cuerpo, el sujeto sujetado es degradado
a eslabón-cosa de una cadena instrumental, desnaturalizadora.
Habemos
así almas como tú, mascarón de la proa.
Almas que fuimos árbol: hojas, sombras y trinos.
Nos hacharon las manos que labran los destinos (…)
Las almas son parangonadas a objetos toda vez que se
reconocen enajenadas a un rol instrumental. De esta suerte la imagen poética introduce
la dialéctica sujeto-objeto y con ella abre la posibilidad también a una segunda
lectura: el texto como alegato reivindicativo de la identidad individual y sus derechos
naturales, entre ellos el de la búsqueda del propio destino. En las últimas estrofas
la comparación distribuye los datos en dos campos: el de lo descrito, el avance
de la embarcación percibido bajo la apariencia de avance autónomo de la proa y el
de lo simbolizado por la imagen, esto es: la apariencia de movimiento autónomo que
enmascara acciones gestionadas por disimulados mecanismos de trasmisión (“parece
que avanzara, y es que avanzan los remos ”). La imagen de los remos no enfoca
a los remeros porque no cuentan. Importa la representación del movimiento mecánico:
el dispositivo de la máquina acuática de avance. Los remeros están borrados por
la función del remo. Son fantasmas presos de estructuras maquínicas, falsas duplicaciones
–neblinosas– de los seres vivos. Un desdoblamiento de este tópico es el motivo de
los tripulantes/prisioneros. [62] En 1948, Max Horkheimer
y Theodor W. Adorno [63] teorizarán la operación
consistente en la instrumentalización del mundo y sobre todo, de los otros, reducidos
a objeto por parte de la racionalidad del poder. La denominarán “dialéctica de
la Razón Instrumental”. El universo representacional de la autora aparece como
intuición literaria de aquellas lúcidas especulaciones.
El penúltimo texto del volumen El gallo que gira,
“Si llegara la hora de pedir”, es, como lo sugiere su título, un poema de expresión
de deseo. Condicionalmente, a través de sucesivas fórmulas aseverativo-afirmativas
en la extensión de cinco estrofas, se expresa qué se desea. Pero en la sexta y última
estrofa se invierte la construcción afirmativa: el yo se expresa por la negativa,
proclama qué es lo que no desea: ¡No la rabiosa tarde rechinante./ carreta enmohecida/
pasando cuatro ruedas por el lodo,/ bamboleante y siniestra,/ que se quedó rodando
en mi recuerdo (…)”. Sorpresivamente, en el último verso, la construcción analógica
revela a través del término que oficia como comparante del símil – “igual que el gallo muerto en la veleta!”–, cómo se ha afectivizado por contexto y, por lo tanto,
cómo se resemantiza la lectura del título del presente volumen. Esto nos interesa
particularmente, como es obvio, porque aquí está comprendido el poema “Dando vueltas”.
El poemario expone el tópico del movimiento giratorio
u oscilante (círculo/rueda/ [manecillas] péndulo) sobre un eje fijo
(veleta/ pie de granito/ [resorte] vástago ) que, al exhibir el principio
mecánico, evoca simbólicamente la sujeción del sujeto ( yo / la virgen
de cincuenta años / los niños de la calle/ los hombres/ nosotros/ alguien)
al dispositivo cosificador. Y con ello menta, paradójicamente, la inmovilidad existencial
del sujeto sujetado. [64] De modo que las
figuraciones de este universo simbólico se aproximarían al juego inteligente de
la ironía, y deberían tematizarse a contrapelo. Estarían tensadas por el doble código
–analogía e ironía– cifrado, según Octavio
Paz, [65] en el universo
de la modernidad.
A título de inventario doy cuenta, no exhaustiva, de
un posible repertorio tópico.
Los dos primeros ejemplos pertenecen al segundo libro,
Dos: “Al filo de medianoche/ golpeó la puerta el rapaz/ Temblaba de miedo.
El padre/ caminaba sin cesar/ por la casa, como un péndulo / tac! Tac!”
(“Cuando vuelva”); “Y yo, atada a mi círculo / como una hora al tiempo”
(“El hombre”).
Y los que transcribo a continuación, pertenecen a El
gallo que gira: “Giran los círculos de fósforo” (“Instante”);
“El reloj de cuco / que rueda siempre alerta / en el comedor”
(“De las cuatro esquinas. Norte”); “Damos vueltas en medio de un círculo
endiablado” (“Salto”); “Y golpeaban los círculos cerrados / de
los cielos” (“La mudanza”); “Que en el círculo hermético rueda.”
(“Rueda”); “Donde corren en círculo los rieles / para el reloj de vagones
vacíos” (“Paz”);“Que se quedó rodando en mi recuerdo / igual que el
gallo muerto en la veleta ” (“Si llegara la hora de pedir”).
Si a esto le agregamos que Viejo reloj de cuco
se subdivide en tres secciones – “Las horas de la
ventana”, “Las horas de la estancia interior”, “Las horas del mundo” –; que la subdivisión de Dos es binaria – “Día”, “Noche” –, y, aún, que la subdivisión de El gallo que gira
vuelve a ser triple – “Primera vuelta”,
“Segunda vuelta”, “Tercera vuelta”
–, la semiosis numérica es evidente. El cuadrante o esfera
del reloj subdividido por/con números representa el transcurso no fluido sino cautivo
del tiempo ciudadano. Una poética que denuncie los dispositivos de vigilancia y
control naturalizados en la sociedad moderna tendrá que simbolizar, con sagacidad
artística, el cautiverio del tiempo –código numérico, movimiento de las agujas–, para poder inducir
a un extrañamiento de mirada sobre lo cotidiano. En el Uruguay emergente de la modernización
del Centenario, la propuesta de Selva Márquez invierte el lema sarmientino que los
nuevos tiempos llevaban cuidadosamente guardado bajo el poncho: “barbarie o civilización”.
O, al menos, lo convierte en un verdadero dilema.
Por eso el simulacro –así se trate del
recorte de hojalata sobre la cruz del tejado– motiva la mirada al sesgo, el distanciamiento.
Del mismo modo que el vértigo, falaz, de las ciudades motiva la denuncia. Siendo
la parte funcional al todo, en la máquina, el desmontaje de uno solo de sus artificios
ayuda a poner al descubierto el sistema de falsificaciones que cada uno de ellos
sostiene y encubre. Esta poética estatuye como principio de valor la desconstrucción
de las apariencias.
Ello puede contribuir a explicar de variadas maneras
la función del componente surrealista en su poesía.
El poema “Dando vueltas” está compuesto por 23 versos
largos, mayoritariamente dodecasílabos o alejandrinos, aunque se encuentren un decasílabo
y un endecasílabo. Sólo hay tres heptasílabos: en la última de las diez estrofas,
la más larga (siete versos) de las que lo componen. Siete de ellas son dísticos,
dos de ellas son versos con autonomía estrófica, y la décima es de siete. En resumen:
son siete estrofas, de dos versos; dos, de uno; uno, de siete. He marcado con color
las distintas cifras para hacer llamativa la secuencia numérica (resultante de la
correlación métrica), y su efecto de circularidad. Creo que tal efecto merece subrayarse
en un texto que lleva por título “Dando vueltas”, situado en la sección “Segunda
vuelta” (de El gallo que gira), y cuyo último verso termina haciendo mención
a los “números que vuelan”.
Por lo demás, abundan las rimas asonantes y las repeticiones
triples de vocablos (“Apurad!”; “sueña”; “enseguida”), así
como de frases (“No hay más tiempo que de…”) y de versos enteros como el
primero, que constituye el leit-motiv. El poema se organiza en tres tiempos o vueltas.
Lo transcribo a continuación ya que es de difícil consulta.
Las ciudades dan vuelta bajo un pie de granito
Teñido de azul por nuestros pobres ojos.
No hay más tiempo que de llenar la boca del horno
No hay más tiempo que de hacinar en las trojes!
Apurad! Apurad! Apurad!
Un niño llora y enseguida es un hombre!
Esta es una semilla y enseguida es un bosque!
Las ciudades dan vuelta bajo un pie de granito.
Una silla encerrada sueña ciervos y piojos,
sueña trinos y rayos, vientos y topos.
El metal del anillo sueña fuegos en mares,
abrazado a las aguas convertidas en aire.
El papel de la carta sueña vientos salados,
camisa pescadora que el tiempo hizo pedazos.
No hay más tiempo que de dar cuerda al reloj
y el polen, como un hombre, ya se multiplicó!
Las ciudades dan vuelta como un kaleidoscopio
bajo un pie de granito
y girando, girando,
nace del mármol una espiga de oro
la sombra de una hilacha mañana es una estrella
y enseguida, de un canto,
nace una inmensa suma de números que vuelan!
El título del poema es derivación del verbo conjugado
en presente del primer verso y juega, dándole una vueltaa aquel, con la polisemia
de la expresión apoyada en el gerundio: denota acción continuada de recorrer en
círculos, pero también connota el deambular sin rumbo fijo. La figura del círculo
y el movimiento de circularidad, o elipsoidal, tematizan no sólo la poesía sino
también la obra en prosa de la autora. Dos cuentos pueden servir de muestra: “Boomerang”
y “Vueltas de rueda” [66] . En contraste,
otro movimiento, el de “zig-zag”, se registra en “Velada” [67] .Allí, la retratista de una ciudad cuyos habitantes
ofician como guardianes cautivos de la norma y sus máscaras, rasga el velo del acto
de escribir y lo enseña en su desvelada, íntima, finalidad: significa dar voz a
una comunidad imaginada de voces cautivas que roen impacientes el umbral de la enunciación,
que lo vencen y logran escapar atravesando las mallas de la escritura. El poema
textualiza la tentativa de rescatar la memoria de los antepasados, dictada por el
saber inconsciente, por la herencia cultural. Son voces-otras que desbaratan, y
reorganizan dinámicamente con su irrupción, el cursus reglado del verbo ciudadano.
En este caso, el libre juego de las voces fugadas del doble cautiverio (la muerte
y la desmemoria), remitiría a la poética postulada: la recuperación de las genealogías
–lo que Abril Trigo denomina memorias culturales–, [68] en una suerte de
“jugada” reconfiguradora de la identidad en la ciudadanía.
La primera imagen de “Dando vueltas” es desrealizadora:
no sólo asocia realidades tan alejadas como “ciudades” y “pie” sino
que además altera las relaciones lógicas entre los términos sintácticos al emplear
una preposición incongruente –“bajo”– como introductora del grupo sintáctico
nominal “un pie de granito”, en lugar de la que sería más previsible. (En
este caso –suponiendo el movimiento adscripto a un eje de rotación-, correspondería
“sobre”.) “Pie” es una referencia polisémica y ambigua. Según la escuela
freudiana constituye un símbolo fálico. J. Cirlot lo registra como “sombrío símbolo
funerario” [69] , aunque también
–en la acepción de pedestal o pilar– le corresponden “cabalísticamente, las cualidades
de firmeza y esplendor” en tanto “eje del mundo”: “Axis Mundi; centro del universo,
pilar áureo, árbol de hierro, pilar celeste que une el microcosmos con el macrocosmos”. [70]
El primer dístico constituye una unidad: el segundo
verso abre la posibilidad de interpretación del primero, así como del texto que
inaugura. Este segundo verso (“teñido de azul por nuestros pobres ojos//”)
constituye un adjetivo frase del grupo sintáctico nominal “un pie de granito”.
Introduce la idea de ilusión engañosa en el doble plano de imagen visual y representación
simbólica. Si para los pitagóricos la definición del tiempo como “esfera que lo
abraza todo”, es decir como esfera celeste, sugiere la idea de perfección, el tiempo-reloj
de la ciudad moderna desmiente la ilusión clásica, persistente en las concepciones
filosóficas contemporáneas, como la del existencialismo heideggeriano. [71] Así, el sintagma
“bajo un pie de granito” apareja la noción de sometimiento. Bajo la presión
aludida, por alegórica o desrealizadora que se juzgue la imagen, el movimiento mentado
sólo puede concebirse como un remedo de acción. A pesar de que el cansancio de los
ojos –y el pensamiento– derrotados, tiña de azul ilusorio la visión.
En los tres versos siguientes –un dístico y un verso-estrofa–
se actualiza la fugacidad del presente citadino. Se trata de un penoso presente
de acciones dependientes. Son textualizadas como alarmada protesta que el ritmo
repetitivo enfatiza.
No hay más tiempo que
de llenar la boca del horno
No hay más tiempo que
de hacinar en las trojes!
Y se refuerza con la secuencia de tres imperativos:
Apurad! Apurad! Apurad!
Resulta evidente que el efecto acelerador del ritmo
ciudadano transmuta la percepción de los tempos naturales. El adverbio “enseguida”,
reiterado en los versos del dístico siguiente, debe leerse como consigna que apremia
a la percepción urgente del mundo y, como consecuencia, desvirtúa cualquier otra
posibilidad, morosa, de mirada.
Los siguientes tres dísticos, enmarcados por el leit-motiv
(en su primera reaparición) y por la tercera y última reaparición de la frase “No
hay más tiempo …”, a la que podría considerarse también un estribillo, ilustran
el efecto desnaturalizador de la opresión utilitarista sobre la materia primordial
que los objetos retienen cautiva. El texto espía el encierro de la madera en la
“silla encerrada”, del metal en “el anillo”, del papel “en la carta”.
El yo lírico proyecta su rebeldía en la materia inerte a la que el soplo de la imagen
infunde latencia imaginaria, pulsiones oníricas, el soñar con la libertad de movimientos
–ese objeto de deseo inmanente a la obra-. Esta secuencia enumerativa minimalista
supone una inversión no sólo repentina sino también violenta de la escala global
de apertura. Del plano gigantista de “las ciudades” se pasa a la ínfima singularidad
de “una silla encerrada”, a la microfísica del “metal del [es uno
solo] anillo”, y al papel de “la [una sola] carta”. La nueva
colocación de mirada performativiza el deseo de libertad de movimiento el cual se
percibe como fuerza motriz de la escritura. Si el ritmo ciudadano inhibe la percepción
natural de lo que de la naturaleza persiste en la cultura, la palabra poética al
desautomatizar el discurso permutando por ejemplo las categorías de los referentes,
busca desregular esa percepción condicionada y empobrecida, hacer fallar los mecanismos
de control del imaginario dispuestos en/por las ciudades.
Este pasaje confirma el dictamen de André Breton respecto
a “que cuanto más alejadas sean entre sí las realidades puestas en relación por
la imagen” más eficaz será el efecto de extrañamiento. Es posible hace una hipótesis
interpretativa de “la casi imposible aleación de surrealismo y denuncia”, [72] que con acierto
se ha atribuido a su obra. El fragmento en el que me he detenido no sólo textualiza
el vertiginoso deseo, proyectivo, de libertad del yo enunciante, sino que también
puede leerse como relato: la rebelión hiperestésica de la materia inerte sería la
inversión simbólica de la cosificación anestesiante infligida sobre cuerpos y almas
en la ciudad. En principio, se trata de una eventualidad latente en todas las configuraciones
míticas, en las cuales el sacrificio es promotor de salvación. Estamos ante la propiedad
de bigeminación del símbolo. Pero la representación tiene su espesor semiótico:
se subleva la materia primordial ya que la sujeción es tan desnaturalizadora, tan
caótica, que opera justo al revés provocando el despertar del deseo, racionalmente
imposible, en la materia. De modo que, por ser el modelo disciplinador violentamente
inmovilizador, conviene la enumeración surrealista toda vez que ella facilita la
textualización de esa violencia inmóvil –oximorónica– a través del libre asociacionismo
de las representaciones. El empleo de este procedimiento sugiere, entonces, una
lectura compleja: la sujeción ciudadana de la naturaleza es metódicamente irracional
y, por extremo de irracionalidad, provoca lo racionalmente imprevisible: el despertar
deseante de la materia bruta. Creo que la “casi imposible aleación de
surrealismo y denuncia”, que antes cité, puede ser iluminada por la presente
interpretación.
El cierre de esta segunda vuelta o tiempo del
poema está dado por el dístico ya transcrito en el cual recrudece la angustiada
percepción del tiempo. Se observa la recurrencia de la expresión formularia de alarma
y advertencia, pero en este caso referida al tiempo de dar cuerda al reloj,
objeto-emblema de la modernidad. Toda máquina es subsidiaria del reloj y podría
considerarse a cada una de ellas como un reloj particularizado. Lewis Mumford [73] afirma que “se hubiera podido llegar a la modernidad
sin carbón, hierro ni vapor, pero no sin ayuda del reloj”. Es sugerente que
el primer poema de la sección específicamente urbana (“Cuadros parisinos”) de la
primera obra poética de la modernidad (Las Flores del Mal), se titule, justamente,
“El reloj”. [74] La comparación del polen –destinado por la naturaleza
a la dispersión– con la multiplicación indiferenciada del hombre, sugiere
la masificación y pérdida de individualidad. Quizá también la anomia social. En
este caso habría un irónico contraste subyacente entre la dinámica social, ciega,
y las leyes previsoras del determinismo natural. Sería una nueva inversión, o vuelta,
dada por la lógica. No es absurdo que el polen se disperse, lo que es absurdo es
que el hombre se multiplique [y disperse], como si fuera polen.
El poema culmina con los siete versos de la última estrofa,
iniciada con el leit-motiv al cual se le introduce una variante (se le da una
vuelta) al intercalar nexo y término comparante: “como un kaleidoscopio”.
La evocación del juguete, connotativo de goce o embeleso visual, reinserta el tema
de la ilusión óptica que ya estaba presente desde el comienzo del texto con la frase
“teñido de azul”. Sin embargo, aquí viene vinculado a la inducción
de una posibilidad taumatúrgica inmanente al movimiento, por más prefijado que sea
su ciclo. El gerundio repetido en el tercer verso –“y girando, girando”–
introduce una serie enumerativa predicada a recurrencia por el verbo nacer: “nace
… una espiga”; “de un canto,/ nace (…)”. Con reticencia y ambigüedad,
el poema logra una clausura abierta a la recepción lectora.
Si bien la surrealidad de las imágenes continúa oficiando
la denuncia de la desnaturalización que, a punto de partida del engranaje ciudadano,
puede adquirir dimensiones virtualmente cósmicas, esa misma técnica visionaria que
impone la estética –y la ética, vitalistas, del surrealismo– [75] produce significados
opuestos al código de énfasis apocalíptico que sería la otra opción configuradora
disponible en el archivo literario. [76] A la hora del cierre
del poema el logro consiste en no cerrar sino en abrir el campo de significaciones
posibles, tanto a través de las connotaciones propuestas por la selección léxica
como por la sintaxis de esquema binario, inductor de la idea de duplicación y por
eso mismo también de lucha, el cual opera a modo de “la doble luz” ambigua
aconsejada por Antonio Machado. [77] Pero también es
abierto el campo de significaciones, sobre todo, por el cambio radical de la silueta
estrófica que, a nivel de una semiosis viso-verbal del texto, parece indicar la
ejecución de una vuelta suelta del eje de las regularidades, de una vuelta
que vuela, para glosar el último, sugerente, vocablo de la composición.
Es hora de recordar que uno de los contextos del poema,
el título del poemario, resulta recuperado según esta lectura en su inquietante
y por eso, rica, ambigüedad. El gallo, que participa del simbolismo general del
animal alado: espiritualidad y poder de sublimación (ya que se identifica con el
alma frecuentemente en todos los folklores y, en la alquimia, representa las fuerzas
en actividad), es también nuncio del día, mensajero de la jornada, una suerte de
mediador arquetípico. Si bien el gallo epónimo del libro es silueta que gira sobre
el eje de hierro, su fantasma –el movimiento transformador– sobrevuela al cierre
de este poema. Así como para los alquimistas la posición del ave determinaría su
sentido, también para la voz textual las representaciones son modificadas por la
posición del ojo, como fue advertido desde el segundo verso. Es decir, son modificadas
por el punto de vista. De modo que este poema sobre las ciudades, en el contexto
de este libro sobre el gallo-guardián cautivo, también tematiza la necesidad de
producción de significados e incita a interpretar desde las técnicas polifocales
de la vanguardia. Estos últimos versos sugieren la posibilidad de leer no sólo con
los ojos abiertos sino también, me permito la metáfora, con las alas abiertas a
las tensiones del universo textual. Invitan a leer las representaciones de la ciudad
oclusa y sus circuitos inerciales en la página abierta de la ambigüedad poética:
aquello que escapa al orden previsto –cuyo paradigma es la escala numérica, la esfera
del reloj– es lo imprevisto, el accidente. La circularidad maquínica tiene un talón
de Aquiles: una mínima falla liberaría su energía inercial. Y junto a ésta, es de
imaginarse, se dispararía el acumulado monto de energía deseante reprimida. Estos
últimos versos del poema invitan a leer las posibilidades vibrantes del deseo, las
clarinadas de la imaginación en movimiento: hechos volar (echados a volar) los números,
rota la máquina/jaula del tiempo computado, las horas libres ya no serán vacuas,
ni se irán volando.
NOTAS
[1] Viejo reloj de cuco, Montevideo, 1936; Dos, Montevideo, 1936; El
gallo que gira, Montevideo, 1941 (poesía). El daimón de la casa López,
E.B.O., Montevideo, 1982 (cuentos).
[2] Alejandro Paternain señalaba en su poesía “la intensa
piedad por las criaturas débiles, la infancia, los solitarios, los desamparados”,
en el marco de “la transfiguración poética de su entorno cotidiano”. 36
años de literatura uruguaya, Alfa, Montevideo, 1967.
[3] Ya Carlos Martínez Moreno señaló que no ha sido necesario
nombrar a Montevideo para expresarla: Montevideo en la literatura y el arte,
27. Ed. Nuestra Tierra, Montevideo, 1968.
[4] “Si yo fuera la mano de dios/ levantaba en seguida
el sudario/ que ha cubierto las flores doradas/ el sudario de asfalto. (…) Nadie
sabe, ciudad que apuñalas/
que tus calles ya son cementerios!” “Sudario”, Viejo
reloj de cuco.
[5] “Callecita de mi barrio/ que no lleva a ningún lado/
Cerrada está por dos cercos/ de un cabo y del otro cabo.” “La calle cortada”,
Viejo reloj… “La modernización fue el más vertiginoso y complejo baile
de máscaras de la historia cultural del continente”. Beatriz González Stephan,
“Modernización y disciplinamiento. La formación del ciudadano: del espacio público
y privado”. Esplendores y miserias del s. XIX. Cultura y sociedad en América
Latina, 472. Monte Avila, Caracas, 1994.
[7] Sonia Mattalía: “Sueño y desilusión de la Modernidad:
Imágenes de la ciudad en el fin de siglo latinoamericano”. Beatriz González Stephan,
op.cit., 521.
[8] “Dando vueltas”, El gallo que gira. Impreso en
los talleres de “La industria gráfica uruguaya”.
[9] Carlos Martínez
Moreno, op.cit., 3.
[10] Gabriel Peluffo Linari, El paisaje a través del arte
en el Uruguay, Ed. Galería Latina, Montevideo, 103.
[11] S. Mattalía, op.cit. 520.
[12] La noria; el
mito de Sísifo (con su piedra); etcétera.
[13] Conviene recordar que el movimiento de la ciudad supuso
–según conjetura Walter Benjamin– “un espectáculo al que la vista hubo de adaptarse”
(Poesía y capitalismo. Iluminaciones 2, 145. Taurus, Alfaguara, Madrid, 1990).
[14] “Márquez: una sólida narradora”, Opinar, Montevideo,
29/7/82. Citado por Mercedes Rein (Diccionario de literatura uruguaya, T. II,
55. Arca-Credisol, Montevideo, 1987) y por Pablo Rocca (Historia de la literatura
uruguaya, T. I, 123. E.B.O., Montevideo, 1997).
[15] P. Valéry, Cahier B 1910, W.Benjamin, 146 (op.cit.).
[16] K. Marx, Das Kapital. La cita es de W. Benjamin,
147 (op.cit.).
[17] Gabriel Peluffo, Realismo social, Museo Blanes,
Montevideo: 21. [Catálogo exposición]
[18] Por los mismos años tenían difusión mundial Tiempos
modernos (1936) y El gran dictador (1940) de Charles Chaplin.
[19] “Alguien está llamando”, El gallo… op.cit.
[20] Una “novela”
según Jorge Schwartz. Notas personales del curso que dictara en la Maestría en
literatura latinoamericana, FHCE, Universidad de la República, Montevideo, 2001.
[21] “No un arte naturalista sino un arte férreamente
vinculado a la ciudad: comentando o cantando su vida, poniéndola de relieve, mostrándola
y hasta como guiándola”, J.Torres García, Universalismo constructivo,
“Lección 30”, Feb. 1935.
[22] “El daimón de la casa López” y “Carta para Sinda”.
[23] El País,
1/11/69.
[24] Jorge Ruffinelli, Poesía rebelde uruguaya, Biblioteca
de Marcha, Colección Puño y Letra/2, Montevideo, 1971.
[25] 36 años…,
op.cit.
[26] “La obra de Selva Márquez”, Revista Estudios Nº 103:
6-8.
[27] Mujeres. Las
mejores poetas uruguayas del siglo XX. MEC-Instituto del Libro, Montevideo,
1993.
[28] P. Rocca, Historia de la literatura uruguaya,
T. II. Op.cit..
[29] P. Rocca, op.cit., 47.
[30] P. Rocca, op.cit., 19.
[31] El gallo…,
op.cit..
[32] P.
Rocca, op.cit., 21.
[33] .H.
E. Pedemonte. Nueva poesía uruguaya. Ed. Cultura Hispánica, Madrid, 1958.
[34] Domingo L. Bordoli: Antología de la poesía uruguaya
contemporánea, Universidad de la República, Montevideo, 1966.
[35] 36 años…,
op.cit..
[36] Jorge Medina Vidal, Visión de la poesía uruguaya
en el s. XX. DIACO, Montevideo, 1967.
[37] E. Rodríguez Monegal, Literatura uruguaya del medio
siglo, Alfa, Montevideo, 1966.
[38] Á. Rama, La generación crítica (1939-1969). Arca,
Montevideo, 1972.
[39] Á. Rama. Op.cit, 130.
[40] Revista Estudios, op.cit..
[41] “Márquez: una sólida narradora”. Op.cit.
[42] “Márquez, Selva”, Diccionario de la literatura uruguaya,
T.II. Arca-Credisol, Montevideo, 1987.
[43] “Viejo reloj de cuco”, Diccionario de la literatura
uruguaya, T III, Arca, Montevideo, 1991.
[44] Mujeres. Las mejores poetas uruguayas… Op.cit.
[45] W. Benjamin cree que es posible ilustrar el esfuerzo
aperceptivo del ojo citadino con muestras de la pintura impresionista. Se apoya
en la descripción “del tumulto de las manchas de color” en el cuadro de Monet,
la Catedral de Chartres: cuyo efecto es “casi como un hormiguero de piedras”.
Op. cit., 145.
[46] ”Mis marionetas”, Viejo reloj de cuco.
[47] “Calles”, Viejo reloj de cuco, 51.
[48] “Dando vueltas”. Op.cit.
[49] C. Martínez Moreno emplea la expresión a propósito de
El pozo. Op.cit..
[50] Vigilar y castigar, Siglo Veintiuno de España, Madrid, 2000.
[51] Chantal Mouffe, El retorno de lo político. Comunidad,
ciudadanía, pluralismo, democracia radical, 119. Paidós, Barcelona, 1999.
[52] “La mujer que mató”, Dos. Op.cit.
[53] “Rito doméstico”, El gallo…Op.cit.
[54] Siguiendo los planteos de Ch. Mouffe podríamos subrayar
que el anatema se dirige contra la construcción ideológica de lo privado, estamentado,
hostil al espacio público traspolado imaginariamente a la “barbarie”: “ruge la
fiera afuera”. (La aliteración de la “f” refuerza el efecto de aproximación
entre el “afuera” subalterno y el “afuera” no civilizado, salvaje. Ambos, descalificados
por la hegemonía burguesa y su culto de lo privado.) Mouffe, 119-126 (op. cit.)
[55] Difícil tarea, ya que la lengua ciudadana también sufre
desgastes: “Las palabras que dicen, son palabras melladas/por el continuo roce
ciudadano”. “Fiesta”,.
[56] “En la cocina ahumada”, El gallo….
[57] Montevideo en … Op. cit..
[58] “Migraciones del latinoamericanismo”, Revista Iberoamericana,
Vol. LXVI, nº193, oct-nov.2000: 821-829.
[59] “Los mordiscos de las horas, devorando”. “Drama”,
El gallo…
[60] Kermode, Frank, El sentido de un final, Gedisa.
[61] En Viejo reloj…
[62] Es elocuente la analogía de imágenes: “Cuántos prisioneros
se yerguen aullando/ en el fondo de inmundas sentinas” (“Una luz desde el
fondo”, El gallo…); “Aullando en
la sentina de mi barco, los presos,/gritan pidiendo auxilio, previniendo un naufragio”(Inédito;
s/t).
56 Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Ed. Trotta, Madrid,
1994.
[64] “Yo no soy/ yo, ni canto yo, ni existo/ más que como
guarismo ya previsto/ en el coro, de números, el coro […]”, “Un canto de amor”,
Poesía rebelde uruguaya 1967-1971, 117 (op.cit).
[65] “Analogía e ironía”. Cap. IV, Los hijos del limo.
Del romanticismo a la vanguardia. Seix Barral, Barcelona, 1974.
[66] Versión inédita –bajo otro título– del cuento “Metamorfosis”,
publicado en El daimón…(Fuente: Aldo Cánepa, Prólogo. Op.cit.)
[67] “(…) Los que han venido a mi velada/ ciegos de sol,
de sal, tristes, de espaldas/ me muerden los nudillos/ y corren en zig-zag por mis
palabras.” El gallo…
[68] Memorias migrantes. Testimonios y ensayos sobre la diáspora
uruguaya. Beatriz Viterbo,
Rosario, 2003.
[69] Diccionario de símbolos, 362-364. Labor, Barcelona, 1978.
[70] “Las ciudades como los sueños, están construidas de
deseos y miedos”, Susana Antola y Cecilia Ponte, 57.
[71] Señala Nicola Abbagnano que el tiempo para Heidegger
(en su obra de 1927, El ser y el tiempo) consiste en la posibilidad de la
pluralidad de órdenes. (Diccionario de Filosofía, F.C.E., México, 1966.)
[72] Pablo Rocca, op.cit., 21
[73] Citado por José Pedro Díaz, Novela y sociedad,
243. Universidad Veracruzana, México, 1991.
[74] “(…) Cada instante te devora un bocado de la delicia/
a cada hombre destinada por toda la temporada// Tres mil seiscientas veces por hora,
el Segundo/ susurra: Acuérdate! –Rápido con su voz /De insecto (…)”. Ch. Baudelaire,
Oeuvres complètes, Ed. du Seuil, 1968. [Trad. mía.]
[75] Aldo Pellegrini.”La poesía surrealista”, Antología
de la poesía surrealista, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1961.
[76] Cfr.
Hugo Pedemonte. Op.cit..
[77] “Da doble luz a tu verso/ para leído de frente/ y
al sesgo”. (Canciones del Alto Duero), LXXI, 242. Poesías completas.
Austral, Argentina, 1949.
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