segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Stefania Mosca

MIGUEL MÁRQUEZ | Para Stefania Mosca

 


La representación del mundo excluye
 toda posible dialéctica. Es, al mismo tiempo,

 violentamente agresiva y desesperadamente

impotente. Sin embargo, en su perversidad

de juego cruel, astuto e insolente,

hay una sustancial e increíble inocencia.


PIER PAOLO PASOLINI

 

Estas reflexiones, estas impresiones, estas palabras que siguen, fueron elaboradas como presentación de la novela Mi Pequeño Mundo, en el contexto de la Feria Internacional del Libro de Venezuela 2008, cuando la Editorial El Perro y la Rana lanzara la reedición de esta novela.

Hoy las traigo acá, a esas palabras, a modo de homenaje, a la escritora, a la amiga.

Esta novela atrapa mi curiosidad con paradojas sucesivas, capaces de avivar el interés por lo que viene en el relato con esa rara cualidad que no solemos encontrar muchas veces en libros que se ven tocados por esa rara indiferencia con la que los abrimos y cerramos para olvidarlos muy pronto.

 Mi Pequeño Mundo es una narración experimental, expresionista, caricaturesca, donde la superposición de planos va de manos con la simultaneidad de voces, donde el ritual fragmentario de lo inacabado abre las grietas a una incompletud satírica, donde el cuerpo, el sexo, el desenfado, forman parte de esta obra que en no pocas ocasiones pareciera una obra de teatro, y ubican con precisión las deformaciones ¿fisiológicas, patológicas, caracterológicas? de una manera de entender el poder en esta parte del mundo, y para ser más exactos, en la Venezuela de la bancarrota financiera, con todo el entramado de quienes conforman la corte de este reino canallesco, bufo, inframundano, que encarna esta novela política, ubicada en la agónica Venezuela saudita, bipartidista, representativa y corrupta, mientras una visión heteróclita e indeterminada baña e impregna los movimientos y las ilusiones con una atmósfera perversa, en un ambiente onírico, plural y exacto al mismo tiempo; como si se tratara, ese ambiente, de una cualidad gelatinosa, fantástica, surreal.

Me parece que este bar de enanos que encontramos en Mi Pequeño Mundo, es un detonante feroz en el espacio de las representaciones. Quiero decir, lo grotesco erigido sobre lo “natural”, en el entendido que las figuraciones simbólicas están contaminadas por la falta de legitimidad para ofrecerse como auténticas imágenes de lo que ocurre o pasa. Aquí hay un hueco entre los personajes y aquello que les da verosimilitud en la realidad imaginaria. Pero no por ello pierden densidad existencial en el relato (como si, por ejemplo, no parecieran reales en el texto), sino que en esa torcedura, en esa masa de cuerpos contrahechos, donde la ilusión y la realidad se dan la mano, encuentran la tensión que les da carácter, mucho de cinismo sobre todo y presencia sustancial en el relato. (Francis Bacon viene con insistencia a la memoria.)

En Mi Pequeño Mundo algo fracturado se adueña de lo que acontece y no sabemos a qué se debe ese desprendimiento como ontológico entre quien habla y desde donde habla, entre lo que pasa y lo que vemos, entre los cuerpos y quienes los habitan. Este cosmos está ciertamente herido y transfigurado. Lo soporta un poder que llega al límite e implosiona, con unos seres prosnáticos que se creen y tal vez fueron dueños del mundo. Son poderosos pero enanos, son enanos pero tienen las llaves de la tierra desde el submundo.

Quisiera decirlo mejor. Esta es una novela que seguramente rompe, junto con Diario de la gentepájaro, de Wilfredo Machado, con otras que no he leído y otras que de seguro se están escribiendo en el país, con el cordón umbilical de ciertas certidumbres que le pertenecen al pasado como manifestaciones más o menos realistas de un universo que se legitimó con ciertas maneras de ver la vida y de usurparla, de representar las ensoñaciones de ciertos grupos sociales donde algunos protagonistas recrearon convicciones con tramas que pasaban por universales. Aquellos diálogos, aquella escenografía, y aquel pacto entre lo que ocurría en la ficción y los seres que le daban voz, estaban sustentados por intereses que los hacían pasar como reales presencias de unas relaciones que pertenecían al mundo imaginario con una intangible e incuestionada placenta, envolvente y argumentativa a fuerza de dar lugar a los hechos y capaz de dar fe de lo que acontece sin ni siquiera mostrarse. Pero aquí una sustancia da por terminada esa unión, corroe los pactos, deslegitima las componendas entre quienes forman parte del espacio ficcional, sean personajes o diálogos o descripciones. Desde las pailas daimónicas de la obra de Stefania, hasta las góticas copas de los árboles donde vive la gentepájaro, otro magma comienza a surgir, otro líquido amniótico que pareciera traer la nueva vida, social, política, cultural, espiritual; otro lienzo para darle cuerpo a lo que antes llamábamos fantasmas de la psique y que hoy sabemos son justamente lo contrario: signos reales de nuestra vida simbólica.

En Mi Pequeño Mundo una cofradía de enanos con poder (económico, social, militar, político, religioso) se ve observado por un artista plástico que vive encima de ese prostíbulo y abre un ojo mágico para registrar y desbocarse en el relato de lo que sus colores no alcanzan a representar. Es el fisgón atrapado por el discurso de la metamorfosis y el amor por lo imposible, que lo detiene, lo chupa, lo vampiriza y lo hace suyo.

Pronto llegamos a la evocación de La mano junto al muro, al caleidoscopio prostibulario de las indeterminaciones, a las preguntas alucinógenas por el sujeto de la narración y a la serpiente que se muerde la cola. Pero en este acercamiento explícito a la novela de Meneses me parece que no sólo es producto de una complicidad estilística o un guiño al lector, se trata, me parece, del vínculo que tiene esta novela con la literatura y las artes plásticas de la vanguardia. Por un lado, como huella de origen, por otro lado, como ejercicio mismo de ese acto, el acto artístico, el acto de mirar, el acto de fotografiar, el acto de pintar. No un eco de la vanguardia, sino una renovada praxis vanguardista de comienzos de este siglo.

Encontramos acá un universo herido en los enlaces que permiten la representatividad, la paradigmática presencia de un hombre o una mujer en el mapa de lo que se narra. No se trata entonces en saber quién es el que narra sino de la desfiguración textual, matérica, de la narración misma. Desaparece un orden y aparece otro donde Alicia no entra exactamente al país de las maravillas, sino al antro que le daba consentimiento, acaso razón de ser, a los paisajes, mobiliarios, modos de hablar, casa o refugio a una forma de hacer literatura o arte.

Esta ruptura la atraviesa a él, a ella o a los narradores, cómo saberlo, diría el “Guillo”, desde un relativismo sardónico y como nuevo para acercarse a los acontecimientos. Digo, pupilas como frescas, inéditas, a tono con lo que desaparece y lo que surge. Con una ironía de ojos puliditos quiero decir.

Entre otro de sus méritos, está la puesta en escena de esa nocturnidad pocas veces narrada y ebria en la que Caracas luce como un cabaret perfectamente logrado en estas páginas arriesgadas, sinceras, verídicas, valientes. 

En este mundo algo importante se deja atrás, exhausto, maltratado, deformado, escamoteado. Al parecer, nada podrá ser como era antes, los enanos han arrasado con ese cordón umbilical que hacía que un bongo se mantuviera sobre el río, o que alguien contara su historia, por más complicada o interesante que fuera.

Rotos los ligamentos de lo que anteriormente era o fungía como el sentido común que soportaba al mundo, los personajes han de preguntarse para qué están entre las páginas si aquel está perdido y no hay otro que les pertenezca por entero. Por eso, tal vez, la impotencia y el poder sean los protagonistas de esta historia.

La impotencia creo que tiene que ver con la del arte para dar con las figuras que le pertenecen hoy en día. Las esquivas formas que no se resuelven al antojo de las frases. Pero sí, especialmente, para darle profundidad a las interrogaciones al momento de pensar en un proyecto de arte. ¿Cuáles son las formas que sucederán a las que ya no gozan de sustento? ¿Cómo y a quién pintar hoy? ¿De qué hablamos cuando hablamos de fotografías? ¿Apenas queda un pequeño ojo mágico para ver la realidad? Todo esto es significativo, y sin embargo, me parece leer en esta novela una Venezuela a la que ya le decimos hasta luego, la que coloca el lugar del valor en la denuncia de esa luciferina ecuación donde prevalecían las relaciones de esas pequeñeces desalmadas, cuando todo quedaba al antojo de los esbirros y de quienes hacían de la economía la idealización de sus crímenes cotidianos. El poder como fuerza bruta, control, dominio, exclusión, abuso.

Debemos también referirnos a la escritura misma de este libro. Los intertítulos refuerzan ese afán lúdico que pasa por la cancelación de la apertura y el surgimiento vivaz de las alegorías. Rapidez, velocidad, cambio, vuelta, seguidilla. Apuntes. Tomas. Encuadres. Fotogramas. Escenas. Alguien parece dominar este juego sin que sepamos quién es o quiénes son los que escriben. Pasajes engañosos que nos envuelven con la seducción de sus interrogantes. Personajes con nombres que le corresponden sin duda alguna. Clasificación deslumbrante de enanos pituitarios. Tramas verbales que gozan de una vivacidad discursiva ganada por la transmutación, por la elasticidad con la que se mueve entre fogonazos. Tal vez sea esta característica vital la que le imprime a Mi Pequeño Mundo ese tono de franca independencia, donde un nocturno juego de luces va de la paleta del artista plástico a la iluminada noche del alcohol y los vértigos fluorescentes de las esquinas.

Esta prosa entrecortada, ágil, hiriente, contemporánea, urbana, nocturnal, auténtica, entra en el delirio de las mutaciones con una fuerza que yo no llamaría exactamente femenina, sino más bien dotada por la visión construida a fuerza de observar lo que le acontece, en un universo, valga subrayarlo, que casi siempre ha sido contado por los hombres.

Permítanme citar un párrafo que viene a cuento en esta manera de hablar sobre los puntos de vista y esa ansiedad que va quedando en el alma de quien lee cuando no encuentra asidero en las historias ni sitio donde hacer alma o espíritu. Ansiedad y huecos, complejos intransferibles, pospuestas feminidades, hombrunas muchedumbres donde nada pareciera apto para el verso o la rima o la aparición del espíritu. Hablamos desde luego, de la infertilidad del poder y de sus secuaces, de sus damas y choferes, de los capos y los mafiosos. Así dicen estas páginas:

“¿Cómo empezó todo esto? ¿Cuándo? ¿De dónde procedían estos hombres? ¿Hombres? Estos enanos que eran verdaderamente todo, innegablemente todo, secretamente todo. Sí, quién me lo puede negar, exclamó vivamente Eugenio, (el fisgón), ellos son el trasfondo del teatro donde reiteradamente nosotros, los hombres completos, normales, actuamos, nuestras consabidas carencias. Fratricidas, crueles, equivocados, siempre equivocados y siempre, digo siempre, es decir, todos los instantes del tiempo que consume nuestra existencia somos la ilusión de algo que pretendemos ser, de una quimera o de una aberración, qué importa, somos fatuos y seguramente innecesarios, en cambio ellos, abajo, en Mi Pequeño Mundo eran los grandes gestores, los titiriteros de nuestras escenas, de nuestros logros, de las efímeras conjunciones que aún nos sostienen como protagonistas de la historia, de la conciencia de ser vivo, la terrible conciencia de la muerte, la vana ilusión de nuestras convicciones y demás realizaciones retóricas para explicar este deseo de infinito, de eternidad que nos habita, ese aliento de Dios que perturba nuestra presencia en el mundo y nos diferencia de esa armónica jirafa que juro por todos los santos que yo quisiera ser, una jirafa, un delfín, una piedra, cualquier cosa con vida justificada, con piel, tradición e instinto y utilidad, ustedes entienden, para qué voy a seguir con lo mismo, con este lamento seguramente compartido, una jirafa y ni siquiera un león, una tortuga. Ustedes saben, esa manera de estar los animales en la naturaleza. La perfección.”

Que valga entonces la complicidad de quien cuenta con quien lee, que las prostitutas, en ocasiones remedos y remedios de la totalidad, marquen la noche con la huella sideral de sus lápices labiales, que el cuerpo sea la caja de resonancia de todas las preguntas, que la masturbación sea una respuesta, y la polifonía tonal, máscaras del amor imposible. Que nos preguntemos de nuevo para qué escribir y qué sentido tiene. Que ser una jirafa sea el sueño con cierta encarnación indubitable como un yesquero en la noche espectral.

Que la leamos.

Que de ella, en definitiva, de Stefania, de esta rebelde, contradictoria, vulnerable, intensa, astuta, inocente y preciosa criatura, nos quede el riesgo, el vértigo cuando se vive en contra de los plagios sacramentales de los lugares comunes; de esa Ley terrible que se cumple en quien se expone o compone en demasía, denuncia más allá de los límites que la Costumbre está dispuesta a soportar. De ella, decía, de Stefania, la pertinaz osadía que suele acompañar a quienes hacen de la alquimia una exigente e ingobernable creación constante, sensible, rara, inteligente; de donde surgen los lienzos, las escrituras, las partituras que nos acompañan tanto, y hacen de nuestra vida un microcosmos más voluptuoso para descifrar (e inventar) los signos y los días.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

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