ROSARIO PEYROU | Frontera móvil, de Alfredo Fressia: historias de dos ciudades
Desde entonces Alfredo Fressia es hombre de dos
ciudades. Vive en San Pablo, pero dos veces al año se instala en el café Sorocabana
desde donde observa transcurrir la vida de su ciudad natal, a la que ama y odia
sin nostalgias. Allá en San Pablo se convirtió también en escritor de dos idiomas.
Su libro en prosa Destino: Rua Aurora se conoció en 1986 en portugués. Ahora,
Fressia lo publica traducido al español, en una versión más extensa y con algunas
modificaciones, porque como él mismo dice “no se cambia de idioma impunemente”.
En su versión castellana “Rua Aurora” cambia también por el entorno: en contacto
con otros textos escritos originalmente en español pasa a integrar Frontera Móvil
(Editorial Arequita. Montevideo, 1997), un libro que desde el título refiere a esa
condición doble de Fressia: hombre de dos países, de dos lenguas, de identidad siempre
problemática. Si “Destino: Rua Aurora” está centrado en la experiencia paulista,
otros como “Montevideo, la Coquette”, “Solís o la flecha” y “Tres mesas del Sorocabana”
tienen sus referentes de este lado de la frontera, así como también uno puede imaginar
como irremediablemente montevideanos a los matemáticos de su “Homenaje a Pitágoras”.
Como pasaje entre uno y otro mundo, como frontera móvil, se ubica una sección que
discurre sobre ese no-lugar, ese pasaje sin identidad y sin memoria que son los
“Aeropuertos”.
Escrito en una prosa a medio camino entre la crónica,
la narración y la poesía, “Destino: Rua Aurora” está armado como una partitura musical,
alternando variaciones de tonalidades diversas, descripciones de lugares, breves
narraciones autónomas, fragmentos fuertemente subjetivos, reflexiones en torno a
su propia escritura.
Uno de los encantos del libro es su poder de persuasión,
su impresión de “verdad”, una sensación que no es ajena a la perspectiva encontrada
por el escritor. Todo el libro juega perversamente con lo autobiográfico, en tanto
la voz que habla en primera persona (y que se incluye como personaje de algunas
historias) se llama Alfredo y coincide con muchos rasgos del autor, quien se mira
escribir como en un sutil juego de espejos. Es un texto fascinante y envolvente
que funciona también como un arte poética, y que discurre a través de las calles
de una Sao Paulo nocturna y escondida. Es la Sao Paulo secreta y amada por ese Alfredo
que vive en un apartamento de la Rua Aurora y escribe porque es “soltero, suelto
en el mundo, montero”, porque es “levemente insomne”, porque es “un privilegiado
y un solitario” y porque es “profesor de Francés, cosa que tiene aroma de rosa seca,
de señorita de edad, algo de dama un poco loca que usa guantes blancos para cuidar
sus manos delicadamente arrugadas”. Y sobre todo, porque escribir es “llevar todo
esto a una cierta tensión de crueldad” que termine por poner en riesgo al escritor
mismo, y también, baudelairianamente, a su lector. Allí está tal vez el centro de
esa condición fronteriza y fuertemente provocativa de la escritura de Fressia. Porque
desde el inicio toma partido y lo hace en contra de sí mismo: “yo no escribo para
ser leído por quien me leerá, los informados, los bien-comidos, los que tienen tiempo
para leer a uruguayos emigrados -como yo soy informado, bien comido y con tiempo
para escribir. No, yo escribo para la mala conciencia de quien me leerá.” Desde
esa postura, la dominante de la escritura de Fressia será la ironía, la autoironía,
la crítica hecha desde un lugar marginal, el lugar de los que están -o se eligen,
como él mismo- fuera del juego.
Fressia tiene una sensibilidad afinada para ver
detrás de las cosas de todos los días, de descubrir -como sólo puede hacerlo la
poesía- afinidades y rechazos, secretas relaciones entre los lugares, los objetos
y los seres. Su ojo es filoso como una navaja en el bolsillo de uno de sus marginales.
De ahí que su fuerte sean esas frases breves, esas sentencias que definen y desnudan
las cosas para mostrarlas con una luz desconocida.
Dueño de una prosa satinada y precisa, Fressia tiene
un dominio técnico impecable. El episodio de la Ciganinha es un prodigio en el manejo
de las perspectivas y los tiempos. La ilusión de realidad que es capaz de crear
no se contradice sin embargo con la lúcida conciencia de que todo es escritura.
Porque Alfredo también ironiza sobre su propio trabajo. Su texto se teje y se destruye
a sí mismo, porque sabe que “decir no es hablar, decir no existe. Nadie dice nada.
Dios dijo”.
Contaminada irónicamente de alusiones bíblicas,
Destino: Rua Aurora es casi una nouvelle, con sus personajes: Ignoto, asesinado
por el muchacho sergipano que pasó con él la noche, el taxi boy de la avenida Ipiranga,
Olga del Córdoba travesti convertido en monje, José el intelectual de izquierda,
María de Ceará, la Ciganinha. Y esa irónica Trinidad que forman el estudiante Henrique
Montes, su Padre y el amante del muchacho, el profesor a quien el autor llama el
Espíritu Santo. Pero tal vez el verdadero personaje sea Sao Paulo, con sus avenidas,
sus plazas, sus iglesias y sus terreiros. Porque estas historias se nutren de lo
fortuito, de lo que pasa en la calle, y de esa manera construyen un mundo urbano
contradictorio y febril, laten con el ardor sudoroso de la ciudad.
En abierto contraste con el abigarrado mundo paulista,
la zona montevideana de Frontera móvil, juega con una visión sonámbula de
Montevideo sin hacer concesiones a los lugares comunes de la sentimentalidad. “Montevideo,
la Coquette” planea sobre la calidad irreal de la ciudad y tiene la sutileza de
la mejor poesía de Fressia: “Todos los montevideanos sabemos lo que es caminar por
General Flores de madrugada. Por eso nadie lo hace. Es un saber revelado y sin testimonio
porque si alguien lo testimoniase no tendría nada para contar”. Si en “Homenaje
a Pitágoras”, campea un humor irónico, y en “Tres mesas del Sorocabana” flota la
muerte como una “mosca azul”, “Solís o la flecha” -armada sobre la simbología del
Tarot y entretejida de alusiones a Zorrilla, Herrera o Rimbaud- es un alarde de
habilidad rítmica y musical.
Con sus voces diversas, sus tonos contrastados,
los textos de Frontera Móvil conforman una estructura sólida, y tienen su
denominador común en el rigor de un escritor dueño y señor de su instrumento. Es un libro que no debería pasar inadvertido.
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