LUIS BRAVO | Amanda Berenguer: creatura especular
El antecedente más cercano de este nuevo poema-narrativo
(no es sólo extenso, sino que, a su manera, narra un acontecimiento) es La Dama
de Elche (Premio Banco Exterior, España, Madrid, 1987). En aquel se percibía a un
“yo autobiográfico transfigurándose en la mujer de Elche. La poeta asume esa
figura y la transforma en Sibila que dice y escucha, emite y recepciona, recrea
y designa al universo, como algo entrañable y ajeno a la vez” (El texto vivo,
de L.B., Brecha, 20/11/1987). Algo similar ocurre en este nuevo poema donde
voz de la narradora lírica se va trasladando. Es la “madre” de la Esfinge al inicio,
y luego, la voz de la Esfinge-hija, quien habla. No es casual que ésta no nazca
al séptimo, sino al noveno día, de haber sido concebida. Así comienza: “(…) fui
violada/ impregnada/ por el Ave Tiempo/ el Ave Roc del 2º viaje de Simbad/ - me
parece/ y quedé presa/ irremediablemente embarazada/ de algo que no sabía”. Berenguer
recrea el mito de ese ser compuesto de partes humanas y animales, y lo describe
a su manera: “la Esfinge nació con cabeza y pecho de mujer y una cara andrógina/
egipcia/ de Sol del Levante o de Maddona / de acuerdo a las circunstancias/ cuerpo
de león/ - recuerdo sus patas y sus flancos color fuego suave / con aquellas alas
semiplegadas al uso de escultura arcaica/ y aquella cola sinuosa de serpiente”.
Pero no se queda sólo en la atractiva monstruosidad del personaje. La trama implica
más y parece seguir al propio Carl Jung, que vio en la misma, a un símbolo de “la
madre terrible”. En este caso es la “madre involuntaria”, pues ha sido violada.
Ella es quien pregunta “¿qué es esto que llevo dentro?” pregunta que, en
un juego de espejos, bien cabría adjudicar a la poeta, a quien ronda esa frase nocturna
que no la deja dormir. No en vano el epígrafe del poema tiene que ver con el espejo,
dice: “entonces levantó una garra afelpada/ un espejo”. ¿Espejo de la maternidad?
¿espejo del enigma de lo que habrá de escribirse? Cuando la niña-Esfinge hable,
recién llegada al mundo, se producirá una inversión. La nunca del todo descifrable
palabra de la Esfinge del antiguo mito, será aquí, la que no comprenda, la que interrogue
sobre lo más elemental: “¿de qué demonios hablan? ¿dónde estoy? ¿adónde vamos?
¿qué me pongo? ¿quiénes son? ¿a qué hora comemos? ¿quién hace las camas?”. No
en vano Berenguer incorpora en el poema a su madre, a su abuela, a las Parcas, a
una serie de personajes femeninos que hacen al acto de dar vida, y también al de
matar para alimentar (según el episodio de la abuela y la gallina). Digásmolo así:
el poema re-sitúa a la mujer en el lugar de la creación, y el único dios masculino
que la secunda es el Tiempo. Hay, para decirlo de otra manera, en La Estranguladora,
un anti-génesis, o una vuelta a los mitos babilónicos más antiguos, acaso, el de
Tiamat. Regresemos ahora al final.
La Esfinge de Berenguer, hija bastarda del Tiempo
(Ave) y de una madre que apenas comprende a su propia criatura, es la que “conoce
el magisterio del lenguaje/ fue educada/ por Cantoras divinas/ las Musas/ hijas
del Firmamento Brillante y de la Memoria/ que le enseñaron la palabra: su música/
su poder/ y su vuelo”. Es que esta Esfinge es, entre otras posibles interpretaciones,
sustancialmente la encarnación de la Poesía misma, sobre la que Amanda Berenguer
nos lega un magistral testimonio para meditar largamente. Un espejo, violento como
una garra, que desgarra la conciencia creadora, con la suave (afelpada) música del
misterio.
Escuchar a la Esfinge, desde la voz de la poeta,
en el cassette que acompaña el libro, es un viaje, una experiencia. Escucharla hablar
desde este “río ancho como mar”, es incluso más accesible que viajar a Delfos.
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Fortaleza CE Brasil 2021
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