JACQUELINE GOLDBERG | Sonia Chocrón a disposición del libro de la vida
La gaveta
obra milagros y también pesares. La gaveta es ese espacio de consagración o repudio
que transmuta las palabras. Siete años estuvo enclaustrado el libro La buena
hora de Sonia Chocrón, en estos días publicado por el impredecible Ave Fénix
de nuestras editoriales, Monte Avila Editores Latinoamericana.
Y bien podemos
decir que esa jamás bien ponderada gaveta supo hacer lo suyo sin ajar en lo más
mínimo el aroma de este libro que obtuvo una mención en el Premio Fundarte de 1995
y otra en la Bienal José Rafael Pocaterra de 1996.
Pequeña
joya de encandilamientos y soledades, La buena hora es el segundo trabajo poético
de Sonia Chocrón, aunque por esas terquedades del latir editorial criollo aparece
después de Púrpura (La Liebre Libre, 1998) que lo sucede. Antes, en 1991 y también
en Monte Avila, apareció Toledana.
Este nuevo
y brevísimo poemario refracta una escritura concisa que surca temas muy aprensibles:
la casa, la muerte, la maternidad y las llagas que van dejando los días en una mujer
de extrema sensibilidad.
JG | “De todos modos iré
sola / cuando llegue la buena hora de aniquilar / la atadura que aprisiona mi cuerpo”.
SC | Mi esperanza
es que la muerte llegue de una forma feliz y en una buena hora.
JG | ¿Es una concepción religiosa…?
SC | Tiene que
ver con algunas frases que recuerdo decía mi papá: que había que tener suerte hasta
para morir. Y yo, joven, o por lo menos emocionalmente muy joven, tuve por primera
vez contacto con la muerte cuando mi padre murió. Lo vi morir en la casa, en tan
sólo cinco minutos. A partir de ese momento la idea de la muerte no me abandona.
JG | El padre es la única
presencia masculina absoluta en el libro: “Sólo falta de él / el sentimiento excomulgado
a los sentidos / que se aferra a lo intangible del vacío / Mullido blando nos lo
hemos repartido / entre nosotras las mujeres que velamos / en las cenas santas su
memoria y sus residuos / hace ya un tiempo / que es mucho”.
SC | Mi casa
se vio obligada a ser un matriarcado. La figura masculina era la de mi papá y desapareció.
También desaparecieron los abuelos, los tíos. Todos los hombres con los que alguna
vez vivimos se fueron.
JG | Es este un libro de
mujeres devastadas: “Soy de una casta de mujeres solas / que lloran hombres en los
recodos / del claustro / y devanan en su desvelo sueños / fríos de antiguos irreparables
dueños”.
SC | Es un libro
de mujeres solas no por voluntad propia. En mi familia no hay mujeres abandonadas,
sino detenidas por la partida prematura del hombre.
JG | “Esas mujeres de la casa
/ comparten lecho con los espejos de hermanos, hijos, maridos yertos”.
SC | En la religión
judía cuando muere alguien de la familia, durante los primeros ocho días deben cubrirse
los espejos, para evadir verse la tristeza, el duelo encima, para que el muerto
no se contemple a sí mismo descubierto de carne humana.
JG | “Dame forma, Señor /
enciende las pupilas que duermen en mi cuerpo / perfúmame los labios plenos con
tu aliento / moldea estos contornos con música y ungüentos / Inventa una mujer de
arcilla inmaculada / y hazme de tu médula”.
SC | Ese poema
se llama “Oración”. Mucho tiempo después de escrito el libro me di cuenta de que
el mismo está vertebrado por un conjunto de plegarias. En el momento en que muere
mi papá tuve mucha rabia con Dios. Sentía que había sido muy injusto. Tuve mucho
rencor con toda la fe que había aprendido en la infancia. Pasé un par de años renegando,
hasta que un día decidí regresar y lo hice casi por salud. Entendí que vivía mejor
con la fe que sin ella. La ausencia de Dios se convirtió en llamado.
JG | Hay en La buena hora
un judaísmo que abandona la exterioridad histórica presente en Toledana. Aquí se
sumerge en los ritos y en una visión muy íntima, casi sensual, de lo sagrado: “Danzo
desnuda entre las columnas del santuario / a la vista de Dios / y luego me sumerjo
en la ablución / mi cuerpo se pliega como un niño en el vientre / de agua de la
madre esclarecida / y nazco de nuevo al mundo en la gracia / del Todopoderoso”.
SC | No puedo
decir que fui criada estrictamente dentro de la religión judía. En efecto, estudié
en un colegio hebreo y aprendí todo acerca de los rituales milenarios de la fe de
mi padre. Mi mamá es hija de un judío con una conversa, pero a la vez mi abuela
materna es hija de un judío con una cristiana. Eso se remonta al siglo antepasado,
cuando llegó a Venezuela, del Marruecos francés, el primer pariente materno. Por
parte de mi padre soy primera generación en el país, él vino del Marruecos español
en 1940. Mi cultura es, pues, un híbrido judeocristiano. Y sé que mi casa puede
ser a veces muy confusa: en ella han convivido las mesusot en la puerta, el ayuno
de la expiación y la pascua, con la Virgen, José Gregorio Hernández (el médico de
mi bisabuela, por cierto) y San Judas Tadeo, por ejemplo. Pero la religión judía
marca lo ritual, la norma que regula todo en la vida, desde algo tan cotidiano como
el amor hasta la mística de una oración, de un rezo, del reposo. Y eso es imposible
de obviar. Es mi condición asumida.
JG | La casa es un personaje
siempre presente: “Un cuerpo es una casa es una isla desierta / de la tierra que
todo lo junta prontamente / con el afán de la hechura del polvo”.
SC | Nunca había
pensado en eso. Pero ahora puedo concatenar hechos y pensar que el siguiente paso
en mi vida después de este libro fue desear un hijo. Y para llegar a desear un hijo
lo primero que tenía que hacer era poner orden y tejer nido. Reconciliarme.
JG | Pero hay también una
casa derruida: “Es una casa deshabitada mi casa / donde siempre hubo gente”.
SC | Presencié
muchas muertes sucesivas en mi casa. Hubo un momento en que sentí que mi casa era
como los muros de Jericó, que en algún momento no quedaría nadie, solamente escombros.
JG | “Estás allí, Sonia /
con la vacua sensación de disiparte / como una piadosa deambulando por los corredores”.
SC | Dudé mucho
sobre dejar ese poema en tan contundente segunda persona… pero fue escrito para
mí, como ningún otro. En él hubo una especie de desdoblaje, donde me veía desde
afuera y desde allí interpretaba lo que me estaba pasando… y era miedo. Opté por
dejarme —o dejar a la otra, no sé, allí.
JG | Un recurso del cine,
que tanto ama y trabaja.
SC | Sí, para
poder escribir sobre ese miedo, para identificarlo y hacerlo tangible, tenía que
desprenderme de mí. Normalmente yo pienso en imágenes antes que en palabras. Debe
ser una deformación de mi profesión de guionista de cine y televisión. En el cine
siempre se parte de un pensamiento hecho imagen, luego vienen las palabras. Con
la poesía me ocurre lo mismo. Lo primero que vienen a mí son imágenes.
JG | En sus otros dos libros
hay una musicalidad proveniente de la métrica clásica. Aquí apenas se nota: “Hay
que hacer orden en la casa / lavar la loza vestir la cama / hay que hacer orden
en la casa / plantar las flores de calabaza”.
SC | Ese poema,
que se llama “Orden”, lo escribí cuando terminaba La buena hora y empezaba Púrpura,
por eso está en los dos libros. Púrpura es el resultado de un año de estudio de
las leyes de la métrica. Quería hacer musicalidad con rigor. Cuando me siento a
escribir necesito que en mi cabeza resuene un ritmo. No lo puedo evitar, aunque
mis rimas no sean siempre académicamente correctas. Tiene que ver con la composición
de las oraciones y las propias palabras, necesito que haya una armonía musical,
algún tipo de cadencia. Cuando esto no ocurre, los poemas no me gustan, los míos
y los ajenos.
JG | Pese a los vaivenes
de la tristeza en este libro, el último poema se llama “Fiesta”. ¿Un final feliz,
cinematográfico acaso?
SC | Trato de
que haya voluntad en el último poema de mis libros. Creo que tal vez en el último
poema de cada libro la esperanza ha sido más terca que yo. En este, queda abierta
la posibilidad de que el final de la vida pueda ser como una fiesta, una buena hora:
“Para hacerme mujer nueva he aprendido a amar sin lacerarme / la mustia castidad
de mis temores / a orar con las nubes en el pecho lleno de calma / encendida en
fervores / y a esperar que el libro de la vida me disponga / un final como una fiesta”.
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