segunda-feira, 15 de fevereiro de 2021

JAVIER PAYERAS | Poesía modernista (escala Guatemala)

 


Aunque moderna ha sido cualquier cultura, en cualquier período de la historia, la Europa del siglo XX patentó el adjetivo para sí, asumiéndose como el centro del conocimiento y el arte. De esa forma que el ser “Moderno” significara desde entonces pensar como europeo.

El modernismo hispanoamericano ha seguido hasta el agotamiento esta escuela y tiene un itinerario exacto de profetas y mesías que han dejado sus trágicos destinos anudados a una obra caprichosa, abusiva en el uso del diccionario y a la militancia ultra terrena al renglón del “arte por el arte”. No se puede pensar en la literatura modernista hispanoamericana sin obviar a los autores que robaron el fuego de Prometeo a la vieja Europa, para venir a encenderlo en los pequeños círculos de intelectuales criollos que entonces se debatían entre los problemas limítrofes de las colonias empobrecidas por su afán de ser independientes sin dejar el paisajismo sensiblero y costumbrista de colonia española.

En el caso de Guatemala comienza en el año 1877 con la visita del escritor cubano José Martí. El joven poeta viene de México y de inmediato enciende el switch de los intelectuales emergentes en el país. Publica periódicamente, viaja al campo y reflexiona sobre asuntos políticos que habrán de convertirse en el punto medular de su obra. Sus ideas bastante críticas acerca de España y la jerarquía cultural que ésta aún ejerce sobre sus recientemente independizadas comarcas, empuja a varios de sus admiradores a buscar nuevos referentes literarios en Francia, Alemania y los Estados Unidos.

Uno de los poetas cercanos a Martí es Domingo Estrada (1855). Estrada abre las puertas a la influencia de la literatura simbolista y romántica en la poesía guatemalteca. Su trabajo como diplomático en países europeos le permite tener un acceso privilegiado a la literatura del viejo continente. Se dedica como pocos al ejercicio de la traducción de escritores como Victor Hugo, Musset y al recientemente descubierto Edgar Allan Poe, del que traduce, The bells, en una versión sincronizada y maravillosa. Por lo demás, la obra poética de Domingo Estrada es una búsqueda bastante honesta de la imitación. Una imitación mesurada y expuesta al respeto por los orígenes de su propia obra:

 

Ola soy, que rodando tristemente,

pasa…y se pierde en el oscuro mar;

tú la onda en cuya linfa transparente

flores y estrellas a mirarse van.

 

El ave soy, que gime lastimera,

por flecha cruel herido el corazón;

y tú el ave que canta en primavera,

con quedas notas, su secreto amor.

 

Soy nube, de relámpagos cargada,

que enluta del espacio el manto azul;

tú celaje de rosa en la alborada,

que borda el sol con su radiante luz.

 

Soy seca flor, que marchitó el Estío

y arrastra, no sé a dónde, el huracán;

y el lirio tú, bañado de rocío,

que embriaga con su aliento virginal.

 

Hay en tu cielo claridad de aurora,

y a esconderse va mi triste sol;

el amor todavía tu alma ignora…

¡Y amar olvidó ya mi corazón!

 

(Tu y Yo. Poesías —Edición póstuma— 1902)

 


José Martí abandona Guatemala en 1878 luego de una serie de disentimientos con el gobierno liberal de Justo Rufino Barrios y los cambios realizados por éste en la Escuela Normal, donde impartía los cursos de literatura y filosofía. Su presencia deja un importante ensayo: Guatemala. Texto germinal para el inicio del “Modernismo” en el continente.

Pasarían veinte años para que una generación tomara el relevo que la escuela martíana dejó en el país. Para entonces llegamos a la década del 90, de la cual se rescatan dos nombres importantes: María Cruz (1876) y Máximo Soto Hall (1871).

María Cruz, su conocimiento de los idiomas y su educación europea se deben a la vida itinerante que lleva junto a su padre, el diplomático y poeta Fernando Cruz. Apoyada por Domingo Estrada, amigo muy cercano de la familia, se da a la tarea de traducir poemas de Baudelaire y Mallarmé. La Obra de Cruz es un extraño acercamiento al paisaje introspectivo y la invención del verso como registro táctil de su propio dolor y soledad. Su poema más citado es La crucifixión, la semblanza de una transfiguración entre el cuerpo de Cristo y el de una mujer que, clavada en el mismo madero, agoniza día con día en el “Gólgota” del tedio:

 

En la cumbre de un Gólgota bravío

bajo un cielo cargado de tormenta

que oculta el horizonte hosco y sombrío;

sobre la frente lívida y sangrienta

la corona de espinas del recuerdo;

afrentada la sed que le atormenta

 

con la hiel repugnante de lo cuerdo,

y por lanza del dolor herida

mortal abierta en el costado izquierdo;

sufriendo de la nausea de la vida

y el terror de la muerte, a cada lado

el desaliento y la ilusión fallida;

 

hasta del mismo Dios abandonado

y hasta sin fe para esperar remedio,

agoniza mi espíritu enclavado

sobre la cruz del tedio.

 

(“Crucifixión”. María Cruz a través de su poesía. Edición anotada 1961)

 

Aunque su obra no es abundante en páginas, contiene un esteticismo poco recurrente en la poesía centroamericana. Palabras que elaboran imágenes de objetos enlazados con las sombras y los reflejos de una iconografía femenina: perfume, guantes, espejos, pañuelos...

 

Solitaria vagabunda, sempiterna peregrina,

alma errante de la noche del recuerdo y de la ruina,

del ensueño deleznable tejedora contumaz,

bebedora del infinito, maga lívida y silente

que empapando las zozobras en albor delicuescente

en el pecho sublevado y oprimido viertes paz.

 

Si tu fluida luz de plata insinuándose despierta

los reflejos adormidos en el alma oscura y yerta

y un aciago sentimiento a tu insidia acude fiel,

los suspiros lenes flotan aliviando el infortunio,

le disuelven los sollozos al fulgor del plenilunio,

y las lágrimas rebeldes corren mansas y sin hiel

 

Corazones asfixiados de nostalgia y de tristeza

se dilatan contemplando tu enigmática belleza,

fascinados por tu intenso magnetismo ¡Selene!

Broche de ópalo viviente que entrecierras los arcanos,

los misterios porque pugnan impotentes los humanos,

y en sudarios luminosos amortajas lo que fue.

 

Cuán fatídica rielas en incógnitos profundos

titilantes luceros. De luceros… otros mundos.

¿Será siempre indescifrable el secreto sideral?

¿Quiénes somos y quién eres, y a qué vínculos nos ligas?

Para qué ávida el espíritu abstraer así consigas

¿qué recóndita influencia tienes tú sobre el mortal? (…)

 

(“Selénica”, fragmento. María Cruz a través de su poesía. Edición anotada 1961)

 


La poesía de María Cruz fue recogida tiempo después de su muerte, acaecida en París en 1915. Su obra incluye un libro epistolar llamado Cartas desde la India, registro literario del viaje que hiciera junto a su padre al exótico Medio Oriente, delirio recurrente en los paisajes modernistas.

Máximo Soto Hall, en cambio, deja una obra poética menos sofisticada e inclina su trabajo hacia el ensayo y la novela. Soto Hall abre camino al planteamiento crítico del expansionismo estadounidense en Latinoamérica, alcanzando cierto renombre internacional como escritor y asesor político. Tal posición valió para influir en el dictador Manuel Estrada Cabrera, haciendo que su gobierno se convirtiera en anfitrión de intelectuales punta de la entonces emergente literatura modernista. El precio por tales mecenazgos del habitualmente malhumorado presidente, serían las controversiales ofrendas líricas al gobernante que salvaron de la ruina económica a eminentes literatos como el peruano José Santos Chocano y al nicaragüense Rubén Darío.

Durante el año que abre la década del noventa inicia lo que el periodista David Vela nombraría como La Era Darío. Rubén Darío en 1895 se traslada desde El Salvador por una invitación que le hiciera el presidente Lisandro Barillas, quien le brinda apoyo para abrir El correo de la tarde, un periódico oficial hecho a la medida del poeta y del gobernante. Darío encuentra en Guatemala un cenáculo de escritores jóvenes con ambiciones de transformar una muy empolvada tradición literaria, ligada fuertemente al Siglo XVIII español, en una estética más “cosmopolita” afiliada a la literatura francesa de mediados del XIX. Así involucra entre su equipo a redactores muy cercanos a sus propios parámetros, como es el caso de José Tible y Enrique Gómez Carrillo. El diario, que no duró más de un año por carecer de los medios económicos para seguir adelante, fue una experiencia que inyectaría sangre nueva en la provinciana rutina cultural de la época. Es durante esos años que se imprime en Guatemala una segunda edición revisada de Azul…, publicado por primera vez en Chile en 1888, catecismo y faro de la epidemia modernólatra en Hispanoamérica.

A finales del decenio, la ciudad de Guatemala se había convertido en una postal parisina. El presidente José María Reina Barrios decidió darle un toque francés, haciendo una suerte de escenografía urbanística llena de simulaciones y redondeles que afligían a la vieja estructura rectilínea y centralizada en una catedral y un palacio de gobierno. Reina Barrios fue asesinado en 1898 y con ello inicia el período gubernamental (que duró 22 años) del ya mencionado Manuel Estrada Cabrera. Estrada, grotesco mecenas del modernismo guatemalense. El Siglo XX arranca con un período de extraño florecimiento en las artes debido a la presencia de otros artistas e intelectuales en Guatemala —cosa que en nada parecía reflejar la situación de despotismo e ignorancia en la que se encontraba sumergido el país durante la dictadura—, José Santos Chocano, Porfirio Barba Jacob, Jaime Sabartés y Rubén Darío se vinculan con los artistas locales e impulsan la avanzada de noveles creadores interesados en abrirse paso en esta renovación del lenguaje. El escritor más prolífico de la literatura guatemalteca, Rafael Arévalo Martínez (1884), se encuentra entre ellos.

Rafael Arévalo Martínez publica entre el año 1911 y 1914 dos libros de poemas cargados de la atmósfera romántica “decadente” —como se determinan ellos mismos—: Maya (1911) y Los Atormentados (1914). Es de este último, del que extraigo el siguiente poema

 

Mi musa obscura

de ojos velados ya videntes;

mi musa de fracaso y de belleza,

se ha aferrado á los versos decadentes

por lo bien que disfrazan su locura

y por lo bien que expresan su tristeza.

 

¿ y las prosas ? No; las prosas

no se toman como unas mariposas

sólo los hombres siembran con el llano

pero hasta un niño enfermo corta rosas.

 

¡Los versos de una triste poesía!

Dejad la prosa para el hombre sano,

capaz de las vastas concepciones.

Nosotros, decadentes,

llevamos inclinadas nuestras frentes

para escuchar a nuestros corazones.

 

¿Qué fuera de nosotros, los dementes

Que arrojamos semillas en el yermo,

clavados en los potros

del nerviosismo de este siglo enfermo

sin nuestras pobres quejas decadentes?

 

¿Qué fuera de nosotros?

Linfa que sangre fue, miembros cerceños

este decadentismo es la retorta

en que una falsa alquimia arroja nombres

de similar, en barajar sueños.

¿Qué es femenil la queja? Y bien ¿Qué importa

si ya no somos hombres?

 

 (Decadentismo. Los atormentados, 1914)

 


En 1916 muere Rubén Darío en Nicaragua, y con él acaba la Era Darío. Los grupos literarios se han diversificado, han surgido revistas como Juan Chapín, dirigida por Arévalo Martínez, donde colaboran nuevos narradores y ensayistas, y así comienza una nueva etapa para los militantes del modernismo: el planteamiento discursivo antiimperialista, lo que germinaría décadas después al criollismo y a todos los modelos de literatura coloquial, política e indigenista. Un grupo asentado en la Ciudad de Quetzaltenango toma la estafeta con poetas y ensayistas que transformarán la iconografía exótica del movimiento en un cóctel de pompa, esoterismo y politización de la visión dariana. Entre sus poetas más importantes encontramos a Osmundo Arriola (1891), Alberto Velásquez (1891) y Carlos Wyld Ospina (1891). Es importante resaltar a Velázquez y a Wyld Ospina por tratarse de escritores que han sido poco atendidos por la crítica y que dejaron una obra singular, antecedentes directos de la generación de 1920, entre los que se encuentra Miguel Ángel Asturias.

 

Eres cisterna de silencio arcano,

linfa sombras se decanta,

vaho que de recóndita garganta

sahuma un globo de cristal gitano.

Tiendo ante ti el enigma de mi mano

para que leas la expresión concisa

de un alma errante que lleva prisa

cuando te halló en las eses del camino

equilibrada en tu temblor divino,

triste de ciencia antigua la sonrisa.

 

(“Elogio de una mujer determinada”. Alberto Velásquez. Canto a la flor de pascua y siete poemas nemororsos, 1916)

 

Puedo imaginar una línea que se traza desde 1877 hasta el año 1916, en la que se conectan dos siglos por medio de la literatura. Una línea que parte de un momento político e histórico indeterminado, en un país extraño y dado a los desvaríos espiritualistas de sus gobernantes. O puedo, incluso, extenderme hasta la actualidad y encontrar muchos de los referentes que identifican a los modernos de entonces con los modernos de ahora: el sentimiento de verse asfixiados por una época y por un país muy lejano a la deslumbrante y eifélica belleza del ensueño. El pensamiento moderno entre los intelectuales guatemaltecos no ha variado, aunque ha cambiado sus matices. Digamos que se ha continuado a través de la masticada búsqueda del cosmopolitismo y de una tergiversada idea de lo “universal”. Aunque mucha de la literatura reciente lo niegue, es una continuación directa ya sin variantes de ese modernismo a escala, a través de una línea de continuación que sigue situando la idea del “arte por el arte” en una suerte de belle epoque, esperando que esta pequeña provincia se encienda con el fuego inextinguible de la civilización occidental, siempre recién llegada, siempre canonizada y conservada en la fotografía sepia del “experimentalismo” o del “testimonio”. Ese anhelo comprensible de querer respirar los aires de lo moderno, entre la naftalina de los viejos armarios.


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 165 | fevereiro de 2021

Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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