La poesía es, de hecho, un saber menor, y de
ahí su poderosa dosis subversiva, su revolucionaria naturaleza y su delicada misión
de señalar los cambios y progresos de la historia mediante cambios y evoluciones
del lenguaje. Un libro es el reflejo, minúsculo o inmenso, de toda la evolución
de la escritura. Un poema es toda la poesía, con la singular complejidad de que
es, al mismo tiempo, una pieza única e irrepetible. Hay en el poeta la virtud de
ser voz singular de toda la humanidad; es decir, voz de las voces, sentimiento de
los sentimientos y pensamiento de los pensamientos.
Para consolación de la cultura, de la lengua
y de la historia, el poema permanece como ineluctable e ineludible evidencia del
espíritu creador del ser humano y de su innegociable vocación constructiva. Así
es como viene a cuento Catarsis de tinta (Editora Corripio, Santo Domingo,
2003), de la autoría de Ginny Taulé Paiewonsky, quien entra al desafiante y filoso
ruedo de las letras criollas, con el natural donaire que dan, bajo el entusiasmo
de un primer libro publicado, la ingenuidad propia del arte de poetizar y la pericia
obtenida en las vastas lides de alguien que, como mujer pensante, ha tenido que
vencer acendrados prejuicios de género y petrificados prejuicios de ideas.
La poeta convida a su cómplice lector, de entrada,
a una “catarsis de tinta lanzada al viento”. Recuérdese que la catarsis y lo catártico
provienen del griego katharós, que de acuerdo con Joan Corominas significa
“limpio”, mientras que en términos retóricos o de poética, Aristóteles señalaba
como catártico el acto de “purificación” que una representación dramática produce
en el público o espectador. En adición, la catarsis (katharsis) remite al
método psicoterapéutico basado en la descarga emotiva, relacionada con la manifestación
del recuerdo de actos reprimidos en la psiquis del sujeto, que causan, a su vez,
traumas y fisuras emocionales.
En Catarsis de tinta nos encontramos,
pues, con una escritura transgresora de paradigmas y esquemas, tanto en el pensamiento
y el sentimiento, como en la vida misma, sin necesidad de un débil reclamo de genérica
o sexista especificidad discursiva, difundida y vulgarizada, las más de las veces,
como presunta necesidad y objetualidad de un lenguaje y una literatura “femeninos”
o “para mujeres”. Antes al contrario, nuestra poeta remonta esos escombros pseudoteóricos
y eleva su decir, brotado de su concreta realidad de mujer, imprimiendo al lenguaje
poético una transparencia y precisión propias de la creación sin concesiones ideológicas,
de la creación centrada en el poder de la imaginación y el dominio de los recursos
técnicos y estéticos del idioma. El poema “Mea culpa” es particularmente revelador
del anterior aserto: “…pretendo olvidar qué es la rutina/ jugar dominó con los
esquemas/ comerme los dogmas con jalea/ y hacer de su juicio mi comedia” (pág.38).
Dominio demuestra también la autora en su trazo
dibujístico. Ginny ilustra su libro de poemas con casi una veintena de dibujos abstractos
a lápiz, en cuyas curvas y contrastes, que asemejan infinitas madejas orgánicas,
se percibe la sensibilidad plástica, en combinación con la poética, de una mujer
que por años sólo dejó entrever su sólida formación intelectual y su vocación por
la investigación social en favor de la participación activa de la mujer en la sociedad
y por la enseñanza de disciplinas inherentes a la explicación, siempre enigmática
para mí, de la conducta humana.
En tiempos tan difíciles, como estos, en los que se ve cada vez más amenazada la supervivencia humana por la destructividad sin límites y la corrupción de la autoridad y el poder. En estos tiempos en los que, como cantó Ives Bonnefoy, “Tiemblan los grandes perros de las frondas” a consecuencia de la aplastante y omnímoda presencia de la muerte. En estos tiempos, en los que la ignorancia y la prevaricación se campean por sus fueros y se burlan ostentosas de la sabiduría y de la justicia. En tiempos de penurias como estos, ante los que, a su hora y en actitud profética, Hölderlin se preguntaba para qué ser poetas, Ginny Taulé Paiewonsky reafirma la necesidad de la poesía y, en efecto, la recomienda como una senda catártica, como un método de purificación y limpieza por medio de la palabra. Y como un final suspiro, un hálito de esperanza provocado por mi complicidad con ella al leer sus textos, con Octavio Paz digo: “Y sin embargo, la poesía sigue siendo una fuerza capaz de revelar al hombre sus sueños y de invitarlo a vivirlos en pleno día. En la noche soñamos y nuestro destino se manifiesta, porque soñamos lo que podríamos ser. Somos ese sueño y sólo nacimos para realizarlo. La poesía, al expresar estos sueños, nos invita a la rebelión. A vivir despiertos nuestros sueños: a ser, no ya los soñadores, sino el sueño mismo”.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 166 | fevereiro de 2021
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