en que el quehacer innecesario
es la dádiva del tiempo perdido
recuperando una brizna de luz
en el ojo de la vida.
TERESA SEVILLANO
I.
Algunos
poetas creen que el universo produce un sonido y su oficio es aprehenderlo en un
ritmo escrito, cuya oración permita el esclarecimiento de las ocultas analogías
de la existencia. Lo cierto es que desde las narraciones poéticas transmitidas de
forma oral o escrita, las palabras han sido usadas por el poeta para pronunciar
las vetas y magmas obsesionantes donde cunde la fuente de la vida y de la muerte,
como también todo cuanto el ser humano ha pretendido hacer utensilio físico o metafísico
de su realidad. La tierra entraña y escenario de su mundo y el universo vislumbrado
en la magnitud o brevedad de sus misterios, le han servido al poeta para escribir
las palabras donde deshacer o revelar lo incógnito y sus tramas. Así, en la voz
de los poetas se acumulan capas de las historias y creencias humanas. Realidad u
otredad, certeza o misterio, la palabra sigue siendo el origen para la escritura
del poema.
Este
es el marco para aproximarnos a los poemas de Teresa Sevillano (Sopetrán, Antioquia,
1944), reunidos en los libros: Los sentidos hablantes (Edición de autor,
1988), Itinerario del asombro (Edición de autor, 1990), Secuelas de hechizo
(Edición de autor, 1991), La voz oculta (Edición de autor, 1995) y Ruta
de Arquíes (Edición de autor, 1998).
Iniciemos.
En muchos de los poemas de Los sentidos hablantes sus versos no logran su
dibujo poético, pues sus imágenes se quedan varadas entre lo inaudito aprehendido
por su escritura y lo deleznable del clisé manido en el cual se entrampa. Por momentos
la poeta parece olvidar que la palabra no sometida a la moraleja doméstica y obediente,
es la que hace posible la escritura del poema. Empero, en este libro también se
encuentran versos que cuando se sueltan de lo predecible, esclarecen las realidades
del laberinto donde sucede el mundo, logrando poemas en los cuales se cuela una
voz que se hace rebelión para quienes quieren revelar sus instintos y prenderse
a la vida:
Cuando
Dios cierre sus alas
y
se enferme de asfixia
no
existirá el dolor.
Todos
esperamos esa hora,
pero
sucede que Dios es una metáfora.
¿Entonces
de quién es la culpa?
En Los sentidos hablantes se alcanza a escuchar
la voz de una poeta que desde la veta donde sus palabras escarban, pronuncia su
realidad y su magia. Sus sentidos abriéndose para la escucha y el habla en un mundo
cuya iconografía es la usura y la ignorancia, tal como lo refleja el poema que da
título al libro: “Llora el tacto al roce de la mano impostora, / un sabor a cobre
estrangula el silencio de la boca”.
Y
esta veta se realiza en “confidencial”,
poema que abre el libro Itinerario del asombro. En su primer verso se lee:
“La veta en el párpado enrojece”. Es claro, la veta encontrada y resguardada por
el párpado es el ojo, el ojo que en el instante cuando ve es al mismo tiempo labrado
por la realidad que ve. En pocos poemas del libro esta tensión se mantiene, pues
casi siempre se rompe cuando la poeta permite en ellos maneras de un discurso que
busca imponer o refutar un dogma social. Si en su primer libro los sentidos son
sometidos al fuego del laberinto donde quedan hechos ceniza, ahora, como quien busca
resurgir, su segundo libro nos ofrece versos en imágenes desde la cotidianidad donde
las llamas cobran su vigor y acosan a los usuarios y penitentes del laberinto: “Los íconos colgantes / inconmovibles: / sordos
a tu oración, / deleznables a tu mano. / Los íconos que creaste / frágiles como
tú”. Este Itinerario por el laberinto queda como un coloquio a diestra
y siniestra, un coloquio alzándose en espiral, buscando un nicho donde guarecer
su asombro, “Naufragio”:
El
pequeño lunar que nadie ha visto
sobre
tu ojo.
Planeta
solitario para mi telescopio;
como
la estrella perdida en la galaxia
a
siete años luz se eleva.
Ese
dios impreciso
que
no está en ninguna parte,
puede
ser el ojo del águila
apuntándole
a una víbora.
[…]
o
quizá la indecisión del tiempo
[…]
Pero
de todos modos,
ese
dios impreciso,
seguirá
siendo mi dios
II.
Hoy
no es fácil definir un marco para la escritura de un poema, ni en lo ético ni en
lo formal. Lo que sí puedo decir es que el poema no es un surtido de supuestos idealizados,
ni el poeta un profeta para la redención o el exterminio, y si asumió la intemperie,
es porque desde ella consigue las atmósferas necesarias para nombrar las extrañezas
que suceden en el mundo. El poeta es una alerta y del lector depende asumir su responsabilidad
o no. En lo formal es posible que la analogía, el fragmento y el ritmo sean las
herramientas más recurrentes. La analogía amplía la noción del mundo procurada por
la metáfora con su poder comparativo, dejándonos ante un universo no unitario y
total en sus costumbres y creencias, sino ante un universo fragmentario cuya continuidad
la proporciona el ritmo con el cual son asidos dichos fragmentos.
La
poesía no es continua, ni homogénea, ni contemporánea, involucra las tres instancias
del tiempo, al que el hombre hace reversible ligándolo a su historia. Es, además,
incontinente, delatora de un estado interior, que en el auténtico poeta no se deja
reducir.
En
este libro desde el primer poema nos adentramos por las Secuelas que el
hechizo del ver ha labrado en la mirada de la poeta y encontramos que “El alma
habla de su vértigo” con una claridad estampada en lo que pareciera una flor fosilizada,
si no fuera por la palpitación de su inaudito: “Todo está claro: / […] / ¿Será este mundo? / Es el aliento de su fantasía,
/ su cola de pez ciego en el fondo del mar. / Y como mano rugosa del abismo / un
arrecife oculta la faz atónita de un cangrejo”.
Desde
ahí nos muestra su visión del mundo, las frágiles vértebras, las aristas hendiendo
la piel de este, con su realidad que aprisiona y libera como un corazón terrestre
donde habita el estampido del ser: gota de alegría y depredador. Vemos la fábula
de la naturaleza y en ella la otredad en sombras y en espantos que dejan sus huellas
en “el viento con mano de duende” mientras abren portones con “herida de bisagra
oxidada”. También los ensueños “como una tenue sombra de filigrana” hacen creer
que en algún tiempo se habitó el paraíso. Y en medio de todo, la cotidiana existencia
con su desorden, su algarabía, los colores, los olores y los sabores de cuanto en
ella transcurre una y otra vez: “Todos
los colores y olores distribuidos / en las frutas / excitan la carne de la boca.
/ La lengua danza un mórbido deseo / y se escuchan cuchicheos en el estómago”.
Y
en este libro también leemos esos mínimos poemas que nos deja restallando en la
página, no como sentencias enardeciendo o ultrajando un dogma, sí como una cápsula
que se debe pasar con un gran sorbo de vida: “Sobre el lienzo intemporal del abismo
/ se dibuja el cruce de alas de las mariposas”. Y este otro: “Los labios del estoico
son dos filones pétreos / pero su corazón se ríe a carcajadas”.
Vale
detenerse en los versos del final del poema “Claroscuro” para preguntarnos un poco
más sobre el ver en la poesía de Teresa Sevillano: “…volver a ver el ojo del mundo,
/ enrojecido, lacrimoso, como un sucio de / censuras y de quejas / entre nuestro
propio ojo”. Dice: “ver”, “censuras” y “quejas”, también “propio ojo”. ¿involucra esto que la poeta tiene una visión
del mundo? o ¿es el mundo un reflejo en los ojos de la poeta? En ocasiones ver enceguece
y es cuando nos queda labrada una mirada. Se lee en “Ingravidez”: “Nunca había visto
una pequeña mariposa / girar sobre sí misma. / Hoy la vi. / Ese mundo repentino
me cegó los ojos”. El ojo al ver aprehende, y en Secuelas de hechizo la escritura
de Teresa Sevillano nos entrega ese aprehender, ese grabado donde habitan las empatías
y las antipatías que la realidad acoge y dona.
En
este ensayo busco aprehender de la mirada que nutre la voz de la poeta y mostrar
cómo a través de su escritura nos entrega los registros que ella establece. Ahora,
en La voz oculta, su cuarto libro,
veo como este título se esclarece en el poema “Acrobacias”, cuando dice: “y entre las grietas —oscuros ojos del abismo—
/ contemplarás una flor / que se abrió para tu asombro”. Y, como quien regresa
de un sueño ubicuo, en el poema que da título al libro nos dice: “Aún contienes
la humedad del aljibe. / La blancura de la flor, que desafió / la oscuridad de la
más oscura de las noches”. En estos poemas parece como si nos encontráramos con
quien recuerda. Empero, asistimos al origen cuando la poeta se asía a las palabras
con las cuales hoy nombra esa Voz oculta donde germina “la historia del mundo”,
“la queja ante un destino” y “un sol esplendoroso” que “arde en la memoria” y que
alcanza su germinación en el poema “Centinela en la bruma”: “es el reflejo lumínico
del ojo / que te proyecta y te circunda”. En “Gemidos de tiempo” al nombrar, allana
su incesante ubicuidad: “No miro la tarde; / ella me mira”. Y en: “Esa ave que camina
por las nubes” cuando la raíz de las palabras se empina intentando sumarse a las
migraciones de aves que surcan como si fueran letras momentáneas en una página donde
se consume el poema: “Esa ave que camina por las nubes / se comió mi poesía”. Y
en ese himno “Providencial” donde el agua: “Conteniendo las esencias de proscritos
dioses” deja abrevar al trashumante. El agua como una leyenda que permite fabular
sus contenidos:
De
ti salieron todas las cosas
y
a ti volverán.
[…]
Mitad
de la Eternidad,
dormido
pliegue ciego
[…]
¿Mar,
es acaso que te sueño?
Y llegamos al libro Ruta de Arquíes, cuyo título es tomado de uno de los poemas que componen Secuelas de hechizo. Este recoge una muestra de poemas de sus libros ya publicados, para luego entregarnos los otros 39 que agrega a su hacer poético.
En los nuevos poemas recogidos en el libro Ruta de
Arquíes asistimos a la elaboración de una leyenda
que se esparce en sus versos: “Ese viejo poema, escrito hace más de 2.000 años,
/ y que habla de dioses convertidos en pájaros […] habla también de nubes y de árboles”.
Su tono es fundacional, como si en sus estrofas las “Historias del tiempo” se expresaran
en la voz de la poeta, haciéndole posible narrar el recuerdo de la primera huella
en el mundo. La poeta persiste en aventurar un eco proveniente de un pasado paraíso,
un eco que se impacta con la realidad y sus usos: “El mundo es como una inmensa
tortuga que ha entrado totalmente / en su caparazón”. En este mítico anhelo los
recursos comparativos le son útiles para apoderarse de lo nombrado entre la fábula
y la alegoría, en atmósferas casi siempre sucediendo en bosques o selvas y en medio
el ser humano transfigurado en sus mitos o vuelto muñón en los correlatos del laberinto
donde cunde su depredador. Como muestra, estos versos del poema “Plegaria”:
Es
que las piedras son por sí mismas la plegaria del cosmos.
Altas
y erguidas, en parajes solitarios, semejan monjes de
abadías
destrozadas.
A
lo largo de las riberas de los ríos, parecen inclinarse ante
el
dios de las aguas.
Percibo
el dolor del mundo en las piedras;
son
como los desorbitados ojos de la noche eterna
que
endureció de llanto.
O
como pedradas de un dios que se extinguiera en el fragor
de
una estrella.
Las
piedras han escuchado el mundo en sus lamentos
hasta
convertirse en un silencio petrificado de siglos.
Los
poetas imprimen en sus poemas su mirada labrada por las realidades de su tiempo
y por la que bulle en la otredad de su inédita memoria. No otra es su razón de ser.
Así, entre la algarabía y el aprehender sucede la poesía de Teresa Sevillano, la
huella de su presencia, su realidad, su otredad.
En
2008, Teresa Sevillano imprime, en la Editorial Dike, su libro: Lúdica de sueños, donde reúne los poemarios
aquí tratados, más Cumbre de levitaciones (2001), Urna de silencio (2002), Estribaciones
de lo oculto (2003), De tantas y tantas...
testigo el mar (2005), Poemas de la perversidad (2006), Cánticos de la sombra (2007) y el texto en prosa: Al compás de un trote de caballos (2005).
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 166 | fevereiro de 2021
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