terça-feira, 23 de fevereiro de 2021

OMAR CASTILLO | Teresa Sevillano entre la algarabía y la aprehensión

 


Tardes aquellas, grises o luminosas quizá,

en que el quehacer innecesario

es la dádiva del tiempo perdido

recuperando una brizna de luz

en el ojo de la vida.

TERESA SEVILLANO

 



I.

Algunos poetas creen que el universo produce un sonido y su oficio es aprehenderlo en un ritmo escrito, cuya oración permita el esclarecimiento de las ocultas analogías de la existencia. Lo cierto es que desde las narraciones poéticas transmitidas de forma oral o escrita, las palabras han sido usadas por el poeta para pronunciar las vetas y magmas obsesionantes donde cunde la fuente de la vida y de la muerte, como también todo cuanto el ser humano ha pretendido hacer utensilio físico o metafísico de su realidad. La tierra entraña y escenario de su mundo y el universo vislumbrado en la magnitud o brevedad de sus misterios, le han servido al poeta para escribir las palabras donde deshacer o revelar lo incógnito y sus tramas. Así, en la voz de los poetas se acumulan capas de las historias y creencias humanas. Realidad u otredad, certeza o misterio, la palabra sigue siendo el origen para la escritura del poema.­

Este es el marco para aproximarnos a los poemas de Teresa Sevillano (Sopetrán, Antioquia, 1944), reunidos en los libros: Los sentidos hablantes (Edición de autor, 1988), Itinerario del asombro (Edición de autor, 1990), Secuelas de hechizo (Edición de autor, 1991), La voz oculta (Edición de autor, 1995) y Ruta de Arquíes (Edición de autor, 1998).

Iniciemos. En muchos de los poemas de Los sentidos hablantes sus versos no logran su dibujo poético, pues sus imágenes se quedan varadas entre lo inaudito aprehendido por su escritura y lo deleznable del clisé manido en el cual se entrampa. Por momentos la poeta parece olvidar que la palabra no sometida a la moraleja doméstica y obediente, es la que hace posible la escritura del poema. Empero, en este libro también se encuentran versos que cuando se sueltan de lo predecible, esclarecen las realidades del laberinto donde sucede el mundo, logrando poemas en los cuales se cuela una voz que se hace rebelión para quienes quieren revelar sus instintos y prenderse a la vida:

 

Cuando Dios cierre sus alas

y se enferme de asfixia

no existirá el dolor.

Todos esperamos esa hora,

pero sucede que Dios es una metáfora.

¿Entonces de quién es la culpa?

 

 En Los sentidos hablantes se alcanza a escuchar la voz de una poeta que desde la veta donde sus palabras escarban, pronuncia su realidad y su magia. Sus sentidos abriéndose para la escucha y el habla en un mundo cuya iconografía es la usura y la ignorancia, tal como lo refleja el poema que da título al libro: “Llora el tacto al roce de la mano impostora, / un sabor a cobre estrangula el silencio de la boca”.

Y esta veta se realiza en “confidencial”, poema que abre el libro Itinerario del asombro. En su primer verso se lee: “La veta en el párpado enrojece”. Es claro, la veta encontrada y resguardada por el párpado es el ojo, el ojo que en el instante cuando ve es al mismo tiempo labrado por la realidad que ve. En pocos poemas del libro esta tensión se mantiene, pues casi siempre se rompe cuando la poeta permite en ellos maneras de un discurso que busca imponer o refutar un dogma social. Si en su primer libro los sentidos son sometidos al fuego del laberinto donde quedan hechos ceniza, ahora, como quien busca resurgir, su segundo libro nos ofrece versos en imágenes desde la cotidianidad donde las llamas cobran su vigor y acosan a los usuarios y penitentes del laberinto: “Los íconos colgantes / inconmovibles: / sordos a tu oración, / deleznables a tu mano. / Los íconos que creaste / frágiles como tú”. Este Itinerario por el laberinto queda como un coloquio a diestra y siniestra, un coloquio alzándose en espiral, buscando un nicho donde guarecer su asombro, “Naufragio”:

 

El pequeño lunar que nadie ha visto

                                                                  sobre tu ojo.

Planeta solitario para mi telescopio;

como la estrella perdida en la galaxia

a siete años luz se eleva.

 


Tal parece que para la poeta Teresa Sevillano lo impreciso es posible y necesario en su escritura y, como en el primero, en este segundo libro sus poemas no mantienen una secuencia que permita al lector el continuo de un ámbito y sus registros. No, estos saltan como en un brasero, y así pasamos del poema “Naufragio”, al poema “Los tenderos”, donde “Un tendero extiende su mano de alacrán / que se encoge. / Algo se ha quedado en su ponzoña”. Vistos así, estos quedan agrupados de manera ocasional, sin la organicidad pretendida a través del título que los reúne en el libro. También es posible argumentar como en un mundo de realidades fragmentarias esa falta de continuidad temática es uno de los atributos del libro. Entonces, la imprecisión evidenciada en los poemas de Teresa Sevillano es entrañada y expuesta sin restricciones, al punto que parte de su hacer poético se regodea en lo perecedero de lo anecdótico de la trama mientras sucede el laberinto:

 

Ese dios impreciso

que no está en ninguna parte,

puede ser el ojo del águila

apuntándole a una víbora.

[…]

o quizá la indecisión del tiempo

[…]

Pero de todos modos,

ese dios impreciso,

seguirá siendo mi dios

 

II.

Hoy no es fácil definir un marco para la escritura de un poema, ni en lo ético ni en lo formal. Lo que sí puedo decir es que el poema no es un surtido de supuestos idealizados, ni el poeta un profeta para la redención o el exterminio, y si asumió la intemperie, es porque desde ella consigue las atmósferas necesarias para nombrar las extrañezas que suceden en el mundo. El poeta es una alerta y del lector depende asumir su responsabilidad o no. En lo formal es posible que la analogía, el fragmento y el ritmo sean las herramientas más recurrentes. La analogía amplía la noción del mundo procurada por la metáfora con su poder comparativo, dejándonos ante un universo no unitario y total en sus costumbres y creencias, sino ante un universo fragmentario cuya continuidad la proporciona el ritmo con el cual son asidos dichos fragmentos.


Y llegamos a Secuelas de hechizo, tercer libro de Teresa Sevillano, el cual restaña las inconsistencias de los anteriores y nos pone ante una escritura cuyos asuntos logran un nítido dibujo poético, entonces asistimos al despliegue de la voz de la poeta trayendo huellas, ecos, señas, las labraduras dejadas en sus ojos por la realidad que ahora nos enseña. En uno de los párrafos del prólogo para Secuelas de hechizo: nos dice:

 

La poesía no es continua, ni homogénea, ni contemporánea, involucra las tres instancias del tiempo, al que el hombre hace reversible ligándolo a su historia. Es, además, incontinente, delatora de un estado interior, que en el auténtico poeta no se deja reducir.

 

En este libro desde el primer poema nos adentramos por las Secuelas que el hechizo del ver ha labrado en la mirada de la poeta y encontramos que “El alma habla de su vértigo” con una claridad estampada en lo que pareciera una flor fosilizada, si no fuera por la palpitación de su inaudito: “Todo está claro: / […] / ¿Será este mundo? / Es el aliento de su fantasía, / su cola de pez ciego en el fondo del mar. / Y como mano rugosa del abismo / un arrecife oculta la faz atónita de un cangrejo”.

Desde ahí nos muestra su visión del mundo, las frágiles vértebras, las aristas hendiendo la piel de este, con su realidad que aprisiona y libera como un corazón terrestre donde habita el estampido del ser: gota de alegría y depredador. Vemos la fábula de la naturaleza y en ella la otredad en sombras y en espantos que dejan sus huellas en “el viento con mano de duende” mientras abren portones con “herida de bisagra oxidada”. También los ensueños “como una tenue sombra de filigrana” hacen creer que en algún tiempo se habitó el paraíso. Y en medio de todo, la cotidiana existencia con su desorden, su algarabía, los colores, los olores y los sabores de cuanto en ella transcurre una y otra vez: “Todos los colores y olores distribuidos / en las frutas / excitan la carne de la boca. / La lengua danza un mórbido deseo / y se escuchan cuchicheos en el estómago”.

Y en este libro también leemos esos mínimos poemas que nos deja restallando en la página, no como sentencias enardeciendo o ultrajando un dogma, sí como una cápsula que se debe pasar con un gran sorbo de vida: “Sobre el lienzo intemporal del abismo / se dibuja el cruce de alas de las mariposas”. Y este otro: “Los labios del estoico son dos filones pétreos / pero su corazón se ríe a carcajadas”.

Vale detenerse en los versos del final del poema “Claroscuro” para preguntarnos un poco más sobre el ver en la poesía de Teresa Sevillano: “…volver a ver el ojo del mundo, / enrojecido, lacrimoso, como un sucio de / censuras y de quejas / entre nuestro propio ojo”. Dice: “ver”, “censuras” y “quejas”, también “propio ojo”. ¿involucra esto que la poeta tiene una visión del mundo? o ¿es el mundo un reflejo en los ojos de la poeta? En ocasiones ver enceguece y es cuando nos queda labrada una mirada. Se lee en “Ingravidez”: “Nunca había visto una pequeña mariposa / girar sobre sí misma. / Hoy la vi. / Ese mundo repentino me cegó los ojos”. El ojo al ver aprehende, y en Secuelas de hechizo la escritura de Teresa Sevillano nos entrega ese aprehender, ese grabado donde habitan las empatías y las antipatías que la realidad acoge y dona.

En este ensayo busco aprehender de la mirada que nutre la voz de la poeta y mostrar cómo a través de su escritura nos entrega los registros que ella establece. Ahora, en La voz oculta, su cuarto libro, veo como este título se esclarece en el poema “Acrobacias”, cuando dice: “y entre las grietas —oscuros ojos del abismo— / contemplarás una flor / que se abrió para tu asombro”. Y, como quien regresa de un sueño ubicuo, en el poema que da título al libro nos dice: “Aún contienes la humedad del aljibe. / La blancura de la flor, que desafió / la oscuridad de la más oscura de las noches”. En estos poemas parece como si nos encontráramos con quien recuerda. Empero, asistimos al origen cuando la poeta se asía a las palabras con las cuales hoy nombra esa Voz oculta donde germina “la historia del mundo”, “la queja ante un destino” y “un sol esplendoroso” que “arde en la memoria” y que alcanza su germinación en el poema “Centinela en la bruma”: “es el reflejo lumínico del ojo / que te proyecta y te circunda”. En “Gemidos de tiempo” al nombrar, allana su incesante ubicuidad: “No miro la tarde; / ella me mira”. Y en: “Esa ave que camina por las nubes” cuando la raíz de las palabras se empina intentando sumarse a las migraciones de aves que surcan como si fueran letras momentáneas en una página donde se consume el poema: “Esa ave que camina por las nubes / se comió mi poesía”. Y en ese himno “Providencial” donde el agua: “Conteniendo las esencias de proscritos dioses” deja abrevar al trashumante. El agua como una leyenda que permite fabular sus contenidos:

 

De ti salieron todas las cosas

y a ti volverán.

[…]

Mitad de la Eternidad,

dormido pliegue ciego

[…]

¿Mar, es acaso que te sueño?

 


Y llegamos al libro Ruta de Arquíes, cuyo título es tomado de uno de los poemas que componen Secuelas de hechizo. Este recoge una muestra de poemas de sus libros ya publicados, para luego entregarnos los otros 39 que agrega a su hacer poético.

En los nuevos poemas recogidos en el libro Ruta de Arquíes asistimos a la elaboración de una leyenda que se esparce en sus versos: “Ese viejo poema, escrito hace más de 2.000 años, / y que habla de dioses convertidos en pájaros […] habla también de nubes y de árboles”. Su tono es fundacional, como si en sus estrofas las “Historias del tiempo” se expresaran en la voz de la poeta, haciéndole posible narrar el recuerdo de la primera huella en el mundo. La poeta persiste en aventurar un eco proveniente de un pasado paraíso, un eco que se impacta con la realidad y sus usos: “El mundo es como una inmensa tortuga que ha entrado totalmente / en su caparazón”. En este mítico anhelo los recursos comparativos le son útiles para apoderarse de lo nombrado entre la fábula y la alegoría, en atmósferas casi siempre sucediendo en bosques o selvas y en medio el ser humano transfigurado en sus mitos o vuelto muñón en los correlatos del laberinto donde cunde su depredador. Como muestra, estos versos del poema “Plegaria”:

 

Es que las piedras son por sí mismas la plegaria del cosmos.

Altas y erguidas, en parajes solitarios, semejan monjes de

abadías destrozadas.

A lo largo de las riberas de los ríos, parecen inclinarse ante

el dios de las aguas.

Percibo el dolor del mundo en las piedras;

son como los desorbitados ojos de la noche eterna

que endureció de llanto.

O como pedradas de un dios que se extinguiera en el fragor

de una estrella.

Las piedras han escuchado el mundo en sus lamentos

hasta convertirse en un silencio petrificado de siglos.

 

Los poetas imprimen en sus poemas su mirada labrada por las realidades de su tiempo y por la que bulle en la otredad de su inédita memoria. No otra es su razón de ser. Así, entre la algarabía y el aprehender sucede la poesía de Teresa Sevillano, la huella de su presencia, su realidad, su otredad.

En 2008, Teresa Sevillano imprime, en la Editorial Dike, su libro: Lúdica de sueños, donde reúne los poemarios aquí tratados, más Cumbre de levitaciones (2001), Urna de silencio (2002), Estribaciones de lo oculto (2003), De tantas y tantas... testigo el mar (2005), Poemas de la perversidad (2006), Cánticos de la sombra (2007) y el texto en prosa: Al compás de un trote de caballos (2005).

 


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 166 | fevereiro de 2021

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