Un
mismo hilo marca la trayectoria de este importante poeta nuestro, desde su salida
a escena en 1981 hasta el ahora que ya acaba de irse. La suya es una poética de
la continuidad, ajena a las más escandalosas rupturas. No obstante, hay amagos y
sesgos diferenciadores que se dejan escuchar aquí y allá.
Entre
1990 (Una hora antes) y 1999 (El libro de los regresos) pareciera
producirse un leve cambio en la poética del arecibeño (Arecibo, Puerto Rico, 1952).
A lo mejor se trató de un esguince que no tenía la pretensión de ser protagónico.
Leyendo el sutil cambio al que hacemos alusión, observamos que la imagen (que es
el fuerte del poeta) pierde su algo de intensidad lírica como si quisiera buscar,
por primera vez, un reacomodo en el decir –un poquito más cercano a la prosa–, pero
sin soltar del todo las amarras que le ofrecieron seguridad a sus primeros libros.
La
ilusión se desvanece al instante. Los de El libro de los regresos no son
poemas en prosa, aunque un ademán clarísimo hacia ese norte se atestigua en una
buena suma de ellos. ¿Prevalecerá esta sutil intención exploratoria en las próximas
entregas del poeta, o regresará escarmentado a la caverna o vientre tutelar donde
siente la generosa tibieza que le otorga seguridad?
En
la ya casi nueva poética cortesiana, la metáfora se abre a las entendederas del
distraído lector mucho más que en sus libros anteriores, aunque un algo del misterio
del cuadro comience a resentirse de una pérdida. Pero así es la poesía, aunque cada
poeta evolucione de distinto modo, siguiendo sin embargo (básicamente) dos coordenadas:
su propio ritmo interno, y la presión que sobre su escritura van dictando las voces
de los tiempos. Esto quiere decir que no todas las rupturas, ni todos los regresos,
son iguales.
Alcanzado
casi la mitad del cuaderno de los regresos, con los poemas XVI, XVII y, especialmente,
el XVIII, la intensidad lírica vuelve por sus fueros para recuperar su antigua altura,
sobrepasándola en claror existencial:
No
vayas isla a casa de porfías ni a casa de envidias
no
toques a la puerta de los que te venden cada día
Habita
en mí corre conmigo por esta extraña ciudad
toma
la sangre que te pertenece
no
me dejes en este lugar.
De
aquí en adelante, los de El libro de los regresos son poemas de una belleza
dolorida y anónima, haciendo de Cortés Cabán uno de los creadores más entrañablemente
líricos de nuestra historia. Con su giro imaginario hacia la prosa, o sin él, en
este libro viven dos o tres de los poemas más antológicos de este autor. ¿Coincidencia
o causalidad? Los mejores textos del volumen están dedicados a amigos de recia quemadura,
como el ya citado (a Orlando José Hernández), o el XXVII, a la memoria de un alumno,
condiscípulo suyo, cuya perversa imaginación no cabía en el pupitre: Armando Padín.
(... “y usted en la recámara a punto de ser sacrificado/ como un padre que no quiere
otro hijo”.)
¿Qué
viene después de los regresos?
Ritual
de pájaros (2004) es una antología
de los cuatro libros anteriores del autor, más una adenda inédita (que debería publicarse
también como cuaderno independiente). Con sabiduría matemática, el propio autor
va guardando las monedas en esta alcancía valiosa. Véase aquí la pirámide invertida.
Del primer poemario de silencios, su hacedor rescata tres poemas. Del segundo (los
silencios detrás de las palabras), salva seis. De la hora antes del silencio, que
es el mejor de sus primeros tres libros, se queda con ocho. Y de El libro de
los regresos, el autor selecciona 10 trabajos.
Se
verá en la escogencia referida la progresión aritmética (3-6-8-10), que corresponde
bastante bien a un crecimiento cualitativo cada vez más sostenido de esa voz. El
libro que le da título a la antología, aunque entra completito al baile, sale un
tanto perjudicado en el conteo final. Como está allí sentado en bloque, el lector
quizás no lo singularice y vea con el detenimiento que ve a los poemas escogidos
que lo preceden. Por eso insistimos en que Ritual de pájaros debería publicarse
como entrega autónoma, a la vez que –con otro título– se avanza hacia una nueva
antología que contenga varios textos de Ritual, así como de Islas
y de Lugar sin fin, sus poemarios posteriores a Ritual.
Los
de Ritual (como, en general, todas las creaciones de Cortés Cabán) no son
ejercicios cogitantes de un saber poético. No son metapoesía. Son revelaciones escritas
por una mano que está a punto de despertar a otra irrealidad, tan hermosa o perversa
como la anterior:
fueron
días de grandes fiestas y profundas melodías
más
de una vez llegué sin decir palabras
y
miré la terrible hermosura
cuerpos
como estrellas fugaces y lunas silenciosas (121)
¿Es
Cortés un poeta que sueña con los ojos abiertos? Las apuestas se abren. Hemos sospechado
aquí que no, y con esta apuesta nos rifamos el esqueleto. (El ganador tiene la opción
de rechazar el premio). Cortés es un niño-poeta que va descalzo detrás de una mariposa
cuyo aleteo alumbra más que un sol. Malvada y subversiva mariposa que ha venido
enhoramala a interrumpir el unánime reinado de la sombra.
En
Cortés Cabán el poema no es el resultado final de una deducción cartesiana demostrable.
Un silogismo. Es un salto onírico, afectivo, ejecutado con poderes o facultades
pre-lógicas, que se sirve con astucia del auxilio de la técnica (sin mucho alarde)
para hacer sentir su diminuto asombro.
Pero
¿qué algo o qué nada es la poesía? El poema es un monumento de aire, muy anterior
al tratado de filosofía. Por caminos de lógica y reflexión el animal humano llegó
en el alba de la Historia al discurrir más lúcido, tiempo después de haberse apropiado
del alfabeto. Pero presintiendo la vibración intraducible del cosmos, milenios antes
ya la parentela de nuestra especie sapiens había descubierto la poesía, la forma
más antigua de expresar un algo de la perplejidad que nos sigue golpeando desde
el profundo e impenetrable misterio.
Cada
poema de Cortés Cabán se sostiene por el tono y la fuerza de una cierta cosecha
de imágenes libres que van apareciendo de improviso, no por la coherencia exterior
a la que nos tiene (mal) acostumbrados la gramática. Sus poemas son cuadros sin
marcos. En ellos, la pintura sigue corriéndose por la pared, proyectando nuevas
posibilidades de lectura que no estaban en el cuadro original. Una incoherencia
superior al orden formal parecería funcionar aquí como un segundo «yo» poético,
una sombra crucial que es en última instancia de una clarividente coherencia, superior
a toda racionalidad dos más dos, silogística.
Lo
que acabamos de decir es más afín a su primer libro, Poemas y otros silencios
(1981). Sin embargo, en libros suyos de madurez más ajustada, como Islas (2011)
este rasgo de su personalidad poética continúa apareciendo de cuando en cuando.
Veamos
lo que acontece en el interior de uno de sus textos de aquel volumen. El poema en
el que nos detendremos un minuto se titula “Isla asediada” (23). Se trata de una
composición enigmática y confusa, como es la realidad, como lo son las innumerables
pesadillas que con ratas y catástrofes nos acechan.
Enumeremos
algunos detalles del cuadro “Isla asediada”. Hay un pez muerto en la arena, una
bahía (que resulta ser la de Guánica), y unos soldados que desembarcan (que no desembocan,
como dice la errata en el cuaderno). Y hay un alguien (no sabemos quién, ya que
el yo de un poema es engañoso) que grita en primera persona, como un loco.
¿Se
trata de la invasión por Guánica efectuada por el ejército de la república de los
EEUU en 1898? Eso parecería, pero el sudor empaña nuestros binoculares. ¿A quiénes
les grita el loco, interpelándolos solo con el apelativo de “señores”: a los soldados
invasores, o a los lugareños que –quizás– veían con indiferencia o callada alegría
el desembarco? ¿Y qué solicitan los gritos del loco?
El
vacío se apodera de nosotros. La confusión se hace mayor con dos versos distantes
uno del otro que hablan del frío en los ojos y de la nieve filosa. Lo del frío pudiera
ser un modo de describir la crueldad robótica con que el drama se desenvuelve. Pero
la nieve, ¿qué pito puede tocar la nieve aquí? ¿Nieve en Guánica, un 25 de julio
cuando cielo y tierra hierven?
Por
supuesto, en un sueño-pesadilla cualquier cosa es posible. Y, saliéndonos de la
pesadilla de adentro y mirando ahora a la cara a la pesadilla de nuestra historia
de país invadido, ciertas realidades comienzan a aflorar y a darle razón a la locura.
Pudiéramos conjeturar que esa nieve puede estar pegada a nuestro esqueleto de una
manera muy real: por los azares que pudiera causar en un pueblo el disloque de una
invasión. ¿Cómo? A causa de esa invasión, un hormiguero de gente pudiera ser obligado
a emigrar, y ahí dejamos el asunto, puesto que nuestra función de lectores nos impide
re-escribir el poema a nuestro antojo.
En
resumen, no sabemos si la nieve filosa es una alusión del inconsciente del
poema a los dolores del desarraigo sufridos por nuestros emigrantes por más de cien
años. El texto es rico pero el texto es mudo. No se agota en este breve comentario.
Y el pez muerto, que quizás sea el símbolo más elocuente de la pesadilla que estamos
viviendo, ¿no será la isla asediada, el pueblo llevado al sacrificio en una pelea
entre dos imperios extranjeros (España y la república de los EEUU)?
Lo
más legible, lo menos conjeturable, de “Isla asediada” es su dejo de nostalgia (típico
del autor) que lee así:
yo
conocía un pueblo
donde
las gentes salían a las calles
ola
de luz o muro o canto contra el tiempo
yo
tenía una ventana inmóvil y una estrella
¿Será
el pez muerto la concreción metafórica de un cierto tesoro espiritual que perdimos
a consecuencia de la Invasión? Lo sospechamos, aunque la imagen de la ventana y
la estrella nos hablan más exactamente de la pérdida de la inocencia o utopía infantil
que se da con la transformación del niño en hombre.
“Isla
asediada” es un reguero, como aquel óleo grande que pone un satánico relincho en
el mismo centro, rodeándolo de un toro y un obispo y de la crispación de las manos
de una mujer que camina sobre huesos, huyendo del siniestro infernal que avanza
desde el fondo.
¿Será
lo que nos sirve Cortés Cabán en su cuadro similar a lo que nos muestra aquel poema
al óleo escrito por Pablo Ruiz P en 1937? ¿Cubismo? ¿Surrealismo? Quizás esto último,
pero de otro modo. Un surrealismo que se parece más a la costa de Arecibo que a
la corbata de flores sicodélicas de André Breton.
Muchos
de los poemas de Cortés Cabán son de una deliciosa irracionalidad sosegada. Sin
embargo, pocos poetas han elevado a rango artístico la irracionalidad como lo ha
hecho nuestro poeta desde el pincel de agua de la más transparente gota de luz.
Antes
que nadie, en la edad moderna fueron los románticos los primeros piojosos que supieron
convertir la sinrazón en venero de arte. Lo hicieron a su modo, haciendo reventar
de rabia al mundo burgués con sus parejerías desobedientes, exageradamente individualistas,
como correspondía a un siquismo narcisista y violento, que renegaba de la madurez,
etapa que ellos confundían con la domesticación.
Distinto
a los de los románticos que lo preceden y con quienes Cortés Cabán sostiene un diálogo
adulto (antes que con nadie, con Gustavo Adolfo Bécquer), los trabajos de este poeta
mayor son de una irracionalidad salvajemente bella. Un agua transparente discurre
por los pies de la selva. Su nitidez confunde. Aquí hay poesía de verdad, reluciente
y arisca. Y la pregunta es obvia, ¿tienen sentido lineal los poemas de Cortés Cabán?
Por
buscar la linealidad sensata muchos son los viajeros que se extravían por estos
andurriales. No. No tienen sentido lineal los poemas de este poeta sencillo y, a
la vez, de una complejidad anti-simplista. Es que la sencillez, cuando es verdadera,
es muy rica, y no puede leerse con los ojos unidimensionales de la chata linealidad.
El
sentido de los poemas de Cortés Cabán es circular. Hay que encontrarlo prestándole
más oído al azar de sus imágenes que a sus ocasionales aguajes de cordura.
Si
Cortés Cabán fuera pintor, algunas de sus mejores obras estarían conformadas a base
de collages. Serían imágenes de variado género que a primera vista no tendrían mucho
en común, pero que estarían trabadas a la base por invisibles hilillos de sangre.
Algo bastante parecido a como se dan la mano los más disímiles muñecos del “Guernica”.
Pero
“Isla asediada” no es “Guernica”. No lo es, pero alguna complicidad secreta hermana
cuadro con poema. La fragmentación de la realidad, una urgencia de la modernidad
última que abraza el vanguardismo, cobija a ambas creaciones haciendo de ellas frutos
de la civilización que va naciendo después de la pulverización del átomo. Después
de ese olor a Armagedón (tan presente en el fuego ‘celeste’ que consume a Guernica),
ya nada será íntegro y exacto. Todo ha de vivir en función de sus íntimos componentes
autónomos, ya relativizados.
Pero,
en fin, ¿qué dicen los poemas de Cortés Cabán? ¿Qué callan? ¿Qué ocultan?
Los
poemas de Cortés Cabán no dicen nada porque sus silencios ya lo han dicho todo.
No son declaraciones o discursos de oradores pico-de-oro. La suya es una poesía
del susurro. No hay un solo poema de este tímido audaz que exprese literalmente
un riguroso pensamiento excluyente. ¿Por qué? Porque todos sus poemas, todos sus
libros, son fragmentos que fluyen y confluyen de (en) un solo poema. El verso final
con que otros grandes poetas procuran depositar el huevo de la síntesis [“y no saber
a dónde vamos/ ni de dónde venimos” (RD), o “No sé cuál de los dos escribe esta
página” (JLB), en David Cortés Cabán a veces lo que deposita es una perplejidad:
“Algo ha dejado de vivir”.
Muchas
grandes voces de la poesía son recordadas por ciertos poemas memorables: “A unos
ojos astrales” (José PH Hernández), “Bolívar” (el soneto de Luis Lloréns T), la
elegía a Ramón Sijé (Miguel Hernández), “Lo fatal”, (Darío)... Es probable que Cortés
Cabán no sea recordado por un poema aislado, un vuelacercas. Nuestra apuesta es
que será recordado por el hilo inconsútil de su voz desplegada en volúmenes que
van creciendo en maestría, desde Poemas y otros silencios (1981), Al final
de las palabras (1985), Una hora antes (1990), El libro de los regresos
(1999), Ritual de pájaros (2004), Islas (2011)... hasta tocar
la sutileza última en Lugar sin fin (2017), su poemario más reciente.
Llamarle
poeta romántico, post-romántico, surrealista o post vanguardista a un creador que
salió hace miles de lunas en busca de su sombra es faltarle el respeto a la belleza.
A
Cortés Cabán no le va bien el uniforme de poeta público, ese pequeño dios airado
que va denunciando entuertos por ciudades de oro asfaltadas de excrementos. Cada
cual en lo suyo dice Yuyo y, por favor, no se le pidan más peras al naranjo.
El
diccionario de Cortés Cabán es uniforme de principio a fin: lluvia, silencio, vacío,
sigilo, huida, gestos, desamparo, extravío, nostalgia, exilio, ausencia, cenizas,
rumor, neblina, nieve, sombra, memoria, olvido, pedacitos de infancia, máscaras,
sueños, muerte, des/habitaciones, espejismo, lejanías, zozobra... Si nuestro poeta
fuera mexicano, no serían pocos los heraldos que lo adscribirían al árbol genealógico-literario
de Juan Rulfo.
Lírico
hecho y derecho, Cortés Cabán vive pellejo adentro, desde su ardiente subjetividad,
el impacto del mundo y sus fatigados azares. Y su reacción estética y política a
este universo de crispados conflictos es esa acongojada ternura que pareciera ser
la marca de fábrica de toda su poesía.
Es
probable que muchos de nosotros hayamos leído a toda prisa a este poeta, si es que
lo hemos leído. Nada de extraño hay en ese gesto homicida. En un país como todos,
predispuesto de antemano a rendirles honores a los mismos ídolos de siempre, resulta
una herejía decir que algún contemporáneo es nuestro mejor lírico.
Cuando
nuevos instrumentos de análisis se pongan en función, y el criterio de la calidad
vuelva a ser soberano, este exiliado de mejillas hondas y sombrero gigante va a
comenzar a ser mirado de otra forma. Entonces veremos si la alta apuesta que hemos
hecho aquí nos reivindica o nos aplasta.
Para cerrar la apuesta, en lugar de firmar un juramento,
citamos un pequeño poema que vivirá en antologías futuras. Se titula “El regreso”:
Hoy regreso a las costas
que me vieron partir
el mar es siempre igual
nunca detiene el rumbo de
sus olas
por esta costa un día partieron
otros
llegaron o se fueron a otras
tierras
yo regresé a buscar
lo que miré en tus ojos
una tarde
en esta isla que me vio
nacer
vuelvo con la memoria de
mis padres
por el jardín de voces que
no existen
con este cielo negro sobre
el pecho
voy contando los árboles
del huerto
nadie me ve llegar nadie
me espera
solamente los árboles
no sé si aún me reconocen
pero absortos contemplan
mis pisadas
por la casa vacía.
Sin
percatarse todavía de que las amazonas y titanes, volando en lanchitas de papel,
han mandado a otro planeta a la Marina, y de que el pez –sin el tinitus de su mosca–
ha resucitado en las aguas de Vieques, el loco cuerdo anda ahora por casas desoladas
y ciudades fantasmas. La pesadilla sigue.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 167 | março de 2021
artista convidado:
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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