Justamente a partir del año 1950 (otro azar que coincide con mi natalicio) Calvino
daría inicio a un nuevo giro en su manera de expresar los mundos que le fascinaban,
a través de los cuales se convertirá en uno de los escritores prominentes de Europa,
desarrollando una obra en el terreno de la imaginación que le coloca a la vanguardia
literaria de Italia y. a mi entender –junto al novelista portugués José Saramago–
le convierten en uno de los dos más grandes autores de Europa cerrando el siglo
XX.
De lo real a lo cósmico
Para el año 1960 ya
Calvino ha concluido la trilogía de relatos que lo ubican en la zona de lo maravilloso:
Nuestros antepasados, constituida por
tres relatos o novelas breves El vizconde
demediado, El barón rampante y El caballero
inexistente. Antes de adelantarme a decir algo sobre ellos, dejo al autor que
lo haga con sus propias palabras:
Así, hastiado de mí mismo y de todo, me puse a escribir, como pasatiempo privado
El vizconde demediado en 1951. No tenía
el menor propósito de defender una poética en lugar de otra, ni la menor intención
de alegoría moralista, ni mucho menos política en sentido estricto. Reflejaba sí,
aunque sin darme mucha cuenta, la atmósfera de aquellos años. Estábamos en el corazón
de la Guerra Fría, en el aire había tensión, un desgarramiento sordo, que no se
manifestaban en imágenes visibles, pero dominaban nuestros ánimos. Y he aquí que
al escribir una historia completamente fantástica me encontraba expresando sin advertirlo
no sólo el sufrimiento de ese momento en particular, sino el impulso a salir de
él, esto es, no aceptaba pasivamente la realidad negativa, sino que conseguía sumergirme
de nuevo en el movimiento, la fanfarronería, la crudeza, la economía de estilo y
el despiadado optimismo que habían sido los de la literatura de la Resistencia.
(…) Desde hacía algún tiempo pensaba en un hombre cortado en dos a lo largo, y que
cada una de sus partes andaba por su cuenta. ¿La historia de un soldado en una guerra
moderna? (…) Demediado, mutilado, incompleto, enemigo de sí mismo, es el hombre
contemporáneo; Marx lo llamó “alienado”; Freud, “reprimido”, se ha perdido un estado
de antigua armonía, se aspira a una nueva plenitud.
Por supuesto, la auto-interpretación de Calvino no agota otras lecturas que
podamos hacer de esta obra compleja, desde donde podamos abordar a estos personajes
y sus símbolos, más allá del discurso llamado “moderno” de la novela en el siglo
XX, y toca a otros personajes, como:
La presencia de un “yo” narrador comentarista hizo que parte de mi atención
se desplazara de la peripecia al propio acto de escribir, a la relación entre la
complejidad de la vida y la hoja en que esta complejidad se dispone en forma de
signos alfabéticos. En cierto momento lo único que me interesaba era esta relación,
mi historia sólo se convertía en la historia de la pluma de oca de la monja que
corría por la mitad del papel en blanco.
Calvino es autor de un número considerable de cuentos cortos, reunidos muchos
de ellos en el volumen Antes de que respondas
(1943-1984), publicado en español con el título sugerido por su esposa Esther Calvino
y la traductora Aura Bernárdez (quien fuera esposa de Cortázar) de La gran bonanza de las Antillas, sobre el
cual habría mucho que decir en cuanto a sus temáticas, desenvolvimiento literario,
técnicas o estilo, y prepararía el terreno para la producción literaria donde Calvino
alcanza su madurez, como ocurre en las obras Cosmicómicas, Las ciudades invisibles
y Palomar, las cuales han sido aclamadas
por la crítica como piezas centrales de la literatura del siglo XX. Refiero una
de los juicios que esta obra ha merecido, correspondiente al crítico estadounidense
Harold Bloom:
Calvino, un fabulista extremadamente cómico, nos instruye con frecuencia a través
de la risa, como El caballero inexistente.
Es una risa libre de burla, una risa que sana. Sus ciudades invisibles son mujeres
potenciales, improbables, pero, las más de las veces, locamente atractivas. La más
perturbadora, para mi gusto, es Valdrada:
Los habitantes de Valdrada
saben que todos sus actos son a la vez ese acto y su imagen especular que posee
la especial dignidad de las imágenes, y esta conciencia les prohíbe abandonarse
ni un solo instante al azar y al olvido. Cuando los amantes mudan de posición, los
cuerpos desnudos piel contra piel buscando cómo ponerse para sacar más placer el
uno del otro, cuando los asesinos empujan el gatillo contra las venas negras del
cuello y cuánta más sangre grumosa sale a borbotones, mas hunden el filo que resbala
entre los tendones, incluso entonces no es tanto el acoplarse o matarse lo que importa
como el acoplarse o matarse de las imágenes límpidas y frías en el espejo.
En cuanto a El caballero inexistente,
Harold Bloom escribe que
Calvino aseguró una
vez que los temas de esta novela breve eran las formas vacías y la naturaleza concreta
de la existencia, la conciencia de ser en el mundo y la construcción de nuestro
propio destino: me parece una visión demasiado amplia para la historia de Agilulfo.
Gracias a un milagro del genio cómico de Calvino, Agilulfo se transforma de un ordenancista
en un romántico buscador de desgracias que muere (si es que podemos usar esa palabra)
a causa de la desesperación erótica. No se me había ocurrido nunca que este cuento
tan absurdo pudiera terminar con esta nota de tristeza y deber cumplido. Las ciudades invisibles es la obra maestra de Calvino, pero El caballero inexistente es su obra
más divertida y adorable. [1]
Memos para el nuevo
milenio
En el año de 1970 apareció
la novela de Ítalo Calvino Si una noche de
invierno un viajero, que me impresionó sobre todo por su técnica narrativa –y
que comentaré más adelante. A mediados de la siguiente década, Calvino fue invitado
a la Universidad de Harvard en Massachusetts, a dictar una serie de conferencias.
Se preparó a escribirlas dándole el título en inglés de Six memos for the next millenium pero fueron escritas en italiano y
luego habrían de ser leídas en inglés por el escritor, quien falleció antes de haber
podido viajar a impartirlas. Sólo concluyó cinco de ellas bajo los títulos de 1.
Levedad 2. Rapidez. 3. Exactitud. 4. Visibilidad. 5. Multiplicidad. La sexta, titulada
Consistencia, no pudo ser escrita.
Este libro Seis propuestas para el próximo
milenio [3] me abrió horizontes de
interpretación gracias a su poder visionario, a la potencia de sus imágenes e intuiciones.
Aun faltando quince años para que el siglo XX concluyera, Calvino se adelantó a
llevar a cabo estas propuestas en las que parecía entrever mucho de cuanto acaecería
en los ámbitos de la literatura, el arte, la tecnología y las ciencias. Por ejemplo,
las imágenes leves no deben dejarse disolver como sueños por la realidad del presente
y del futuro. Las ramas de la ciencia quieren demostrarnos que el mundo se apoya
en entidades sutiles donde el software
predomina sobre el hardware a través de
bits de flujo de información, corriendo como circuitos de impulso electrónico. La
levedad se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad o el abandonarse
al azar; se trata de un aligeramiento del lenguaje, el cual establece una conexión
especial entre la melancolía y el humorismo. Pone ejemplos pertinentes como la levedad
de la luna (“el calmo encanto de la luna”) y entre los autores no son pocos los
casos: Lucrecio, Ovidio y Guido Cavalcanti serían los primeros “leves”; luego Leopardi,
Cyrano de Bergerac y Henry James. Descubrimos que De rerum natura de Lucrecio es la primera gran obra de la poesía en
la que el conocimiento del mundo se convierte en disolución de su compacidad, en
percepción de lo infinitamente minúsculo, móvil, leve.
A medida que releo y avanzo en el libro –35 años después—me cercioro de por
qué Ítalo Calvino dispone de más y más densidad conceptual para conducirnos a quienes
cultivamos las formas breves y dentro de lo que hemos llamado el microrrelato o
minicuento, la ficción mínima o demás nomenclaturas (la última de éstas acuñada
por vez primera por quien esto escribe) fue una de nuestras principales brújulas.
Los microcuentistas tuvimos que esperar por lo menos dos décadas para que nuestro
trabajo fuese tenido en cuenta como labor seria, pues fue considerado durante mucho
tiempo un trabajo menor. Incluso maestros del género como Borges, Bioy Casares,
Cortázar, Arreola, Piñera o Torri fueron tomados en cuenta porque contaban con obras
hechas en otros géneros tenidos por serios, como la novela, el ensayo o la poesía.
Afortunadamente, a partir de los años 90 del siglo XX se abrieron nuevos compases
para explorar las posibilidades del microcuento.
La segunda de las propuestas calvinianas es la Rapidez. El movimiento es una
energía interior del cuento popular; brota de la imagen, convertido luego en palabra.
Debemos librar una batalla contra el tiempo; existe una relación entre la velocidad,
el discurrir y el correr, y la divagación o digresión sería una estrategia para
ir aplazando la conclusión. La relatividad del tiempo es el tema del cuento popular,
y la economía expresiva su principal característica, es decir la dilatación del
tiempo por proliferación interna de una historia en otra; tal el caso del secreto
del ritmo en Scherezada (Las mil y una noches);
el caballo como emblema de la velocidad, incluso mental, marca toda la historia
de la literatura, aunque lo importante aquí no es la velocidad física sino la relación
entre ésta y la velocidad mental, donde Galileo Galilei es fundador. Ejemplifica
Calvino con las digresiones de Laurence Sterne en su Tristam Shandy y nos habla de la literatura norteamericana; luego se
acerca a Jorge Luis Borges y de cómo éste inventó un narrador que le permite pasar
del ensayo al cuento, y de cómo el escritor argentino realiza aperturas hacia el
infinito sin la menor congestión. Luego nos habla del Dios griego Mercurio y de
cómo éste nos sirve de enlace universal para la idea de un movimiento integrador.
Por otra parte, está el aspecto de la Exactitud, la segunda propuesta, la más
difícil de exponer, a mi modo de ver. Comienza Calvino diciendo que para los antiguos
egipcios el símbolo de la precisión era una pluma que servía de peso en el platillo
de la balanza donde se pesaban las almas. Aquella pluma ligera se llamaba Maat,
diosa de la balanza (tal cita la usé como epígrafe en mi libro de cuentos breves La gran jaqueca y otros textos crueles,
2002); [4] se atreve Calvino a puntualizar
sobre la precisión: 1. Diseño de la obra bien definido y calculado. 2. Evocación
de imágenes nítidas, incisivas y memorables (“icástico”, en italiano) 3. Lenguaje
preciso como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y la imaginación.
Pero esto no logra del todo expresar bien su idea. De inmediato Calvino dispone
de su instrumental acudiendo a las comparaciones, y ello le da resultado. Por ejemplo:
A veces tengo la sensación de que una epidemia pestilencial azota a la humanidad
en la facultad que más la caracteriza, es decir, en el uso de la palabra; una peste
del lenguaje que se manifiesta como pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez,
como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas,
anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas,
a apagar cualquier chispa que corte el encuentro de las palabras con nuevas circunstancias.
(…) Pero quizá la inconsistencia no está solamente en las imágenes o el lenguaje:
está en el mundo. La peste ataca también la vida de las personas y la historia de
las naciones vuelve informes, casuales, confusas, sin principio ni fin, todas las
historias. Mi malestar se debe a la pérdida de forma que compruebo en la vida, a
la cual trato de oponer la única defensa que consigo concebir: la idea de la literatura.
Esta que acaban de leer no es sólo una digresión literaria brillante, sino una
gran verdad, con lo que tenemos a un Calvino como filósofo, acaso el último de ellos
en la literatura en el siglo XX. La pandemia del virus Covid que padecimos en el
año 2020 y sigue hoy. está ciertamente anticipada en este texto.
Se explaya luego el escritor italiano en variados ejemplos: Leopardi, Poe, Valery.
De éste último dice que “es la personalidad de nuestro siglo que mejor ha definido
a la poesía como una tensión hacia la exactitud”. Calvino “se deja llevar” por otros
ejemplos y termina hablando del infinito y el cosmos, conduciéndonos hasta el mismísimo
Leonardo Da Vinci, “un hombre sin letras” (“sanza lettere”) como se definía a sí
mismo.
En cuanto a la siguiente propuesta, Visibilidad, comienza acudiendo a una imagen
del Dante en El Purgatorio, donde el poeta
florentino escribe: “Llovió después en la alta fantasía”. “Mi conferencia de esta tarde partirá de esta constatación: la fantasía es
un lugar en el que llueve.” Con semejante axioma por delante, Calvino comienza
a tejer su conferencia valiéndose de los debidos ejemplos y luego contemporizarlos
con ejemplos actuales: el cine; en este caso el cine mental de la imaginación, previo a la invención del cinematógrafo
y efectuando luego los debidos correlatos a la modernidad. Impresiona ver cómo nuestro
escritor posee el don para establecer comparaciones, para relacionar fenómenos de
la cultura clásica o renacentista con los de la cultura de hoy dominada por lo visual,
usando los ejemplos de la “lluvia de imágenes”. Lo extraordinario de esta propuesta
es justamente la de concertar la naturaleza de las imágenes. Una clase magistral,
diría yo, sin desperdicio.
Finalmente, tenemos la Multiplicidad. La extensa cita que precede el capítulo
como punto de referencia a la argumentación está extraída de una obra de Carlos
Emilio Gadda El zafarrancho aquel de Via Merulana.
Se trata de un autor y de una obra poco conocidos fuera de Italia, pero ilustran
muy bien acerca del mundo como enredo o como maraña, y así, tal cual, hay que representarlo
mediante el lenguaje: en su compleja heterogeneidad. Calvino pone el caso de Gadda
pero bien pudo haber puesto el caso de Joyce, Musil o unos cuantos más que responden
a esta voluntad, a cuya lista yo añadiría a Julio Cortázar, Fernando del Paso, Carlos
Fuentes, Alejo Carpentier, Julián Ríos, Georges Perec, Roberto Bolaño. Tales obras
comprenderían una “comunidad grotesca con juntas de desesperación maniática, una
subjetividad exasperada, una tortura espantosa”; en fin, un libro donde se puede
meter de todo sin temor a ser incomprendido.
Entre estos escritores “enciclopédicos” Calvino alude a Robert Musil (El hombre sin atributos) y Marcel Proust
(En busca del tiempo perdido) quienes
tienden a incluir todo lo que ocurre simultáneamente en el libro que escriben, obras
que estarán siempre inconclusas por esta misma razón. Lo que más sorprende de Calvino
es la meridiana claridad cuando apunta sus ideas al respecto.
Luego de hacer un vuelo rasante por Proust, Goethe y Lichtenberg, Calvino aterriza
en Gustave Flaubert y en la que es, a su juicio, la novela más enciclopédica que
se haya escrito: Bouvard y Pecuchet, personajes
que se resignan a su destino de copiar los libros de la biblioteca universal compitiendo
entre ellos por determinadas ramas del saber, para edificar una ciencia que los
dos héroes puedan destruir. Los enciclopedistas autodidactas que son Bouvard y Pecuchet
terminan por crear a Flaubert: idea ciertamente genial.
Luego de Flaubert vendría La montaña mágica
de Thomas Mann como una completa introducción a la cultura en el siglo XX: el mundo
cerrado de un sanatorio en los Alpes es un centro de discusiones acerca de todos
los temas que puedan discutirse. De modo que la obra múltiple, la obra abierta,
niega la estructura cerrada de la novela y de la enciclopedia tradicional.
Calvino va ultimando su repaso por la multiplicidad con Alfred Jarry y su novela
El amor absoluto, de apenas cincuenta
páginas, que se puede leer de varias formas: 1. La espera de un condenado a muerte
en su celda la noche anterior a su ejecución; 2. El monólogo de un hombre que sufre
de insomnio y que en el duermevela sueña que está condenado a muerte; 3. La historia
de Cristo. Continúa con Paul Valéry y su “filosofía portátil” que busca el fenómeno
total, el Todo de la Conciencia, las posibilidades y las imposibilidades. Se trata
del prosista Valery, y no del poeta. El autor que a su modo de ver ha realizado
el ideal estético de Valéry es Jorge Luis Borges, debido a la exactitud de su imaginación
y su lenguaje, su rigurosa geometría, a la abstracción de sus razonamientos deductivos
y por supuesto a su multiplicidad significante, poniendo el ejemplo de El jardín de los senderos que se bifurcan,
texto que es a la vez de espionaje, lógico metafísico y descriptivo de novela china,
en apenas doce páginas.
La novela como red, la vida como muestrario o biblioteca; ojalá fuese posible,
dice Calvino, “una obra concebida fuera del yo, del self, “hacer hablar a aquello que no tiene palabra”, recalca sobre esta
notable obra de Perec, no lo suficiente conocida por nuestros lectores. Tengo ahora
al alcance de la mano esta obra de Perec en una cuidada edición, la he estado releyendo
y me tiene literalmente hechizado. En el prólogo a la misma, el escritor Rafael
Conte anota: “…el arte de Georges Perec lo recató al final a este escritor, el más
original de este fin de siglo, que perpetuará su nombre sin cesar por encima de
la enfermedad que se lo llevó a los 46 años de edad. La literatura, esto es, la
palabra revivida, vuelta a limpiar una y otra vez en estos juegos de los espejos
y la multiplicación, salva a la vida e la muerte.” [5]
Entre otras cosas, en esta gran novela abierta de Perec observamos a la literatura
como juego y como placer de narrar historias sin parar, la literatura como fiesta
y como diversión fundamental, y por debajo como una profunda operación de conocimiento
y de cómo recuperar el poder curativo de la palabra.
En relación a lo que Calvino llama hipernovela, el escritor realiza una auto-referencia
a su obra Si una noche de invierno un viajero,
adelantando que su propósito es presentar la esencia de lo novelesco concentrándolo
en diez comienzos de novelas que desarrollen de las maneras más distintas un núcleo
común, y actúa en un marco que las determina, y está determinado, a su vez por ellas.
Escribí un artículo sobre este libro –como ya lo he referido– hace exactamente 35
años, parte del cual fue publicado en el Papel Literario del diario El Nacional
en 1985 (incluido luego en mi libro Provincias
de la palabra) [6] justo el año en
que Calvino fallece. Lo dejo a la consideración de los lectores como un tributo
a este gran escritor italiano tan cercano a la sensibilidad de un siglo XXI donde
pueden ser aprovechadas sus ideas, para forjar una literatura a su vez capaz de
ser partícipe del nuevo humanismo que tanto necesitamos.
Una novela cíclica
Creo que fue desde
Ulysses que la noción de novela abierta
comenzó a campear libremente en la tradición crítica de Occidente. Aunque antes
de esta novela se produjeron otras obras notables que intentaron narrar de un modo
interrupto y de quebrar con la linealidad narrativa, fue realmente con Joyce con
quien sedimentó una cosmovisión fragmentaria del tiempo y una posibilidad distinta
de transformar la mirada interior de los personajes, aunque no se puede ignorar
un hito posterior marcado por Virginia Woolf con Las olas, pieza seminal de lo que se ha denominado novela lírica, que
crea monólogos paralelos y construye versiones anímicas apareadas al tempo musical,
indicador de un espacio poético, es decir, de una elaboración lingüística previa
al acto del habla. Hoy en día contamos ya con una buena producción en este campo,
tanto en la modernidad literaria europea como en la hispanoamericana. Pese a este
resurgimiento de la novela de ficción, Europa parecía no ofrecer nuevos títulos
que pudieran equipararse a los americanos. Los norteamericanos propendieron a la
novela-reportaje (Mailer, Capote); España y Alemania, mayormente detenidas en el
análisis de la guerra (Robert Musil o Gunther Grass) o en la elaboración de un verismo
en Italia (Moravia), las nuevas novelas europeas de este período carecían de ese
vuelo de imaginación que pudiera hallarse en las hispanoamericanas (Bioy Casares,
Cortázar, Rulfo). Esto no significa que no existiesen libros o relatos imposibilitados
de procrear este vuelo o de dibujar obras de fantasía pura. Incluso en la tradición
hispanoamericana ya existían estos escritores “islas” como Macedonio Fernández,
Juan Carlos Onetti o Julio Garmendia, ya suficientemente formados, y cuya valoración
no se hizo sino mucho más tarde. Francia o Inglaterra, por ejemplo, no ofrecían
narradores de este tipo y hoy sigue en discusión si verdaderamente los hay; sea
lo que fuere, lo cierto es que la novela histórica ha estado demasiado cerca de
la historia escrita y demasiado lejos de la “realidad” como para poder ofrecernos
un fresco eficaz de un tiempo determinado. Y esto atañe a ambas tradiciones, máxime
si se tiene en cuenta la proliferación de novelas de corte “mágico-realista” que
ha imperado en Latinoamérica a partir de García Márquez. A veces basta mezclar la
imagen de cualquier dictador o general con cierto elemento de febrilidad heroica
para explayarse en especulaciones seudo-omniscientes o de índole proto-sexual. Y
los resultados concretos en premios, lanzamientos editoriales y nuevos booms son
de un éxito tan clamoroso como dudoso.
Sin embargo, la historia no está exenta de reescrituras (es decir, de expurgaciones)
ni la literatura de ludismos con la historia. Es sencillamente un problema de proporciones.
Precisamente, un autor como Ítalo Calvino se ha venido apropiando desde sus primeras
obras de un singular sentido de las proporciones. Con la publicación de su trilogía
Nuestros antepasados Calvino alcanza su
madurez, arriba a una concepción coherente de la recreación de la historia. merced
a un brillante sentido del humor que linda con lo fantástico. El vizconde, por ejemplo,
sobrelleva sus dos mitades con angustia entre el bien y el mal, su naturaleza ambigua
nos va pareciendo normal hasta que nos identificamos con sus debilidades. Con esta
novela y El caballero inexistente Calvino
desconcertó a la crítica, que lo había estimado como a un escritor realista basándose
en libros como La nube de smog y La especulación inmobiliaria. De nuevo, atendiendo
a los llamados de su especial potenciación y no a los del historiar literario, Calvino
ingresa a la concepción de obra abierta que anunciábamos al principio, al publicar
Si una noche de invierno un viajero. [7] En efecto, este libro es en cierto modo
una crítica de la novela, o en todo caso, una crítica al acto de escribir una novela.
Pero lo hace novelando, esto es, incluyendo dentro de la novela las propias imposibilidades
de concluirla. Para ello se vale de un recurso cíclico, algunas de cuyas características
observaremos aquí.
En primer término, debe notarse que se trata de diez novelas de títulos extensos
donde la confusión entre lo apócrifo y lo original llega a límites que rozan, casi
todas, las variantes del plagio. Estas diez novelas constituyen en su mayoría capítulos
de un libro cuya estructura es la crítica misma de la novela, o su contrario: una
novela que al mismo tiempo es la crítica del libro como vía para narrar una historia,
pues a pesar de que cada capítulo –cada novela– narra una historia distinta, –contada
cada una en diferente “estilo”– siempre aparece en ellas un elemento que conduce
a la otra, y se localiza casi de manera fortuita. Por ejemplo, el capítulo primero
es lo que llamaríamos la novela “moderna” en cuanto involucra al propio Ítalo Calvino
cono nombre y apellido como personaje y autor, y a la novela con su nombre dentro
de la casualidad de encontrar en una librería éste título, bajo un capítulo que
encierra él mismo una estética; el modo aleatorio en que la novela se teje, vale
decir, tal y como se mueve el viajero: “…todos los lugares comunican con todos los
lugares instantáneamente, la sensación de aislamiento se experimenta sólo durante
el trayecto de un lugar a otro, o sea, cuando no se está en ningún lugar. Así como
el lugar, también el tiempo se congela, ya que éste ha dado un giro completo: aquí
estoy en la habitación de la que me marché por primera vez”; con éste. El texto
mismo de la segunda parte arrojado como el libro, cuyos morfemas y fonemas caen
y chorean hasta perderse “más allá donde las galaxias han llegado a su expansión.”
De este modo, la segunda novela, Fuera
del poblado de Malbork, es como la antítesis de la primera, pues sus problemas
son eminentemente literarios y hacen hincapié en los debates polaco-cimerios. En
ellos intervienen dos personajes femeninos: las hermanas Lotaria y Ludmilla; hiper-intelectual
la primera, lectora casi silvestre la segunda, que en sus visitas al erudito profesor
Uzzi-Tuzii van discutiendo el asunto de la autenticidad de Fuera del poblado de Malbork, lo cual resulta algo cada vez más enrevesado.
En efecto un autor cimerio, un tal Ukko Ahti, es quien, en su única novela, Asomándose desde la abrupta costa, parece
entregarnos una narración más fluida –en forma de diario– de los encuentros de uno
de los personajes con Zwida, una muchacha dibujante tan misteriosa y contemplativa
como el propio narrador, que se halla convaleciente en una pensión de la costa cimeria,
condenado a no salir de noche, y a un cierto estado depresivo.
Todos estos juegan conllevan, por supuesto, una severa crítica al análisis y
a la conceptuación, a la economía, al psicoanálisis, al estructuralismo y a los
propios eruditos como encarnaciones de estas teorías; es también una velada defensa
a la lectura casi primitiva de Ludmilla, la de “acumular historias sobre historias,
sin pretender imponerte una visión del mundo, sino sólo hacerte asistir a su propio
crecimiento, como una planta…”
Aquí continúa un ingenioso juego de apocrifias encabezados por un tal Cavedagna
–verdadero retrato de un burócrata de la cultura— que sin embargo llevan el móvil
central del cortejo amoroso a Ludmilla, Zwida o Ivina. Pero la parte más vigente
en cuanto a esta inteligente confusión de plagios o dudosas tutelas quizá sea la
correspondiente a Hermes Marana, “fundador del poder apócrifo”, quien le escribe
a Cavedagna cartas desde los cinco continentes, entre ellas le ofrece una de quien
es el único escritor “famoso” de todos éstos: Silas Flannery, estructurador de exitosos
y superficiales bestsellers o thrillers. Según parece, las circunstancias en que
son hallados estos libracos, y sus propios temas, son más interesantes aún que su
propia escritura: lo que cuenta es que se cumpla la fórmula bestseller, gracias
a un conjunto de ingredientes que pueden armar los “escritores sombra”, expertos
en imitar el estilo del maestro.
En inusuales condiciones de espionaje, Calvino, ya desaparecido como autor,
hace aparecer una misión en el Sultanato del Golfo Pérsico, en donde una Sultana
ávida de lecturas y asiduos de Flannery, sirve a Calvino para que Marana siga traduciendo
a la Sultana los sucesivos capítulos: por ejemplo, “un personaje de la primera novela
abre un libro y se pone a leer.” Y así al fin pasamos no ya al mundo novelístico
sino al mundo íntimo de Silas Flannery, quien resulta ser, pese a todo, el personaje
más interesante de toda la novela. Precisamente aquí, en este valor de superficie,
se esconde lo capital en la novela de Calvino: la mezcla de personas y hasta la
pérdida de ellas traduce el sinsentido de esta aventura: la pérdida del libro como
objeto de lectura:
– Buscaba un libro –dice Irnerio.
– Creía que no leías nunca –objetas.
– No es para leer. Es para hacer. Hago cosas
con los libros. Objetos. Sí, obras, estatuas, cuadros, como quieras llamarlos.
La que aprueba o desaprueba es, en fin de cuentas, una lectora: Ludmilla. Y
el Diario de Silas Flannery está basado
casi exclusivamente en la observación de lectoras,
más que de lecturas. El placer de la lectura, ya casi extinguido para Flannery,
está sustituido por el de la observación de las mujeres en el momento de leer sus
libros. La duplicidad de este personaje, al mismo tiempo amante-odiante de la literatura,
multiplica las posibilidades de la novela, hasta el punto de hacer intensamente
lírico un suceso prosaico. Veamos.
¡Qué bien escribiría
si no existiera! Si entre la hoja en blanco y la ebullición de palabras de historias
que toman forma y se desvanecen sin que nadie las escriba no se metiera en medio
de ese incómodo diafragma que es mi persona.
A decir verdad, todo el diario de Flannery es de una simplicidad tan asombrosa
que su sola lectura produce un horror de vacío, y su profesionalidad una mascarada
interior cuyo drama pocos escritores “profundos” sobrepasan. La ironía de Calvino
es al revés, con la técnica del ejercitador cuya sola teoría funciona a base de
copiar párrafos de Dostoievsky, por ejemplo. O en otro sentido, transmitiendo las
menudencias de un escritor mediocre, pero con vocación, cuyo drama íntimo desmitifica
cualquier contacto con la escritura e intensifica la posición del íncipit, un libro que mantuviese en toda
su duración la potencialidad del inicio, la espera aún sin objeto.”
A mi entender, la desmitificación novelesca
llega aquí a su cúspide: lo erudito se vuelve simple y lo mecánico significativo.
El valor del escritor está en ascuas; la crisis previa al acto de escribir se cuenta;
no hay sobre ella filosofía ni estética adecuada. Pero hay también oculta aquí una
mordaz crítica a las editoriales, a los agentes literarios y traductores. En último
término, según Marana, la literatura es válida por su poder de mistificación: de
esta a la falsificación habrá un paso no muy grande, pues entraremos incluso a un
país –Ataguitania—donde “los libros sólo pueden circular con falsas portadas”. Y
no sólo éstos: también son falsos los taxis donde viajan sus habitantes. Por supuesto,
todo lleva implícito una burla al lector, un juego donde se es cómplice de la falsificación
general. “¿Hasta cuándo seguirás dejándote arrastrar pasivamente por la peripecia?”,
se le pregunta al lector en una ocasión. Y esto, adivino, sería lo último permitido
por él.
El lector ya se habrá fatigado un tanto con este epítome de versiones y personajes,
los cuales se habrán ido ya desvaneciendo en su memoria y obligarán a esa relectura
tan cara a Calvino, que no tiene fin nunca: “leo y releo cada vez buscando la comprobación
de un nuevo descubrimiento entre los pliegues de las frases.” Me hubiese gustado
un comentario menos descriptivo; ojalá mi discernimiento me hubiese permitido disponer
de razonamientos más ponderados acerca de esta obra, de verdadera excepción en el
panorama de la novela contemporánea. O al menos, pergeñar especulaciones más acordes
con la tónica humorística del libro, de esta novela única de la que Calvino es personaje.
Aunque también este escritor ha teorizado ya sobre el arte del relato cuando ha
dicho: “la literatura es un juego combinatorio que obedece a las posibilidades intrínsecas
de su propio material, independientemente de la personalidad del autor (…) la literatura
escrita nace ya con el peso de un deber de consagración, de confirmación del orden
establecido; peso del que se libera lentamente a lo largo de los milenios hasta
convertirse en un hecho privado que permite expresar a los poetas y a los escritores
la opresión que ellos mismos sufren, de llevar a la luz de sus conciencias y transmitirla
a la cultura y al pensamiento colectivo”. [8]
Yo agregaría que la literatura llega a esto cuando por fin puede permitirse
una actitud lúdica, un juego combinatorio que se carga en determinado momento de
contenidos preconscientes, y le permite al fin expresarse. En unas jornadas literarias
realizadas en Barcelona, Calvino declaró: “toda la literatura se desarrolla de manera
irregular y, respecto a la italiana, esa comunicación irregular es común en todo
el mundo y con respecto a todas las literaturas.”
NOTAS
1. Harold Bloom, Genios. Un mosaico
de cien mentes creativas y ejemplares, Grupo editorial Norma, 2005.
2. Ítalo Calvino, Por qué leer los clásicos, Tusquets Editores, Barcelona, España, 1999.
3. Ítalo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio,
Ediciones Siruela, Madrid, España, 1989.
4. Gabriel Jiménez Emán, La gran jaqueca y otros textos crueles, Fábula
Ediciones, San Felipe, Venezuela, 2002.
5. Georges Perec La vida instrucciones de uso, Traducción de Josep Escué. Prólogo de
Rafael Conte, Círculo de lectores, Barcelona, 1988.
6. Gabriel Jiménez Emán, Provincias de la palabra, Planeta Ensayo,
Caracas, 1995
7. Ítalo Calvino, Si una noche de inverno un viajero, Narradores
de hoy, Bruguera, Barcelona, 1980. Traducción de Esther Benítez.
8. Ítalo Calvino “La
combinatoria y el mito en el arte el relato” ECO, Revista de la Cultura de Occidente,
No. 259, Bogotá, mayo de 1983.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 167 | março de 2021
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