ANAYRA SANTORY JORGE | MAREIA QUINTERO RIVERA |
Escribimos este ensayo como hemos vivido desde entonces: con tristeza por cuánto han sufrido nuestros hermanos y hermanas boricuas, con grave incertidumbre por nuestro país, con las complicaciones que acarrea la impertinente interrupción de servicios básicos, y sin oportunidad para elaborar un trauma nacional que nos supera a ratos y que no ha tenido cauce ni interpelación oficial. Escribimos también como testigos de un proceso concertado en el que la acción política venía desatendiendo sistemáticamente, y desde mucho antes del huracán, gran parte de lo público que colapsó o resistió los vientos. Esta negligencia viene empobreciéndonos a todos, en particular a la mitad de la población que ya vivía muy precariamente bajo el umbral de pobreza. Como denunció la periodista y activista global Naomi Klein en su visita a Puerto Rico tras la tragedia, los efectos del huracán —magnificados por la incapacidad y falta de voluntad del gobierno para prevenir, socorrer y restaurar la vida en común— han sido utilizados para propiciar nuevas oportunidades de negocios. Puerto Rico is open for business, ha sido el insensible mantra post huracán de la clase dirigente. Quienes así rezan no han dejado un solo día de procurar cómo rentabilizarlo todo, desde los fondos que destina el gobierno de Estados Unidos, hasta la infraestructura civil en manos públicas que tomó a generaciones enteras décadas construir. Es por este desempeño que el huracán María no es un hecho aislado en nuestra desgracia. Si así hubiera sido, sus consecuencias no tendrían la magnitud que confrontamos.
María no pudo habernos atravesado en peor momento. Tras más de una década de depresión económica, agobiados por una deuda pública de $72,000,0000,000 y por un déficit en los fondos de pensiones públicas de otros $49,000,000,000, el gobierno de Puerto Rico ha procurado aumentar sus menguadas arcas con medidas que han elevado a niveles récord la desigualdad social y la precariedad. A modo de ejemplo, baste mencionar una serie de impuestos sobre el consumo muy altos y regresivos, incluido uno sobre los inventarios existentes que tiene como efecto reducirlos y dejarnos a merced de las interrupciones portuarias. Cuando el huracán resultaba ya inminente, mucha gente no tuvo cómo adquirir lo que precisaba para protegerse, ni los abastos necesarios para los largos días después de su paso. Pasada la emergencia, los comercios no contaban con lo suficiente para enfrentar la lenta reconstrucción.
n el verano del 2020, quedaban 26,997 solicitudes de reconstrucción de vivienda por daños ocasionados por el huracán. El programa de Individuos y Familias de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) había recibido 40,095 nuevas solicitudes de asistencia por los efectos en el suroeste del país de un enjambre sísmico que comenzó en los últimos días del 2019. Para el verano del 2020, un cuarto de millón de personas había llamado a la Línea PAS (Primera Ayuda Psicosocial) solicitando consejería en medio de la crisis. [2] Por todo ello nos pareció pertinente explicar el porqué de esta zozobra colectiva, que es gran parte de la impronta de nuestro presente. Buena parte de los textos de la Antología del pensamiento crítico puertorriqueño contemporáneo sirve para explicar las fallas estructurales de nuestra actualidad. Aquí están explicadas las debilidades de nuestro desarrollo económico, las fallas de una modernidad construida con inusual prisa, las injustas exclusiones en nuestras representaciones culturales, la persistente colonialidad junto a un colonialismo de antaño que levantó nuestra gobernabilidad sobre las prerrogativas jurídicas de otro estado que reniega todos los días su responsabilidad. Hay también una nueva tristeza. Y un temor pronunciado en voz alta, que espera ser desmentido. Dice la crítica e hispanista Luce López Baralt que “un país como [el nuestro] que tanto ha resistido y que amo tanto, no puede desaparecer sin más de la faz de la tierra, ni [ser] asimilado a otro ni humillado para siempre.” [3] Los ensayos que componen esta colección comparten
una vocación crítica entre ellos: la de advertirnos a los puertorriqueños que no
todo era tan diáfano como nos lo habían contado, ni tan apacible como lo habíamos
creído. Las conversaciones que se develan entre unos textos y otros dan testimonio del empeño de sus autores por ir cimentando una tradición crítica que, desde distintos ángulos y perspectivas, contribuyese al entendimiento de la complejidad de los procesos sociales que han forjado nuestra vida en común. El desafío de leer con otros lentes la realidad puertorriqueña en su dinamismo, les requirió trascender las herramientas conceptuales y metodológicas de la formación académica disciplinar y todavía muy occidentalista que, en su mayoría, recibieron. En ese afán, el diálogo con la producción intelectual latinoamericana y caribeña ha tenido una impronta significativa. Muchos de estos textos serían impensables sin la participación de sus autores en un continuo intercambio crítico regional en el seno del cual emergieron nuevos referentes. Hoy nos resultan imprescindibles a la hora de embarcarnos en el intento de la (re)interpretación social.
Damos fe de que la historia reciente, en buena
medida, ha dado la razón a estos pensadores. En Puerto Rico hemos gozado de una
ventaja epistemológica que nos asigna un inusual grado de responsabilidad. Las causas
de nuestra crisis no solo eran anticipables —mucho más previsibles que las azarosas rutas de los huracanes— sino que algunas nos fueron anunciadas
desde hace medio siglo. Los que tuvimos el privilegio de ir a la universidad del
estado —ahora, como todo, bajo asedio— pudimos leer y escuchar en sus aulas a algunos
de estos autores y a muchos otros que merecerían ser parte de la Antología. Aprendimos
de todos que a pesar de lo auspicioso que parecía el presente había encuadres narrativos
plagados de ausencias, fallas sistémicas que atender y nuevos rumbos que desde entonces
no podían esperar. Organizamos esta colección alrededor de ejes temáticos que nos permiten establecer conversaciones cruzadas entre los ensayos incluidos y formular algunas tesis que claramente los enlazan y que asumimos como propias.
Primera tesis
Ante una historia oficial que ha pretendido explicar nuestra caribeñidad hispana como resultado de una mezcla armoniosa de tres razas —la española, la africana y la taína, cual si se tratara de una emulsión de destilados alguna vez estables y constituidos— está la crítica de autores como Luis Nieves Falcón, José Luis González, Ángel G. Quintero, Fernando Picó, María del Carmen Baerga e Isar Godreau, entre otros, cuyos ensayos incluimos en la primera sección de la antología. Cada uno socava dicho imaginario hegemónico con su propio arsenal. Su efecto en conjunto es pulverizar una narrativa que ha silenciado tanto los mecanismos de opresión contra la mayoría de la población en Puerto Rico —negra y mulata—, como las variadas formas de resistencia y oposición con la que esta ha respondido. Más allá de dicho desmontaje, que deja al desnudo la complicidad de la narrativa oficial en la recreación de un sujeto pasivo y colonial, estos textos dirigen nuestra atención hacia la recuperación de una experiencia social, política y cultural desarrollada siempre al margen de la mirada del poder y del registro oficial. Se trata de formas de sociabilidad, prácticas e imaginarios que no sólo aportan otras texturas a la memoria histórica, sino que siguen abriendo posibilidades emancipatorias.
Puerto Rico es lo que Ángel G. Quintero Rivera ha denominado una sociedad de la contra-plantación. [4] Somos una sociedad formada por las resistencias al enclave de explotación agrícola que los colonos europeos (y luego los estadounidenses) implementaron en el Caribe y a las formas políticas que lo sustentaron. Somos una sociedad cimarrona cuya historia oficial se esfuerza por borrar las poderosas razones de nuestra huida, mientras insiste en desconocer la centralidad de las contribuciones —históricas y actuales— de nuestra población, negra y mulata, en asuntos económicos, políticos y culturales. Para Quintero, la cimarronería era un doble desafío: al régimen económico de la plantación que consumió los cuerpos y apagó la vida de cientos de miles esclavos y a la dominación estatal que velaba por el cruel trapiche que era, en sí mismo, el orden metropolitano. Cimarrón no era sólo el esclavo que huía de la plantación. Podía ser también un indígena salvándose de su particular pesadilla, un polizón de barco y los desertores de todo tipo de órdenes y expectativas. La cimarronería es la fuerza centrípeta que genera continuamente un margen a las fuerzas centrífugas de la modernidad.
Segunda tesis
La valorización de una historia de resistencias cimarronas y la búsqueda de construir modos de convivencia alternativos a las imposiciones hegemónicas, adquieren cuerpo y vitalidad en el compartir musical de sonoridades a la vez viejas y nuevas, producidas por jóvenes caribeños en Nueva York, como documenta la socióloga, cantante y activista Raquel Z. Rivera. [5] La autora propone el concepto de “mitologías de la liberación” para describir las narrativas emancipadoras inscritas en un quehacer musical que hurga en las historias de resistencia de los afrodescendientes para “confrontar las actuales injusticias que enfrenta esta población y construir sueños de liberación para el futuro”. [6] No sólo estos músicos procuran desvincularse de las nociones folklorizadas que muchas instituciones culturales promueven de los géneros musicales afrocaribeños que practican; también se apartan decididamente de los discursos conservadores que plantean la necesidad de “salvarlos” como tradiciones culturales. Es más bien la música la que nos salva, afirman Rivera y los demás músicos cuya voz y sentir documenta. La música afrocaribeña “nos salva del aislamiento, de sentirnos desconectados y privados de conocimiento. Nos salva de lo peor de nuestro prójimo y también de lo peor de nosotros mismos. Nos ayuda a construir mitologías de liberación que responden a nuestras realidades urbanas, deseos, sensibilidades políticas y artísticas y a nuestras necesidades espirituales”, [7] concluye Rivera.
La tarea cultural que tenemos pendiente no es salvar algo que nunca quedó en el pasado, sino aprender a participar en la actualidad de nuestro propio rescate. Suscribimos esta tesis de Rivera y somos testigos de los senderos fecundos que abren prácticas artísticas que son tanto culturales como políticas en el Puerto Rico contemporáneo. Si la bomba contribuyó a cuajar las rebeliones esclavas y la plena viene encendiendo la lucha obrera y sindical por más de un siglo, hoy las feministas y los ambientalistas hacen suya la fuerza de ese legado sonoro, imprimiéndole sus propios contenidos emancipadores. El evento de bomba “Libre Soberao”, organizado anualmente por el Centro Cultural Cunyabe y dedicado en su edición de 2018 a las lecciones que nos dio la madre naturaleza, fue celebrado en el poblado de la antigua central cañera de Aguirre como una fiesta con significados y fines múltiples. Conmemora tradicionalmente la abolición de la esclavitud en 1873, pero también galvaniza la lucha comunitaria contra la generación de electricidad con carbón y los depósitos de cenizas contaminantes que esta produce, a la vez que cimenta los proyectos de autogestión de la Iniciativa de Ecodesarrollo de la Bahía de Jobos (IDEBAJO). Plena Combativa, un grupo de activistas y músicas feministas, les anima cantando “Chimenea de muerte no te voy a tolerar. Muévete a Fortaleza si tus cenizas quieres tirar”. A favor de todas las niñas corean “Las niñas de nuestra tierra quieren ser libres para jugar y esta plena es para ellas, pa’ que las dejen vivir en paz.” [8] La marea feminista boricua sale a la calle pandero en mano, reivindicando políticas de equidad, rechazando las medidas neoliberales de austeridad y las nuevas imposiciones coloniales. El Paro de Mujeres de 2017, que cerró en la madrugada la vía pública más importante en San Juan, culminó con un batey de bomba en plena avenida del distrito financiero —conocido como la milla de oro— en un mano a mano entre discursos de activistas, canciones, toques y baile. Nuestra liberación tiene una banda sonora y muchos conocen la clave.
Tercera tesis
El bombardeo a San Juan, que tuvo lugar el 12 de mayo de 1898, fue sólo el primero de los hechos de sangre con
los que se inició, se apuntaló y se ha corregido el curso del dominio político de
Estados Unidos sobre Puerto Rico en sus 120 años de historia. Quedó subsumido, pero
no olvidado, en el Tratado de París, el primer documento del largo tracto jurídico
que da cuenta de nuestra relación con la potencia invasora. En este documento, firmado
el 10 de diciembre de 1898, el territorio agredido en una guerra declarada por otros
se convierte, junto a su población, en compensación a ser entregada por España a
sus contrincantes, los Estados Unidos, quienes para nuestros efectos en aquel momento
se habían constituido a golpes de cañón en nuevos agresores. Comienza así una estrategia
en la que la trama del derecho parece fagocitar tanto lo escabroso como lo nimio.
En Puerto Rico el derecho opera socialmente como un relato maestro que logra reformular
del modo más inane cuanto pueda resultar de interés político legitimar. Ha sido
el hábil uso de la ley y no solo el indispensable recurso de la fuerza descarnada,
lo que ha atado por más de un siglo los destinos de la isla a los de su conquistador;
y lo que, en buena manera, ha labrado el curso subsiguiente de los acontecimientos
políticos en Puerto Rico. Esta es la tercera tesis que queremos adelantar y está
inspirada en la obra de crítica jurídica del profesor de derecho constitucional
Efrén Rivera Ramos. [9] Es a través de las invisibles madejas del derecho
que se ha ejercido, consolidado y perpetuado la dominación colonial en nuestro país.
La ley estadounidense, que en ese país sirve como
instrumento de gobernabilidad y que en términos políticos congela, por cierto tiempo,
la pugna entre las fuerzas antagónicas en su territorio, se transforma en el imaginario
cotidiano de los puertorriqueños en un hecho inamovible, como si fuera la línea
del horizonte, el principal punto de referencia a partir del cual orientarse. En
el análisis político que se hace en Puerto Rico, tanto en las altas esferas como
en los medios de comunicación de masas, es frecuente encontrar que las posibilidades
políticas de la colectividad parten del estrecho marco de lo que ya ha sido legislado
por el Congreso de Estados Unidos o decidido por su Corte Suprema. Cuando el analista,
o la persona de a pie, sale de estas coordenadas es frecuente entonces que se pregunte
qué querrán los Estados Unidos que no haya expresado por decreto judicial o legislación.
Pareciera que hiciéramos política sobre una tabla de ouija. Cuando dejamos de lado
el arte de la adivinación nos vamos al otro extremo del realpolitik. Entonces
consideramos exclusivamente las alternativas que nos parecen estrictamente probables.
Este continuo partir de lo que otros han decidido sin siquiera considerar sus efectos
sobre una población distante tiende a reducir la amplísima esfera de lo político
a la minúscula escala de lo legal. Como elabora Rivera Ramos en su texto, este es
solo uno de los efectos cotidianos de la forma como se ha ejercido la dominación
colonial en Puerto Rico.
Cuarta tesis
La estrategia de utilizar el derecho como fuente de sujeción y explotación
colonial es extraordinariamente normalizadora de todos los malestares sociales.
Sin lugar a dudas, es una de las razones por las que la noción del Estado Libre Asociado como fruto de un pacto (imaginario) con los Estados Unidos ha calado tan hondo en la sociedad puertorriqueña. La escritora Marta Aponte Alsina, en su evocador ensayo “Somos islas” nos recuerda que:
Habría que examinar con cautela la solidez de las “negociaciones” entre metrópoli y colonia en el caso de Puerto Rico. Si se someten al escrutinio más superficial, no es difícil advertir que cuando las hubo —como en la revisión por el Congreso de Estados Unidos del borrador de la Constitución del Estado Libre Asociado preparado por la Convención Constituyente insular—no se cedió un ápice del control de la metrópoli sobre “su” colonia. Tanto se hizo creer que sucedió lo que los hechos no sustentan, que del convenio entre el territorio y el Congreso podría derivarse, más que un acuerdo entre naciones soberanas, un pacto de silencio. [10]
Ese pacto de silencio está roto y con él deshechos
los fuertes tensores que han articulado nuestra historia política. Esta es nuestra
cuarta tesis y traza una dimensión impostergable de nuestras luchas.
Quinta tesis
Aunque el gobierno de Estados Unidos se niegue a viabilizar un proceso de descolonización para Puerto Rico, esta demanda ha sido expresada de las maneras más contundentes. Los hechos que han sido descritos no ocurrieron
sin que hubiera una respuesta de fuerza de parte de los que denunciaron las fallas
del proceso constituyente. La protagonizaron los miembros del Partido Nacionalista
de Puerto Rico, bajo el liderato de Pedro Albizu Campos, un puertorriqueño negro,
ingeniero químico y abogado de profesión, primero entre los nuestros en graduarse
de la Universidad de Harvard.
El 29 de agosto de 1951 Albizu es hallado culpable
de retar lo dispuesto en una ley que, como narra la historiadora Ivonne Acosta,
hizo de la palabra pública un delito. Fue sentenciado por doce cargos correspondientes a doce discursos que había pronunciado entre 1948 y 1950, cuyas transcripciones permanecieron censuradas durante cuarenta años hasta que, por vía judicial, el Departamento de Justicia de
Puerto Rico se vio obligado a entregarlas al Archivo Nacional. Según apunta Acosta, autora también de un revelador libro sobre la Ley de la Mordaza que viabilizó los cargos, en estos discursos Albizu “denunció realidades que se han hecho más evidentes y terribles con el paso de los años”. [11] Denunció el discurso hipócrita de los Estados Unidos proclamándose internacionalmente como portavoces de la libertad y la democracia cuando sus acciones —como el lanzamiento de la bomba atómica tan solo dos años antes— demostraban su menosprecio a la vida humana. Criticó la Doctrina Truman y la política norteamericana hacia América Latina; el secuestro de miles de cuerdas de terreno de las islas municipio de Vieques y Culebra para uso de la Marina estadounidense, la imposición en Puerto Rico del servicio militar obligatorio, la movilización de miles de soldados puertorriqueños a la guerra de Corea; el engaño de la Ley 600, que culminó en la fundación del Estado Libre Asociado; la política de industrialización y de atracción de capital extranjero a través de exenciones contributivas; la pobreza de grandes sectores de la población y su carencia de servicios básicos; y el uso del sistema educativo como plataforma de americanización de la niñez. En voz del actor Teófilo Torres, quien dirigido por Nelson Rivera ha encarnado a Albizu en el montaje teatral El Maestro, estos discursos nos siguen sacudiendo profundamente cuando nos alcanzan, por la desoladora vigencia de sus denuncias.
Una serie de levantamientos armados se desarrollaron
el 30 de octubre de 1950, obligando a Muñoz a activar la Guardia Nacional para contenerlos.
En ocho pueblos de la isla hubo acciones insurgentes, incluida la ciudad capital,
donde cinco nacionalistas al mando de Raimundo Díaz Pacheco atacaron la residencia
oficial del gobernador en el Viejo San Juan, la Fortaleza. En Washington, dos nacionalistas,
Oscar Collazo y Griselio Torresola atacaban la Casa Blair, residencia provisional
del presidente Truman. Torresola muere de un disparo mientras tiene al presidente
en su mira. La revuelta no surtió el efecto internacional que Albizu había previsto.
No sería, sin embargo, el último intento. El primero de marzo de 1954 un comando
nacionalista liderado por una mujer, Lolita Lebrón, atacó al Congreso de los Estados
Unidos con el mismo propósito de denunciar que el ELA no proveía al país de un gobierno
democrático con soberanía propia. El sacrificio, nuevamente, pareció en vano. Los
nacionalistas, tomados por locos por el gobierno de Muñoz y descritos como fanáticos
desesperados por la prensa estadounidense, tenían razón en su apreciación sobre
el ELA. Han sido sus viejos oponentes, las tres ramas del gobierno de los Estados
Unidos, quienes, en hechos distintos pero muy relacionados, les han dado la razón.
En junio del 2016, la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió en el caso Sánchez
Valle v. Puerto Rico que la fuente de la soberanía puertorriqueña era la estadounidense.
En las vistas preliminares de este caso la posición del Procurador General de los
Estados Unidos bajo el gobierno de Obama había sido retractarse de cualquier representación
contraria que se hubiera hecho ante la ONU por el gobierno de los Estados Unidos
cuando se le solicitó retirar a Puerto Rico de la lista de territorios que no habían
alcanzado la auto determinación o la independencia. Y el mismo día que la Corte
Suprema emitió su decisión sobre Sánchez Valle, el Congreso de Estados Unidos aprobó
la ley PROMESA, lo cual implicó la designación de una junta de control fiscal para
Puerto Rico. Esta es nuestra quinta tesis. Acerca de la naturaleza del ELA, Pedro
Albizu Campos y los miembros del Partido Nacionalista tenían razón. No hay que estudiar
a Hobbes para apreciar la corrección de su juicio.
Sexta tesis
¿Por qué el nacionalismo no llegaría a convertirse en un movimiento de masas, a pesar de la palabra profética y estremecedora de Albizu y de la evidente “coyuntura histórica favorable al rompimiento de las estructuras de dominación colonial-capitalista”, según describe Manuel Maldonado Denis al decenio del treinta? [12] ¿Por qué no habría hecho confluencia con el movimiento proletario de masas de las primeras décadas del siglo XX, el cual representó la otra fuerza de oposición al régimen colonial y a la explotación capitalista de las corporaciones azucareras? Aun reconociendo el peso de la represión feroz que se desató contra el partido nacionalista y eventualmente contra todo el independentismo, para autores como Maldonado Denis y José Luis González el destino del nacionalismo estaba inscrito en su mayor desacierto: el divorcio de la cuestión nacional y la cuestión social. La “suprema definición” entre yanquis y puertorriqueños que proclamaba Albizu cegaba las profundas desigualdades de clase entre puertorriqueños, que González representa también como diferencias raciales. [13] Esta incapacidad de reconocer las distancias entre unos y otros (y entre
unos y otras) es la falla sísmica que habría hecho fracasar los esfuerzos por subvertir
el orden colonial. La asumimos como nuestra sexta tesis.
Reinterpretar la formación histórica del país integrando algunas de las experiencias que quedaron al margen de todas las nostalgias, ha sido uno de los objetivos de la ciudad letrada durante las últimas décadas del siglo XX. Si en “El país de cuatro pisos” González enfoca su mirada de manera muy general en el carácter afrocaribeño de nuestra cultura popular como fundamento de un proyecto nacional, en “Plebeyismo y arte en el Puerto Rico de hoy” utiliza como ejemplos las obras del pintor José Rosa y del escritor Luis Rafael Sánchez para elaborar las posibilidades de un lenguaje artístico cuajado desde lo popular e impuesto “hacia arriba”. [14] Ricardo Campos y Juan Flores, por su parte, van hilvanando su propia recuperación de una tradición intelectual y poética en la que el concepto de patria aparece anclado a las vivencias de la clase trabajadora y a su experiencia de la lucha libertaria y no en el discurso ambivalente y florido de los patricios en las primeras décadas del siglo XX. A figuradas laureadas como José de Diego, presidente de la Cámara de Representantes, del Ateneo puertorriqueño y abogado de la industria cañera, Campos y Flores contraponen la del poeta decimonónico Pachín Marín, quien perdió la vida en el campo de batalla apoyando la independencia cubana; la de los socialistas Bernardo Vega y Jesús Colón, líderes obreros en Nueva York; y la de Ramón Romero Rosas, tipógrafo y autor de escritos pioneros de análisis de la sociedad puertorriqueña, como La cuestión social y Puerto Rico (1904). También se esmeran en reconocer el entonces emergente movimiento literario nuyorican que aparece en escena durante la década de 1970 con representantes como Pedro Pietri, Miguel Piñero, Tato Laviera o Miguel Algarín para implosionar juntos el apacible mito de la modernidad puertorriqueña y el del alcanzable sueño americano. Dicen Campos y Flores que
[l]os artistas y escritores puertorriqueños nacidos o criados en Estados Unidos emergen de hogares permanentemente atormentados por la pobreza y sus concomitantes; sus familias durante generaciones han sido las víctimas de una intensa explotación capitalista y una despiadada opresión nacional. En su más fidedigna expresión, sus producciones fustigan con fiera insubordinación esas condiciones inhumanas y hacen saltar en añicos todas las promesas incumplidas y las artificiosas idealizaciones que pretenden perpetuarlas. [15]
La incorporación del análisis de la producción cultural de la diáspora puertorriqueña en Estados Unidos, como elemento fundamental de una interpretación sociohistórica de la cultura nacional puertorriqueña, constituye un mérito extraordinario de este ensayo. Atiende a una invisibilización injustificable de la experiencia de la migración en la discusión en torno a la identidad puertorriqueña, de la que incluso peca un autor como José Luis González en su metáfora de los cuatro pisos. En trabajos posteriores, Flores no cejaría en su empeño de continuar explorando la creación cultural de la diáspora bien fuera el fenómeno de las casitas jíbaras enclavadas en solares baldíos de la gran urbe, la literatura urbana, el rap, el graffiti o las identidades afrolatinas, entre otras tantas temáticas sobre las que volcó su interés.
Conclusión
Quizás no es por falta de utopías que la crisis se nos hace tan desgarradora y sí por no lograr aún “comprender”, tal como plantea Arcadio Díaz Quiñones, “cómo se constituye el lugar, a la vez elusivo y específico, en el que el sujeto [de a pie] es capaz de tomar la palabra.” [16] Quizás siga siendo una de las debilidades de las propuestas contrahegemónicas que circulan su apego
a representaciones colectivas que son tan masculinas como irrecuperablemente rurales
para la población de un país mayormente maduro, femenino, urbano. Aunque el amor
militante de las comunidades puertorriqueñas en el exilio tras el paso del huracán
nos invita a imaginarnos como un archipiélago cuyas islas no están solo en el Caribe,
como propone Aponte Alsina, sino que se encuentra desparramado por los centros urbanos
y los suburbios de medio centenar de ciudades en los Estados Unidos; todavía nos
cuesta pensarnos como una nación transoceánica que no habla solo un idioma ni una
solo variante del español caribeño. Quizás estemos en un tránsito donde las viejas imágenes que nos sirvieron
como contraseñas (problematizadas, pero aún reconocibles) se van entretejiendo con
nuevas propuestas populares. Ahí está, como ejemplo de esa lenta traslación, la
canción “Hijos del Cañaveral” de Residente, la que va alcanzando entre los más jóvenes
el lugar al que llegaron otras canciones patrióticas de otras generaciones, como
lo fue “Verde Luz” del poeta y cantautor Antonio Cabán Vale. En la canción de Residente
los nuevos ritmos urbanos acompañan a la décima campesina y a los instrumentos típicos,
del mismo modo que Residente alterna en la letra las imágenes de su infancia suburbana
—como la identificación con el jugador de béisbol puertorriqueño Roberto Clemente
(cuyo número era el 21), las máquinas de feria en las fiestas patronales de su pueblo
o los juegos de cartas para conjurar el aburrimiento durante los apagones eléctricos—
con los iconos masculinos de la vida rural: los gallos de pelea, la pava, los bueyes
y el machete, instrumento de trabajo y símbolo de la resistencia armada. Todos estos
reservados para los momentos de mayor lirismo.
Aun laboramos
en una puesta al día de nuestro imaginario colectivo que dé cuenta de renovadas
presencias y destacadísimos actores sociales, como un movimiento estudiantil independiente
y de profunda aspiración democrática, un revitalizado y radicalizado movimiento
feminista, un movimiento ecologista comprometido y combativo en sus variadas formas
organizacionales, múltiples organizaciones comunitarias, iniciativas culturales
autogestionadas por todo el país, rescatadores de terrenos y ocupas urbanos y una
comunidad LGBTTI orgullosamente visible y muy vocal. Si nos apuramos y logramos
organizarnos, los resultados tangibles que todos estos actores van acumulando en paralelo a la (in)acción gubernamental y sus draconianas políticas de austeridad, de saqueo a través de la privatización, de demolición y demonización de lo público, quizás puedan servir de bases para fraguar alternativas colectivas que logren regenerar la arena de lo común, que alienten nuevas demandas y que relancen la redefinición de un Estado que hace muchas décadas no nos parecía ni tan brutal ni tan ajeno. Quizás
lo más que nos cuesta es lo que resulta políticamente más importante: estar abiertos
a una propuesta nacional en la que la configuración identitaria, no sean santo y
seña, sino el precipitado fugaz de la articulación de los reclamos que estamos dispuestos
a albergar, según estos vengan llegando, para defenderlos a todos como si fueran
los propios. Entre quienes reclaman y demandan, como hemos hecho desde hace siglos,
encontraremos quienes nos representen y nos signifiquen. Esta, más que una séptima
y última tesis, es nuestra primera y más profunda aspiración.
NOTAS
1 Este escrito
es una edición abreviada del ensayo introductorio al libro Antología del pensamiento
crítico puertorriqueño contemporáneo, publicado en 2018 (Buenos Aires: CLACSO),
como parte de la Colección de Antologías del Pensamiento Social Latinoamericano
y Caribeño. El volumen está disponible en acceso abierto en: www.clacso.org/antologia-del-pensamiento-critico-puertorriqueno-contemporaneo/
2. FEMA, “La asistencia federal por
desastre para los terremotos de Puerto Rico supera los $104 millones,” Federal Emergency
Management Agency, consultado el 12 de octubre 2020, www.fema.gov/es/news-release/20200716/la-asistencia-federal-por-desastre-para-los-terremotos-de-puerto-rico-supera.
3. López Baralt, Luce. 2018. Perdonen mi tristeza.
En Santory Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento
crítico puertorriqueño contemporáneo (p.562). Buenos Aires: CLACSO.
4. Quintero Rivera, Ángel G. (1918) La cimarronería
como herencia y utopía. En Santory Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds),
Antología del pensamiento crítico puertorriqueño contemporáneo (pp.91-116).
Buenos Aires: CLACSO.
5. Rivera, Raquel Z. (2018). Bomba puertorriqueña
y palos dominicanos en Nueva York: de diásporas y mitologías de la liberación. En
Santory Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento
crítico puertorriqueño contemporáneo (pp. 201-229). Buenos Aires: CLACSO.
6. Idem, p. 210.
7. Idem, p. 225.
8. Abadía-Rexach Bárbara, “Plena Combativa
presenta poderosa celebración de la equidad en su primer disco”, Todas, consultado el 12 de octubre 2020, www.todaspr.com/plena-combativa-presenta-poderosa-celebracion-de-la-equidad-en-su-primer-disco.
9. Rivera Ramos, Efrén. (2018). Hegemonía.y
legitimidad en el Puerto Rico contemporáneo. En Santory Jorge, Anayra y Quintero
Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento crítico puertorriqueño contemporáneo
(pp. 233-250). Buenos Aires: CLACSO.
10. Aponte Alcina, Marta. (2018). Somos islas.
En Santory Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento
crítico puertorriqueño contemporáneo (pp. 252-253). Buenos Aires: CLACSO.
11. Acosta Lespier, Ivonne. (2018). La palabra
como delito. En Santory Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología
del pensamiento crítico puertorriqueño contemporáneo (pp. 273). Buenos Aires:
CLACSO.
12. Maldonado Denis, Manuel. (1974). Hacia
una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico. México: Siglo XXI,
p. 47.
13. González, José Luis. (2018). El país
de cuatro pisos (Notas para una definición de la cultura puertorriqueña). En Santory
Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento crítico
puertorriqueño contemporáneo (pp. 69-90). Buenos Aires: CLACSO.
14. González, José Luis. (1980). Plebeyismo
y arte en el Puerto Rico de hoy. En El país de cuatro pisos y otros ensayos.
Río Piedras, Puerto Rico: Huracán.
15. Campos, Ricardo y Flores, Juan. (2018).
Migración y cultura nacional puertorriqueñas: perspectivas proletarias. En Santory
Jorge, Anayra y Quintero Rivera, Mareia (Eds), Antología del pensamiento crítico
puertorriqueño contemporáneo (p. 341). Buenos Aires: CLACSO.
16. Díaz Quiñones, Arcadio. (2000). El
arte de bregar: ensayos. San Juan: Callejón, p. 13.
ANAYRA SANTORY
JORGE. Estudió filosofía en la Universidad de Indiana, Bloomington.
Su primer puesto docente fue en la universidad centroamericana José Simeón Cañas
en El Salvador durante los primeros años de la posguerra en ese hermano país. Fue
becaria Fullbright a nivel posdoctoral. Al regresar a Puerto Rico se integró al
Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Dirigió
el Departamento de Filosofía de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y coordinó
su programa graduado. Allí enseña cursos de filosofía política y ha sido colaboradora
asidua del Programa de Estudios de la Mujer y el Género. Ha publicado artículos
y capítulos de libros en El Salvador, Nicaragua, Brasil, Argentina, España y EEUU. Es
columnista fundadora de la revista cultural 80grados, la publicación de referencia
sobre ensayos de actualidad en Puerto Rico. Su primer libro Nada es igual: bocetos
del país que nos acontece (2018) es
una colección de ensayos y crónicas sobre la depresión económica, la crisis de la
deuda pública, los efectos del colonialismo y la experiencia del huracán María en
Puerto Rico. Junto Luis A. Avilés acaba de publicar la antología Convidar
(Ediciones Educación Emergente, 2020) en la que 19 autores de tres generaciones
reflexionan sobre la pandemia de COVID en Puerto Rico.
MAREIA QUINTERO RIVERA. Profesora e investigadora de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde se desempeñó como directora de la Maestría en Gestión y Administración Cultural y del Programa en Estudios Interdisciplinarios de la Facultad de Humanidades. Graduada de música por la Universidad de Puerto Rico, cuenta con una maestría en integración de América Latina de la Universidad de São Paulo, Brasil y un doctorado en historia social por la misma institución. Sus investigaciones y publicaciones abordan temas como la crítica cultural en el Caribe y el Brasil y los debates en torno a “raza” y nación; los entrecruces entre arte y política en la creación artística contemporánea; la gestión de políticas culturales; y los vínculos entre educación popular y gestión cultural. Es autora del libro A cor e o som da nação: A idéia de mestiçagem na crítica musical do Caribe Hispânico Insular e o Brasil (1928-1948) (Annablume, 2000), trabajo que recibió el premio anual de investigación en ciencias humanas, nivel de maestría, de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC). Ha sido profesora y conferenciante invitada en universidades de Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Canadá y Estados Unidos, entre otros. Entre los años 2013 al 2015 presidió la Comisión para el Desarrollo Cultural e integró la Junta de Directores del Instituto de Cultura Puertorriqueña y la Junta de Directores de la Escuela de Artes Plásticas.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 168 | abril de 2021
curadoria: Vanessa Droz (Puerto Rico, 1952)
artista convidada: Dhara Rivera (Puerto Rico, 1952)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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