poetry
is the spam or syncope of language.
PHILLIPPE LACOUE-LABARTHE
La
relación con la lengua española y con la tradición es la estructura externa que
permite sopesar de alguna manera nuestro discurso poético. La condición insular y colonial puertorriqueña no ha sido obstáculo para que
se produzca en la isla caribeña que es Puerto Rico una pujante y siempre constante,
renovadora, vital y formidable poesía. [1] Casi podríamos afirmar, si es que nos atenemos a la equivocidad sempiterna de
las clasificaciones, que el género de la poesía ocupa más de la mitad de la producción
literaria puertorriqueña. Y su calidad es excepcional. Comienza a fines del siglo
XIX, urgida por las corrientes románticas, criollistas y modernistas que surgieron
en Latinoamérica y España, influidas a su vez las últimas por el simbolismo francés,
para luego consolidarse en un discurso de afirmación nacional entre los veinte y
los cincuenta con la poesía de Luis Lloréns Torres, Luis Palés Matos, Julia de Burgos,
Juan Antonio Corretjer y Francisco Matos Paoli. Atraviesan sesgadamente dicha vertiente
nacionalista las vanguardias europeas y latinoamericanas, que tienen su impacto
parcial en nuestra poesía al ceñirse simultáneamente al reclamo social, lo cual
advertimos cuando registramos la obra temprana de Palés Matos y de Diego Padró,
y que luego se manifestará abiertamente ya en plena madurez en el tomo Tuntún de pasa y grifería (1937), de Palés,
con su contundente afirmación racial afrohispana. También se manifestará en la obra
de otros poetas, tales como Juan Antonio Corretjer —parte de su poesía tiene rasgos
cubistas y futuristas y en otras se atiene a estrofas clásicas, como la lira en
Distancias, o al poema proletario en Alabanza
en la torre de Ciales—, Klemente Soto Vélez (Caballo de palo), el nacionalismo místico y metafísico de Matos Paoli
(Canto de la locura) o en la poesía de
tema internacionalista y socialista de Corretjer y Julia de Burgos. Ya temprano
en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, y siguiendo la impronta subterránea
de tono erótico que trazaran la obra de Clara Lair (Un amor en Nueva York) [2] y de Julia de Burgos (Poema en veinte
surcos, El mar y tú), se registra
un cambio cuando las escritoras asumen la palabra e irrumpen en las letras poetas
como Laura Gallego, Violeta López Suria, Esther Feliciano y, más tarde, Marigloria
Palma y Marina Arzola.
En
la poesía que se produce en el país a partir de la década del sesenta, se podrían
apreciar tres grandes vertientes que se intersecan entre sí y cuya demarcación es
difícil. En primer lugar, el grupo Guajana,
que se constituye primordialmente en torno a un ethos de contenido social
que lo precede, marcado por un estilo dialogal y dramático, de tono masculino y
énfasis heroicos —“lírica colérica”, le llamaron—, de combate, muy influenciado
por la poesía conversacional presente en gran parte de Latinoamérica y que prefiere
acentuar un contenido y asignar una función a la poesía.
[3] Estimo que se filian, por vía de la tradición y tono, más
a la lírica española de combate (Celaya, Blas de Otero, León Felipe) que a las diversas
voces conversacionales que van surgiendo en los sesenta en Latinoamérica, tales
como Roque Dalton, Antonio Cisneros, Enrique Lihn y Ernesto Cardenal. Aquí un ejemplo tomado de un poema escrito por Andrés Castro Ríos, titulado
“El crimen fue en Granada”, escrito en memoria de Maurice Bishop, asesinado, como
García Lorca, en Granada, solo que en este caso no en la ciudad española, sino en
la isla homónima:
Caribe, mi Caribe, entendedlo,
no perdones jamás esa mañana
en que la muerte gringa vino
con sus hilos de fuego –llanto de siempre-
enredando tu rosa prometida,
tu sangre soberana,
para que donde alzabas la pureza
del aire, el templo de los débiles,
reine ahora el espanto, la
arrogancia, una feroz y despiadada calavera democrática.
Sabedlo, el crimen fue en Granada.
Yo no sé si duermo.
No sé si me despierta a
veces
esta estridente realidad de
mi tumba
pero el sonido del caracol
es como un sueño,
como un sueño la presencia
de las hormigas y los pájaros
las horas como un gran lago
en calma,
mejor, como la fotografía de
un gran lago en calma,
o mejor aún, como el recuerdo
remoto de la fotografía de un gran lago en calma.
(“Sobre mi tumba suena un caracol” 130)
maestra de caricias,
virtuosa del amor, de sus pliegues
esperta
en la guarida de la pasión
dirijente del beso
líder jenial del tacto, jefa
santa,
comandanta mullida, dulce pantera,
mande usté lo que quiera, paloma
brava,
coma de mí sin pena, toque,
mi seda sabia.
aura putísima y sagrada:
a cualquiera me atrevo a decirle
que eres mía. [6]
Al
interior de la poética de Dávila, pueblo y amante son extensiones de su propia palabra,
tanto en este libro como en su primero, Animal
fiero y tierno. Hay que ver que en este poemario las instancias orales —frases
cotidianas, canción popular, refranes— son apropiadas por la hablante para que operen
dentro del tópico amatorio, paralelo ello a fórmulas del deseo que se avienen a
tópicos o lugares comunes asumidos por la voz poética, aunque desplazando sus acentos.
Ese vaivén apunta a un intercambio heteroglósico por razón del lugar a donde arriban.
El acto de apropiación de esa voz, de esas citas, forman una amalgama que consolida
su poética y el texto que produce resulta multívoco. Por un lado, por la manera
en que captura a su lector-oyente y, por el otro, por la otra manera de tornar ambigua
y más rica la red de referencias entre sagradas y seculares que evoca la voz mística.
Dávila transforma y actualiza la poesía de Juan de la Cruz y de Teresa de Ávila
y en La querencia la funde a la canción
popular, la décima campesina y el bolero, nutriendo así la coyuntura entre la cultura
popular y la letrada. Este libro, que oscila entre el poema en prosa, el poema de
verso libre, los metros octosilábicos y el cuento breve, recorre hablas, cuerpos
y la intensidad del deseo. De sus poemarios, insisto en rescatar, más que una temática,
las formas de enunciación lindantes con la canción popular, el refrán y el uso de
ciertas variantes de la lengua que recurre a diminutivos y esdrújulos para marcar
las sinuosidades y acentos de un cuerpo que se dice antes de entrar en el juego
amoroso de la cópula. Ese decir, donde se compromete una oralidad fracturada y entusiasta,
que a veces niega y a veces afirma, oscilante entre el dictamen social sexual y
su imaginación, remite a los escuchas a una síncopa acelerada y sostenida. [7] Allí el cuerpo femenino dialoga sin ambages con el cuerpo
masculino desde varios planos, entre ellos, predominantemente el deseo. Su discurso poético resulta en una liberación sin precedentes —quizás hecha
la excepción de algunos poemas de Clara Lair— dentro del discurso erótico poético
puertorriqueño, cultivado tanto por varones como por féminas.
Hasta
ahora estas dos corrientes —la de temática social y la lírica—, pese a sus diferencias,
comparten un tono y unos tópicos relacionados con las luchas sociales y políticas
que ocupan al Cono Sur por razón de sus dictaduras, a Centroamérica por razón de
su explotación agrícola y su progenie de tiranos al servicio de la United Fruit,
al Caribe con sus pequeños dictadores —Duvalier-Trujillo-Batista— al servicio de
los Estados Unidos. Se insertan, por la temática, en el término acuñado de poesía
conversacional que signara la producción latinoamericana y también son influídos
por la nueva trova, en el ámbito cultural creado por el Certamen Casa de las Américas
y, además, por las formas y los contenidos de la poesía combativa que se produce
en España a raíz de la Guerra Civil Española (Vallejo y Neruda), Miguel Hernández,
León Felipe, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Ángela Figuera Aymerich. Reconocida
dicha producción poética en los textos mismos de los sesenta y los setenta, no puede
separarse de la influencia que tuvo la canción de protesta y la nueva trova, nutrida
de una letra crítica, estrofas populares que a veces provenían de la poesía, y ritmos
folklóricos latinoamericanos y caribeños, además de la tradición de los cantautores
españoles Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez, entre otros. Sylvio Rodríguez, Pablo
Milanés, Quilapayún, Daniel Viglietti, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Mercedes
Sosa, Víctor Jara, la nueva canción chilena, Inti-Illimani y, en Puerto Rico, Roy
Brown, Haciendo Punto en otro son, Aires Bucaneros, Zoraida Santiago, Antonio Cabán
Vale forman también parte de esta tradición sonora y poética.
Los
del setenta, digamos, recurren en parte al verso coloquial y extenso que define
a la poesía conversacional, pero también a la antipoesía y al poema lírico y le
da existencia presencial a escenas de la cotidianidad que en otras tradiciones hubieran
sido tachadas de prosaicas o vulgares. Cultiva sostenidamente la tradición principal
a la que se adhiere, es decir, la lírica, estimula con muchísima rigurosidad sus
poéticas desde diversas revistas generacionales —Ventana, Caribán, Zona de carga y descarga, Reintegro y desde la sección En Rojo del semanario socialista Claridad (que promociona las primeras publicaciones
de estos jóvenes poetas)—, se mueven entre la Universidad y otros espacios públicos,
habitan muy bien el intersticio, fundan editoriales (quease, libros nómada) o series de poesía dentro de editoriales importantes
y compilan antologías que registran los comienzos de otra tradición. [8] El archivo poético se amplía tomando prioridad la poesía
latinoamericana antes mencionada, la norteamericana de Pound y Ginsberg en adelante
y algunos poetas clásicos europeos, muchos de ellos provenientes del canon literario
del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Puerto Rico, donde
han estudiado muchos de estos poetas de los setenta, ochenta y noventa. Se produce,
además, una gran porosidad multidisciplinaria en el discurso poético al comentar
desde adentro el discurso visual, ya sea la pintura, la fotografía, el cine, el
collage. Esta constituye una de las vías más prolíficas de exploración,
lo cual crea una apertura que eventualmente desemboca en la poesía digital, el poema
dramático, el poema-collage, hasta la poesía performática. El poema crítico, así
como el poema proletario o de protesta social, el metapoema (José Luis Vega, Hjalmar
Flax, joserramón meléndes, Áurea María Sotomayor), todo se va mezclando al coexistir
varias voces y registros simultáneamente, a la par que se lanzan a una exploración
libre de las formas. Algunos exponentes centrales de esta heterogeneidad lo son
Luis Rosario Quiles con el teatro (El juicio
de Víctor Campolo), Esteban Valdés con el poema visual o concreto (Fuera de trabajo) y joserramón meléndes (La casa de la forma). Surge el poema abiertamente
feminista y lésbico (Nemir Matos en Las mujeres
no hablan así y Lilliana Ramos en reróticas)
o el abiertamente homosexual (Manuel Ramos Otero, en Invitación al polvo y El libro
de la muerte) conjuntamente con un lenguaje que desplaza las categorías que
designan como apropiado o soez los vocablos usados. Poetas provenientes de la alta
burguesía deciden desestimar su propia clase en su poesía (Fábulas de la garza desangrada de Rosario Ferré, El sombrero de plata y El ojo de la tormenta de Olga Nolla), se
experimenta con el libro no empastado (Rantamplán,
de Yvonne Ochart), la ciudad deja de ser la ciudad letrada —lo cual ocurre desde
la obra singular de Julia de Burgos— y se verbalizan zonas marginales, sedimentadas
por la pobreza y el rechazo (barrios como La Perla, Cantera, Santurce), así como,
más recientemente, coexisten en el texto poético el arrabal y el caserío con la
urbanización cerrada. La ruralía criollista de Lloréns se pone en entredicho cuando
se utiliza la décima para comentar su desaparición, se incorporan los ritmos del
rock y el bolero a la poesía (José Luis Vega, Ángela María Dávila, Jorge Morales
Santodomingo). Cada cual define sus poéticas para “explicar” su proyecto estético
y, así, el poema opera a veces como una intervención en la ciudad con las revistas
que son carteles de poesía a empastar en las encrucijadas de ésta (ver la revista-cartel
de Esteban Valdés e Iván Silén, Alicia la
Roja), o intervenciones digitales en el paisaje virtual o gráfico (“Las tetas
de San Juan”, donde se le coloca un sostén a dos cerros en la Cordillera Central).
El libro de Mallarmé, Un golpe de dados, es recreado y revisado (La casa de la forma, de joserramón meléndes)
y los espacios gráficos son explorados a través de la poesía concreta de Esteban
Valdés, Víctor Rosario Quiles y las manchas y grafías de Necrópolis, de Eduardo Lalo. Ya a estas alturas, y en medio de esta
enumeración, percibimos que las voces más productivas de la poesía contemporánea
(del año 2000 en adelante) son muy afines a la fundamental generación del setenta, [9] la cual entendemos inicia la renovación del lenguaje, los
énfasis y la experimentación con la página, la forma, las texturas y finalmente,
la reflexión metalingüística. Estas tres vertientes ya se hallan en pleno dominio
de un espacio urbano y desde allí nombran, describen o transforman la realidad a
la que acceden directamente o desde la internet.
Habría que subrayar la importancia de la lectura en alta voz y cómo esta
va transformándose en performance. [11]
Ello se relaciona necesariamente con la creación de un nuevo público para la poesía.
La exposición oral del texto, su orientación a ser escuchada,
tiene mucha influencia en la poesía que luego irá surgiendo de la experiencia misma
de leer en alta voz en público: basta contrastar el primer y último libro de Angela
María Dávila para notarlo. Va convirtiéndose en poesía que prefiere extender sus
resonancias, dejándola abierta al devenir de quien la escucha o la siente. La incompletud
del poema es parte de su potencialidad. En ese sentido, los poemas quedan, necesariamente,
suspendidos sobre la superficie del texto porque nadie puede ponerle luces de neón
a un letrero, pero sí imaginarlo fuera de la página como un artefacto a rehacer
o unos versos que repensar, como ocurre com la poesia de Esteban Valdés. Ese tránsito
de la página a la superficie real de la ciudad lo ha colmado Valdés cuando se dedicó
a pasquinar algunas calles de la ciudad universitaria de Río Piedras, por ejemplo.
Así también, dicha cotidianidad excluye la heroicidad clásica.
Ahora lo épico deja de ser grandilocuente, ya no hay héroes, y las efemérides, aunque
fracasadas, se hallan en estado latente, pues su futuro siempre es promisorio: el
Estado, exceptuada su faz represiva, se ha tornado espectro. Hay una contundente
valoración crítica de la historia oficial que el estado colonial (Estado Libre Asociado)
va inventando a la vez que suturando.
Aunque en otro ensayo he trabajado la filiación de la voz poética con el
medio que es la ciudad y la importancia que ha adquirido en el discurso poético
puertorriqueño —relacionándola con la poesía del reclamo y no del clamor, como lo
sería la lírica, con elementos narrativos y lingüísticos particulares, así como
con receptores distintos—, esta se abre al diálogo en la medida en que se dice públicamente.
El habitar la ciudad por parte de estos poetas finalmente deviene en intervenciones
o acciones poéticas que vale la pena revisar, por su vínculo con lo político y el
espacio público. [12] El libro Desimos désimas [13] de Joserramón Meléndes, por ejemplo, además de evocar la forma de
la décima que se va cuestionando paulatinamente desde su interior, constituye una
crítica a la manoseada figura folklórica del jíbaro o campesino y el reconocimiento
objetivo de que el campo se hallaba en vías de desaparición, dado el drástico cambio
de una sociedad agropecuaria a la modernización industrial. Río Piedras es transformado
estéticamente por Esteban Valdés al intervenirlo y dejar trazo de ello en las fotos
y collages de Fuera de trabajo. Yvonne
Ochart (Este es nuestro paraíso) descubre
en la San Juan murada, no la ciudad histórica sino otro espacio de la convivencia
pueblerina ya perdida. Sobre su objetivo al escribir el libro señala que “no es
una guía turístico-poética ni estamos en el siglo XVIII.” José Raúl González, alias
Gallego, expresa en Residente del lupus
algunas historias de quienes habitan el lugar y las expropiaciones forzosas del
sector más pobre, lumpenizado, alcoholizado y convertido en adicto. Rebollo-Gil
(Teoría de conspiración, Sobre la destrucción) narra y describe las
historias de una clase alta o medio-alta, habitante de las urbanizaciones cerradas
en los suburbios para protegerse del delito. Para Urayoán Noel no hay sitio fijo
ni en el “mall” ni en Boringken y contempla ambos lugares desde el distanciamiento
irónico, incluso desde una voz ensayística que documenta dichos espacios y se desplaza
entre ellos como lo hace entre dos lenguas, español, inglés y su variante dialectal,
el espanglish. El tema permite una vez más fundir las últimas dos vertientes, las
del setenta y las del nuevo milenio por vía del tópico ciudad y por la actitud del
hablante poético hacia ella, un coloquialismo áspero lindante con el prosaísmo y
un lirismo oral que invita al receptor a reconstruir su espacio. Y todo para terminar
en un libro, pero palpando la porosidad existente entre una poesía que se quiere
como reclamo y no como clamor, una deriva peatonal conjuntamente con la estabilización
de lo efímero en el libro. Hay mucho de invitación al habitante de estos espacios
para que ocupe el pensar de esta poesía que se dice en medio del espacio que se
describe. Su vocación exteriorista de tipo narrativo-referencial toca de otra forma
al oyente. Como señala Terry Eagleton, todo poema es un performance en la medida
en que apunta al objetivo de hacer algo, una especie de “non happenning constructivo”.
En espíritu vanguardista, Rosario Quiles incorpora fotos, noticias y una jerga a
través de su personaje, un heroinómano y no un héroe, asediado por el discurso de
un fanático religioso. Las jergas son dos: la del drogadicto y la del predicador,
sectores cada vez más visibles de una sociedad atribulada que promete sanación entrado
el siglo XXI. Esta es otra palabra, mediadora, que avanza críticamente por el terreno
que cultivó una élite culta, siempre contestataria, a veces potenciada parcialmente
por la autoridad, y otras ubicada en los goznes de su función bajo un cambio de
signo; pero surge ahora otra verdad y desacraliza la antigua polis cultural, que
incluye al Ateneo y al Estado Libre Asociado, así como se desenmascaran las intimidades
de la burguesía por miembros que a ella pertenecen.
Esta temática y estos protagonistas, estos espacios, se producen todos dentro
de un país que en aquel entonces apenas hacía 20 años era fuertemente reprimido
desde el punto de vista legal a través de lo que se llamó la Ley de la Mordaza,
que prohibía reuniones, conversaciones en espacios públicos, por razón del apoyo
que hasta ese momento había tenido el Partido Nacionalista Puertorriqueño dirigido
por Pedro Albizu Campos. Este, conjuntamente con otros líderes, muchos de ellos
poetas (Corretjer, Matos Paoli, Soto Vélez), fueron ingresados en la cárcel, vivieron
en carne propia el proceso represor. La poesía de Matos Paoli y de José María Lima,
así como el discurso alucinado de Víctor Campolo (el narcómano lumpen que apenas
habla porque se le requiere guardar silencio) en el texto de Rosario Quiles, son
modos de expresión diversa por parte de esta generación de escritores que se hallan
en el meollo de la enunciación prohibida y cuestionan las expectativas del discurso
poético de la época. En cuanto a Matos y Lima, su expresión poética, que recurre
a imágenes poderosas y a un discurso del subconsciente y surrealista a veces, personalmente
les acarrea falta de credibilidad en una sociedad orientada hacia la racionalidad,
el progreso y el lucro. Muchos de ellos ingresaron en la cárcel o en instituciones
disciplinarias como manicomios u hospitales por razón de su filiación nacionalista:
Matos, Corretjer, Burgos, Lima. Se trata de la psiquiatrización del disidente en
Matos Paoli y Lima, o de su hospitalización hasta la muerte, como ocurre con Julia
de Burgos y el mismo Albizu. Para decirlo indirectamente porque carecemos de espacio
para desarrollarlo: la poética de José María Lima podría leerse a partir de un verso
de Matos Paoli: “y no más seña/sino la incandescencia de la sombra”, que de alguna
forma repercute en Lima: “abolir toda huella”. Habría que estudiar en un ensayo
separado las razones y los caminos que asume un hermetismo tan productivo. Cobra
entonces valor la experimentación con el subconsciente y el lenguaje delirante y
surrealista (algo en lo que la vanguardia de los 20 y los 30 —el atalayismo y el
noísmo— no pudieron capitalizar) en Lima e Iván Silén y adquiere valor el uso de
la jerga y el espanglish, ahora transformados en lengua poética.
Es por este camino que reconocemos a los líricos de entonces y de ahora,
que lamentablemente no hemos podido discutir aquí y que conforman el arsenal más
prometedor de la poesía puertorriqueña actual: José Luis Vega, Yvonne Ochart, Vanessa
Droz, Manuel Ramos Otero, Rosario Ferré, Olga Nolla, Áurea María Sotomayor, Eduardo
Lalo, Noel Luna, Néstor Rodríguez, Sylvia Figueroa, Rafael Acevedo, Irizelma Robles,
Guillermo Rebollo-Gil, Juan Carlos Rodríguez, Carlos Vázquez Cruz, Angel Antonio
Ruiz Laboy, Mara Pastor, Eddie Ortiz, Margarita Pintado, Kattia Chico, John Torres
y otros que se hallan en la frontera de lo lírico, si nos atenemos a los equívocos
de las clasificaciones: Yara Liceaga, Esteban Valdés, Joserramón Melendes, Néstor
Barreto, Urayoán Noel. [14]
Ya en el ámbito particular de la poesía, la lengua, como señala Adorno, “es
ella misma algo doble” [15] en cuanto
emerge de la sumersión del sujeto en el lenguaje que le da acceso a la generalidad,
que es social, y es el lenguaje el que media entre la lírica y la sociedad. Lo que
produce esa sumersión es eventualmente el “autoolvido
del sujeto que se entrega a la lengua como a algo objetivo” (60). Lo artístico
siempre participa en lo general, dice, a través “de la especificación que es su estético tomar forma”,
en una inmersión que alza al poema sobre lo individual hacia lo generalizado “por
el procedimiento de poner de manifiesto algo
no deformado, no aprehendido, no subsumido” (54). Lo pertinente a nuestra discusión
es que lo social no viene como añadidura ni superposición ideológica, sino que habla
desde dentro del poema, desde su propia forma en lo poetizado para mejor moverse
hacia aquello que desea decir o alcanzar. Podemos afirmar que el poeta y la poeta
de todas las tradiciones y lenguas desgarran su idioma para mejor decir, pero la
expresión “desgarrado” funciona mejor en el contexto del “broken English”; es decir,
el inglés desgarrado de los poetas de Nueva York. A la reterritorialización que
han hecho del spanglish o del inglés en la poesía, algunos casi le llamarían terrorismo;
pero no lo es, porque ese acto de desgarramiento, de darse en el poema, de buscar
otro territorio, de buscar a otros, de desatar la lengua, es la poesía.
NOTAS
1. Y ello pese a la imposición del inglés poco después
de la invasión norteamericana y el asedio que conlleva vivir política y económicamente
tan cerca de los Estados Unidos.
2. Ver De la herida
a la gloria. La poesía completa de Clara Lair. Estudio preliminar de Mercedes
López Baralt. San Juan: Terranova, 2003.
3. Sobre el tema de la poesía conversacional, ver, de Roberto
Fernández Retamar, “Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica”. En Papelería, La Habana, 1962.
4. Ver de Reyes Dávila el prólogo a Guajana Hasta el final del fuego. Guajana. Treinta años de poesía 1962-1992, xvii.
San Juan: Editorial Guajana, 1992. Entre los poetas más importantes de Guajana se hallan Andrés Castro Ríos, Edgardo
López Ferrer, Edwin Reyes, Vicente Rodríguez Nietzsche, Marcos Rodríguez Frese,
Juan Sáez Burgos, Wenceslao Serra Deliz y José Manuel Torres Santiago.
5. Consultar “Por un tablero abierto: entre las líneas
verdes de prosa y caracol (el anormal y sus agenciamientos)” en el volumen Poéticas de José María Lima. Tradición y sorpresa.
Edición, compilación y coordinación de Áurea María Sotomayor, Pittsburgh: Instituto
Internacional de Literatura Iberoamericana, Serie Nueva América 2012, pp. 183-213.
6. Respetamos la ortografía de la autora.
7. Todas las alusiones a la poesía de Dávila provienen
de mi ensayo titulado “El demorado amor de La
querencia, de Angela María Dávila”, una conferencia leída a propósito del simposio
internacional sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda en La Habana, Cuba, en noviembre
de 2014.
8. Ver Poesiaoi:
Antología de la sospecha (dos tomos) de
joserramón melendes, publicado como parte de su colección editorial, también fundada
por este, y De lengua, razón y cuerpo: nueve
poetas puertorriqueñas, de Áurea María Sotomayor, estudio y antología feminista
publicada en el 1987 por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Jan Martínez y
Néstor Barreto les llaman “Poetas de la Crisis”. En La nueva sensibilidad. Muestra de 9 poetas de la generación de la crisis.
Suplemento especial del periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico.
9. Remito a la definición de generación usada en mi antología.
Allí concuerdo con Kristeva, que la define como “menos una cronología que un espacio
significante, un espacio mental de tipo corporal y deseante”.
10. Reconocemos también como poesía boricua la poesía escrita
en español, Spanglish e inglés que se produce en los Estados Unidos y en la que
hace acto de presencia (ritmo, sonido, temas) lo puertorriqueño cuando pensamos
en ejemplos como Pietri, Laviera, Hernández Cruz, Esteves, Carmen Valle, Miguel
Algarín, Arnaldo Sepúlveda, Julio Marzán, López Adorno, Martín Espada, Edwin Torres,
y una poeta con varias publicaciones recientes: Raquel Salas Rivera, en Lo terciario.
Varias antologías registran esa relación que los hermana: The Puerto Rican Poets (Matilla/Silén. New York: Bantam Books,
1972), Nuyorican Poetry. An Anthology of Puerto
Rican Words and Feelings Algarín/Piñero, New York: William Morrow and Co, 1975),
Los paraguas amarillos. Los poetas latinos en Nueva
York (Silén, Bilingual Press/Ediciones del Norte, 1983), Inventing a Word: An Anthology of Twentieth-Century
Puerto Rican Poetry (Julio Marzán, Columbia University Press, 1980) y Papiros de Babel. Antología de la poesía puertorriqueña
en Nueva York (Pedro López Adorno, San Juan: Editorial
de la Universidad de Puerto Rico, 1991). Efraín Barradas registró esa relación en
su antología Herejes y mitificadores. Muestra
de poesía puertorriqueña en Estados Unidos. Barradas y Rafael Rodríguez. Río
Piedras: Huracán, 1980.
11. Sobre el performance en la poesía lírica puertorriqueña,
ver mi ensayo “Cuerpo Caribe: entre el performance, la poesía (y el tono, su esplendor)”.
Conferencia leída en Bogotá en abril de 1998 en el foro “Poesía y poéticas emergentes”,
en la Universidad Javeriana. Publicado con las tipografías que el texto exige (el
ensayo fluctúa entre la letra regular, la itálica, diferentes tamaños y letra negrita
con el propósito de indicar diferentes y disímiles voces participantes en el diálogo)
en Nómada 4, mayo de 1999, pp. 10-16.
En lugar de dicotomías, el ensayo invita a pensar un diálogo en disputa, contrapunteado
y sin sutura.
12. Ver “Cartografía de prácticas y poéticas urbanas en
la poesía puertorriqueña contemporánea: lugares pensados en futuro y “poesía del
lugar”. En Escrituras en contrapunto. San Juan, Editorial de la Universidad
de Puerto Rico, 2015, pp. 104-147.
13. Respetamos la grafía del autor.
14. Ver mi antología y el prólogo a Red de voces: poesía contemporánea puertorriqueña
(La Habana, Casa de las Américas, 2011) y el ensayo “Hipótesis sobre cuatro maneras
de poetizar”, en el volumen “Puerto Rico Caribe: Zonas poéticas del trauma.” Revista Iberoamericana, Vol. LXXV #229, octubre-diciembre
2009, pp. 1039-1075, y un ensayo-prólogo al volumen sobre Poesía puertorriqueña
trabajado para Biblioteca Ayacucho, aún sin publicar. Ver además, de Rubén González,
Crónica de tres décadas. Poesía puertorriqueña
actual. De los sesenta a los ochenta. San Juan: Editorial Universidad de Puerto
Rico, 1989. También la crítica de esta poesía ha sido ejercida por los poetas mismos,
a saber, José Luis Vega, joserramón melendes, Lilliana Ramos Collado, Noel Luna,
Juan Carlos Quintero Herencia, Juan Carlos Rodríguez, Rafael Acevedo, y de críticos
como Rubén Ríos Ávila, Juan Gelpí e Ivette López Jiménez, entre otros. Notar que
la enumeración no es exhaustiva y, lamentablemente, siempre quedan poetas fuera.
15. “Discurso sobre lírica y sociedad”, en Notas de literatura, Tr. Manuel Sacristán. Barcelona: Ariel, 1962,
pp. 53-72. Énfasis suplido.
ÁUREA MARÍA SOTOMAYOR. Es poeta, antóloga y profesora. PhD: Universidad de Stanford, profesora Universidad de Pittsburgh. Premios nacionales en poesía y crítica literaria, Premio ensayo Casa Las Américas (2020) con Apalabrarse en la desposesión. Algunos poemarios: Sitios de la memoria, La gula de la tinta, Rizoma, Diseño del ala, Cuerpo nuestro, Artes poéticas, Chuvento o lengua secreta y La noche es otra luz, Operación Funámbula (obra poética 1973-2018, Amargord editores). Crítica: Hilo de Aracne. Literatura puertorriqueña hoy (UPR, 1995), Femina Faber. Letras, Música, Ley (2004), Poéticas que armar: modos poéticos de replicar al presente en la cultura puertorriqueña contemporánea (2017), Entre objetos perdidos. Un siglo de poesía puertorriqueña (2017). Tradujo The Bounty/La providencia, de Derek Walcott (2010). Otros: Poéticas de José María Lima. Tradición y sorpresa (2012,), De lengua, razón y cuerpo (ICP, 1987), Red de voces. Poesía puertorriqueña contemporánea 1950-2010 (La Habana, 2011) y Poesía Puertorriqueña (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2020), Homenaje a Guadalupe Santa Cruz, (Revista Iberoamericana, 2020)) y Textualidades de Eduardo Lalo (Universidad de la Plata, Argentina, 2020).
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 168 | abril de 2021
curadoria: Vanessa Droz (Puerto Rico, 1952)
artista convidada: Dhara Rivera (Puerto Rico, 1952)
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