quinta-feira, 22 de abril de 2021

DAVID CORTÉS CABÁN | El amor en Elena y los elementos, de Juan Sánchez Peláez

 


Alto muy alto sobre la altura

Se escuchó, por última vez, el nuevo amor.

JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ

 

En 1951 aparece en el ámbito de la poesía venezolana un libro novedoso, marcado por un profundo lirismo arraigado en una visión del cuerpo como expresión de libertad y de un erotismo sostenido por un lenguaje de confección surrealista, me refiero a Elena y los elementos. [1] Este libro marcará el universo conceptual y amoroso de Juan Sánchez Peláez (1922-2004). Será la piedra angular de una visión de mundo estructurada a partir de los postulados vanguardistas, principalmente del surrealismo que practicaban aquellos grupos de poetas y amigos con los que Sánchez Peláez estuvo vinculado en sus años de estudiante en Chile y durante su estadía en París. [2]

El lector que se acerque a Elena y los elementos debe saber qué fue el surrealismo y cómo se manifestó en la obra poética de algunos escritores hispanoamericanos y el Caribe. Y asimismo cómo se corresponde con la expresión de libertad y valores humanos que van desde lo erótico-amoroso hasta la dimensión misma de los motivos que configuran esta tendencia poética. En el caso de Sánchez Peláez la crítica ya ha señalado su origen y vinculación con esta corriente estética y demás elementos que caracterizan su obra. Al respecto, ha escrito Eugenio Montejo: “…su poesía abrazó desde el inicio la ruptura lógica de la frase en beneficio de las revelaciones inconscientes, a la vez que hizo suya la celebración del amor como un estado de celebración permanente”. [3] Dentro de ese “estado de celebración permanente”, consideraremos el amor como la fuerza iluminadora que irradia el impulso creativo de “…una poesía de intensa modulación interior y riqueza de lenguaje, ligada a la expresión hermética”, como señalara también en su tiempo uno de sus grandes amigos, el poeta Rosamel del Valle. [4] En esa asociación de imágenes, aparentemente al azar, hay sin embargo un pensamiento que consiste en hacer del cuerpo una prolongación del lenguaje. Ese cuerpo femenino al que el poeta se dirige será el motivo central de un erotismo que fluye como una corriente liberadora entre el sujeto poético y la voz que asume la unidad del texto. Partiendo de esta idea el poema se prolonga en un fluido de imágenes asociadas libremente.

Elena y los elementos contiene quince poemas. El primero, subdividido en cinco secciones, carece de título. Estas secciones están marcadas con números romanos, como notaremos también en el poema “Mitología de la ciudad y el mar”. Todas difieren en intensidad y diversidad de imágenes pero están unidas, como ocurre con las demás composiciones, por una idea central: el amor como expresión de la plenitud del cuerpo y de un yo que se reitera en el tejido del lenguaje poético. Al abrir el libro advertimos un verso de Paul Éluard (“En una noche profunda y larga de mi edad”). Epígrafe significativo por lo que sugiere esa “nueva sensibilidad (…), de los conflictos del mundo y del tiempo”. [5]

Si todo existe por el amor, es por él que el hablante proyectará su ser volcado sobre esa sensación liberadora, y es ella, en fin de cuentas, la que caracterizará la experiencia amorosa de un yo poético de intensas revelaciones:

 

Sólo al fondo del furor. A Ella, que burla mi carne, que

desvela mi hueso, que solloza en mi sombra.

 

A Ella, mi fuerza y mi forma, ante el paisaje.

 

Tú que no me conoces, apórtame el olvido.

Tú que resistes,

resplandor de un grito, piernas en éxtasis, yo te destruyo,

sangre amiga, enemiga mía, cruel lascivia.

 

Nuestras voces de bestias infieles trepando en una

habitación suntuosa sin puertas ni llaves.

Cuando me desgarraba un soplo náutico de abejas, yo pierdo

tus óleos, tus imanes, una calesa de esteras en el vergel. [6]

 

El pronombre “Ella” contiene una profunda intensidad que reviste y caracteriza la actitud del poeta ante el lenguaje y el modo en que se manifiestan sus relaciones amorosas:

 

  […]

  Súbeme a la claridad.

  La noche es una isla perdida

  en el viraje vertiginoso de tus

  corpiños.

  Extensos brazos

  benevolentes,

  y tú, rosa abierta, a la deriva de mis deseos.

 


En el cuerpo de la amada el hablante asumirá un total desprendimiento de sí mismo para sentir su realidad física como una expresión más del universo: “Tú me decías: Encima del cielo hay una / encrucijada de bosques feéricos / Encima de la nieve está el cadáver taciturno de mi lengua / Y la magia del mundo en los brazos abiertos del amor”. En la relación de esta experiencia amorosa el hablante transformará el sentido de su vida. Si “Ella” es el impulso que genera la plenitud de esa relación, él es el espejo en el que ella se refleja: dos seres que en su libertad pasional acabarán consumidos por la poderosa fuerza del amor:

 

Ella descubre el roce el barniz de su cintura

En los estados feéricos en un acantilado sensual

A cuyos pies se derraman almacenes hechizados

Los cuellos segados por fruición de la libertad.

 

Para el poeta el amor se convertirá en la expresión de un erotismo superior a las fuerzas que lo contienen. El hablante no irá a la búsqueda de la amada pues todo está impregnado de su plenitud. Ella será el centro de un mundo consumido por la pasión, su imagen portará un sentido complejo y hermético como la fuerza misma que arrastra y determina las acciones del hablante:

 

Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias

de un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi

esperanza estaba signado en las colinas musicales de mi

país natal. Lo que yo perseguía era la corza frágil, el lebrel

efímero, la belleza de la piedra que se convierte en ángel.

 

Ya no desfallezco ante el mar ahogado de los besos.

Al encuentro de las ciudades:

Por guía los tobillos de una imaginada arquitectura

Por alimento la furia del hijo pródigo

Por antepasados, los parques que sueñan en la nieve, los

árboles que incitan a la más grande melancolía, las puertas

de oxígeno que estremece la bruma cálida del sur, la mujer

fatal cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas sombrías.

 

Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los

silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.

Mi corazón se hizo barca de la noche y custodia de los oprimidos.

Mi frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,

la campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia

el puerto menos venturoso

o al más desposeído por las ráfagas de la tormenta.

Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz

que fluye de un césped de pájaros.

 

Mis cartas de amor no eran cartas de amor sino vísceras de soledad.

 

Mis cartas de amor fueron secuestradas por los halcones

ultramarinos que atraviesan los espejos de la infancia.

 

Mis caras de amor son ofrendas de un paraíso

de cortesanas.

 

¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana? murmura el

viejo decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos

encantados, la más bella balada de amor.

 

(“Profundidad del amor”)

 

El yo es un signo contestatario del paraíso perdido de la niñez, y las “cartas de amor” impregnadas de particulares referencias del pasado: “Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias / de un futuro paraíso perdido”. Lo que sugieren estas cartas es la visión de un cuerpo traspasado por la realidad del tiempo, un tiempo relacionado con el desgaste físico de la vida: “¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana? Murmura el / viejo decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos / encantados, la más bella balada de amor”. En esa “balada de amor” el yo exaltará sus más íntimos secretos, se apoderará del cuerpo y hará del amor que lo consume el foco central de su vida:

 

 Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los

 silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.

 

 Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz

 que fluye de un césped de pájaros.

 

 

 Yo miraba y me decía: Bajo la tempestad de una rueca hila niños

 delgados, el demonio enloquece las aguas taciturnas. Anoche

 yo no había nacido todavía.

 

 Yo retornaré, lengua madre de mi especie.

 Yo retornaré, piedra de los incestos.

 Yo arrastro mis panteras sollozantes al borde

 de un crepúsculo de nieve.

 

 

 Yo le entregué el perfume de mi lujuria y las crines odorantes

 de una ronda de oboes que danzan bajo la lluvia.

 

 Yo maldigo yo sangro en el árbol del bien y del mal

 en la muerte y en la noche

 Yo arrastro mis cadenas como lobas en playas del hastío

 Yo hundo en mi pecho evasivos follajes de tiniebla

 

 Yo me levanto.

 Yo te buscaré claridad simple.

 Yo fui prisionero en una celda

 de abúlicos mercaderes.

 

 Yo soy lo que no soy: Un paso de fervor. Un paso.

 Me separan de ti. Nos separan.

 Yo me he traicionado, inocencia vertical.

 Me busco inútilmente.

 ¿Quién soy yo?

 


El yo no puede escapar de la conciencia amorosa que lo subyuga. Está insertado en un mundo que expresa lo que el amor exige. Por eso la voz del poeta responderá a la exaltación del erotismo que lo estremece: “En todas las estaciones vomita mi cuerpo, la ansiedad de mi / cuerpo y mis nubes”. Aquí la naturaleza actúa como una fuerza sobre su estado de ánimo. Esa misma naturaleza reflejará otros elementos emblemáticos en Sánchez Peláez como, por ejemplo, la imagen del caballo que aparece en varios de sus textos: “Caballos ardientes de nostalgia, caballos puros de mi tristeza / sobre las bahías iluminadas.” dice el poema “Mitología de la ciudad y el mar”. Y en otro: “No existimos; sin embargo, el mar aplacaría tu graciosa / cabellera, y los remolcadores izarían tulipanes llameantes para / abrevar en tus labios deshechos por el amor”. No es extraño que algunas imágenes poéticas giren también en torno a la muerte. [7] El amor y la muerte impregnan el cuerpo de la amada. Nótense, por ejemplo, el trasfondo de las imágenes de la muerte proyectadas en el poema: “La joven pálida me conduce a un jardín en ruinas. / La veo desnuda, bajo un gran suburbio de palmeras, / exportando el oro del crepúsculo hacia un milagroso país.” Y más adelante, en el mismo texto: “Tú tienes que diseminarte, cuerpo y alma, / en la heredad meliflua de las rosas”. Todas estas imágenes identifican al hablante con la concepción de un erotismo fundido en la visión de la muerte:

 

[...]

Bajaos del árbol putrefacto del paraíso, dádivas y duraznos.

No llegues a la sombra del muro, no llegues a mi puerta.

Golpeando puertas inútiles no llegues a mi puerta.

Aquí descansan los cisnes, los ángeles, los mendigos.

En una palabra: despojos.

En un pañuelo: lágrimas.

 

Hombre fútil y fugaz

Mientras los pianos arrancan al mar sus trágicos cuervos que

rondan en la colina

La última estrella

Gira

Sobre los goznes pluviales de tus sienes.

 

(“Paisaje asesinado”)

 

 La imagen del amor parece aquí desmaterializarse para ofrecer diferentes percepciones del erotismo como fuerza desconocida, como el cuerpo que busca a través de los sueños el paisaje de aquellas reminiscencias amorosas:

 

En el fondo de mis sueños

Siempre te encuentro cuando amanece.

Qué ensanchamiento en el exilio, por el vagabundaje de

claras fuentes azules.

En el fondo de mis sueños

La aurora fugitiva. Sólo la sombra

Concluye mi única estrella, mi último día.

 

(“Adolescencia”)

 

 Los sueños se convierten también en un punto de apoyo entre la realidad y los recuerdos. En cierta forma, lo que varía en los textos es el modo en que la imagen se proyecta en cada poema. Por ejemplo, en composiciones como en “Retrato de la bella desconocida” y en “Mitología de la ciudad y el mar” observamos la prolongación de esa imagen amorosa fundida en el cosmos:

 

En todos los sitios, en todas las playas, estaré esperándote.

Vendrás eternamente altiva.

Vendrás, lo sé, sin nostalgia, sin el feroz desencanto de los años

Vendrá el eclipse, la noche polar

Vendrás, te inclinas sobre mis cenizas, sobre las cenizas del

tiempo perdido.

En todos los sitios, en todas las playas, eres la reina del universo.

 

 La “espera” es el motivo que fija el asunto del poema (“Sé que vendrás aunque no existas”) influyendo en los sentimientos del poeta. Pero no basta con asociar lo que esta espera representa en la vida del hablante, pues otros elementos reflejarán esta realidad: “Tiempo inhóspito: soy tu enemigo tenaz, tu rival sin / brillo, tu bajorrelieve en la alta noche / consumida de claridad”. Se exaltará el amor para que el cuerpo adquiera dimensiones cósmicas y alucinantes:

 

[…]

Paso a la desconocida anegada con la sábana azul de la

lejanía. La mujer penetra en las casas adornadas de palmeras

centelleantes, baja las escaleras de fuego de la tierra,

desciende a los infiernos en la boca del hombre. Yo le

ofrezco la sórdida furia del insecto y un anillo de angustia

que circunda estas manos lentas.

 

Paso a la desconocida: sus pies son cometas frenéticos, sus

manos son helechos sagrados, su música, la música

silenciosa de los desiertos. (30) 

 


Estos versos exhiben influencias del surrealismo; los efectos visuales y emocionales que rompen con los esquemas de la escritura convencional. Desde este punto de vista, la desconocida del poema abarcará la expansión del universo alterando hiperbólicamente el sentido de la realidad: “…sus pies son cometas frenéticos, sus / manos son helechos sagrados, su música, la música / silenciosa de los desiertos”. Y es que las fuerzas de la naturaleza incitan al yo lírico hacia una continua exaltación. De ahí que los elementos poéticos reflejen las emociones en un lenguaje cuyo intenso erotismo marcará la transición de un texto a otro incorporando así las exigencias de esa pasión. Cada imagen supone un nuevo encuentro, un éxtasis que retiene al yo lírico en las palabras e intensifican el acto de escribir: “Yo te buscaré, claridad simple”, dice en este verso, subrayando la lucidez del lenguaje frente a la realidad del amor y la vida. Un lenguaje que se apropia además de los elementos del cosmos para revelar el sentimiento amoroso:

 

El mundo pesa inicuo y solemne en mis raíces.

Acepto tus manos, tu dicha, mi delirio.

Si vuelves tú, si sueñas, tu imagen en la noche

me reconocerá.

Mi sangre de magia fluye hacia ti, bajo la

profecía del alba.

 

(“Posesión”)

 

 Los “sueños” son parte de esa imagen que busca alcanzar lo inalcanzable. Podríamos pensar aquí en las teorías de Freud sobre los sueños y el “automatismo psíquico”. Esto es una alusión difícil de precisar, pero podría, sin embargo, expandir una idea que ilumine el sentido de lo que el hablante quería revelar. 

 

[…] Me veo en constante fuga.

Me escapo de mí mismo

Y desciendo a mis oquedades de pavor.

Me despojo de imágenes falsas.

No escucharé.

Al nivel de la noche, mi sangre

es una estrella

que desvía la ruta.

 

(“Un día sea”)

 

Y es que los sueños de estas imágenes afirman un erotismo que se apodera del lenguaje poético para sustentar una visión más poderosa y transformadora del amor, un amor físico cuya pasión no se puede contener. Un amor que se repite apasionadamente y descubre y retiene un yo que ha dejado de poseerse para anidar en la realidad de otro cuerpo. En el siguiente verso ya lo ha señalado: “…busco mi origen en las piedras derretidas y en las / cenizas de los animales muertos. / Mientras bebo tu presencia / como un grito de grandes aves negras / entre las hojas melancólicas.” (32) Sin embargo, la búsqueda de esta presencia amorosa se halla en la serpiente embriagadora del placer, en la intensidad del erotismo transformador. Hacia ese cuerpo el poeta extiende sus brazos para ser poseído, y poseer el amor:

 

 […] Dejadme la pureza del estío y el canto del manantial

 sobre los pinos en una hora alta

 de paz y alegría.

 

 Huérfano y sin trompeta, y la mujer que abre su entrecejo

 y es una potestad engañosa y el día que es una nube

 efímera, y tú que vienes en el Fasto, Es lo natural,

 Simplemente reposas o desvarías.

 

 Desde el instante mío:

 El que tañe en la raíz del húmedo fósforo

 El de pulposo corazón, El que dilapida con

 Ojos de ironía la escritura visible…

 

NOTAS

El siguiente texto ha sido modificado para el propósito de esta nueva publicación. Apareció anteriormente en la Colección El Pulpo de la distancia, Editorial La Draga y el Dragón / Unión Libre, Blog que dirige el poeta venezolano Enrique Hernández-D’Jesús (No. 227 / 1 de febrero de 2015).

1. Utilizo para este ensayo el libro: Juan Sánchez Peláez, Obra poética, Barcelona, Editorial Lumen, S.A., 2004. Este libro contiene toda su poesía publicada entre los años 1951 y 1989, como indica la contraportada. Contiene, además, nueve poemas inéditos que aparecen a final del texto, lo que sugiere que el poeta posiblemente trabajaba en un nuevo libro cuando lo sorprendió la muerte.

2. “La poesía de Sánchez Peláez surge en este ámbito. A sus 18 años fue a estudiar a Chile y logró establecer amistad con los miembros del grupo surrealista de la revista Mandrógara (Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, a los que después se sumaron Teófilo Cid y Gonzalo Rojas; además habrá que apuntar la presencia de dos poetas: Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva). Pero sus libros comenzaron a aparecer después, a partir de 1951”.

3. “Adiós a Juan Sánchez Peláez”, Letras Libres.

4. José Ramón Medina, 50 años de poesía venezolana, Caracas, Monte Ávila Editores, C.A., 1969, pág. 261.

5. José Ramón Medina, p. 261.

6. De aquí en adelante todas las citas de los poemas corresponderán a este libro.

7. Varios de estos títulos sugieren la concepción de un mundo que relaciona la naturaleza de ese amor con la muerte: “Transfiguración del amor”, “El cuerpo suicida”, “Aparición”, “Paisaje asesinado”, “Retrato de la bella desconocida”.



*****

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 169 | abril de 2021

artista convidada: Elsa María Meléndez (Puerto Rico, 1974)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

Visitem também:

Atlas Lírico da América Hispânica

Conexão Hispânica

Escritura Conquistada

 



 

Nenhum comentário:

Postar um comentário