Se
escuchó, por última vez, el nuevo amor.
JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ
En 1951 aparece en el ámbito de la poesía venezolana
un libro novedoso, marcado por un profundo lirismo arraigado en una visión del cuerpo
como expresión de libertad y de un erotismo sostenido por un lenguaje de confección
surrealista, me refiero a Elena y los elementos. [1] Este libro marcará el universo conceptual y amoroso de Juan Sánchez
Peláez (1922-2004). Será la piedra angular de una visión de mundo estructurada a
partir de los postulados vanguardistas, principalmente del surrealismo que practicaban
aquellos grupos de poetas y amigos con los que Sánchez Peláez estuvo vinculado en
sus años de estudiante en Chile y durante su estadía en París. [2]
El lector que se acerque a Elena
y los elementos debe saber qué fue el surrealismo y cómo se manifestó en la
obra poética de algunos escritores hispanoamericanos y el Caribe. Y asimismo cómo
se corresponde con la expresión de libertad y valores humanos que van desde lo erótico-amoroso
hasta la dimensión misma de los motivos que configuran esta tendencia poética. En
el caso de Sánchez Peláez la crítica ya ha señalado su origen y vinculación con
esta corriente estética y demás elementos que caracterizan su obra. Al respecto,
ha escrito Eugenio Montejo: “…su poesía abrazó desde el inicio la ruptura lógica
de la frase en beneficio de las revelaciones inconscientes, a la vez que hizo suya
la celebración del amor como un estado de celebración permanente”. [3] Dentro de ese “estado de celebración
permanente”, consideraremos el amor como la fuerza iluminadora que
irradia el impulso creativo de “…una poesía de intensa modulación interior y riqueza
de lenguaje, ligada a la expresión hermética”, como señalara también en su tiempo
uno de sus grandes amigos, el poeta Rosamel del Valle. [4] En esa asociación de imágenes, aparentemente al azar, hay sin embargo
un pensamiento que consiste en hacer del cuerpo una prolongación del lenguaje. Ese
cuerpo femenino al que el poeta se dirige será el motivo central de un erotismo
que fluye como una corriente liberadora entre el sujeto poético y la voz que asume
la unidad del texto. Partiendo de esta idea el poema se prolonga en un fluido de
imágenes asociadas libremente.
Elena y los elementos contiene quince poemas. El primero, subdividido en cinco
secciones, carece de título. Estas secciones están marcadas con números romanos,
como notaremos también en el poema “Mitología de la ciudad y el mar”. Todas difieren
en intensidad y diversidad de imágenes pero están unidas, como ocurre con las demás
composiciones, por una idea central: el amor como expresión de la plenitud
del cuerpo y de un yo que se reitera en el tejido del lenguaje poético. Al
abrir el libro advertimos un verso de Paul Éluard (“En una noche profunda y larga
de mi edad”). Epígrafe significativo por lo que sugiere esa “nueva sensibilidad
(…), de los conflictos del mundo y del tiempo”. [5]
Si todo existe por el amor, es por
él que el hablante proyectará su ser volcado sobre esa sensación liberadora,
y es ella, en fin de cuentas, la que caracterizará la experiencia
amorosa de un yo poético de intensas revelaciones:
Sólo
al fondo del furor. A Ella, que burla mi carne, que
desvela
mi hueso, que solloza en mi sombra.
A
Ella, mi fuerza y mi forma, ante el paisaje.
Tú
que no me conoces, apórtame el olvido.
Tú
que resistes,
resplandor
de un grito, piernas en éxtasis, yo te destruyo,
sangre
amiga, enemiga mía, cruel lascivia.
Nuestras
voces de bestias infieles trepando en una
habitación
suntuosa sin puertas ni llaves.
Cuando
me desgarraba un soplo náutico de abejas, yo pierdo
tus
óleos, tus imanes, una calesa de esteras en el vergel. [6]
El pronombre “Ella” contiene una profunda
intensidad que reviste y caracteriza la actitud del poeta ante el lenguaje y el
modo en que se manifiestan sus relaciones amorosas:
[…]
Súbeme a la claridad.
La noche es una isla perdida
en el viraje vertiginoso de tus
corpiños.
Extensos brazos
benevolentes,
y tú, rosa abierta, a la deriva de mis deseos.
Ella
descubre el roce el barniz de su cintura
En
los estados feéricos en un acantilado sensual
A
cuyos pies se derraman almacenes hechizados
Los
cuellos segados por fruición de la libertad.
Para el poeta el amor se convertirá
en la expresión de un erotismo superior a las fuerzas que lo contienen. El hablante
no irá a la búsqueda de la amada pues todo está impregnado de su plenitud. Ella
será el centro de un mundo consumido por la pasión, su imagen portará un sentido
complejo y hermético como la fuerza misma que arrastra y determina las acciones
del hablante:
Las
cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias
de
un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi
esperanza
estaba signado en las colinas musicales de mi
país
natal. Lo que yo perseguía era la corza frágil, el lebrel
efímero,
la belleza de la piedra que se convierte en ángel.
Ya
no desfallezco ante el mar ahogado de los besos.
Al
encuentro de las ciudades:
Por
guía los tobillos de una imaginada arquitectura
Por
alimento la furia del hijo pródigo
Por
antepasados, los parques que sueñan en la nieve, los
árboles
que incitan a la más grande melancolía, las puertas
de
oxígeno que estremece la bruma cálida del sur, la mujer
fatal
cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas sombrías.
Yo
amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los
silenciosos,
el puñal amargo de los taciturnos.
Mi
corazón se hizo barca de la noche y custodia de los oprimidos.
Mi
frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,
la
campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia
el
puerto menos venturoso
o
al más desposeído por las ráfagas de la tormenta.
Yo
me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz
que
fluye de un césped de pájaros.
Mis
cartas de amor no eran cartas de amor sino vísceras de soledad.
Mis
cartas de amor fueron secuestradas por los halcones
ultramarinos
que atraviesan los espejos de la infancia.
Mis
caras de amor son ofrendas de un paraíso
de
cortesanas.
¿Qué
pasará más tarde, por no decir mañana? murmura el
viejo
decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos
encantados,
la más bella balada de amor.
(“Profundidad del amor”)
El yo es un signo contestatario
del paraíso perdido de la niñez, y las “cartas de amor” impregnadas de particulares
referencias del pasado: “Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias
/ de un futuro paraíso perdido”. Lo que sugieren estas cartas es la visión de un
cuerpo traspasado por la realidad del tiempo, un tiempo relacionado con el desgaste
físico de la vida: “¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana? Murmura el / viejo
decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos / encantados, la más bella balada
de amor”. En esa “balada de amor” el yo exaltará sus más íntimos secretos, se apoderará
del cuerpo y hará del amor que lo consume el foco central de su vida:
Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos
de los
silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.
Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas,
voz
que fluye de un césped de pájaros.
Yo miraba y me decía: Bajo la tempestad de una rueca
hila niños
delgados, el demonio enloquece las aguas taciturnas.
Anoche
yo no había nacido todavía.
Yo retornaré, lengua madre de mi especie.
Yo retornaré, piedra de los incestos.
Yo arrastro mis panteras sollozantes al borde
de un crepúsculo de nieve.
Yo le entregué el perfume de mi lujuria y las crines
odorantes
de una ronda de oboes que danzan bajo la lluvia.
Yo maldigo yo sangro en el árbol del bien y del
mal
en la muerte y en la noche
Yo arrastro mis cadenas como lobas en playas del hastío
Yo hundo en mi pecho evasivos follajes de tiniebla
Yo me levanto.
Yo te buscaré claridad simple.
Yo fui prisionero en una celda
de abúlicos mercaderes.
Yo soy lo que no soy: Un paso de fervor. Un paso.
Me separan de ti. Nos separan.
Yo me he traicionado, inocencia vertical.
Me busco inútilmente.
¿Quién soy yo?
[...]
Bajaos
del árbol putrefacto del paraíso, dádivas y duraznos.
No
llegues a la sombra del muro, no llegues a mi puerta.
Golpeando
puertas inútiles no llegues a mi puerta.
Aquí
descansan los cisnes, los ángeles, los mendigos.
En
una palabra: despojos.
En
un pañuelo: lágrimas.
Hombre
fútil y fugaz
Mientras
los pianos arrancan al mar sus trágicos cuervos que
rondan
en la colina
La
última estrella
Gira
Sobre
los goznes pluviales de tus sienes.
(“Paisaje asesinado”)
La imagen del amor parece aquí desmaterializarse
para ofrecer diferentes percepciones del erotismo como fuerza desconocida, como
el cuerpo que busca a través de los sueños el paisaje de aquellas reminiscencias
amorosas:
En
el fondo de mis sueños
Siempre
te encuentro cuando amanece.
Qué
ensanchamiento en el exilio, por el vagabundaje de
claras
fuentes azules.
En
el fondo de mis sueños
La
aurora fugitiva. Sólo la sombra
Concluye
mi única estrella, mi último día.
(“Adolescencia”)
Los sueños se convierten también en un punto de
apoyo entre la realidad y los recuerdos. En cierta forma, lo que varía en los textos
es el modo en que la imagen se proyecta en cada poema. Por ejemplo, en composiciones
como en “Retrato de la bella desconocida” y en “Mitología de la ciudad y el mar”
observamos la prolongación de esa imagen amorosa fundida en el cosmos:
En
todos los sitios, en todas las playas, estaré esperándote.
Vendrás
eternamente altiva.
Vendrás,
lo sé, sin nostalgia, sin el feroz desencanto de los años
Vendrá
el eclipse, la noche polar
Vendrás,
te inclinas sobre mis cenizas, sobre las cenizas del
tiempo
perdido.
En
todos los sitios, en todas las playas, eres la reina del universo.
La “espera” es el motivo que fija el asunto del poema
(“Sé que vendrás aunque no existas”) influyendo en los sentimientos del poeta. Pero
no basta con asociar lo que esta espera representa en la vida del hablante, pues
otros elementos reflejarán esta realidad: “Tiempo inhóspito: soy tu enemigo tenaz,
tu rival sin / brillo, tu bajorrelieve en la alta noche / consumida de claridad”.
Se exaltará el amor para que el cuerpo adquiera dimensiones cósmicas y alucinantes:
[…]
Paso
a la desconocida anegada con la sábana azul de la
lejanía.
La mujer penetra en las casas adornadas de palmeras
centelleantes,
baja las escaleras de fuego de la tierra,
desciende
a los infiernos en la boca del hombre. Yo le
ofrezco
la sórdida furia del insecto y un anillo de angustia
que
circunda estas manos lentas.
Paso
a la desconocida: sus pies son cometas frenéticos, sus
manos
son helechos sagrados, su música, la música
silenciosa
de los desiertos. (30)
El
mundo pesa inicuo y solemne en mis raíces.
Acepto
tus manos, tu dicha, mi delirio.
Si
vuelves tú, si sueñas, tu imagen en la noche
me
reconocerá.
Mi
sangre de magia fluye hacia ti, bajo la
profecía
del alba.
(“Posesión”)
Los “sueños” son parte de esa imagen que busca alcanzar
lo inalcanzable. Podríamos pensar aquí en las teorías de Freud sobre los sueños
y el “automatismo psíquico”. Esto es una alusión difícil de precisar, pero podría,
sin embargo, expandir una idea que ilumine el sentido de lo que el hablante quería
revelar.
[…]
Me veo en constante fuga.
Me
escapo de mí mismo
Y
desciendo a mis oquedades de pavor.
Me
despojo de imágenes falsas.
No
escucharé.
Al
nivel de la noche, mi sangre
es
una estrella
que
desvía la ruta.
(“Un día sea”)
Y es que los sueños de estas imágenes
afirman un erotismo que se apodera del lenguaje poético para sustentar una visión
más poderosa y transformadora del amor, un amor físico cuya pasión no se puede contener.
Un amor que se repite apasionadamente y descubre y retiene un yo que ha dejado de
poseerse para anidar en la realidad de otro cuerpo. En el siguiente verso ya lo
ha señalado: “…busco mi origen en las piedras derretidas y en las / cenizas de los
animales muertos. / Mientras bebo tu presencia / como un grito de grandes aves negras
/ entre las hojas melancólicas.” (32) Sin embargo, la búsqueda de esta presencia
amorosa se halla en la serpiente embriagadora del placer, en la intensidad del erotismo
transformador. Hacia ese cuerpo el poeta extiende sus brazos para ser poseído, y
poseer el amor:
[…] Dejadme la pureza del estío y el canto del
manantial
sobre los pinos en una hora alta
de paz y alegría.
Huérfano y sin trompeta, y la mujer que abre su
entrecejo
y es una potestad engañosa y el día que es una nube
efímera, y tú que vienes en el Fasto, Es lo natural,
Simplemente reposas o desvarías.
Desde el instante mío:
El que tañe en la raíz del húmedo fósforo
El de pulposo corazón, El que dilapida con
Ojos de ironía la escritura visible…
NOTAS
El siguiente texto ha sido modificado para el propósito
de esta nueva publicación. Apareció anteriormente en la Colección El Pulpo de la
distancia, Editorial La Draga y el Dragón / Unión Libre, Blog que dirige el poeta
venezolano Enrique Hernández-D’Jesús (No. 227 / 1 de febrero de 2015).
1. Utilizo para este ensayo el libro:
Juan Sánchez Peláez, Obra poética, Barcelona, Editorial Lumen, S.A., 2004.
Este libro contiene toda su poesía publicada entre los años 1951 y 1989, como indica
la contraportada. Contiene, además, nueve poemas inéditos que aparecen a final del
texto, lo que sugiere que el poeta posiblemente trabajaba en un nuevo libro cuando
lo sorprendió la muerte.
2. “La poesía de Sánchez Peláez surge
en este ámbito. A sus 18 años fue a estudiar a Chile y logró establecer amistad
con los miembros del grupo surrealista de la revista Mandrógara (Braulio
Arenas, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, a los que después se sumaron Teófilo
Cid y Gonzalo Rojas; además habrá que apuntar la presencia de dos poetas: Rosamel
del Valle y Humberto Díaz Casanueva). Pero sus libros comenzaron a aparecer después,
a partir de 1951”.
3. “Adiós a Juan Sánchez Peláez”, Letras Libres.
4. José Ramón
Medina, 50 años de poesía venezolana, Caracas, Monte Ávila Editores, C.A.,
1969, pág. 261.
5. José Ramón
Medina, p. 261.
6. De aquí en adelante todas las citas de los poemas
corresponderán a este libro.
7. Varios de estos títulos sugieren la concepción de un mundo que relaciona la naturaleza de ese amor con la muerte: “Transfiguración del amor”, “El cuerpo suicida”, “Aparición”, “Paisaje asesinado”, “Retrato de la bella desconocida”.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 169 | abril de 2021
artista convidada: Elsa María Meléndez (Puerto Rico, 1974)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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