Ramón Palomares crea una poesía cuya imagen emana
de su relación íntima con el entorno. Nos ofrece
una percepción que retiene un profundo conocimiento de lo propio hasta alcanzar
una proyección universal. Su
reino,
tan expresivo en experiencias y hondura humanas, confirma la conciencia
de esa relación con la
naturaleza y la inquietud que la define. Pero ¿qué es lo que podríamos hallar
en este reino como manifestación y esencia de la vida? ¿qué tipo de sensaciones, una
vez hayamos rasgado el velo que cubre su contenido? La respuesta la intuimos en
el lenguaje y en el asunto de sus temas. Y ciertamente, en todos aquellos elementos
que parecen sostenerse de un modo natural pero funcionan unidos a unas experiencias en las que
el hablante se reconoce. Por eso, como señala Evelyn C. A. Páez, en Ramón
Palomares “La imagen poética no es una simple y llana reproducción de la realidad,
sino un proceso creativo en donde cada elemento tiene siempre un valor simbólico,
es decir, es siempre lo que es y algo más”. [2] Y es que en Palomares la naturaleza misma confirma esa exaltación de la
vida
en una visión que reclamará para sí el dolor y las
sombras de la muerte cuando ésta discurra silenciosamente sobre el cuerpo del padre
fallecido, como veremos en el poema “Elegía a mi padre”.
Estas
composiciones establecen un sistema de correspondencia que nos permiten valorar
los textos independientemente, y a la vez apreciarlos en conjunto. Divergen, es
natural, en los temas y las emociones que cristalizan y en lo que directa o indirectamente
sugieren. Pero vistos en su totalidad recrean una poderosa metáfora de la
vida que retiene la intimidad del poeta en el conocimiento de esa visión reveladora.
Son poemas que nada tienen que ver con la abstracción de territorios soñados, ni
con influencias de índoles extranjerizantes. La percepción de ese mundo está fundida
directamente en la flora y la fauna por un lado, y, por otro, en la visión de la
tierra y el paisaje andino y las voces y tradiciones de las gentes.
En
la confección de El Reino el crítico Víctor Bravo ha subrayado una clave
importante que sintetiza la elocuencia y la atmósfera del mismo: “ …en sus versos
el lenguaje se muestra como un sexto sentido que no es sino la prolongación de los
demás: la mirada y el tacto, el gusto y el oído, el olfato, todos en esa trama y
ese milagro del lenguaje que es el poema, para mostrarnos como uno de sus principales
dones, una experiencia íntimamente sensible con el mundo…” [3] Y, naturalmente, esa vinculación del
poeta con el mundo es la que nos conmueve por lo que contiene como referencia y
revelación de la vida. Todas estas composiciones están impregnadas de un sentimiento
que potencia los límites entre lo contemplado y lo vivido como si las palabras arrojaran
una luz más intensa sobre lo nombrado. De ahí que el entrañable amor del poeta por
el paisaje andino y el contacto con los seres que lo pueblan influya siempre en
su obra.
Pero es necesario transcribir aquí un pensamiento
que el propio Ramón Palomares escribiera específicamente para esta edición: Mi
primer libro, “El Reino” me encaminó definitivamente hacia la Poesía y me enseño
como hasta hoy que era la belleza de la palabra mi único y verdadero camino hacia
lo más profundo y acendrado de mi ser interior”. Esa belleza de la
palabra que resplandece es la revelación
que ostenta el signo de su grandiosidad para culminar en la
imagen que proyecta un sentido de la vida en el tiempo. Y este camino “profundo
y acendrado” del que habla el poeta, será también el que justifique la alegría de
vivir y sentir la naturaleza como la experiencia de un acto jubiloso. Ese entusiasmo
es el que transfiere la emoción de un mundo cuya lucidez cristaliza toda forma de
conocimientos elevando de igual modo la vida sobre la incertidumbre y el dolor.
Sin embargo, reconocemos que habrá motivos para angustiarse
cuando la muerte señale el camino del “viaje definitivo” como lo llamó Juan Ramón
Jiménez.
En el poema “El viajero” (5-11) la visión
poética responde a hechos y experiencias humanas que reflejarán en el sujeto lírico
diversas connotaciones. Se recreará en el texto la continua integración y comunicación
con los elementos de la naturaleza para resaltar la conciencia y temporalidad del
yo ente el tiempo. Y se explorará en el transcurso de ese viaje la presencia del ser
como si éste estuviera viendo por primera vez el esplendor del mundo, e intuyendo
aun por un instante la profunda dimensión de la vida frente al paisaje:
Me permito mirar atrás,
tomar una copa y reír
en todo igual al cielo
y sus brindis de licor fino sobre mi cabeza
Comienzo así la deliciosa fiesta
en que la feria
por mi corazón queda trasformada
pura, despojada de los malos sabores
y los asuntos del desprecio.
Como quien está investido por el misterio
de lo divino, el hablante poético hallará en todo aquello que lo rodea la naturaleza
que lo vivifica: “Si no se conoce mi nombre / me llamo el viajero, /el que no alcanza
a ser la flor trinitaria”, dice. Y en ese no alcanzar las cosas como son, sino como las siente a través de la
poesía, revelará el sentido del viaje que resaltará la profunda experiencia del
hallazgo que lo cobija:
Entro así,
parecido al ganador de las mañanas
o al pájaro que roba la última estrella.
Esta es mi suerte
y así quedan mis dados,
mis cartas entre los paños amos del azar.
Sin duda, ese viaje lo llevará a reflexionar
sobre el tiempo en el paisaje deslumbrante de la mañana y en la memoria de los amigos,
y del amor y la belleza en la luz y la flor, y la lluvia y las cosas que irán mostrándole
lo esencial de la vida. La certeza de su verso será suficiente para hacerle comprender
que la vida misma está hecha de íntimos y fugaces instantes. Por eso la plenitud
de ese vivir se cumplirá en secreta armonía con el pasado y las fuerzas que
marcan su paso por el mundo, ya sean para intuir en ellas la felicidad o la nostalgia
de la juventud o las mismas referencias de un tiempo al que ya no ha de volver:
[…]
Qué larga la tarde
y dada a la
meditación.
Pronto, al
árbol que miro cerca de la noche
aparecerán
densas riberas
brillantes
hacia el cielo.
Por todo esto
que peso
y comparo al
paso de los vientos
veo que debo
ser algo triste.
Pero en un
instante sopló la nostalgia
y arrancó de
mí la alegría
como a la más
bella flor de mi cuerpo.
Los últimos versos del poema proyectarán
la percepción del hablante asomado a la realidad antagónica de ese vivir frente
a la problemática misma del tiempo: “Y al paso de los astros / las gentes muertas
/ y los hechos desparecidos / brindo a los ocultos / los desconocidos pájaros del
rodeo próximo, / diciéndome que no retornaré más nunca. / Y así comienzo mi aventura”.
Y en efecto, esa aventura se convertirá en la conciencia trascendental de
un viaje que representará la transitoriedad de su propia vida.
En el poema “Saludos” (pp. 13-18), la imagen
del pájaro
implicará algo más que un expresivo saludo. Su vuelo, como motivo evocador,
lo llevará a reflexionar sobre la movilidad y la mudanza, sobre la conciencia temporal
de las cosas que permanecen como evocaciones lejanas y nostálgicas. Su significado
quedará enmarcado en ese saludo. Pero también en las pérdidas y ganancias que sugiere
ese vuelo, y en el contexto real y físico de las condiciones que impondrá esa mudanza.
Por eso la vida, de quien se aparta de la
provincia
para instalarse en ciudades modernas y
desconocidas, estará llena de incertidumbres. En la transición hacia ese mundo moderno
el yo enfrentará un contraste y un conflicto con los valores espirituales.
Será en la provincia donde el hablante encontrará un sentido más genuino y profundo
de la vida y estará en relación directa con el paisaje y la fauna y la flora que
lo sustenta. Y no sólo esta relación beneficiará su percepción del mundo, sino también
la ética y los valores
que imprime a sus versos: “Saludos. / Apenas para ti
hay tiempo de cantar / en el delicioso jardín / y sacudir en el estanque las alas
/ allí donde el viento no ha podido vencer”.
El poema “jardín” implica esa imagen o aurora
del mundo primigenio que cantara el poeta español Vicente Aleixandre (1898-1984), en Sombra
del paraíso.
Pero uno de los poemas más conmovedores dedicados
a la muerte de un padre en la poesía hispanoamericana del siglo XX es indudablemente
“Elegía a la muerte de mi padre” (21-27). [4]
Desde el primer verso esa pérdida se convertirá en el sentimiento desgarrador de
esa visión de la muerte. El poema revelará la inevitable realidad de la vida. Y
en efecto, la conmoción de esa partida acercará al poeta a un horizonte en el que
se borran los límites
de la existencia y el alma escapa hacia regiones
insondables. No bastarán entonces las palabras para comprender que hay un final.
Habrá que comprobar el acontecimiento de la muerte para confirmar que es real: “ábrele los ojos / huélelo / tócalo / con la terrible mano tuya recórrelo…”
La mano se demorará amorosamente sobre el cuerpo del padre como
palpando la condición temporal de esa vida, ese fluir cuya sustancia humana
se pierde en el tiempo:
Esto dijéronme:
Tu padre ha
muerto, más nunca habrás de verlo.
Ábrele los
ojos por última vez
y huélelo y
tócalo por última vez.
Con la terrible
mano tuya recórrelo
y huélelo como
siguiendo el rastro de la muerte
y entreábrele
los ojos por si pudieras
mirar adonde
ahora se encuentra.
Su mano se desplazará por última vez sintiendo
la nostálgica desolación del entorno, del escenario donde irán asomando los habitantes
de la selva quejumbrosa: el jaguar y las aves que desaparecen a lo lejos, la joven
vestida de primavera, y los mirtos, y los zamuros que inclinados caminan hacia la
altura de las montañas, y los lobos y las serpientes heridas por las claridades
del día. Y como en alucinada visión, las sombras de la naturaleza misma se detendrán
allí como intuyendo la profunda conmoción del paisaje: “Ya las flores nacidas anoche,
/ como el lirio, como la amapola, como la orquídea blanca; / las flores nacidas
anoche han desaparecido / y sólo cuelgan con olores tristes de los gajos”. Todo
el sentido místico
de esa pérdida reflejará la estremecida realidad
de esa partida. La flora y la fauna destacarán su presencia como mudos protagonistas
ante la precariedad de la vida: “los gavilanes han dejado sus garras en la cumbre”,
allí las “potentes mandíbulas del jaguar”, allí los “corderos…como
mansos puercos pintados de arroyo”.
(…)
Pero aquel
cuerpo que como una piedra descansa
húndelo en
la tierra y cúbrelo
y profundízalo
hasta hacerlo de fuego
y
que el pavor se hunda con sus exánimes
miembros
y que su fuerza
descoyuntada desaparezca
como en el
mes de mayo desaparecen algunas aves
que se van,
errantes, y nadie las distinguirá jamás.
La figura del padre entrará en contacto con
la vastedad del universo y a fin con esa visión el hablante reconocerá también la
insuficiencia del lenguaje. No habrá otro modo de expresar su angustia sino dejándose
arrastrar por el misterio en la que la materia se integra a otra realidad donde
la conciencia del tiempo no existe. “Hace poco tiempo han pasado ante tus ojos /
sobre la tarde gris, por el cielo inhóspito, / ciertas aves migratorias llenas de
tristeza.” El poeta nos advierte de la limitación de la palabra frente a un cuerpo
ya mudo para siempre, un cuerpo que viaja hacia la blanca planicie donde “…el limpio
sueño nos levanta las manos y nos independiza / de esta intemperie, de esta soledad,
/ de esta enorme superficie sin salida”.
En el poema “Conquistas” (29,36) hallaremos
también la imagen del padre, [5] pero
evocado en la imagen de su juventud. Nada habrá ahora de adolorida emoción o presagiada
amargura. La dimensión humana del padre será contemplada en su fortaleza, su hombría
y plenitud, como si el amanecer que cubre toda sombra se alzara con la imagen del
padre llenándolo de un jubiloso esplendor:
Al oeste irás y allí colocarás tu estandarte.
Sobre una loma dorada pondrás tu corazón.
Vislumbrarás el tesoro.
Descubrirás el primer palacio.
Colocarás tus manos a la altura de la frente
y te harás cornisa para distinguir el lago de sangre.
Aguardarás que un caminante abra su camisa
y muestre sus tetillas como ojos del corazón.
Recogerás la aureola que tiembla sobre la loma
del oeste.
El
primer verso introducirá el concepto de lugar para fijar el contenido del
poema en un lenguaje de diversas connotaciones: “Al oeste irás…” (29), y luego,
“Del oeste vendrás como un vagabundo” (34); y, una tercera y cuarta ocasión: “Vuelves
del oeste.” (35), “Vuelves del oeste.” (36). Esta afirmación establecerá el nexo
entre lo que presentan las imágenes y lo que pudieran sugerir la palabra oeste
como espacio real o imaginario. Pero es posible que ese oeste [6] refiera aquí a la parte geográfica de
la región occidental de Venezuela, Trujillo, estado donde nace el poeta y cuya intimidad
espiritual y estética observamos en su obra. El mismo Ramón Palomares ha afirmado
en una entrevista concedida al poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio: “Yo le
podría decir que uno de mis maestros del lenguaje lo constituye el vecindario de
mi casa, la muchacha que se crió conmigo allí, las voces de mis tías, de mis familiares
que he venido tratando de asumir con mayor atención, con mayor posibilidad de ubicación
en ellos. De ahí viene, por ejemplo, de que mi relación con el idioma, mis posibilidades
en cuanto a esto, sean diferentes a las de otros poetas, como usted ha podido notar”.
[7] Este trasfondo que envuelve su vida
ratificará esa cosmovisión impregnada de lo auténtico y de las cosas que influyen
su entorno:
[…]
Beberás el agua mágica.
Entrarás en la noche.
Toma el viento entre los dedos
y estréllalo.
Los astros salvajes que sobre ti duermen
quiébralos con tus colmillos y escúpelos.
Pisa lo que sea delicado.
Aplasta lo que sea bello.
Las nubes como cabras que nadan
despedázalas con tus brazos.
Ataca los rayos abalanzados sobre ti,
sean tus mandíbulas un escudo.
No vuelvas la cara hacia donde espanta la noche.
He allí el gran espectáculo:
El salón maravillante.
La cabeza que anuncia y deslumbra.
Hay un tono fantástico en la intensidad de
estos versos que elevan las imágenes a una categoría sobrenatural, y una difícil
asociación con lo que sugiere la descripción. Esto ocurre debido a que el punto
de apoyo que sostiene el verso oculta su trasfondo imposibilitando al lector descifrar
su contenido.
[…]
Vuelves del oeste.
El sol arrasó con el último estandarte de las poblaciones.
Rompió las columnas que brillaban.
Tumbó los altísimos árboles que hacían hogueras.
Esbelto, grande en el polvo y la hediondez de tu
cuerpo,
bello en el descuido de tus miembros,
dulce en la rugosidad de tus manos.
Toma el reflejo de la noche
y llévalo en tus brazos.
Guarda la oscuridad con tristeza.
Vuelves del oeste.
Recoges tu corazón
Miras cómo la colina tórnase roja como una perdiz.
Lo que canta el poeta es la imagen de un
mundo sostenido por la presencia del padre, una presencia que ennoblece la vida
al evocar el ambiente de la juventud y la confianza y fortaleza. El propio lenguaje
reflejará esa evocación condicionada por una visión inmersa en el futuro: colocarás
tu estandarte, vislumbras, descubrirás, aguardarás, recogerás, beberás. Al referirse al tiempo presente, recurrirá al imperativo
para alternar la visión temporal de ese cuerpo alucinante con la contemplación misma
de la naturaleza: toma el viento, pisa los astros, aplasta lo que sea bello,
ataca los rayos, toma la aurora, asoma tu cabeza, siéntate conmigo, toca la colina
con tus pies…” [8] El poema
rompe con el sentido de la realidad y nos obliga buscar detalles y asociaciones
que puedan revelar lo que verdaderamente ocurre en el texto. Lo que se contempla
y transforma allí en una imagen fantástica, aunque sabemos que el pensamiento evoca
una realidad precisa, hay que reconocer sin embargo que existen intrincadas imágenes
inaccesibles. Habría que subrayar que los poemas aquí comentados no tienen nada
que ver con el surrealismo ni su estética. Sobre este particular ya se había expresado
el crítico norteamericano Paul W. Borgeson Jr. al señalar lo siguiente:
El
lector citadino tiende a leer los versos de Palomares como si fueran surrealistas,
pues las casas vuelan, piedras, árboles y vientos tan vivos como los seres humanos
y las sogas que hablan hacen pensar en símbolos o bien en los sueños del subconsciente.
Pero esta lectura, paradójicamente, no sólo errónea y deformante, nace de una tendencia
a ver el surrealismo en todas partes. Palomares no es surreal. Sí coincide con sus
lectores en la búsqueda de otra realidad; difiere profundamente, sin embargo, en
haberla hallado desde siempre… [9]
De ahí que sean varios los matices que confluyen
en un texto y los que puedan igualmente prestarse a una interpretación engañosa.
¿Pero, qué lector puede tener la última palabra o la total revelación de lo que
encierra un poema? Lo que importa, al fin y al cabo, es sentir el poema y acercarse
a las posibilidades interpretativas que ofrece en virtud de lo que revela su contenido,
si es que algo revela.
En la poesía de Palomares la intuición está
en perfecta armonía con las imágenes que funden la intensidad del poema y despliegan
una profunda emoción. De ahí que al referirse a su mundo poético la escritora Beatriz
Pineda de Sansone haya señalado: “La conciencia poética está totalmente absorta
en la imagen que aparece sobre el lenguaje, por encima del lenguaje habitual ––habla
con la imagen poética, un lenguaje nuevo, primario––…” [10] Es decir, busca gravitar más allá de la connotación misma de las
palabras en el sentido cósmico que sugieren las imágenes. Por tal razón no es de
extrañar que el poema “Conquistas” preceda a “Elegía a la muerte de mi padre”, en
el orden en que aparecen los poemas en el libro. Y no se trata de una disposición
al azar ya que podríamos interpretar esto como un modo de contrarrestar el dolor
por la muerte del padre.
Hay en el poema “La casa” (39-45) una imagen
que trasciende el significado familiar para revestir la casa de una aureola atemporal
y mágica. Su estructura física, y la realidad emocional que representa, se expresará
a través de una variedad de imágenes sugerentes y conmovedoras. Al liberarse del
sentido de gravedad que la fija, la casa aparecerá fundida en una secuencia
de valores humanos que, en cierto modo, determinarán su imagen amorosa y fugaz.
La fuerza del viento que la lleva creará un sentido de lejanía y de situaciones
que contribuyen a hacer de ella un lugar inalcanzable, una presencia consumida por
el tiempo:
Eternamente
advertidos:
No permanecerías más, casa.
No tendrías más tus horcones en tierra.
No estarías como asentamiento de tierra.
La casa estaba girando, girando,
igual que viento;
cargadas por aves.
Por las rojas gallinas,
el gallo de cola extensa y azul,
las perdices mínimas en la hierba,
los cardenales de encanto.
Toda removida la casa.
Desprendiéndose de la tierra,
subiendo, con alas, con vuelo.
Como ocurre en algunos de los poemas de Palomares,
la realidad se transforma en una cadena de situaciones entrelazadas por acontecimientos
fantásticos. Las cosas parecen desvanecerse en el tiempo como llevadas por una fuerza
invisible. El dinamismo de las imágenes arrastrará todo aquello que parecía tener
una forma real y precisa. Así la casa que veíamos desplegarse ante nuestros
ojos se transformará en una silueta que se aleja de su entorno y aparece en un sentimiento
de sorpresa y nostalgia:
[…]
La casa se fugaba
porque la casa era para no tenernos.
La casa para la huida, la huida de siempre.
Como una carreta. Como inventada
para desilusión.
Como un polvo que atraviesa con esplendor
e ilumina, hecho palmas, a la media noche.
Huye. Arrancada.
Llevada como un palio en lo alto.
No son las aves.
No son las estrellas.
Y tampoco se asentará más allá.
Todos advertidos:
Se va la casa. Huye.
No estará más asentada en tierra.
Es igual que humo.
Cruza, extraña al peligro,
igual que una lanza tirada para siempre,
fija en el vuelo hacia el blanco;
la casa que huye
como un esplendor hacia otras noches.
La casa, sostenedora del calor humano, refugio
y espacio en el que fluye la esencia de la vida, tiende a despersonalizarse convirtiéndose
en un paisaje abstracto. Todo se vuelve extraño como la temporalidad misma de las
cosas que comparten su estructura física. Nada se detiene, la vida misma como a
una casa deshabitada ha perdido su esplendor y gira como una ave cubierta por la
niebla: “Allí la casa. / Allí, huida. / Más triste que el humo de los vestidos del
desposorio / quemados por el viudo”. El adverbio (allí) marcará la mística
de esa huida hacia un pasado cuya belleza se pierde en las nubes.
Acude ahora a nuestra memoria el poema de
Jorge Manrique, Complas a la muerte de su padre, como si la realidad existencial
de Ramon Palomares se cruzara en el vasto océano del tiempo con el poeta español
para reflejar nuestro breve paso por la vida:
[…]
¿Qué fue de
aquellos ojos, aquella mano
velada tras la celosía, encubierta
por amor
al extraño,
echada después al olvido?
¿Qué fue de
aquel jarrón de regalo,
transportado
desde tierras de otra maravilla,
cubierto por
temor a su pérdida?
¿Qué fue de
los domésticos?
¿Y el calor
de los fogones, las llamaradas
cuyo gasto
hizo algún claro del monte?
¿Qué del azar
allí corrido,
jugado allí
por fuertes y hambrientos?
¿Qué de los
esplendores,
de los asesinatos
de la pasión,
del roce del
odio?
Los extraños
abrirán la puerta, la de aldabas brillantes.
Penetrarán.
En
el recogimiento de esa “…casa que huye / como un resplandor hacia otras noches”
vislumbramos el vivir del poeta en su luz mística y su presencia en el tiempo. Los
poemas aquí comentados manifiestan la vitalidad y belleza de la obra poética de
Ramón Palomares. Quienes se acerquen a ella no quedarán nunca defraudados, pues
hallarán la sostenida presencia de un imaginario profundamente humano y en armonía
con el universo.
NOTAS
1. Hay que recordar que para la década del ’50 aparecieron publicados
en Venezuela libros tan significativos como Elena y los elementos (1951)
y Animal de costumbre (1959), de Juan Sánchez Peláez; Una isla (1958),
de Rafael Cadenas; Los espacios cálidos (1952), Círculos del trueno (1953),
y Tirano de sombra y fuego (1955), de Vicente Gerbasi; Humano paraíso
(1959), de Eugenio Montejo; De la casa arraigada (1953), Cercos (1954)
de Alfredo Silva Estrada; Primeros poemas (1954), La torre de los pájaros
(1955), Los herbarios rojos (1958), de Juan Calzadilla. Para muchos críticos
estas obras marcaron, junto a las revistas literarias que aparecieron en estos años,
el comienzo de la modernidad en la poesía venezolana. Véase, Antología histórica
de la poesía venezolana del siglo XX (1907-1996), Río Piedras, Editorial de
la Universidad de Puerto Rico, Ira Ed., 2001. Estudio y selección de Julio Miranda.
2. Evelyn A. Páez, Visión de lo urbano y popular en la poética
de Ramón Palomares y Rafael Cadenas en el contexto histórico-cultural de la Venezuela
del siglo XX; http://producción-uc.bc.uc.edu.ve/documentos/trabajos/700030D
4.pdf
3. Véase, “El lenguaje y la transparencia en El Reino
de Ramón Palomares”, Edición especial con motivo del Doctorado Honoris Causa
otorgado por la Universidad de Los Andes al poeta Ramón Palomares, el 14 de
junio de 2001. Esta Ira edición Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2001, se hizo
para conmemorar dicho evento. En esta ocasión también les fue otorgado este importante
reconocimiento a los poetas Juan Sánchez Peláez y a Rafael Cadenas.
4. Este poema nos recuerda la elegía de Jorge Manrique, Coplas
por la muerte de su padre, escrita en el siglo XV. Otros poetas españoles
e hispanoamericanos han escrito elegías sobre el tema de la muerte; entre éstos,
cabe mencionar a Federico García Lorca (“Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”), Miguel
Hernández (“Elegía a Ramón Sijé”), Jaime Sabines (“Algo sobre la muerte del mayor
Sabines”), entre otros.
5. El poema está dedicado a la memoria de
Rómulo Sánchez Vivas, padre del poeta.
6. El diccionario de la Real Academia Española define este concepto
como: Punto cardinal del horizonte por donde se pone el sol en los equinoccios.
Y como una región o territorio situado al oeste de un país o de un área geográficamente
determinada. En Wikipedia se designa con el termino latino vesper, que significa
“tarde”. Y agrega: El origen de este significado proviene del movimiento aparente
del Sol cuando se dirige a su ocaso, que según creencia popular de los antiguos
ocurre en el punto cardinal oeste.
7. Harold Alvarado Tenorio, “Conversación con Ramón Palomares”
en Jornal de Poesía Banda Hispánica, http://www.jornaldepoesia.jor.br/bh13palomares.htm
8. Aclaro que prescindo aquí de las mayúsculas y uso las palabras
en cursiva.
9. Véase, “(Sur) realismo en la poesía venezolana del ´58”,
http//cvc.cervantes.es/aih/pdf/10/aih_10_3_051.pdf
10. Beatriz Pineda de Sansone, “Cosmogonía en la obra de Ramón
Palomares”, en Revista de Literatura Hispanoamericana, No. 36 (1998): 25–42.
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