quarta-feira, 20 de outubro de 2021

AGULHA REVISTA DE CULTURA # 184 – outubro de 2021

 

• EDITORIAL – EL UNO QUE UN DÍA PODRÍA SER VARIOS

 


Nuestra vida está formada por una serie infinita de perspectivas a través de las cuales tratamos el lenguaje y el juego de sombras de la existencia misma, sus milagros tejidos en la piel de la memoria y el amplio lienzo de nuestros cuerpos. Somos la pintura viva de nuestros vagabundeos por la tierra, desde los espacios físicos más recónditos hasta los puntos inalcanzables de un interior que rebuscamos en busca de los personajes más vitales y reveladores de nuestro viaje. Hay momentos en los que sentimos que tocamos el núcleo de una conciencia colectiva, esta fuente de radiación de múltiples escenarios. En el espacio entre signos, poco a poco entendemos que el velo de los obstáculos es también una gracia del tiempo, una seducción sin límites. Una galería mágica donde se mezclan los brotes de lo que soñamos y lo que logramos, pues el simple estar en el mundo ya es suma de estos dos aspectos y sus fascinantes afluentes, su corriente de maravillas. El cableado eléctrico de nuestra percepción nos comunica en cada momento con otros mundos, lo que somos, lo que deseamos, lo que guardamos dentro de nosotros, esa cascada de experiencias que nos hace inconfundibles incluso en la vorágine más intensa de paradojas.

Oscar Wilde dijo una vez que el arte son todas las artes. Ciertamente, estos eslóganes traen consigo una reverberación de lo imposible y lo obvio, esa mezcla de contradicciones que definen la vida, en nombre de la cual se acuñan todas las artes. Es lo mismo que decir que el hombre son todos los hombres o que el sueño son todos los sueños. Este brillo de misterio naturalmente trae consigo algunos hilos de verdad. Sin embargo, esta totalidad evocada sólo encuentra su verdadero espejo en la inversión de sus valores. Lo múltiple solo es intenso en su singularidad. Lo singular sólo se realiza en su multiplicidad. Nuevos eslóganes, sin duda alguna. Estamos tan acostumbrados a los juegos de lenguaje que quizás el hombre mismo sea solo un eslogan. ¿Todavía hay un hombre dentro de nosotros? ¿El humanismo poético que el poeta Enrique Molina imaginó como prueba de la vida del surrealismo aún se encuentra en cada uno de nosotros? ¿Qué esperamos entonces para desatar los nudos de tanto dolor, tanta miseria, tanto abandono? Quizás todavía haya un camino para que el hombre demuestre la permanencia de su humanismo. Algo tan fuerte que no se distrae con la creencia en un solo dios, sino en el otro, esa alteridad que debe guiarnos por los desiertos del alma. El otro múltiplo de todos nuestros desafíos, la baraja infinita de nuestras búsquedas de identidad.


Desde hace 21 años Agulha Revista de Cultura ha mantenido esta dirección múltiple, buscando siempre una conciencia colectiva, este espectro inagotable de signos de vida, las muchas artes que algún día podrían ser una. Las innumerables vidas que algún día podrían ser una. El Uno que un día podría ser varios.

Junto a los colaboradores de esta edición, tenemos con nosotros la obra plástica de un artista fascinante: Jaime Suarez (Puerto Rico, 1946), considerado uno de los principales promotores del medio de la cerámica contemporánea en Puerto Rico como cofundador de las instituciones claves que propiciaron su desarrollo, Estudio Caparra, Galería Manos y Casa Candina y ha producido un cuerpo de trabajo que le ha obtenido reconocimiento nacional e internacional. Junto a su obra en cerámica desarrolló un nuevo medio, las barrografías o impresiones de barro sobre papel, además de esculturas y murales en concreto estampado. Ha colaborado y colabora con numerosas instituciones culturales y educativas en Puerto Rico sirviendo en las juntas o en comités en los principales Museos y compañías de danza y teatro. Se ha destacado como profesor de arquitectura, cerámica y escenografía a nivel universitario. Actualmente es Presidente del Ballets de San Juan, compañía pionera de la danza clásica y contemporánea en Puerto Rico, con quien ha colaborado por 35 años y es miembro de la Junta de Directores de Cerf + - the Artist Safety Net, organización en Estados Unidos que apoya artesanos tradicionales y contemporáneos en momentos de crisis.

Os Editores 



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• ÍNDICE 

 

AGATHI DIMITROUKA | Bolívar, eres bello como un griego [Parte 6]

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/agathi-dimitrouka-bolivar-eres-bello.html

 

ANNA APOLINÁRIO | Lascívia e aniquilação: o eros corrosivo em versos de Joyce Mansour

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/anna-apolinario-lascivia-e-aniquilacao.html

 

HOMERO CARVALHO OLIVA | La violencia de género en los cuentos de Adela Zamudio

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/homero-carvalho-oliva-la-violencia-de.html

 

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Infrarrealistas y nadaístas, el fracaso triunfal

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/jose-angel-leyva-infrarrealistas-y.html

 

LUIS ENRIQUE BELMONTE | Belén Ojeda: horizonte o región para lo inefable

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/luis-enrique-belmonte-belen-ojeda.html

 

MÁRCIO CATUNDA | Stéphane Mallarmé (1842-1898)

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/marcio-catunda-stephane-mallarme-1842.html

 

NICOLAU SAIÃO | Três incursões no escuro da noite e do sol

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/nicolau-saiao-tres-incursoes-no-escuro.html

 

BERTA LUCÍA ESTRADA | Dos lecturas

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/berta-lucia-estrada-dos-lecturas.html

 

ÓSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | María Isabel González: “Siento que la fotografía para mí es autoconocimiento”.

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/oscar-jairo-gonzalez-hernandez-maria.html

 

OSCAR MARCANO | 40 Años de El cuaderno de Blas Coll, de Eugenio Montejo

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/10/oscar-marcano-40-anos-de-el-cuaderno-de.html 

 

 




Jaime Suárez

 

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[A partir de janeiro de 2022]


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 184 | outubro de 2021

Artista convidado: Jaime Suárez (Puerto Rico, 1946)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

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Escritura Conquistada

 


OSCAR MARCANO | 40 Años de El cuaderno de Blas Coll, de Eugenio Montejo

 


Fue en una de nuestras tardes de café en el Boston Bakery de Los Palos Grandes en 2006. Recuerdo que Chávez iba a agregar una octava estrella a la bandera venezolana, ignorando o haciendo caso omiso del hecho de que las siete que tenía, representaban las siete provincias que, el 5 de julio de 1811, firmaron el Acta de Independencia.

Después de pasar revista a la situación política que tanto lo afectaba, Eugenio me comunicó que El cuaderno de Blas Coll cumplía 25 años. Me preguntó si le hacía el honor de presentar la quinta edición. Como si el honor no fuese mío.

La nueva tirada del emblemático libro corría por iniciativa de la editorial BID & Co. La obra había aparecido originalmente en febrero de 19811, bajo el extinguido Fondo Editorial Fundarte, que tan eminentes recuerdos nos dejara. Entonces había ganado el Premio de Narrativa del Consejo Nacional de la Cultura. Y me contó el poeta que el jurado lo había llamado para preguntarle si la obra en cuestión era un texto narrativo, a lo que respondió, con toda sinceridad, que no sabía.

Debí haber leído por primera vez la saga del tipógrafo y sus acólitos en 1983, en el taller de poesía de Rafael Cadenas, en el viejo Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Confieso que, con la mirada de entonces, entendí la obra como un texto narrativo, percepción que no se modificó en mí en la medida en que, con el tiempo, desarrollaba sus personajes.

Digo esto porque El cuaderno de Blas Coll es una obra “reclamada” a hurtadillas desde varios géneros. Particularmente y con palmarias razones, desde el ensayo y la poesía. No en balde, en la contratapa de la edición que presentábamos, nuestro querido Miguel Gomes alertaba subrepticiamente que “del ensayo al poema en prosa hay poco trecho, y eso parece saberlo a la perfección Eugenio Montejo”. Pues no era un desatino reclamarlo desde el ensayo, dado el poder analítico y propositivo del texto.

Tampoco desde la poesía, por el hecho pertinaz que supone que todo lo que hace un poeta es poético. Y aunque el tema a estas alturas resulte bizantino, en la librería El Buscón quedó constancia de que, a través de este servidor, también lo requería la narrativa, acaso como pretendió Hitler a Venezuela en 1942, alegando el incumplimiento por parte de Carlos V de las capitulaciones a los Welser.

Y es que cuando se habla, como es el caso, de escritura oblicua, apócrifa o heteronímica, o se dice que “Montejo ha elaborado una red de voces y máscaras en la cual la poesía y la poética se ponen en diálogo”2, o se invoca el natalicio de esas voces en una anécdota firme, en una historia consumada y en un proceso de creación de personajes, se está hablando de una experiencia narrativa.

Para los que no hayan tenido la oportunidad de leerlo aún, El cuaderno de Blas Coll cuenta la historia de un tipógrafo de origen canario que arriba a las costas venezolanas en 1932, se establece en Puerto Malo (un pueblo de pocas calles y muchos barcos) y conforma una suerte de peña literaria con ribetes de sociedad secreta. No adrede —es justo decirlo—, sino en virtud de la materia que trajinaban.

Lo cierto es que Coll expone sus convicciones en referencia al lenguaje, y poco a poco hace de su vida un apostolado de ideas, hasta arribar, primero a la locura, después a la mudez voluntaria y, finalmente, al suicidio o al destierro, cosa que no llega a determinarse a ciencia cierta. Un plot perfecto para una película o una serie de cualquiera de las actuales ofertas de streaming.

Lo que sí es un hecho es que El cuaderno de Blas Coll fue recibido como un ingenioso corpus con propósito de enmienda: la reforma general del lenguaje. Una reforma muy particular que, por descabellada, evoca las proezas de aquel “manchego, estrafalario fantasma del desierto”, como llamara León Felipe al Quijote.

Una transformación fantástica que parte del reconocimiento del castellano como una lengua harto pesada, “como todas las de origen románico”, muy a la par del ascenso del cristianismo. Coll encontraba una relación directa entre la religión católica y lo que consideraba los vicios del castellano. Por ello, afirma: “No es una lengua de goce, sino de penitencia: le falta concisión porque al hablante, al “pecador”, se le castiga con ella; carece de declinaciones porque desdeña el politeísmo”.

Ante esta circunstancia, don Blas propone un idioma límpido, capaz de traducir con fidelidad las cosas. Es ahí cuando el viejo tipógrafo pone de manifiesto, entre líneas, que la lengua a la que aspira pretende atrapar el sobresalto, el soplo primigenio, aquello que, siendo revelación y música, genera además de comprensión, complicidad estética y asentimiento íntimo. En otras palabras, está sugiriendo un código poético como lengua, en lugar del pesado armatoste del castellano.

Tal ensueño recuerda un párrafo muy al pelo, del gran Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía:

 


Al Rimbaud que, habiendo visionado nuevas lenguas, tenía que enterrar su imaginación, casi lo palpamos cuando Virgilio, al final de su vida descubre que penetrar hasta el conocimiento más allá de todo conocimiento es tarea reservada a potencias que se nos escapan, reservada a una fuerza de expresión que dejaría muy atrás cualquier expresión terrena, que atrás dejaría también un lenguaje que debería estar más allá de las voces y de todo idioma terreno, un lenguaje que sería más que música, un lenguaje que permitiría al ojo recibir la unidad cognitiva.

 

Dice en un fragmento Eugenio, perdón, Blas Coll: “No sabemos nunca cuándo, al hablar, dejamos de hablar nosotros mismos y autónomamente por nosotros habla el lenguaje. Los poetas, mucho más próximos de las raíces de la lengua, se habitúan a reconocer este estado de autonomía al que suelen dar el nombre de inspiración”.

“La naturaleza es taquigráfica”, afirma. Y fiel a esa línea, postula que las palabras deben tender al monosílabo, como los vocablos esenciales, Dios, Luz, Mar, Sol, Sí, No, y en ningún caso deberían exceder las dos sílabas.

Era un paso obligado para quien juzgaba que la transmisión del pensamiento por medio de la palabra, tenía en nuestra era los días contados.

Por ahí comienzan sus deliciosas proezas, tomadas por delirantes en una aldea a la que demasiado se le exigía al pretender que entendiese —mucho menos que suscribiese— tamaña propuesta. La primera reacción es la de siempre: considerarlo chalado. El párroco, el célebre padre Tiznado, con la gastada originalidad de los clérigos, llega a proponer su excomunión, aunque luego de su muerte escribe una carta cuya autoría no llega a probarse, donde se retracta y hasta lo reivindica, atribuyendo las correrías de Coll a su amor angustiado por la lengua.

Don Blas tenía un propósito: ver realizada su utopía. Por eso no le importó pasar por chiflado. En tal sentido, el personaje recuerda a aquellos paisanos de Gotham en Nottinghamshire, quienes para evitarse los gastos y las molestias que produciría el paso del rey John por sus pagos a principios del siglo XIII, no tuvieron reparo en pasar por trastornados. Y cuando la vanguardia del monarca se anticipa para ver que todo estuviese en orden, encuentran a los pobladores tratando de recoger en un balde la luna reflejada en el lago. Otros intentaban ahogar peces y anguilas, mientras en las casas, el resto de los lugareños ponía trampas para cazar el pájaro de los relojes cucú cuando saliesen a dar la hora.

El hombre que había escrito un diccionario privado y una adaptación en colly —lengua solitaria con la que terminó hablándose a sí mismo— de la Biblia y la Odisea, se rehusaba a ingresar en sanitarios públicos cuyas puertas tuviesen el rótulo de “caballeros”, pues, “no se puede llamar así a quien nunca ha montado en un caballo”.

Decía que el gerundio tenía un problema: repica en la monótona campana del “ando” y el “iendo”, y sugiere el uso del inexistente “indo”.

Con frecuencia, colgaba de las puertas del negocio un cartelito que rezaba: “No me encuentro. Salí a buscar una vocal”.

Se oponía a la elefantiasis de las palabras y declaraba la existencia de leyes originarias que asignaban, por ejemplo, al diptongo “ue”, una fuerza especial, un brío, un acento inaudito.

El preceptor de los colígrafos era devoto de Góngora, poeta y dramaturgo al que atribuía el esfuerzo más valeroso por aligerar la pesadez del castellano.

En referencia a los venezolanos, mostraba gran simpatía por el exacerbado purismo de Rafael María Baralt, en quien admiraba su vigilante celo por lo que consideraba una encarecida implantación de vocablos de la lengua francesa en la nuestra. (Entonces eran los galicismos y no los anglicismos lo “trendy”).

Que Baralt hubiese mostrado menosprecio por voces innecesariamente traídas de Francia, le parecía admirable. Pero cuando el sabio marabino se alarma por el verbo “editar” y propone para sustituirlo el verbo “edicionar”, a Coll casi le da un soponcio: “¿Qué sería de mí —exclama— si en vez de editar mis folletos tuviera que edicionarlos?”

“Cuando reparamos en las estructuras tan pesadas de nuestro idioma, decía el personaje, en su falta de contracción tan evidentemente necesaria, nos preguntamos cómo del latín, lengua de inigualable concisión, de tanto poder sintético, pudo nacer esta otra tan rígida, tan complacida en su propia lentitud”.

Tal era su rebelión. Y cuando decimos rebelión, recordamos la frase de Camus tan pertinente en Eugenio: “Cada rebelión es nostalgia de inocencia y apelación al ser”.

Como todo escrito de Montejo, el libro está compuesto con una delicadeza embriagadora. Hecho de bellos trocitos, como un retablo o un mosaico romano, constituye una escritura fragmentaria que seduce por su unidad. Se edifica con notas, asertos, observaciones, propuestas, insinuaciones y sorpresas.

Un dispositivo cimentado en constructos lúcidamente armados, en el que destacan tres voces. Una, culta, racional, profundamente nominalista; otra, arbitraria, voluntariosa, la cual engendra disquisiciones tremebundas. Y una tercera, humorística, que descoloca al lector. Todas, alineadas en una aventura ética liberadora, que invita, por un lado, al deleite; por el otro, a vencer, de un modo empecinado, la proliferación estéril de los signos.


El cuaderno de Blas Coll termina siendo un corpus formidable que explora un núcleo de personajes, los colígrafos, figuras que acompañaron al viejo en sus andanzas, que lo quisieron y dejaron registro de insondables tertulias, desatadas en torno a mesones rebosantes de papeles y libros, al pie de un grabado con la figura de Simón Rodríguez, en la casa pintada con cal cruda y azul añil que constituía su morada y que era a la vez sede de la tipografía.

La obra de cada colígrafo se va publicando poco a poco. Tal es el caso de Lino Cervantes, el discípulo dilecto, el así llamado Parsifal de Puerto Malo, autor de La caza del relámpago, el cual, para los enamorados del epígrafe, tiene un par impecablemente significativo. El primero, de Octavio Paz: “Lo más difícil es quebrar una palabra en dos. A veces los fragmentos siguen viviendo con vida frenética, feroz, monosilábica”. El segundo, del Talmud de Babilonia: “Tu madre te advirtió y te dijo: Guárdate de Shabriri, Briri, Riri, Iri, R, I”.

Lino es el único de los colígrafos que funda su experiencia creativa en las enseñanzas del maestro. Dice Eugenio en la nota introductoria que “el anhelo de dar caza a un relámpago parece traducir el secreto deseo de alcanzar la lumbre que despide una palabra antes de convertirse en silencio puro”.

 

Sin sus harapos mi sombra ya no me pertenece

Sirapos momba non perte

Pora momba nómper

Bamporte

Bampo

Bor

 

Lino toma de Valéry la certeza de que el primer verso llega siempre, cuando llega, como una dádiva de los dioses. En ello funda su método y, una vez que lo tiene, lo destila según la inspiración de su maestro, en sucesivos versos contraídos, hasta llegar a la síntesis total. Sus coligramas nos llevan, en su reducción, a extravagantes y notables combinaciones sonoras.

Eduardo Polo es otro poeta del grupo, a quien apodaban “el mago”, debido a los ritmos y efectos que lograban sus poemas. Un buen día se alejó de Puerto Malo para dedicarse a la música y a la arqueología marina en otro país del Caribe. Sus amigos referían con pesar que antes de partir destruyó todos sus escritos.

Arrojó al agua sus cuadernos y recortes, agregando satisfecho: “Ahora todos mis poemas están en el mar”. Pudo salvarse una colección de rimas para niños a la que títuló Chamario, y se salvó porque fue una de las pocas obras que editó el viejo Blas Coll en su tipografía.

Cada una de esas rimas, confiesa Polo, es como un juguete verbal, tratando de reproducir el placer que encuentran los muchachos al cambiar y trastocar la forma de las palabras para producir nuevas combinaciones en las voces de todos los días. Para muestra este texto cuyo nombre es “Tontería”.

 

Un niño tonto y retonto

Sobre un árbol se monto.

Con su pelo largo y rubio

Hasta la copa se subio.

Se creyó un pájaro solo

Que iba a volar y no volo.

(…)

 

Tomás Linden, “el sueco de Patanemo”, ejerció la arquitectura en Estocolmo y vino a recalar a estas tierras, juntándose a las veladas de los colígrafos. Confesaba que escribía el español “con dieciocho vocales en la cabeza”. De él se conoce el libro de sonetos El hacha de seda y, de su trabajo anterior, Álbum de primeros versos, se publicaron ese mismo año 2006 cinco poemas acompañados de un cuento, Las velas, un relato con todas las de la ley. Cuando Eugenio tuvo la deferencia de enviarme el texto por email, le escribí:

 

Quiero decirte que creo que esta vez no corres el riesgo de haber compuesto un poema. Es un relato perfecto. No solo por la doble narración, por la epifanía del personaje central y el avatar de sí mismo (el cual me recordó Continuación de los parques y me puso a escuchar los viejos discos de Cortázar), sino por un síntoma muy caro a los narradores (que no a los poetas, según entiendo): la eficacia. Las velas es un relato altamente eficaz, de minuciosa puntería, característica indispensable en la narrativa contemporánea. Tiene un sistema de relojería fina que demuestra que el escritor puede ser cualquier cosa menos ingenuo (así sea poeta), y exhibe ese adminículo esencial, “ocasionalmente molesto”, diría Baudelaire, sin el cual no puede haber arte: alma.

 

Esta fue su contestación:

 

Querido Oscar:

Gracias por tus palabras a propósito de Las velas, el relato de Linden. Son muy generosas y bastante penetrantes. El relato tiene ciertamente algo de relojería en cuanto a precisión, lo que tú abonas a favor de la eficacia. Y tiene el aire de las narraciones de poetas, esa atmósfera que se aprecia en relatos como los de Supervieille (La desconocida del Sena), los de Bruno Schulz, etc., nombres que menciono guardando todas las proporciones del caso.

 


Sergio Sandoval es el cuarto colígrafo. El único que no escribe. El más radical del grupo. Desechó la nombradía y los halagos, pese a su talento. Y nos dice Eugenio que no escribe por la misma razón por la que la mujer de Tomas Mann se negaba a escribir sus memorias: “No, en esta casa tiene que haber una persona que no escriba”. Escribió su marido, el genio total, al que comparan con Goethe, luego Klauss, autor de Mefisto, Victoria, Henrich, el hermano, Golo el historiador.

Sergio siente la impronta del grupo. Juega con los colígrafos al ajedrez. Celebra y participa en las reuniones literarias. Emite sus juicios, y eso lo compromete más: ¡era tan buen lector!

Se le reconocía acertado en lo que observaba, en lo que proponía y, sin embargo, estaba negado a escribir. Sus compañeros terminan por aceptarlo así.

Pero se van muriendo todos. Entre ellos, un personaje fascinante, el héroe de la nouvelle —perdón, de El cuaderno de Blas Coll—: Felipe Terrán, el protector de los colígrafos. Un millonario que hizo fortuna bajo la dictadura perezjimenista. Andaba en su yate con un profesor de latín abordo, quien lo vincula a los colígrafos. Y realiza viajes memorables llevando al grupo consigo.

Una vez que muere, que mueren todos, Felipe advierte el peso del deber, de la responsabilidad. Y discurre: “Nadie escribió la historia de esto. Voy a tener que escribirla. Todos se ocuparon de su yo y nadie se tomó la molestia de narrar qué pasó en nuestras vidas. Soy el único sobreviviente y esto va a morir conmigo. Nadie conocerá las aventuras de que fui testigo, nadie rendirá homenaje al grupo de locos poetas ni al pueblo de Puerto Malo”.

Entonces, muy a su pesar, se dispondrá a escribir la novela donde confluirán todas esas historias. Este es su primer párrafo:

 

No sé si esto sirva para comenzar, ni a donde puede conducirme una afirmación semejante, pero lo que más he detestado en la vida es el leer y escribir.

 

Por supuesto, le dije que sí. Cómo negarme a una solicitud de Eugenio Montejo.

Ahora que me he topado con la tarjeta de invitación, recuerdo la velada del bautizo. Fue el 29 de junio de 2006 en El Buscón, la librería de la querida Katyna Henríquez. Bid & Co presentaba dos libros: Harar y la rodilla rota de Rafael Castillo Zapata, con una madrina de oro: María Fernanda Palacios. El otro era este Cuaderno, que ahora cumple 40 años.

Recuerdo que el sitio estaba de bote en bote y, antes de comenzar mi perorata, alcé la mirada y reconocí a Sofía Ímber en la concurrencia. Concluí la disertación recordando una sentencia del mago de Puerto Malo: ningún discurso puede pasar de ocho minutos, que es el tiempo que tarda en llegar un rayo del sol a la tierra.

Yo llevaba más de veinte. Por lo que urgí a los presentes a paladear el libro y a aguardar las sucesivas ediciones que, con certeza, seguirían enriqueciendo y completando la saga. Una saga en la que, se dice fácilmente, fundaba Montejo toda su obra heteronímica. Y como narrador, expresé mi deseo de ver concluida la novela de Sergio Sandoval.

Pedí excusas al auditorio por haberme extendido, por haber abusado de su paciencia, y agradecí a Eugenio el privilegio y la oportunidad que me había brindado de decirle en público lo que no le podía decir en privado: que había seres cuya existencia no nos cansábamos de festejar, que Venezuela corría con la inmensa suerte de tenerlo, que su palabra nos daba el aliciente, y que, ante tanta agua empozada, no se imaginaba cuánto valorábamos la grandeza de su discreto manantial.

 

NOTAS

1. Dos años más tarde, una edición ampliada vio la luz con Alfadil, el legendario sello de la dinastía Milla. Posteriormente, en 1998, se publicó en México una bella versión también con añadidos. El año previo a nuestra presentación, en 2005, la Universidad de Antioquia volvía a editarlo bajo la dirección del poeta Elkin Restrepo, con nuevas incorporaciones, hasta que, en 2006, reaparecía de la mano de Bernardo Infante Daboín, en una producción que incluía La caza del relámpago, treinta coligramas de Lino Cervantes, uno de los cuatro colígrafos, como designó a los discípulos y contertulios de Blas Coll, el viejo tipógrafo de Puerto Malo. Posteriormente se realizó una bella tirada, creo que la última hasta la fecha, bajo el sello de Pre-Textos en España, en 2007.

2. El filósofo Aníbal Rodríguez Silva en El Diario de los Andes.


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[A partir de janeiro de 2022]


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 184 | outubro de 2021

Artista convidado: Jaime Suárez (Puerto Rico, 1946)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

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ÓSCAR JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | María Isabel González: “Siento que la fotografía para mí es autoconocimiento”.



OJGH | ¿En qué momento, hace o hizo usted conciencia de que su visión (de la visión de sí misma y del mundo) tendría una relación constante sobre y desde la fotografía?

 

MIG | Creo que en gran medida hasta la universidad no me hice consciente de que la fotografía iba a ser mi mejor herramienta para transmitir mis preocupaciones y visión de la vida. Yo sabía desde pequeña que había un gusto y curiosidad por retratar, ver a mi papá en nuestros viajes con la cámara compacta formándonos para capturar “La foto del paseo” fue el inicio de querer tener en mis manos ese aparato y hacer lo mismo, pero con todo lo que veía a mí alrededor. Enmarcar lo cotidiano en mí, hacerme consciente de mi presente a través de lo que capturaba. Instantes, viajes, paisajes, espacios, pequeñas situaciones… Lo hacía desde un querer mostrar la visión completa de mi experiencia con el entorno, y buscando siempre una permanencia en el espacio-tiempo. Los momentos que perduran.

 

OJGH | ¿Podría usted indicarnos o tratarnos sobre sus métodos o metódicas, en las que se basa o no para hacer su trabajo fotográfico, en qué consisten o no y por qué?

 

MIG | Creo que no existe una metodología fija en mí para realizar mis proyectos, todos son muy diferentes y todos nacen y fluyen desde pulsiones muy diversas. A veces es revisar mi biblioteca fotográfica, ya desde una perspectiva y sentir diferente a la que se instauraba en mí al haber realizado la captura de esas imágenes. Otras es leer, dejarme guiar por las palabras y lo que producen en mi mente. A veces cuando tengo una idea en la cabeza, sólo salgo a caminar y dejo que la deriva y el azar hagan su trabajo… Siempre termino encontrando algo que conecta con lo que pensaba. Algunas veces y en gran medida puede ser la nostalgia, o algún sentimiento que esté calando en mí, el sentir es el gran motor de la creación y el querer escapar de él también. 

Creo que la única estructura fija en mí a la hora de crear es observar, detallar lo que sucede a mi alrededor mientras camino, las imágenes que crean ciertos textos o libros que leo, el scrolling de las redes y esos clics que a veces tienes con ciertas imágenes… Todo eso va creando una biblioteca de ideas y experimentación en mi cabeza, ese universo del que luego se decantan detalles, formas y estéticas. No hay ningún proyecto que nazca de la nada, todo está compuesto por un sin fin de referencias visuales, culturales, sociales, históricas, familiares que cada uno tiene en sí mismo y que vamos nutriendo y transformando a diario. Por eso creo que el método más importante es ese. Siempre observar, tanto lo que sucede afuera, como lo que explota dentro de nosotros mismos, y jugar con todo ello, hacer collages, escribir, imprimir y llenar una mesa de fotos desordenadas y ver cómo conectan unas con otras, hacer y rehacer el orden de lo que ves hasta que sientas en tu cabeza que todo comienza a cobrar un sentido. Esa intuición que te dice, por aquí es…

 

OJGH | ¿En qué medida y por qué, se apoya o no en temas, o le interesa tratar su fotografía desde los temas y de donde provienen los temas, su interés por ellos?

 

MIG | Un día un profesor me dijo en una clase, uno siempre debe crear y hablar desde la preocupación propia, desde lo que te mueve las entrañas y te roba horas de sueño u ocupa gran parte de tu vida, desde el autoanálisis. De ahí provienen gran parte de mis temas, desde un análisis exhaustivo de mis gustos, mis miedos, mi pasado, mi presente, lo que me motiva hoy o me motivaba hace 10 años y la correlación de todo ello en el ahora. Cuando creamos desde esta pulsión, a mi parecer, resulta cada vez más fácil retratar una visión real y diferente, porque no buscas engañar, sólo buscas expresar lo que tienes dentro y cómo lo tienes dentro.

 

OJGH | ¿La naturaleza como se intuye en usted, qué contacto inicial tiene con ella, como la excava y que le hace mover de sus sentidos? (Del paisaje)

 


Desde que nací he estado en contacto directo con la naturaleza, a mis padres les encantaba llevarnos, a mis hermanas y a mí, a campamentos y ríos a pasar fines de semana y compartir en familia. Las vacaciones siempre eran para conocer nuevos lugares, pueblos, ciudades, nuevos paisajes y aprender de todo ello. Es imposible pensar la naturaleza fuera de lo que soy, es mi motor de meditación, de conexión con el presente, es lo que somos todos en general, las raíces ancestrales; lo más básico de nuestro ser se resume en la conexión con lo natural y en este momento, en la búsqueda de volver a ello, en no perder lo que nos une a la magia de la vida misma. 

 

OJGH | ¿Podría decirnos del por qué, del para qué y del cómo se involucra, cuál es su intensidad obsesiva no no; su temperamento y formación estética para abordar la fotografía?

 

MIG | La fotografía para mí siempre será catarsis, yo comunico desde un ánimo de liberación, de darle sentido a lo que me preocupa y apaciguar mis temores. Es una búsqueda de caminos, de claridad. Creo que aún en paisajes se nota esa sensación, toda mi fotografía está impregnada de un poco de nostalgia, de olvido, o mejor, de no querer permanecer en el olvido.

 

OJGH | ¿Cuándo dice de una estructura en su fotografía, estructura en movimiento, como todo arte, donde se apoya para ello (Ritmo, composición, balance)?

 

MIG | Es algo que sale muy de mi interior, siento que mi fotografía al ser búsqueda lleva consigo esos lineamientos que siempre crean caminos. Muchas veces no me hago consciente hasta después de capturada la imagen de que cree alguno de estos aspectos, a veces los busco, otras sólo van apareciendo. Líneas que se cruzan, sincronicidad, balance de espacios, puntos de fuga, ritmo, todo marcando esa perspectiva del caminar, del seguir fluyendo.

 

OJGH | ¿Desde dónde y cómo se posesiona su mirada, en los espacios, qué le interesa de ellos y cómo los extrae de sí mismos para hacerlos elementos de su naturaleza sensible y por qué?

 

MIG | Siempre hay una primera mirada que es lejana, trato de ver la Big Picture, el todo que me abarca, es un juego de espacio-tiempo, rara vez llego a hacer captura instantánea de lo visto, salvo que sepa que no tendré otra oportunidad de hacerlo. Tal vez por eso creo que no soy tan buena para la fotografía social o la callejera; me tomo mi tiempo para la captura de la foto, me gusta a veces, y si puedo, pasar varias veces por el lugar antes de retratar la imagen, analizar qué es lo que me llama la atención de él, ver si sigue despertando ese deseo en mí de retratarlo, sus líneas, sus colores, ¿qué me hacen sentir? Luego tomo la foto como un recuerdo de eso, del sentir, busco que lo que veo en ella mantenga vivo ese sentimiento en mí.

 

OJGH | ¿Nos podría decir cómo se inclina usted hacia la perspectiva, la geometría, la forma, el contenido en su fotografía, por qué le fascinan o no y qué busca con ello?

 

MIG | Siento que la fotografía para mí es autoconocimiento, cuando yo retrato algo o busco exponer algo, siempre estoy hablando en gran medida de mí misma, de mis miedos, de mis sueños, de mi camino y su relación con el entorno que habito y la conexión con el universo en general. Hay algo en mí que busca ese orden y cuidado, esa simetría y balance, el contraste de color, esa dicotomía del ser o no ser que todos llevamos dentro. Esa deconstrucción de mi yo, con sus múltiples facetas. Tal vez trato de expresar o darle un control y un orden a mis fotografías por encontrar un sentido en lo que habita en mí o por tratar de vivir en ese sin sentido que nos habita a todos.

 


OJGH | ¿De qué se trata su exposición “Ecosistema”, qué es lo evidente de ella, qué no es evidente en ella, qué la llevó a hacerla y por qué?

 

MIG | El proyecto ECOSISTEMA, es una reflexión acerca de la transformación de los espacios naturales, la deconstrucción y resignificación de la definición de lo que es un balance natural y la visibilización de la huella que estamos dejando como humanos en este planeta.

En primera medida es una representación de nuestra comodidad, de lo que es agradable para nosotros, de esa belleza, limpieza y productividad que buscamos o construimos en todo lo que nos rodea. En segundo plano es la entrega de una pregunta a quien la ve, ¿es este el futuro que queremos formar?, esta fue la pregunta que también despertó en mí el deseo de profundizar más en ello, de entender la manera en la que estamos transformando todo a nuestro paso y la indolencia hacia todo lo que desplazamos.

 

OJGH | ¿Cuál es la tensión y la intención, desde lo que llamamos: Suscitación Súbita de Sentido (SSS), en esta exposición llamada “Ecosistema” y para qué?

 

MIG | Estamos en la era de lo bello, del espectáculo, del placer. El ser humano acomodado, jamás volverá a la incomodidad que vivió en sus inicios. Esto está claro, esto era lo que quería que sintiera el espectador al ver la obra, comodidad, belleza, ¿tranquilidad?... La pregunta es, ¿qué hay detrás de toda esta limpieza, este balance, esta perfección? Todos estos elementos llevados al extremo de hoy, la redondez, la suavidad, la limpieza pura, traen en sí mismos controles estrictos, monitoreo constante y descarte de todo lo que pueda causar un cambio en esta visión. ¿Qué hay detrás de todos esos paisajes hermosos y balanceados que vemos? desplazamiento del otro, manipulación, modelado del espacio, individualismo, olvido… Situaciones parecidas que hemos vivido y estamos aun viviendo a través de la pandemia y que ciertamente a muy pocos les causaron placer padecer. Entonces, ¿es esta la manera de vivir que deseamos? Un mundo donde sólo se pueda estar bajo controles estrictos del espacio y los individuos? ¿Es este el real balance y equilibrio natural? Esta es una ilusión que está transformando toda la libertad de la que disponemos y disponen los demás seres que habitan con nosotros el planeta que llamamos hogar.

 

OJGH | ¿En su naturaleza del viaje, su necesidad, qué es lo que más le causa un comienzo y un desarrollo de su fotografía o para su fotografía, cómo hace el viaje, qué es viajar?

 


MIG | La búsqueda constante de nuevas perspectivas, de conocer, de experimentar, de crear nuevas conexiones, de ver qué hay más allá de las montañas, de entender al otro, de comprender lo diferente. Esto es el viaje para mí, este es el impulso que despierta en mí el querer moverme, saber que hay mucho más afuera por explorar que lo que pueden ver mis ojos y saber que puedo conectarme con todo ello.

Maneras de viajar, miles! disfruto de todas mientras cumplan su función, dejar en mí algo diferente a lo ya conocido. He hecho viajes cortos, otros más largos, como turista, como voluntaria, como mochilera, todos tienen sus pros y contras, pero de todos aprendes siempre y te motivan a retratar y buscar más. Disfruto en gran medida los viajes lentos, en donde te puedes sentar a comer en la esquina de ese barriecito sencillo que todos los locales buscan y ver pasar el día entre risas y conversaciones. Poder volver 2 o 3 veces a ese bar que te gustó con tu pareja y probar diferentes cervezas locales porque no estamos controlados por un itinerario. Ese tipo de viajes son los que más aprecio, porque te conectan de manera real con el lugar que estás habitando en ese presente logras descubrir un poco de la esencia del vivir allí.

 

OJGH | ¿Qué podría decirnos de la lluvia en su vida, cómo es la lluvia dentro de su vida y su fotografía, como la proyecta, que simboliza y por qué?

 

MIG | Más que la lluvia se trata del agua. El agua define mi esencia (aunque mi elemento zodiacal sea fuego), es uno de mis grandes motores, poder estar en contacto con el agua, su fluidez, su adaptabilidad, su potencia me hacen sentir viva, me hacen permanecer en el presente y me brindan un espacio para el autoconocimiento. Todas sus características definen mi búsqueda interior y me recuerdan lo esencial de la vida, la impermanencia, el cambio, el fluir constante.



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[A partir de janeiro de 2022]


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 184 | outubro de 2021

Artista convidado: Jaime Suárez (Puerto Rico, 1946)

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