NANCY MOREJÓN (La Habana, 1944). Poeta, traductora y ensayista. Premio Nacional de Literatura
200l. Estudiosa de la obra de Nicolás Guillén. Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua desde 1999. Se desempeña como asesora de Casa
de las Américas y es directora de la revista Unión, de la UNEAC. Su obra poética incluye numerosos
títulos entre los que destacan
Piedra pulida, Elogio y paisaje y La quinta de los molinos, Premios de la Crítica en l986, l997 y 2000, respectivamente. Ha merecido
importantes reconocimientos y condecoraciones, como la Réplica del Machete de Máximo
Gómez en 2003; la Insignia de Oficial de la Orden
al Mérito de la República de Francia en 2004; en 2009 le fue otorgado un Doctorado
Honoris Causa por la Universidad Cergy-Pontoise de París. En 2018 fue designada
miembro de honor de la Asociación Americana de Profesores y Maestros de Español
y Portugués (AATSP). En 2020, la editorial White Pine Press de Buffalo, Nueva York,
publicó la antología bilingüe Before a Mirror, the City.
En 2021 fue condecorada con la Medalla Alejo Carpentier.
CARLOS FRANCISCO MONGE (1951). Poeta
costarricense, nacido en la ciudad de San José. Ha escrito y publicado diversos
libros de poesía, además otros ensayos sobre literatura, historia y cultura. Es
profesor de filología moderna e historia literaria de una de las principales universidades
de su país. Selecciones de su poesía se han traducido al francés, al italiano, al
inglés, al japonés, al alemán. Entre sus títulos de poesía están La tinta extinta,
Enigmas de la imperfección, El amanuense del barrio y Cuadernos
a la intemperie. Los temas más frecuentes de su obra poética procuran interpretar,
desde una aproximación simbólica, las circunstancias del presente, en de su entorno
histórico y cultural.
1|NANCY MOREJÓN
LOS AQUEOS
a Mirta Aguirre
relata el asombrado y magnánimo Calcas:
“marchaban los aqueos
la cicuta
a su lado
seguían la línea de los dioses
envolvían incienso y tripas de Patroclo
entre
los velos
y los cráteres del mar azul”
Tersites Hermes Afrodita
“marchaban los aqueos”
−prosigue el asombrado anciano Calcas−
“y junto a la cicuta
junto a la lira esplendorosa
el poeta loco la parra
el pez de oro los laureles”
trajeron el mundo de las trabas
alguien nacía a los pies de Tebas
para llegar posteriormente a
América
a este otro mundo
“pasen señores pasen
a esta última fase del hemisferio
aquí estamos
con la gangrena con la lanza
y una túnica de pútridas manzanas
pasen señores pasen”
los romanos agonizaron en Dios Cristo
España grabó su nombre en nuestras tierras
por ahora
nosotros
nos cagamos en Dios
ÍTACA
a Neyda Ulacia, Chiquitica
Después de los golpes por todo el cuerpo
y el viento arremolinado detrás de las orejas,
ahí viene Odiseo, soltando gotas de agua por cada poro,
pececillos colgando de cada gota,
un humillo de plata fugándose entre sus pies.
Odiseo vuelve a Ítaca.
Quiso regresar a Ítaca,
al lugar aquel, al sitio pródigo
donde su boca se vuelve dulce
a pesar de la cercanía del mar.
Vale la pena detenerse y contemplar la escena.
Alguien vino a secar su humedad
y a trenzarle el cabello
y a traerle ropa seca, cálida,
como el sol del Peloponeso a esta hora.
Le sirven la mesa con escasos platos locales
pero sobre el mantel de hilo blanco
hay bordados inenarrables
y, principalmente, una alta botella
que albergó, alguna vez,
licores finos.
De
esa misma botella
escaparon alcoholes como que sorprendidos
por los rumores de la noche milenaria.
En el hueco de la botella,
tapando la reminiscencia de esos viejos alcoholes,
unas flores silvestres de fija transparencia.
Luego de haber comido,
las sirenas invitan a Odiseo
a escuchar la música de cítaras.
Eran dos músicos
o, mejor dicho,
dos hijos del silencio
que habían venido expresamente a Ítaca
para tocarle música a su regreso.
Sin embargo, sólo ahora
se escucha el silencio
de las frutas recién cortadas:
el vaivén de las hojas bajo las ramas.
Pero la garganta de Odiseo
está muda, quieta y muda,
como un barco quieto en plena tempestad.
Y se hizo el milagro:
un pájaro vuela
desde su corazón
hasta el centro de
Ítaca,
Ítaca que es toda la luz
en medio de un cénit inmóvil.
Y
LAS NAVES DE ÍTACA*
A
la memoria de Berta Alfonso
Van y vienen las sombras
sobre el palacio de la ciudad.
Quiero
detenerme aquí,
frente a estas murallas altas y carcomidas,
para admirar
al bailarín contra los cielos,
preso en el aire vivo
que sobre Grecia fluye.
Viéndolo danzar bajo las nubes
apenas advertí
que los obreros habían levantado los muros
y que los comerciantes levantaban
sus suculentas mercancías:
ébano
madreperlas
ámbar
perfumes.
La tarde esparce un humo blanco
en las colinas.
Y
sobre una de las colinas,
el bailarín, entre rocas y hierbas,
como un gigante al son de las flautillas,
lanza su cuerpo de palmera
y su cuello de cisne
hacia las fauces naturales de Edipo.
Los lagartos ultravioletas
quieren rasgar sus vestiduras.
a contemplar los vidrios yertos de los frisos
y saborear la brisa demoníaca
que se instala sin tregua sobre las rosas de Edesa.
Y las naves de Ítaca frente a Jorge Esquivel
celebran su movimiento en ondas,
el vaivén de sus muslos.
Odiseo
mismo
quita la cera a sus oídos
para escuchar
no el canto de sirenas
sino el murmullo audaz que se desplaza
desde su cuerpo exacto.
Van y vienen las sombras desde el mar,
deslizándose sobre alfombras de sol
y el bailarín, como un dios amarillo,
va y viene entre los mirlos,
viene y va entre las sombras
cuando la tarde en Grecia
iba a morir tranquila.
__________
(*) En honor del primer bailarín Jorge Esquivel este
poema fue especialmente solicitado por la revista Cuba en el Ballet, La Habana, vol. 1, n. 4, octubre-diciembre, 1982,
donde se publicó.
2|CARLOS FRANCISCO MONGE
LA SUBIDA
Como subir al monte Licabeto,
contando cada escalón,
buscando algún refugio en la sombra de los pinos,
hallando en cada piedra, en un rincón del sendero
explicación a las pisadas, a la sofocación misma
que igual nos llena el corazón de espanto
que de felicidad.
Sí, como en esa verdad
que encierran los espinos, los brezales,
los charcos que intempestivamente aparecen
y los pisamos con sorpresa, con aspavientos
y luego con resignación.
Así ascendemos, sin notarlo apenas,
entre el polvo y las baldosas sueltas,
con determinación desconocida en los músculos,
en los pies y tobillos, cada vez más cerca,
enamorados del tiempo, de los farallones,
de los recodos del bosque.
Y arriba ya, cómo no gritar, vociferar de gozo,
tocar los muros del templo,
comprobar que no hemos perdido nada,
la sombra, las alforjas, las últimas monedas,
y otear, sin pestañar siquiera,
las piedras de allá abajo, las calles,
las columnillas de humo que nos envían señales,
los sumideros, la bullanga en la plaza,
los deseos en la habitación.
Y al otro lado el mar que nos deja atónitos,
llenos de interrogaciones
por ver cómo sucede, qué nos quiere decir,
por qué su permanencia, cómo ha burlado
las argucias del tiempo, mientras nosotros
solo pequeñas bestias solitarias,
tratamos de ascender, viviendo
apenas.
HERÁCLITO
JUNTO AL AMAZONAS
Cuánta mañana abunda, aquí en las sombras,
cuántos caminos,
cuánta cosa olvidable.
Hay tierras, hay colores, hay caprichos,
ruegos, brasas, encuentros,
puntos de ebullición, sublevaciones.
Pero no están mis trasgos,
no las premoniciones ni la fatalidad
ni la súbita temida oscuridad.
Ya no está el tiempo
ni su leve inclinación a carcomer los cuerpos
como algas, como alucinaciones;
no hay pirañas malditas que devoren
esta corta victoria de mi materia inerte,
de mi nombre o mi historia.
Ah terco el río terco, sin hazañas, sin saltos,
tan solo persistencia, tan solo afirmación,
tan solo caso venido, acontecido,
sin historia ni abulia.
ALGUNAS
PALABRAS SOBRE LA CULTURA HELENÍSTICA
Los estudios universitarios
en filología clásica y moderna de mi juventud me pusieron en contacto directo con
aquella tradición clásica. Supongo que en muchos de nosotros ejerció mucha influencia
aquél antiguo universo literario, complejo y rico, que estudiábamos con una atención
creciente, porque estábamos en la etapa misma de nuestra formación como poetas,
como escritores. No solo los versos homéricos; también la poesía didáctica de Hesíodo,
los mitos y leyendas transformados en escenas teatrales, la lírica de Alceo o Safo.
Nuestra emoción era intensa al traducir, quizá con torpeza, fragmentos de Eurípides,
de Sófocles. Era como conversar directamente con ellos, como hacerlos compañeros
en nuestra lengua; como escribir con ellos. Eran, claro, ilusiones. Luego fueron
sumándose otras lecturas: Menandro, Luciano, Plutarco, Longo.
Si no conoce otros
idiomas de amplio uso internacional (el inglés o el francés, demos por caso), un
poeta hispanoamericano depende de las ocasionales traducciones de literatura helénica
contemporánea; es decir, la del siglo XX. Al español se ha traducido muy poco, teniendo
en cuenta su variedad y riqueza. Los buenos e informados lectores hispanoamericanos
han recibido de algunas editoriales de España novelas de Nikos Kazantzakis o poemas
de Giorgos Seferis, y poco más. Ambos, evidentemente, recibieron el impulso de la
industria del cine, en un caso, o de premios de gran prestigio internacional. Yo
conocí relativamente temprano —tal vez a mis dieciocho años— , y casi por casualidad,
la poesía de Elytis. Encontré en una librería de mi ciudad el pequeño tomo de Dignum est, traducido en Barcelona. Las primeras lecturas me dejaron
una impresión de dificultad y hermetismo; luego los años y alguna experiencia más
en la poesía moderna me han permitido aprovechar lo que tiene de esencial la obra
de Elytis.
El otro poeta —mucho mejor difundido y conocido en el ámbito de la lengua española— que se ha leído y del que han sacado provecho los hispanoamericanos es Constantin Kavafis. Tal vez por las magníficas traducciones que hay al español, la voz de este poeta ha sido particularmente nutricia entre los poetas jóvenes contemporáneos. A nosotros los hispanoamericanos nos ha parecido una voz muy de nuestros tiempos y, sobre todo, a tono con nuestro mundo y las sensaciones de la historia. Leído repetida y abundantemente, sus poemas siempre me han ofrecido nuevas claves para hallarle sentidos a la realidad que nos ofrece. Su poema “Ítaca” lo leen y releen muchos, con admiración y gusto, pero yo me inclinado por otros suyos, de tono y tema distintos, tal vez porque intuyo que me alimentan mejor, me guían con más cuidado y precisión. Dos ejemplos: el poema “Recuerda cuerpo” y “El espejo de la entrada”, ambos hechos para entender que la palabra poética es profundamente erótica siempre, más allá de los temas o los motivos literarios. Es la palabra como puente entre la sensación y la afirmación del ser en su historia y en su transitoriedad.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 188 | novembro de 2021
Artista convidada: Ana Sabiá (Brasil, 1978)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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