terça-feira, 23 de novembro de 2021

ROCÍO LUQUE | Entre cuerpo y alma fluyen las palabras: A los diez años, en mi pupitre de Nahui Olin



1. Introducción

Desde las líneas introductorias de A los diez años, en mi pupitre, en las que Nahui Olin afirma haber sido hecha “de amor, cerebro y carne”, y pasando por los títulos de los textos que componen esta colección de prosa poética, [1] nos percatamos en seguida de cómo la autora se coloca a sí misma en una posición intermedia entre el alma y el cuerpo. Según Michel Foucault, este último ha ido constituyéndose cada vez más, a lo largo de los siglos, como un nudo de relaciones de poder y de saberes paradójicos entre la inflación discursiva y la esencia de la sustancia, tanto que un cuerpo ya no es sólo un cuerpo, sino una multiplicidad de estratos, prácticas y discursividades corpóreas (R. Braidotti, 2008). Pero si consideramos, según una óptica estructuralista, la cultura como una gran estructura morfosintáctica, podemos considerar el cuerpo, bajo todos los sentidos, un signo tanto lingüístico como antropológico. En un conocido pasaje platónico del Crátilo (Platón, 2000:129), de hecho, se atribuye precisamente esta índole significativa al cuerpo, si bien la traducción más inmediata de la palabra (soma) con que se le define, ha llevado a la idea de que el cuerpo es prisión y tumba (sema) del alma. Ahora bien, sema significa primordialmente signo y, si las tumbas recibieron este nombre, es precisamente porque señalan (semainei) o son signo del enterramiento, del lugar en que se ubica el cuerpo (R. Ferwerda, 1985). En definitiva y según esta metáfora, el cuerpo es significante del alma y, recíprocamente, el alma es el significado del cuerpo.

En el orfismo que subyace en las palabras de Platón y que decanta un tipo de laceración entre alma y cuerpo, donde el alma es un principio divino caído en un cuerpo a causa de una culpa original y donde los valores del cuerpo son impedimentos de los que hay que liberarse porque la esencia del hombre se realiza verdaderamente cuando el cuerpo duerme o está por morir, en este juego de vida y de muerte, que es un juego de amor, hallaremos, pues, todas las claves de lectura de las palabras que Nahui nos va dejando a rienda suelta para que no se transformen en lápidas de sentido.

 

2. Un exilio en oxímoron

La condición ontológica en la que se haya la poetisa, la obliga a vagar por la tierra no sólo con el alma separada del cuerpo, sino también, como si hubiese escuchado las palabras de Eurípides cuando dijo “¿Quién sabe si vivir es morir y morir es vivir? Quizá la vida sea en realidad una muerte” (G. Reale, 2000), a vagar entre las dos extremidades de nuestra existencia, la vida y la muerte. Esta batalla dicotómica se resuelve, en palabras, con un exilio entre los numerosos oxímoros tanto lexicales como semánticos que aparecen a lo largo de todas las composiciones:

 

Soy feliz y no lo soy: ¿por qué no lo soy? No, no soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí (Incomprendida)

Siento que mi espíritu nace y quiero embriagarme hasta morir (Lloro del dolor)

Me había transformado en un ser muerto y dejaba vivir mis sentidos a través de las sensaciones de mi inteligencia que los embellecían de vida (La noche)

En un segundo habría preferido morirme a vivir (La noche)

Un resplandor opaco no iluminaba mi rostro (La noche)

He sentido demasiado, amado demasiado el goce y el dolor (La noche)

En mi casa vivo muriendo (La vida bajo la sensación de vacío)

 

Pero si estos oxímoros se resuelven en el texto, parece no hallar lugar, en cambio, la inconmensurabilidad que subsiste entre el cuerpo y el alma de Nahui, puesto que, como ella misma afirma, ambas entidades son incompatibles: “En vano la ola rugía y se quebrantaba contra las rocas gigantescas, ella no quebrantaba en dos mi cuerpo y mi cabeza que son un misterio de incompatibilidad” (La noche). Y es que en la base de dicha inconmensurabilidad subyace otro oxímoron que constituye el fulcro de toda literatura epistemológica, es decir, entre el finito y el infinito: “La inmensa distancia entre lo humano, que es finito, y el espíritu infinito” (Mi alma está triste hasta la muerte). Es así como el énfasis del alma de Nahui, su extensión sin límites en el espacio y en el tiempo, no consigue ser contenida por su cuerpo:

 

A menudo siento que mi inteligencia se agranda, se llena de sonidos divinos; es, entonces, cuando siento mi pobre existencia demasiado débil y pequeña para contener un mundo, una intensidad espantosa. Desgraciadamente, ella se siente prisionera y el dolor la golpea hasta la muerte; cautiva, sus pasiones se redoblan, sus cuerdas se hacen más vibrantes; y loca por todo lo que no puede disfrutar, quisiera quebrar estas paredes que la oprimen, estas cadenas que la retienen. (Mi alma está triste hasta la muerte)

 


Ante esta falta de coincidencia de cuerpo y existencia, de significante y significado, que rompe la condición de bien-estar en que el yo se adhiere a su estado corpóreo, el dolor se interpone anunciando el cuerpo como algo que no consigue con-fundirse con el alma (U. Galimberti, 2007). En vez de ser un punto de referencia al que recurrir para comprender el orden del mundo humano, éste se transforma en un impedimento para habitarlo y gozarlo de lleno, hasta configurarse como una verdadera prisión con cadenas. Y como una piedra lanzada en medio del agua, aparecerán también como prisión los lugares por excelencia de tránsito del ser humano: “La sociedad es una prisión para el espíritu que ama y goza de lo bello y del arte” (Definición de mi carácter); “Soy una víctima de la necesidad de amar y comprender, esa prisión que es este mundo, ese suplicio, se debe a que nada me es suficiente” (La vida bajo la sensación de vacío).

 

3. En busca de un logos

En uno de sus Fragmentos, Heráclito afirma que por más que uno camine y recorra cada camino, nunca podrá alcanzar los límites del alma, por ser tan profundo su logos (U. Galimberti, 2006). Y si pensamos en la nostalgia por los orígenes, que se encuentra en casi todos los pueblos mitológicos e históricos, por un cosmos que se ha separado irremediablemente de su logos, entenderemos entonces por qué el alma, aparte de no poder ser contenida en el cuerpo, no pueda ser comprendida tampoco por los humanos: “Desconocida e incomprendida entre los humanos, aislada de todos los pensamientos que me puedan responder, me muero de dolor, cansada de mendigar el bálsamo que cura los pliegues del corazón, que calma los sufrimientos de seres incomprendidos” (Mi alma está triste hasta la muerte).

La profusión discursiva que caracteriza el proceder lingüístico de Nahui Olin, sobre todo sintácticamente, es un mero reflejo de esta laceración, en el que la autora da cabida a un coloquio hecho de palabras que no sólo se dicen, sino que se escuchan también, como el silencio. Vemos poblarse el mundo de “notas vibrantes”, “sonidos variados” y “sonidos divinos”, pero cualquier intento de codificación se frustra ante los ojos de Nahui:

 

¿Por qué escribir todavía, haciendo garabatos siempre sobre una hoja de papel? Mi mano quiere traducir mis pensamientos; el infinito puede resumirse en una frase, una hoja, un libro, una biblioteca; nosotros no podemos comprender tampoco el infinito y los vocablos, las palabras, que sirven apenas para expresar las necesidades de nuestro cuerpo, son elementos incomparables para alcanzar una distancia sin límites, una duración sin fin; esta es la razón por la que, al querer traducir mis pensamientos en palabras, ellas son opacas sin armonía alguna como la de los sonidos, las vibraciones de nuestro cerebro llegan así a este otro mundo que no es nuestro infinito. (La vida bajo la sensación de vacío)

 

Sin embargo, hayamos en el versificar prosístico de Nahui, algunas estructuras y figuras de la retórica clásica, como las comparaciones ontológicas, que buscan constantemente un acercamiento con la “embriagadora y deliciosa naturaleza”, elemento destacable de la comparación y una de las voces interlocutorias de su alma:

 

Mi alma está triste hasta la muerte: como una rosa acaba de abrirse bajo los rayos del sol, como una nota vibrante y quejumbrosa se exhala de un piano, como un pájaro que nada más salir del nido emplea sus alas inseguras para volar (Mi alma está triste hasta la muerte)

La pasión ardiente, la esperanza, la ilusión y el amor, sobre todo, me enfurecen como un formidable huracán en medio de un desierto (Mi alma está triste hasta la muerte)

Siento que mi voz se apaga como un sonido perdido en el universo (Mi alma está triste hasta la muerte)

Seguramente moriría desecada como una planta sin aire (¿Quién te agita?)

Tengo un deseo ardiente de correr como una insensata a través de una selva virgen (La vida bajo la sensación de vacío)

Una fuerza contra la que todo se quiebra como el vidrio contra una roca (Definición de mi carácter)

 

En este progresivo acercamiento hacia la naturaleza, la autora, como si quisiera hallar en ella el cuerpo que no le ha sido adecuadamente otorgado, empieza a caracterizarse con una serie de connotaciones pertenecientes al mundo animal, principalmente ornitológico, al ser las alas desde siempre el símbolo de libertad: “Y me siento triste y melancólica, al pensar que las alas del pensamiento deberían planear por el infinito” (Mi alma está triste hasta la muerte); “Hay que desaparecer cuando uno no ha sido hecho para vivir o no puede ni respirar ni desplegar las alas” (Lloro del dolor). En el clímax de este proceso de deshumanización, asistiremos a la plena identificación de Nahui con la naturaleza, una identificación de carácter sexual como única condición para poder entrar a formar parte del principio generativo del universo:

 

¡Oh!, maravillosa naturaleza, cúbrete de duelo para que mi espíritu no saque ya sensaciones extrañas de un placer nuevo que viene hacia mí, pues creo sentir un sexo único por poseerte en todas tus manifestaciones, únete a los desastres crueles de mi ser excepcional que cree ser niña contigo desde las flores, con la ambición y la profunda posesión de mi espíritu en el universo y el infinito. Y cuando la increíble mortalidad de mi ser me haya puesto bajo tierra, en el placer que precede a tu fecundidad y evolución, -recuerda que existo en tu propio amor de vitalidad evolutiva y continua. (La noche)

 

4. Hacia una inter-locutio


Con el acceso al lenguaje, el reino de la naturaleza se superpone al de la cultura en todos los niveles. En las Láminas Órficas se dice del iniciado que se muere de sed, que sólo el agua fría que sale de los pantanos de la memoria pueden aliviársela. Es así como la memoria devuelve el alma a su naturaleza divina de la que el cuerpo la tenía separada (U. Galimberti, 2007). Y si la memoria, como principio primero del conocimiento, está a la base de la cultura, asistiremos al espectáculo de un alma, la de Nahui, que se muere de la sed de saber:

 

-¿Quién te agita?- Oh espíritu mío, ¿es el amor? Es la sed feroz de comprender, de saber más hasta llenar el inmenso vacío, hasta sobrepasarlo completamente. Tú amas, tú crees amarlo todo, y nada te basta; quieres sumergirte en los pensamientos de Pascal, Voltaire, Renan, Platón y Aristóteles para saciar tu razón; para practicarla, para engrandecerla, para animarla de una vida que le es necesaria, para demostrarle que el pensamiento humano es infinito, que ella puede seguir aprendiendo, sabiendo, sintiendo, razonando, que nada le bastará, y que al final de mi carrera no habré aprendido, sabiendo lo que habría podido aprender, quiero vaciar en mí misma hasta los últimos jugos de las bellezas del arte de las obras humanas; sí, quiero sentir lo que todos han sentido, después de haber aprendido hay que aprender siempre; me moriría de dolor si se me privara de esta vida intelectual, de toda fuente de filosofía, poesía, juicio, estudio, razonamiento; seguramente moriría desecada como una planta sin aire.- (¿Quién te agita?)

 

La cultura, al presentarse como un orden de significados “otros” respecto a la naturaleza del ser humano, acaba por constituir el fin hacia el que el alma tiende alejándose de la miseria humana: “Quiero apartarme de los humanos para vivir en la soledad de tus multitudes” (La vida bajo la sensación de vacío); “Y permanezco en una elevación de espíritu contemplando la humanidad, su conocimiento, sus miserias, sus grandezas, y, aparte de una grandeza sobrenatural, […] esta grandeza es el infinito, el destino inevitable de los hombres, y siento un desprecio desdeñoso por lo que está debajo” (Definición de mi carácter).

Con su quehacer poético, Nahui intenta deshacer con las palabras, desde las más simples a las más complejas, los nudos del alma, y componer aquel concierto del alma que se llama cultura. En este intento, dialoga constantemente con una serie de interlocutores (el espíritu, la infancia, el corazón, la naturaleza y voces interiores) que la guían y que se prefiguran como imagos del fin de su interlocución, la cultura, a la que podrá acceder tras haber atravesado la foresta de oxímoros de la que hablábamos al principio. [2] Como apólidas de la dualidad, apólidas de un logos separado del cosmos que la rodea, Nahui debería colmar la distancia o el vacío semántico entre los términos, definirlos, donde por ‘de-finir’ entendemos ‘poner fin’ a la dicotomía.

Pero cuando descubrimos que los términos de uno de los principales opuestos, amor vs. dolor, se de-finen ambos en la muerte (“Y perdida, ignorada en el abismo, el dolor me consume, el amor me mata: y amando el pensamiento del eterno sueño mi alma se entristece hasta la muerte” –Mi alma está triste hasta la muerte–), no podemos no injertar la figura de Nahui en la larga tradición occidental que, desde Pablo de Tarso hasta Martín Heidegger, cuenta la historia de un espíritu que se alimenta y vive de la muerte de todo aquello que es corpóreo, natural, empírico, transeúnte, por lo que la condición de su vida es que cada uno de nosotros mire seriamente a la cara a la muerte (U. Galimberti, 2006). Solamente en este ser-para-la-muerte, pues, se halla la realización del espíritu.

Una voz interior me repite a menudo: muere, porque si tu espíritu es demasiado grande, y la tierra, el universo, no pueden contenerlo; muere, porque si el infinito no puede contener lo que posees, la intensidad de tu pensamiento, desencadénate del cuerpo que te oprime y vuela hacia lo que es más grande, el éter (Deseo la muerte)

Si el hombre, que posee un razonamiento limitado, ser finito, de naturaleza débil; […] este espacio que el hombre no alcanza nunca y que nos separa del éter puede ser que haya existido siempre, o declaro que somos demasiado pequeños para comprender el infinito (Definición de mi carácter)

 

5. Conclusiones


En Homero, el constructor y el rebelde contra el tiempo, se halla la convicción de que la “palabra alada” durará más que la muerte. Orfeo es desgarrado en jirones sangrientos. Pero la palabra no se doblega; canta en la boca muerta: “Los miembros yacen esparcidos, el Hebro recibe la cabeza y la lira: y mientras flotan en medio de las aguas, gime la lira un no sé qué conmovedor, la exánime lengua conmovedoramente murmura y conmovidas le responden las orillas” (G. Steiner, 2003).

En A los diez años, en mi pupitre de Nahui Olín, se narra esencialmente la historia de un espíritu que no consigue hallar en su cuerpo su espacio como el significado en el significante, reflejando esta inconmensurabilidad en el lenguaje con el que se expresa. Tal vez sean las mismas relaciones lingüísticas que se instauran en los fenómenos de sinonimia (en lo que concierne al significante) y en el despliegue de valores polisemánticos (en lo que atañe al significado) lo que se instaure también entre el espíritu y el cuerpo. Pero el acoplamiento antitético, y por ende su anulación, de las estructuras lingüísticas que aparecen a lo largo de los varios textos que componen la colección, nos da las pistas para hallar en la muerte la anulación de este fundamental oxímoron. Es esa “palabra alada” con la que se expresa el espíritu, pues, la que hace que éste encuentre su interlocutor, donde la preposición latina inter asume todo su valor espacial, en la muerte y en el éter su añorado “cuerpo”.

 

NOTAS

1. Pensemos por ejemplo en Mi alma está triste hasta la muerte, Incomprendida o Definición de mi carácter.

2. De carácter muy significativo es el opuesto entre la luz y la noche, donde el factor que determina la una o el otro es el sol platónico símbolo del cogito y de la claridad que acarrea.

 

Bibliografía

Braidotti, Rosi. “Il complesso teatro del corpo”. Multiverso. Corpo, 07/08 (2008).

Ferwerda, Rein. “The Meaning of the Word soma in Plato’s Cratylus 400c”. Hermes, 113 (1985).

Galimberti, Umberto. Il gioco delle opinioni. Milán: Feltrinelli, 2007.

Galimberti, Umberto. Parole nomadi. Milán: Feltrinelli, 2006.

Olin, Nahui. A dix ans Sur mon pupitre. México D.F.: Editorial Cultura, 1924.

Platón. Cratilo. Milán: Biblioteca Universale Rizzoli, 2000.

Reale, Giovanni. Platone. Tutti gli scritti. Milán: Bompiani, 2000.

Steiner, George. Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa, 2003.



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