1. Introducción
Desde las líneas introductorias de A los diez años, en mi pupitre, en las que Nahui Olin afirma haber sido
hecha “de amor, cerebro y carne”, y pasando por los títulos de los textos que componen
esta colección de prosa poética, [1]
nos percatamos en seguida de cómo la autora se coloca a sí misma en una posición
intermedia entre el alma y el cuerpo. Según Michel Foucault, este último ha ido
constituyéndose cada vez más, a lo largo de los siglos, como un nudo de relaciones
de poder y de saberes paradójicos entre la inflación discursiva y la esencia de
la sustancia, tanto que un cuerpo ya no es sólo un cuerpo, sino una multiplicidad
de estratos, prácticas y discursividades corpóreas (R. Braidotti, 2008). Pero si
consideramos, según una óptica estructuralista, la cultura como una gran estructura
morfosintáctica, podemos considerar el cuerpo, bajo todos los sentidos, un signo tanto lingüístico como antropológico.
En un conocido pasaje platónico del Crátilo
(Platón, 2000:129), de hecho, se atribuye precisamente esta índole significativa
al cuerpo, si bien la traducción más inmediata de la palabra (soma) con que se le define, ha llevado a
la idea de que el cuerpo es prisión y tumba (sema) del alma. Ahora bien, sema
significa primordialmente signo y, si
las tumbas recibieron este nombre, es precisamente porque señalan (semainei) o son signo del enterramiento,
del lugar en que se ubica el cuerpo (R. Ferwerda, 1985). En definitiva y según esta
metáfora, el cuerpo es significante del
alma y, recíprocamente, el alma es el significado
del cuerpo.
En el orfismo que subyace en las palabras
de Platón y que decanta un tipo de laceración entre alma y cuerpo, donde el alma
es un principio divino caído en un cuerpo a causa de una culpa original y donde
los valores del cuerpo son impedimentos de los que hay que liberarse porque la esencia
del hombre se realiza verdaderamente cuando el cuerpo duerme o está por morir, en
este juego de vida y de muerte, que es un juego de amor, hallaremos, pues, todas
las claves de lectura de las palabras que Nahui nos va dejando a rienda suelta para
que no se transformen en lápidas de sentido.
2. Un exilio en oxímoron
La condición ontológica en la que se haya la poetisa, la obliga
a vagar por la tierra no sólo con el alma separada del cuerpo, sino también, como
si hubiese escuchado las palabras de Eurípides cuando dijo “¿Quién sabe si vivir
es morir y morir es vivir? Quizá la vida sea en realidad una muerte” (G. Reale,
2000), a vagar entre las dos extremidades de nuestra existencia, la vida y la muerte.
Esta batalla dicotómica se resuelve, en palabras, con un exilio entre los numerosos
oxímoros tanto lexicales como semánticos que aparecen a lo largo de todas las composiciones:
Soy feliz y no lo soy: ¿por qué no lo soy? No, no soy feliz
porque la vida no ha sido hecha para mí (Incomprendida)
Siento que mi espíritu nace y quiero embriagarme hasta morir
(Lloro del dolor)
Me había transformado en un ser muerto y dejaba vivir mis
sentidos a través de las sensaciones de mi inteligencia que los embellecían de vida
(La noche)
En un segundo habría preferido morirme a vivir (La noche)
Un resplandor opaco no iluminaba mi rostro (La noche)
He sentido demasiado, amado demasiado el goce y el dolor (La
noche)
En mi casa vivo muriendo (La vida bajo la sensación de vacío)
Pero si estos oxímoros se resuelven en
el texto, parece no hallar lugar, en cambio, la inconmensurabilidad que subsiste
entre el cuerpo y el alma de Nahui, puesto que, como ella misma afirma, ambas entidades
son incompatibles: “En vano la ola rugía y se quebrantaba contra las rocas gigantescas,
ella no quebrantaba en dos mi cuerpo y mi cabeza que son un misterio de incompatibilidad”
(La noche). Y es que en la base de dicha
inconmensurabilidad subyace otro oxímoron que constituye el fulcro de toda literatura
epistemológica, es decir, entre el finito y el infinito: “La inmensa distancia entre
lo humano, que es finito, y el espíritu infinito” (Mi alma está triste hasta la muerte). Es así como el énfasis del alma
de Nahui, su extensión sin límites en el espacio y en el tiempo, no consigue ser
contenida por su cuerpo:
A menudo siento que mi inteligencia se agranda,
se llena de sonidos divinos; es, entonces, cuando siento mi pobre existencia demasiado
débil y pequeña para contener un mundo, una intensidad espantosa. Desgraciadamente,
ella se siente prisionera y el dolor la golpea hasta la muerte; cautiva, sus pasiones
se redoblan, sus cuerdas se hacen más vibrantes; y loca por todo lo que no puede
disfrutar, quisiera quebrar estas paredes que la oprimen, estas cadenas que la retienen.
(Mi alma está triste hasta la muerte)
3. En busca de un logos
En uno de sus Fragmentos,
Heráclito afirma que por más que uno camine y recorra cada camino, nunca podrá alcanzar
los límites del alma, por ser tan profundo su logos (U. Galimberti, 2006). Y si pensamos en la nostalgia por los orígenes,
que se encuentra en casi todos los pueblos mitológicos e históricos, por un cosmos que se ha separado irremediablemente
de su logos, entenderemos entonces por
qué el alma, aparte de no poder ser contenida en el cuerpo, no pueda ser comprendida
tampoco por los humanos: “Desconocida e incomprendida entre los humanos, aislada
de todos los pensamientos que me puedan responder, me muero de dolor, cansada de
mendigar el bálsamo que cura los pliegues del corazón, que calma los sufrimientos
de seres incomprendidos” (Mi alma está triste
hasta la muerte).
La profusión discursiva que caracteriza
el proceder lingüístico de Nahui Olin, sobre todo sintácticamente, es un mero reflejo
de esta laceración, en el que la autora da cabida a un coloquio hecho de palabras
que no sólo se dicen, sino que se escuchan también, como el silencio. Vemos poblarse
el mundo de “notas vibrantes”, “sonidos variados” y “sonidos divinos”, pero cualquier
intento de codificación se frustra ante los ojos de Nahui:
¿Por qué escribir todavía, haciendo garabatos
siempre sobre una hoja de papel? Mi mano quiere traducir mis pensamientos; el infinito
puede resumirse en una frase, una hoja, un libro, una biblioteca; nosotros no podemos
comprender tampoco el infinito y los vocablos, las palabras, que sirven apenas para
expresar las necesidades de nuestro cuerpo, son elementos incomparables para alcanzar
una distancia sin límites, una duración sin fin; esta es la razón por la que, al
querer traducir mis pensamientos en palabras, ellas son opacas sin armonía alguna
como la de los sonidos, las vibraciones de nuestro cerebro llegan así a este otro
mundo que no es nuestro infinito. (La vida bajo la sensación de vacío)
Sin embargo, hayamos en el versificar prosístico
de Nahui, algunas estructuras y figuras de la retórica clásica, como las comparaciones
ontológicas, que buscan constantemente un acercamiento con la “embriagadora y deliciosa
naturaleza”, elemento destacable de la comparación y una de las voces interlocutorias
de su alma:
Mi alma está triste hasta la muerte: como una rosa acaba de
abrirse bajo los rayos del sol, como una nota vibrante y quejumbrosa se exhala de
un piano, como un pájaro que nada más salir del nido emplea sus alas inseguras para
volar (Mi alma está triste hasta la muerte)
La pasión ardiente, la esperanza, la ilusión y el amor, sobre
todo, me enfurecen como un formidable huracán en medio de un desierto (Mi alma está
triste hasta la muerte)
Siento que mi voz se apaga como un sonido perdido en el universo
(Mi alma está triste hasta la muerte)
Seguramente moriría desecada como una planta sin aire (¿Quién
te agita?)
Tengo un deseo ardiente de correr como una insensata a través
de una selva virgen (La vida bajo la sensación de vacío)
Una fuerza contra la que todo se quiebra como el vidrio contra
una roca (Definición de mi carácter)
En este progresivo acercamiento hacia la
naturaleza, la autora, como si quisiera hallar en ella el cuerpo que no le ha sido
adecuadamente otorgado, empieza a caracterizarse con una serie de connotaciones
pertenecientes al mundo animal, principalmente ornitológico, al ser las alas desde
siempre el símbolo de libertad: “Y me siento triste y melancólica, al pensar que
las alas del pensamiento deberían planear por el infinito” (Mi alma está triste hasta la muerte); “Hay
que desaparecer cuando uno no ha sido hecho para vivir o no puede ni respirar ni
desplegar las alas” (Lloro del dolor).
En el clímax de este proceso de deshumanización, asistiremos a la plena identificación
de Nahui con la naturaleza, una identificación de carácter sexual como única condición
para poder entrar a formar parte del principio generativo del universo:
¡Oh!, maravillosa naturaleza, cúbrete de
duelo para que mi espíritu no saque ya sensaciones extrañas de un placer nuevo que
viene hacia mí, pues creo sentir un sexo único por poseerte en todas tus manifestaciones,
únete a los desastres crueles de mi ser excepcional que cree ser niña contigo desde
las flores, con la ambición y la profunda posesión de mi espíritu en el universo
y el infinito. Y cuando la increíble mortalidad de mi ser me haya puesto bajo tierra,
en el placer que precede a tu fecundidad y evolución, -recuerda que existo en tu propio amor de
vitalidad evolutiva y continua. (La noche)
4. Hacia una inter-locutio
-¿Quién te agita?- Oh espíritu mío, ¿es el amor? Es la sed
feroz de comprender, de saber más hasta llenar el inmenso vacío, hasta sobrepasarlo
completamente. Tú amas, tú crees amarlo todo, y nada te basta; quieres sumergirte
en los pensamientos de Pascal, Voltaire, Renan, Platón y Aristóteles para saciar
tu razón; para practicarla, para engrandecerla, para animarla de una vida que le
es necesaria, para demostrarle que el pensamiento humano es infinito, que ella puede
seguir aprendiendo, sabiendo, sintiendo, razonando, que nada le bastará, y que al
final de mi carrera no habré aprendido, sabiendo lo que habría podido aprender,
quiero vaciar en mí misma hasta los últimos jugos de las bellezas del arte de las
obras humanas; sí, quiero sentir lo que todos han sentido, después de haber aprendido
hay que aprender siempre; me moriría de dolor si se me privara de esta vida intelectual,
de toda fuente de filosofía, poesía, juicio, estudio, razonamiento; seguramente
moriría desecada como una planta sin aire.-
(¿Quién te agita?)
La cultura, al presentarse como un orden
de significados “otros” respecto a la naturaleza del ser humano, acaba por constituir
el fin hacia el que el alma tiende alejándose de la miseria humana: “Quiero apartarme
de los humanos para vivir en la soledad de tus multitudes” (La vida bajo la sensación de vacío); “Y permanezco
en una elevación de espíritu contemplando la humanidad, su conocimiento, sus miserias,
sus grandezas, y, aparte de una grandeza sobrenatural, […] esta grandeza es el infinito,
el destino inevitable de los hombres, y siento un desprecio desdeñoso por lo que
está debajo” (Definición de mi carácter).
Con su quehacer poético, Nahui intenta
deshacer con las palabras, desde las más simples a las más complejas, los nudos
del alma, y componer aquel concierto del alma que se llama cultura. En este intento,
dialoga constantemente con una serie de interlocutores (el espíritu, la infancia,
el corazón, la naturaleza y voces interiores) que la guían y que se prefiguran como
imagos del fin de su interlocución, la cultura, a la que podrá acceder tras haber
atravesado la foresta de oxímoros de la que hablábamos al principio. [2] Como apólidas de la dualidad, apólidas
de un logos separado del cosmos que la rodea, Nahui debería colmar
la distancia o el vacío semántico entre los términos, definirlos, donde por ‘de-finir’
entendemos ‘poner fin’ a la dicotomía.
Pero cuando descubrimos que los términos
de uno de los principales opuestos, amor vs. dolor, se de-finen ambos en la muerte
(“Y perdida, ignorada en el abismo, el dolor me consume, el amor me mata: y amando
el pensamiento del eterno sueño mi alma se entristece hasta la muerte” –Mi alma está triste hasta la muerte–), no
podemos no injertar la figura de Nahui en la larga tradición occidental que, desde
Pablo de Tarso hasta Martín Heidegger, cuenta la historia de un espíritu que se
alimenta y vive de la muerte de todo aquello que es corpóreo, natural, empírico,
transeúnte, por lo que la condición de su vida es que cada uno de nosotros mire
seriamente a la cara a la muerte (U. Galimberti, 2006). Solamente en este ser-para-la-muerte,
pues, se halla la realización del espíritu.
Una voz interior me repite a menudo: muere, porque si tu espíritu
es demasiado grande, y la tierra, el universo, no pueden contenerlo; muere, porque
si el infinito no puede contener lo que posees, la intensidad de tu pensamiento,
desencadénate del cuerpo que te oprime y vuela hacia lo que es más grande, el éter
(Deseo la muerte)
Si el hombre, que posee un razonamiento limitado, ser finito,
de naturaleza débil; […] este espacio que el hombre no alcanza nunca y que nos separa
del éter puede ser que haya existido siempre, o declaro que somos demasiado pequeños
para comprender el infinito (Definición de
mi carácter)
5. Conclusiones
En A
los diez años, en mi pupitre de Nahui Olín, se narra esencialmente la historia
de un espíritu que no consigue hallar en su cuerpo su espacio como el significado
en el significante, reflejando esta inconmensurabilidad en el lenguaje con el que
se expresa. Tal vez sean las mismas relaciones lingüísticas que se instauran en
los fenómenos de sinonimia (en lo que concierne al significante) y en el despliegue
de valores polisemánticos (en lo que atañe al significado) lo que se instaure también
entre el espíritu y el cuerpo. Pero el acoplamiento antitético, y por ende su anulación,
de las estructuras lingüísticas que aparecen a lo largo de los varios textos que
componen la colección, nos da las pistas para hallar en la muerte la anulación de
este fundamental oxímoron. Es esa “palabra alada” con la que se expresa el espíritu,
pues, la que hace que éste encuentre su interlocutor, donde la preposición latina
inter asume todo su valor espacial, en
la muerte y en el éter su añorado “cuerpo”.
NOTAS
1. Pensemos por ejemplo en Mi alma está triste hasta la muerte, Incomprendida o Definición de mi carácter.
2. De carácter muy significativo es el
opuesto entre la luz y la noche, donde el factor que determina la una o el otro
es el sol platónico símbolo del cogito
y de la claridad que acarrea.
Bibliografía
Braidotti, Rosi. “Il complesso teatro del corpo”. Multiverso. Corpo, 07/08 (2008).
Ferwerda,
Rein. “The Meaning of the Word soma in Plato’s Cratylus 400c”. Hermes, 113 (1985).
Galimberti, Umberto. Il
gioco delle opinioni. Milán: Feltrinelli, 2007.
Galimberti, Umberto. Parole
nomadi. Milán: Feltrinelli, 2006.
Olin, Nahui. A dix ans
Sur mon pupitre. México D.F.: Editorial Cultura, 1924.
Platón. Cratilo.
Milán: Biblioteca Universale Rizzoli, 2000.
Reale, Giovanni. Platone.
Tutti gli scritti. Milán: Bompiani, 2000.
Steiner, George. Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa, 2003.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 188 | novembro de 2021
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