Introducción
Mucho se insiste en que el Siglo XX le
pertenece al despertar masivo de la mujer. Ello se verifica en los aconteceres pasados
y presentes que han marcado el devenir de la mujer en la historia. En el terreno
literario no hay excepción.
La escritora hondureña
tiene su presencia en las letras patrias. Ya en el siglo XIX, empezaron sus primeras
manifestaciones en los ámbitos educativos, periodísticos y, de manera incipiente,
en el ámbito político en denuncia por lo que ella consideró injusto para el país
siempre con la óptica puesta en su situación de desventaja como ser humano.
La poesía a la par del
ensayo, son los géneros más abundantes ejercidos por las féminas hondureñas. Por
el propósito que nos mueve en el presente escrito, es la poesía, la que será objeto
de nuestro estudio.
Presento, en primera
instancia, un bosquejo general del contenido y estructura de Honduras: Mujer y Poesía.
Antología de la poesía escrita por mujeres. 1865-1998, publicación que me ha permitido
avanzar al pórtico de la Academia Hondureña de la Lengua.
A través de esta obra,
se percibe un mundo de poesía femenina, una muestra, que sin llegar a agotarla,
nos acomoda en los espacios que ha surcado la mujer poeta de Honduras, nos trae
a la memoria los peldaños románticos vistos en las cristalinas aguas del amor, de
los manantiales de la naturaleza y los hondos recónditos del alma femenina; nos
lleva por las ansiedades de versos más exigentes y de alquimias presentidas en la
lírica de principios del Siglo XX. Nos ubica en los pasajes nerudianos de las vanguardias
y nos avisa de los nuevos tiempos que atañen a experiencias únicas en la vida de
las mujeres. Su poesía lo manifiesta. Lo expresa de manera contundente cuando ellas,
acordes con los nuevos tiempos, muestran los avatares de los conflictos externos
e internos del país, de su gente y de ella misma. Su óptica crítica toca lo político
y lo social, de modo que su itinerario subjetivo está acompañado del reconocimiento
nada complaciente del mundo que la rodea.
Dentro de este mundo,
la angustia del tiempo, el hambre, la deshumanización y la agitación de la naturaleza
alcanzan relevante presencia en sus planteamientos. Le ha tocado enfrentarse con
la estrechez del medio, con las desigualdades perennes entre hombre y mujer. Pero
ella sigue adelante.
En una segunda instancia,
recurro a ubicar a las poetas en lo contemporáneo. Ello nos proporciona el tema
principal de este trabajo: Honduras: Inserción de la poesía femenina en lo contemporáneo.
En tal sentido, procuro ubicar en un contexto cercano lo centroamericano, cuya referencia
nos aclara apropiadamente nuestra finalidad. Además, las referencias internas en
lo que concierne al estudio de la poesía hondureña vista con el lente crítico de
eminentes intelectuales, ha sido de inapreciable estima.
Seguidamente, el estudio
proporciona una muestra representativa de la poesía femenina, tomando nombres de
verdadera impronta en el oficio de hacer poesía. Nombres conocidos y desconocidos
que van penetrando en la escena literaria y dejando una marca imperecedera: Clementina
Suárez, Amanda Castro, María Eugenia Ramos, Lety Elvir, Blanca Guifarro, Aída Sabonge,
Diana Espinal, Diana Vallejo, Rebeca Becerra, Xiomara Bú, Armida García, Francesca
Randazzo y posteriormente Helen Umaña, entre otras, nos dan la talla para dimensionar
en lo justo su incursión en la poesía contemporánea y nos invitan a descubrir sus
nuevas formas y expresiones en el trabajo lírico. Trabajo que no desmerece ante
la actual poesía femenina de Centroamérica y de otras urbes del continente americano
y europeo.
Es menester presentar
–a manera de justificación histórica– la preferencia de las poetas por llamarse
poetas y no poetisas. No es una guerra de género, ni una intempestiva antiacadémica;
sino más bien, un reconocimiento a la diva maestra Clementina Suárez; además, como
me lo señala una autora nicaragüense, el término poetisa les sabe a té de canasta y siendo ellas la mitad más uno de
la población, no aceptan asignaciones peyorativas y que las incluyan en un sector
socialmente estigmatizado o las confundan en las filas sociales a las que no corresponde
su existencia.
Es así, que presentamos
en esta ocasión a las poetas de Honduras.
Bosquejo general de la antología Honduras:
mujer y poesía
Esta obra fue publicada en agosto de 1998,
con el sello de la Editorial Guardabarranco, dirigida por la escritora María Eugenia
Ramos. Esta antología es una recopilación de la poesía escrita por mujeres hondureñas
a partir de 1865, con Ana Irbazú de Gurdiola a la cabeza, hasta la joven Francesca
Randazzo, nacida en 1973.
Abarca 133 años de incursión
femenina en la poesía, a través de 37 nombres antologados. Este trabajo se estructura
en tres grupos cronológicamente establecidos, cumpliendo más con un criterio didáctico.
El primer apartado, agrupa a las cuatro pioneras o precursoras: Ana Irbazú de Guardiola,
Teresa Morejón de Bográn, Lucila Estrada de Pérez y Josefa Carrasco de Shunder,
las que pueden ser inscritas en la escuela neoclásica y romántica de finales del
S.XIX.
Un segundo grupo, corresponde
a las nacidas entre 1900 y 1940, cuyos nombres seleccionados son los siguientes:
Ángela Ochoa Velásquez, Fausta Ferrera, Olimpia Varela y Varela, Mercedes Laínez
de Blanco, Paca Navas de Miralda, Clementina Suarez, Victoria Bertrand, Juanita
Zelaya, Mirta Rinza, Ángela Valle, Joselina Coello, Eva Thais, Georgina Díaz, Litza
Quintana, y Adylia Cardona. Este amplio grupo corresponde a la generación novecentista,
identificada así por don Eliseo Pérez Cadalso, tomando en cuenta que ellas nacieron
a partir de esa primera década del siglo XX (1900) o pocos años antes. Sin embargo,
este arranque cronológico no las subsumió en una sola corriente o escuela literaria;
algunas prosiguieron el esquema de las anteriores y no lograron rebasarlo; es decir,
se mantuvieron en la articulación del verso romántico finisecular.
Otras actuaron más en
consonancia con la herencia de Juan Ramón Molina, Froylán Turcios, Rafael Heliodoro
Valle y Alfonso Guillén Zelaya, ubicándose en la línea modernista y posmodernista,
siendo las más connotadas y comentadas Ángela Ochoa Velásquez y Fausta Ferrera.
Pero es Clementina Suárez, quien marcará los derroteros en la poesía escrita por
las mujeres.
Ángela Valle (1927),
Eva Thais (1931-2001) y Litza Quintana (1932), es el grupo coetáneo que no sólo
ha formulado composiciones poéticas tradicionales y convencionales, como el manejo
del soneto o el uso del poema largo y rimado, sino que deciden escalar a formas
más modernas en verso libre logrando aciertos vanguardistas con temas poéticos variados
e inmersos en la veta social y humana; sin duda alguna, recibieron influencia directa
de los bardos de la Generación de la Dictadura, especialmente de Claudio Barrera,
de quien estuvieron muy cerca.
Esto quiere decir, que
asumieron una postura consciente hacia la problemática social, pero sin llegar ninguna
a lo propiamente subversivo, como sucedió en otros países como El Salvador, Guatemala
y Nicaragua, donde las propias realidades exigían una escritura subversiva, tal
como Pablo Neruda lo había expresado en una segunda vuelta del vanguardismo. La
trilogía formada por estas damas, pertenece a la Generación del Cincuenta; sin embargo,
su poesía no ha sido valorada en su justa dimensión.
Eva Thais, con su poemario
El canto de todos, cambió su mundo propio y se dirige a otra realidad, asumiendo
un nuevo concepto de lo que la rodea: una sociedad caduca que a su manera, pretende
que se corrija. Poesía telúrica que nos descubre la intacta densidad de la realidad
hondureña. Poesía social a la que pusiera en guardia su amigo Claudio Barrera.
El reconocimiento para
Ángela Valle y otros autores hondureños, don Ramón Oquelí (1993) lo confirma en
sus Palabras tiernas y verdaderas: “Ángela Valle, Pompeyo del Vallo, Antonio José
Rivas, Nelson E. Merren, José Adán Castelar, aportaron piezas fundamentales para
el afianzamiento de un quehacer poético serio, muy respetable” (s/f).
También el escritor
costarricense Alfonso Chase, incorpora en su antología Armas de la Luz (1985) a
Ángela Valle y le ha valorado su poesía como reposada, profundamente humana y social.
Poemas como Los desheredados, el famoso Picapedrero, Tus manos proletarias, cautivaron
el espíritu crítico de Chase.
La autora Litza Quintana,
cuyo nombre original es Elvia Castañeda, coetánea de las anteriores, es una dama
polifacética, cuya poesía decide no publicarla aún, a pesar de contar con varios
volúmenes inéditos, los cuales comienzan en 1954; entre otros, figuran Anteros,
Canto Inicial y Jura. Apunta a una poesía para ablandar conciencias y amar a la
patria que nos acoge. Se le ha caracterizado como una persona: “ajena a todo tipo
de pedantería intelectual, ajena a las petulancias de moda y a los rebuscamientos
–esnobistas- del lenguaje…” (Segisfredo Infante en el prólogo de 500 años después,
libro de ensayos, 1992).
De la generación novecentista
que nos hablaba Pérez Cadalso (las nacidas entre 1900-1940) se marca un hito: Clementina
Suárez publica en 1930 su primer poemario. Corazón Sangrante, el que marca el inicio
de las publicaciones de poesía escrita por mujeres hondureñas. Después vienen más
libros que se suman a otros de Clementina Suárez, de autoras como Victoria Bertrand,
Ángela Ochoa Velásquez, Fausta Ferrera, Adylia Cardona. Pero de esta generación,
sobresale Clementina Suárez. Ella es un caso aparte: conocida, reconocida y compartida
aquí y en otras partes. Ella es el punto de referencia para cualquier estudio de
la poesía femenina en Honduras. Es en este sentido, que aludimos a su persona y
a su obra, puesto que se han escrito varios volúmenes antológicos, biográficos valorativos.
Bien nos ilustra Helen Umaña cuando expresa que Clementina Suárez, junto a las poetisas
consagradas del Cono Sur, Alfonsina Storni, Juana de Ibarborou y Delmira Agustini:
Representaron la asunción de la mujer a un momento de madurez,
de rompimiento de las trabas expresivas que impedían la manifestación de vivencias
inherentes a la condición femenina. Todas, en estallidos de “femeneidad feroz” rompieron
siglos de silencio en que había estado sumergida la mujer en Latinoamérica (UNAH, Primer
Simposio de Literatura Hondureña, Tegucigalpa, 1991)
Clementina Suárez es
el caso excepcional: voz fundacional, poeta insular, la voz femenina del siglo XX,
se le estudia en todas las épocas, en todas las generaciones, en todos los ámbitos
de la literatura hondureña, sin parangón alguno en nuestras letras femeninas. En
el año 2002, se celebró el centenario de su nacimiento. El último estudio sobre
sus libros y su vida, lo realizó la escritora norteamericana Janet Gold (2001) en
su senda biografía: El retrato en el espejo: una biografía de Clementina Suárez.
El grupo contemporáneo,
las nacidas entre 1940 y 1973, cuyos nombres son (en el orden en que aparecen en
la antología): Juana Pavón, Blanca Guifarro, Sara Salazar, Claudia Torres, Xiomara
Bú, Alejandra Flores, Aída Sabonge, María Eugenia Ramos, Amanda Castro, Débora Ramos,
Waldina Mejía, Elisa Logan (Elizet García), Lety Elvir, Indira Flamenco, Rebeca
Becerra, Yadira Eguiguren, Armida García y Francesca Randazzo.
Actualizando las publicaciones
de este grupo de poetisas, me permito nombrar tanto las que se incluyen en la antología
como las que se han dado en años posteriores, aporte valioso a la colección de la
poesía escrita por mujeres en Honduras. Es importante no pasar inadvertida la incursión
de estas féminas, no sólo en la producción poética, sino también en otros géneros,
como en el cuento y en el ensayo.
Seguidamente enlisto
los poemarios, a saber: Juana Pavón: Yo soy esa Sujeto (1994); Blanca Guifarro:
La otra… mitad (1994); y Ataduras Sueltas (1996); Claudia Torres: Mariposas Amarillas
(1996); Xiomara Bú: Fuego en el Silencio (1996); Alejandra Flores: Destino Ultrajado
(1994), Exilios Interiores (¡996) y Sobretodo (2001); Aٕída Sabonge:
Declaración Doméstica (1993); María Eugenia Ramos: Porque ningún sol es el último(1989),
Amanda Castro: Poemas de amor propio y de propio amor(1990), Celebración de Mujeres
(1993), La otra cara del sol(2000), Utopía (2001), Onironautas (2001); Waldina Mejía:
El amor y sus iras(2000); Elisa Logan: Poemas para un ángel caído (1997), De sueños
y realidades(1999); Lety Elvir: Luna que no cesa (1999) y Mujer entre perro y lobo
(2001); Indira Flamenco: Cuando las rocas fecundan el llanto (2000); Armida García:
La soledad justificada (1997); Francesca Randazzo: Roce de Tierra (1997) y A Mar
Abierto (2000).
Otras poetas no antologadas
en mi publicación de 1998, se suman a la lista anterior y cuyos nombres es importante
conocerlos, ya que su obra poética cubre la demanda de la buena crítica interna
y las ubica en la atmósfera de la poesía contemporánea. Para el caso Ana María Alemán
con el título: Después de para siempre (1998); Xiomara Cacho: Tumálali Nanígi (1998)(único
poemario trilingüe: garífuna, inglés, español (The Voices of the Hart; La voz del
corazón): Dora Cálix: Del recuerdo y otros haceres (1998); Lisbeth Valle: Poemas
de Ixchel (2000); Soledad Altamirano: Cronología de una Ausencia (2001); Diana Vallejo:
Días Urbanos (2000); Diana Espinal: Eclipse de Agujas (2000); Helen Umaña: Península
del viento (2000) entre otros que ya están en germinación o en proceso de edición
y publicación.
Lo contemporáneo
La atención en el presente estudio, como
lo establece el título, es enfocar la inmersión de estas poetisas en lo que se considera
la poesía contemporánea en Honduras. Se pretende incorporar en los razonamientos
estético-literarios que algunos estudiosos de la literatura han aportado para definir
el término de lo contemporáneo y las características propias de las tendencias de
vanguardia, posvanguardia y de la llamada nueva y novísima poesía hondureña; explicar
algunas razones o sinrazones por las cuales estas poetisas, con excepciones del
caso, no han sido consideradas en el escenario de la crítica nacional.
Para cada trabajo investigativo,
documental o de entrevista personal, se requiere de una aguda observación y consecuente
pesquisa bibliográfica. Es así que para fundamentarnos en la idea propuesta en el
desarrollo de esta ponencia, me he valido de importantes fuentes, no sin menoscabar
el tan impactante y voluminoso mundo de información –nunca satisfecho– que proporciona
la tecnología de punta que nos ha legado la ciencia y la técnica del hombre postmoderno.
No obstante, es en el
pensamiento del mismo hondureño y hondureña que he logrado encontrar el asidero
informativo-formativo, a través de los concienzudos estudios literarios y de la
poesía en particular, realizados por intelectuales de renombre e impronta como Helen
Umaña, Roberto Sosa, Oscar Acosta, Arturo Alvarado, Juan Antonio Medina Durón, Ramón
Oquelí, Leticia de Oyuela, Rigoberto Paredes y de otros no menos valiosos que escapan
a este espacio.
Asimismo, ha sido valioso
el marco referencial propiciado por algunos estudios sobre la poesía contemporánea
en Latinoamérica y con más atención en la de Centroamérica, cuyo panorama se ha
definido a través de rigurosos acercamientos estéticos y socioliterarios en uno
y en otro país del istmo, y entre los cuales Honduras no ocupa, precisamente, un
lugar privilegiado dada la insularidad en que se ha mantenido. Pero, por fortuna,
las circunstancias han ido cambiando paulatinamente y las oportunidades de acercamiento
e interrelación regional entre escritores y escritoras, se ha enriquecido gracias
al patrocinio de eventos literarios conjuntos y alternos y a las facilidades migratorias
establecidas en los convenios de integración del área, sumándose a favor, los sofisticados
inventos en materia de comunicación.
Para entrar en materia,
nos pondremos en contacto con las distintas concepciones que abarca lo contemporáneo,
lo que es relativo, en sentido laxo, a la época actual. Es así que existen dos actitudes
estéticas que pueden fijar este concepto: uno es aplicado a las artes plásticas
y otro a la literatura. En aras de nuestro aporte, nos ubicamos en el segundo concepto;
es el de nuestro interés. ¿Cómo se explican? Para la primera actitud, una vez producida
la obra de arte, si continúa valiendo, será una obra actual en todo momento; para
la segunda, nada es permanente, por cuanto el artista o escritor ha de adaptarse
a su tiempo. (Schwartz, 1991)
Adaptarse a su tiempo
implica estar a tono con las circunstancias mundiales y locales que nos rodean.
Vivimos en un ambiente altamente competitivo producto del entronamiento de la globalización.
Esto quiere decir, que incluyendo los productos culturales, como la literatura y
más en concreto la poesía, como fenómenos del hacer intelectual, deben expresar
el pensamiento y fenomenología de esta nueva era, porque de lo contrario, sería
estancarse en lo antiguo, desfasado e involuto.
La poesía nueva, expresaba
César Vallejo con cierta ironía, ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está
formado de las palabras “cinema, motor, avión, jazz band, telegrafía sin hijos”,
faltaría actualizar la lista con los numerosos anglicismos, en general, de todas
las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico
corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante son las
palabras. Pero no hay que olvidar, dice Vallejo, que esto no es poesía nueva, ni
antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la posmodernidad, han de
ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. Y agrega: “la poesía
nueva a base de sensibilidad nueva, es simple y humana…” (Pérez Rioja: 1977).
Esta caracterización
tiene vigencia en nuestros días, y podemos decir que las poetas contemporáneas poseen
esta sensibilidad nueva, como clave de vanguardia, de la cual nos está hablando
el poeta peruano y detalle que ampliaremos más adelante.
Marco de referencia
El guatemalteco Francisco Albizúrez Palma
(1995) en su estudio sobre la poesía contemporánea de Centro América, atribuye tal
inserción de la poesía en lo contemporáneo, a ciertos rasgos, los que a continuación
se enumeran y que de entrada nos proporcionan una guía para la mejor comprensión
de nuestro tema:
Abandono del canon modernista
Una visión que inserta lo local en el flujo de los fenómenos socioculturales
del mundo entero.
Desconfianza respecto de los moldes poéticos convencionales, a favor de la creatividad
del poeta.
Asimilación de los grandes textos literarios, procedentes de diversas culturas,
generadas en el contexto de la civilización tecnológica.
Reconsideración de la función del poeta en la sociedad, con acento en la tarea
profética que corresponde desempeñar a aquél.
Apropiación del léxico de la ciencia y la tecnología para convertirlo en material
poético.
Apropiación del poeta como, trabajador de la cultura, antes que como un vate,
o un intelectual.
Cuestionamiento radical del statu-quo, para definirse a favor del cambio social.
Esta inmersión en lo
contemporáneo, se realiza gracias a determinadas condiciones sociales, que difieren
en tiempo, intensidad y amplitud, en cada uno de los países, en este caso, los centroamericanos.
En general, acota el autor, estos países han heredado una condición de pobreza y
dependencia, cuya fragmentación ha sido favorecida por la intervención extranjera.
Desde el punto de vista
literario, cada país ha seguido su propio proceso de desarrollo, pero con la existencia
de ciertos fenómenos que han alcanzado repercusión en todo el istmo. En esta perspectiva
debe situarse el modernismo dariano ya que fue el primer hecho literario centroamericano
que logró una dimensión mundial, tanto en su gestación como en su propagación, aceptación
e influencia (Albizúrez Palma, 1995).
No es precisamente el
modernismo el que nos atañe estudiar en esta presentación, pero no puede soslayarse
su mención puesto que fue en este movimiento de Rubén Darío, donde se originaron
el vanguardismo y sus distintas manifestaciones. Vicente Huidobro y César Vallejo
empezaron su obra donde la dejó Darío. Ya decía César Vallejo que “es en la poesía
donde se operan principalmente las grandes transformaciones de la estética moderna”.
(Shcwartz, 2001).
En la narrativa es Miguel
Ángel Asturias con su realismo mágico en Hombres
de Maíz, quien marca un hito de trascendencia ístmica. Su influencia es decisiva
en las letras del mundo contemporáneo. Otro acontecimiento de importancia singular,
es la práctica de un tipo de literatura combativa, tanto en la narrativa como en
la poesía, presente en El Salvador a través de la Generación comprometida, responsable
de la adopción por parte de numerosos poetas del área, de una ideología estética
y de una praxis lingüística puesta al servicio de la denuncia y la protesta (Albizúrez
Palma, 1995). Además, cabe señalarse el aparecimiento de la llamada nueva narrativa
centroamericana producto del contacto y la interrelación entre los distintos escritores
del área provocados por las condiciones políticas imperantes (1995); estas condiciones
a las que el autor se refiere, no son más que las numerosas dictaduras en Latinoamérica,
cuatro de las cuales fueron centroamericanas, ninguna en Costa Rica.
Estos factores sociales
y otros condicionantes, han propiciado la evolución cultural y, por lo tanto, el
desarrollo poético de estos países. Entre ellos, los movimientos armados de carácter
insurreccional, que por los años sesentas se inician en Guatemala, luego se propagan
por El Salvador y Nicaragua. Unos poetas salen al exilio y otros se quedan en medio
de estas condiciones desfavorables, pero que de una u otra forma han marcado su
producción literaria. Pero, dada las condiciones peculiares de cada país, este desarrollo
poético, carece de homogeneidad, a pesar de los intentos de integración iniciados
a partir de los años cincuenta.
El triunfo de la Revolución
Sandinista (1979) creó expectativas de desarrollo cultural en la mayoría de poetas
centroamericanos, pero el luego fracaso de la misma, hizo sucumbir estas esperanzas.
Es en esta coyuntura que Honduras se ve involucrada en una guerra fría financiada
y apoyada por la potencia del Norte. Se implanta en la década de los años 80 (la
década perdida como se le llama) la doctrina de la seguridad nacional en la que
la represión política se establece en contra de intelectuales que habían asumido
una postura beligerante y de simpatía hacia el régimen sandinista, o se oponían
al statu quo hondureño. Se dan aisladamente, algunas producciones en literatura
(cuento-novela y ensayo) aludiendo a las circunstancias de esta época, pero in trascendencia
inmediata. En la poesía femenina, se puede verificar en el poema “Patria” de Sara
Salazar Meléndez; “Pintor de versos”, en el libro Luna que no cesa; de Lety Elvir
y en los poemas de María Eugenia Ramos, “Profesión de fe”, “Amnistía” en el poemario
Porque ningún sol es el último.
Otro fenómeno que atañe
a estos países centroamericanos lo constituye el frustrado intento de desarrollo
económico. El modelo neoliberal de desarrollo ha creado falsas expectativas para
el desarrollo cultural o de un mercado para los productos culturales. Se generó
una mayor actividad editorial, pero la continua crisis no sólo ha imperado en estos
países del área, sino que es una situación generalizada en Latinoamérica.
No puede dejar de mencionarse
la irrupción del fenómeno televisivo y demás elementos de la tecnología actual.
La inserción de la televisión por cable, la videocinta, el internet, los juegos
electrónicos, nos han introducido en un mundo de cultura visual y la labor del poeta
es todavía más difícil, se ha constituido en un reto o desafío en buscar la manera
de penetrar la poética en esta cultura. Según proscribe Albizúrez Palma (1995):
“es una especie de retorno a la condición original de la poesía oral”.
Ya Octavio Paz, en Blanco
nos sorprende con el desafío de su creación-comunicación, en donde la tecnología
está al servicio de la poesía: un disco registra los versos con efectos sonoros.
Y comenta que la poesía, de esta forma, “se libera del estatismo en que la mantiene
la letra impresa” (Fernández Montero, 1978). Recordemos que entre los rasgos de
la contemporaneidad, cuenta el acceso al léxico de la tecnología y el convertirlo
en material poético.
Esta veta de la posmodernidad,
la detectamos con cautela en el trabajo poético de Amanda Castro en su libro Quizás
la sangre…
Para separarnos/ de los animales/ inventamos palabras/ que
nos ayudaron/ a nombrar/ lo inexplicable / volvimos a jugar a Dios / Pero como ni
dios ni las palabras /pueden nombrar las emociones / descubrimos / la piedra, el
hierro, el átomo / y las guerras, / nos fuimos especializando; / la rueda, el carro,
el microondas / el procesador de palabras, / el rayo láser, las plantas nucleares,
/ los gases nerviosos: / los hilos eléctricos/ que conectamos a las humedades /
de nuestros enemigos / para que nos digan cuentos / que ha sabemos, /descubrimos
así el odio. (2001).
Este panorama expuesto
por Francisco Albizúrez Palma, nos expande la idea de lo que ha acontecido especialmente
a nivel centroamericano en relación al desarrollo de la poesía contemporánea y su
ligazón con los efectos sociales; en consecuencia, esta visión sociológica nos ha
permitido colegir el estado de cosas en el rubro de la poesía aquí en Honduras,
y concretar la participación e incursión de las poetisas en el marco de lo contemporáneo.
Es importante tomar
nota de las conclusiones que aporta el autor Albizúrez Palma, que no podemos dejar
de comentarlo, pues si bien lo ha confirmado a través de su abundante información,
es oportuna analizar las circunstancias que ameritan sus observaciones en cuanto
a la presencia femenina en la poesía contemporánea:
Me parece de justicia elemental dejar constancia de la rica
presencia de la mujer en la poesía contemporánea de Centro América. Si bien en la
primera mitad del siglo veinte se advierten figuras como las de Clementina Suárez
o Eunice Odio y las de varias destacadas autoras guatemaltecas, la poesía escrita
por mujeres no era un fenómeno generalizado en Centroamérica. En cambio, en los
últimos 30 años, es decir, desde la década de los sesenta, esa presencia se ha convertido
en signo fundamental de esta región, con excepción de Honduras (1995).
En efecto, en su trabajo
antológico, en el apartado de Honduras, solamente incluye como contemporánea a Clementina
Suárez, junto a siete representantes varones, y expresa:
En tierra adentro esta
valoración es justipreciada por el poeta Rigoberto Paredes cuando expresa que
la obra de Clementina Suárez, es uno de los testimonios más
genuinos y ejemplares que se pueda encontrar dentro de la tradición literaria de
Honduras. Vida y ogra se erigen, por tanto, en hitos precursores de una forma de
hacer, de una manera de ser iconoclastas. Eclosivas, sin duda necesarias para potenciar
todo proceso de transformación material y espiritual (1988).
Otra valoración acerca
de Clementina Suárez, en el estudio biográfico de Janet Gold (1995) expresa que:
Clementina se ha creado a sí misma un lugar al cual no ha
llegado ninguna otra mujer hondureña. En la siquis hondureña ha registrado e interpretado
roles diversos: mujer liberada, mujer caída, femme fatale, prostituta, rompe corazones,
musa, poeta revolucionaria, respetada mujer de letras, bohemia y promotora de las
artes…
Hay sobradas y fundamentadas
razones para que ella se haya convertido en un modelo de algunas mujeres que pulsan
el verso en Honduras, quienes, a lo mejor, se han identificado con ciertas facetas
de la personalidad de la diva olanchana. Me inclino a pensar que la simpatía hacia
ella, más que por su manera de ser y actuar, se debió a lo trascendente de su obra
y colaterales actividades artísticas; la producción de nueve libros de poesía; variadas
antologías que recogen su obra; su colección impresionante de retratos, su colección
de arte, su masa-museo, sus influencias, en fin su leyenda. Sin embargo, se registra
también la aversión que provocara en algunas contemporáneas suyas, debido a su irreverencia
(satanizada) y a sus tóxicos letales de los que hablaba Ángela Ochoa Velásquez (poeta
de Comayagua).
Otras fuentes de consolidación
No puede soslayarse la influencia que tuvieron
algunos fenómenos mundiales, latinos y locales para el afianzamiento de una escritura
femenina.
Por ejemplo, los movimientos
de la liberación femenina, la celebración en México del Año Internacional de la
Mujer en 1975, la Conferencia de Beijin, en 1996, la proclamación y legalización
de los derechos de la mujer al interior de cada país y las constantes luchas por
inscribir su participación en las esferas de poder político, social y cultural;
el tema de género incluido y validado por los organismos internacionales en los
programas de desarrollo y todas las manifestaciones que ello conlleva, son argumentos
adscritos a la poesía de mujeres en contrapolación con la naturaleza poética del
hombre. Honduras no es la excepción: la lucha es constante y los espacios ganados
cobran importancia.
La herencia e influencia
actual de las poetisas latinoamericanas, sobre todo mexicanas y centroamericanas,
en la poesía actual de las hondureñas es de gran peso: la guatemalteca más cercana
es Ana María Rodas; las nicaragüenses, Gioconda Belli, Daisy Zamora, Vidaluz Meneces
y Rosario Murillo; Claribel Alegría y Jacinta Escudos, de El Salvador; las costarricenses,
Ana Istarú y Julieta Dobles; la panameña, Bertalicia Peralta; la mexicana, Rosario
Castellanos y también la poesía norteamericana contemporánea. Ellas han delegado
buena dosis de lírica comprometida política y socialmente, poesía feminista, amorosa
y erótica, muy entroncada en la cuestión de género a través del examen concienzudo
de la dinámica de los roles pasados y presentes en el devenir histórico de la mujer
latinoamericana, como escribe Asunción Hormo-Delgado, mujeres que “proponen una
poética donde la realidad se ve cuestionada en su compromiso como intelectuales
y como mujeres participantes en una sociedad cambiante” (Castro, 2001:129). Ellas
siguen en la brecha, dejando muy alto el valor de nuestras letras hispanas.
También es cierta, la
repercusión que han tenido los encuentros, coloquios, concursos, congresos, etcétera,
que se han producido en Centro América y en otras latitudes, en los cuales se ha
dado la participación de nuestras jóvenes poetisas, con buen suceso.
Estas circunstancias
les han permitido compartir experiencias y proyectarse. Los intercambios entre países,
la realización de estudios especializados en el exterior, la publicación de sus
obras, la obtención de premios, son elementos inapreciables en la apropiación actual
de esquemas experimentales en su poesía. Piénsese, por ejemplo, en la internacionalización
de los libros de Amanda Castro, la adjudicación del premio de la Bienal Valparaíso,
Chile, a Lety Elvir, el primer premio de Concultura de El Salvador a Rebeca Becerra,
la inclusión de María Eugenia Ramos, Waldina Mejía, Aída Sabonge, entre otros nombres,
en antologías extranjeras y en traducciones de sus versos a otros idiomas. Estos
hechos hablan por sí solos. Aquellos prejuicios de género se deben ir borrando de
la escena literaria mezquina y anquilosada de la crítica interna, como expresa Amanda
Castro:
…que quede como testimonio no sólo de nuestro quehacer poético,
sino también de nuestra experiencia como seres marginados y desoídos, que poco a
poco subvertimos con las palabras, en busca de la tan ansiada libertad, igualdad
de nuestra ensangrentada Centro América, y, sobre todo, de mi país eternamente ignorado
(En Osa Mayor, s/f.).
Cuando este grupo contemporáneo
empieza a escribir (a partir de los años sesentas), es notoria la influencia posvanguardista
de Roberto Sosa, Antonio José Rivas, Pompeyo del Valle, Nelson E. Merren y Oscar
Acosta. Son considerados, según Rigoberto Paredes: “como la primera manifestación
literaria de talante innovador y critico que perfila los derroteros de un proceso
verbal de calidad en Honduras”, y continúa acotando que:
las realizaciones de esta generación (la del 50), se dan por
y el cariz propio, de un corpus verbal hábilmente articulado y más proclive a una relación de identidad con las diversas instancias ideológicas y culturales de
la realidad hondureña y una estricta identificación con los procesos literarios
que se están consolidando en América Latina… (Paredes y Salinas,
1987).
Después de ellos vienen
otros nombres que estarán identificados como representantes de la nueva y novísima
poesía hondureña, producto de las agrupaciones literarias Voz Convocada y Taunka,
son los siguientes: Edilberto Cardona Bulnes, José Adán Castelar, José Luis Quesada
y Rigoberto Paredes; y, como se dijo, en beneficio de la objetividad se agregan
otros nombres como Livio Ramírez, Galel Cárdenas, Efraín López Nieto y Rafael Rivera.
La gestación de su poesía
abarca desde 1955 a 1970. Les caracteriza un lenguaje desenvuelto, sugestivo, de
laboriosa descripción lingüística formal, pero fielmente acuñado por las pulsaciones
sociales: pero, Roberto Sosa es el primero en expresar ese marco vital mediante
el rigor crítico acompañado de una veta subyacente de irónica desolación. Y así
continúa el panorama de la poesía contemporánea hondureña, más nombres vienen a
la lista, pero no encontramos en este repertorio, ninguna otra lista de féminas
dignas de mención. Se salva María Eugenia Ramos quien aparece en algún renglón,
¿dónde estaban las demás? ¿Y las jóvenes en ciernes? La respuesta también nos la
dio Rigoberto Paredes:
Yo soy optimista con la literatura hondureña escrita por mujeres
y pienso que el problema está en que no se han atrevido del todo a publicar. A lo
mejor tienen allí guardadas sus obras y a medida que nosotros nos vamos cansando
de estar en la escena pública literaria, ellas van a dar una buena sorpresa. (1993).
Estoy muy de acuerdo
con la primera parte de esta afirmación, pero en la siguiente, se deja entrever
la condición de pertenencia o control masculino sobre esa esfera intelectual, y
de la cual la mujer ha sido excluida.
Las razones o sinrazones
de esta ausencia generalizada, obedece a causas histórico-culturales múltiples y
complejas. Seguro es que los acondicionamientos sociales que forjan las diferencias
entre el hombre y la mujer en América Latina enseñan a cada cual a percibir y a
presentar los hechos de maneras distintas. Es interesante esta área, pero no nos
podemos apartar de nuestro enfoque primordial.
Hemos reconstruido la
antología Honduras: Mujer y Poesía, con la mayoría de nombres hasta ahora bastante
olvidados u obviados en los manuales y antologías de la poesía hondureña.
A varios años de su
publicación, por fortuna o justicia, no ha sido desaprobada, hecho que consolida
su objetivo. El beneplácito se ha externado a través de opiniones que refuerzan
nuestro afán y ser de investigar lo nuestro. Janet Gold, quien prologa esta obra,
la considera materia prima para comenzar otros estudios e interpretaciones sobre
su contenido. Con sana intención y por tratarse de una mujer que profesionalmente
ha estudiado la literatura hondureña y por la bien hilvanada interpretación evolutiva
que concierne a la poesía femenina, reproduzco sus expresiones acerca de esta obra
antológica.
Entre las labores propias
del sexo femenino no estaban, pues, ni escribir, ni la ciencia, ni el arte, ni la
técnica. De ahí que en esta tarea de quebrar indiferencias, un papel muy importante
fue jugado por el reducido número de mujeres que, independientemente de la calidad
de sus escritos, se atrevieran aponer en verso la inquietud que agitaba sus espíritus.
Sus cantos de dolor ante lo irreversible de la muerte; sus efusiones verbales que
exaltaban gozosas cuando el Eros y la primavera se concretaban en un nombre y en
un cuerpo de varón; un admirado éxtasis a la magnanimidad de una naturaleza tiernamente
serena o encabritadamente salvaje; sus meditaciones reverentes frente al misterio
inextricable de la divinidad y sus reflexiones exhortaciones moralizantes ante el
mundo de símbolos con que se expresan los valores ciudadanos, no son palabras vacías.
Con diferentes grados de intensidad y de fuerza expresiva; concretando, a diversos
niveles de pureza, un mensaje estético, todas esas voces representan un mundo conceptual –una corriente de pensamiento– que no puede ser minusvalorada. En otras palabras,
cualquier estudioso que pretenda escribir la historia del pensamiento en Honduras
y cualquier investigador que rastree los hilos de nuestra cultura no pueden omitir
el análisis y la interpretación del sentir femenino plasmado en el universo sígnico
de sus versos… (Revista Vida, El Heraldo, 29-08-98).
Desde la década de 1980
hasta la fecha, Helen Umaña inaugura una nueva óptica de la crítica, por tanto que
se dedica al estudio concienzudo de la literatura hondureña y lo convierte en su
pan intelectual de cada día. Hoy por hoy, es una autoridad en la materia y sus conceptos
son muy apetecidos por los estudiosos centroamericanos y de otras naciones. En lo
que respecta a la inclusión de la poesía contemporánea escrita por mujeres en Honduras,
ella ha tomado el pulso e incorporado otros nombres, como el de Amanda Castro y
Xiomara Bú, anexados a los anteriores de María Eugenia Ramos y Clementina Suárez.
Acerca de Amanda Castro, nos proporciona un interesante estudio sobre La palabra-mujer
de Amanda Castro (2000) y también como prólogo en Celebración de Mujeres (1996);
de igual manera, Poemas de Amor Propio y Propio amor (1990).
Por otra parte, en Fuego
en el Silencio (1993), poemario de Xiomara Bú, Helen Umaña examina la perspectiva
amorosa y reflexiva con el tema: “Xiomara Bú: entre Eros y Atenea”. Estos análisis
coadyuvan al conocimiento y valoración objetivos del engranaje poético propio de
nuestras poetisas.
Lo nuevo o contemporáneo en la poesía femenina
hondureña
La década más prolífica, en cuanto a publicación
de libros escritos por las mujeres, ha sido la de 1990. Las escritoras han preferido
la poesía, aunque como se indicó al comienzo, cultivan la prosa, el cuento y el
ensayo. En este apartado, nos proponemos extraer los principales recurrentes poéticos
si no en todas las autoras, por lo menos en una muestra representativa, acotando
el espacio y basándonos, fundamentalmente, en las prácticas de escritura más actualizadas.
Nos expresa el poeta
Roberto Sosa, que lo que se denomina
…poesía novísima, la de última hora, la correspondiente a
las últimas publicaciones, afecta los temas que rigen alrededor de lo erótico, la
frivolidad, la cotidianidad y el rasgo autobiográfico, todo ello subrayado por la
crítica ético-social, casi siempre afectando en tono de despiadada ironía en contra
del grupo minoritario dominante y en pro de las mayorías afectadas. (Revista Presente, No. 45, 1980)
Esta definición nos
facilita la aprehensión que podemos lograr en cuanto a la ubicación tópica y tempo-espacial
de la poesía escrita por las mujeres y de algún modo, subvirtiendo la teoría sosiana.
Esta idea, escrita por
su autor en el año 1980, hacía referencia a aquellos poetas de la Voz Convocada
y Taunka, mencionados antes y en las que no se perfilaba o no encuadraba ninguna
de las mujeres que estaban escribiendo poesía.
Han transcurrido más
de veinte años, tiempo suficiente para que los y las jóvenes poetas armaran sus
trabajos con nuevos soplos. Eso ha sucedido en el caso de las féminas. Habría que
retomar la historia de sus luchas en general, luchas femeninas y feministas para
entenderlas mejor. Sus nuevas formas de versar, estética y lingüísticamente, no
las creemos disociadas de la concepción de Sosa. Para saberlo, hay que adentrarse
en este complejo mundo y descubrir las piezas del ajedrez poético a que ellas juegan.
Corroborar los ámbitos de su palabra y las propias significaciones, es lo que pretendemos
en este segmento, no con la exhaustividad que merecería tal cuestión, que es la
tarea de los críticos de la literatura, pero sí dejar constancia e inquietudes de
abordaje.
Lo femenino y lo feminista en la poesía
El movimiento femenino –en general– no
ha vuelto a ser el mismo a partir de la aparición de los movimientos feministas
hace algunas décadas, cambiando así radicalmente la visión acerca de y desde la
mujer. La visión y la posición de la mujer ante el mundo necesariamente, difieren
de la que preponderaba hace un tiempo, no sólo por la creciente conciencia de convertirse
de objeto a sujeto social, sino también, porque ha originado nuevas actitudes suyas
frente al medio. De estos cambios, específicamente, en lo relativo al área cultural,
no escapa la poesía escrita por mujeres.
La mujer rompe con las
convenciones de la escritura patriarcal que la reproducen literariamente como un
personaje pasivo, y detenido en un “eterno femenino” supuestamente inmutable. El
fruto de esta toma de conciencia es la constatación de una identidad en virtual
estado de transformación, que sugiere un trasfondo y éste nos lo explicita Rina
Villars en la siguiente cita:
(…) como en el resto de los países centroamericanos, el debilitamiento
del movimiento popular hondureño incide en el fortalecimiento de las organizaciones
de mujeres, las que surgieron (…) supeditadas a él. Es entonces –y cuando la perspectiva
socialista comienza a desdibujarse en el panorama político nacional e internacional– que las organizaciones femeninas empiezan a adquirir autonomía y a ver en la propuesta
feminista una opción de lucha. Este proceso de automatización no conllevó, como
sí sucedió en otros movimientos latinoamericanos de mujeres, una confrontación abierta
con el autoritarismo masculino y el reduccionismo clasista imperantes en el movimiento
popular. Como lo reconocen hoy algunas feministas, fue el “desencanto” y el “vacío
político organizativo” que dejó en muchas mujeres la desarticulación de las organizaciones
izquierdistas en las que habían militado, lo que llevó a la búsqueda de espacios
propio o sólo de mujeres… (2001)
El tema feminista, por
lo tanto, se convierte en una vertiente de la escritura femenina y en poesía encontramos
típicos y contundentes ejemplos en Blanca Guifarro, Lety Elvir, Amanda Castro, Juana
Pavón. Señalaremos algunos versos incluyendo ciertos elementos críticos que se han
vertido sobre sus poemarios.
Amanda Castro (1962-2010)
En importantes valoraciones, tanto de Helen
Umaña, con La palabra mujer en Amanda Castro como Asunción Horno-Delgado, con Celebración
de Mujeres: Honduras en ocasión marginal (2001), basadas en el poemario
Celebración de Mujeres (Castro, 1993), sincronizan su óptica crítica en asumir que
la dinamicidad femenina en Amanda Castro se aleja de lo convencional y se erige
en provocación peripatética que se entreteje, disruptivamente, entre los intersticios
del discurso social. Helen ya había denotado que la escritura femenina de hoy debe
apartarse del timbre alambicado y sentimentoide, que se tiene por bueno cuando una
mujer escribe.
En este libro, la celebración
de mujeres reside en la fortaleza femenina, en las instancias de los Retratos, Relatos,
Mujeres de Fuego, y la Celebración, las cuatro divisiones del poemario que representan
la trayectoria de la urdimbre afectiva, como lo dice Asunción, que va forjando el
sujeto femenino en Amanda Castro. Por ejemplo el personaje de “La Calona” (página
28 del Poemario) la hipérbole grotesca en su descripción, configura un acertado
retrato de la mujer poderosa:
Era una vieja
más ancha que larga
con las tetas enormes
y un cuchillo en la lengua
que cortaba el pueblo en mil pedazos
con el paso lento
y a sus palabrotas
hasta los generales le tenían miedo.
Y así, transitan otras
mujeres que, como en Juana la Loca son aniquiladas por el sistema o –como dice
Helen Umaña– en confrontación con su circunstancia, la mamá, la curandera, la calona,
la bailarina, la vendedora de flores, la abuela, para todas, la palabra mujer de
Amanda Castro, es solidaria. Sabe Amanda en qué medida la discriminación de género
ha dejado su marca de fuego en el lenguaje y como Ana María Rodas, no teme herir
oídos acostumbrados al disfraz y al ocultamiento verbal, como apunta Umaña en su
análisis.
Con la caracterización
del personaje de Juana la Loca, estigma para Juana Pavón, a quien Castro incluye
en su obra, basta para remitirnos a esta artista polifacética. Podemos entender
“su sana locura”. La poetisa Pavón, quien a su vez tiene su autodefinición en su
libro “Yo soy esa sujeto” (1994), cuyas ideas en poesía podrían emparentarse con
las de la guatemalteca Ana María Rodas, por su tendencia a la desmitificación de
los anquilosados esquemas machistas y a expresar descarnadamente sus vicisitudes
de mujer atropellada y vituperadas, a través de voces destapujadas e irreverentes.
“Los golpes nacieron contigo” es un poema en el cual hace partícipe a toda mujer
violentada en sus derechos de humana, al igual que ella.
Blanca Guifarro (1946)
Blanca es considerada “subversiva” en Honduras
no sólo por su ideología, sino también porque se ha convertido en un ícono de las
muchas maneras en las cuales las mujeres hondureñas son doblemente reprimidas: por
el gobierno y por la cultura (…) También ha sido objeto del odio de algunos hombres…”
(Castro, 2001).
En los ensayos escritos
por la autora Guifarro, su colección Le tengo miedo a la noche (Litografía López,
1998), reúne los siguientes títulos: Mujer: estereotipos y autoestima; Sexualidad,
Amor y Violencia y Mujeres y Política. A través de ellos procede a reconstruir los
estereotipos y a cuestionar el papel de la mujer en esa sociedad. En estos escritos
las mujeres logran sobreponerse de “víctimas” a “sobrevivientes” de la violencia.
La naturaleza de estos
temas ensayísticos, es el eje motivador en sus dos poemarios ya publicados: La otra… mitad
(1966) y Ataduras sueltas (1998). En el primero, se plantea un llamamiento a la
conciencia femenina para rescatar esa otra parte que le ha sido arrebatada, vilipendiada
y mancillada desde siempre. Expresa Blanca Guifarro que su visión de las mujeres
es dimensionarlas en su totalidad y no bajo una mirada que la parte, que la fragmenta,
que no la ve como es sino como la quiere ver.
En la poética de Blanca
Guifarro se plantea la razón y sinrazón de una libertad preconcebida, sin prejuicios,
sin ataduras, pues ella expresa con firmeza y sin disimulos que “escribe desde la
cotidianidad, desde su condición de mujer, amiga, hija, amante, ciudadana”, porque
para ella, escribir poesía es “romper silencios, es conjugación intelectual con
la existencia misma. Es socializar experiencias colectivas sentidas y deseadas”
y continúa indicando que la poesía es una “amapola descolgando esperanzas, es una
incansable mujer trepadora de la vida (Pineda)
En una nota del prólogo
de Rina Villars, sustenta que la mujer es sin duda el referente principal de este
poemario. La mujer escindida, partida en dos mitades, callada, rebelde, dadora de
amor y receptora de la nada. Esta mujer cercanalejana es la mujer-autora y la mujer
en general, no la mujer como abstracción, sino aquella cuya existencia está “colgada
en las casas de empeño” o sepultada en la “piedra de moler” , o en aquella que “saca
basura todos los lunes y jueves” y “espera con alegría el agua racionada”.
El texto del poema completo
es el siguiente:
AMAS DE CASA
El reducido espacio
en que navegamos
impide soñar con cosas agradables
y proyectos a largo plazo,
sacar basura los lunes y jueves,
esperar con alegría el agua racionada,
encender la radio para verificar contactos,
la costumbre es el colchón
de muchas vidas
que sin aspiraciones de trascender
sostienen la existencia.
(La otra… mitad)
En el segundo poemario
alude a la “mujer nueva” que sin renunciar a su esencia, se transforma. Ataduras
Sueltas (1998), es sinónimo de libertad en la óptica de Blanca. Su interpretación
la asume Lety Elvir, en la escritura del prólogo:
(…) nos habla de las mujeres en el universo hegemónico del
patriarcado y la posibilidad de construir un mundo con equidad, un mundo sin ataduras
sexistas. De ahí que la poeta elabore su propio lenguaje, su propia simbología desde
una perspectiva de género.
y sigue: “Las ataduras,
sobretodo de las mujeres, se llaman: tabúes, silencio, miedo, leyes obsoletas… por
tanto habrá que soltarlas, romperlas, ¡transgredirlas!”. Veamos algunos versos:
ME DECLARO FEMINISTA
(…) Porque las culpas
no existen,
los mitos están rotos,
los tabúes
han silenciado su voz.
Concluye la prologuista:
“Estoy segura que Ataduras Sueltas tendrá diferentes lecturas y juicios, Igual… que
estos versos líricos, auténticos, irreverentes y transgresores, abonarán la buena
literatura”.
Lety Elvir Lazo (1966)
Es una joven escritora que ha recibido
el reconocimiento internacional por su poesía; es autora de los libros Luna que no cesa (1999) y Mujer entre perro y lobo (2001). Los comentarios
sobre ambos libros le favorecen. Con el primero, ganó el Premio Embajada de Chile
y el primer lugar en la VIII Bienal Internacional de Poesía, auspiciado por la revista
Correo de la Poesía, de Valparaíso, Chile.
Tomar de referencia
las notas en cualesquiera de los libros, nos ofrece la idea clara de estar ante
una persona con seriedad ante la escritura. Va en ascenso con su poemario inédito
Bajo Sospecha. Lety se inscribe en la lista feminista y a la vez existencial. La
española Ángela Muñoz Fernández, refiriéndose específicamente a Mujer entre perro
y lobo, capta elocuentemente el sentido exacto de la voz de la autora:
La experiencia humana aquí se dice en femenino. La voz mujer
sirve de obertura a los cuatro movimientos que acoge el poemario: mujer con lupa
e insecto; mujer rapada y pies descalzos; mujer con ropero y mujer en noche oscura.
En este decir, surge la cotidianidad como red que sustenta la existencia: acoge
el tedio y la rutina, pero también el misterio como instancia singular y extraordinaria
de la vida; se descubre también lo trascendente entendido como apertura a “lo otro”,
el misterio de las relaciones y la vida humana. Más allá de los ismos, de los feminismos,
sin negarlos ni borrarlos, queda la experiencia única y singular del ser. (2001, contraportada
del libro)
También Claudia Torres,
otra escritora hondureña, estudia esta poesía de Lety y valiéndose de un completo
análisis a través del método de “desarrollo de la identidad” propuesto por Adelaida
Santana, de Puerto Rico, nos concluye que cada parte y el conjunto del poemario
Mujer entre perro y lobo, es un entramado que recoge la evolución de una subalteridad
a una libertad heterotrófica que nos humaniza (Prólogo: …/no me dejes caer en la
tentación/ de perder este híbrido/ cruce de ingenuidad, rebeldía y fe/con el que
he aprendido a reconciliarme / con tu ser del todo y de la nada/ Amén.
Lo erótico-amoroso
Como hemos observado en este grupo de autoras,
el peso de lo cotidiano, la preocupación social y las cuestiones de género, van
configurando el yo lírico femenino en la poesía hondureña.
Asimismo, otra veta
poética que se ha encontrado en los versos de las hondureñas, es el tratamiento
de lo erótico-amoroso, tendencia relevante de la poesía contemporánea, como lo es
también la problemática de la identidad, considerado como universal. En la mujer,
el erotismo toma un giro diferente y frecuentemente se traduce en un abordamiento
más abierto y persistente de la sexualidad, sin caer en lo pornográfico. Lo erótico:
más como sinónimo de libertad, como camino privilegiado para llegar a lo vital.
Se canta al goce del descubrimiento del cuerpo.
Muestra de ello, la
encontramos en la poesía de Waldina Mejía en el poema Primero, en Armida García,
en “Poema V”, en Diana Espinal en “Poema VIII”, en Soledad Altamirano en todo el
poemario Cronología de una ausencia y en Indira Flamenco, en el poema “Etiqueta
para esta noche”.
La iniciadora de este
género en el espacio femenino hondureño fue Clementina Suárez, auspiciada, especialmente,
por la uruguaya Delmira Agustini, quien esgrime su sensualidad a torrentes. Como
expresó alguien que estudió a Delmira, que su profunda y fatal originalidad fue
buscar el espíritu por el camino de la carne.
Quisiera presentar algunos
versos de esta índole, por ejemplo en “Eclipse de Agujas” de Diana Espinal (2000),
ya nos asevera Heriberto López en el Prólogo, que:
Diana Espinal es en el contexto de la creación de poesía de
mujeres en Honduras, una voz necesaria, un punto de vista que se aparta del cotidiano
anquilosado, voz de poeta y de mujer urdiendo con exquisito placer y búsqueda de
lenguaje, los temas fundamentales y complejos de lo erótico y de lo amoroso. (2000).
Lo podemos constatar
en el “Poema VIII”:
Enhebras mis hilos con tus /manos/ zurces mis entrañas, /siento
que se estallan/las riendas/que me enredan y me enervan, /enhebro/ tus hilos con
mis dedos/ meriendo/ el desborde, el océano/ y el gimoteo de la ola / entre tú y
yo/ el rechinar de las bisagras / el apagón del inconsciente/ en el punto central
del éxtasis/ en la /estrella cefálica.
Entorno familiar
En un afán de trabajar con otra hondura
se abordan los temas de lo doméstico. Lo femenino resulta desmitificado y fundamentalmente
resignificado. Lo encontramos en el poema “Mujer todos los días” de Waldina Mejía,
que expresa en su última frase:
Mi mamá nos recibe cuando estamos cansados y caídos/ pero
no nos convierte las espinas en flores/ porque nos enseñó a quitarlas solos/ y no
es la más clara imagen de Dios sobre la tierra /no alcanza requisito para santa/
ni se parece en algo a la virgen María…
Ya no es la excelsa
figura, con la pureza virginal sino la madre real, de carne y hueso, que sufre,
que llora, que yerra; pero que ante todo, nunca deja de amar.
Como en Waldina, en
otras autoras reaparece el tema de la madre con imágenes sencillas y fulminantes.
Recordemos en Celebración de Mujeres, de Amanda Castro y el poema La mamá, pero
también en Alejandra Flores Bermúdez, “Hoy” (2001).
En Rebeca Becerra, el
tema de la casa se liga a la infancia, a lo elemental, a lo seguro, al tiempo y
a un futuro prometedor. Pero, por sobre todo, es la tristeza la que penetra en su
poesía hábilmente manejada. Hablan de su timidez y de su mutismo; dicen que Rebeca
es la más alta promesa del futuro de la poesía. De ella será la gloria en las letras…
Eso dicen, mientras tanto ella “se sienta debajo de una mesa y se tapa los oídos
para escribir con la sencillez de lo imposible” (Allan Mc Donald, El Heraldo, Tegucigalpa,
M.D.C. 8 de junio, 2002).
Hay una tendencia a
presentar desde muy diversas ópticas, figuras femeninas inscritas en un marco familiarizado.
Además de la madre, están la tía, la abuela, la vecina, la mujer trabajadora y otras.
Unas autoras con la intención de conservar ese hilo filiar que las une con el recuerdo;
otras, para afianzar lo femenino y fundamentalmente enraizar el constructo de una
conciencia de mujer. Una agradable composición en esta línea, nos puede ser útil
para poseer la idea: Alejandra Flores nos regala en un timbre bastante coloquial
el poema Cocinera:
Sospecho /que dormías/ bajo/ la sombra/ de un perol/ porque/
construiste para mi/ castillos de sal/ amaestraste/ la mano de moler/ barriste la
leña/ diste con el tizón/ y de tu manga/ caían cenizas/ murmullo de las noches/
esquinas cardinales /el fin y el comienzo/ del día confundido/ con la harina ardiente/
las goteras /chorreando de horchata/ brebaje de pinol/… (s/f)
La presencia de la figura
paterna, también resulta muy bien lograda en Aída Sabonge en su poema Escolta; y,
en María Eugenia Ramos, con su poema Retrato. El tema maternal ha sido abordado
desde siempre y las poetas actuales lo manejan en función de sus experiencias vitales.
Las que son madres, generalmente su yo lírico se dirige a los hijos e hijas. Lo
podemos ver en algunos versos de Blanca Guifarro, Aída Sagonge y Waldina Mejía.
Lo intrascendente poético
Entre lo cotidiano y lo familiar, entre
lo coloquial y lo trascendente, aflora un tipo de versos, muy recientes; me refiero
a la escritora Diana Vallejo; en ella, hay un experimento que apunta a esas cosas
consideradas no poéticas por la tradición, es decir lo trivial, lo aparentemente
insignificante. El maestro es Oscar Acosta a quien conocemos como el poeta que expresa
la “poesía suave de las cosas” en palabras de Helen Umaña, o aquello que Emerson
instituye como “la sublime presencia unificadora que atraviesa todas las cosas”
(Acosta, 1996).
Como escribe el poeta
José Luis Quesada, en nota de presentación del poemario Días Urbanos, de Diana Vallejo:
Recuerdo, ahora, los simples zapatos pintados de Van Gogh,
tan groseros, tan obvios, pero en sus líneas podemos leer la historia de un hombre,
de un campesino. Ese cuadro, me parece, influyó no sólo en el curso de la pintura
universal sino de la poesía moderna. ¿Pues, qué hay de lo objetual, elemental, familiar
que no esté en esos zapatos? (2000: prólogo)
La osadía de entablar
comparaciones entre uno de los consagrados poetas de Honduras y una novel autora
no es fortuita, pues al poeta Acosta lo leemos todas y todos; él nos familiariza
con los perros, el caballo, el teléfono, los libros, los muros, etc. Esto nos permite
resaltar el objeto poético de la autora Vallejo, ya que es otra forma de dimensionar
su incursión en la poesía. ¿Qué nos importa una simple mesa, una lata, un puente,
un ratón, el bus de ruta, un apero, el taxi, la mosca o el barullo de gente? Ella,
poéticamente, le saca provecho.
No son en vano las expresiones
atinadas de José Luis Quesada. Pienso que estos elementos son habitantes de la ciudad,
y de una ciudad como nuestra capital, y por tanto, nos pertenecen, ocupan un espacio,
tienen su propia dinámica en el equilibrio de la existencia. O es que Diana le ha
quitado prestadas las “torpes y monótonas moscas” al poeta Antonio Machado, o ha
sido una amante lectora de las Odas Elementales de Pablo Neruda, quien poetiza a
la cebolla, al edificio, al diccionario, al hilo, al átomo, entre otros detallismos.
Como Ezra Pound, decía que en la poesía cabe todo lo que se pueda expresar con el
lenguaje.
De lo social al asunto de la solidaridad
Al estudiar la vanguardia, lo primero que
aprendimos es que se adjudicaba a un sentido directamente relacionado a la lucha
contra el orden social establecido. Vanguardia, representa, pues, un cuestionar
no sólo de valores estéticos, sino también de la estructura de poder. La mayor parte
de los artistas de hoy políticamente han estado de parte de los cambios sociales,
por tal razón se les llama progresistas. La poesía de María Eugenia Ramos ya ha
sido rubricada como tal.
Se dice que en ella
se juntan la formación ideológica, la capacidad intelectual y el humanismo necesario.
Ella ha sido favorecida con la buena crítica y como lo manifestara Rigoberto Paredes,
María Eugenia Ramos ha pasado a formar parte de esa pléyade de jóvenes poetas que
por su compromiso ante su pueblo –heredado de una tradición familiar– ocupa un sitial
importante entre las escritoras hondureñas. Ha elaborado un solo libro de poemas
Porque ningún sol es el último (1989), en donde la vida se torna sinónimo de lucha,
y este paradigma lo encontramos en sus mejores poemas: “Retrato”, “De este país
y de estas gentes”.
Helen Umaña le incluye
un estudio en su libro Ensayos de Literatura Hondureña (1992) y expresa que el acierto
más grande en ella es escribir objetivando situaciones. Está presente la angustia
social, el sentimiento solidario y la esperanza en el futuro. Su mirada no es indiferente
y se use solidariamente a la idea de cambiar las cosas. Como diría Oquelí, a esta
poeta le duele la patria. Reproducimos el poema “De este país y de estas gentes”
(…) el odio de distribuye en panes por las mesas. No hay sitio
para la sal y el café de las mañanas tiene un sedimento amargo. Son los pobres de
luna, los mendigos del ojo solitario, los impotentes, los maniáticos, los que hoy
deciden, sobre la restauración de catedrales, ll curso de los ríos y la conveniencia
del amor. Estar vivo y ser de este país y de estas gentes no es alegre ni triste
sino necesario…
Está claro que María
Eugenia opta por lo social. Su crítica toca lo político, de modo que su itinerario,
dice Helen, está acompañado de un pleno conocimiento nada complaciente del mundo
que la rodea. Actualmente María Eugenia Ramos, se ha orientado a la rama del cuento
con un buen tino y además la crítica la respalda.
Otra autora que se caracteriza
por este tipo de poesía social y solidaria, es Sara Salazar Meléndez. Participa
su poema “Patria” en una publicación de “Poesía rebelde, palabra para la paz” (1984),
cuya selección y nota estuvo a cargo de Eduardo Bahr quien confiesa que es rebelde
esta poesía porque habla en contra de la injusticia, que es la violencia y es la
guerra, es palabra para la paz.
Sara Salazar ha publicado
en periódicos y revistas; sus poemarios aún permanecen inéditos. Les presentamos
el poema “Patria”:
Hambre, paramo erial; carnes flácidas, niños de cantos sucios
y lágrimas prematuras surcando mejillas infantiles; suburbios malolientes, moscas
y basura, burdel y estanco, mujeres desgreñadas, perros famélicos que arrastran
en débil esqueleto, garrote y cárcel, explotación y exilio temor y hombres frustrados.
A todo esto aquí, le llaman Patria.
Tanto María Eugenia
Ramos como Sara Salazar participan con sus contemporáneas en el tratamiento de otros
temas dentro de sus poesías como la mujer, las figuras familiares, el amor, el odio,
la soledad. Este último tópico no ha sido desarrollado en este trabajo, por ser
una constante digna de un estudio aparte. De alguna manera, lo he estudiado, por
ejemplo en “Eva Thais: poeta de la soledad”, publicado en un compendio de Janet
Gold, Volver a imaginarlas. Retratos de escritoras centroamericanas (1998).
Poesía testimonio
No es común este género en la poesía de
las mujeres hondureñas, como sucede en otros países centroamericanos. Pero es con
Helen Umaña que logramos percatarnos de su existencia muy reciente, a través de
su poemario Península del Viento (2000).
Como bien lo clarifica
su editora, (que es su hija), el libro es un valioso documento poético testimonial
que, además, posee un significado que va más allá de las fronteras patrias pues
recoge parte de su existencia en Guatemala. Ella, como protagonista de exilio, nos
narra en versos finamente acabados, la experiencia vivida y todo el engranaje que
esta ignominiosa práctica produjo en su persona y en otros. Estos elementos van
surgiendo desgarradamente ante la palabra de poética certera. Veamos:
RAZONES
Los verdugos,
desde su líquida mirada,
asperjaban
la crueldad de su veneno.
El miedo,
pan nuestro de cada día,
ha enroscado sus anillos.
El imperativo el salto
hacia el vacío.
La entrada en la quietud de esta muerte.
La estructura poemaria
creada por la autora Umaña, expone con talante verbal y exquisitas figuras las tres
partes de su libro: El círculo de hierro, Los pájaros violentos y Nivel del mar.
Material poético que nos abre las puertas a otra dimensión de análisis y de incursión
en las letras femeninas contemporáneas. Aparte de ser, hasta ahora, la principal
investigadora de la literatura hondureña, conmueve nuestros sentimientos, cuando
nos participa de su historia y la de un pueblo al que ella está muy ligada. Helen
se nos presenta como es y como ha sido. Ha escrito siempre sobre otros, pero ahora
se escribe a sí misma.
Esta otra faceta de
Helen Umaña, la de poeta, viene a darle el toque necesario y revitalizador al valioso
desarrollo de la poesía femenina en nuestro paìs; es un buen comienzo y un buen
final para continuar por esta senda.
Puntos finales
Estamos pues, en presencia de un grupo
de escritoras líricas que en los últimos años trabajan por dirigir nuestra poesía
por rumbos antes no transitados. En este breve recorrido por la poesía femenina
contemporánea en Honduras, hemos constatado aquellos lineamientos de que hablaba
Albizúrez Palma (1995), al abordar la poesía contemporánea de Centroamérica. En
este sentido, podemos concluir en los siguientes puntos:
• Las poetas hondureñas
que desde los años sesentas se han manifestado en sus creaciones, han logrado estampar
con sello vanguardista los tópicos contemporáneos; algunas de ellas han forjado
a través de sus versos un constructo social ideológico que se concreta en un discurso
de denuncia e impotencia ante la injusticia social.
• El hecho de asumir
una óptica de denuncia o de romper con estereotipos son ya formas de transgresión
y esta actitud se refleja en la dinámica poética de las mujeres que han activado
o simpatizado con los movimientos sociales y, más concretamente, en los movimientos
femeninos.
• Al asumir las temáticas
privadas o más intimistas, -las que ocupan bastantes líneas—les imponen un nuevo
aliento al darles una dimensión humana alejada de lo convencional. Aunque la tradición
no se aleja del todo.
• Lo cotidiano, lo amoroso,
el erotismo, lo filial, la soledad, la solidaridad social y de género, los ambientes
físicos (ciudad, casa, país) están presentes como elementos catalizadores del estilo
personal en cada una de las poetas estudiadas.
• Otras poetas han participado
en el plano artístico, en la búsqueda de nuevas formas de expresión, y en lo personal,
han procurado establecer contactos interregionales e internacionales, que les ha
favorecido en un acercamiento cualitativo con la poesía femenina contemporánea de
otras partes del mundo.
• La poesía femenina
hondureña contemporánea se minimizaría si fuera monocorde, mientras que la polifonía
de sus voces le otorga densidad desde su visión de conjunto. Se valen de recursos
que proceden de corrientes como la antipoesía y el exteriorismo profesados por Nelson
E. Merren, Alexis Ramírez, Rigoberto Paredes, Juan Ramón Saravia, José González,
Roberto Sosa, Clementina Suárez, entre otros y otras.
Queda en nosotros, la
responsabilidad de seguirle los pasos a ese caminar de las poetas hondureñas, apoyarlas
en sus proyectos, leer sus libros, y procurar valorarlas en su justa dimensión.
Este es un desafío para limar asperezas y reconocernos como hermanos. Es hacer algo
bueno por Honduras, ya que “Honduras tiene nombre de mujer” (Verso de Juana Pavón…)
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Número 195 | dezembro de 2021
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