Si los peruanos le ofrecieran
al mundo un banquete para conmemorar el Bicentenario de la Independencia, podrían
escoger al menos doscientos platos, en un repertorio de más de dos mil preparaciones.
Su cocina ha heredado productos, técnicas y costumbres ancestrales, que se fueron
vinculando y compenetrando, a partir del siglo XVI, con la cocina venida de España
(suma, a su vez, de influjos varios) y que recibió luego otros enriquecedores aportes.
Todos los productos
de la cocina peruana reunidos en los principales mercados del Perú pueden apreciarse
en orden de aparición desde la perspectiva de la historia. Conviene, sin embargo,
empezar por la geografía. Tres son, de modo general, las regiones naturales de este
país megadiverso, con una treintena de climas y el triple de microclimas. Frente
al Pacifico, la costa extiende vastos desiertos y una serie de valles regados por
los ríos que descienden de los Andes. La cordillera, con sus altas montañas, ofrece
extensas punas, algunos lagos, entre los que sobresale el Titicaca, y otros valles,
con sus tradicionales andenes o terrazas de cultivo. En la ladera oriental de los
Andes, la selva empieza a extender un manto verde con millones de hectáreas de bosques
tropicales, por el que discurren el Amazonas y otros ríos en dirección al Atlántico.
En un vertiginoso salto al pasado, podemos imaginar esas pequeñas cuencas
en medio del desierto o las montañas, para no hablar de la espesura amazónica, hace
unos doce mil años, cuando se extinguía la megafauna y terminaba el Pleistoceno.
Los paisajes eran, seguramente, agrestes, rebosantes de bosquecillos, con pedregales
cubiertos de plantas aborígenes y exponentes de la fauna nativa, y poco a poco,
empezaron a ser ocupados y adaptados a sus usos por los primeros grupos humanos.
Surgen entonces incipientes focos de desarrollo que, en un milenario proceso, se
irán convirtiendo en reconocidas expresiones culturales, como Caral o Chavín y,
más tarde, en señoríos y horizontes regionales que la arqueología ha ido revelando
(Moche, Paracas, Tiahuanaco, Huari, Chachapoyas, etc.), hasta llegar, hace más de
seis siglos, al Tahuantinsuyo o Imperio de los Incas. El amplio y aislado territorio
donde florecieron esas antiguas culturas que, en conjunto, forman la civilización
andina, ofrece una diversidad de recursos alimenticios que fueron seleccionados
y adaptados por las poblaciones ancestrales desde tiempos remotos
El antiguo Perú figura, por lo mismo, entre los primeros centros de domesticación
de plantas y animales del mundo y es una de sus reservas de recursos genéticos,
con 182 especies de plantas nativas domesticadas y cinco tipos de animales domésticos:
la llama, la alpaca, el cuy o conejillo de Indias, el pato criollo y el perro andino.
Es, desde luego, el primer país en lo que a variedad de papas se refiere (nueve
especies y cerca de tres mil variedades), de ajíes y pimientos (cinco especies y
decenas de variedades) y cuenta con 36 tipos de maíz. A ello se añaden la quinua,
los porotos o frejoles, los zapallos, las calabazas y una serie de tubérculos, además
de raíces, frutales y plantas alimenticias que forman parte de su dieta ancestral,
así como una impresionante riqueza ictiológica, gracias el encuentro de las corrientes
de Humboldt y del Niño frente a sus costas y a la diversidad de especies lacustres
y fluviales.
La cocina prehispánica
El patrimonio alimentario de los antiguos peruanos nos llega gracias a
la continuidad de las costumbres, al registro de los cronistas y a los hallazgos
arqueológicos. Según Hans Horkheimer conocemos sus alimentos, pero ignoramos
las recetas y el orden de sus comidas: solo podemos deducirlas a partir de las mencionadas
fuentes. Cobo, por ejemplo, sistematiza así sus modos de consumo: “Comían dos veces
al día: a las ocho o nueve de la mañana y por la tarde, con una o dos horas de sol.
La mesa era el suelo, sin poner nada debajo, excepto los caciques y gente de cuenta
que ponían por manteles una manta. No sentaban a sus mujeres a la mesa, aunque comían
todos juntos, porque la mujer se sentaba a las espaldas del marido […] y allí tenía
los potajes en sus ollas y los servía […] y de esta manera se sentaban y comían
en sus casas y en los banquetes públicos”. En tales ocasiones comían y bebían en
abundancia, con el cacique sentado a la cabeza en un pequeño taburete: “Cada uno
comía y bebía a su costa llevando a la fiesta lo que había de comer […] lo cual
era ocasión de que se convidasen […]. Setabense a comer a la larga, en ringlera,
cada parcialidad de por sí, a una parte la hanansaya y a otra la de hurinsaya”.
La cocina o fogón era especialmente austero. “En todas las casas -añade
Cobo-, por pequeñas que sean, hay su fogón detrás de la puerta, el cual es de hechura
de un hornillo pequeño de barro […]. Con esto gastan poquísima leña”. En lo que
se refiere al menaje casero, Cobo indica: “La mayor parte […] son tinajas y cántaros
de barro; no guardan en su casa otro licor, ni aun agua, más que su vino o chicha
[…]. Para hacer este brebaje, guardarle y beberle, tienen más instrumentos y vasos
que para sus comidas”. Usaban ollas de barro, cántaros, vasijas, platos de barro,
madera o calabaza secas, mientras que la vajilla de los nobles era de oro y plata.
Cortaban y troceaban con hachas y cuchillos líticos o metálicos. Tenían, ralladores,
espátulas y cucharones de palo; comían con la mano o con cucharas de madera, arcilla
y, en pocos casos, de metal. Al respecto, el mercedario Martin de Murúa dice: “No
tenían necesidad de trinchantes, porque cuando el manjar se guisaba lo picaban tanto
y lo aderezaban tan menudo que ni aún el cuchillo que ellos usaban no hacia oficio
en la mesa”. Contaban, además, con batanes y morteros, y guardaban los víveres en
tinajas de barro.
La continuidad de las practicas echa luces sobre sus principales técnicas.
En tan abrupta geografía, el secado, la deshidratación y hasta la liofilización
eran fundamentales para intercambiar y conservar los alimentos. Maíz, ají, papas
-convertidas en chuños y tuntas-, porotos, pallares, quinua, cañihua,
carnes, pescados, mariscos, camarones, hierbas aromáticas y otros productos eran
sometidos a tales procesos, hasta convertirse en la reserva necesaria para las casas
y el complejo sistema de tambos apostados en su célebre red caminera o Cápac Ñan.
El ahumado fue, en cambio, poco común, salvo en la región amazónica.
El jesuita José de Acosta dice que “el pan de los indios” era el maíz.
“Cómenlo comúnmente -añade- cocido así en grano y caliente, que llaman ellos mote;
como comen los chinos y japoneses el arroz […]. Otro modo de comerlo más regalado
es moliendo el maíz y haciendo de su harina masa”. El Inca Garcilaso explica que
con esta masa se preparaba el zancu, “panecillos redondos del tamaño de una
manzana”, las humintas y una especie de pan o tanta. En relación con la quinua,
el Inca señala: “Las hojas tiernas comen los indios y los españoles en sus guisados
porque son sabrosas y muy sanas; también comen el grano en sus potajes, hechos de
muchas maneras. De la quinua hacen los indios brebaje para beber, como del maíz,
pero es en tierras donde hay falta de maíz”. Pedro Cieza de León notó que en el
Altiplano la población se alimenta principalmente de papas, chuños, ocas y quinua.
Garcilaso se refiere también a platos con zapallo y otros productos originarios
como el maní, además de “tres o cuatro maneras” de porotos. “En sus guisados -dice-
comen cuantas yerbas nacen en el campo, dulces y amargas, como no sean ponzoñosas
[…] No perdonan las ovas que se crían en los arroyos, que también las guardan lavadas
y preparadas para su tiempo”.
La tradición
mestiza
La cocina peruana
actual se basa, como vemos, en la tradición ancestral y en un incesante proceso
de mestizaje que comienza con el arribo hispano. Ajos, cebollas, trigo, carnes de
res, cerdo, cordero, cabrito, conejo o gallina, arroz, leche, quesos, cítricos,
azúcar, aceitunas, aceites, frutas, frituras, vinos y vinagres, aguardientes, vajillas,
sartenes, mesas, sillas y otros numerosos insumos, especias y utensilios, pasaron
entonces a incorporase a su paisaje gastronómico. Los productos y las nuevas técnicas,
con la presencia mora y africana, fueron dejando una honda huella que, en el siglo
XIX, alcanza una celebrada expresión gastronómica, a la que se añade los aportes
de las migraciones china, japonesa y de otras tradiciones europeas. El círculo se
cierra con la contribución de los antiguos peruanos y sus productos emblemáticos
a la alimentación mundial. El propuesto banquete del Bicentenario es, también, un
banquete global de milenaria raíz, reconocida suculencia y promisora amplitud.
NOTA
Texto originalmente publicado en Quipu
virtual. Boletín de cultura peruana del Ministerio de Relaciones Exteriores
# 58, Lima, 9/7/2021.
Bibliografía básica
Alonso Ruiz Rosas. La gran cocina mestiza
de Arequipa. Arequipa, Tambo de Papel Editores, 2017.
Sergio Zapata Acha. Diccionario de gastronomía
peruana tradicional. Lima, USMP, 2009.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 192 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidado: Pablo Amaringo (Peru, 1938-2009)
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