A mediados
del siglo XIX se cultivaron el periodismo, la poesía lírica y patriótica, el
teatro, la oratoria y el género epistolar, pero el ensayo aún no había adoptado
forma y extensión, ni dimensión autónoma. De modo que es un género tardío en el
país, a pesar de que Montaigne lo creó en Francia, en el siglo XVI. Sólo se
cultivaba, a través de la brevedad y la espontaneidad del diarismo. Surgen los
periodistas-ensayistas, los abogados o políticos como Alejandro Angulo Guridi,
César Nicolás Penson, Ulises Francisco Espaillat, Manuel de Jesús Galván, Pedro
Francisco Bonó, Manuel de Jesús Peña y Reinoso, Eugenio Deschamps, Gregorio
Luperón, Federico Henríquez y Carvajal, entre otros, quienes escribieron
artículos políticos, de corte pedagógico o doctrinario, en diarios como El
eco de la opinión, El duende, El progreso, La reforma, El orden, La república,
La nación, El oasis o El porvenir. Algunos, de vertiente anexionista y
pesimista, y otros, más conservadora. El más destacado de nuestros ensayistas
de la postrimería del siglo XIX será Federico García Godoy, autor de libros
esenciales en el pensamiento dominicano como El derrumbe (1916),
Perfiles y relieves (1907), La hora que pasa (1910) y Americanismo literario
(1918). El otro gran cuentista, y también ensayista, es José Ramón López,
autor de La alimentación y la raza, un ensayo de corte antropológico,
y Francisco Moscoso Puello, autor de Cartas a Evelina (1941), y
Américo Lugo, autor de El Estado dominicano ante el derecho público
(1916) y El nacionalismo dominicano (1923). A mi modo de ver, Cartas
a Evelina, que adopta la forma epistolar en boga, corresponde a una
tipología de ensayos, que representa una búsqueda de la identidad y la
definición del ser nacional, como lo hicieron Samuel Ramos (Perfil del
hombre y de la cultura en México, 1934), Octavio Paz (El laberinto de la
soledad, 1950), Eduardo Mallea (Historia de una pasión argentina,
1937), Ezequiel Martínez Estrada (Radiografía de la pampa, 1942), etc.
Luego surge
uno de los prosistas del ensayo más destacado del siglo XX: Manuel Arturo Peña
Batlle, autor de La isla de la Tortuga (1951) o Historia de la cuestión
fronteriza dominico-haitiana (1946). Le siguen Joaquín Balaguer con La
isla al revés (1968), Juan Bosch, autor de Composición social
dominicana (1970), Juan Isidro Jiménez Grullón, con La República
Dominicana: una ficción (1965), y Sociología política dominicana
1844-1966 (1966), cuyos ensayos oscilan entre las vertientes sociológica,
histórica y política, respectivamente.
Balaguer,
Peña Batlle, José Ramón López y Moscoso Puello asumen, a su modo, la corriente
ideológica y filosófica del pesimismo, que postula el origen de nuestro
subdesarrollo en la incapacidad del dominicano para desarrollarse por sí mismo,
dentro de un enfoque psicológico. En tanto que, Bosch y Jiménez Grullón
orillan, en su momento, las facetas histórica y sociológica de corte
marxista.
Así pues, la
nacionalidad, la identidad y el problema migratorio serán los ejes temáticos
que matizarán el centro de las reflexiones de nuestros ensayistas de los
últimos 30 años. Los aspectos antropológico, sociológico e histórico,
constituirán las ideas que gravitarán sobre el ensayismo criollo. Como la
tradición ensayística dominicana ha estado dominada por los historiadores y los
abogados, no así por los escritores, desde luego, que no acusa una voluntad de
estilo, como lo hicieron, con gracia expresiva y brillo prosístico, Octavio
Paz, Alfonso Reyes, Tomás Segovia, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Jorge
Luis Borges, en el contexto del ensayismo hispanoamericano.
En los años
80 y 90 surgen, en nuestras letras criollas, Manuel Núñez, con El ocaso
de la nación dominicana (1989), Andrés L. Mateo, con Mito y cultura
en la era de Trujillo (1993), Federico Henríquez Gratereaux, con Un
ciclón en una botella (1996) o La feria de las ideas (1984), Miguel
Guerrero, con Enero de 1962: el despertar del pueblo dominicano
(1988), Bernardo Vega, Las frutas de los taínos (1997), Frank Moya
Pons, con Historia del Caribe (2001), Manuel de Historia
Dominicana (1978) o La dominación haitiana (1972); Juan
Daniel Balcácer, con Trujillo: El tiranicidio de 1961 (2007), José
Rafael Lantigua, en La conjura del tiempo: memorias del hombre
dominicano (1994), Mu-kien Sang Ben, con Una utopía inconclusa:
Ulises Francisco Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX
(1997), Franklin Franco, con República Dominicana: clases, crisis y
comandos (1996), Negros, mulatos y la nación dominicana (1996),
Juan José Ayuso, en Todo por Trujillo: fuerzas armadas y militares
(2005), Roberto Cassá, con Los taínos de la Española (1974), Historia
social y económica de la República Dominicana (1977), Ciriaco Landolfi, con
Evolución cultural dominicana, 1844-1899 (1981), Víctor Grimaldi, Los
Estados Unidos en el derrocamiento de Trujillo (1985), entre otros; todos
ellos tienen en común el trasfondo histórico y el cultivo del análisis del
pasado, a través del ensayo historiográfico, de los grandes temas del siglo XX,
con voluntad de tratado, antes que de ensayo personal. En Manuel Núñez hay una
vocación de pensar nuestra historia, a la luz del pensamiento orteguiano, y aun
spengleriano; en otros, sobresale la investigación periodística o la
metodología histórica.
De los
maestros del género, sin dudas, que uno de los fundadores del ensayo
hispanoamericano lo es Pedro Henríquez Ureña, como lo expresa en Seis
ensayos en busca de nuestra expresión (1927), Las corrientes literarias en la
América Hispánica (1946) o Historia de la Cultura en la América Hispánica
(1947). Le siguen Max Henríquez Ureña, con Breve historia del modernismo
(1964) y Camila Henríquez Ureña, en Invitación a la lectura (1954).
Esta trilogía de hermanos, que, por su condición de humanistas, cultivaron
temas literarios, filológicos y lingüísticos, con gran eficacia y voluntad
ecuménica. De los continuadores de la tradición, en los años 60, están Antonio
Fernández Spencer, autor de Caminando por la literatura hispánica
(1964), A orillas del filosofar (1960), Carlos Esteban Deive, en Tendencias
de la novela contemporánea (1963), Magia y vudú en Santo Domingo (1975), y
el polígrafo y multifacético, Marcio Veloz Maggiolo, con Cultura,
teatro y relatos en Santo Domingo (1972), Arqueología prehistórica
de Santo Domingo (1972), Panorama histórico del Caribe precolombino
(1991), entre otros.
En los años
70 y 80 aparecen Bruno Rosario Candelier, con Lo culto y lo popular en
la poesía dominicana (1977), La imaginación insular (1984, La creación mito
poética (1987), Tendencias de la novela dominicana (1988), Manuel Matos
Moquete, en La cultura de la lengua (1986), El discurso teórico en la
literatura de América Hispana (1992), José Alcántara Almánzar, con Estudios
de poesía dominicana (1979), Manuel Núñez, con El ocaso de la
nación dominicana (1989), Miguel Aníbal Perdomo, en La cultura del
Caribe en la narrativa de Gabriel García Márquez (2007), Ensayos
al vapor (2015), Soledad Álvarez, con La magna
patria de Pedro Henríquez Ureña (1981), De primera intención: ensayos y
comentarios sobre literatura (2009), Enriquillo Sánchez, con El
terror como espectáculo (2002), Luis O. Brea Franco, en La
modernidad como problema (2007) o Claves para una lectura de
Nietzsche (2003), etc. Como se observa, muchos ensayos provienen del
mundo académico americano, es decir, de autores formados en las academias de
Estados Unidos o Puerto Rico, España o Francia. Algunos conjugan la crítica
académica con la periodística, o el ensayo con la crítica literaria. Otros
combinan el oficio de ensayista con el de poeta, novelista o cuentista. Hay los
que reúnen sus artículos periodísticos en un volumen de ensayo y lo publican, y
eso también es legítimo.
En las
décadas del 2000, surgen Néstor Rodríguez, autor de Escritura de
desencuentro en la República Dominicana (2005), Eugenio García Cuevas,
con Poesía dominicana moderna del siglo XX en los contextos internacionales
(2011), Miguel Angel Fornerín, con Ensayos sobre literatura
puertorriqueña y dominicana (2004), Pura Emeterio Rondón, autora de Narrativas
dominicana y haitiana (2007), Franklin Gutiérrez, autor de Enriquillo:
radiografía de un héroe galvaniano (1999), Odalís G. Pérez, con La
ideología rota (2002), Fernando Valerio Holguín, autor de Presencia
de Trujillo en la narrativa contemporánea (2006), Banalidad posmoderna: ensayos
sobre la identidad cultural latinoamericana (2006) o El bolero literario en
Latinoamérica (2008), Plinio Chahín con (¿Literatura sin lenguaje?
Escritos sobre el silencio y otros textos (2005) o Pensar las formas (2018),
José Mármol, autor de Las pestes del lenguaje y otros ensayos (2004)
o La poética del pensar y la Generación de los ochenta (2007);
Miguel de Mena, en Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo 1498-1521
(2007), Basilio Belliard, autor de Soberanía de la pasión (2012), El
imperio de la intuición (2013) y Octavio Paz o la búsqueda del presente (2019),
Fernando Cabrera, con Utopía y modernidad: poesía finisecular
dominicana (2008), Ser poético: ensayos sobre poesía dominicana contemporánea
(2012), Guillermo Piña Contreras, autor de Enriquillo: el texto y
la historia (1985). Igualmente, en este Nuevo Siglo, como cultores del
género, se destacan Miguel Collado, Nan Chevalier, Máximo Vega, Fidel Munnigh,
Juan Carlos Mieses, Avelino Stanley, René Rodríguez Soriano, Manuel García
Cartagena, Diógenes Abreu, Andrés Merejo, Esteban Torres, Diógenes Abreu,
Silvio Torres Saillant, entre otros. Es decir, narradores o poetas, o autores
de un libro de ensayo, o que cultivan el género de modo esporádico o
iniciático. Como se ve, el ensayo ha adoptado nuevos bríos y empuje, tanto
desde el ámbito académico como no académico, y tanto en autores citadinos, como
de nuestra diáspora o de provincias. Algunos han desarrollado su faceta de
ensayistas tardíamente y otros de modo esporádico o constante. En efecto, el
ensayo y la novela son géneros de madurez, y exigen cultura, dominio de la lengua
y constancia en el oficio, y de ahí que no es común que lo cultiven los jóvenes
autores, como sucede con el cuento y la poesía.
Como se ve,
estos ensayistas, de fines de Siglo y del Nuevo Milenio, han llevado a cabo una
labor como críticos literarios, articulistas o cronistas de libros. Surgen los
poetas- ensayistas y los narradores-ensayistas que difunden sus ideas, a través
de la crítica literaria, la crítica de arte y la crítica cultural. En oposición
a los ensayistas de la primera mitad del siglo XX, que eran predominantemente
cultores de temas históricos, jurídicos y sociológicos, en la segunda mitad, en
la postrimería del siglo, y en los inicios del siglo XXI, el ensayo adquiere
perfiles más literarios. Da un giro epistemológico y temático, y será cultivado
no solo por los historiadores y abogados, sino también por poetas, narradores,
antropólogos, sociólogos y lingüistas, lo que habla de una buena salud de este
género portador de ideas.
El ensayo en
nuestro país tiene dos cauces: el ensayo no académico, que se practica en el
ámbito del periodismo cultural, a través de revistas y suplementos culturales;
y el ensayo académico, que se cultiva en el ámbito universitario, a través de
tesis de grados y artículos indexados. En un país letrado, donde la crítica
literaria domina el discurso del ensayo literario, la práctica del ensayo como
género de no ficción, va a la saga de la novela, la poesía y el cuento. Salta a
la vista, que lo que más se lee en nuestro país es la novela y el ensayo
histórico-político, y lo que menos se lee es el teatro, aunque lo que más se
escribe es la poesía. Los temas ideales del ensayo histórico dominicano actual
son: la era de Trujillo, la Revolución de Abril, el tema haitiano, la Iglesia
Católica y los padres de la patria. Esos temas despiertan el morbo y la
fascinación de los lectores nacionales y extranjeros. De ahí que los ensayos
histórico, político y sociológico han sido los más apreciados y visitados. No
así el ensayo filosófico, a pesar de haber tenido nosotros a un gran filósofo
como Andrés Avelino. En cambio, el ensayo literario se reduce a una minoría de
lectores, estudiantes, escritores o autores interesados en conocer o difundir
la vida y la obra de los escritores y poetas dominicanos, un movimiento o
generación literaria, tendencia o época.
Nuestra
tradición literaria ha estado matizada por las generaciones de poetas o
narradores, no así de ensayistas. Ni el vedrinismo, ni el postumismo (con la
excepción de Andrés Avelino), ni los “Sorprendidos” (con la excepción de Manuel
Rueda, Antonio Fernández Spencer, Mariano Lebrón Saviñón y Aída Cartagena
Portalatín), ni los cuarentayochistas (con la excepción de Lupo Hernández Rueda
y Abelardo Vicioso), han cultivado el ensayo con pasión y constancia. Todas han
sido generaciones y promociones de poetas. En la Generación del Sesenta
encontramos a Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, Jeannette Miller, Manuel
Mora Serrano, Efraim Castillo y a Carlos Esteban Deive. En la Generación de
Postguerra tenemos a Enriquillo Sánchez, Soledad Álvarez, José Molinaza, Miguel
Aníbal Perdomo, Mateo Morrison, Tony Raful y Andrés L. Mateo. En los ochenta
están Plinio Chahín, José Mármol, César Zapata, GC Manuel, Miguel de Mena o
Miguel Collado (con el ensayo bibliográfico). En tanto que la generación
denominada Los Independientes del 40, de los cuatro, tres fueron, además de
poetas y narradores, ensayistas, como Pedro Mir, Héctor Inchaustegui Cabral y
Tomás Hernández Franco. Algunos tardíamente y otros, de modo paralelo a su obra
poética. En la década del 90, se destacan Basilio Belliard, Eugenio García
Cuevas, Miguel Ángel Fornerín, Néstor Rodríguez, Nan Chevalier, Fernando
Cabrera, Juan Gelabert, Eloy Alberto Tejeda, entre otros.
De los
ensayistas, los cultores del ensayo histórico, es decir, los historiadores, han
sostenido una producción textual más consistente y vasta como Bernardo Vega,
Frank Moya Pons, Roberto Cassá, Franklin Franco, Mu Kien Sang Ben, Jaime de
Jesús Domínguez, Orlando Inoa, Juan Daniel Balcácer o Fernando Pérez Memén. El
ensayo antropológico y arqueológico ha tenido sus representes egregios con
Carlos Esteban Deive, Marcio Veloz Maggiolo, Dagoberto Tejeda, Carlos Andújar,
Manuel García Arévalo, Mariano Lebrón Saviñón, Flérida de Nolasco, Dato Pagán
Perdomo, Elpidio Ortega, Carlos Dobal o José Guerrero, por sus aportes a la
investigación etnomusical, o a la antropología cultural y social. O el ensayo
sociológico con Silvio Torres Saillant, José del Castillo Pichardo, Wilfredo
Lozano, Carlos Dore Cabral, Amaury Justo Duarte, Danilo Clime o Rubén Silié. El
ensayo lingüístico y filológico también tiene sus exponentes en Orlando Alba,
Rafael Núñez Cedeño, Carlisle González, Bartolo García Molina, Celso Benavides
o Manuel Matos Moquete. En tanto que el ensayo estrictamente crítico-literario
alcanza en Bruno Rosario Candelier, desde una vertiente estilística, cotes de
constancia suprema, por la vastedad de su obra crítica. En cuanto que, en
Diógenes Céspedes, Odalís G. Pérez, José Alcántara Almánzar, Miguel Ángel
Fornerín o José Rafael Lantigua, también adopta, en sus respectivas vertientes
críticas o ideológicas, expresión de persistencia y eficacia. El ensayo que
trata de la historia intelectual, la historia literaria, la historia del arte o
la historia de la cultura, en claves didácticas (Mariano Lebrón Saviñón, Emilio
Rodríguez Demorizi, Max y Pedro Henríquez Ureña, María Ugarte, Manuel Mora
Serrano, Jeannette Miller, Soledad Álvarez), también tiene sus exponentes.
Algunos ensayos literarios aparecen como prólogos, prefacios o estudios
introductorios a antologías de poesía o de cuento, donde se definen épocas,
corrientes, géneros, movimientos, estilos o tendencias. De modo pues, que, en
muchas antologías literarias, hay enjundiosos ensayos, como los de Antonio
Fernández Spencer a La nueva poesía dominicana (1953), Pedro Peix
a La narrativa yugulada (1981), Manuel Rueda a la Antología
panorámica de la literatura dominicana (siglos XIX y XX, poesía, 1997) o
José Alcántara Almánzar a la Antología panorámica de la literatura
dominicana (siglos XIX y XX, prosa, 1997).
Mención
señera ameritan los curas-ensayistas como José Luis Sáez, José Arnaiz, Pablo
Mella, Vicente Rubio, Manuel Maza, Antonio Lluberes, entre otros, quienes se
alimentan de una tradición de sacerdotes historiadores, oradores o escritores,
que va desde Fernando Arturo de Meriño o Adolfo Alejandro Nouel, etc. hasta el presente.
El ensayo en
la República Dominicana tiene su origen en el siglo XIX, pero alcanza su
mediodía durante todo el siglo XX. Sus autores, temas y propuestas ideológicas
o filosóficas, sociológicas o históricas, adoptan ribetes y matices que bordean
la cultura y la lengua, la Nación y la ciudadanía, la identidad y la
dominicanidad. Así pues, en la postrimería del siglo XX y en el alba del siglo
XXI, sus cultores y exponentes orillan vertientes vinculadas a la inmigración,
la identidad, el medioambiente y el racismo, fenómenos relacionados a la
realidad de nuestra frontera con la vecina Nación de Haití. Esas aristas tocan
aspectos sociológicos, históricos y políticos. Más allá de estos derroteros del
ensayo dominicano, los temas educativos, que bordean la raíz pedagógica de esta
expresión literaria, lo teológico, lo filosófico, lo antropológico, lo
filológico y lo lingüístico, no acusan los mismos niveles de profundidad y
desarrollo. En la mayoría de los casos, el ensayo que se cultiva y practica en
el país, se sitúa en la tradición del ensayo personal, fundado por Michel de
Montaigne, en Francia, hacia 1580, y que se expandió a Gran Bretaña, con
Francis Bacon. De modo que el ensayo dominicano ha estado más influido y
dominado por el periodismo cultural y de opinión; es decir: por un ensayo no
académico, en virtud del escaso influjo que ejerce el mundo académico en el
devenir social, intelectual y cultural, en el resto de la ciudadanía, y en el
debate de las ideas. Así pues, el centro de gravedad del diálogo ideológico y
los campos de fuerzas que han predominado en el ejercicio intelectual en el
país, han estado matizados por la libertad expresiva, metodológica y temática.
Y esta realidad cultural también ha influido en los perfiles imaginativos y
creativos de la práctica del ensayo en el mundo intelectual y cultural de la
República Dominicana.
En efecto,
el ensayo dominicano ha sido cultivado por ensayistas a secas, y en la mayoría
de los casos, por poetas y narradores, no así por dramaturgos. Desde Pedro
Henríquez Ureña, Federico García Godoy y Max Henríquez Ureña, pasando por
Joaquín Balaguer, Juan Bosch y Juan Isidro Jiménez Grullón, Américo Lugo y
Manuel Arturo Peña Batlle, hasta Federico Henríquez Gratereaux, Manuel Núñez o
Manuel Matos Moquete, el ensayo como género literario, ha tenido sus maestros y
sus epígonos. Desde el ensayo histórico hasta el ensayo sociológico y el ensayo
literario, este género ha representado el centro de gravedad del debate de las
ideas, que han perfilado el curso de la vida intelectual dominicana, a lo largo
del siglo XX y de lo que va del XXI.
Como se echa
de ver, el ensayo periodístico, que se cultiva en los diarios y las revistas o
suplementos culturales, ha tenido gran presencia en la expresión del
pensamiento crítico, aunque en los últimos 20 años, han desaparecido, y solo
quedan dos de circulación sabatina. Cabe destacar a José Rafael Lantigua
(creador de una escuela de periodismo cultural con el suplemento Biblioteca,
durante 20 años), Diógenes Céspedes, Miguel Ángel Fornerín, Enriquillo Sánchez,
Plinio Chahín, Pedro Delgado Malagón, Mu Kien Sang Ben, Eugenio García Cuevas,
Pedro Conde Sturla, José del Castillo Pichardo, Miguel Guerrero, Jochy Herrera,
Basilio Belliard, Fidel Munnigh, José Mármol, José Luis Taveras, Andrés L.
Mateo, entre otros, ya sea en diarios impresos o digitales. O en artículos de
opinión o reseñas de libros. O como crítica de arte, en diarios o en
monografías, en las plumas de Marianne de Tolentino, Carlos Francisco Elías,
Amable López Meléndez, Abil Peralta Agüero, Jeannette Miller, Efraím Castillo,
Danilo de los Santos, León David, o Myrna Guerrero. O la crítica musical en
Catana Pérez, y teatral y danzaría, en Carmen Heredia de
Guerrero.
Así pues, el
artículo breve, de matiz periodístico, tiene sus raíces históricas, sociales o
políticas, y en algunos casos, busca los perfiles de la dominicanidad, en la
historia del ensayismo dominicano. No pocos dialogan con la erudición o el
academicismo, el periodismo culto o el artículo de aliento poético.
En síntesis,
nuestra tradición ensayística ha bebido en las fuentes no tanto del ensayo
francés, inglés, norteamericano o alemán, sino en el ensayo hispánico, de
herencia orteguiana. Las influencias de Alfonso Reyes o Pedro Henríquez Ureña,
José Vasconcelos o José Enrique Rodó, Octavio Paz o José Lezama Lima, han sido
más débiles que las de José Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno, es decir, la
Generación del 98 y del 27. También ha adolecido de teóricos o historiadores
del género como Liliana Weinberg, José Miguel Oviedo, Enrique Anderson Imbert o
John Skirius o Juan Marichal.
Bibliografía
Alcántara Almánzar, José. Dos siglos de
literatura dominicana (Siglos XIX y XX, prosa). Secretaría de Estado de
Educación Bellas Artes y Cultos, Colección Sesquicentenario de la Independencia
Nacional, Santo Domingo, 1996.
Gutiérrez, Franklin. Diccionario de la
literatura dominicana. Biobibliográfico y terminológico, Ediciones de
Cultura, Santo Domingo, 2010.
*****
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 191 | dezembro de 2021
Curadoria: Soledad Alvarez (República Dominicana, 1950)
Artista convidado: José García Cordero (República Dominicana, 1951)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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