quarta-feira, 22 de dezembro de 2021

BERTA LUCÍA ESTRADA | Rafael Courtoisie, de antologías y bestiarios imaginados

 


La primera impresión que tuve al comenzar a leer Antología invisible de Rafael Courtoisie [1] (ganador del XXVIII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma) fue la de contemplar una serie de esculturas medievales que toman la forma de un refinado bestiario; no de los que se encuentran en las catedrales góticas sino de los que salen de la pluma de un artista que usa la palabra en lugar del cincel y de la piedra. Y al decir bestiario no digo que los seres a los que el poeta les da vida salgan del inframundo o sean orcos; por el contrario, son seres poseídos por la belleza,

 

Imito al ciruelo/ cuando hago un poema (La escritura del ciruelo)

 

y de la mano del poeta-escultor siguen la ruta que lleva al otro lado del espejo; por eso a veces la lectura se hace como si fuese la imagen invertida al otro lado de la luna.

 

La tormenta que ves afuera/ es la calma que llevas dentro./ La quietud se alcanza por el movimiento y por el movimiento se llega a la quietud./ La quietud es un instante del movimiento./ La tormenta es el nombre de la paz/, la lluvia es el nombre de la tierra seca,/ todas las cosas húmedas recuerdan el sol/ que las iluminó y toda sombra es consecuencia,/ efecto, fruto de la raíz de la luz. (El yan es ying)

 

Y por supuesto, ya sabemos que atravesar esa luna puede conducirnos a mundos paralelos o a universos desconocidos para la mayoría de los mortales; al menos para los que no hurgan en el poder de la palabra, la que conjura las imágenes y los tiempos que no caben en ninguna cronología. Tal vez porque Cronos, al acariciarse su luenga barba, juega con nosotros como si fuésemos marionetas. A veces hace daño, a veces protege o nos contempla con conmiseración:

 

Cada relámpago es un parpadeo de Dios (El yan es ying)

 

O puede borrar las huellas que se han dejado en la arena:

 

Porque me viste desnuda/ te encandilé y te confundiste/ durante el relámpago (Siempre otra)

 

Y cuando se deja alguna impronta es solo el recuerdo de una cicatriz; y las cicatrices conducen al engaño; es otra forma de encandilar:

 

La última línea /es una cicatriz. (Costurón)

 


Y el recuerdo disfrazado de cicatriz se convierte a su vez en

 

Un guijarro de un salmo griego…/ se disuelve la canción/ de la tarde /en la punta sombría de la lengua. (Mermelada de duraznos ausentes)

 

Y de pronto aparece Rodrigo Cántaro para cantarnos y arrullarnos con sus palabras:

 

Dos palabras que seca el sol del invierno …

…separa el lado oscuro del pensamiento/ de este lado donde vivo en mí/ y enciendo fuego/ unos palitos nomás/ un ramo en llamas para entibiarte //la vida. (Abrigo)

 

Rafael Courtoisie nos recuerda que Rodrigo Cántaro es un poeta que nos escribe desde el cercano y a la vez lejano año de 2096; tal vez porque los cántaros son de arcilla y por lo tanto existen desde la noche primigenia y seguirán existiendo más allá de nuestro efímero paso por el planeta Tierra. El poeta Courtoisie, y por ende nosotros los lectores que vamos tras sus huellas, somos los elegidos para escuchar, leer y descifrar esas palabras lejanas que nos recuerdan que aunque el tiempo se caracterice por ser caprichoso y a veces indescifrable todos somos contemporáneos y que la vida es solo una. El poeta es eterno. Homero sigue entre nosotros y canta a través de Rodrigo Cántaro. Los poetas se ponen diferentes máscaras; y sin embargo, el rostro oculto, el que apenas si conocen los dioses, sigue siendo el mismo. Aunque a veces toma la forma de un enigma o de un salmo griego o nos llega con el viento del futuro o con

 

… la rabia, las fauces, la mordida

 

para recordarnos que solo somos

 

… un hueso (Cave canem)

 

La poesía también se viste de filosofía oriental; en este caso preciso se adorna con el Taoísmo, e incluso, de una u otra forma, recordamos el devenir de Heráclito:

 

Tao es el río, no el agua. Tao es poesía, no palabra./ Tao es ver el silencio /con los ojos cerrados. (Leído en una hoja de bambú. Firmado: Lao Tse)

 

Estos dos últimos versos anteceden al siguiente poema titulado Sylvia Plath lee un poema de Vallejo antes de cometer suicidio. Una hermosa forma en la que Sylvia Plath se enfrenta al silencio, al suicidio, a la nada. Una enigmática forma de ver los rostros de los poetas Lao Tse y Vallejo que la esperan al final del viaje; allí donde todas las tardes son de aguacero y las aguas de todos los ríos se encuentran en un mismo cauce. El río que sólo acepta un poema, el último poema, como tiquete de ida. No hay poemas que permitan el regreso.

 

La deflagración/ podría quemar/ este poema.

 


Y luego está Alfonsina Storni, la poeta que se lanzó al mar en busca de Horacio Quiroga -el amado que la dejó diez años atrás llevándose un solo poema en su bolsillo-; tal vez porque sabía que la travesía ya no se paga con óbolos y que Caronte solo recibe como pago el silencio de la poesía.

 

Tú no me viste, Horacio, cuando bebí el mar de un trago. / Te escribí un poema que un muerto no puede leer.

 

A veces el agua está represada en un pozo, como en el poema firmado por Ludwig Wittgenstein.

el pozo de mí /mi agujero/ ahíto, prieto /sin carne /escombro

 

En Oil on canvas esa misma muerte aparece vestida de blanco; como la osamenta de un búfalo donde un río/ apretado de luz/ atraviesa los ojos/ moja el lecho/ calcáreo…

Y en Samsa boca arriba leemos: Viene mi padre, /el padre del insecto/ con la muerte en la cara. Samsa no necesita poemas para atravesar el río; a lo mejor los extravió en la minúscula habitación que ocupaba su hermana al lado del laberinto del castillo. Por eso la muerte tiene el rostro del padre, el padre del insecto que otrora fuera Kafka.

No todas las muertes están al otro lado del río; las hay en los pueblos llenos de transeúntes, aunque pocas veces los visitantes perciban que son fantasmas que caminan, aman y sobre todo odian; son los pueblos de Rulfo; o simplemente Comala, su pueblo:

 

El hijo que tuvo Sara Luna de aquel hombre fue llamado Jacinto Luna y a todas partes donde iba llevaba su rencor, la piedra espesa de una tiniebla. (La noche de Sara Luna)

 

Y en Endless nos percatamos que las mujeres son solo fantasmas, seres de humo, pedazos de retazos hechos de recuerdos de otras vidas:

 


La mujer que se fue dejó un silencio en el mundo /La mujer dejó mi piel huérfana /La mujer regresó para siempre al lugar donde no estoy. /La mujer no amanece en mí.

 

Esa misma sensación de desamparo, de orfandad, de vacío, de mujeres de humo, la tenemos con la imagen de Itzel Xochitzin, poeta nacida en 2036, cuando sale del mercado del pueblo.

 

abandono el mercado/ despojada, hambrienta/ desnuda como entré/ /descalza, sin huaraches/ plena/ así todo /va conmigo/ llevo/ una huerta/, un edén en mis adentros.

 

Y mientras la poeta Itzel Xochitzin abandona el mercado, Rafael Courtoisie se pierde en las callejuelas de Chicago aniquilado por un largo y duro invierno; aunque tal vez cabría decir que nunca se perdió sino que siempre estuvo sentado en el fondo del mostrador de un bar mientras tomaba café y veía caer una eterna y pertinaz lluvia. En realidad, le sirvió de modelo a Edward Hopper para su cuadro East Rain; y ahí sigue, sentado e indiferente a las miradas de los visitantes del Museo de Arte de Chicago.

La Antología Invisible de Rafael Courtoisie es inquietante, déroutante, muy original; es un juego de espejos como los que amaba Jorge Luis Borges. En cierta forma es una Antología Fantástica en la que todo puede ser real y al mismo tiempo debe ser imaginada, soñada, vista a través de un caleidoscopio donde todo es susceptible de cambiar. Entramos a su Antología como quien visita mundos desconocidos; y cuando salimos no estamos seguros de haberlos abandonado del todo. Eso pasa con la buena poesía. Chapeau, Rafael Courtoisie!

 

NOTA

1. Este artículo fue publicado inicialmente en la revista Esteros, dirigida por la poeta y editora Carolina Zamudio; a ella gracias por la invitación que me hizo para formar parte de los colaboradores de tan prestigioso medio de difusión poética.




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[A partir de janeiro de 2022]
 

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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 196 | dezembro de 2021

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