Contra la voluntad
de su padre, Cunha partió a los 18 años a Montevideo: “Con el confesado propósito
de iniciar estudios liceales y el no confesado, pero sin duda más decidido de hacerme
poeta”, llegó, “lo más rural que imaginarse pueda, el hombrecito; timidísimo, arisco,
asustadizo en extremo” a una Montevideo que sintió como “urbe infernal” y que con
el tiempo y la experiencia ciudadana recuperó en su encanto aldeano. Se instaló
en una pensión en la que conoció al poeta chileno, y desde el comienzo amigo, Humberto
Díaz Casanueva, que alimentó su espíritu con poesía: “Tentativa del hombre infinito”,
“Crepusculario”, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Neruda; “El
aventurero de Saba” del mismo Díaz Casanueva; los primeros libros de Salinas y Guillén…También
Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire, Supervielle…” (Señal de vida, TI). Un alimento explosivo
para la avidez de creación de Cunha.
El segundo nacimiento
Un año después de su traslado a
Montevideo, Juan Cunha nació por segunda vez. Es ya y definitivamente, como quería,
un poeta. En 1929 publica El pájaro que vino de la noche. Llega de la nada,
en cuanto a saberes literarios se refiere, agarra a las vanguardias latinoamericanas
“por la cola”, como él mismo más adelante cuenta, las mastica y crea una obra fundamental
de nuestro vanguardismo. En el mismo acto da forma a uno de los temas eje de una
obra que será extensa, múltiple, en cambio continuo pero recurrente en sus asuntos;
y modela un afán de investigación y descubrimiento que hace que este primer Cunha
sea insoslayable como ejemplo de la “nueva sensibilidad”. “Me parece que fue la
vez que fui más poeta” dice Cunha en una entrevista (D. Arcomano)
Ese “pájaro que
vino de la noche” es metáfora del tránsito, del renacer en pos de la libertad o
de lo desconocido. Cunha canta que la renovación implica pérdida y una zona de agonía
que no inhibe el impulso hacia adelante. De ahí que la nostalgia lo acompañe siempre.
Una anotación suelta de su cuaderno “Revoltijo o de todo un poquito” dice: “El primer
pájaro que silba hacia el alba es el que selló el pasaporte de la noche que acaba
de pasar la frontera”. Atravesar ese muro de miedo, prevenciones, costumbres, hábitos,
amores, que separa a la vida del campo de la ciudadana le impuso a Cunha un continuo
balance de ausencias.
No todos los
escritores lograron el feliz encuentro de lo criollo y la vanguardia. Francisco
Espínola sí lo hizo en sus cuentos de Raza ciega (1926), Fernán Silva Valdés
en cambio encontró la fórmula conceptual de mayor predicamento en la época –el nativismo–
pero no llegó a una realización literaria convincente. En su estudio sobre “las
vanguardias literarias”, Carlos Martínez Moreno planteó la insuficiencia de su propuesta.
Cita a Borges (Sur No54), quien supo decir de Agua del Tiempo (1921):
“…contenía un recado, un poncho, un puñal, una espuela nazarena, unas boleadoras,
una guitarra, un mate, un clarín. Todas las cosas criollas estaban, pero no el hombre
de esas cosas. Para Silva Valdés el gaucho es una ocasión de metáforas y de nostalgia,
no un hombre concebible. La nostalgia es veraz y las metáforas son generalmente
vistosas, pero no las respalda nadie. Íntimamente los libros de Silva Valdés adolecen
de muerte”. La operación que hace Cunha es la inversa: no hay nada decorativo en
su apropiación de una experiencia que tiene al hombre como centro.
Algunos títulos
posteriores Sueño y retorno de un campesino (1951), Pastor perdido
(1966) dan en su manera de referirse al hombre de campo –“campesino”, “pastor”–
indicios de cómo ese trasvasar una sensibilidad campera a una ciudadana se centró
fundamentalmente en la búsqueda de un lenguaje, que llegó a algunos hallazgos, pero
que no se detuvo en ninguno. Nadie menos dispuesto a acomodarse en un descubrimiento
que Cunha. Los términos “pastor” y “campesino” apuntan a una visión idílica, a la
construcción armoniosa de un campo, que no es una realidad sino un paraíso perdido.
Por eso no hay retorno posible. Cunha, lector voraz y variadísimo, reivindicó el
sentido y el valor de las eglogáminas de Julio Herrera y Reissig: “Parece mentira
que, a un Julio Herrera, por ejemplo, se le reproche, y reiteradamente para peor,
como falla, lo que sin duda es una de sus virtudes, cual es la de crear imaginariamente
esos cuadros tan idealmente verdaderos al hacerlos tan vívidamente reales; vitalmente
poéticos por lo mismo” (Señal de vida Tomo I)
Hace casi cincuenta años, Idea
Vilariño planteaba en una reseña en Marcha a propósito de la publicación
de Cancionero de pena y luna (1953) las dificultades de seguir la obra de
Cunha. En ese momento tenía nueve libros publicados. El doble dejó editados al morir
en 1985. Ese mismo año la Feria de Libros y Grabados le rindió homenaje con la impresión
de Árboles. Quedaron cuarenta y seis libros inéditos. En diciembre de 2000,
quince años después de su muerte, la Academia Nacional de Letras inició la tarea
de darlos a luz en cuatro tomos bajo el título común de Señal de vida: es
el primer paso, imprescindible, para empezar a recuperar a Cunha. Durante cuarenta
años aproximadamente –desde la aparición de su primer libro hasta el golpe de estado
de 1973– la obra de Cunha fue atendida por la crítica. Ángel Rama, Rodríguez Monegal,
Idea Vilariño, Ida Vitale, Jorge Ruffinelli, Arturo Sergio Visca, Domingo Luis Bordoli,
Alejandro Paternain comentaron su obra. Cunha editaba artesanalmente sus libros,
los regalaba a sus amigos y eran juzgados por quienes estaban en “ejercicio del
criterio”. El hecho de que dejara de publicarse a sí mismo, coincidió con la dictadura
militar y el arrasamiento cultural inmediato que ella provocó. Cunha siguió escribiendo,
acumulando libros, negándose a hacer una antología de su obra cuando editores amigos
se lo ofrecieron, y quedó escondido. Algunos intelectuales escribieron sobre él
en ese período: Rafael Courtoisie, José Pedro Díaz, Luis Neira, Wilfredo Penco,
dentro del país; fuera, Enrique Fierro, Domingo Arcomano. Intentaron mantener una
presencia que se sabía vital para la cultura y la poesía uruguayas. Pero la desproporción
entre la producción de Cunha y lo que se podía ver de ella fue demasiado grande.
Cunha quedó solo escribiendo una obra que crecía y se multiplicaba sin referentes
críticos, sin dialogar con sus lectores. “Morosa/Amorosamente/Hago mis libros//Hijos/Oh
hijos/Míos//Pues digo/Que los prosigo/Y uno por uno/Y todos juntos//Eso sí/Sin apuro/Ninguno//Hasta
que los termino/Y/Los/Apilo//En silencio/Con mucho sigilo//Eso/Mismo”, dice el poema
“Libros Libros” (Señal de vida TomoI).
Durante la dictadura
publicó un libro de casi nula circulación: Plurales (Edición Popular Fenaligra,
1981) y otro en Mëxico: Enveses y otros reveses (1981). Su muerte, ocurrida
en octubre de 1985 desencadenó con la reapertura democrática el justo reclamo de
recuperación de una obra tan esquiva como fundamental.
En aquel artículo
de Marcha (31.12.53) Idea Vilariño arriesgaba un ordenamiento. Veía un primer
Cunha, el de sus tres primeros libros: El pájaro que vino de la noche (1929),
Guardián oscuro (1937) y 3 Cuadernos de poesía (1937) que “encierran
una poesía de sostenida tristeza, de dolorosa soledad, de flaqueza y de quejas,
escrita en verso libre, a menudo muy largo, en períodos que podrían hacer hablar
a los descuidados de prosa poética si no fuera por su ritmo sin tregua, por su intenso
lirismo”. Cunha queda en silencio durante unos años y vuelve a un ritmo de edición
sostenido a partir de 1945. Aparecen Cuaderno de nubes (1945), 6 Sonetos
humanos (1948), En pie de arpa (1950) (que recoge con variantes poemas
de los tres primeros libros), Sueño y retorno de un campesino (1951), Variación
de Rosamía (1952), Cancionero de pena y luna (1953). La crítica es unánime
en señalar a Sueño y retorno de un campesino como un momento fundamental
en la obra de Cunha. Así lo explica Idea Vilariño: “El poeta toca tierra. Se dedica
apasionadamente a una realidad separada por muchos años de ajenamiento y unida por
tantos otros de nostalgia; la describe, la cuenta, la canta, saliendo por primera
vez de su enclaustrada angustia…” Es en esos “briosos tercetos”, “donde Cunha inaugura
con tanto coraje la nueva mezcla, la única valedera para su tema (…) Es una lengua
sencilla, de acento coloquial, cuyos giros camperos se confunden por momentos con
otros del más acendrado casticismo, hasta traer a veces reminiscencias del siglo
de Oro…”
Los dos tomos
de Señal de Vida publicados –el TI reúne 8 libros, el II, 11- hacen posible
afirmar que Cunha no dejó nunca de experimentar. Siguió usando las formas clásicas
de la poesía, jugando con ellas y transgrediéndolas. Siguió intacta su versatilidad
y su reencuentro con sus intereses y su peculiar manera de mirar. Todo intento de
enumeración es insuficiente y vano, pero para acercar algo de los temas de esta
poesía habría que nombrar al canto y la creación, la soledad, la visión cósmica.
El poeta se deslumbra ante el universo y canta al día (cada una de sus etapas, y
preferentemente la tarde) y la noche, la luna, las nubes, la lluvia, los animales.
La añoranza del pago está siempre. La ciudad y sus calles, aparecen como el recorrido
de la melancolía y como prisión. La ciudad lo encerraba en sus muros, lo tenía cautivo
en Pastor perdido (1966). Ese sentido negativo perdura en el poema “Lentísima
despedida” de Señal de vida (TII): “…Pues ahora de viejo/Desterrado se sabe/Ciudadano
a disgusto/Les sigo desde lejos/Los pasos a estas tardes/Que pasan sin apuro…”.
La nostalgia lo invade todo desde el comienzo. Parece el precio de ser poeta. “Y
el caso es que hoy día/Vidalitay/Viejo y ya sin flete/Sueña con su tierra/Vidalitay/Como
si volviese”(“Canciones de jinete” TII) o en el libro “Algún indicio y lo demás
silencio” del Tomo II: “Sediento de memorias/Hambriento de lugares/Paso y repaso
días/Traspapelados aires/Trascordados momentos/Olvidados afanes…” También está el
Cunha solidario, con su sensatez, con su buscado tono menor para expresar su compromiso:
“Un grano no hace granero/pero ayuda al compañero…” (“Vidalitas de pena y sombra”,
Señal de vida TI)
La poesía de
Cunha nunca es meramente descriptiva. En algunos momentos logra síntesis iluminadoras.
Un alambre que “canta en la azotea” “en la noche de largo viento” es la imagen concreta
de la suma de insomnios. Dice la última estrofa del poema “De inesperados regresos”:
“Canta ese alambre igual que entonces/ De punta a punta tiempo a tiempo/ Que une
esas dos lejanas noches/ Y son la misma o ya no entiendo” (TII). El humor es un
elemento indisociable de su manera de ver el mundo. Es una forma de atemperar la
tristeza, de poner a raya al dramatismo. Domina todos los matices, desde la fina
ironía hasta la broma grotesca, y logra que todo entre en el verso: “…Quién fuera
como la pulga/Ese bichito sutil/Que duerme con las mujeres/Y no las deja dormir…”
dice en “Decires de mi tierra” (Tomo I).
Sumas y restas
Se acentúa la presencia del tema
de la muerte. Una y otra vez una voz realiza la cuenta regresiva. En el libro Triple
tentativa (1954) el poema “Noviembre 2 festival” hacía gala de un humor macabro.
La muerte se vuelve una obsesión, un diálogo constante a medida que el poeta se
introduce en la vejez. Le da un tratamiento variadísimo: desde el tono elegíaco
a la humorada. En Señal de vida con “Las coplas del jinete” (Tomo I) y las
“Canciones de jinete” (Tomo II) realiza un homenaje a Federico García Lorca, juega
con el verso y traza con sutil lirismo una parábola de la vida y la muerte. Sobre
todo “Las coplas del jinete” son una estructura compleja, de densa atmósfera, recorrida
por imágenes irracionales. Un universo fantasmático, cruzado por voces: “Yeguas
azules/Arrea el aire // Mi insomnio cruzan/Lejos es tarde…”
En otros poemas
le falta el respeto a la muerte: “Me voy como dije/Vidalitay/Me voy de corrido/Derechito
al hoyo/Vidalitay/Rumbo del olvido…” (“Vidalitas de pena y sombra” TI). El tono
irreverente es la mejor manera de poner “las sombras en su lugar”: “…Más ahora que
la cosa me anda cerca y me suda/ya en las entrelíneas…” (TII). Da algunos consejos
prácticos: “Te tomás un vinito o una grapa/Yya mirás la cosa no tan fula/Si te la
ves al fin como de yapa/Al final la fulana ya te adula…” (“Sonetos de trece” TII)
Una variante
del tema de la muerte es el de la cuenta regresiva. El poema “Después de todo” (TI)
termina con una escandalosa mentira poética: “Lo mío es este resto/Que ya ni cuento
mido ni sopeso”. Hay una voz que una y otra vez cuenta los días que le quedan. Aparecía
en el soneto “Cifra” de Hombre entre luz y sombra (1955): “Nuestras horas,
que al fin serán ninguna,/Esta suma, que, en fin, resulta resta./Y este agrio limón
te desayuna, Y te sirve una cena descompuesta”. Y en Señal de vida (TI) dice:
“Bueno como se sabe es lo de siempre/Que viene a ser pues lo de nunca/Lo que uno
tenía se pierde/Con lo que no tenés hacés la suma…” (“Epílogo se diría”)
“…que arda”
Cunha desarrolló una poética de
la pluralidad. En una entrevista en la que Ruffinelli le pregunta por la poesía
política, el poeta responde que “en ese como en cualquier otro tema, lo que importa
es la manera como la poesía demuestra lo que dice”. Y agrega más adelante: “En cuanto
a esto de los temas, podría recordar aquello de Neruda: “Nada de lo que es susceptible
de arder queda fuera de la poesía”. La cosa es que arda ¿no? Y se la sepa moldear”.
Nunca dejó de
reflexionar sobre la poesía ni se amilanó ante su propia abundancia, su desborde.
El largo poema “Juan de Illescas” (T II) es un repaso de su vida y su obra. El poeta
se apropia de las opiniones y las críticas a su manera de crear: “Dicen que la cantidá/En
relación a la obra/Se sabe más que de sobra/Va contra la calidá/Pero no siempre
es verdá/ Y yo lo que siempre digo/ Es que son los estreñidos/ Los que han largado
la bola/ Yo les hago carambola /Y les doy justo en el hígado”.
Más de una vez
se refiere al sentido del canto: “…Me lo dijo un viejo/Vidalitay/Cierta vez prosiando/–Muchacho las penas/Vidalitay/Las corrés cantando…”
(“El cantar de novolver y otros cantares” (Tomo I). Esta noción del cantar se combina
con la zona límpida de su poética: “Transparencia y gracia/ Gracia y transparencia/De
ahí su eficacia/No es otra su ciencia//Aprendé poetilla/No olvidés poeta/Para hacer
poesía/Esta la receta…” (“Poética” TI). Pero hay zonas oscuras, porque a Cunha lo
tienta el misterio, y este huye de la claridad. En el soneto “Poética” de 6 sonetos
humanos (1948), la rosa, su pérdida, su reconstrucción es símbolo de la creación.
“Mas su llama retuve, su guarismo/Su figura mortal ya trastocada/Oh, qué perfume
erijo ante la nada/Símbolo clave, ley, fiel ostracismo…” El anhelo expresado en
uno de sus “sonetos eneasílabos” no deja de ser sorprendente en un poeta tan vasto.
Allí describe una tarde de domingo en el barrio y termina: “Yo me quedé esperando
creo/Sin duda un breve lento verso/Que diga todo en una línea” (TII)
En el citado
“Juan de Illescas” se refirió también al oficio de poeta. Cunha, que practicó la
poesía política, se piensa anclado en este mundo subdesarrollado: “En un país como
el nuestro/ Este oficio de la pluma/ Es resta que nunca suma/ Más bien es puro descuento
/ Mal negocio por supuesto / Y no fácil aventura / Lo demás es amargura / A no ser
ese contento / Que a mí siempre me da el verso / Su materia y su factura…”
Dice en el soneto
9 de los “Sonetos de trece” (TII): “Mientras tanto se queja uno y deplora/Este destino
oscuro de escribiente/Y lo peor de todo la demora/En llegar a este juicio inteligente”.
La poesía y el olvido
El trazar un paralelismo entre
Juan Cunha (1910) y Líber Falco (1906) ha sido una tentación recurrente para la
crítica (Rodríguez Monegal, Domingo Luis Bordoli, Alejandro Paternain). Ambos realizaron
una opción absoluta por la poesía; ambos supieron configurar para sus contemporáneos
un modelo de autenticidad, aunque Falco fuese el poeta único de un solo libro, no
importa cuántos publicara, y Cunha el de la multiplicidad, la experimentación, el
placer de la sonoridad. Comparten una misma actitud, ingenua, ante la vida y la
creación por su bondad, su falta de ambición y cálculo, su entrega total a su juego.
En su Antología
de la poesía uruguaya contemporánea (Tomo II, 1966) Domingo Luis Bordoli
recuerda o fantasea un momento en que los dos poetas se juntaron: “Una vez se encontraron
en un café, mientras trajinaban sus pobres trabajos, Liber Falco y Juan Cunha. (Cunha,
portafolio; Líber, una muestra de hilos de colores). Hablaron de sus poesías. Y
Falco se fue perplejo. Juan Cunha le había dicho: “Y… yo… todavía me ando buscando”.
El café, que convoca a la ciudad y los amigos, y la humildad del oficio son elementos
esenciales a ambos. La perplejidad que Bordoli le atribuye a Falco solo encubre
cierta incapacidad de entender lo proteico, lo provisorio de una identidad no fijada
sino en permanente elaboración.
La versatilidad
de Cunha fue mayor que la de Falco tanto en el ejercicio poético, como en lo referente
a las tareas afines a la escritura. Cunha fue un editor artesanal que supo realizar
opciones que marcaron rumbos en nuestra cultura. En 1939 puso la imprenta “Stella”
con su amigo Casto Canel: en ella imprimieron El pozo y un año después Cometas
sobre los muros de Falco. El escéptico Onetti comparte con ambos no solo la
vinculación circunstancial a través de “Stella”; él da la versión desencantada,
no angélica, de ese paradigma de autenticidad –esa entrega total a la obra- que
involucra a los poetas.
Juan Cunha parece
un carácter más afiliado a las postergaciones, las dilaciones que a los grandes
gestos; a los deslizamientos más que a la confrontación. Con su particular mesura,
con esa falta de énfasis que uno descubre al seguir su vida y su obra, en el llanto
por cada bien perdido, este “hombrecito” –como él se refirió a sí mismo- dio un
límpido ejemplo de cumplimiento de un destino. Con ser admirable, su tesón y consecuencia
quedarían en la esfera de la vida privada, si no fuera porque la gran poesía la
trasciende siempre. Al hacer esa elección Cunha creó un lenguaje, maneras de decir
que hacen más libres a aquellos que lo leen, porque todo poeta descubre mundos,
amplía el de sus lectores, les permite crecer. También encontró formas para expresar
la sensibilidad colectiva, para hacer una poesía de la solidaridad, cuando esta
era un valor reivindicado por un sector importante de la sociedad.
Es dudoso que
esa actitud de Cunha de editarse a sí mismo, regalar sus libros, seguir escribiendo
quitando importancia a la publicación sea repetible en nuestros días. En el conjunto
de la producción de cultura, la poesía como bien de intercambio, en el largo período
en que Cunha escribió, fue marginal, como lo es ahora, pues al mercado no le interesa
la poesía, que es del gusto de pocos, por definición no masiva. Sin embargo, Cunha
estuvo presente cuarenta años, y desapareció durante la dictadura, no por una voluntad
expresa de los militares, que no lo conocían, aunque alguno pudiera haber escuchado
–no por culto- la canción que cantaba Daniel Viglietti “La nostalgia de mi tierra”
(del libro A eso de la tarde). Desapareció cuando dejó de funcionar un aparato
cultural (críticos, medios, lectores) atento a lo que se considera valioso más allá
de las ventas. Que Cunha no vuelva a caer en el olvido, así como que los poetas
actuales tengan más espacio para su acción y difusión son fenómenos que juntos desafían
nuestra capacidad para jerarquizar lo que importa, de abrir sendas hacia el futuro.
Angel Rama pensó
en Cunha como un ejemplo de “poeta nacional” porque reconoció lo fundamental de
su invención idiomática que integra la música, el ritmo, las expresiones del habla
popular y las raíces castizas de la lengua a una estética del cambio. La expresión
suena tan grandilocuente para alguien que lo fue tan poco, como justa para medir
su proeza literaria.
Las palabras
citadas de Cunha están sacadas de: “Revoltijo o de todo un poquito” en Señal
de Vida, TI (2000), y de entrevistas: Domingo Arcomano, “El itinerario de la
palabra. Juan Cunha, un poeta de la patria grande”, Crear No 7, Bs.As., dic
1981-feb. 1982. Jorge Ruffinelli, “La historia del pájaro prisionero”, Marcha, 16.2.73.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 196 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidada: Cecilia Vignolo (Uruguai, 1971)
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