GEORGE MEREDITH
Cuando se recuerda
se regresa al momento, el espacio y el lugar donde transcurrieron las cosas. En
ese instante hay movimiento y distancia: una distancia que se pacta a medida que
olvidamos y nos adentramos en la posibilidad de reacomodarnos a las circunstancias;
pero también está el movimiento de ser y dejar de ser a cada instante, la posibilidad
de perdernos o recuperarnos en el lecho del tiempo. La poesía es un medio adecuado
para eso. Para alejarnos y regresar, escarbar, hurgar las imágenes que flotan entre
el silencio y la palabra.
Escribir es de algún modo entender por qué estamos vivos. Con la poesía nos
adueñamos del movimiento que también somos, lo que recordamos, la nostalgia que
nos hala, lo que nos lleva a ese sitio y tiempo que hemos abandonado ya. El tiempo
es ese río de Heráclito que fluye dentro de cada uno. Así, rociar, humedecer, mojar,
salpicar, derramarse, secarse, nadar y ahogarse pudiesen representar los movimientos
del agua que tienen su equivalente en la existencia. Somos agua y somos tiempo.
Cuando hemos discurrido lo suficiente, alcanzamos conocimiento y temperatura. Cuando el agua alcanza el grado
óptimo para beberla se dice de ella que es “agua del tiempo”.
Agua del tiempo es un hallazgo
de poesía, prosa y teatro, donde se hilvanan deseos, recuerdos, afectos, ideales
e historia. Su autor nos dibuja el abrazo entre lo imaginario y lo real: el tiempo
traducido adquiere la consistencia de una literatura imperecedera en forma de cuentos
y poemas de gran belleza y sensibilidad, que nos acercan a una profunda conciencia
del valor de la vida. Todo está aquí, flotando entre páginas; transcurre el autor
con su tiempo, uno que todavía no nos da pistas si debemos nadar, o si por el contrario
estamos inexorablemente destinados al naufragio, pero que nos insta a luchar para
mantenernos vivos, en fin, es un libro humedecido por el tiempo y los recuerdos:
el mundo soñado y el amargo, los amigos, los compromisos sociales, la búsqueda de
la felicidad.
En “La sal”
está el oprimido, el poder que oprime al más débil, el canje de los destinos de
una pirámide en donde se sacian los que nunca están satisfechos. Y está también
La Ley, en mayúsculas, kafkiana y absurda, cuya balanza se inclina donde colocan
los billetes: “—¡Enén, entréguese!… ¡Está preso! El viejo siente de pronto que empequeñece,
hasta no ser más que una minúscula partícula de sal. Un frío intenso le recorre
el cuerpo. Sus piernas tiemblan desesperadamente. Sólo entonces comprende: La Ley
estaba presente aceptando el reto. Pero él nunca hubiera pensado que la Ley fuera
del interés de algunos hombres; y mucho menos que la tendría tan cerca en poco tiempo.”
Si la narrativa estremece, la obra de teatro es una cresta transparente que se esculpe en la superficie y que, elevándose, se convierte en ola. Privados del aire, los protagonistas de “El nudo” procuran avanzar en un mundo de contradicciones donde la suerte está echada a menos que se enfrente la tragedia con la vida misma. Como Ionesco en El rinoceronte y mucho antes que Saramago en su Ensayo sobre la ceguera, Urriola Marcucci, en la figura de El Maestro, transcribe un bellísimo y terrible argumento sobre la alienación, cuando dice: “Esa es la realidad... Ver el mundo así, es tener los ojos
Ornel Urriola Marcucci nos traslada hasta esos días
donde elucubraba sobre el porvenir y contemplaba lo actuado, siempre muy fiel a
sí mismo, siempre libre y justo como su palabra. Encontramos la mirada del poeta,
pero también la del historiador, la del filósofo, la del padre, el esposo y el hijo,
la mirada del amigo. Están allí las esquirlas de la Guerra fría, y las otras, las
de la traición y la ruptura; éstas últimas son las heridas del tiempo que no se
puede cambiar, porque siempre hay cosas que perdemos en el río y otras que se aferran
a nuestra piel y nos cambian. Pero también estas heridas son importantes: si se
sobrevive a ellas, un tronco milenario acoge la existencia, como un baobab o un
corotú, para sostenernos el cuerpo frente a futuros embistes. Quien haya estado
cerca de un gran árbol podrá identificar la fuerza y la vida que transmite.
Es natural que donde corre el agua, crezcan los árboles
más grandes y frondosos. En sus páginas encontramos el agua del tiempo, y también
el árbol, los cuentos, los sueños, los ideales y los poemas.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 193 | dezembro de 2021
Curadoria: Floriano Martins (Brasil, 1957)
Artista convidado: Ela Urriola (Panamá, 1971)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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