sábado, 11 de dezembro de 2021

GIOVANNA BENEDETTI | Gloria Guardia o la memoria como correspondencia: una lectura de Cartas apócrifas



“Alguien se acordará de nosotras en el futuro”… dijo Safo. Y de esta suerte de conjuro, atrevimiento y vaticinio, hemos venido haciendo oficio las mujeres escritoras. Tres mil años de un andar propiciando nuestras letras, desandando laberintos para poder publicar un verso; teniendo que esconder el rostro para no generar alarma, incomodar a los poderes fácticos, o revelar demasiado el sexo. Tres mil años de encubrimientos, de caminar con zapatos de fieltro, de no ganar en oportunidades para sobrevivir literariamente; de tener que narrar hacia adentro, con mucho miedo y sin queja; de sufrir usurpaciones, escamoteos y disimulos; de imaginar artificios insólitos bajo las capas de lo furtivo; de ir y venir bregando por una creatividad más pareja en una civilización desnivelada, obstruccionista y amnésica. Una sociedad que, como bien dejó estampada en su famosa Carta a Eduarda, la gran Rosalía de Castro, hace ya más de siglo y medio: “No deja pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos”.

Y de cartas y de mujeres que escriben (en contra de la corriente) vengo a hacer yo tema aquí, con Gloria Guardia por enseña: la gran escritora panameña – nicaragüense, fallecida en 2019. Y lo haré enfocándome en un maravilloso y pequeño libro: “Cartas apócrifas”, [1] que usaré como puerta de entrada para viajar, literariamente, por los pasillos paradigmáticos de una narradora excepcional.

Quedan ustedes advertidas que a mí me será gratísimo, pero no necesariamente fácil, hablar aquí de mi maestra. Gloria Guardia es una escritora a la que nunca se termina de conocer completamente: por la variedad de los registros literarios que acumula; por la exquisita sencillez y naturalidad de su estilo; por la profundidad de su erudición y porque en ella se conjugan –y sin perturbar esquemas– una multiplicidad de personificaciones que le dan ritmo y oficio: la literata, la intelectual, la historiadora, la periodista, la documentalista, la lexicógrafa, la académica de la lengua, la filóloga y la investigadora.

Su voz narrativa está también llena de gestos. Por lo general muy diáfana; entre líneas siempre aguda, introspectiva y cavilosa; a ratos tan recóndita que toca los abismos… y, desde luego, cultísima: porque es una mujer de muchas huellas. Hay en su escritura (y esto es algo que me intriga) una suerte de resonancia mórfica; es decir, de consigna transversal sobreviviente que parece transmitirse (o heredarse), texto a texto: un conflicto doméstico inconcluso, una gesta o gestión falsificada, un episodio arrinconado por el tiempo… que la autora de novelas tan emblemáticas como Libertad en llamas, [2] En el corazón de la noche [3] o estas Cartas apócrifas, desconstruye y rehabilita como una manera de dar substancia prioritaria a las mujeres. Sí, a las mujeres… que son quienes, en sus obras, suelen llevar y traer sus repertorios narrativos.

Y si ya sólo esto es notable, está también el lenguaje. Una manera de contar curiosamente “arbórea”: que se va ramificando y dando vástagos (objetos paratextuales, intrahistorias y una variedad de engranajes retóricos, en apariencia dispersos), pero técnicamente enramados a un tronco estructural. Esta figuración, la de “árbol narrativo”, es la que aquí nos interesa para analizar este pequeño gran libro y para entender, en Gloria Guardia, a la memoria como correspondencia.

¿Y quién es Gloria Guardia? Repasemos su hoja de vida para entender mejor su obra. Nacida, por casualidad, en Caracas en 1940, de madre nicaragüense y padre panameño, vecina, desde hace décadas, de las ciudades de Panamá y Bogotá, Gloria Guardia Zeledón de Alfaro (o Gloria Guardia por su nombre de pluma) es la autora de un corpus literario integrado por una titularidad importante de novelas, cuentos, relatos, ensayos, estudios críticos, artículos periodísticos y crónicas históricas, a la que se agrega una masiva cantidad de análisis estéticos, lexicográficos, sociales, culturales y políticos.

Su obra, ampliamente antologada y particularmente reconocida en las plataformas feministas y de estudios literarios de la mujer por todo el mundo, se encuentra publicada bajo sellos del mayor rango editorial hispanoamericano, como Alfaguara, Plaza y Janés, Gredos, Educa, Biblioteca Ayacucho, Editorial Victoria Ocampo, o Signos, gozando, además, de traducciones íntegras al inglés, francés, italiano, macedonio y ruso.

Gloria Guardia, como literata, lexicógrafa y filóloga, es individuo de número de la Academia Panameña de la Lengua, y corresponsal, desde 1989, de la Real Academia Española, y por igual de las Academias de la Lengua de Colombia y Nicaragua. Me parece interesante resaltar que fue ella quien tuvo la iniciativa de presentar, ante el seno plenario de la Real Academia de Madrid, una relación de 300 panameñismos (vocablos propios de nuestra habla coloquial) para que fueran incluidos en la edición de 1992 del Diccionario de la Real Academia Española. Por esta labor, y desde 1999, forma parte regular de la Comisión de Lingüística de la Academia Colombiana de la Lengua y como tal, colabora en la elaboración y redacción del Diccionario de Colombianismos. [4]

En el año 2007, la Fundación Rockefeller la acogió como novelista-residente en el Bellagio Study and Conference Center (Bellagio Creative Arts Fellow), en Bellagio, Italia. Y entre 2009 y 2014 prestó servicios como consultora de la Fundación Rockefeller en el campo de las Artes Creativas: literatura, música, pintura, cine y escultura.

La obra de Gloria Guardia destaca por su cosmopolitismo. Para entender mejor esta naturaleza y comprender sus efectos, es necesario tener en cuenta que ella crece y se educa en los Estados Unidos y en Europa; que en el año de 1962 obtiene el grado de Bachelor of Arts “Cum Laude” de Vassar College, con especialidad en Historia; que de seguido cursa estudios de Filosofía, Literatura e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, y que en 1966 ingresa a la Universidad de Columbia, donde, en 1968 obtiene el grado de Master of Arts, con especialización en Literatura Comparada. Ese mismo año, la futura narradora se empeña en cumplir con los todos los requisitos académicos para obtener el grado de Ph.D. (Philosophy Doctor) en Literatura Comparada y su disertación Estudio sobre el pensamiento poético de Pablo Antonio Cuadra, [5] es aceptada por el jurado académico de Columbia University y publicada por la prestigiosa Editorial Gredos de Madrid en 1971.

Dentro de la literatura, nuestra maestra se inicia muy joven con la publicación de la novela Tiniebla blanca [6] que le merece ese mismo año la Medalla de Oro que confiere en España, la Sociedad de Escritores Españoles e Iberoamericanos. En 1966 su novela “Despertar sin raíces” y su ensayo “Orígenes del Modernismo” (Estudio sobre la formación del movimiento modernista en la literatura hispánica), ganaron el Concurso Nacional Ricardo Miró (Panamá) en las categorías de novela y ensayo, respectivamente.

En 1976, la Editorial Universitaria Centroamericana, EDUCA (Costa Rica) le confiere el Premio Centroamericano de Novela a su obra “El último juego”. Y, en 1996, una vez radicada en Bogotá, Colombia, el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá distingue a su libro de relatos “Cartas apócrifas”, con el “Premio Nacional de Cuento 'Ciudad de Bogotá'. El jurado resalta el hecho de que el libro es una obra posmoderna, la primera en cuanto se caracteriza por el debilitamiento de las barreras entre los géneros literarios y el uso deliberado e insistente de la intertextualidad, expresada frecuentemente mediante el collage o pastiche.


En el año 2000, la novela de Guardia “Libertad en llamas” es una de las dos finalistas del Premio Internacional de Novela Sor Juan Inés de la Cruz, que otorga anualmente la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Ese mismo año, Nicaragua le confiere la distinción de “Ciudadana del Siglo”, de la orden “Rubén Darío”. En 2007, la prestigiosa Biblioteca Ayacucho, de Venezuela, le encomienda el prólogo del tomo 237 dedicado las obras 'Plenilunio' y “Sin Novedad en Shanghai” de Rogelio Sinán. Su ensayo “Rogelio Sinán a la luz de las nuevas propuestas críticas sobre la narrativa latinoamericana” recibe, ese mismo año, el Premio Nacional del Libro de Venezuela, CENAL, Categoría “Prólogo”. [7]

Y ahora si: ahora que la hemos ubicado en su vida y en su obra, entremos de lleno al objeto focal de esta conferencia: a la lectura de “Cartas apócrifas

 De Teresa de Ahumada, la santa doctora de Ávila, al padre Francisco de Borja, en 1554; de la más recóndita Virginia Woolf a Leonard, su marido, de Teresa de la Parra (la novelista venezolana) a su ex amante Gonzalo Zaldumbide, de Gabriela Mistral al ya, para entonces difunto, Stefan Zweig, desde Estocolmo; de la filósofa francesa Simone Weil a su mentor Gustave Thibon y la más extravagante de todas: de Isak Dinesen a su alter ego la baronesa Karen von Blixen, donde le habla de Tania… de Tania Blixen (que también es ella misma…). ¿Puede alguien imaginar una maroma funambulesca más espléndida?

El formato literario de cada uno de estos relatos es, desde luego, la carta. Y una carta puede ser muchas cosas, pero es, sobretodo, un vehículo de correspondencia. Un despacho de comunicación literal y un mensaje de intercambio entre dos partes, por lo menos.

A lo largo de las civilizaciones, y en todas las épocas históricas, la carta ha funcionado como un enlace ideográfico de transmisión y enlace entre un emisor y un receptor. El término Epístola (del griego “epistole”), es sinónimo de carta. Y, como todas ustedes conocen: los estudios literarios incluyen un “género epistolar”, y la epistolografía es una rama historiográfica. Mencionemos, simplemente para establecer márgenes, que lo epistolar tiene varias vías de circuito complementarias: así tenemos, por un lado, una notable suma histórica de documentos epistolares de carácter didáctico, proselitista, comercial, o evangelizante, casi siempre con un perfil de divulgación noticiosa, enseñanza práctica, propagación ecuménica o productividad puntual; y por el otro lado, las misivas personales de traslación retórica, que suelen ir de lo llanamente doméstico, de persona a persona, viajando a ratos por una serie de carriles meta literarios (lo amoroso, lo mágico, lo existencial), hasta llegar a los circuitos narrativos más estéticos. Una carta funciona, pues, como una llamada de atención a alguien definido, y su misión es desencadenar una expectativa de respuesta. En lo literario, las cartas son narraciones diseñadas para contar. Y eso ya es un mundo abierto.

No tengo tiempo ni espacio aquí para meterme en estos análisis… y tampoco viene a cuento para completar esta aproximación. Diré, nada más que la relación básica –esa que sirve como núcleo administrativo– es la que queda instalada entre la parte escribiente y su destinatario. Entonces, y una vez asumido ese otro hecho fijo y peculiar: que en principio, toda carta (sea apócrifa o auténtica) está siempre estructurada semióticamente dentro del esquema lingüístico de una tensa maroma de traslación verbal, la cual es sostenida en el aire por dos conciencias correspondientes… yo propongo aquí que, en este contexto, que desestructuremos literariamente estas seis cartas apócrifas mediante un puro ejercicio de funámbulos, pues de eso se trata: de un juego en la cuerda floja.

Este es, en efecto, uno de los asertos que me planteo confirmar (el de las narraciones apócrifas como una suerte de malabarismo), y para ello, les propongo entrar de lleno en la idea literaria de los seis simulados despachos que forman esta joya de libro.

Ciertamente sus lectores ya habrán transitado sus páginas. Y para quienes aún no lo conozcan, repetiré que, publicada en el año de 1997, Cartas apócrifas resultó ganadora del “Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá” de 1996, y que en adelante ha conocido dos ediciones, varias antologías, artículos y reflexiones, además de la unánime celebración de quienes visitan sus páginas.

“Gloria Guardia ha logrado –dice Seymour Mentor [8] – dar unidad integral a esta colección de cuentos, que constituye todo un hito en la literatura panameña, en la narrativa feminista y en la narrativa pos revolucionaria (1989-2000) de toda América Latina”. El relato “Recado desde Estocolmo”, fue seleccionado por Mentor para la séptima edición de su célebre antología El cuento hispanoamericano, México, 2003.

La doctora Luz Mary Giraldo, [9] poeta, catedrática y ensayista literaria colombiana, también incluyó uno de los relatos de “Cartas apócrifas” en su estupenda antología titulada: “Cuentan: Relatos de escritoras contemporáneas”, obra que muy justamente recibió, en 2012, el Premio Monserrat Ordóñez, otorgado por LASA, Asociación de Estudios Latinoamericanos, Sección Colombia.

Dice Luz Mary Giraldo que “En el conjunto de estas cartas-cuentos hay una apropiación tanto del discurso de la historia como de cada uno esos personajes femeninos, que la autora retoma en las diversas voces con sus tonos, atmósferas, emociones, conjeturas, en fin, rasgos identitarios, mostrando, como creadora que es, maneras de recrear desdoblándose en ellos, entrando en lo más profundo y ahondando en lo más íntimos”.

Y es que Gloria Guardia, sigue diciendo Luz Mary Giraldo: “transforma la literatura epistolar y le da otro carácter pues al aprovechar el tono confesional, capta el sentido psicológico y el momento histórico, y define el principio creativo de cada una de estas seis voces de escritoras consagradas”.

Sí: una de las virtudes de Gloria Guardia, como escritora, en esta obra, es que consigue, de muchas maneras, capturar las señales y las voces de estas seis mujeres paradigmáticas, tan distintas entre si. Se mete entre sus términos, simula cada símbolo, cada episodio, cada giro idiomático y acento, creando una sinfonía imaginaria de memorias y correspondencias, todas las cuales funcionan, narrativamente, como unidades autónomas y, al mismo tiempo, partes de un todo.

Y es que hay –y esta no es una frase retórica– una mística de la trascendencia apuntalando cada cuento. Un deseo de catarsis que se extiende hacia el lector y le convierte en cómplice de todas sus revelaciones.

Qué duda cabe de que estamos ante una compleja (y astuta) manera de construir literariamente un cuento. La escritora se las ingenia para componer, para cada despacho apócrifo, una estructura retórica de montajes ambientales y personalidades subjetivas perfectamente factible. Y todo ello lo consigue sin violentar ninguna de las singularidades que son parte de la verdad testimonial e histórica de las seis protagonistas y sus épocas. Y por supuesto, y ¡Dios la libre!... sin caer, ni de lejos, los vicios de la anacronía.

 El entramado argumental se centra en una combinación de memoria e incertidumbre; y he aquí lo novedoso: que más allá de los tópicos meramente biográficos o bibliográficos que se nos presentan sobre las escritoras, la virtualidad de las imágenes es tal, que consigue disparar el resorte de la intriga (que es absolutamente necesario en la facturación de un cuento) y que nos lleva a captar lo que no esperábamos encontrar.

El asombro, pues, es ese salto al vacío, ese cruce de extrañezas, que favorece (o no) el equilibrio de la maroma volatinera. Es la sorpresa que que surge de golpe; el viento que sopla y que la funámbula espera que nivele (o no) la pérgola.

Y ese asombro, siempre repentino, la escritora lo trabaja como debe ser: con las dosis exactas de simulación y sorpresa para no desemparejar el tránsito textual sobre la cuerda. Ese asombro que se convierte en un disparadero de emociones y noticias, mucho más allá de los propios contextos intrahistóricos, y que es, precisamente, lo que le da textura y ritmo.

Como cuando la santa de Ávila, doña Teresa de Ahumada, se sale del recogimiento y va y le planta una lamento a su corresponsal (el omnipotente padre Francisco de Borja, que es quien da o niega los permisos que la monja necesita para la fundación de sus conventos…) quejándose del padre Daza, “persona muy estricta y letrada” –dice—”Más él (y aquí el giro de pérgola): “confesarme no quiso, clamando, harta verdad: que no valía la pena perder el tiempo en ocuparse de una monja a los que los de su propia orden no dan satisfacción alguna… dando ansí noticia al Caballero Santo que lo mío eran engaños del demonio.” [10] Y aquí empieza la trama del cuento a generar sus imprevistos, sus giros de tuercas: sus asombros… justo cuando ella cuenta que el nombrado padre Daza no hace sino cotillear a sus espaldas con sus pares, afirmando que ella es (dice) cuanto menos una de esas “alumbradas que harto daño causan”. Y es en esta línea de significación, entonces, donde la carta apócrifa de Santa Teresa, bellísima en su textura grafológica, y donde la autora remeda a la perfección la escritura de la gran escritora mística del siglo XVI, se sale de tiesto, amarra la epístola y nos propone ser un cuento: con su trama y sus sorpresas.

En el relato titulado “La venganza de la verdad”, o sea la carta apócrifa de la heterogénea, feraz e inteligente escritora danesa Isak Dinesen (1885-1962) –también conocida como Karen Blixen, Tania Dinesen o la Baronesa von Blixen– autora de obras tan icónicas como “Out of Africa” o “Siete cuentos góticos”, resulta muy interesante, incluso estremecedor, dejarnos sorprender por la manera como se va resolviendo la carga simbólica del texto, con todos sus entrecruzamientos de asombro, fantasía e historial memorial. [11]

A diferencia de los otros cinco, este es el único cuyo destinatario no es un hombre… es más: la carta apócrifa la escribe y la firma uno de los alter egos Isak Dinesen; utilizando el formato lingüístico masculino y dirigiéndose en un ambiguo (y de aspecto hasta transgénero) con el título de “Messieursdames”, a la Baronesa von Blixen. O sea, a ella misma.


Hay una fuerza extraordinaria, dentro del sutil andamiaje surrealista en este cuento-carta. El desdoblamiento (en este caso por partida triple) es el hilo conductor donde se enjareta el asombro, que suele asaltar al lector de manera contínua. “Baronesa (escribe): “observe como Tania ha interrumpido el relato y permanece durante unos momentos inmóviles”. Y es que Gloria Guardia aquí, se inventa una existencia simultánea a través de una perfecta mecánica de vocaciones y flash backs, que intercala y convoca estimulando todos los resortes biográficos de esta extraordinaria mujer nacida en Dinamarca, aventurera inagotable, que vivió en África y Europa, adelantada a su tiempo en cuestiones de feminismo y autonomía social de la mujer, que consiguió con toda justicia ser nominada en 1962 para el Premio Nobel. Después de cincuenta años, y al hacerse público los registro de la Academia Sueca, se supo que Isak Dinesen fue candidata en ese mismo año de su muerte. Soledad Puértolas, la escritora y académica española, la califica como una heredera directa de Sherezade, una verdadera maga de la narración. [12]

La estructura epistolar y memorialista de Gloria Guardia, ya presente en muchas de sus obras como paratexto narrativo, se utiliza en estos relatos, como recurso vertebral. Está ligada al afán de captar una escritura más fiel y más cercana a la propia emoción inmediata que cruza, intemporalmente, desde el personaje a su corresponsal en la literatura.

 Gloria Guardia conoce bien el uso de la carta como técnica. Ya la ha utilizado otras veces, y su maestría literaria y nervio histórico, la capacitan para hacer de este método una herramienta muy eficaz para dar convicción, sentido y personalidad, a una variedad de recursos y artificios narrativos. Con su experiencia, esta misma fórmula consigue, a ratos, desmarcarse incluso de sus propios límites, y convertirse en un recurso introspectivo de bordes metaliterarios; como en los casos en que la carta insertada en el texto, funciona tan solo como vehículo para el psicoanálisis y desborda los rituales de la palabra estética, mediante una práctica envoltoria (y envolvente) que le da mito y motivo.

Es así como, a fin de cuentas, confirmamos cómo en cada discurso epistolar se va desarrollando, línea a línea, una armazón de signos fijos que se extiende entre dos bandos; una estructura de amarre que funciona como un puente enlazado en sus puntales y enganchado por sus dos extremos: la mano remitente y su destinatario.

Como en un tránsito funambulesco, amarrado a sus extremos, en cada “carta apócrifa” se descuelga una maroma; un filamento hecho de voces, inflexiones y reflejos por donde avanza, con su pérgola, cada corresponsal en su contexto.

Eso puede ser lo que llama Laurent Versini [13] la “estética de lo discontinuo”, que en la literatura epistolar alcanza a ser trascendente. Este tipo de obras se caracteriza por el flujo de diferentes voces creando perspectivas en ocasiones antagónicas. Sí, es cierto: no vamos a obviar el hecho de que el lenguaje epistolar es un instrumento insólito para estructurar un cuento. Pero ya lo advertimos: estamos tratando con una escritora que ha hecho profesión de un oficio literario repleto de casos insólitos. Y que ella, ciertamente, lo domina a la perfección.

El resultado es parecido al que se produce cuando la propia Gloria Guardia, en alguna de sus múltiples novelas, echa mano a una referencia literaria exterior, e introduce la rendija metatextual en el contexto, para construir mejor el tipo de un personaje significativo. [14]

En estas seis cartas simuladas, la escritora panameña presenta una obra perfectamente hilvanada por una dinámica de secuencias ensartadas por múltiples alforzas. El motivo primordial es la palabra que transita, que va de pliego en pliego haciendo referencia a una misma pantalla relativa: palabras escritas por mujeres que transitan la cuerda floja y van pasando de la mera indagación psicológica y moral a una interrogación sobre los problemas existenciales, malestares psíquicos, enfermedades corporales, crisis de arrebatamiento místico, trances y afinidades de su condición creativa en un mundo regido por unidades concentradas entre símbolos y montajes masculinizantes y patriarcales.

 En haber conseguido dominar el equilibrio entre implicación y distanciamiento, conjugando, sin desbordamientos sobrantes, la crónica de la objetividad con la inevitable mirada subjetiva de quien fabrica una invención posible, Gloria Guardia reconcilia “escritura” y “memoria”, realidad y ficción.

Virgina Woolf a su marido, Teresa de la Parra a su antiguo amante, Gabriela Mistral al (por entonces) ya fallecido Stefan Zweig, Simone Weil a su mentor, el filósofo Gustave Thalbon y Isak Denisen… bueno, esa atraviesa todos los muros y le manda una carta a la baronesa von Blixen… que en realidad es ella misma… quien es también Tania o Tanne… puesto que entre las tres suman a Karen, la persona tras el verbo.

La tribulación, la enfermedad, la ofuscación o la impaciencia de cada una de las protagonistas, están perfectamente elaboradas. Entre todas, componen una suerte de dimensión colectiva, casi como una memoria transversal de las mujeres de sus épocas. Teresa, la santa, vive en el siglo XVI; las demás son habitantes de la primera mitad del veinte; esa época tan distanciada de lo femenino como persona, y tan centrada, patriarcalmente, en su cargamento bélico de desafíos, resistencias, provocaciones y tenacidades. Tres de las corresponsales son hispanohablantes (una española, una chilena y una venezolana), y hay también una inglesa, una francesa y una danesa, lo que crea un mosaico móvil de figuraciones culturales.

Cada una de estas cartas es la exploración de una identidad figurativamente consciente. Lo apócrifo no importa. Podrían ser ellas mismas. El lenguaje es paralelo, las circunstancias coinciden, las imágenes se suponen y todos los elementos epistolares se asemejan a sus realidades.

 Te escribo para ti, como si hablara conmigo”… parecen ir diciendo en sus misivas las seis protagonistas. Cada carta es una exploración de lo propio y de lo ajeno; una tendencia a amarrar los cabos sueltos, un oficio de funámbulos, repito, que desarrolla en su transitar sobre la cuerda floja, el periplo de llegar al otro lado de esa maroma tensa, en un andar porfiado “con pertinacia y necedad”, tal cual diría con claridad de hábito la santa doctora de Ávila, aceptando siempre el reto, esto es… esa “posibilidad que se nos brinda de ascender (a la que se refiere, también, pero con otro temple, Teresa de la Parra), de ascender hacia un plano espiritual superior”. Porque de eso se trata siempre, de ascender: de trasladarse, de llegar al cabo de la gesta… a alguna parte. No será sólo por gusto que dos de las cartas apócrifas traigan estos subtítulos: “Andariega de amor”, la de Teresa de Jesús y “Peregrina de la trascendencia”, la de Simone Weil. A fin de cuentas, y esto vale para las seis corresponsales: en cada funámbula hay un deseo eminente de tránsito, y todo tránsito es siempre, y de muchas maneras, una manera de desencadenar las propias tensiones del camino.

Cuando Teresa de la Parra escribe a su ex amante Gonzalo (Lillo) Zaldumbide, se pone de relieve ese andar por las alturas tratando de no caerse. También en Virginia Woolf (y mucho más en Isak Dinesen) la mecánica de la cuerda floja se apuntala literariamente por la técnica del monólogo en segunda persona; monólogo interior que, frente al stream of conciousness, tiende a mantenerse dentro de una lógica mucho más inmediata de claridad y entendimiento. Ese recurso no es gratuito. Es el que tiene que ser (no podría ser otro) si se quiere mantener la cuerda tensa y llegar a alguna parte sin perder el pie. Insisto: hay una mística de la trascendencia apuntalando cada cuento. Un deseo de catarsis, de reconocimiento de la naturaleza objetiva y casi despersonalizada.

En la carta de Simone Weil, nos encontramos de golpe con la textura iconoclasta de esa pureza caótica, que esta mística del siglo XX denominó “la gracia fea”. [15] Dado que los actos internos de la mente solo tienen una identidad a través de su conexión convencional con actos externos, podemos decir que para la filósofa francesa, una mujer que escribe cruza el cerco impuesto: y traspone sus postigos convencionales.

Simone Adolphine Weil dejó de comer sin más: murió de abstinencia física, “She refused to eat”, dijeron en inglés las fuentes periodísticas que, en Londres, glosaron su enigmática muerte como un “Strange Suicide”, a la manera del artista del hambre kafkiano.

Desde un camarote del buque Marechal-Lyautey que la traslada a América, Simone Weil (de la mano apócrifa de Gloria Guardia), le escribe al filósofo Gustave Thibon, y con fecha el 14 de mayo de 1942, le complica (e implica) como corresponsal atento, en sus inquietudes y propuestas. Ella le confiesa, desde la mar, que llora no tanto por sí misma… dice: “como por aquellos que ignoran, a propósito, la obligación inherente al hecho de ser ciudadanos de un país que ha sido símbolo de la libertad desde el siglo diez y ocho”. Se refiere a esa Francia, que se desangra entre guerras, ocupaciones y persecuciones y donde ella ha venido al mundo en 1909, en París, en el seno de una familia judía burguesa.

En sus años de docencia, porque Simone Weil fue profesora de un liceo de señoritas, siempre incitó a sus alumnas a pensar por ellas mismas. Les decía que hablaran siempre, que no callaran nunca… “No importa”, aseguraba, “si con ello, la palabra enunciada resulte malsonante o inapropiada. Al final, la verdad de cada una es lo que importa”. No en vano en esa carta apócrifa que le encomienda a Thibon, le deja bien plasmado que ella “…ha dejado el terruño con el corazón hecho pedazos”, y que, no obstante, prevalece en su interior una fuerza, dice: “que me induce a pensar, decir, o escribir frases que con frecuencia resultan ofensivas…” En Simone Weil, la filósofa, la abnegada, la trascendente, todos los cabos terminarán anudándose en una especie de fatalidad sublime que solo se reconoce desde una visión definitiva: la de la dignidad humana, como vía de ascesis trascendente.

En la carta apócrifa que firma Virginia Woolf, hay un eco contestatario, que parece no responder, faltaba más, a una postura literariamente proclamada, sino a un deseo de análisis personal de una crisis que se quiere transmitir con valor documental y cuyo propósito se declara con énfasis: “…he vuelto a oír hablar en griego a los pájaros” (le escribe –tanto en la ficción como en la vida real– a su marido Leonard).”Esto no puede ni debe interpretase tampoco como desviaciones nerviosas, sino como lo que es, en efecto: que esa lengua es para mí todo lo que nunca podré personalmente alcanzar”. Aquí, la narradora centroamericana, por supuesto, se nutre de un ensayo que dejó publicado la inglesa en 1925 Sobre el desconocimiento del griego, [16] y al referenciarlo dentro de lo apócrifo nos da cuenta de la complejidad de una mujer paradigmática que escapa al molde de su época. Con su proposición “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”, que se encuentra en el ensayo “Una habitación propia”, se convirtió en un referente para el movimiento feminista de los años setenta.

Con 59 años, y tras caer de nuevo en una depresión, Virginia Stephens Woolf se puso un abrigo de lana, lleno los bolsillos de piedras y se hundió en las aguas frías de un río cercano a su casa. El cuerpo de la escritora no se encontró hasta tres semanas después. Ya hemos dicho que en técnica hay un arte de malabares. Miremos, pues, cómo funciona este oficio de funámbulos. Cada una de las misivas es un recuento narrativo que se mueve, a la vez, como un relato autónomo y una figura integrada. (Lo adelantábamos más arriba). Son seis cuentos que se estructuran (hacia adentro y entre sí) a través de una mecánica de simulación retórica, que aún fingiendo cada texto un escenario propio y un entorno, no llega a desfigurar las voces, ni falsifica los eventos, ni confunde realidades, sino que se mira en ellos... se refleja… como en un espejo. Es un juego de simulacros, no una farsa. Gloria Guardia tira la cuerda floja, convida al lector a la pista, y amarra sus puntales a ambos lados de la realidad histórica, donde seis mujeres paradigmáticas reviven literariamente. En esa agenda de revelaciones, lo importante no es lo que simulan, sino lo que representan. Lo que la carta nos deja de todas ellas.


Santa Teresa, Virginia Woolf, Teresa de la Parra, Gabriela Mistral, Simone Weil y Isak Dinesen. ¿Qué entramado ritual, qué denominación común de símbolos las cohesiona sobre el texto? A primera vista, la literatura de cada una ellas marca sus propios caminos. Son muy distintas sus obras… también difieren en sus vidas, pero todas se parecen (digo yo) en una cosa: en la pesadumbre que organiza –o desordena– sus fatigas. No debe olvidarse, en este sentido, que estamos ante seis escritoras insignes (una de ellas premios Nobel, otra una monja, una suicida, dos enfermas y una aristócrata trashumante), pero no por ello menos habitantes femeninas de su entorno; mujeres que vivieron rompiendo moldes y saltando barreras, con todas sus consecuencias.

Eso es lo que las unifica a las seis por el medio: esa ruptura ontológica (y axiológica también) que las catapulta, por su propio peso, fuera de la vía destinada a la circulación intelectual de las mujeres. Eso es lo que las hace tomar la pérgola, anudar sus propias maromas y lanzarse frente al viento a cruzar la cuerda floja. (Ustedes perdonen que siga yo reclamando metafóricamente este símil. Pero es que así las veo: moviéndose sobre el vacío y tratando de mantener el equilibrio…)

Teresa de la Parra y Virginia Woolf escriben desde sus sanatorios. La venezolana internada por tísica en un hospital de Madrid; la inglesa por su locura en las afueras de Hamstead. Virginia le escribe a Leonard, su marido… “Querido” (Dearest), le dice en la carta apócrifa, usando una estructura verbal pareja a los de la correspondencia original de la Woolf. “Hace cuatro meses, trece días y siete horas tomaste la decisión de traerme a internar a este sanatorio…”

Gloria Guardia produce el encanto de figurar una unidad cerrada y va creando, a punta de imágenes, acciones y vivencias, un perfecto ingenio apócrifo que se sostiene a sí mismo para entrar de lleno en el juego imaginativo.

La “Otra Ifigenia”, que da título al relato epistolar que narra Teresa de la Parra, apunta a la propia novela de la protagonista del relato epistolar: Ifigenia, en donde la protagonista rechaza a un viejo amante que, tras volver casado, la convida a huir con él. A la hora de la carta, escrita supuestamente en Madrid, a 24 de diciembre de 1935, la venezolana se encuentra ingresada en un asilo de tísicos, a cuatro meses de su muerte. Decía Uslar Pietri, en un ensayo firmado en 1948, que Ifigenia, la novela de Teresa de la Parra, publicada en 1924, era ante todo una “confesión muy femenina: libro de mujer, atractivo, oscuro, turbador”. Tres adjetivos que siempre aparecen cuando no se sabe dónde ubicar la literatura de una mujer.

La carta apócrifa de Teresa de Ahumada, la santa doctora de Ávila, estremece por su verosimilitud, seguridad y fuerza. Pero también por su socarronería, nada raro en la carmelita… que además gran poeta, religiosa y mística… era terca, porfiada y jamás condescendiente. Tres cosas se pueden notar en esta epístola, que Gloria Guardia titula “Andariega de amor”: La primera, la sabiduría, la segunda: la desconfianza y la tercera la claridad mental, con la que se lanza a escribir a tan poderoso personaje, el reverendo padre Francisco de Borja, Comisario General para las Casas de España de la Compañía de Jesús. Santa Teresa se manifiesta desde su genuina humildad, pero sin resignar maneras, que para algo a ella le sobran poderes y sapiencia.

“Recado desde Estolcolmo”, es la carta apócrifa que Gabriela Mistral dedica a su maestro Stefan Zweig en este libro de cuentos de Gloria Guardia. La escribe (supuestamente) cuando apenas le acaba de ser entregado el Premio Nobel, en diciembre de 1945; y aquí surge el primer asombro (el golpe de viento extraño que sacude la maroma funámbula), ya que para esas fechas, el escritor austríaco, ya tiene tres años de muerto. Se suicidó en 1942, en Brasil conjuntamente con su esposa.

En esta melancólica carta-cuento, Gabriela Mistral le va describiendo a Zweig, cómo la sorprendió la macabra noticia de su muerte; cómo no quiso creer en ella, hasta el punto de pensar (junto con otros amigos) que quizás se trataba “de un crimen que trataban de encubrir con el embozo de un suicidio”. La poeta, pedagoga y diplomática chilena nos sacude inmediato con su deducción de que ella cree que “la Fundación Nobel y la Academia Sueca, se decidieron a última hora por mi nombre para apaciguar la tempestad hace rato desatada entre el amigo de México y el de Venezuela”. Y así deja al lector boquiabierto, intentando atar cabos entre letra y letra. Otra vez el asombro levantando la libre.

“¡Ahora, para qué!”… dice la historia que, en efecto dijo Gabriela Mistral, cuando le dieron el Nobel. “Llegó tarde, demasiado tarde, cuando usted y todos los que mucho he amado se han marchado y me han dejado huérfana en este valle inmenso”. Así comienza el recado, perfectamente simulado, pero literariamente factible, que la laureada poeta escribe a Zweig. Luego pasará a detallarle los oropeles y artificios de los faustos que la celebran en Estocolmo. Relata los portentos de los sabios premiados y los pone en paralelo con las carencias y abandono de otras latitudes menos favorecidas. La acaban de distinguir con el premio más apetecible para un escritor en el mundo, pero ella sigue afincada en sus entornos. “¡Qué lindo puede ser un pueblo donde no existe casi la pobreza, el analfabetismo, las enfermedades congénitas e infecciosas!” Gabriela de América todavía sigue implorando.

La estructura de este libro, no tiene un cierre convenido. Una de sus virtudes es, precisamente, que está abierto a la interpretación. Estas seis mujeres no son personajes en busca de un autor, porque para autoras ellas y la escritora genial, que las reúne, no las configura como objetos literarios, sino que en su artificio las convoca como fueron, y como aún siguen siendo. Seis escritoras paradigmáticas que buscaron (y encontraron, aún en la tragedia) su propia alternativa existencial.

Más allá de que sean ficciones y hayan nacido como apócrifas de la pluma de una escritora centroamericana, cada una de estas cartas lleva su propia razón: su ingenio peculiar que las proyecta y las define. Y aquí queda la clave. Una “razón poética”… sí: una “razón” mucho más sublime y menos especiosa que todos los racionalismos técnicos y práctico. Una “razón poética”, que como decía María Zambrano, rompe, desde lo intuitivo, desde lo femenino, con todas las limitaciones de la historia… y nos sublima.

 

NOTAS

1. Guardia, Gloria. Cartas apócrifas. Fundación Cultural Javeriana de Artes Gráficas. Bogotá, Colombia. (2005).

2. Guardia, Gloria. Libertad en llamas. Plaza y Janés. México, 1999

3. Guardia, Gloria. En el corazón de la noche. Alfaguara. Tucumán, Argentina, 2014.

4. Diccionario de colombianismos. Academia Colombiana de la Lengua. Bogotá, 2004.

5. Guardia, Gloria. Estudio sobre el pensamiento poético de Pablo Antonio Cuadra. Editorial Gredos. Madrid, 1971.

6. Guardia, Gloria. Tiniebla Blanca. Editorial Cultura Clásica y Moderna, 1961.

7. Guardia, Gloria. Rogelio Sinán a la luz las nuevas propuestas críticas sobre la narrativa latinoamericana. Editorial Biblioteca Ayacucho. Caracas, 2009.

8. Mentor, Seymour. Caminata por la narrativa Latinoamericana. Fondo de Cultura Económica, 2012.

9. Giraldo, Luz Mary. Antología. Cuentan: Relatos de escritoras contemporáneas. LASA, Asociación de Estudios Latinoamericanos. Bogotá, 2012.

10. Cartas apócrifas; página 35.

11. En mi aproximación a Karen Blixen, he recorrido, con especial afán, tres de sus obras: Babbette`s Feast (1950), Memorias de África (Alfaguara, 2011) y Cuentos completos, Editorial DeBolsillo, 2010.

12. Puértolas, Soledad. Prólogo a Siete cuentos góticos de Isak Dinesen. Unidad Editorial Madrid, 1999.

13. Versini, Laurent. Le roman épistolaire, PUF, 1979.

14. Ver el caso de su novela Libertad en llamas, donde la intertextualidad ensambla (e intercala) una variedad de conjuntos escénicos.

15. Weil, Simone. La gravedad y la gracia. Biblioteca Simone Weil. Editorial Trotta, 2007.

16. Woolf, Virginia. Acerca de no conocer el griego, en El lector común. Editorial Lumen, 2009.

 

 

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GIOVANNA BENEDETTI (Panamá). Poeta, narradora, investigadora histórica y ensayista. Nacida en la Ciudad de Panamá, reside desde hace una década en San Lorenzo de El Escorial, Madrid. Es doctora en Derecho, miembro de la Academia Panameña de la Lengua y fue Directora del Archivo Nacional de Panamá. Ha obtenido en seis ocasiones el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró (máximo galardón literario de Panamá). Es Premio Internacional de Periodismo José Martí de Cuba y Premio de Ensayo Histórico de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Colombia. Entre sus obras: La lluvia sobre el fuego (cuentos, 1982); El sótano dos de la cultura (ensayos, 1985); Entonces, ahora y luego (poemario, 1992); Entrada abierta a la mansión cerrada (poemario, 2006); Música para las fieras (poemario, 2016); Después de los objetos, (Poesía reunida: Editorial Doce Calles, Aranjuez, 2018 y 2019); Vértigo de malabares (cuentos, 2017 y 2020). 

 




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