Los primeros años en Italia
En
su trabajo como artista polifacética, Leonor Fini, pintora, escenógrafa, diseñadora,
ilustradora y escritora, supo conciliar su incesante y muy viva creatividad con
un sentimiento siempre actual. Su renovada idea del rol de la mujer dentro de una
sociedad cambiante hizo de ella una figura clave no solo dentro del Surrealismo,
movimiento al que estuvo vinculada durante un tiempo, sino de la Historia del Arte
en general.
Max
Ernst, quien tuvo con ella un breve romance, para definir su irresistible atractivo,
como mujer y artista, la definió como “la furia italiana en Paris”, [1] dejando claro que su carácter era fuerte
y determinado, su personalidad arrolladora. Era una mujer hermosa y de una belleza
perturbadora, hasta el punto que fue retratada por las cámaras de Man Ray, Dora
Maar, Lee Miller, Erwin Blumenfeld, Cecil Beaton, George Hoyningen-Huene, Henri
Cartier-Bresson, Eddy Brofferio y muchos otros, convirtiéndose en una de las pintoras
más fotografiadas del siglo XX. De Dora Maar, por ejemplo, son algunas de las fotografías
más emblemáticas que la representan como una joven hermosa, de bello rostro, cuerpo
seductor y mirada trasgresora.
La
dimensión de lo femenino y lo masculino va a vertebrar su obra, jugando a veces
con cierto carácter andrógino; y el cuerpo queda suspendido en una dimensión intemporal,
en bilo entre ironía y metáfora. Este juego y alternancia de roles lo ponía en práctica
en su propio cuerpo, al ser aficionada al mundo del teatro, a los disfraces y a
las máscaras que exhibía con frecuencia en las fiestas parisinas y que le permitían
ocultar su belleza para dar paso a la auto ironía.
La
determinación de la Fini y, por supuesto, su estilo impregnado de referencias oníricas
y mitológicas, hicieron que se convirtiese en una de las mujeres del grupo Surrealista,
contribuyendo a abatir estereotipos que enclaustraban, desde hace siglos, a las
mujeres artistas. Con lo cual, aunque fuera ya solo por esto, su aportación a la
cultura igualitaria es indiscutible y su rol, como el de otras artistas de la época,
es el de una mujer comprometida que plantea una pintura sin tapujos. Su contribución
va más allá del ser musa y amante (papeles ambos que encarnó, sin duda), al ser
también protagonista y artífice de una estética renovada que ve a la mujer y a su
cuerpo protagonista de obras de fuerte carácter emblemático y simbólico. De este
modo apunta a una nueva dimensión de lo femenino, ya que hace referencia a la feminidad
en el sentido más amplio del término, alejando el espectro de los estereotipos o
bien jugando irónica y libremente con ellos.
Nacida
en 1907 en Buenos Aires de madre italiana, de Trieste, y padre argentino (aunque
de origen italiano también), Leonor Fini vive en Argentina solo el primer año de
vida al separase muy pronto sus padres. Regresada con su madre a Trieste, pasa la
juventud en un ambiente familiar acaudalado y estimulante en el que conoce a Leo
Castelli, James Joyce e Italo Svevo entre otros intelectuales de la época. A pesar
de la relación conflictiva que mantienen sus padres en la distancia y no obstante
la incertidumbre vital fruto de los continuos intentos de él de llevarla consigo
a Argentina, los estímulos cultos que su ambiente le proporciona hacen huella en
la sensible personalidad de la joven que manifiesta muy pronto sus habilidades artísticas.
Ciertamente, su afición al dibujo aparece en edad muy temprana como demuestran los
muchos retratos de señoras burguesas de Trieste, amigas de su familia, que empieza
a realizar ya en 1914, hasta que, a la edad de 17 años, participa por primera vez
en una exposición colectiva. Así, la Leonor pintora sale a la luz; el ambiente culto
que la rodea propicia y fomenta este don innato y las clases de pintura que recibe
del artista triestino Edmondo Passauro la influencian notablemente acercándola a
un realismo meticuloso. [2]
Su
infancia, así como parte de su adolescencia, transcurren entre la pasión por el
arte, el miedo a ser alejada de su madre quien, durante los primeros 6 años de su
vida, la viste de niño para evitar que su padre la reconozca y se la lleve a Argentina,
y un profundo e incondicional amor por los gatos que protagonizan muchas obras durante
toda su carrera artística.
Es
así como se va forjando un carácter fuerte y sensible, rebelde y curioso que llevará
a Leonor a explorar territorios nuevos, tanto en el sentido geográfico como en lo
metafórico, hasta alejarse de todo lo seguro y conocido. Milán, Paris, Montecarlo,
Roma y Nonza (Córcega) son algunos de los lugares donde residirá a lo largo de su
vida.
De
la etapa triestina de su pintura nos quedan muchos retratos tanto de gente común
como de insignes figuras. Es el caso del enigmático Retrato de Italo Svevo de 1928 expuesto dos meses después de la trágica
muerte del escritor. En esta obra ya se nos desvela el carácter misterioso de su
pintura y la relación intensa entre el cuerpo y la mente. El rostro del escritor
aparece pintado con extraordinario realismo en contraste con el paisaje del fondo,
estilizado y de toques infantiles, que representa el puerto de Trieste en el que
Svevo trabajó durante un tiempo. Ya en una edad tan temprana, la pintora demuestra
una excelente capacidad de síntesis entre realidad y símbolos al sabernos devolver
la imagen del escritor, integra y de mirada profunda, sin renunciar a citar al hombre
que vuelve al trabajo desencantado por el mundo de las letras. Y ya asoma el espíritu
irónico de una pintora que, sutilmente, inserta en sus obras elementos inesperados
y discordantes que invitan a la reflexión y añaden un componente misterioso e icónico.
Así, el rostro definido y serio de Italo Svevo hace de inesperado contrapunto a
un fondo juguetón y abstracto que es sólo un débil reflejo, una proyección de la
mente, de aquel muelle lleno de depósitos de barniz donde trabajó el escritor italiano.
La
experiencia milanesa durará poco más de un año ya que Leonor decidirá ir a Paris
junto a Funi. A pesar de los estímulos que la ciudad italiana le proporciona, la
joven se siente enclaustrada en Milán que, respecto a las expectativas que ofrecen
otras capitales europeas, satisface cada vez menos su insaciable curiosidad y afán
de aprender. Además, no deja de ser frustrante para ella el medio que la rodea sobretodo
por la hostilidad que aprecia hacia las mujeres artistas: los hombres que frecuenta
y le tienen aprecio, con frecuencia no entienden la sensibilidad artística de otras
pintoras valorando de manera reductiva sus obras. Sencillamente, Leonor en Milán
acabó con aburrirse “con todos aquellos hombres que chillaban y discutían siendo
irreverentes hacia otros pintores europeos”, como dirá ella misma en una entrevista
a “Il Piccolo” en 1991. [3]
El cuerpo como vehículo
de comunicación desde el encuentro con el surrealismo hasta 1942
En
la capital francesa, donde llega en el mes de septiembre de 1931, entra en contacto
con los Italiens de Paris (Filippo De
Pisis, Alberto Savinio, Giorgio De Chirico, Massimo Campigli etc.), algunos de los
cuales ya había conocido en Milán, y a finales del mismo año presenta unas obras
en una exposición colectiva en la Galeria de Jacques Bonjean dirigida por Christian
Dior. Un inicio notable, sin duda, que le proporciona contactos importantes (Dior
le presentará a la diseñadora italiana, afincada en Paris, Elsa Schiaparelli quien,
junto con Max Ernst, será el trait d’union
con los surrealistas).
Pero es sin duda la cercanía con el ambiente surrealista,
con el que entra en contacto en 1933, lo que resulta dar más estímulos a la italiana
quien empieza a formar parte de uno de los movimientos de vanguardia más influyentes
del siglo XX y con sus agallas y elegancia se abre camino en un mundo mayoritariamente
de hombres. En realidad, Leonor Fini no llegará nunca a definirse como surrealista,
permaneciendo alejada, en cierto modo, de los preceptos bretonianos y rechazando
la idea de “adepta” al movimiento. Al contrario, ella siempre manifestó una personalidad
y libertad expresiva cautivadora. Aún así los elementos en común con la sensibilidad
surrealista son innumerables, así como las experiencias vitales, con lo que la asociación
es inmediata e igualmente valida y Leonor de hecho supo ganarse pronto los favores
de los maestros del Surrealismo con quienes compartía ensoñaciones y ambientaciones
oníricas. Y a pesar de no adherir formalmente al grupo surrealista, sin embargo,
sí que participa en exposiciones colectivas y en 1936, por ejemplo, está presente
en dos de la más importantes exposiciones del movimiento: la International Surrealist Exhibition en la
New Burlington Galleries de Londres, y,
en el otoño del mismo año, en Nueva York, en la exposición Fantastic Art, Dada and Surrealism.
Max
Ernst, Salvador Dalí, Man Ray, Paul Eluard, René Magritte, solo para citar a algunos
de sus amigos, apreciaron su arte intrigante y sensual, su capacidad de combinar
un potente realismo pictórico con atmósferas simbólicas y llenas de misterio. Y,
entre las mujeres, Elsa Schiaparelli, Dora Maar, Meret Oppenheim y Leonora Carrington
intercambiaron con ella experiencias y trabajos, influenciándose las unas a las
otras, entrando en aquella prolífica dialéctica de la que sin duda se beneficiaron
los tiempos.
De
todas las primeras vanguardias, posiblemente el Surrealismo sea el movimiento que
más abierto se haya mostrado frente a la integración de las artistas. No obstante,
entre los surrealistas las mujeres tardaron en tener cierto peso y reconocimiento,
lo que se puede traducir en que la posible influencia de mujeres en este ámbito
no solía estar reconocida abiertamente por los miembros del grupo. Esta exclusión
intelectual está, por ejemplo, demostrada por el hecho de que, tanto el primero
como el segundo manifiesto del Surrealismo, fueron firmados solo por hombres, así
como fueron siempre y solo hombres los que aparecieron en las fotos oficiales de
los primeros años. En realidad, la relación entre los hombres y las mujeres vinculadas
al movimiento era muy compleja y llena de contradicciones, en efecto, si por un
lado se las ocultaba e, incluso, excluía de los contextos “profesionales”, por otra
parte, se veía en ellas unas musas inspiradoras, esposas, amantes, objeto sexual
a través del cual satisfacer aquel deseo loco e incondicionado que animaba la llama
del amour fou que tanto alababan. [4] De hecho, no hay que olvidar la importancia
que tuvo el cuerpo femenino en la poética surrealista, continuamente asociado a
connotaciones eróticas, reminiscencias infantiles, sensaciones táctiles y gustativas
etc., encarnando los deseos de una sociedad moderna, que sin duda se encaminaba
hacia la libertad sexual.
Una
obra que representa muy bien la idea que tenían los artistas surrealistas de la
mujer es la de Magritte que se titula No veo
a la [mujer] escondida en el bosque, realizada en 1929. La imagen de una joven
desnuda aparece rodeada por 16 retratos de exponentes del Surrealismo (entre los
que encontramos a André Breton, Luis Buñuel, Paul Eluard, Max Ernst y Salvador Dalí),
todos ellos con los ojos cerrados. El sueño es común, nos viene a decir Magritte,
todos desean a esa mujer escondida, y el amor y la pasión serán la recompensa de
su búsqueda; porque la mujer debe ser buscada y, finalmente, por medio del azar,
encontrada. El ser femenino es visto, en la fase inicial del Surrealismo, como fuente
de inspiración, musa invocada y anhelada, objeto erótico que permite canalizar la
ansiedad creativa.
Hacia
1935, en plena relación con los surrealistas, las pinturas de Leonor Fini se vuelven
más enigmáticas, con referencias a lo subconsciente y, en lo que al aspecto más
plástico se refiere, la pintora va cediendo el paso a tonos brillantes y a una pincelada
menos texturizada, más uniforme y velada. Se nos perfila una artista que plasma
hábilmente el imaginario femenino y que sabe jugar con sutileza con los estereotipos
de género. Nos presenta figuras ambiguas, a veces de rasgos andróginos, que permanecen
al margen de la sexualidad tradicional, invocando una libertad sexual, en ocasiones
con alusiones a la homosexualidad, lo que denota la plena libertad de sus planteamientos.
Una
obra explicativa de su etapa surrealista es el enigmático lienzo que, en 1936, Leonor
Fini lleva a la primera exposición inglesa del grupo, que se organiza en la New Burlington Galleries de Londres. [5] El cuadro se titula Jeux de jambes dans la clef du rêve que podríamos
traducir como Juego de piernas en clave de
sueños. Una obra que, lejos de ser intuitiva y comprensible a primera vista,
invita a una reflexión y a una lectura que entra en lo puramente simbólico, dejando
abiertas las interpretaciones. Las únicas protagonistas de la obra son dos mujeres
de rostros inexpresivos que cumplen unos gestos rígidos e impostados: una le coloca
las piernas a la otra, la cual, en posición erguida mira fijamente al fondo. Como
si estuviesen bailando o aprendiendo a bailar juntas, las dos jóvenes parecen estar
realizando un extraño ritual que las ve unidas y cómplices, así como muy concentradas
cada una en sus acciones. No dialogan entre sí, pero se las ve juntas en un equilibrio
compositivo de gran fuerza que nos interroga sobre su significado. En realidad,
no importa, en mi opinión, lo que estén haciendo con exactitud, lo único que nos
he dado conocer es que ellas sí que saben lo que están haciendo y esta comunicación,
que usa el cuerpo como vehículo (ni siquiera se miran), es patrimonio de ambas.
Ellas son las únicas que conocen y saben interpretar el lenguaje de su cuerpo y
éste se vuelve medio de comunicación y entendimiento. El fondo es completamente
neutro y la ropa que llevan, de aire renacentista, es bastante inusual, lo que sitúa
a los personajes en un contexto atemporal y universal, así que la escena parece
fruto de la ensoñación (como ratifica, por cierto, el título que hace referencia
al sueño). La complicidad que se genera entre las dos mujeres, real o deseada que
sea, puede tener varias lecturas que nos llevan a explorar incluso los terrenos
de lo sensual y lo erótico (esta obra sorprendió a la crítica inglesa que consideró
descarada a la joven pintora italiana). A partir de ahora la Fini nunca se liberará
de ser relacionada con la homosexualidad femenina (a pesar de que, desde 1952, empezará
con dos hombres un ménage à trois que
durará 35 años) y la ambigüedad seguirá estando presente en muchas de sus obras.
El
cuerpo femenino aparece claramente en otra obra, un encargo que le hace su amiga,
la diseñadora Elsa Schiaparelli, para la que realiza el frasco de su primer perfume:
Shocking, que se lanzó en 1937. [6] En él se aprecia un busto envuelto en
un metro de costurera rematado por un botón en el cual aparece la inicial de la
modista: la letra “S”. El tapón está decorado por un ramo de flores de porcelana
de colores y el frasco estaba encerrado dentro de una campana de vidrio. Al cabo
de un tiempo, Schiaparelli declaró que, mientras que estaba trabajando en el perfume,
estaba realizando el vestuario de Mae West para la película Every Day's a Holiday, y confesó que la silueta
de reloj de arena de la actriz americana le había inspirado la forma del frasco
de perfume que diseño Leonor. “Mae West vino a París. Después de haberla colocado
encima de la mesa operatoria de mi atelier,
la midieron y estudiaron con atención y curiosidad. Me había enviado todos los detalles
más íntimos de sus famosas formas y, para una mayor precisión, me había hecho llegar
también una estatua de yeso que la retrataba completamente desnuda en la posición
de la Venus de Milo”. [7] Así que hemos de creer que los volúmenes
del frasco de Shocking fuesen fieles a
las voluptuosidades naturales de la actriz que en aquella época era un auténtico
icono de belleza y sensualidad, como destacará también Dalí en algunas de sus obras
más conocidas.
Esta
“objetualización” del cuerpo femenino realizada por Schiaparelli y Fini en realidad
no es tal y aquí reside una de las principales aportaciones de las mujeres al movimiento
surrealista: el cuerpo-objeto es sujeto activo, y no pasivo. La campana de vidrio
protege ese cuerpo y lo eleva a la categoría de obra de arte. La mujer elige libremente
lo que concierne a su esfera más íntima, a su sexualidad y el punto de vista se
vuelve personal, alejándose de los estereotipos anteriores. Por otra parte, el maniquí
(en este caso de sastre) entendido como álter ego de lo humano, está muy presente
en toda la estética surrealista y nos devuelve al imaginario onírico bretoniano.
Después
de Shocking, Schiaparelli al año siguiente
lanzará otro perfume: Zut, cuyo frasco
será justo la parte inferior del busto de la fragancia anterior. Esta vez la botellita
tendrá la forma de unas piernas femeninas que alaban las voluptuosas caderas de
las mujeres. Los pies están cubiertos por unas nubes que dan la idea de ligereza
de la figura y la mitifican como si de una diosa se tratara. [8] El cuerpo femenino es exaltado en estos
dos frascos de perfume que celebran su belleza y sensualidad, sin tapujos y con
cierta dote de ironía y desparpajo. De 1936 es el retrato, óleo sobre lienzo, que
Leonor Fini le hace a Gogo, la hija de Schiaparelli, que en aquel momento tenía
16 años. La joven es retratada de tres cuartos, sentada y llevando una larga falda
de rayas conjuntada con una chaqueta marrón y una faja rosa, todas ellas, probablemente
creaciones de su ilustre madre. El fondo neutro hace que la figura de Gogó resalte
y que la atención se centre en su bello rostro, ejecutado por la Fini con sutileza
y elegancia, sobre todo en lo que a la intensa mirada se refiere.
La colaboración entre Leonor Fini y Elsa Schiaparelli se materializa también en una ilustración que la pintora realiza en 1939 para la revista Harper's Bazaar. La imagen representa a una mujer de espaldas con un vestido de un rojo intenso de la Maison Schiaparelli. La falda presenta en la parte posterior dos pinzas que sobresalen rectas y un llamativo lazo, amarillo y rojo, a juego con los guantes. La protagonista gira la cabeza para dirigir su mirada hacia nosotros y en su rostro podemos encontrar los rasgos de aquellas bellezas austeras y andróginas que le interesaban a la Fini. Posiblemente no hubiese sido más que una de las muchas ilustraciones de moda de excelente factura que se hacían en aquel entonces en la fértil capital francesa, si no hubiesen aparecido unas extrañas figuras que capturan nuestra atención convirtiendo la escena en un momento mágico, una aparición fantástica. Lejos de devolvernos una imagen de moda tradicional e inspirada en la cotidianeidad de la vida mundana, la pintora nos representa a una mujer rodeada de seres con torso de mujer y alas de
Figuras
mitológicas aparecen también en otra obra que Leonor Fini realiza en 1939 y que
se considera una de las piezas más representativa de su relación con el ambiente
surrealista. [10] Se trata de un armario
antropomorfo que presentará en la Galería de René Drouin y Leo Castelli (Paris)
en una exposición de artes decorativas que además ella misma ayudó a coordinar.
Obras de otros artistas como Salvador Dalí, Max Ernst o Meret Oppenheim se expusieron
en aquella ocasión y tanta fue la repercusión del evento que el fotógrafo George
Hoyningen-Huene realizó para Harper's Bazaar
un reportaje en el que unas modelos se pasean entre estos objetos surrealistas de
extraordinaria hechura; incluso tenemos un retrato de la pintora posando delante
de su armario con un ceñido vestido Schiaparelli. [11] El armario antropomorfo presenta en las puertas centrales los cuerpos
enteros de dos criaturas representadas de frente, hieráticas. Estas figuras grotescas,
mitad humanas y mitad ave (cisnes según algunas interpretaciones), [12] desde mi punto de vista parecen vigilar
el contenido del armario, ejerciendo de guardianas de un mundo íntimo y extremadamente
privado. El aspecto monstruoso de las dos figuras, si bien de bello rostro, induce
al respeto, transmite autoridad; ellas velan sobre el contenido del armario, que
bien podría ser interpretado como un símbolo del universo femenino, y la apertura
de las puertas sólo puede ser autorizada por la dueña así como, en mi opinión y
planteando una lectura personal, cada mujer decide sobre su condición, más allá
de los estereotipos impuestos por la sociedad.
En
la misma exposición, Leonor Finí presenta también otro objeto: una silla en forma
de corsé. Celebra aquí la liberación de las mujeres de un objeto sumamente incomodo:
el corsé, y ensalza la moda airosa que se había acabado imponiendo desde hace un
par de décadas. La idea del cuerpo enclaustrado en una armadura había estado presente
ya en una pintura de la Fini de 1938 titulada Mujer con armadura en la que aparecía una joven ataviada con una rígida
estructura a medio camino entre armadura militar y lencería. [13] Ahora la silla en la cual ha sido idealmente
abandonado el corsé acaba por transformarse en corsé ella misma, siendo participe
de este juego de metamorfosis que es para la Fini el símbolo de la versatilidad,
de la transformación y, en resumidas cuentas, de que no tiene sentido encasillar
las cosas o las personas en roles predefinidos ya que todo puede cambiar y transformarse
continuamente. Si el ojo atento de Eugène Atget había inmortalizado un escaparate
repleto de lencería, objetos sin vida a la espera de un cuerpo que los animase;
Leonor Fini condena el corsé a la inutilidad, lo reinterpreta a la luz de la nueva
sociedad y con gran ironía lo transforma en una silla en la que las ballenas van
a estructurar el asiento y el respaldo con refinadas bandas de nácar.
A
través de la obra polifacética de la Fini se nos abre un universo femenino complejo
donde no se da nada por descontado. Evidente es, sin embargo, la sintonía con el
universo masculino hacia el cual se demuestra un gran respeto. El enriquecimiento,
fruto del entendimiento entre ambos géneros, está presente en sus creaciones que
nos hablan de la comunicación e invitan a una reflexión sobre el lenguaje corporal
donde el cuerpo, bien femenino, bien masculino, es el protagonista.
Una
obra muy interesante en este sentido es Esfinge
Almaburga de 1942 en la que vuelve a aparecer una figura mitológica, cuyo rostro
recuerda a la pintora; esfinge misteriosa y protectora. [14] Las esfinges, estos seres por mitad mujer y, por la otra, felino,
nos recuerdan a la adoración añeja de la Fini por los gatos, cuya sensualidad de
movimientos es a menudo asociada al erotismo femenino, y a la vez nos remiten al
rol de la mujer que vela y protege. [15]
Y así el personaje del lienzo observa y acaricia con ternura al hombre amado tumbado
en el suelo. Sólo un año antes Leonor había empezado su relación sentimental con
Stanislao Lepri [16] y esta obra no puede
no transmitir la serenidad de un momento autobiográfico. Asimismo, La alcoba, otra pintura del mismo año, nos
lleva hasta la intimidad de la pareja (aquí no hay seres mitológicos que cumplen
la función de metáforas universales) y también en esta ocasión apreciamos como el
cuerpo del amado durmiente es velado por la mujer; se proclama así una lectura intimista
y doméstica de la relación hombre-mujer hecha de complicidad y sensualidad. En estas
obras, la desnudez del cuerpo masculino está puesta en primer plano: posiblemente
la Fini quiera invertir el rol tradicional del pintor que representa el desnudo
femenino para encarnar una visión más actual de la mujer artista que trata, acorde
a su sensibilidad, el tema del desnudo masculino.
El
universo de Leonor Fini vemos que es extremadamente versátil y su arte protagoniza,
a lo largo de toda su vida, unos cambios notables a nivel plástico y formal. Los
lazos que unen a la artista de Trieste con otras figuras importantes del mundo del
arte son sin duda indispensables para comprender su evolución, sin embargo más importante
todavía es entender su fuerte personalidad y el carisma que, al parecer y según
relata quien la conoció, desprendía su figura.
Después
de la etapa surrealista, Leonor emprenderá un camino en solitario del cual nos han
quedado numerosas obras [17] y, a pesar
de los cambios que experimentó su creatividad, lo femenino será siempre un tema
presente. A veces es planteado como reivindicación, otras, es entendido como exaltación
de la belleza, en el sentido más amplio del término, y en ocasiones es un simple
reflejo de vivencias personales. Incluso cuando son otros los artistas que nos devuelven
imágenes de ella, Leonor nos aparece siempre diferente, hábil trasformista, pero
su mirada profunda y directa es inconfundible y el alcance de esa mirada, así como
de todo su imaginario visual, ha llegado intacto hasta nuestros días, prueba de
la actualidad y vigencia de su obra.
NOTAS
1. Laura Larcan, “Fini, la "Garbo del Surrealismo".
Un'italiana da Parigi a Trieste”, La Repubblica, 2009.
2. Maria Masau Dan y Vanja Strukelj, “Leonor Fini”, Art e
dossier, 265, Giunti Editore, Firenze, abril, 2010.
3.
Ibidem.
4. Ragozzino, Marta, Surrealismo, “Art e dossier”, número
103, Giunti Editore, Firenze, julio, 1995.
5. Breton, André, Surrealism, New Burlington Galleries, Londres, 1936.
6. White, Palmer, Elsa Schiaparelli: Empress of Paris fashion,
Rizzoli Edition, New York, 1986.
7. Schiaparelli, Elsa, Shocking life, Ediciones Danoël,
París, 1954, (ed. Italiana, Shocking life, Alet, Padova, 2007).
8. WHITE, Palmer, Elsa
Schiaparelli: Empress of París fashion, opus cit.
9. Overstreet Richard, The Sphinx's Riddle: the Art of Leonor Fini, Ediciones de la Weinstein Gallery. Exposición celebrada en la Weinstein Gallery de san francisco del 30 de junio al 11 de agosto de 2012.
10. A.A.V.V., Cosas del Surrealismo. Surrealismo y diseño, Ediciones del Museo Guggenheim de Bilbao, 2008. Exposición celebrada en el Museo Guggenheim de Bilbao del 29 de febrero al 7 de septiembre de 2008.
11. Martin, Richard, Fashion and Surrealism, Rizzoli Edition, Nueva York, 1987.
12.
Ragozzino, Marta, Surrealismo, “Art e dossier”, opus cit.
13. Overstreet Richard, The Sphinx's Riddle: the Art of
Leonor Fini, opus cit.
14. Maria Masau Dan y Vanja Strukelj, “Leonor Fini”, opus cit.
15. Ibidem.
16. Leonor Fini y Stanislao Lepri se conocen en 1941 en Montecarlo
adonde la pintora se había retirado para huir de la ocupación nazi de Paris. Él
era cónsul italiano y, a raíz de conocer a la Fini, dejará la carrera diplomática
para dedicarse a la pintura. Su relación durará hasta la muerte de él, en 1980,
siendo uno de los lazos sentimentales más fuertes y duraderos en la vida de la artista.
En 1952, Lepri aceptará vivir un ménage à
trois junto al escritor polaco Constantin Jelenski con quien Leonor tenía una
relación (que perdurará hasta la muerte de Constantin en 1987).
17. Fini, Leonor, Le livre de Leonor Fini, Clairefontaine,
Paris, 1975.
Referencias bibliográficas
Breton, André, Surrealism, New Burlington Galleries, Londres,
1936.
Schiaparelli, Elsa, Shocking life, Ediciones Danoël, París,
1954, (ed. Italiana, Shocking life, Alet, Padova, 2007).
Fini, Leonor, Le livre de Leonor Fini, Clairefontaine, Paris,
1975.
White, Palmer, Elsa Schiaparelli: Empress of Paris fashion,
Rizzoli Edition, New York, 1986.
Martin, Richard, Fashion and Surrealism, Rizzoli Edition,
Nueva York, 1987.
Ragozzino, Marta, Surrealismo, “Art e dossier”, número 103,
Giunti Editore, Firenze, julio, 1995.
A.A.V.V., Cosas del Surrealismo. Surrealismo y diseño, Ediciones
del Museo Guggenheim de Bilbao, 2008. Exposición celebrada en el Museo Guggenheim
de Bilbao del 29 de febrero al 7 de septiembre de 2008.
Laura Larcan, “Fini, la "Garbo del Surrealismo".
Un'italiana da Parigi a Trieste”, La Repubblica, 2009.
Maria Masau Dan y Vanja Strukelj, “Leonor Fini”, Art e dossier,
265, Giunti Editore, Firenze, abril, 2010.
Overstreet Richard, The Sphinx's Riddle: the Art of Leonor
Fini, Ediciones de la Weinstein Gallery. Exposición celebrada
en la Weinstein Gallery de san francisco del 30 de junio al 11 de agosto de 2012.
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Número 194 | dezembro de 2021
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