terça-feira, 14 de dezembro de 2021

LUIS EDUARDO CORTÉS RIERA | Jean Starobinsky: La transparencia y el obstáculo en Rousseau

 


Cuando entré a la espléndida librería El Ateneo de Buenos Aires posé mi mirada en un libro excepcional del estadounidense Robert Darnton, titulado El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural, Fondo de Cultura Económica, 2008. Contiene una serie de ensayos notables sobre la cultura de habla francesa, pero hubo uno que me atrajo irresistiblemente: Historia y literatura, que comienza con esta inquietante pregunta: ¿Qué sucede cuando un libro se vuelve un clásico? A la que agrega otras preguntas de igual tono: ¿Por medio de qué proceso un texto se aparta de todos los demás clamando atención? ¿Cómo sobrevive la temporada literaria, se metamorfosea de edición en edición, reaparece en ediciones rústicas y en tiendas de segunda mano, y se acomoda por fin en los anaqueles reservados para los libros que llegaron para quedarse?

Se refiere este aclamado periodista e historiador estadounidense a la obra Jean Jacques Rousseau: la transparencia y el obstáculo, del médico y literato suizo de origen judío-polaco Jean Starobinsky (1920-2019), un texto que se destaca como un clásico de la moderna crítica literaria, que fue presentada como tesis doctoral en la Universidad de Ginebra en 1957. Después de la lectura de este ensayo de Darnton, quedé definitivamente prendado de este extraordinario médico y literato de ascendencia hebrea que acaba de fallecer a la provecta edad de 98 primaveras el año antepasado (4 de marzo de 2019).

Como toda persona genial, desde su infancia en Ginebra forma su imagen del mundo en varias lenguas: francés, alemán, polaco, yiddist, latín. Se doctora en dos disciplinas del conocimiento casi antitéticas: medicina y filología, se interesaba por la medicina, música, literatura, historia, psiquiatría, filología, psicoanálisis, filosofía, semiótica. Su pasión iba de las humanidades a la ciencia. Fue un verdadero espíritu enciclopédico.

Con el fallecimiento de Jean Starobinsky, ya son tres las cimas del pensamiento de origen hebráico que nos dejan recientemente y que han dejado obras de verdadera trascendencia: el estadounidense Harold Bloom (El canon Occidental, La religión americana), y el francés George Steiner (Gramáticas de la creación, Nostalgia del absoluto, La muerte de la tragedia), pero a decir verdad fue Starobinsky menos conocido que ellos. La gran pasión que acompaña a los tres judíos fue la literatura, sólo que Starobinsky tenía, como dijimos, formación médica. Fue por esta razón que explora en la o desde la literatura europea un mal de la cultura de occidente: la melancolía, la languidez y el pesimismo.


El suizo Juan Jacobo Rousseau entendió la escritura como una confrontación existencial con el lenguaje, y Starobinsky trata de mostrar que un tema maestro existe en el pensador ginebrino: el afán por la transparencia, la lucha contra el obstáculo, recorre toda su obra, cohesionándola como un todo coherente. Rousseau ubica la transparencia a veces en un pasado imaginario (Discurso sobre el origen de la desigualdad, Ensayo sobre el origen del lenguaje), a veces en una utopía futura o ahistórica (El contrato social), a veces en la ficción (Julia o la nueva Eloisa), a veces en un estado presocializado de infancia (Emilio), a veces en la festividad espontánea de la gente llana (Carta a D'Alembert), a veces a una comunicación extasiada con la naturaleza (Las ensoñaciones de un paseante solitario) y siempre en la contemplación de su propia alma (Confesiones).

La transparencia y el obstáculo, dice Darnton, lleva las marcas del tiempo en que fue escrito: Estudio del tiempo humano (1950), de George Poulet; Fenomenología de la percepción (1945), de Maurice Merleau-Ponty; Génesis y estructura de la Fenomenología del espíritu de Hegel (1946), de Jean Hippolite; De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad (1932), de Jaques Lacan, ideas que toma Starobinsky de estos autores para comprender a Rousseau.

La idea de alienación de Hegel resultó la más útil de todas para Starobinsky, que tiene sus antecedentes en un Rousseau desconocido que puede verse como el padre del existencialismo. La caída del hombre del estado natural es una pérdida de transparencia, los artificios sociales y culturales que abrieron el camino a la civilización, pero cerraron el alma al mundo exterior. La historia es para el pensador ginebrino una trampa psíquica, pues mientras mayor es nuestra inversión en el refinamiento de las artes y las ciencias, mayor es la pérdida de contacto con el núcleo de nuestro propio ser. La negación de la naturaleza por parte de la cultura, pensamiento central roussoniano, es idea que tomaron posteriormente Hegel y Federico Engels para los procesos de la historia, Kant y Cassirer la adaptaron a un sistema de ética y estética, el antropólogo Lévi-Strauss califica al pensador ginebrino como padre de la antropología.

Pero, ¿de qué manera se convierte Rousseau en un gigante del pensamiento en el que abrevaron desde Karl Marx, el filósofo Derrida, el antropólogo Lévi-Strauss y el gigantesco y cruel genocida camboyano Pol Pot? ¿Cuáles fueron los inicios de este ´pensador que ha sido considerado padre de la Revolución Francesa de 1789?

Starobinsky se vale de Freud y de Lacan para adelantarnos una explicación: el traumatismo infantil, piedra angular del psicoanálisis. Rousseau era hijo adoptivo de la familia Lambercier en Ginebra, un hogar que constituía un mundo edénico de comunicación perfecta, que se vio roto repentinamente cuando fue obligado a confesar un crimen que no cometió: un peine dejado en la cocina que fue roto y todo apuntaba a que fue Juan Jacobo quien lo hizo. Recibe entonces una paliza. El mundo del muchacho se desmorona y al experimentar la injusticia aprendió a medir la disparidad entre las cosas como son en la realidad y las cosas como aparentan ser, una pérdida de la inocencia.


Se dio cuenta, dice Darnton, del estado de opacidad en el que las conciencias avanzan como barcos en la noche. Todo lo cual lo obliga a un forcejeo constante con el lenguaje, pues sólo podía ser él mismo al encontrar las palabras que liberaran su voz interna, es el afán de la “transparencia” y la lucha contra el “obstáculo” que recorre toda la obra de Rousseau. La caída del mundo en la cocina de los Lambercier puso en movimiento el mismo proceso que la caída del hombre del estado natural: el buen salvaje que pierde su inocencia.

Este acontecimiento en la vida del ginebrino me hizo recordar una traumática experiencia vivida por quien escribe. Fui expulsado del Liceo Egidio Montesinos de Carora por una larguísima semana por un crimen que no cometí. En el laboratorio de biología de segundo año un compañero de estudios toma un órgano sexual masculino de plástico y lo coloca en la cara a una de las chicas del curso. Ambos somos expulsados por el director del instituto, el profesor y abogado Rigoberto Valenzuela. Lloré amargamente por aquella injusticia que nadie trata de desmontar. Era una verdad de corbata y paltó que ocasiona en mi psiquis largas noches de insomnio y pesadillas. Desde ese terrible mes de marzo de 1965 no volví a ser el mismo, algo se había roto en mi relación con el mundo de lo social. Enmudecí y me hice parco al hablar, lo que me condujo a buscar otra vía de expresión: la transparencia de la escritura.

 

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Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gtmail.com




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