1
En el medio del campo,
bajo un cielo ruidoso, hay un bebé inmóvil, enmudecido. Tiene los ojos en blanco.
Una mujer se deshace en lágrimas, un hombre la envuelve en sus brazos. Son sus padres
y están devastados. Apenas unos años atrás, dos de sus hijos murieron. A la meningitis
y a la tuberculosis, allá, a principios del siglo XX, las producía el Diablo. Cuando
llegó la curandera del pueblo se abrieron, torpes e inverosímiles, las esperanzas
de una familia en shock. Ese bebé era Olga Orozco.
La curandera
la puso en una palangana con agua helada; luego en una casi hirviendo con mostaza.
“Fue como pasar del cielo al infierno y del infierno al cielo”, dijo más tarde.
Sobrevivió. ¿Algún pacto con el universo? En sus “Anotaciones para una autobiografía”
escribe: “Desde muy pequeña me acosaron las gitanas, los emisarios de otros mundos
que dejaban mensajes cifrados debajo de mi almohada, el basilisco, las fiebres persistentes
y los ladrones de niños, que a veces llegaban sin haberse ido”.
2
Una mañana con el sol a
media asta, en Buenos Aires, ya no en la Toay de su infancia ni en la Bahía Blanca
de su adolescencia, Olga Orozco escribe: “A veces sólo era un llamado de arena en
las ventanas...” Envuelta en humo, deja el tercer cigarrillo del día en el cenicero
y con la máquina de escribir sobre sus rodillas – “como si domara un potro”–
esboza lo que será el primer poema de Desde
lejos, su libro debut, su ópera prima, publicado en 1946.
Faltan algunas
horas para subirse al colectivo que la deja en la Facultad de Filosofía y Letras.
Está concentrada en las palabras, no las que la tinta imprime sobre la hoja, sino
las que se forman en su cabeza. Es una voz, una imagen, un sonido. Aparece la voz
y ella intenta traducirla en versos. “A veces, sólo el viento”, escribe con el cigarrillo
en los labios. Esa suerte de llamado metafísico se repite en toda su obra, en toda
su vida. “Nunca acierto, siempre son aproximaciones”.
3
Cielos abrumadoramente
celestes, árboles, frutas, lagartijas, lechuzas, flores y un horizonte tan calmo
como peligroso. De día todo era cálido, sí, pero de noche la oscuridad se manifestaba
interminable y los ruidos del monte tragándose gente, deglutiéndola, sonaban como
un aullido perturbador.
“Con sol en
Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada
trágica, nací en Toay”. Así empieza su “Anotaciones para una autobiografía” que
se recoge en las últimas páginas de su Poesía
completa que publicó Adriana Hidalgo Editora en 2012. En una vieja entrevista
con Alfredo Serra, cuenta:
— ¿Cómo era la pequeña Olga de Toay?
— Sumisa por fuera, rebelde por dentro. Melancólica,
tímida, escondida en los rincones.
— ¿Para qué?
— Para meditar misterios.
— ¿Encontraba las respuestas a tales misterios?
— Nunca. Por eso empecé a escribir. Para contestarme.
4
Leer la obra de Olga Orozco
es transitar despacio, en puntas de pie, con la calma de saber que el mínimo ruido
puede hacer caer el cielo entero, un camino de claroscuros. En ese contraste la
luz “también es un abismo” y la oscuridad “es otro sol”. No se puede entender una
cosa sin la otra. A veces el mundo pendula hacia un lado, a veces hacia el otro,
pero siempre, aunque caótico y lleno de azar, hay un equilibrio. Así es el mundo,
así es su poesía. Por eso su intensidad.
5
En los tempranos cuarenta
no se le ocurría publicar un libro; quizás lo soñaba, pero entonces se contentaba
con que revistas como Péñola y Canto le publiquen algunos. En una reunión,
el poeta Rafael Alberti –hoy considerado
por la crítica una de las mayores figuras de la llamada Edad de Plata de la literatura
española– leyó algunos poemas de jóvenes
estudiantes. Cuando terminó, luego de una pausa llena de suspenso, dijo: “Los poetas
verdaderos son estos dos”. Uno de esos era Olga Orozco.
Esa noche estaba
presente el editor de Losada. Se acercó a ella y le dijo: “Tu primer libro es mío”.
A partir de entonces empezó a publicar con una periodicidad más bien personal. Mientras
erigía una sólida obra poética, se metía en el periodismo. Más adelante, en los
setenta, escribía para la revista Claudia
con varios seudónimos –en 2012 Ediciones
en Danza publicó su antología periodística bajo el título Yo Claudia– y editaba el horóscopo del diario Clarín.
Para muchos, Olga Orozco
es una poeta surrealista. Formó parte del grupo literario Tercera Vanguardia junto
a, entre otros, Oliverio Girondo y Ulises Mezzera. La también poeta Tamara Kamenszain
dice en el prólogo de la Poesía completa
que “lo que Orozco comparte con el surrealismo es un asombro en relación al descubrimiento
del inconsciente”. Esa voz que parece hablarle y que ella intenta traducir con versos
es también su propia voz, una fuerza exterior e interior, un poco ajeno, un poco
suya, siempre incontrolable, sediciosa, ingobernable.
Para Jorge Monteleone,
“esa voz muta: va desde la voz ritual, partícipe de la divinidad, hasta la crítica
del verbo sagrado, que no solo reconoce su condición mortal sino también realiza
un cuestionamiento del Dios patriarcal y una alianza con las voces de otras mujeres”.
Pero, ¿cómo convive esa voz tan ajena y tan propia, que le habla a ella y con la
que ella también habla?, ¿es una voz individual, generacional, universal?
Cuando uno intenta
atrapar la “esencia poética” de Orozco, esta se escapa, se diluye, se escurre entre
los dedos y vuelve a formarse de nuevo, como un tótem de plastilina: es vieja y
nueva, imponente y dinámica, personal y universal. Dice Kamenszain: “Si empieza
aferrada a la díada yo-tú para dar cuenta del otro mundo a través de una boca que
se sitúa lejos, después se irá acercando a este para adueñarse definitivamente de
una época”. La referencia de Kamenszain –fallecida
en julio de 2021– es al poema “Con esta
boca, en este mundo” que da título al libro que Orozco publicó en 1994:
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte,
poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta
sola boca?
7
Lo esotérico no está solo
en su obra, estuvo siempre en su vida. Cuando ella tenía cinco años, el hermano
mayor enfermó. Su abuelo la llevó a un pueblo vecino para alejarla de todo aquel
dolor, pero ella insistió en volver. El auto de la familia estaba descompuesto,
así que volvieron a caballo. En el viaje, aferrada a la cintura de su abuelo mientras
el galope del animal aumentaba su intensidad, ella lo supo: no había nada que hacer,
su hermano había muerto. Y así fue. Al llegar, le confirmaron la noticia.
A su madre le
costó mucho volver a mirarla a los ojos. Era muy parecida a su hermano. La miraba
y lloraba. “Siempre tuve videncias, premoniciones. Como mi madre y mi abuela”, dijo
en una entrevista. De grande se dedicó al Tarot, pero lo abandonó repentinamente.
No era fácil portar con la verdad cuando es triste: un día vio en las cartas la
muerte de un amigo muy querido, que finalmente, tal como lo supo, murió. Jamás volvió
a buscar el futuro en la baraja.
Olga Orozco
creía en Dios, pero no en esa figura antropomorfizada. Tampoco en el Diablo. Esotérica
como era, pensaba en las energías trascendentales en estos términos: una batalla
eterna entre el bien y el mal. El claroscuro. Más allá de los cuerpos, de lo material:
el universo. En su poema “Desdoblamiento en máscara de todos” escribe:
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.
8
Una mañana, temprano, con
el sol a media asta, ya no en la Toay de su infancia ni en la Bahía Blanca de su
adolescencia, sino en la Buenos Aires de su vida adulta, Olga Orozco teclea versos.
Con la máquina de escribir sobre sus rodillas, “como si domara un potro”, sin ceniceros
ni cenizas a su alrededor. Dejó de fumar cuando un brujo de Paysandú, varios años
atrás, le dijo que estaba intoxicada y que si seguía aferrándose al tabaco iba quedarse
sorda. Le hizo caso. Por eso, en aquella mañana, una de las últimas, escribe con
un rosario en la mano, el pelo enredado en la frente y un alfiler de gancho que
abre y cierra con los dientes:
Ahora estoy a solas, mi sombra desvelada frente al muro
contemplando la última señal que trazó en todas partes mi destino:
(...) la marca de unión entre la breve tierra y el reino prometido.
LUCIANO SÁLICHE | Nació en Chivilcoy, 1988. Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Director de la revista Polvo y periodista cultural en Infobae. Autor del libro, junto a Andrés Correa, Clics, precarización y resistencia en el periodismo (Síncopa Editora, 2020).
JAN DOČEKAL | Historiador de arte e artista, nascido em Třebíč, República Tcheca, em 1943. Formado como metalúrgico, estudou história da arte e estética, foi operário, tecnólogo, publicitário, diretor de vendas em uma gráfica e professor de educação artística. Preparou mais de cem exposições de arte e foi comissário do Simpósio de Esculturas Mladá tvorba Žďár nad Sázavou (2000). Colaborou com a Galeria Moravian de Stanislava Macháčková por 25 anos. É membro do grupo surrealista Stir up e já realizou trinta exposições originais. Livros e catálogos publicados: Jaroslav Vyskočil (1996), Horácka Fine Arts Club (1999), Horácka Fine Arts Club (2000), About Graphics (2001), Max Švabinský Graphics (2001), Everyday Things / Beyond the Art of Arts (2004), Reviews Texts Interviews (2005), Interviews 2005-2013 (2014), Josef Kremláček (monografia, 2020). É coautor do Dicionário de Belas Artistas Tchecas e Eslovacas (1998) e editor do livro Vlastimil Toman, Life Journey (2015).
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 02
Número 201 | janeiro de 2022
Artista convidado:
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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