terça-feira, 24 de maio de 2022

ANDREAS EMBEIRIKOS | Conferencia en el Colegio de Atenas sobre la Poesía Moderna

 


Queridos oyentes y jóvenes amigos míos, primero quiero dar mi agradecimiento al Colegio de Atenas por el encargo de hablar sobre la Poesía Moderna, como también a vosotros que habéis venido aquí para oírme. Por supuesto, lo voy a hacer con gran alegría, porque el tema eso me interesa extremadamente, y porque de igual manera me interesa hacerlo no solo más comprensible a los de los oyentes que no han tenido la suerte de ocuparse de ello, sino a la vez amable a vosotros los jóvenes, que sois el fermento de los tiempos venideros y encarnecéis nuestras esperanzas para un futuro lo más posible brillante.

Desafortunadamente, el tiempo que tengo no basta para que desarrolle este tema tan importante como yo quisiera y debiera; de eso, hoy tengo que limitarme en los puntos más esenciales, prometiendo hablaros de manera más extensa, si es que me den otra oportunidad.

Es cierto que la poesía contemporánea no ha nacido como las modas de las casas de costura, o como los nuevos modelos de los fabricantes de coches, con el propósito de servir a gustos efímeros, o a intereses comerciales, basándose en proyectos predeterminados, o bien para que el público y los proveedores de éste se conformen con unas creencias estéticas aparentemente nuevas. Una idea como esa sería extremadamente equivocada. Ninguno de los cambios en la poesía se ha producido de tal manera, y en ninguna de sus estaciones o paradas, durante su largo camino, las reformaciones o revoluciones realizadas tienen que ver con lo que llamamos “corriente”.

Todo lo contrario, podemos decir que mucho antes que aparezca llegando un gran cambio venidero, toman lugar varias fermentaciones, visibles o invisibles, conscientes o inconscientes, que llevan a un reajuste gradual, o a un repentino brote renovador. Esas fermentaciones suelen tener una múltiple definición, y raras veces se deben a un solo motivo o hecho, indiferentemente si los cambios engendrados aparecen en plazos cortos o largos. Sin embargo, suele ser que cuanto más grande es el cambio venidero, tanto más profundo y duradero sea el proceso preparativo que se hace. Es cierto que hay casos que nos permiten comprobar unas agitaciones demasiado abruptas, con progresos de una rapidez incomparable, como ha sucedido con el Dadaísmo y más aún con el Surrealismo. Pero entonces dicho fenómeno se debe atribuir a un descubrimiento de fundamental o principal importancia, o bien, por decirlo así, a una invención que, en temas y desarrollos intelectuales, puede producir resultados relampagueantes y consecuencias, de manera idéntica como ha sido, en el campo de las ciencias fácticas, la invención de las posibilidades mecánicas del uso del vapor, luego de la electricidad y, en nuestros días, de la energía nuclear. Pero también en casos semejantes existen progresos precursores, de modo que sin esos la invención no fuera posible. Podríamos decir, por ejemplo, que el Surrealismo, esa culminación, ese punto más alto de todo modernismo, con sus logros imaginablemente inmediatos y sus extensiones remotas, quizás no fuera posible (por lo menos en nuestros días) si no preexistiera la obra de enorme importancia de Sigmund Freud y la aplicación de psicoanálisis en varios ambientes, y fuera del tratamiento de la psiconeurosis.

Pero siguiendo así, no tendré el tiempo necesario para ocuparme, ni siquiera en brevedad, del tema principal de mi corta conferencia actual.

Tal vez cualquiera, que no está acostumbrado en las cuestiones de la poesía contemporánea, se pregunte dónde y cuándo empieza la poesía moderna.

Primero aclaremos lo que queremos decir con el término “Poesía Moderna”. Este será un buen comienzo, ya que, de lo contrario, todos podrían decir que cualquier novedad que difiera un poco de lo que ya ha existido y que se lleve a cabo durante un cierto tiempo, cae dentro del significado de lo moderno. Creo que cualquier cambio no orgánico, aunque presente una diferencia en la prosodia aplicada, no es un criterio esencial, ni marca un nuevo hito suficientemente claro, aunque la calidad del poema sea buena o incluso excelente, para justificar la clasificación de un poeta, o una obra, en el territorio de la poesía moderna.

Moderno es un poema sólo cuando y más allá de la forma externa contiene sentimientos, imágenes, pensamientos o incluso meras palabras solamente, que, de otra manera por lo establecido, se expresan y entrelazan en una nueva unidad poética interna integral, y no sólo externa, por arbitraria que sea, resultante de una inclinación, o tradición, o impulso personal, no relacionada con ninguna regla o formas impuestas desde fuera.

De otro modo, por mucho que sea importante o vivo un poeta, no le podemos llamar moderno. Incluso Dionysios Solomos, este manantial radiante de la poesía de Grecia moderna y el otro exquisito primer cantor de la nación griega, Andreas Kalvos, aunque sin duda fueron en cuanto a su tiempo y los impactantes acontecimientos que los nutrieron, poetas contemporáneos, a pesar de su magnitud y las originalidades existentes en sus obras, no eran en absoluto lo que llamamos moderno, pero estrictamente tradicional.

En otras palabras, para que un poeta sea moderno, debe presentar en sus poemas, aparte de las diferencias morfológicas, alguna diferencia notable en la textura poética y más aún en el “clima” estético y psíquico en el que se emergen sus obras.

¿Os preguntaréis, entonces, dónde y cuándo comienza históricamente la gran expansión de los horizontes poéticos? ¿Dónde, por fin, cae la división, que permite una clara diferenciación entre la poesía nueva y la antigua?


Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir sobre las fermentaciones visibles e invisibles, que resultan en cambios profundos graduales o arrebatos revolucionarios repentinos, diré que la intersección que separa claramente la nueva poesía de la tradicional, cae en la segunda mitad del siglo XIX en Francia, como un doble relámpago deslumbrante, con la aparición de las impactantes obras de Arthur Rimbaud e Isidore Ducasse, el llamado conde de Lautréamont.

Azufre y llamas se extendieron en el campo de la poesía, en donde tendían a estancarse cada vez más el Romanticismo y el reaccionario al Romanticismo y al coro hugolátrico de los poetas parnasianos bajo Leconte de l’Isle. La voz de estos dos arcángeles del lirismo insondable y el estro más alto se escuchó rugir de la manera más exquisita inicialmente en el firmamento poético de Francia, y un poco más tarde en todos los demás países, sofocando, o aniquilando, los susurros o incluso las grandilocuentes y pomposas retóricas, los dramas en su mayoría poco realistas o las fantasmagorías dulzonas que comenzaron a suceder a las mejores obras de los Romanticistas y los Parnasianos, con los que los descendientes de estas escuelas inundaban ahora el territorio saturado de la poesía. Aquí debo detenerme por un momento, porque sería injusto y completamente inconcebible proceder con el anonimato de una generalización de ciertas excepciones, y nombrar con admiración y amor a algunas de las estrellas frustradas, que son estas excepciones, entre las cuales algunas deben ser consideradas como ancestros superiores y cercanos o incluso precursores de la poesía moderna. Entre ellos, para mí, están los ingleses William Blake, John Donne, Shelley, los alemanes Hölderlin y Novalis, así como el gran filósofo alemán Georg Hegel, el francés Baudelaire, Aloysius Bertrand, Gerard de Nerval y en América el exquisito poeta filósofo Henry David Thoreau, Herman Melville y el gigante pionero del Nuevo Mundo Walt Whitman, que en las vastas praderas vírgenes de Estados Unidos, en las que en ese momento vivían más bisontes que hombres, sembrando con su poesía y sus cálidas creaciones la buena semilla que ya ha dado, y sin duda seguirá dando en el futuro, una mayor cantidad de frutos muy ricos en jugos. [1]

Pero volvamos a Rimbaud y Ducasse. Bajo la creciente influencia directa o indirecta de estos dos meteoros, que poéticamente deberían ser llamados “bendecidos” y no “malditos”, pues les siguen sucesivamente varias escuelas modernizantes.

La principal de ellas fue la escuela de los simbolistas, que es una especie de presagio lejano de la propia poesía moderna, que aparecería más tarde. Los simbolistas y sus vástagos jugaron un papel importante en la preparación del terreno, del cual surgirían aquellas tendencias que terminaron en la creación de la poesía moderna más esencial.

El principal fundador y pionero del simbolismo fue Stéphane Mallarmé. Su poesía misteriosa y musical atrajo a una legión de poetas y admiradores en todo el mundo y en Grecia, donde, en parte y esporádicamente, también Kostís Palamás sucumbió a su encanto, así como Ángelos Sikelianós, en sus muy primeros poemas que no están incluidos hoy en sus Obras Completas. Más característica y sistemáticamente dedicados al simbolismo en Grecia fueron principalmente Hatzópoulos, Melachrinós y Gryparis, y más tarde Kostas Karyotakis y muchos otros aceptaron su influencia. Incluso Seferis en su primer libro, Copla, que incluye ese maravilloso poema “Palabra de amor”, muestra claramente la fascinación que el simbolismo ejerció sobre él, a través de Mallarmé, y aún más a través de su sucesor, es decir, a través del poeta de la llamada poesía pura, Paul Valéry.

Lo mismo ocurrió en Inglaterra, Italia, Rusia y América, así como en otros países de menor resplandor intelectual. Incluso el padre del Surrealismo y su principal teórico y poeta (que fue un gran poeta no solo en sus letras, sino también en su asombrosa prosa y su incansable acción diaria) André Breton, en sus versos pre-surrealistas de su temprana juventud, fue influido por la poesía de Mallarmé, a quien sin embargo admiraba y amaba. En Francia, el simbolismo siguió vivo hasta la Primera Guerra Mundial, y sobrevivió, a través de Valéry, aproximadamente hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial, conquistando y fascinando, desde la época de Paul Verlaine hasta la de Jouve y Supervielle, generaciones enteras de poetas y amigos de la poesía.

¿A qué se debe pues esta gran fascinación que recuerda a los viejos triunfos de la difusión del Romanticismo? Se puede decir que, en gran parte, esto se debe al hecho de que contribuyó mucho a que las palabras se libren del cerco de la lógica estricta y el uso lexicográfico y preciso de ellas, así como a que los propios poetas de su adhesión a las ya codificadas formas y las maneras convencionales del “hablar” poético que habían establecido una rígida y asfixiante “legitimidad” académica y “permanencia” en las cosas de la poesía que prohibían el juego espiritual, la flexibilidad liberal y el hedonismo estético más profundo, independientemente de cualquier imperativo categórico. Así, el Simbolismo logró crear no solo un nuevo clima poético y una nueva plasticidad expresiva, sino también un nuevo lenguaje poético de comunicación emocional y espiritual entre personas sensibles, contribuyendo con todo esto a la preparación del terreno desde el cual crecería más tarde el árbol alto y denso del surrealismo, que creo que es la culminación y la expresión más plena del modernismo en la poesía y en la vida en general.

Y ya estamos en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial, en los años en que nutrieron a un poeta y artista de gran independencia y resplandor espiritual y contribuyeron, cada uno a su manera, a la creación de un nuevo espíritu más allá del Simbolismo, y cuando el Simbolismo todavía estaba floreciendo. Son los años de Apollinaire y Jarry, de los Fauves, de Picasso y los pintores cubistas, los años de Gertrude Stein, los años del auge gradual de las ideas socialistas, los años de los poetas fantaisistes, del Futurismo, de las sufragistas, de los ballets rusos, de Maeterlinck y Verhaeren; los años del cura Gapon, de Rasputín y la fallida primera revolución rusa en 1905 después de la guerra ruso-japonesa; la era de la excomunión oficial de León Tolstói, pero también de su deificación sustancial por el pueblo ruso y la opinión pública mundial; los años de las guerras de los Balcanes; los años durante los cuales Proust y Joyce estaban preparando sus grandes obras y la poesía de Yeats comenzaba a irradiar cada vez más y en Rusia empezaban a incubarse poetas como Blok y Mayakovski; los años de la Entente Cordiale y Jaures; la era de los primeros aviones; la era en la que muchas personas y eventos contribuían más directa o indirectamente a la creación de un estado mental y espiritual, que superó con creces los límites de las discusiones estéticas o filosóficas y empujó profusamente a los poetas y a los artistas a emprender también una batalla sobre cuestiones espirituales, por la adquisición de nuevos derechos en las artes, así como en la vida política y social. En otras palabras, en Europa se necesitó una chispa para explotar el enorme polvorín, sobre el que celebraba sus últimas fiestas, desprevenida, o quizás haciendo la vista gorda, la llamada Belle Epoque, que ya había llegado en 1914, sin saberlo, en sus últimos días.


Se necesitaba una chispa para que los tumultuosos debates, tanto en el ambiente intelectual como en lo de las artes, se convirtieran en una gran ebullición, que tendía a terminar un poco más tarde en esa rebelión, de la que finalmente, consciente y bien establecida psicológica y teóricamente, nació la revolución surrealista.

Una chispa sería suficiente para provocar el estallido general de la Primera Guerra Mundial, y esta chispa fue el asesinato del archiduque austríaco Fernando en Sarajevo en el verano de 1914. Incluso antes del final de esa monstruosa guerra, antes de que dejaran de fluir los ríos de sangre, que se vertían diariamente en los campos de batalla, incluso antes de que se contaran los millones de muertos de este nuevo Armagedón, en 1916, en Zúrich, un grupo de jóvenes poetas y artistas, liderados por Tristan Tzara, de origen rumano, alborotaron esa pacífica ciudad de la neutral Suiza con sus indescriptibles manifestaciones anarquistas y, después del final de la guerra, trasladaron la acción frenética a París y, desde allí, sus ecos en los círculos intelectuales y artísticos de todo el mundo. Este movimiento extra-político sin precedentes, que tenía como objetivo la subversión combatiente de todo, se llamó Dadaísmo y a su paso ninguno de los principios establecidos y los valores aceptados quedó en pie. El ataque ha sido feroz y la negación universal. Los “Dada” querían a toda costa deshacerse de todos los yugos, y no sólo de los estéticos, y liberar al ser humano, y no sólo al poeta, de todas las coacciones y todos los imperativos que, en nombre de la civilización, habían llevado a la matanza más salvaje y espeluznante que la humanidad había conocido hasta entonces.

A través de este motín, y del caos que lo siguió, unos años más tarde (con una aparición oficial en 1924, en París) nació el Surrealismo, que yo creo que es el intento más completo y esperanzador de explotar el espíritu redimido y todos los impulsos creativos del ser humano.

Y he aquí, mientras el Dadaísmo que lo alimentó fue un motín caótico (aunque en última instancia beneficioso), el Surrealismo, bajo el liderazgo milagroso de su incuestionable líder, pionero y gran poeta, André Breton, se convierte en una revolución espiritual de verdad y en nombre de la libre función del espíritu, con un profundo fundamento filosófico y psicológico, que responde a todas las demandas y deseos básicos que habían permanecido insatisfechos hasta su llegada, y completamente alejado de las pretensiones metafísicas o teocráticas que caracterizan a otros poetas modernos.

Desafortunadamente, no tengo tiempo para explicarles, tanto como me hubiera gustado y como debiera, en qué precisamente consiste el Surrealismo, como también algunos detalles de las diferencias que lo separan de otras tendencias contemporáneas y de otras más antiguas creencias sobre poesía. Sin embargo, es inconcebible callar en una, aunque muy breve, revisión de las cosas poéticas, algunos de los nuevos elementos básicos que ha aportado a la poesía y que constituyen su poder y esencia subversivos. El Surrealismo trajo a la poesía, pero también más allá de esa, la posibilidad de extraer material poético directamente del inconsciente, mediante la escritura automática; pero trajo también, a través de otros medios, la capacidad orgánica de utilizar en nuestra vida alerta los mecanismos oníricos, la liberación de la esclavitud una vez forzada de todo a la razón o la posibilidad de crear nuevos mitos subjetivos y mitologías objetivas tangibles arbitrarias, cosas que significan la explotación del pleno funcionamiento del espíritu y no sólo de la razón, y la creación ya no de fantasmagorías convencionales, sino del “merveilleux”, que, para que su significado se exprese correctamente en el idioma griego, finalmente debe ser inventado como un término exitoso, o neologismo, porque la palabra “θαυμαστόν” no expresa adecuadamente el significado específico de la palabra francesa. Sin embargo, el Surrealismo hizo algo más de suma importancia: no cambió fundamentalmente la poesía, pero, y esto hay que enfatizarlo mucho, cambió la posición y el papel del poeta. Aboliendo las horas extras, convirtió a él, de exiliado en la tierra de las nebulosas, en una presencia activa, colocándole dentro de las cosas en la palpitante vida cotidiana, como una necesaria participación psíquica y una función ininterrumpida.

Por supuesto, el Surrealismo no es la única manifestación del espíritu moderno en la poesía. Es, sin embargo, como hemos dicho, la contribución más importante y decisiva a la expansión ilimitada de los horizontes de la poesía y su potencial, desde la época de Homero y los antiguos trágicos griegos hasta nuestros días. Es por eso que le doy al Surrealismo una posición tan prominente en la evolución y el largo curso del lirismo mundial. Si no lo hiciera, eso equivaldría a guardar un hermoso cofre tirando el invaluable tesoro que contiene. Eso equivaldría a imaginar, tontamente a ciegas, el mundo de la poesía, tal y como la gente imaginaba el Globo antes de los descubrimientos de Colón y los otros navegantes, es decir, como un mundo mucho más limitado y mucho más pobre, como un mundo pequeño que no incluye en sus límites los dos continentes americanos, la mayor parte de Asia y África, Australia y los grandes océanos, o sea, como si nuestro mundo fuera solo una quinta parte e incluso menos de lo que realmente es.


Incluso donde el Surrealismo no tiene por qué mostrar muchos representantes ortodoxos o surrealistas genuinos, como Breton, Éluard, el temprano Aragon, Benjamin Péret, Desnos, Crevel, Hugnet, Tzara y más tarde Paz e incluso otros que lo representan plenamente, su efecto se nota en muchos poetas y artistas que están fuera de la ortodoxia absoluta, ya sea que estos poetas y artistas lo confiesen, o traten de ocultarlo por amor propio o por un egoísmo narcisista. Sin embargo, el propósito de mi conferencia de hoy es hablar de manera más general sobre la Poesía Contemporánea y no solo sobre los simbolistas, el dadaísmo o el surrealismo, incluso si este último es el grano y la quintaesencia de la poesía moderna.

Echemos, por tanto, un vistazo al mundo del lirismo de la época de Rimbaud y Lautréamont que, en mi opinión, como dijimos al principio, son las fuentes del verdadero “Modernismo”. Por lo tanto, enumeraré a varios de los poetas contemporáneos, independientemente de si pertenecen al simbolismo, el surrealismo, el misticismo poético o la llamada poesía metafísica, que, por supuesto, ellos también tienen una escala de su graduación e importante obra que demostrar.

Entre los angloparlantes (ingleses, americanos, irlandeses y galeses) mencionaré en orden alfabético a: Auden, Hart Crane, Cummings, Emily Dickinson, T. S. Eliot, Frost, Hopkins, Robert Lowell, Ezra Pound, Spender y Tate y el gran poeta galés Dylan Thomas, William Carlos Williams y el tan importante poeta irlandés Yeats. A estos debo agregar incluso algunos representantes importantes de la poesía moderna, los pertenecientes a la llamada Beat Generation, los precursores directos del Jipismo actual, o sea, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Gregory Corso.

Entre los modernos franceses mencionaré los siguientes nombres, además de los nombres de los surrealistas que ya he mencionado. Son los nombres que pertenecen a los poetas: Guillaume Appolinaire, Blaise Cendrars, Claudel, Cocteau, Max Jacob, Jouffroy, Jouve, Laforgue, Van Lerbergue, Léon-Paul Fargue, St.-John Perse, Toulet, Valéry, Verhaeren, quienes, sin embargo, como los angloamericanos antes mencionados, deben colocarse al lado de aquí del surrealismo.

Entre los rusos mencionaré solo los nombres de Blok, Essenine y Mayakovsky, Yevtushenko y Voznezensky, desafortunadamente sin tener la oportunidad de estar más informado sobre otros poetas notables, que sin embargo sé que existen en la Unión Soviética.

Y ahora terminaré con la lista de algunos poetas griegos que pertenecen, unos más que otros, al lirismo moderno, que todos y cada uno a su manera son portadores de lo moderno y representan en Grecia la poesía contemporánea, con obras a veces muy importantes; entre ellos hay algunos poetas que son estrellas de primera magnitud en el cielo de la poesía. Entre otros y siempre en orden alfabético, son los siguientes: Mantó Aravantinoú, C. P. Cavafy, Dimitris Christodoulou, Akos Daskalópoulos, Tasos Denegris, Zisis Economou, Odysseas Elytis, Andreas Embirikos, Nikos Engonópoulos, Nikos Gatsos, Giannis Goumas, Nikos Karouzos, Kostas Karyotakis, Giorgos Likos, Giorgos Makrís, Dimitris Papaditsas, Takis Papatzonis, Nikitas Rantos, Giannis Ritsos, Miltos Sachtouris, Giorgos Sarantaris, Giorgos Seferis, Ángelos Sikelianós, Takis Sinópoulos, Lydia Stefanou, Eleni Vakaló, Nanos Valaoritis, Kostas Várnalis, Takis Varvitsiotis, Nikiforos Vrettakos, así como varias poetas jóvenes de las que mencionaré a Meri Chatzimichali, Eva Myloná y Élena Striggari. [2]

Señoras y señores, ya hemos llegado, quizás un poco jadeantes, debido al tiempo limitado y a la ametralladora aceleración obligada de mi discurso, al final de esta pequeña conferencia. Por favor, perdónenme si no he desarrollado tanto como me hubiera gustado detalladamente, y con tantas dilataciones y diferenciaciones como debería, el gran tema de la poesía moderna.

Unas palabras más que quiero añadir antes de salir del podio. Siento que a muchos de ustedes les gustaría preguntarme: “¿Hacia dónde va, hacia dónde se dirige la poesía moderna? ¿Qué es, en una caracterización simple y breve, la poesía esta?”

Queridos oyentes, responderé de la siguiente manera, con un poema corto mío que escribí en 1936:

“La poesía es el desarrollo de una bicicleta pulida. Dentro de ella todos crecemos. Las calles son blancas. Las flores hablan. De sus pétalos a menudo emergen niñas diminutas. Esta excursión no tiene fin.” 

 

NOTAS

El texto, leído en el Colegio de Atenas, Atenas, 26 de enero de 1971, se publicó por primera vez, con cuidado y notas del principal investigador de la obra de Empeirikos, profesor de la Universidad de Atenas y escritor Yorgis Yatromanolakis, en la revista literaria Nea Estía de abril de 2002, nº 1744, que era dedicado al centenario del nacimiento del poeta. Es evidente que no podemos trasladar aquí todas ni enteras las notas de Yatromanolakis.

Traducción del griego al español: Agathi Dimitrouka.

1. Todos los mencionados aquí como precursores de la poesía moderna poseen también un lugar prominente en la Biblioteca del Μέγας Ανατολικός [Gran Oriental], vol. 3, cap. 34; la mayoría de ellos están incluidos entre los “Beatos” de Octana.

2. Según el testimonio de Leonidas Empeirikos, su padre insistía en añadir, a la lista de los poetas mencionados en esta conferencia, el nombre de Éctor Kaknavatos que le hubo escapado, como confesaba luego, por causa de la larga ausencia de Kaknavatos de la escena editorial durante aquellos años. 

 


ANDREAS EMBEIRIKOS | (Braila, Rumania 1901-Atenas, Grecia 1975) fue poeta y psicoanalista griego. Durante los años 1926 hasta 1931 vivió en París relacionándose con André Breton y los surrealistas, y empezando la psicoanálisis junto a René Laforgue. Con su famosa conferrencia bajo el título Sobre surrealismo y su primer poemario Alto horno (Υψικάμινος, en griego) en 1935, fue el mayor introductor del movimiento surrealista en Grecia convirtiéndose en el poeta más representante y prolífico del surrealismo griego. En vida, publicó tres libros de poesía y dos de prosa; póstumamente, se publicaron otros dos de poesía, tres de prosa (entre estos El gran oriental, obra de vida del poeta compuesta de ocho volúmenes que la elaboraba durante veinticinco años), uno sobre su colega surrealista Nikos Engonópoulos, uno con escritos psicoanalíticos, un diario acompañado de fotos de su viaje en Rusia, dos álbumes de fotos por él o de él, un volumen de cartas a su familia, como también su traducción de la obra teatral de Pablo Picasso Las cuatro niñas. Cabe añadir que se espera la publicación de otras obras de su archivo y que muchas de sus obras se han traducido en varios idiomas.



ENRIQUE DE SANTIAGO | Chile, 1961. Artista visual, poeta, investigador, ensayista, editor, curador y gestor cultural. Ha dictado charlas en diversas universidades, museos y centros culturales. Estudió Licenciatura en arte en la Universidad de Chile y en el Instituto de Arte Contemporáneo (Chile). Desde el año 1984, que expone en muestras individuales y colectivas en diversos países, contando a su haber alrededor de más de 120 exhibiciones. Tiene a su haber 6 libros de poesía. Ha participado en variadas antologías de poesía, tanto en Chile como en el extranjero. Colaboró en el diario La Nación con artículos de arte de los nuevos medios, y en revistas como Derrame, Escaner Cultural y Labios Menores en Chile, Brumes Blondes en Holanda, Adamar de España, Punto Seguido de Colombia, Sonámbula de México, Agulha Revista de Cultura de Brasil, InComunidade de Portugal, Styxus de Rep. Checa, Canibaal de Valencia, España, Materika de Costa Rica y otras publicaciones impresas y digitales. www.flickr.com/photos/enriquedesantiago/

 



Agulha Revista de Cultura

Série SURREALISMO SURREALISTAS # 10

Número 209 | maio de 2022

Artista convidado: Enrique de Santiago (Chile, 1961)

Traduções: Agathi Dimitrouka, Allan Vidigal, Wolfgang Pannek

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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