Desafortunadamente, el tiempo que tengo no basta para
que desarrolle este tema tan importante como yo quisiera y debiera; de eso, hoy
tengo que limitarme en los puntos más esenciales, prometiendo hablaros de manera
más extensa, si es que me den otra oportunidad.
Es cierto que la poesía contemporánea no ha nacido como
las modas de las casas de costura, o como los nuevos modelos de los fabricantes
de coches, con el propósito de servir a gustos efímeros, o a intereses comerciales,
basándose en proyectos predeterminados, o bien para que el público y los proveedores
de éste se conformen con unas creencias estéticas aparentemente nuevas. Una idea
como esa sería extremadamente equivocada. Ninguno de los cambios en la poesía se
ha producido de tal manera, y en ninguna de sus estaciones o paradas, durante su
largo camino, las reformaciones o revoluciones realizadas tienen que ver con lo
que llamamos “corriente”.
Todo lo contrario, podemos decir que mucho antes que
aparezca llegando un gran cambio venidero, toman lugar varias fermentaciones, visibles
o invisibles, conscientes o inconscientes, que llevan a un reajuste gradual, o a
un repentino brote renovador. Esas fermentaciones suelen tener una múltiple definición,
y raras veces se deben a un solo motivo o hecho, indiferentemente si los cambios
engendrados aparecen en plazos cortos o largos. Sin embargo, suele ser que cuanto
más grande es el cambio venidero, tanto más profundo y duradero sea el proceso preparativo
que se hace. Es cierto que hay casos que nos permiten comprobar unas agitaciones
demasiado abruptas, con progresos de una rapidez incomparable, como ha sucedido
con el Dadaísmo y más aún con el Surrealismo. Pero entonces dicho fenómeno se debe
atribuir a un descubrimiento de fundamental o principal importancia, o bien, por
decirlo así, a una invención que, en temas y desarrollos intelectuales, puede producir
resultados relampagueantes y consecuencias, de manera idéntica como ha sido, en
el campo de las ciencias fácticas, la invención de las posibilidades mecánicas del
uso del vapor, luego de la electricidad y, en nuestros días, de la energía nuclear.
Pero también en casos semejantes existen progresos precursores, de modo que sin
esos la invención no fuera posible. Podríamos decir, por ejemplo, que el Surrealismo,
esa culminación, ese punto más alto de todo modernismo, con sus logros imaginablemente
inmediatos y sus extensiones remotas, quizás no fuera posible (por lo menos en nuestros
días) si no preexistiera la obra de enorme importancia de Sigmund Freud y la aplicación
de psicoanálisis en varios ambientes, y fuera del tratamiento de la psiconeurosis.
Pero siguiendo así, no tendré el tiempo necesario para
ocuparme, ni siquiera en brevedad, del tema principal de mi corta conferencia actual.
Tal vez cualquiera, que no está acostumbrado en las cuestiones
de la poesía contemporánea, se pregunte dónde y cuándo empieza la poesía moderna.
Primero aclaremos lo que
queremos decir con el término “Poesía Moderna”. Este será un buen comienzo, ya que, de lo contrario, todos
podrían decir que cualquier novedad que difiera un poco de lo que ya ha existido
y que se lleve a cabo durante un cierto tiempo, cae dentro del significado de lo
moderno. Creo que cualquier cambio no orgánico, aunque presente una diferencia en
la prosodia aplicada, no es un criterio esencial, ni marca un nuevo hito suficientemente
claro, aunque la calidad del poema sea buena o incluso excelente, para justificar
la clasificación de un poeta, o una obra, en el territorio de la poesía moderna.
Moderno es un poema sólo cuando y más allá de la forma externa contiene sentimientos,
imágenes, pensamientos o incluso meras palabras solamente, que, de otra manera por
lo establecido, se expresan y entrelazan en una nueva unidad poética interna integral,
y no sólo externa, por arbitraria que sea, resultante de una inclinación, o tradición,
o impulso personal, no relacionada con ninguna regla o formas impuestas desde fuera.
De otro modo, por mucho que sea importante o vivo un poeta, no le podemos
llamar moderno. Incluso Dionysios Solomos, este manantial radiante de la poesía de Grecia moderna y el otro exquisito primer
cantor de la nación griega, Andreas Kalvos, aunque sin duda fueron en cuanto a su
tiempo y los impactantes acontecimientos que los nutrieron, poetas contemporáneos,
a pesar de su magnitud y las originalidades existentes en sus obras, no eran en
absoluto lo que llamamos moderno, pero estrictamente tradicional.
En otras palabras, para que un poeta sea moderno, debe presentar en sus poemas,
aparte de las diferencias morfológicas, alguna diferencia notable en la textura
poética y más aún en el “clima” estético y psíquico en el que se emergen sus obras.
¿Os preguntaréis, entonces, dónde y cuándo comienza históricamente la gran
expansión de los horizontes poéticos? ¿Dónde, por fin, cae la división, que permite
una clara diferenciación entre la poesía nueva y la antigua?
Azufre y llamas se extendieron en el campo de la poesía, en donde tendían
a estancarse cada vez más el Romanticismo y el reaccionario al Romanticismo y al
coro hugolátrico de los poetas parnasianos bajo Leconte de l’Isle. La voz de estos
dos arcángeles del lirismo insondable y el estro más alto se escuchó rugir de la
manera más exquisita inicialmente en el firmamento poético de Francia, y un poco
más tarde en todos los demás países, sofocando, o aniquilando, los susurros o incluso
las grandilocuentes y pomposas retóricas, los dramas en su mayoría poco realistas
o las fantasmagorías dulzonas que comenzaron a suceder a las mejores obras de los
Romanticistas y los Parnasianos, con los que los descendientes de estas escuelas
inundaban ahora el territorio saturado de la poesía. Aquí debo detenerme
por un momento, porque sería injusto y completamente inconcebible proceder con el
anonimato de una generalización de ciertas excepciones, y nombrar con admiración
y amor a algunas de las estrellas frustradas, que son estas excepciones, entre las
cuales algunas deben ser consideradas como ancestros superiores y cercanos o incluso
precursores de la poesía moderna. Entre ellos, para mí, están los ingleses William
Blake, John Donne, Shelley, los alemanes Hölderlin y Novalis, así como el gran filósofo
alemán Georg Hegel, el francés Baudelaire, Aloysius Bertrand, Gerard de Nerval y
en América el exquisito poeta filósofo Henry David Thoreau, Herman Melville y el
gigante pionero del Nuevo Mundo Walt Whitman, que en las vastas praderas vírgenes
de Estados Unidos, en las que en ese momento vivían más bisontes que hombres, sembrando
con su poesía y sus cálidas creaciones la buena semilla que ya ha dado, y sin duda
seguirá dando en el futuro, una mayor cantidad de frutos muy ricos en jugos. [1]
Pero volvamos a Rimbaud y Ducasse. Bajo la creciente influencia directa o
indirecta de estos dos meteoros, que poéticamente deberían ser llamados “bendecidos”
y no “malditos”, pues les siguen sucesivamente varias escuelas modernizantes.
La principal de ellas fue la escuela de los simbolistas, que es una especie
de presagio lejano de la propia poesía moderna, que aparecería más tarde. Los simbolistas
y sus vástagos jugaron un papel importante en la preparación del terreno, del cual
surgirían aquellas tendencias que terminaron en la creación de la poesía moderna
más esencial.
El principal fundador y pionero del simbolismo fue Stéphane Mallarmé. Su
poesía misteriosa y musical atrajo a una legión de poetas y admiradores en todo
el mundo y en Grecia, donde, en parte y esporádicamente, también Kostís Palamás
sucumbió a su encanto, así como Ángelos Sikelianós, en sus muy primeros poemas que
no están incluidos hoy en sus Obras Completas. Más característica y sistemáticamente
dedicados al simbolismo en Grecia fueron principalmente Hatzópoulos, Melachrinós
y Gryparis, y más tarde Kostas Karyotakis y muchos otros aceptaron su influencia.
Incluso Seferis en su primer libro, Copla, que incluye ese maravilloso poema
“Palabra de amor”, muestra claramente la fascinación que el simbolismo ejerció sobre
él, a través de Mallarmé, y aún más a través de su sucesor, es decir, a través del
poeta de la llamada poesía pura, Paul Valéry.
Lo mismo ocurrió en Inglaterra, Italia, Rusia y América, así como en otros
países de menor resplandor intelectual. Incluso el padre del Surrealismo y su principal
teórico y poeta (que fue un gran poeta no solo en sus letras, sino también en su
asombrosa prosa y su incansable acción diaria) André Breton, en sus versos pre-surrealistas
de su temprana juventud, fue influido por la poesía de Mallarmé, a quien sin embargo
admiraba y amaba. En Francia, el simbolismo siguió vivo hasta la Primera Guerra
Mundial, y sobrevivió, a través de Valéry, aproximadamente hasta la víspera de la
Segunda Guerra Mundial, conquistando y fascinando, desde la época de Paul Verlaine
hasta la de Jouve y Supervielle, generaciones enteras de poetas y amigos de la poesía.
¿A qué se debe pues esta gran fascinación que recuerda a los viejos triunfos
de la difusión del Romanticismo? Se puede decir que, en gran parte, esto se debe
al hecho de que contribuyó mucho a que las palabras se libren del cerco de la lógica
estricta y el uso lexicográfico y preciso de ellas, así como a que los propios poetas
de su adhesión a las ya codificadas formas y las maneras convencionales del “hablar”
poético que habían establecido una rígida y asfixiante “legitimidad” académica y
“permanencia” en las cosas de la poesía que prohibían el juego espiritual, la flexibilidad
liberal y el hedonismo estético más profundo, independientemente de cualquier imperativo
categórico. Así, el Simbolismo logró crear no solo un nuevo clima poético y
una nueva plasticidad expresiva, sino también un nuevo lenguaje poético de comunicación
emocional y espiritual entre personas sensibles, contribuyendo con todo esto a la
preparación del terreno desde el cual crecería más tarde el árbol alto y denso del
surrealismo, que creo que es la culminación y la expresión más plena del modernismo
en la poesía y en la vida en general.
Y ya estamos en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial, en los
años en que nutrieron a un poeta y artista de gran independencia y resplandor espiritual
y contribuyeron, cada uno a su manera, a la creación de un nuevo espíritu más allá
del Simbolismo, y cuando el Simbolismo todavía estaba floreciendo. Son los años
de Apollinaire y Jarry, de los Fauves, de Picasso y los pintores cubistas, los años
de Gertrude Stein, los años del auge gradual de las ideas socialistas, los años
de los poetas fantaisistes, del Futurismo, de las sufragistas, de los ballets
rusos, de Maeterlinck y Verhaeren; los años del cura Gapon, de Rasputín y la fallida
primera revolución rusa en 1905 después de la guerra ruso-japonesa; la era de la
excomunión oficial de León Tolstói, pero también de su deificación sustancial por
el pueblo ruso y la opinión pública mundial; los años de las guerras de los Balcanes;
los años durante los cuales Proust y Joyce estaban preparando sus grandes obras
y la poesía de Yeats comenzaba a irradiar cada vez más y en Rusia empezaban a incubarse
poetas como Blok y Mayakovski; los años de la Entente Cordiale y Jaures; la era
de los primeros aviones; la era en la que muchas personas y eventos contribuían
más directa o indirectamente a la creación de un estado mental y espiritual, que
superó con creces los límites de las discusiones estéticas o filosóficas y empujó
profusamente a los poetas y a los artistas a emprender también una batalla sobre
cuestiones espirituales, por la adquisición de nuevos derechos en las artes, así
como en la vida política y social. En otras palabras, en Europa se necesitó una
chispa para explotar el enorme polvorín, sobre el que celebraba sus últimas fiestas,
desprevenida, o quizás haciendo la vista gorda, la llamada Belle Epoque, que ya
había llegado en 1914, sin saberlo, en sus últimos días.
Una chispa sería suficiente para provocar el estallido general de la Primera
Guerra Mundial, y esta chispa fue el asesinato del archiduque austríaco Fernando
en Sarajevo en el verano de 1914. Incluso antes del final de esa monstruosa guerra,
antes de que dejaran de fluir los ríos de sangre, que se vertían diariamente en
los campos de batalla, incluso antes de que se contaran los millones de muertos
de este nuevo Armagedón, en 1916, en Zúrich, un grupo de jóvenes poetas y artistas,
liderados por Tristan Tzara, de origen rumano, alborotaron esa pacífica ciudad de
la neutral Suiza con sus indescriptibles manifestaciones anarquistas y, después
del final de la guerra, trasladaron la acción frenética a París y, desde allí, sus
ecos en los círculos intelectuales y artísticos de todo el mundo. Este movimiento
extra-político sin precedentes, que tenía como objetivo la subversión combatiente
de todo, se llamó Dadaísmo y a su paso ninguno de los principios establecidos y
los valores aceptados quedó en pie. El ataque ha sido feroz y la negación universal.
Los “Dada” querían a toda costa deshacerse de todos los yugos, y no sólo de los
estéticos, y liberar al ser humano, y no sólo al poeta, de todas las coacciones
y todos los imperativos que, en nombre de la civilización, habían llevado a la matanza
más salvaje y espeluznante que la humanidad había conocido hasta entonces.
A través de este motín, y del caos que lo siguió,
unos años más tarde (con una aparición oficial en 1924, en París) nació el Surrealismo,
que yo creo que es el intento más completo y esperanzador de explotar el espíritu
redimido y todos los impulsos creativos del ser humano.
Y he aquí, mientras el Dadaísmo que lo alimentó fue un motín caótico (aunque
en última instancia beneficioso), el Surrealismo, bajo el liderazgo milagroso de
su incuestionable líder, pionero y gran poeta, André Breton, se convierte en una
revolución espiritual de verdad y en nombre de la libre función del espíritu, con
un profundo fundamento filosófico y psicológico, que responde a todas las demandas
y deseos básicos que habían permanecido insatisfechos hasta su llegada, y completamente
alejado de las pretensiones metafísicas o teocráticas que caracterizan a otros poetas
modernos.
Desafortunadamente, no tengo tiempo para explicarles, tanto como me hubiera
gustado y como debiera, en qué precisamente consiste el Surrealismo, como también
algunos detalles de las diferencias que lo separan de otras tendencias contemporáneas
y de otras más antiguas creencias sobre poesía. Sin embargo, es inconcebible callar
en una, aunque muy breve, revisión de las cosas poéticas, algunos de los nuevos
elementos básicos que ha aportado a la poesía y que constituyen su poder y esencia
subversivos. El Surrealismo trajo a la poesía, pero también más allá de esa, la
posibilidad de extraer material poético directamente del inconsciente, mediante
la escritura automática; pero trajo también, a través de otros medios, la capacidad
orgánica de utilizar en nuestra vida alerta los mecanismos oníricos,
la liberación de la esclavitud una vez forzada de todo a la razón o la posibilidad
de crear nuevos mitos subjetivos y mitologías objetivas tangibles arbitrarias, cosas
que significan la explotación del pleno funcionamiento del espíritu y no sólo de
la razón, y la creación ya no de fantasmagorías convencionales, sino del “merveilleux”,
que, para que su significado se exprese correctamente en el idioma griego, finalmente
debe ser inventado como un término exitoso, o neologismo, porque la palabra “θαυμαστόν” no expresa adecuadamente el significado específico de
la palabra francesa. Sin embargo, el Surrealismo hizo algo más de suma importancia:
no cambió fundamentalmente la poesía, pero, y esto hay que enfatizarlo mucho,
cambió la posición y el papel del poeta. Aboliendo las horas extras, convirtió a
él, de exiliado en la tierra de las nebulosas, en una presencia activa, colocándole
dentro de las cosas en la palpitante vida cotidiana, como una necesaria participación
psíquica y una función ininterrumpida.
Por supuesto, el Surrealismo no es la única manifestación del espíritu moderno
en la poesía. Es, sin embargo, como hemos dicho, la contribución más importante
y decisiva a la expansión ilimitada de los horizontes de la poesía y su potencial,
desde la época de Homero y los antiguos trágicos griegos hasta nuestros días. Es
por eso que le doy al Surrealismo una posición tan prominente en la evolución y
el largo curso del lirismo mundial. Si no lo hiciera, eso equivaldría a guardar
un hermoso cofre tirando el invaluable tesoro que contiene. Eso equivaldría a imaginar,
tontamente a ciegas, el mundo de la poesía, tal y como la gente imaginaba el Globo
antes de los descubrimientos de Colón y los otros navegantes, es decir, como un
mundo mucho más limitado y mucho más pobre, como un mundo pequeño que no incluye
en sus límites los dos continentes americanos, la mayor parte de Asia y África,
Australia y los grandes océanos, o sea, como si nuestro mundo fuera solo una quinta
parte e incluso menos de lo que realmente es.
Echemos, por tanto, un vistazo al mundo del lirismo de la época de Rimbaud
y Lautréamont que, en mi opinión, como dijimos al principio, son las fuentes del
verdadero “Modernismo”. Por lo tanto, enumeraré a varios de los poetas contemporáneos,
independientemente de si pertenecen al simbolismo, el surrealismo, el misticismo
poético o la llamada poesía metafísica, que, por supuesto, ellos también tienen
una escala de su graduación e importante obra que demostrar.
Entre los angloparlantes (ingleses, americanos, irlandeses y galeses) mencionaré
en orden alfabético a: Auden, Hart Crane, Cummings, Emily Dickinson, T. S. Eliot,
Frost, Hopkins, Robert Lowell, Ezra Pound, Spender y Tate y el gran poeta galés
Dylan Thomas, William Carlos Williams y el tan importante poeta irlandés Yeats.
A estos debo agregar incluso algunos representantes importantes de la poesía moderna,
los pertenecientes a la llamada Beat Generation, los precursores directos del Jipismo
actual, o sea, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Gregory Corso.
Entre los modernos franceses mencionaré los siguientes nombres, además de
los nombres de los surrealistas que ya he mencionado. Son los nombres que pertenecen
a los poetas: Guillaume Appolinaire, Blaise Cendrars, Claudel, Cocteau, Max Jacob,
Jouffroy, Jouve, Laforgue, Van Lerbergue, Léon-Paul Fargue, St.-John Perse, Toulet,
Valéry, Verhaeren, quienes, sin embargo, como los angloamericanos antes mencionados,
deben colocarse al lado de aquí del surrealismo.
Entre los rusos mencionaré solo los nombres de Blok, Essenine y Mayakovsky,
Yevtushenko y Voznezensky, desafortunadamente
sin tener la oportunidad de estar más informado sobre otros poetas notables, que
sin embargo sé que existen en la Unión Soviética.
Y ahora terminaré con la lista de algunos poetas griegos que pertenecen,
unos más que otros, al lirismo moderno, que todos y cada uno a su manera son portadores
de lo moderno y representan en Grecia la poesía contemporánea, con obras a veces
muy importantes; entre ellos hay algunos poetas que son estrellas de primera magnitud
en el cielo de la poesía. Entre otros y siempre en orden alfabético, son los siguientes:
Mantó Aravantinoú, C. P. Cavafy, Dimitris Christodoulou, Akos Daskalópoulos, Tasos
Denegris, Zisis Economou, Odysseas Elytis, Andreas Embirikos, Nikos Engonópoulos,
Nikos Gatsos, Giannis Goumas, Nikos Karouzos, Kostas Karyotakis, Giorgos Likos,
Giorgos Makrís, Dimitris Papaditsas, Takis Papatzonis, Nikitas Rantos, Giannis Ritsos,
Miltos Sachtouris, Giorgos Sarantaris, Giorgos Seferis, Ángelos Sikelianós, Takis
Sinópoulos, Lydia Stefanou, Eleni Vakaló, Nanos Valaoritis, Kostas Várnalis, Takis
Varvitsiotis, Nikiforos Vrettakos, así como varias poetas jóvenes de las que mencionaré
a Meri Chatzimichali, Eva Myloná y Élena Striggari. [2]
Señoras y señores, ya hemos llegado, quizás un poco jadeantes, debido al
tiempo limitado y a la ametralladora aceleración obligada de mi discurso, al final
de esta pequeña conferencia. Por favor, perdónenme si no he desarrollado tanto como
me hubiera gustado detalladamente, y con tantas dilataciones y diferenciaciones
como debería, el gran tema de la poesía moderna.
Unas palabras más que quiero añadir antes de salir del podio. Siento que
a muchos de ustedes les gustaría preguntarme: “¿Hacia dónde va, hacia dónde se dirige
la poesía moderna? ¿Qué es, en una caracterización simple y breve, la poesía esta?”
Queridos oyentes, responderé de la siguiente manera, con un poema corto mío
que escribí en 1936:
“La poesía es el desarrollo de una bicicleta pulida. Dentro de ella todos crecemos. Las calles son blancas. Las flores hablan. De sus pétalos a menudo emergen niñas diminutas. Esta excursión no tiene fin.”
NOTAS
El texto, leído en el Colegio de Atenas, Atenas, 26 de enero
de 1971, se publicó
por primera vez, con cuidado y notas del principal investigador de la obra de Empeirikos,
profesor de la Universidad de Atenas y escritor Yorgis Yatromanolakis, en la revista
literaria Nea Estía
de abril de 2002, nº 1744, que era dedicado al centenario del nacimiento del poeta.
Es evidente que no podemos trasladar aquí todas
ni enteras las notas de Yatromanolakis.
Traducción del
griego al español: Agathi Dimitrouka.
1. Todos los mencionados aquí como precursores de la poesía moderna poseen también un lugar prominente
en la Biblioteca del Μέγας Ανατολικός [Gran Oriental], vol. 3, cap. 34;
la mayoría de ellos están incluidos entre los “Beatos” de Octana.
2. Según el testimonio de Leonidas Empeirikos, su padre insistía en añadir, a la lista de los poetas mencionados en esta conferencia, el nombre de Éctor Kaknavatos que le hubo escapado, como confesaba luego, por causa de la larga ausencia de Kaknavatos de la escena editorial durante aquellos años.
ANDREAS EMBEIRIKOS | (Braila, Rumania 1901-Atenas, Grecia 1975) fue poeta y psicoanalista griego. Durante los años 1926 hasta 1931 vivió en París relacionándose con André Breton y los surrealistas, y empezando la psicoanálisis junto a René Laforgue. Con su famosa conferrencia bajo el título Sobre surrealismo y su primer poemario Alto horno (Υψικάμινος, en griego) en 1935, fue el mayor introductor del movimiento surrealista en Grecia convirtiéndose en el poeta más representante y prolífico del surrealismo griego. En vida, publicó tres libros de poesía y dos de prosa; póstumamente, se publicaron otros dos de poesía, tres de prosa (entre estos El gran oriental, obra de vida del poeta compuesta de ocho volúmenes que la elaboraba durante veinticinco años), uno sobre su colega surrealista Nikos Engonópoulos, uno con escritos psicoanalíticos, un diario acompañado de fotos de su viaje en Rusia, dos álbumes de fotos por él o de él, un volumen de cartas a su familia, como también su traducción de la obra teatral de Pablo Picasso Las cuatro niñas. Cabe añadir que se espera la publicación de otras obras de su archivo y que muchas de sus obras se han traducido en varios idiomas.
ENRIQUE DE SANTIAGO | Chile, 1961. Artista visual, poeta, investigador, ensayista, editor, curador y gestor cultural. Ha dictado charlas en diversas universidades, museos y centros culturales. Estudió Licenciatura en arte en la Universidad de Chile y en el Instituto de Arte Contemporáneo (Chile). Desde el año 1984, que expone en muestras individuales y colectivas en diversos países, contando a su haber alrededor de más de 120 exhibiciones. Tiene a su haber 6 libros de poesía. Ha participado en variadas antologías de poesía, tanto en Chile como en el extranjero. Colaboró en el diario La Nación con artículos de arte de los nuevos medios, y en revistas como Derrame, Escaner Cultural y Labios Menores en Chile, Brumes Blondes en Holanda, Adamar de España, Punto Seguido de Colombia, Sonámbula de México, Agulha Revista de Cultura de Brasil, InComunidade de Portugal, Styxus de Rep. Checa, Canibaal de Valencia, España, Materika de Costa Rica y otras publicaciones impresas y digitales. www.flickr.com/photos/enriquedesantiago/
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 10
Número 209 | maio de 2022
Artista convidado: Enrique de Santiago (Chile, 1961)
Traduções: Agathi Dimitrouka, Allan Vidigal, Wolfgang Pannek
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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