Frida, del alemán
frieda –paz–, fue una mujer combativa,
guerrera, autónoma, independiente, contestataria, rebelde por antonomasia; supo
ser mujer antes que todo y vivir su vida como mejor le pareció. Todo ello al lado
de otro grande de la pintura, Diego Rivera; posiblemente el genio más importante
de la pintura mexicana del siglo XX; una fuerza de la naturaleza, no sólo por su
físico descomunal, cuasi rabelesiano, sino porque supo imprimir en su obra el espíritu
indomable de sus ancestros indígenas; en otras palabras Diego llevaba dentro la
fuerza telúrica que impregna toda la cosmogonía indígena. Él y Frida entendieron
la historia y el rico legado cultural, lo que los convirtió en sus guardianes y
en sus traductores más fieles.
Frida, influenciada
por Diego Rivera, se reconoció a sí misma como una tihuana y se convirtió en una
defensora a ultranza de la identidad mexicana. Aspecto que no solamente abarcó su
obra pictórica, sino que influenció su forma de vestirse y de peinarse y por supuesto
en la decoración de la Casa Azul. Su relación con Diego la hizo tomar conciencia
social y política, una pasión que nunca la abandonaría.
Para nadie es un
secreto que la vida de Frida Kahlo estuvo signada por el dolor y la tragedia. Primero
le dio poliomielitis, y luego, a la edad de 18 años, más exactamente el 17 de septiembre
de 1925, al salir de la preparatoria –donde era una de las treinta y cinco mujeres
en medio de dos mil hombres que allí asistían como estudiantes– se sube a un autobús
que debería de llevarla de regreso a casa. Esa tarde tuvo el primer accidente de
su vida, ya que el autobús fue atropellado por un tranvía. La columna vertebral
de Frida sufrió una triple fractura, –a la altura de la clavícula y la tercera y
cuarta costilla–, la pelvis fracturada en tres partes –el pasamanos entró por la
cadera y salió por la vagina–, su pierna derecha tuvo once fracturas y el pie derecho
fue literalmente aplastado; el hombro izquierdo estaba fuera de lugar. Nadie creía
que se salvaría. Pasó un mes en el hospital y de allí salió para su casa donde estuvo
recluida por meses. Frida debió abandonar su idea de convertirse algún día en médica
y descubrió una pasión que nunca la abandonaría, la pintura. A través del lienzo
ella pudo expresar el inmenso sufrimiento que la acompañaría por el resto de su
vida, ocasionado por la tortura de treinta y dos operaciones y los corsés que tuvo
que soportar durante toda su existencia. Máxime que hay que pensar en lo que podía
ser la cirugía de la primera mitad del siglo XX, bastante rudimentaria por decir
lo menos. Haciendo referencia a su primer corsé, Frida le cuenta su sufrimiento
a Alejandro Gómez Arias, su primer amor:
“Con el corsé voy
a sufrir horriblemente, pues lo necesito fijo y para ponérmelo me van a tener que
colgar de la cabeza y esperar así hasta que se seque… pero todo esto no es ni mitad,
te puedes imaginar cómo estaré sufriendo y de lo que me hace falta”. En otra de
las cartas le escribía: “En este hospital la muerte baila alrededor de mi cama por
las noches”, o bien: “Estoy comenzando a acostumbrarme al sufrimiento”. Y en otra
de sus cartas: “Ahora habito en un planeta doloroso, transparente como el hielo”.
Y en su diario escribe: “La esperanza, conteniendo la angustia; la columna rota
y la visión inmensa, sin caminar por la extensa senda… moviendo mi vida, hecha de
acero”.
El sufrimiento y
la muerte se convirtieron en sus más fervientes compañeros. Más tarde un esqueleto
estaría encima del baldaquín donde dormía; pero además los coleccionaba y los vestía.
También es cierto que los mexicanos tienen un culto exacerbado por la muerte, culto
que viene de los aztecas. También mandó a hacer una calavera de azúcar con su nombre
impreso en la frente.
Es así como comenzó
a pintar. Su modelo principal era ella misma, casi toda su obra son autorretratos.
Ella solía decir: “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola… y porque
soy el mejor motivo que conozco”. La fotógrafa, y amiga íntima de Frida, Lola Álvarez
Bravo, afirmaba que “Frida es la única pintora que se dio a luz a sí misma”, en
realidad citaba una frase que Frida solía repetir para referirse a ella misma y
a su obra.
Su segundo accidente,
como ella misma lo diría varias veces, fue su encuentro con Diego Rivera. Cuando
sus padres supieron que iban a casarse le dijeron a Frida que Rivera, además de
comunista, era “un Brueghel gordo, gordo, gordo”, y que su casamiento era la unión
“del elefante y la paloma”. Aunque me cuesta dificultad ver a Frida como ese pacífico
animal, ya que era dueña de una personalidad fuerte y decidida, guerrera es la palabra
adecuada, nada que ver con el ave al que hago alusión y la rama de olivos que a
veces lo acompaña. En realidad, Frida era una mujer volcánica, y ese aspecto se
reflejaba no sólo en su pintura sino en su carácter de mujer indómita. Hablaba el
inglés con fluidez y le imprimía su sello personal, en español le gustaba emplear
palabras de grueso calibre, por lo que en inglés tampoco se privaba de hacerlo.
Reía a carcajada batiente, era locuaz y le gustaba ser el centro de atención. Amaba
los bares populares, así como los lugares donde iban a bailar los obreros. Le gustaba
escuchar a Agustín Lara y detestaba la música y el ballet clásicos, en cambio le
gustaban las películas de El gordo y el flaco.
Frida era una especie
de actriz que vivía en una permanente obra de teatro. En 1953, un año antes de su
muerte, la Galería de Arte Contemporáneo de la ciudad de México realizó la primera
gran exposición que se hacía de su obra; un homenaje que se había demorado bastante
en llegar. Su salud estaba bastante deteriorada, en parte porque Frida, además de
fumadora empedernida, era alcohólica, llegó a tomarse más de dos botellas de cognac
diarias –ya en su adolescencia bebía tequila a chorros– y como si fuera poco era
adicta a los estupefacientes, –especialmente al demerol–, los cuales le ayudaban
a soportar los terribles dolores que con los años, y por las sucesivas operaciones
a las que debió someterse, se habían ido acentuando hasta convertir su vida en un
infierno diario. Así que nadie esperaba verla. Pero ella, actriz innata, les tenía
reservada una sorpresa. Una ambulancia la recogió en su Casa Azul y la llevó hasta
la Galería de Arte, allí había hecho instalar una especie de trono donde fue subida
con su cama de hospital; la cual estaba adornada con fotos de Diego Rivera, y de
sus ídolos políticos, Stalin y Malenkov; también colgaban esqueletos en papier-mâché
y un gran espejo que reflejaba su rostro ya bastante marchito por la enfermedad,
las drogas y el acohol. Esa noche fue adorada como se adora una divinidad. Frida
había obtenido lo que siempre había soñado, que el pueblo mexicano la viera como
uno de los exvotos a los que ella les rendía culto y que estaban por toda su casa,
o que ella misma pintaba –como el cuadro del Difuntito Dimas Rosas a la edad de
tres años (1937)–. Los asistentes a la exposición se dedicaron a alabarla, cantaron
rancheras y corridos mexicanos hasta la medianoche. Frida había sido coronada, al
lado de Diego Rivera, como la más importante artista mexicana del siglo XX.
Frida siempre estuvo
consciente que Diego Rivera nunca le pertenecería por completo. Aunque era feo hasta
el delirio –Frida solía decir que tenía cara de sapo– era un mujeriego nato, vivía
rodeado de mujeres; incluso él mismo, haciendo gala de su humor, firmaría sus cartas
de amor a Frida como “Tu principal saporana Diego”. Entre sus numerosos amoríos
se cuenta la relación tempestuosa con Cristina Kahlo, la hermana de Frida; incluso
le compró una casa aledaña a la de ellos. No obstante, las infidelidades eran de
parte y parte. Frida era una mujer sin prejuicios, era dueña de su cuerpo y de su
sexualidad; así que ella también tuvo numerosos amantes, hombres y mujeres incluidas,
Chavela Vargas entre ellas, incluso en una carta que Frida le escribe al poeta Carlos
Pellicer le habla sobre Chavela y el gran deseo que siente por ella; también se
habla que pudo haber tenido una relación con María Callas. Entre los hombres se
destacan personajes políticos y artísticos, como León Trostky y el pintor japonés
Isamu Noguchi o el fotógrafo Nickolas Muray. Y si bien Diego Rivera, simplemente
Diego para los mexicanos, no se preocupaba para nada de los amores lésbicos de Frida,
incluso los estimulaba, si se molestaba con los hombres que frecuentaban su cama.
En una ocasión sacó a uno de ellos con pistola en mano de la casa, al tiempo que
le espetaba: “No quiero compartir mi cepillo de dientes con nadie”. Una de las anécdotas
narra que con esa misma pistola habría amenazado a Noguchi, al mismo tiempo que
le decía: “La próxima vez que lo vea lo voy a matar.” Así que la mayoría de las
veces Frida cogía el carro y se iba para el centro de la ciudad donde solía dar
cita a sus numerosos amantes; luego decidió que podía verlos en la casa de su hermana
Cristina, así no tenía que desplazarse hasta ciudad de México. Con respecto a la
naturaleza sexual de Frida –ella misma le confesó al colaborador de Trostky, Jean
Van Heijenoort (1912-1986), que su “idea de la vida era hacer el amor, bañarse,
volver a hacer el amor de nuevo”–, es vista por su biógrafa Hayden Herrera como
promiscuidad; mientras que los devaneos constantes de Diego son eso, devaneos, o
asuntos de faldas o amoríos. Lo que muestra hasta qué punto las mujeres perpetuamos
el machismo y todas las prohibiciones que dicha ideología de extrema derecha nos
impone.
Frida y Diego fueron
una pareja reconocida y admirada por los grandes intelectuales y artistas de su
época, tanto mexicanos como europeos. Entre ellos estaban, André Breton, Pablo Neruda,
Marcel Duchamp, Miró, Kandinsky, Tanguy o el cineasta Sergei Eisenstein o Pablo
Picasso. Este último admiraba tanto a Frida que en una carta dirigida a Diego le
decía:
“Ni Derain, ni tú,
ni yo somos capaces de pintar una cabeza como la de Frida Kahlo”. Por lo que Diego
Rivera sostenía que Picasso siempre estuvo “hechizado” por ella.
En su estadía en
Francia Diego Rivera había hecho amistad con Gertrude Stein, Guillaume Apollinaire,
Elie Faure, Ilya Ehrenburg y Diaghilev, y por supuesto Picasso. Fue amigo de Aaron
Copland. John Dos Passos fue también uno de los escritores que frecuentó la casa
de Frida y Diego. En cuanto a personalidades mexicanas, podría enumerar al presidente
Lázaro Cárdenas, o a la actriz Dolores del Río, o los fotógrafos Manuel Álvarez
Bravo y Tina Modotti, a Rufino Tamayo. No hay que olvidar que Diego Rivera formaba
parte de ese trío conformado por David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco,
los grandes muralistas mexicanos, con quienes había fundado, en el año de 1924,
el periódico El Machete, publicación oficial
del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escritores.
Diego estaba consciente
de su genio y afirmaba que “no era solamente un artista”. Pero también era un hombre
que admiraba a las mujeres. Las consideraba más sensibles y superiores a los hombres:
“Por naturaleza, los hombres somos unos salvajes. Lo seguimos siendo hoy en día.
La historia muestra que el primer progreso fue realizado por mujeres. Los hombres
preferimos permanecer brutos, peleándonos y cazando. Las mujeres se quedaron en
casa y cultivaron las artes. Ellas fundaron la industria. Fueron las primeras en
contemplar las estrellas y en desarrollar la poesía y el arte… Muéstreme cualquier
invento que no haya tenido su origen en el deseo de los hombres de servir a las
mujeres”.
Este respeto de Diego
Rivera por la autonomía de las mujeres permitió que comprendiera el genio de Frida
y que la estimulara en su trabajo artístico y a que encontrase su propio lenguaje.
Fue su maestro, su mentor; y Frida, haciendo gala de su condición de paloma, voló,
voló muy alto, sin que le hubiese pasado lo que a Ícaro, nunca se le quemaron las
alas. Por otra parte, Diego consideraba que las mujeres debían de ser independientes
económicamente de los hombres y que no debían estar supeditadas a ellos. También
aprobaba que Frida hubiese conservado su apellido de soltera, en vez de llamarse
Frida de Rivera.
Frida no sólo sufrió
dolores físicos, también los tuvo de otra índole. Aparte del amorío de Diego con
Cristina, que fue devastador para ella, tuvo tres tragedias que fueron muy difíciles
de soportar: tres abortos. Sus embarazos no podían llegar a término por las graves
lesiones que había tenido en el accidente del autobús. Siempre quiso ser madre,
y el hecho de no poder serlo fue un tema que llevó a varios de sus cuadros. La pintura
fue su refugio, le sirvió para exorcizar todas sus angustias, temores y frustraciones.
Es el caso del autorretrato con la columna partida.
En otra pintura representó
al hijo que nunca tendría ligado a ella por el cordón umbilical, mientras que la
placenta yace en el suelo.
Al respecto Diego
Rivera dijo:
Frida empezó a trabajar en una serie de obras
maestras que no tiene precedente en la historia del arte, cuadros que exaltan las
cualidades femeninas de la verdad, la realidad, la crueldad y el sufrimiento. Ninguna
mujer jamás plasmó en un lienzo la misma poesía agónica que Frida creó.
Y poco antes de morir
ella le dijo a una amiga:
Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor…
La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos… todo eso lo sustituyó la pintura.
Yo creo que el trabajo es lo mejor.
Para Hayden Herrera
el cuadro “Mi nacimiento” (1932) recuerda una escultura azteca que data aproximadamente
del año 1500, en la cual se observa a una mujer que da luz a un hombre adulto. Y
ella explica que, si bien para los aztecas un parto simbolizaba la captura de un
enemigo y su posterior sacrificio, para Frida el parto era sobre todo un buen presagio.
Y Diego Rivera lo
analizó así:
Ella misma escribiría
años después, haciendo referencia a una frase que cité anteriormente, “La que se
dio luz a sí misma… la que escribió el poema más maravilloso de su vida”.
PARTE 2
En realidad, algunos de sus autorretratos
representan sus heridas físicas prácticamente como si fuesen psicológicas. De ahí
que su obra navegue por corrientes oníricas, aunque ella inicialmente no fuese del
todo consciente de ello, al menos así lo expresó muchas veces, puesto que es sólo
en 1938, cuando conozca a André Breton, que oirá hablar del surrealismo y que le
escuchará decir que su obra también lo es. También es cierto que esta posición de
negar todo conocimiento del surrealismo no era del todo cierta, tal y como lo analizaré
posteriormente.
Por otra parte, Frida
supo ser feminista cuando aún no se hablaba de ello. En su cuadro “Unos cuantos
piquetitos” (1935), representa el asesinato de una mujer que recibió 20 puñaladas
y luego fue tirada por la ventana por su amante; y al ser condenado respondió indignado:
“Pero solo le di unos cuantos piquetitos”. Al referirse a la pintura en cuestión,
Frida dijo: “En México el asesinato es bastante satisfactorio y natural” y agregó
que ella misma “había sido asesinada por la vida”. Lo que en realidad quería expresar
era que se sentía muy cerca de la víctima y que entendía perfectamente el horror
del que había sido objeto. Pero también es cierto que para la concepción de este
cuadro fue fundamental la obra de José Guadalupe Posada (1851-1913), artista que
Frida admiraba profundamente.
Uno de los aspectos
fundamentales que hay que tener en cuenta, cuando se observa la obra de Frida, es
que su aparente primitivismo no obedecía a un desconocimiento de la pintura o a
la imposibilidad técnica de hacer un cuadro considerado clásico. Frida conocía muy
bien la historia del arte. Admiraba a Rembrandt, a los artistas del Renacimiento
italiano, como Piero della Francesca; pero también conocía y admiraba a Gauguin
y a Rousseau. Prueba de ello es su primer autorretrato (1926) –un regalo para Alejandro
Gómez Arias– en él se representa con el cuello alargado, como las figuras de Botticelli;
de hecho, es el nombre que le daba al cuadro. Este cuadro, de una extraña belleza
–pintado cuando sólo contaba 19 años– da fe de su pericia pictórica.
También hay que tener
en cuenta que, al adoptar un estilo en cierta forma primitivista, aunque la palabra
no me convence, Frida se autoafirmaba como la legataria de la tradición popular
mexicana, lo que la ayudaba a que la vieran como la representante de izquierda,
léase comunista, que buscaba imponer. En cierta forma, y en eso coincido con Hayden
Herrera, Frida quería que la vieran siempre como alguien solidario con la lucha
de clases. Por eso también su forma de vestir y de decorar su casa, a la cual hacía
alusión al comienzo del presente artículo.
Como ya lo había
enunciado en 1938 Frida y Diego conocen a André y Jacqueline Breton. El padre del
surrealismo queda encantado con ella, Frida lo encuentra pedante; en cambio entabla
una muy buena amistad con su esposa Jacqueline. Breton se ofreció a escribir el
catálogo para la exposición que Julien Levy le había preparado en su galería de
Nueva York. En dicho catálogo la presenta como “una surrealista por creación propia…,
la bella y perniciosa mariposa que acompaña a un monstruoso marido marxista”. Lo
de mariposa, en realidad, era una expresión que Diego Rivera había utilizado para
hablar de Frida al coleccionista y crítico de arte Sam A. Lewisohn:
Te la recomiendo, no como esposo, sino como
admirador entusiasta de su obra ácida y tierna, dura como acero y delicada y fina
como el ala de una mariposa, adorable como una sonrisa y profunda y cruel, como
la amargura de la vida.
Y Frida, en cuanto
al surrealismo se refiere, escribió:
No sabía que yo era surrealista hasta que André
Breton llegó a México y me lo dijo. Yo misma todavía no sé lo que soy… Lo único
que sé es que pinto porque necesito hacerlo, y siempre pinto todo lo que pasa por
mi cabeza, sin más consideraciones.
Breton, por su parte,
decía que ella tenía la característica innata para ser surrealista, puesto que poseía
“la belleza del diablo”. Recuérdese como al principio hacía alusión a ese don histriónico
que tenía Frida. Ese gusto por la teatralización era también elogiado por el crítico
de arte surrealista Nicolás Cala. La verdad es que Frida era una persona suficientemente
culta como para no conocer la corriente surrealista antes que Breton llegara a suelo
mexicano. Leía sobre arte desde que era una adolescente y conocía muy bien lo que
pasaba en Europa; así que su postura bien pudo haber sido una estratagema para hacerse
ver como una pintora completamente original. Por otra parte, si efectivamente no
hubiera sentido ninguna atracción por el surrealismo hubiese impedido que Miguel
Covarrubias la presentase como una de sus integrantes en el catálogo que hizo para
la exposición “Veinte siglos del arte Mexicano”, organizada por el Museo de Arte
Moderno de Nueva York.
En enero de 1939
Frida llega a París, supuestamente para una exposición que André Breton le había
organizado; lo cual no era cierto. La exposición se llevaría finalmente a cabo gracias
a Duchamp. Frida estuvo alojada en el apartamento del matrimonio Breton y de allí
salió poco menos que espantada, ya que los consideraba bastante sucios. Además,
se quejaba de la indisciplina de André Breton –en realidad lo consideraba un verdadero
vago–. Su amistad con Jacqueline se rompió, pero tuvo una excelente empatía con
Marcel Duchamp y su compañera, la coleccionadora de arte, Mary Reynolds, gran amiga
de Peggy Gungenheim.
La exposición tuvo
lugar en la Galería de arte de Pierre Colle, el marchante de Dalí. Por otra parte,
Frida disfrutó de París y de sus poetas y artistas, ya que conoció a Paul Éluard,
a Max Ernst, a Miró, entre otros personajes de la época. Fue en esa época que Picasso
quedó “hechizado” por ella y por su pintura. Otro que no escapó a su magia fue Kandinsky.
Schiaparelli se interesó por sus trajes de tihuana y diseñó uno al que bautizó como
“Madame Rivera”. Incluso la fotografía de una de sus manos, llena de anillos, salió
en Vogue, la revista de moda. Imagino que el lado histriónico de Frida debió sentirse,
más que halagado, divertido. No en vano, años atrás, cuando acompañó a Diego a Detroit,
los niños la solían perseguir en las calles y le gritaban eufóricos “¿Dónde está
el circo?, ¿Dónde está el circo?”, y ella, la gran Frida, se reía con sus carcajadas
batientes, dispuesta a romper el cielo si fuera menester.
Frida era poseedora
de una extraña e inquietante hermosura, eso sí, muy lejos de los cánones contemporáneos
de liposucciones y silicona que abundan hoy en día convirtiendo a las mujeres, más
que nunca, en esclavas de la belleza efímera e intrascendente. Frida tenía unas
cejas abundantes, no se las depilaba, eran una gran raya ininterrumpida, y tenía
un bozo bastante evidente y como si fuera poco en sus incisivos se ponía tapas de
oro o bien con diamantes rosados, así que cuando reía su cara se iluminaba literalmente
hablando; lo que me hace pensar en la avenida de Pedro Navajas.
Parker Lesley la
describe así:
Estando en París
se entera del rompimiento definitivo de Rivera con Trotsky, y en solidaridad con
su marido decide alejarse del grupo de trotskistas que había estado frecuentando
en la ciudad luz. Para ese momento ya habían coordinado la emigración de 400 españoles,
que huían de Franco, hacía México. Posteriormente, el 24 de mayo de 1940, David
Alfaro Siqueiros, el gran muralista mexicano, irrumpía violentamente, junto con
veinte hombres, en la casa de los Trotsky, con la intención de asesinar al fundador
de la IV Internacional. Se hicieron 100 disparos, pero los encargados de la custodia
de la casa repelieron el ataque, y León Trotsky fue salvado por Natalia, su mujer.
Finalmente, el 21 de agosto de ese mismo año, el brazo largo y siniestro de Stalin
lo alcanzaría utilizando la mano del monigote de Raúl Mercader, el mismo que se
hacía pasar por Jacques Mornard, y el mismo que abordaría a Frida en una calle parisina
para solicitarle que le presentara a Trotsky y que le ayudara a conseguir una casa
cercana a la suya. A lo que Frida se negó rotundamente.
“Lo que me dio el agua” (1938, 96.5 x 76.2), fue
posiblemente el cuadro preferido de Frida Kahlo y el que más alusiones surrealistas
tiene. Es una obra de gran valor y madurez artísticos. Es un cuadro atravesado por
la muerte y la desolación. Es una especie de espejo donde Frida mira su propio reflejo,
donde yace al lado de su otro yo. La Pelona, apelativo bastante utilizado en México
para denominar a la muerte, y utilizado siempre por Frida, está sentada cómodamente
al lado de un volcán en erupción, y observa, en realidad vigila, una parte de la
escena. También están sus padres, Guillermo Kahlo, nacido en Alemania –sus progenitores
eran húngaros de origen judío– fotógrafo de profesión, y la mexicana, de origen
más que humilde, Matilde Calderón, poseedora de una gran belleza y analfabeta, como
la mayoría de las mujeres de la América Latina de finales del siglo XIX; situación
muy similar a la que vivían las europeas de escasos recursos, sobre todo las españolas,
italianas y portuguesas, pero también las francesas; por no seguir enumerando los
países que ignoraban por completo el derecho de la mujer a una educación sólida
y profunda.
Con respecto al cuadro
“Lo que me dio el agua” Frida le dijo a Julien Levy que “es una imagen del tiempo
que va pasando…sobre tiempo y juegos de la niñez en la bañera y (también sobre)
la tristeza de lo que le había pasado a ella en el transcurso de su vida.”
Es una obra donde
aparecen muchos símbolos que ya había utilizado y otros nuevos que se convertirían
también en símbolos reiterativos. En realidad, la obra de Frida Kahlo es en cierta
forma una serpiente que se muerde la cola, ya que ella no sólo era la depositaria
de una cultura milenaria, sino que supo construir una cosmogonía propia, un universo
que le sirviese de refugio al sufrimiento que la aquejó durante toda su existencia.
En el cuadro puede verse a una bailarina que baila en la misma cuerda que aprieta
el cuello de una Frida cadavérica que flota en el agua; en esa misma cuerda caminan
varios insectos dispuestos a devorarla, así como una inmensa araña que seguramente
va a tejer una gran red para evitar que ella resucite y escape a los últimos designios
de La Pelona. Al otro lado del volcán hay un hombre que sostiene firmemente en su
mano derecha uno de los extremos de la cuerda, tal vez para asegurarse que esté
siempre tensa y que Frida no pueda volver a la vida –el otro extremo está atado
a una especie de roca– su cara está escondida detrás de una máscara azteca, como
si quisiera mantener en secreto su identidad, para que nadie sepa quién es el verdadero
verdugo que le ha quitado la vida.
El agua es vista
como el principio y el fin de la vida, es el nacimiento y el fin, de ella venimos
y a ella regresamos. Y aunque el agua está por todas partes no logra aplacar el
fuego que sale violentamente del volcán en erupción. Fuego y agua, los dos elementos
que nos rodean desde siempre. No hay que olvidar que el fuego proporciona calor,
pero también quema, abrasa, destruye. Ilumina, pero el humo que deja tras de sí
enceguece. Es vida y es muerte, como el agua. Y aunque el cuadro no tiene una imagen
central si podría decirse que el catalizador son los pies de Frida y su reflejo
en el espejo del agua. El pie sano ignora a su gemelo enfermo, sobre el que caen
gotas de sangre de una argolla. Debajo del pie deforme hay un pájaro muerto. Es
un cuadro inquietante –por decir lo menos– bucea en los miedos de Frida, en su psiquis
más profunda; es una forma de exorcizar dolores antiguos y futuros. En cierta forma
podría decirse que este cuadro, al igual que los autorretratos, es una narración
autobiográfica que utiliza el lenguaje pictórico y el simbólico para expresar el
universo personal, único e intransferible en el que la autora vivía. Para Hayden
Herrera esta obra tiene reminiscencias del Bosco, de Brueghel y de Dalí. “Lo que
me dio el agua” finalmente terminó en las manos de Nickolas Muray, como pago a una
deuda contraída con él. Y es que el fantasma de las deudas, otro de los disfraces
de La Pelona, siempre acosó a Frida. Aunque ella y Diego ganaban mucho dinero, también
era verdad que lo gastaban a manos llenas, derroche sería la palabra adecuada.
En cuanto a la relación
de Frida con Muray, si bien ella lo quiso mucho, también es cierto que por encima
de todo estaba Diego Rivera, su gran amor, aunque yo siempre he dudado que él haya
sido su gran pasión, hablo desde el punto de vista sexual, no artístico. Y también
estaba México. Estar al lado de Muray significaba quedarse en Nueva York, no creo
que el haya pensado ni siquiera por un momento irse a vivir a la ciudad de Frida,
ni ella estaba dispuesta a dejar a su ciudad bien amada. Siempre he creído que Frida
sentía una atracción enorme por la genialidad de Diego, por su aura nacional e internacional,
por esa fuerza descomunal que salía de todos sus poros, y porque de una u otra forma
se sentía su igual; no hablo en cuanto al género se refiere sino a la profesión
de artista que compartía con él. También creo que ella, al igual que Diego, estaba
completamente consciente de su genialidad, por lo que no creía que nadie más, aparte
de Rivera, pudiera estar a su altura. Además, su relación dejó de ser sexual después
de su segundo matrimonio con él. Esa fue la condición que Frida le puso para volver
a casarse, y Diego la aceptó sin rechistar. Es muy posible que la situación lo favoreciera
también a él; así podía dedicarse sin remordimientos de ninguna índole, y sin tener
que esconderse, a los múltiples amoríos que tenía permanentemente. También es posible
que para Diego Rivera estar casado con Frida Kahlo fuera una especie de trofeo sin
parangón alguno –un aura–, una forma de mostrarle al mundo que él, el gran Diego
Rivera, podía tener a la mujer más importante de la historia de la pintura de México,
de Latinoamérica y posiblemente de Occidente, al menos en su tiempo. Seguramente
había otras razones, muchas de las cuales no son del todo evidentes ni siquiera
para sus protagonistas. Y en este caso preciso no puedo dejar de pensar en otra
pareja igualmente famosa e importante, me refiero a Simone de Beauvoir y a Jean-Paul
Sartre. A ellos también los unía una misma pasión, en este caso por la filosofía,
por la literatura y como en el caso de Frida y Diego por la política. Simone de
Beauvoir, al igual que Frida, era bisexual; y Sartre, como Rivera, un verdadero
courreur de jupons, o sea un mujeriego empedernido, y también bastante feo. Simone
de Beauvoir también tuvo un amante al que amó muchísimo, su nombre era Nelson Algren
–un escritor estadounidense– y cuando éste le pidió que se casaran, y que se fueran
a vivir a Nueva York, ella le respondió que por nada del mundo dejaría ni a Sartre
ni a París. Ya para entonces Simone de Beauvoir no se acostaba con Sartre, ni lo
volvería a hacer nunca más; pero su relación de pareja nunca se rompió, como la
de Frida y Diego. No obstante, Simone de Beauvoir siempre llevó en su dedo anular
el anillo de hojalata que Algren le regaló el día que le pidió que se casaran, siempre
conservó sus cartas y nunca dejó de escribirle (él moriría en 1981 y ella en 1986;
Sartre había muerto en 1980).
Y volviendo a Frida
es imperioso que diga que es muy posible que ella se hubiese visto obligada a abandonar
a Muray; ya que su deficiente estado de salud, en palabras de Hayden Herrera “le
impedía la libre expresión del amor sexual”. Poco después de su retorno a ciudad
de México Frida se enteraría que él había contraído nupcias con la misma mujer con
la que había entablado una relación afectiva cuando todavía estaban juntos. Parece
ser que Frida sintió que nuevamente la habían abandonado, sólo que esa vez no era
Diego, sino “un apuesto norteamericano”. Las cartas de Muray dejaron de ser pasionales
para dar paso al afecto entre dos amigos, algo que Frida sintió como una especie
de traición; aunque siguieron siendo amigos, amistad que se nutrió a través de la
correspondencia.
En 1940, y bajo la
égida de Breton, del poeta peruano César Moro y de los pintores Wolfgang Paalen
y Alice Rahon, se llevó a cabo La Exposición Internacional del Surrealismo en la
Galería de Arte mexicano Inés Amor. Y si bien este evento cultural ponía a México
dentro de los circuitos internacionales del arte, también era cierto que el surrealismo
era algo cotidiano para su cultura. Pero no solamente para México, puesto que este
aspecto no escapa a ningún país que tenga cercanía con el Caribe. Recuérdese que
Alejo Carpentier, estrecho colaborador de Breton en su estadía parisina, reconocería,
a su llegada a Haití, que allí lo onírico –léase surrealista, real maravilloso–
hacía parte de la cotidianidad, del legado cultural del pueblo caribeño. Incluso
Miguel Ángel Asturias sostenía que “El trópico es el sexo de la tierra”.
Frida presentó dos
de sus cuadros, “La mesa herida” (1940), un enorme cuadro de 122 x 2.45 cm, obra
que posteriormente desaparecería; aunque hay indicios que la ubican en Moscú, sin
que haya habido nunca ninguna afirmación o negación al respecto por parte del gobierno
ruso. En dicha pintura Frida está sentada a la mesa, y a su derecha está la muerte,
inmensa, patética, hermosa, sosteniendo un mechón de la abundante cabellera de Frida,
y a la izquierda están Judas y sus sobrinos Isolda y Antonio Pineda Kahlo; el cuadro
es una representación de la última cena, de una gran teatralidad, una puesta en
escena de gran dramatismo.
El otro cuadro, “Las
dos Fridas” (1939, 68 ¼ x 68 cm), representa la dualidad de su creadora.
Es una pintura claramente
metafísica, una exploración del yo más profundo, una forma de navegar por mares
insondables, desconocidos, peligrosos, donde uno puede perderse de un momento a
otro. Las dos Fridas representan a las dos mujeres de Diego, la amada y la abandonada;
es una tragedia griega narrada a través de la paleta exuberante de su creadora.
Las dos Fridas están enmarcadas por un cielo tempestuoso, que no hace sino acentuar
el clima de dolor que aflige a la Frida abandonada, con el corazón roto y con las
tijeras con las que ha cortado la vena que la unía a la Frida amada; en realidad
yo la veo como el cordón umbilical que las unía; incluso lo veo como si ellas dos
fuesen siamesas que han separado violentamente, como si se hubiese querido asesinarlas.
Este cuadro fue comprado en 1947 por el Instituto Nacional de Bellas Artes de México,
por la suma de 1000 US, el precio más alto que su autora recibió por una de sus
obras. Estas dos pinturas fueron, como es de suponerse, realizadas en el período
en el que Frida se divorció de Diego Rivera. No en vano Louise Bourgeois, la extraordinaria
escultora francesa, afirmaba:
“Todos los días uno
tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se
hace escultor.” Y en el caso preciso de Frida, pintora.
O bien, más categóricamente:
“Ser artista es una
garantía para nuestros congéneres que los agravios recibidos no harán de nosotros
un asesino”. En otra de sus frases es aún más elocuente: “Mis obras son una reconstrucción
del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están
creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria
y posibilitar su olvido”.
La separación duraría
dos años. Al respecto Diego Rivera diría: “En el curso de los dos años que estuvimos
separados Frida produjo algunos de sus mejores cuadros. Sublimaba la angustia por
medio de la pintura”.
En ese mismo año
–1940– Frida pinta un cuadro bastante impactante, “Autorretrato de pelona”.
En él se observa
a Frida sentada, como lo suelen hacer los hombres, en una silla amarilla. Está vestida
con una chaqueta y unos pantalones masculinos inmensos, como si se hubiese puesto
la ropa de Diego; y los zapatos, aunque también son masculinos, llevan un leve toque
femenino ya que tienen un tacón ligeramente superior a los que utilizan los hombres.
El otro aspecto femenino es el arete que tiene en su oreja derecha, la izquierda
no se ve. Y si bien esta dualidad de su ser siempre estuvo presente en toda su obra,
también es cierto que el hecho de cortarse el pelo y de vestirse de hombre era la
forma de rebelarse y de vengarse ante el abandono de Diego, y a la vez mostrarse
a sí misma, y a los demás, como un símbolo de emancipación; puesto que a él le encantaban
sus trajes de tihuana y su hermosa y larga cabellera. En el cuadro en cuestión su
mano derecha tiene una tijera y en la izquierda tiene un mechón de sus cabellos
que cuelga dentro de sus dos piernas abiertas, en una posición también muy masculina,
y a su alrededor está toda su exuberante cabellera cortada a pedazos, como si ella
misma se hubiese dado muerte a “piquetitos”. En cierta forma se trataba de “asesinar”
su parte femenina, léase la representación de su primer suicidio. En la parte superior
del cuadro hay una frase: “Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás
pelona ya no te quiero”, y justo debajo un pentagrama y notas musicales; haciendo
alusión a las letras de las canciones mexicanas llenas de despecho y de violencia.
La palabra pelona, si bien en este caso remite al hecho de haberse cortado el pelo
como los hombres –algo poco usual para el México de los años 30– también nos remite
al apelativo con que se nombraba a la muerte, y al cual ya había hecho alusión anteriormente.
Pero no era la primera vez que Frida se cortaba el pelo como protesta por el abandono
de Diego, puesto que ya lo había hecho en su primera separación (1934); me refiero
a la que se produjo después de la relación de Diego con Cristina Kahlo. Este autorretrato
está dedicado a su médico de cabecera, Eloesser.
Aunque ya me he referido
a la risa de Frida es importante decir que en ninguno de sus cuadros aparece riéndose.
Además, su mirada es triste, trágica es la palabra adecuada; y en el caso de esta
pintura no solamente sus labios están sellados como por un inmenso candado, sino
que su mirada es de una desesperanza agobiante. Este cuadro me lleva a pensar en
un poema maravilloso de Baudelaire, La chevelure. Gracias a la cabellera de la amada
el poeta hace un viaje maravilloso, completamente fantástico. En cambio, el viaje
de Frida es desolador, solo conduce a la muerte, a la nada, al vacío más tenebroso
que se pueda imaginar.
Y es que el común
denominador de su obra artística es la pérdida absoluta, es el paraíso al revés.
En otras palabras, es una obra nihilista, donde el vacío se impone como tema central
y permanente, puesto que para Frida la vida carece de un verdadero significado,
como si fuese una permanente invitación a la tortura y a la nada; sólo la muerte
prevalece. Desde este punto de vista su obra es bastante filosófica, por eso al
principio hacía referencia a que su obra es hondamente metafísica.
Frida Kahlo y Diego
Rivera volvieron a contraer nupcias el día en que él llegaba a su aniversario número
54, era el 8 de diciembre de 1940, el divorcio sólo había durado un año. No obstante,
Frida acababa de terminar una fogosa relación con un hombre mucho más joven que
ella, Heins Berggruen, exiliado alemán que se movía en los círculos de marchantes
de arte. Se lo presentó el mismo Diego. Antes de llevarlo al hospital donde estaba
Frida le dijo: –Vas a ver, Frida va a gustarte mucho. En realidad, era como si Diego
montara una obra de teatro burlesco y disfrutara dándole a la gente el rol de pequeñas
presas que debían evitar de ser cazados por ese felino de dimensiones desmesuradas
que él representaba como actor principal y como director de la obra teatral. El
caso es que el joven Berggruen cayó en las redes de Frida. De todas formas, para
ese entonces Frida y Diego ya habían resuelto volver a casarse y ella le había puesto
como condición sine qua non no volver
a tener relaciones sexuales con él y que los dos hicieran frente a los gastos domésticos
en igualdad de condiciones económicas. En otras palabras, ella se había acostumbrado
a la libertad y autonomía de su nueva vida, la vida que había llevado en los últimos
meses; y no estaba dispuesta a ceder ni un ápice. Si antes había sido una mujer
libre, ahora lo era mucho más.
PARTE 3
En 1943 Peggy Guggenheim invitó a Frida
a participar en la exposición “Mujeres artistas”; posteriormente comentaría que
si bien consideraba a Frida una excelente artista, no pensaba lo mismo de Rivera,
Siqueiros y Orozco.
Poco tiempo después
México comenzaría verdaderamente a valorar la obra de Frida Kahlo. Mientras que
los muralistas iban perdiendo auge. Y junto con ella comienza a ser nombrado Rufino
Tamayo, hasta ese momento en la sombra. La vida artística de México comenzaba a
cambiar radicalmente. Las corrientes europeas se iban tomando las galerías y los
artistas que anteriormente no eran comprendidos o menospreciados comenzaban a ser
valorados y admirados. Es en ese período que el coleccionista Eduardo Morillo Zafa
adquiere gran parte de sus cuadros, treinta en total, y le encomienda varios retratos
de su familia, incluyendo el de su madre Doña Rosita Morillo (1944); posiblemente
el mejor retrato que Frida pintó nunca. Ya que como había explicado antes su mejor
modelo era ella misma. No sólo porque se conocía bastante sino porque en realidad
era su vida lo que le interesaba pintar. Y es que la obra de Frida Kahlo hay que
mirarla desde ese punto de vista, fue una obra pictórica esencialmente autobiográfica.
El cuadro Doña Rosita
Morillo muestra a una anciana de cabellos blancos, posiblemente recogidos en un
moño, su oreja derecha tiene una candonga de oro de estilo mexicano, está cómodamente
sentada y tiene en sus hombros un chal que la protege del frío. Sus manos están
tejiendo y del tejido sale un hilo que va directamente al espectador; uno de los
símbolos utilizados por Frida Kahlo, no solamente para establecer comunicación con
la persona que observa la pintura, sino también su forma de representar a la vida,
como si se tratase de una Penélope que teje para no morir; aunque la mirada de Doña
Rosita está apagada, como si el último soplo de vida estuviese agotado. Por otra
parte, la mirada de Doña Rosita es directa, no baja los ojos, uno diría que está
mirando directamente los ojos de La Pelona que baila para ella, invitándola a que
se una a la danza. La expresión de su rostro es de una profunda sabiduría, pero
también de una tristeza infinita. Detrás de ella hay varias ramas y raíces que se
entrecruzan las unas con las otras, como recordando el que será su último refugio.
Y detrás de las ramas o raíces se ven muchas hojas y algunos espacios negros, lo
que nos lleva a pensar que es de noche, un cuadro nocturno, o sea el fin. No obstante,
de las ramas salen flores que están llenas de vida, las cuales representan al hijo
y a las nietas que van a hacer perdurar su estirpe. No en vano Frida decía que “la
vida nace del tronco de la eternidad”.
Ya en 1943 ciudad
de México contaba con una escuela de arte, La Esmeralda, adscrita a la Secretaría
de Educación. Había sido fundada para recibir a los estudiantes que carecían de
recursos económicos; tanto la matrícula como los materiales necesarios para la actividad
artística eran gratuitos, y lo que verdaderamente la diferenció de otras escuelas
es que contaba con artistas de primera categoría. Entre ellos estaban Diego y Frida,
pero también María Izquierdo. Frida trabajó con verdadero ahínco e interés, y supo
transmitirles a sus alumnos el amor y la pasión por la pintura. Fanny Rabel fue
una de sus alumnas. Los invitaba a su casa y allí pudieron conocer a Leonora Carrington,
entre otros artistas de la época. Pero también se esmeraba porque leyeran a Walt
Whitman o a Maiakovski; les insistía en la importancia de la historia del arte.
Les hablaba de Brueghel, de El Bosco o de Rousseau y les decía que Picasso “era
grande y multifacético”. Con el tiempo algunos de sus alumnos, los que frecuentaban
su casa de Coyoacán, se denominarían a sí mismos como los “Fridos”.
Después del segundo
matrimonio la relación de Frida y Diego cambió, y aunque nunca superó los celos
enfermizos si comenzó a verlo más como a un hijo pequeño que como al hombre descomunal
que era; las cartas que le escribía así lo atestiguan, incluso decía que ella “engendró
a Diego”.
Cuando pintó el “Retrato
de Diego” dijo:
No hablaré de Diego como “mi esposo”, porque
eso sería ridículo. Diego nunca ha sido ni será jamás el “esposo” de nadie. Tampoco
lo mencionaré como amante, porque para mí trasciende el reino del sexo. Si lo describo
como hijo, no habré hecho más que expresar o pintar mis propias emociones, casi
un autorretrato y no el retrato de Diego (…) Quizás esperen oír lamentos sobre lo
“que se sufre” viviendo con un hombre como Diego. Sin embargo, no creo que las riberas
de un río padezcan por dejar correr el agua, ni que la tierra sufra porque llueva,
ni que el átomo se aflija porque descarga energía…para mí todo tiene su compensación
natural. Dentro del margen de mi oscuro papel como aliada de un ser extraordinario,
se me otorga el mismo premio que a un punto verde en medio de un campo rojo: el
premio del “equilibrio”. Las penas y las alegrías que regulan la vida de esta sociedad,
podrida por las mentiras, no son mías, aunque viva en ella. Si yo tengo prejuicios
y las acciones de otros, incluyendo las de Diego Rivera, me hieren, acepto la culpa
de mi incapacidad de ver claramente; si no tengo tales prejuicios, debo admitir
que es natural que los glóbulos rojos luchen contra los blancos sin el más mínimo
escrúpulo, y que este fenómeno solo equivale a un estado de salud (Hayden Herrera, Frida, una biografía de Frida Kahlo).
También es cierto
que el sufrimiento que él le ocasionaba nunca dejó de sentirlo. Para Diego la infidelidad
era algo normal, disfrutaba tener mujeres a su alrededor, tal y como sucedía con
Picasso. Pero hay algo que a veces la gente no se detiene a pensar cuando habla
de ese macho descomunal, es que no dicen que Frida se comportaba igual. Ella no
se volvió infiel porque Diego lo fuera. Ella, desde sus tiempos de colegiala, tenía
varias relaciones afectivas y sexuales, con hombres y mujeres al mismo tiempo. Incluso
Hayden Herrera sostiene la tesis que Alejandro Gómez Arias, el que fuera su primer
amor, la dejó precisamente por este comportamiento que ella tenía frente al sexo.
Por otra parte, cuando
no se soporta verdaderamente el comportamiento de un hombre, debe buscarse la salida,
sin puertas giratorias, salir y ni siquiera mirar hacia atrás. Máxime que Frida
era una mujer independiente económicamente, muy inteligente y bastante culta para
su época; así que verla como una pobre víctima del elefante de Rivera es bastante
ingenuo. Con esto no quiero decir que justifique el comportamiento de Diego Rivera,
lo digo porque quiero ser objetiva y justa para con los dos. Yo no veo a Frida Kahlo
como la pobre víctima de su marido ni de nadie, más bien fue una víctima de la fatalidad.
También es cierto que hay relaciones de pareja donde uno de los placeres se deriva
del sufrimiento ocasionado y sentido, algo más que malsano, pero que suele darse
más de lo que uno creyera. Incluso Hayden Herrera hace alusión a una de las relaciones
extramatrimoniales de Frida con un refugiado español que vivió en la misma casa
de Frida y Diego; según ella fue la relación afectiva más estable y larga de Frida,
y que Diego la habría aceptado sin poner ninguna traba. Por su parte, Diego solía
narrarle sus aventuras eróticas y ella las celebraba riéndose, pero al final de
su vida le decía que ya no le interesaban sus devaneos amorosos.
En agosto de 1953
su pierna enferma le es amputada. Frida se refiere a ella misma con una frase más
que lapidaria: “Soy la desintegración”. Después de la operación se negaba a ver
a la gente, no quería ver a nadie. Fue como una segunda muerte, la primera fue cuando
pintó el cuadro La Pelona. Luego tuvo su primer intento serio de suicidio. Aún faltaba
el definitivo.
Al final de su vida
su carácter volcánico se agudizó, gritaba, vociferaba es la palabra adecuada, trataba
de pegarle a las mujeres que la cuidaban, y que en cierta forma la estaban acompañando
a morir; porque esa es una de las funciones que las sociedades de todos los tiempos
nos han reservado a las mujeres, somos guías en el sendero de la muerte; por eso
los griegos hablaban de las parcas.
A las dos botellas de cognac que se tomaba diariamente había que sumarle el demerol y otros estupefacientes –el cajón de su mesa de noche estaba lleno a reventar de dichas drogas, mas que suficientes para matar a una manada de elefantes–, y cada vez había que inyectarle dosis superiores, siempre quería más y más. Y sin embargo, aún tenía fuerzas para pintar, para ello la sentaban en su silla de ruedas y la ataban a ella para que no se cayera. Solía decir: “no estoy enferma. Estoy destrozada. Pero soy feliz de vivir mientras tengo la capacidad de pintar”. La muerte la rondaba –ella lo sabía–, la sentía, la olía, le hacía guiños, la invitaba a bailar, le ofrecía un vaso de tequila, como quien ofrece la cicuta; y Frida la miraba halagada, casi que agradecida, sin decidirse completamente, pero sobre todo no se peleaba con ella. En su diario dibujaba calaveras, como las de Posada, y ángeles de la muerte. Su última frase es más que elocuente: “Espero alegre la salida… y espero no volver jamás… Frida”. El 13 de julio de 1954 se anunció la noticia que Frida Kahlo había muerto de una embolia pulmonar. Nadie habló de suicidio. Aún hay gente que lo niega.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.
NELSON DE PAULA (Brasil, 1950) | Poeta, ensayista, cuentista y artista visual. En su obra integral pretende ser un traficante de sueños, y atravesar las fronteras de las dimensiones, con lo ilegal debajo del brazo. Ha publicado alrededor de 60 libros de poesía y arte visual. Entre otros destacamos: O Plasma, Vozes do Aquém, Projeto para uma Revolução Fundamentalista, A Hóstia de Isis, Sete pulos na encruzilhada. Como artista plástico, participó en Bienales, expos individuales y colectivas en Brasil y el resto del mundo. Fue miembro del Grupo Surrealista de São Paulo. Participó en la Exposición Surrealista “Las llaves del deseo”, Costa Rica, Cartago, 2016. Colaborador de la revista Matérika (Costa Rica). Reside en São Paulo.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 12
Número 211 | junho de 2022
Artista convidado: Nelson de Paula (Brasil, 1950)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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