segunda-feira, 27 de junho de 2022

BERTA LUCÍA ESTRADA | Frida Kahlo y la belleza del diablo

 


El presente artículo fue el resultado de una visita que hice en septiembre de 2013 al Museo de L’Orangerie (París) donde se llevó a cabo la exposición “Frida y Diego Rivera o el mito de una pareja”; en total eran sesenta cuadros, treinta de cada uno, y varias fotografías que les tomaron sus biógrafos o amigos. La mayoría de las obras vienen del Museo de Dolores Olmedo, la amiga que Rivera recobró después de la muerte de Frida y a la que convenció de comprar un número considerable de pinturas de ellos dos. Y si bien apenas visité la exposición el pasado lunes (25.12.2014), también es verdad que venía preparándome desde hacía dos años; principalmente con la lectura de la biografía Frida, una biografía de Frida Kahlo, de Hayden Herrera (Editorial Planeta-2007), posiblemente el estudio más importante que se ha hecho sobre esta magnífica mujer, que no se doblegó nunca ante nadie ni ante ningún convencionalismo.

Frida, del alemán frieda –paz–, fue una mujer combativa, guerrera, autónoma, independiente, contestataria, rebelde por antonomasia; supo ser mujer antes que todo y vivir su vida como mejor le pareció. Todo ello al lado de otro grande de la pintura, Diego Rivera; posiblemente el genio más importante de la pintura mexicana del siglo XX; una fuerza de la naturaleza, no sólo por su físico descomunal, cuasi rabelesiano, sino porque supo imprimir en su obra el espíritu indomable de sus ancestros indígenas; en otras palabras Diego llevaba dentro la fuerza telúrica que impregna toda la cosmogonía indígena. Él y Frida entendieron la historia y el rico legado cultural, lo que los convirtió en sus guardianes y en sus traductores más fieles.

Frida, influenciada por Diego Rivera, se reconoció a sí misma como una tihuana y se convirtió en una defensora a ultranza de la identidad mexicana. Aspecto que no solamente abarcó su obra pictórica, sino que influenció su forma de vestirse y de peinarse y por supuesto en la decoración de la Casa Azul. Su relación con Diego la hizo tomar conciencia social y política, una pasión que nunca la abandonaría.

Para nadie es un secreto que la vida de Frida Kahlo estuvo signada por el dolor y la tragedia. Primero le dio poliomielitis, y luego, a la edad de 18 años, más exactamente el 17 de septiembre de 1925, al salir de la preparatoria –donde era una de las treinta y cinco mujeres en medio de dos mil hombres que allí asistían como estudiantes– se sube a un autobús que debería de llevarla de regreso a casa. Esa tarde tuvo el primer accidente de su vida, ya que el autobús fue atropellado por un tranvía. La columna vertebral de Frida sufrió una triple fractura, –a la altura de la clavícula y la tercera y cuarta costilla–, la pelvis fracturada en tres partes –el pasamanos entró por la cadera y salió por la vagina–, su pierna derecha tuvo once fracturas y el pie derecho fue literalmente aplastado; el hombro izquierdo estaba fuera de lugar. Nadie creía que se salvaría. Pasó un mes en el hospital y de allí salió para su casa donde estuvo recluida por meses. Frida debió abandonar su idea de convertirse algún día en médica y descubrió una pasión que nunca la abandonaría, la pintura. A través del lienzo ella pudo expresar el inmenso sufrimiento que la acompañaría por el resto de su vida, ocasionado por la tortura de treinta y dos operaciones y los corsés que tuvo que soportar durante toda su existencia. Máxime que hay que pensar en lo que podía ser la cirugía de la primera mitad del siglo XX, bastante rudimentaria por decir lo menos. Haciendo referencia a su primer corsé, Frida le cuenta su sufrimiento a Alejandro Gómez Arias, su primer amor:

“Con el corsé voy a sufrir horriblemente, pues lo necesito fijo y para ponérmelo me van a tener que colgar de la cabeza y esperar así hasta que se seque… pero todo esto no es ni mitad, te puedes imaginar cómo estaré sufriendo y de lo que me hace falta”. En otra de las cartas le escribía: “En este hospital la muerte baila alrededor de mi cama por las noches”, o bien: “Estoy comenzando a acostumbrarme al sufrimiento”. Y en otra de sus cartas: “Ahora habito en un planeta doloroso, transparente como el hielo”. Y en su diario escribe: “La esperanza, conteniendo la angustia; la columna rota y la visión inmensa, sin caminar por la extensa senda… moviendo mi vida, hecha de acero”.

El sufrimiento y la muerte se convirtieron en sus más fervientes compañeros. Más tarde un esqueleto estaría encima del baldaquín donde dormía; pero además los coleccionaba y los vestía. También es cierto que los mexicanos tienen un culto exacerbado por la muerte, culto que viene de los aztecas. También mandó a hacer una calavera de azúcar con su nombre impreso en la frente.

Es así como comenzó a pintar. Su modelo principal era ella misma, casi toda su obra son autorretratos. Ella solía decir: “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola… y porque soy el mejor motivo que conozco”. La fotógrafa, y amiga íntima de Frida, Lola Álvarez Bravo, afirmaba que “Frida es la única pintora que se dio a luz a sí misma”, en realidad citaba una frase que Frida solía repetir para referirse a ella misma y a su obra.

Su segundo accidente, como ella misma lo diría varias veces, fue su encuentro con Diego Rivera. Cuando sus padres supieron que iban a casarse le dijeron a Frida que Rivera, además de comunista, era “un Brueghel gordo, gordo, gordo”, y que su casamiento era la unión “del elefante y la paloma”. Aunque me cuesta dificultad ver a Frida como ese pacífico animal, ya que era dueña de una personalidad fuerte y decidida, guerrera es la palabra adecuada, nada que ver con el ave al que hago alusión y la rama de olivos que a veces lo acompaña. En realidad, Frida era una mujer volcánica, y ese aspecto se reflejaba no sólo en su pintura sino en su carácter de mujer indómita. Hablaba el inglés con fluidez y le imprimía su sello personal, en español le gustaba emplear palabras de grueso calibre, por lo que en inglés tampoco se privaba de hacerlo. Reía a carcajada batiente, era locuaz y le gustaba ser el centro de atención. Amaba los bares populares, así como los lugares donde iban a bailar los obreros. Le gustaba escuchar a Agustín Lara y detestaba la música y el ballet clásicos, en cambio le gustaban las películas de El gordo y el flaco.

Frida era una especie de actriz que vivía en una permanente obra de teatro. En 1953, un año antes de su muerte, la Galería de Arte Contemporáneo de la ciudad de México realizó la primera gran exposición que se hacía de su obra; un homenaje que se había demorado bastante en llegar. Su salud estaba bastante deteriorada, en parte porque Frida, además de fumadora empedernida, era alcohólica, llegó a tomarse más de dos botellas de cognac diarias –ya en su adolescencia bebía tequila a chorros– y como si fuera poco era adicta a los estupefacientes, –especialmente al demerol–, los cuales le ayudaban a soportar los terribles dolores que con los años, y por las sucesivas operaciones a las que debió someterse, se habían ido acentuando hasta convertir su vida en un infierno diario. Así que nadie esperaba verla. Pero ella, actriz innata, les tenía reservada una sorpresa. Una ambulancia la recogió en su Casa Azul y la llevó hasta la Galería de Arte, allí había hecho instalar una especie de trono donde fue subida con su cama de hospital; la cual estaba adornada con fotos de Diego Rivera, y de sus ídolos políticos, Stalin y Malenkov; también colgaban esqueletos en papier-mâché y un gran espejo que reflejaba su rostro ya bastante marchito por la enfermedad, las drogas y el acohol. Esa noche fue adorada como se adora una divinidad. Frida había obtenido lo que siempre había soñado, que el pueblo mexicano la viera como uno de los exvotos a los que ella les rendía culto y que estaban por toda su casa, o que ella misma pintaba –como el cuadro del Difuntito Dimas Rosas a la edad de tres años (1937)–. Los asistentes a la exposición se dedicaron a alabarla, cantaron rancheras y corridos mexicanos hasta la medianoche. Frida había sido coronada, al lado de Diego Rivera, como la más importante artista mexicana del siglo XX.

Frida siempre estuvo consciente que Diego Rivera nunca le pertenecería por completo. Aunque era feo hasta el delirio –Frida solía decir que tenía cara de sapo– era un mujeriego nato, vivía rodeado de mujeres; incluso él mismo, haciendo gala de su humor, firmaría sus cartas de amor a Frida como “Tu principal saporana Diego”. Entre sus numerosos amoríos se cuenta la relación tempestuosa con Cristina Kahlo, la hermana de Frida; incluso le compró una casa aledaña a la de ellos. No obstante, las infidelidades eran de parte y parte. Frida era una mujer sin prejuicios, era dueña de su cuerpo y de su sexualidad; así que ella también tuvo numerosos amantes, hombres y mujeres incluidas, Chavela Vargas entre ellas, incluso en una carta que Frida le escribe al poeta Carlos Pellicer le habla sobre Chavela y el gran deseo que siente por ella; también se habla que pudo haber tenido una relación con María Callas. Entre los hombres se destacan personajes políticos y artísticos, como León Trostky y el pintor japonés Isamu Noguchi o el fotógrafo Nickolas Muray. Y si bien Diego Rivera, simplemente Diego para los mexicanos, no se preocupaba para nada de los amores lésbicos de Frida, incluso los estimulaba, si se molestaba con los hombres que frecuentaban su cama. En una ocasión sacó a uno de ellos con pistola en mano de la casa, al tiempo que le espetaba: “No quiero compartir mi cepillo de dientes con nadie”. Una de las anécdotas narra que con esa misma pistola habría amenazado a Noguchi, al mismo tiempo que le decía: “La próxima vez que lo vea lo voy a matar.” Así que la mayoría de las veces Frida cogía el carro y se iba para el centro de la ciudad donde solía dar cita a sus numerosos amantes; luego decidió que podía verlos en la casa de su hermana Cristina, así no tenía que desplazarse hasta ciudad de México. Con respecto a la naturaleza sexual de Frida –ella misma le confesó al colaborador de Trostky, Jean Van Heijenoort (1912-1986), que su “idea de la vida era hacer el amor, bañarse, volver a hacer el amor de nuevo”–, es vista por su biógrafa Hayden Herrera como promiscuidad; mientras que los devaneos constantes de Diego son eso, devaneos, o asuntos de faldas o amoríos. Lo que muestra hasta qué punto las mujeres perpetuamos el machismo y todas las prohibiciones que dicha ideología de extrema derecha nos impone.

Frida y Diego fueron una pareja reconocida y admirada por los grandes intelectuales y artistas de su época, tanto mexicanos como europeos. Entre ellos estaban, André Breton, Pablo Neruda, Marcel Duchamp, Miró, Kandinsky, Tanguy o el cineasta Sergei Eisenstein o Pablo Picasso. Este último admiraba tanto a Frida que en una carta dirigida a Diego le decía:

“Ni Derain, ni tú, ni yo somos capaces de pintar una cabeza como la de Frida Kahlo”. Por lo que Diego Rivera sostenía que Picasso siempre estuvo “hechizado” por ella.

En su estadía en Francia Diego Rivera había hecho amistad con Gertrude Stein, Guillaume Apollinaire, Elie Faure, Ilya Ehrenburg y Diaghilev, y por supuesto Picasso. Fue amigo de Aaron Copland. John Dos Passos fue también uno de los escritores que frecuentó la casa de Frida y Diego. En cuanto a personalidades mexicanas, podría enumerar al presidente Lázaro Cárdenas, o a la actriz Dolores del Río, o los fotógrafos Manuel Álvarez Bravo y Tina Modotti, a Rufino Tamayo. No hay que olvidar que Diego Rivera formaba parte de ese trío conformado por David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, los grandes muralistas mexicanos, con quienes había fundado, en el año de 1924, el periódico El Machete, publicación oficial del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escritores.

Diego estaba consciente de su genio y afirmaba que “no era solamente un artista”. Pero también era un hombre que admiraba a las mujeres. Las consideraba más sensibles y superiores a los hombres: “Por naturaleza, los hombres somos unos salvajes. Lo seguimos siendo hoy en día. La historia muestra que el primer progreso fue realizado por mujeres. Los hombres preferimos permanecer brutos, peleándonos y cazando. Las mujeres se quedaron en casa y cultivaron las artes. Ellas fundaron la industria. Fueron las primeras en contemplar las estrellas y en desarrollar la poesía y el arte… Muéstreme cualquier invento que no haya tenido su origen en el deseo de los hombres de servir a las mujeres”.

Este respeto de Diego Rivera por la autonomía de las mujeres permitió que comprendiera el genio de Frida y que la estimulara en su trabajo artístico y a que encontrase su propio lenguaje. Fue su maestro, su mentor; y Frida, haciendo gala de su condición de paloma, voló, voló muy alto, sin que le hubiese pasado lo que a Ícaro, nunca se le quemaron las alas. Por otra parte, Diego consideraba que las mujeres debían de ser independientes económicamente de los hombres y que no debían estar supeditadas a ellos. También aprobaba que Frida hubiese conservado su apellido de soltera, en vez de llamarse Frida de Rivera.

Frida no sólo sufrió dolores físicos, también los tuvo de otra índole. Aparte del amorío de Diego con Cristina, que fue devastador para ella, tuvo tres tragedias que fueron muy difíciles de soportar: tres abortos. Sus embarazos no podían llegar a término por las graves lesiones que había tenido en el accidente del autobús. Siempre quiso ser madre, y el hecho de no poder serlo fue un tema que llevó a varios de sus cuadros. La pintura fue su refugio, le sirvió para exorcizar todas sus angustias, temores y frustraciones. Es el caso del autorretrato con la columna partida.

En otra pintura representó al hijo que nunca tendría ligado a ella por el cordón umbilical, mientras que la placenta yace en el suelo.

Al respecto Diego Rivera dijo:

 

Frida empezó a trabajar en una serie de obras maestras que no tiene precedente en la historia del arte, cuadros que exaltan las cualidades femeninas de la verdad, la realidad, la crueldad y el sufrimiento. Ninguna mujer jamás plasmó en un lienzo la misma poesía agónica que Frida creó.

 

Y poco antes de morir ella le dijo a una amiga:

 

Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor… La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos… todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que el trabajo es lo mejor.

 

Para Hayden Herrera el cuadro “Mi nacimiento” (1932) recuerda una escultura azteca que data aproximadamente del año 1500, en la cual se observa a una mujer que da luz a un hombre adulto. Y ella explica que, si bien para los aztecas un parto simbolizaba la captura de un enemigo y su posterior sacrificio, para Frida el parto era sobre todo un buen presagio.

Y Diego Rivera lo analizó así:

 


El rostro de la madre es el de la mater dolorosa cuyas siete espadas de dolor hacen posible la apertura de la que surge la niña Frida, única voluntad humana que desde el maravilloso maestro azteca… ha dado plasticidad al fenómeno mismo del nacimiento.

 

Ella misma escribiría años después, haciendo referencia a una frase que cité anteriormente, “La que se dio luz a sí misma… la que escribió el poema más maravilloso de su vida”.

 

PARTE 2

 

En realidad, algunos de sus autorretratos representan sus heridas físicas prácticamente como si fuesen psicológicas. De ahí que su obra navegue por corrientes oníricas, aunque ella inicialmente no fuese del todo consciente de ello, al menos así lo expresó muchas veces, puesto que es sólo en 1938, cuando conozca a André Breton, que oirá hablar del surrealismo y que le escuchará decir que su obra también lo es. También es cierto que esta posición de negar todo conocimiento del surrealismo no era del todo cierta, tal y como lo analizaré posteriormente.

Por otra parte, Frida supo ser feminista cuando aún no se hablaba de ello. En su cuadro “Unos cuantos piquetitos” (1935), representa el asesinato de una mujer que recibió 20 puñaladas y luego fue tirada por la ventana por su amante; y al ser condenado respondió indignado: “Pero solo le di unos cuantos piquetitos”. Al referirse a la pintura en cuestión, Frida dijo: “En México el asesinato es bastante satisfactorio y natural” y agregó que ella misma “había sido asesinada por la vida”. Lo que en realidad quería expresar era que se sentía muy cerca de la víctima y que entendía perfectamente el horror del que había sido objeto. Pero también es cierto que para la concepción de este cuadro fue fundamental la obra de José Guadalupe Posada (1851-1913), artista que Frida admiraba profundamente.

Uno de los aspectos fundamentales que hay que tener en cuenta, cuando se observa la obra de Frida, es que su aparente primitivismo no obedecía a un desconocimiento de la pintura o a la imposibilidad técnica de hacer un cuadro considerado clásico. Frida conocía muy bien la historia del arte. Admiraba a Rembrandt, a los artistas del Renacimiento italiano, como Piero della Francesca; pero también conocía y admiraba a Gauguin y a Rousseau. Prueba de ello es su primer autorretrato (1926) –un regalo para Alejandro Gómez Arias– en él se representa con el cuello alargado, como las figuras de Botticelli; de hecho, es el nombre que le daba al cuadro. Este cuadro, de una extraña belleza –pintado cuando sólo contaba 19 años– da fe de su pericia pictórica.

También hay que tener en cuenta que, al adoptar un estilo en cierta forma primitivista, aunque la palabra no me convence, Frida se autoafirmaba como la legataria de la tradición popular mexicana, lo que la ayudaba a que la vieran como la representante de izquierda, léase comunista, que buscaba imponer. En cierta forma, y en eso coincido con Hayden Herrera, Frida quería que la vieran siempre como alguien solidario con la lucha de clases. Por eso también su forma de vestir y de decorar su casa, a la cual hacía alusión al comienzo del presente artículo.

Como ya lo había enunciado en 1938 Frida y Diego conocen a André y Jacqueline Breton. El padre del surrealismo queda encantado con ella, Frida lo encuentra pedante; en cambio entabla una muy buena amistad con su esposa Jacqueline. Breton se ofreció a escribir el catálogo para la exposición que Julien Levy le había preparado en su galería de Nueva York. En dicho catálogo la presenta como “una surrealista por creación propia…, la bella y perniciosa mariposa que acompaña a un monstruoso marido marxista”. Lo de mariposa, en realidad, era una expresión que Diego Rivera había utilizado para hablar de Frida al coleccionista y crítico de arte Sam A. Lewisohn:

 

Te la recomiendo, no como esposo, sino como admirador entusiasta de su obra ácida y tierna, dura como acero y delicada y fina como el ala de una mariposa, adorable como una sonrisa y profunda y cruel, como la amargura de la vida.

 

Y Frida, en cuanto al surrealismo se refiere, escribió:

 

No sabía que yo era surrealista hasta que André Breton llegó a México y me lo dijo. Yo misma todavía no sé lo que soy… Lo único que sé es que pinto porque necesito hacerlo, y siempre pinto todo lo que pasa por mi cabeza, sin más consideraciones.

 

Breton, por su parte, decía que ella tenía la característica innata para ser surrealista, puesto que poseía “la belleza del diablo”. Recuérdese como al principio hacía alusión a ese don histriónico que tenía Frida. Ese gusto por la teatralización era también elogiado por el crítico de arte surrealista Nicolás Cala. La verdad es que Frida era una persona suficientemente culta como para no conocer la corriente surrealista antes que Breton llegara a suelo mexicano. Leía sobre arte desde que era una adolescente y conocía muy bien lo que pasaba en Europa; así que su postura bien pudo haber sido una estratagema para hacerse ver como una pintora completamente original. Por otra parte, si efectivamente no hubiera sentido ninguna atracción por el surrealismo hubiese impedido que Miguel Covarrubias la presentase como una de sus integrantes en el catálogo que hizo para la exposición “Veinte siglos del arte Mexicano”, organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

En enero de 1939 Frida llega a París, supuestamente para una exposición que André Breton le había organizado; lo cual no era cierto. La exposición se llevaría finalmente a cabo gracias a Duchamp. Frida estuvo alojada en el apartamento del matrimonio Breton y de allí salió poco menos que espantada, ya que los consideraba bastante sucios. Además, se quejaba de la indisciplina de André Breton –en realidad lo consideraba un verdadero vago–. Su amistad con Jacqueline se rompió, pero tuvo una excelente empatía con Marcel Duchamp y su compañera, la coleccionadora de arte, Mary Reynolds, gran amiga de Peggy Gungenheim.

La exposición tuvo lugar en la Galería de arte de Pierre Colle, el marchante de Dalí. Por otra parte, Frida disfrutó de París y de sus poetas y artistas, ya que conoció a Paul Éluard, a Max Ernst, a Miró, entre otros personajes de la época. Fue en esa época que Picasso quedó “hechizado” por ella y por su pintura. Otro que no escapó a su magia fue Kandinsky. Schiaparelli se interesó por sus trajes de tihuana y diseñó uno al que bautizó como “Madame Rivera”. Incluso la fotografía de una de sus manos, llena de anillos, salió en Vogue, la revista de moda. Imagino que el lado histriónico de Frida debió sentirse, más que halagado, divertido. No en vano, años atrás, cuando acompañó a Diego a Detroit, los niños la solían perseguir en las calles y le gritaban eufóricos “¿Dónde está el circo?, ¿Dónde está el circo?”, y ella, la gran Frida, se reía con sus carcajadas batientes, dispuesta a romper el cielo si fuera menester.

Frida era poseedora de una extraña e inquietante hermosura, eso sí, muy lejos de los cánones contemporáneos de liposucciones y silicona que abundan hoy en día convirtiendo a las mujeres, más que nunca, en esclavas de la belleza efímera e intrascendente. Frida tenía unas cejas abundantes, no se las depilaba, eran una gran raya ininterrumpida, y tenía un bozo bastante evidente y como si fuera poco en sus incisivos se ponía tapas de oro o bien con diamantes rosados, así que cuando reía su cara se iluminaba literalmente hablando; lo que me hace pensar en la avenida de Pedro Navajas.

Parker Lesley la describe así:

 


… vestida de tehuana y con todas las alhajas de oro que le diera Diego. Tenía la opulencia bizantina de la emperatriz Teodora, combinación de barbarie y elegancia. Cuando se ponía de tiros largos, se quitaba las tapas de oro sencillo que le cubrían los dientes incisivos y las reemplazaba por otras de oro con diamantes rosados, con lo cual su sonrisa realmente brillaba.

 

Estando en París se entera del rompimiento definitivo de Rivera con Trotsky, y en solidaridad con su marido decide alejarse del grupo de trotskistas que había estado frecuentando en la ciudad luz. Para ese momento ya habían coordinado la emigración de 400 españoles, que huían de Franco, hacía México. Posteriormente, el 24 de mayo de 1940, David Alfaro Siqueiros, el gran muralista mexicano, irrumpía violentamente, junto con veinte hombres, en la casa de los Trotsky, con la intención de asesinar al fundador de la IV Internacional. Se hicieron 100 disparos, pero los encargados de la custodia de la casa repelieron el ataque, y León Trotsky fue salvado por Natalia, su mujer. Finalmente, el 21 de agosto de ese mismo año, el brazo largo y siniestro de Stalin lo alcanzaría utilizando la mano del monigote de Raúl Mercader, el mismo que se hacía pasar por Jacques Mornard, y el mismo que abordaría a Frida en una calle parisina para solicitarle que le presentara a Trotsky y que le ayudara a conseguir una casa cercana a la suya. A lo que Frida se negó rotundamente.

 “Lo que me dio el agua” (1938, 96.5 x 76.2), fue posiblemente el cuadro preferido de Frida Kahlo y el que más alusiones surrealistas tiene. Es una obra de gran valor y madurez artísticos. Es un cuadro atravesado por la muerte y la desolación. Es una especie de espejo donde Frida mira su propio reflejo, donde yace al lado de su otro yo. La Pelona, apelativo bastante utilizado en México para denominar a la muerte, y utilizado siempre por Frida, está sentada cómodamente al lado de un volcán en erupción, y observa, en realidad vigila, una parte de la escena. También están sus padres, Guillermo Kahlo, nacido en Alemania –sus progenitores eran húngaros de origen judío– fotógrafo de profesión, y la mexicana, de origen más que humilde, Matilde Calderón, poseedora de una gran belleza y analfabeta, como la mayoría de las mujeres de la América Latina de finales del siglo XIX; situación muy similar a la que vivían las europeas de escasos recursos, sobre todo las españolas, italianas y portuguesas, pero también las francesas; por no seguir enumerando los países que ignoraban por completo el derecho de la mujer a una educación sólida y profunda.

Con respecto al cuadro “Lo que me dio el agua” Frida le dijo a Julien Levy que “es una imagen del tiempo que va pasando…sobre tiempo y juegos de la niñez en la bañera y (también sobre) la tristeza de lo que le había pasado a ella en el transcurso de su vida.”

Es una obra donde aparecen muchos símbolos que ya había utilizado y otros nuevos que se convertirían también en símbolos reiterativos. En realidad, la obra de Frida Kahlo es en cierta forma una serpiente que se muerde la cola, ya que ella no sólo era la depositaria de una cultura milenaria, sino que supo construir una cosmogonía propia, un universo que le sirviese de refugio al sufrimiento que la aquejó durante toda su existencia. En el cuadro puede verse a una bailarina que baila en la misma cuerda que aprieta el cuello de una Frida cadavérica que flota en el agua; en esa misma cuerda caminan varios insectos dispuestos a devorarla, así como una inmensa araña que seguramente va a tejer una gran red para evitar que ella resucite y escape a los últimos designios de La Pelona. Al otro lado del volcán hay un hombre que sostiene firmemente en su mano derecha uno de los extremos de la cuerda, tal vez para asegurarse que esté siempre tensa y que Frida no pueda volver a la vida –el otro extremo está atado a una especie de roca– su cara está escondida detrás de una máscara azteca, como si quisiera mantener en secreto su identidad, para que nadie sepa quién es el verdadero verdugo que le ha quitado la vida.

El agua es vista como el principio y el fin de la vida, es el nacimiento y el fin, de ella venimos y a ella regresamos. Y aunque el agua está por todas partes no logra aplacar el fuego que sale violentamente del volcán en erupción. Fuego y agua, los dos elementos que nos rodean desde siempre. No hay que olvidar que el fuego proporciona calor, pero también quema, abrasa, destruye. Ilumina, pero el humo que deja tras de sí enceguece. Es vida y es muerte, como el agua. Y aunque el cuadro no tiene una imagen central si podría decirse que el catalizador son los pies de Frida y su reflejo en el espejo del agua. El pie sano ignora a su gemelo enfermo, sobre el que caen gotas de sangre de una argolla. Debajo del pie deforme hay un pájaro muerto. Es un cuadro inquietante –por decir lo menos– bucea en los miedos de Frida, en su psiquis más profunda; es una forma de exorcizar dolores antiguos y futuros. En cierta forma podría decirse que este cuadro, al igual que los autorretratos, es una narración autobiográfica que utiliza el lenguaje pictórico y el simbólico para expresar el universo personal, único e intransferible en el que la autora vivía. Para Hayden Herrera esta obra tiene reminiscencias del Bosco, de Brueghel y de Dalí. “Lo que me dio el agua” finalmente terminó en las manos de Nickolas Muray, como pago a una deuda contraída con él. Y es que el fantasma de las deudas, otro de los disfraces de La Pelona, siempre acosó a Frida. Aunque ella y Diego ganaban mucho dinero, también era verdad que lo gastaban a manos llenas, derroche sería la palabra adecuada.

En cuanto a la relación de Frida con Muray, si bien ella lo quiso mucho, también es cierto que por encima de todo estaba Diego Rivera, su gran amor, aunque yo siempre he dudado que él haya sido su gran pasión, hablo desde el punto de vista sexual, no artístico. Y también estaba México. Estar al lado de Muray significaba quedarse en Nueva York, no creo que el haya pensado ni siquiera por un momento irse a vivir a la ciudad de Frida, ni ella estaba dispuesta a dejar a su ciudad bien amada. Siempre he creído que Frida sentía una atracción enorme por la genialidad de Diego, por su aura nacional e internacional, por esa fuerza descomunal que salía de todos sus poros, y porque de una u otra forma se sentía su igual; no hablo en cuanto al género se refiere sino a la profesión de artista que compartía con él. También creo que ella, al igual que Diego, estaba completamente consciente de su genialidad, por lo que no creía que nadie más, aparte de Rivera, pudiera estar a su altura. Además, su relación dejó de ser sexual después de su segundo matrimonio con él. Esa fue la condición que Frida le puso para volver a casarse, y Diego la aceptó sin rechistar. Es muy posible que la situación lo favoreciera también a él; así podía dedicarse sin remordimientos de ninguna índole, y sin tener que esconderse, a los múltiples amoríos que tenía permanentemente. También es posible que para Diego Rivera estar casado con Frida Kahlo fuera una especie de trofeo sin parangón alguno –un aura–, una forma de mostrarle al mundo que él, el gran Diego Rivera, podía tener a la mujer más importante de la historia de la pintura de México, de Latinoamérica y posiblemente de Occidente, al menos en su tiempo. Seguramente había otras razones, muchas de las cuales no son del todo evidentes ni siquiera para sus protagonistas. Y en este caso preciso no puedo dejar de pensar en otra pareja igualmente famosa e importante, me refiero a Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre. A ellos también los unía una misma pasión, en este caso por la filosofía, por la literatura y como en el caso de Frida y Diego por la política. Simone de Beauvoir, al igual que Frida, era bisexual; y Sartre, como Rivera, un verdadero courreur de jupons, o sea un mujeriego empedernido, y también bastante feo. Simone de Beauvoir también tuvo un amante al que amó muchísimo, su nombre era Nelson Algren –un escritor estadounidense– y cuando éste le pidió que se casaran, y que se fueran a vivir a Nueva York, ella le respondió que por nada del mundo dejaría ni a Sartre ni a París. Ya para entonces Simone de Beauvoir no se acostaba con Sartre, ni lo volvería a hacer nunca más; pero su relación de pareja nunca se rompió, como la de Frida y Diego. No obstante, Simone de Beauvoir siempre llevó en su dedo anular el anillo de hojalata que Algren le regaló el día que le pidió que se casaran, siempre conservó sus cartas y nunca dejó de escribirle (él moriría en 1981 y ella en 1986; Sartre había muerto en 1980).

Y volviendo a Frida es imperioso que diga que es muy posible que ella se hubiese visto obligada a abandonar a Muray; ya que su deficiente estado de salud, en palabras de Hayden Herrera “le impedía la libre expresión del amor sexual”. Poco después de su retorno a ciudad de México Frida se enteraría que él había contraído nupcias con la misma mujer con la que había entablado una relación afectiva cuando todavía estaban juntos. Parece ser que Frida sintió que nuevamente la habían abandonado, sólo que esa vez no era Diego, sino “un apuesto norteamericano”. Las cartas de Muray dejaron de ser pasionales para dar paso al afecto entre dos amigos, algo que Frida sintió como una especie de traición; aunque siguieron siendo amigos, amistad que se nutrió a través de la correspondencia.


Para entonces Frida y Diego habían estado separados varios meses y en octubre de 1939 se divorcian. Es en ese período que corre el rumor que Diego Rivera contraería matrimonio con la artista húngara Irene Bohus, matrimonio que nunca se llevó a cabo. Incluso Irene y Frida llegarían a ser grandes amigas, hasta el punto que su nombre estaba escrito en una de las paredes del cuarto de Frida. Podría ser, como lo insinúa Hayden Herrera, que hubiese habido “un triángulo amoroso”.

En 1940, y bajo la égida de Breton, del poeta peruano César Moro y de los pintores Wolfgang Paalen y Alice Rahon, se llevó a cabo La Exposición Internacional del Surrealismo en la Galería de Arte mexicano Inés Amor. Y si bien este evento cultural ponía a México dentro de los circuitos internacionales del arte, también era cierto que el surrealismo era algo cotidiano para su cultura. Pero no solamente para México, puesto que este aspecto no escapa a ningún país que tenga cercanía con el Caribe. Recuérdese que Alejo Carpentier, estrecho colaborador de Breton en su estadía parisina, reconocería, a su llegada a Haití, que allí lo onírico –léase surrealista, real maravilloso– hacía parte de la cotidianidad, del legado cultural del pueblo caribeño. Incluso Miguel Ángel Asturias sostenía que “El trópico es el sexo de la tierra”.

Frida presentó dos de sus cuadros, “La mesa herida” (1940), un enorme cuadro de 122 x 2.45 cm, obra que posteriormente desaparecería; aunque hay indicios que la ubican en Moscú, sin que haya habido nunca ninguna afirmación o negación al respecto por parte del gobierno ruso. En dicha pintura Frida está sentada a la mesa, y a su derecha está la muerte, inmensa, patética, hermosa, sosteniendo un mechón de la abundante cabellera de Frida, y a la izquierda están Judas y sus sobrinos Isolda y Antonio Pineda Kahlo; el cuadro es una representación de la última cena, de una gran teatralidad, una puesta en escena de gran dramatismo.

El otro cuadro, “Las dos Fridas” (1939, 68 ¼ x 68 cm), representa la dualidad de su creadora.

Es una pintura claramente metafísica, una exploración del yo más profundo, una forma de navegar por mares insondables, desconocidos, peligrosos, donde uno puede perderse de un momento a otro. Las dos Fridas representan a las dos mujeres de Diego, la amada y la abandonada; es una tragedia griega narrada a través de la paleta exuberante de su creadora. Las dos Fridas están enmarcadas por un cielo tempestuoso, que no hace sino acentuar el clima de dolor que aflige a la Frida abandonada, con el corazón roto y con las tijeras con las que ha cortado la vena que la unía a la Frida amada; en realidad yo la veo como el cordón umbilical que las unía; incluso lo veo como si ellas dos fuesen siamesas que han separado violentamente, como si se hubiese querido asesinarlas. Este cuadro fue comprado en 1947 por el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, por la suma de 1000 US, el precio más alto que su autora recibió por una de sus obras. Estas dos pinturas fueron, como es de suponerse, realizadas en el período en el que Frida se divorció de Diego Rivera. No en vano Louise Bourgeois, la extraordinaria escultora francesa, afirmaba:

“Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor.” Y en el caso preciso de Frida, pintora.

O bien, más categóricamente:

“Ser artista es una garantía para nuestros congéneres que los agravios recibidos no harán de nosotros un asesino”. En otra de sus frases es aún más elocuente: “Mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”.

La separación duraría dos años. Al respecto Diego Rivera diría: “En el curso de los dos años que estuvimos separados Frida produjo algunos de sus mejores cuadros. Sublimaba la angustia por medio de la pintura”.

En ese mismo año –1940– Frida pinta un cuadro bastante impactante, “Autorretrato de pelona”.

En él se observa a Frida sentada, como lo suelen hacer los hombres, en una silla amarilla. Está vestida con una chaqueta y unos pantalones masculinos inmensos, como si se hubiese puesto la ropa de Diego; y los zapatos, aunque también son masculinos, llevan un leve toque femenino ya que tienen un tacón ligeramente superior a los que utilizan los hombres. El otro aspecto femenino es el arete que tiene en su oreja derecha, la izquierda no se ve. Y si bien esta dualidad de su ser siempre estuvo presente en toda su obra, también es cierto que el hecho de cortarse el pelo y de vestirse de hombre era la forma de rebelarse y de vengarse ante el abandono de Diego, y a la vez mostrarse a sí misma, y a los demás, como un símbolo de emancipación; puesto que a él le encantaban sus trajes de tihuana y su hermosa y larga cabellera. En el cuadro en cuestión su mano derecha tiene una tijera y en la izquierda tiene un mechón de sus cabellos que cuelga dentro de sus dos piernas abiertas, en una posición también muy masculina, y a su alrededor está toda su exuberante cabellera cortada a pedazos, como si ella misma se hubiese dado muerte a “piquetitos”. En cierta forma se trataba de “asesinar” su parte femenina, léase la representación de su primer suicidio. En la parte superior del cuadro hay una frase: “Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona ya no te quiero”, y justo debajo un pentagrama y notas musicales; haciendo alusión a las letras de las canciones mexicanas llenas de despecho y de violencia. La palabra pelona, si bien en este caso remite al hecho de haberse cortado el pelo como los hombres –algo poco usual para el México de los años 30– también nos remite al apelativo con que se nombraba a la muerte, y al cual ya había hecho alusión anteriormente. Pero no era la primera vez que Frida se cortaba el pelo como protesta por el abandono de Diego, puesto que ya lo había hecho en su primera separación (1934); me refiero a la que se produjo después de la relación de Diego con Cristina Kahlo. Este autorretrato está dedicado a su médico de cabecera, Eloesser.

Aunque ya me he referido a la risa de Frida es importante decir que en ninguno de sus cuadros aparece riéndose. Además, su mirada es triste, trágica es la palabra adecuada; y en el caso de esta pintura no solamente sus labios están sellados como por un inmenso candado, sino que su mirada es de una desesperanza agobiante. Este cuadro me lleva a pensar en un poema maravilloso de Baudelaire, La chevelure. Gracias a la cabellera de la amada el poeta hace un viaje maravilloso, completamente fantástico. En cambio, el viaje de Frida es desolador, solo conduce a la muerte, a la nada, al vacío más tenebroso que se pueda imaginar.

Y es que el común denominador de su obra artística es la pérdida absoluta, es el paraíso al revés. En otras palabras, es una obra nihilista, donde el vacío se impone como tema central y permanente, puesto que para Frida la vida carece de un verdadero significado, como si fuese una permanente invitación a la tortura y a la nada; sólo la muerte prevalece. Desde este punto de vista su obra es bastante filosófica, por eso al principio hacía referencia a que su obra es hondamente metafísica.

Frida Kahlo y Diego Rivera volvieron a contraer nupcias el día en que él llegaba a su aniversario número 54, era el 8 de diciembre de 1940, el divorcio sólo había durado un año. No obstante, Frida acababa de terminar una fogosa relación con un hombre mucho más joven que ella, Heins Berggruen, exiliado alemán que se movía en los círculos de marchantes de arte. Se lo presentó el mismo Diego. Antes de llevarlo al hospital donde estaba Frida le dijo: –Vas a ver, Frida va a gustarte mucho. En realidad, era como si Diego montara una obra de teatro burlesco y disfrutara dándole a la gente el rol de pequeñas presas que debían evitar de ser cazados por ese felino de dimensiones desmesuradas que él representaba como actor principal y como director de la obra teatral. El caso es que el joven Berggruen cayó en las redes de Frida. De todas formas, para ese entonces Frida y Diego ya habían resuelto volver a casarse y ella le había puesto como condición sine qua non no volver a tener relaciones sexuales con él y que los dos hicieran frente a los gastos domésticos en igualdad de condiciones económicas. En otras palabras, ella se había acostumbrado a la libertad y autonomía de su nueva vida, la vida que había llevado en los últimos meses; y no estaba dispuesta a ceder ni un ápice. Si antes había sido una mujer libre, ahora lo era mucho más.

 

PARTE 3

 

En 1943 Peggy Guggenheim invitó a Frida a participar en la exposición “Mujeres artistas”; posteriormente comentaría que si bien consideraba a Frida una excelente artista, no pensaba lo mismo de Rivera, Siqueiros y Orozco.

Poco tiempo después México comenzaría verdaderamente a valorar la obra de Frida Kahlo. Mientras que los muralistas iban perdiendo auge. Y junto con ella comienza a ser nombrado Rufino Tamayo, hasta ese momento en la sombra. La vida artística de México comenzaba a cambiar radicalmente. Las corrientes europeas se iban tomando las galerías y los artistas que anteriormente no eran comprendidos o menospreciados comenzaban a ser valorados y admirados. Es en ese período que el coleccionista Eduardo Morillo Zafa adquiere gran parte de sus cuadros, treinta en total, y le encomienda varios retratos de su familia, incluyendo el de su madre Doña Rosita Morillo (1944); posiblemente el mejor retrato que Frida pintó nunca. Ya que como había explicado antes su mejor modelo era ella misma. No sólo porque se conocía bastante sino porque en realidad era su vida lo que le interesaba pintar. Y es que la obra de Frida Kahlo hay que mirarla desde ese punto de vista, fue una obra pictórica esencialmente autobiográfica.

El cuadro Doña Rosita Morillo muestra a una anciana de cabellos blancos, posiblemente recogidos en un moño, su oreja derecha tiene una candonga de oro de estilo mexicano, está cómodamente sentada y tiene en sus hombros un chal que la protege del frío. Sus manos están tejiendo y del tejido sale un hilo que va directamente al espectador; uno de los símbolos utilizados por Frida Kahlo, no solamente para establecer comunicación con la persona que observa la pintura, sino también su forma de representar a la vida, como si se tratase de una Penélope que teje para no morir; aunque la mirada de Doña Rosita está apagada, como si el último soplo de vida estuviese agotado. Por otra parte, la mirada de Doña Rosita es directa, no baja los ojos, uno diría que está mirando directamente los ojos de La Pelona que baila para ella, invitándola a que se una a la danza. La expresión de su rostro es de una profunda sabiduría, pero también de una tristeza infinita. Detrás de ella hay varias ramas y raíces que se entrecruzan las unas con las otras, como recordando el que será su último refugio. Y detrás de las ramas o raíces se ven muchas hojas y algunos espacios negros, lo que nos lleva a pensar que es de noche, un cuadro nocturno, o sea el fin. No obstante, de las ramas salen flores que están llenas de vida, las cuales representan al hijo y a las nietas que van a hacer perdurar su estirpe. No en vano Frida decía que “la vida nace del tronco de la eternidad”.

Ya en 1943 ciudad de México contaba con una escuela de arte, La Esmeralda, adscrita a la Secretaría de Educación. Había sido fundada para recibir a los estudiantes que carecían de recursos económicos; tanto la matrícula como los materiales necesarios para la actividad artística eran gratuitos, y lo que verdaderamente la diferenció de otras escuelas es que contaba con artistas de primera categoría. Entre ellos estaban Diego y Frida, pero también María Izquierdo. Frida trabajó con verdadero ahínco e interés, y supo transmitirles a sus alumnos el amor y la pasión por la pintura. Fanny Rabel fue una de sus alumnas. Los invitaba a su casa y allí pudieron conocer a Leonora Carrington, entre otros artistas de la época. Pero también se esmeraba porque leyeran a Walt Whitman o a Maiakovski; les insistía en la importancia de la historia del arte. Les hablaba de Brueghel, de El Bosco o de Rousseau y les decía que Picasso “era grande y multifacético”. Con el tiempo algunos de sus alumnos, los que frecuentaban su casa de Coyoacán, se denominarían a sí mismos como los “Fridos”.

Después del segundo matrimonio la relación de Frida y Diego cambió, y aunque nunca superó los celos enfermizos si comenzó a verlo más como a un hijo pequeño que como al hombre descomunal que era; las cartas que le escribía así lo atestiguan, incluso decía que ella “engendró a Diego”.

Cuando pintó el “Retrato de Diego” dijo:

 

No hablaré de Diego como “mi esposo”, porque eso sería ridículo. Diego nunca ha sido ni será jamás el “esposo” de nadie. Tampoco lo mencionaré como amante, porque para mí trasciende el reino del sexo. Si lo describo como hijo, no habré hecho más que expresar o pintar mis propias emociones, casi un autorretrato y no el retrato de Diego (…) Quizás esperen oír lamentos sobre lo “que se sufre” viviendo con un hombre como Diego. Sin embargo, no creo que las riberas de un río padezcan por dejar correr el agua, ni que la tierra sufra porque llueva, ni que el átomo se aflija porque descarga energía…para mí todo tiene su compensación natural. Dentro del margen de mi oscuro papel como aliada de un ser extraordinario, se me otorga el mismo premio que a un punto verde en medio de un campo rojo: el premio del “equilibrio”. Las penas y las alegrías que regulan la vida de esta sociedad, podrida por las mentiras, no son mías, aunque viva en ella. Si yo tengo prejuicios y las acciones de otros, incluyendo las de Diego Rivera, me hieren, acepto la culpa de mi incapacidad de ver claramente; si no tengo tales prejuicios, debo admitir que es natural que los glóbulos rojos luchen contra los blancos sin el más mínimo escrúpulo, y que este fenómeno solo equivale a un estado de salud (Hayden Herrera, Frida, una biografía de Frida Kahlo).

 

También es cierto que el sufrimiento que él le ocasionaba nunca dejó de sentirlo. Para Diego la infidelidad era algo normal, disfrutaba tener mujeres a su alrededor, tal y como sucedía con Picasso. Pero hay algo que a veces la gente no se detiene a pensar cuando habla de ese macho descomunal, es que no dicen que Frida se comportaba igual. Ella no se volvió infiel porque Diego lo fuera. Ella, desde sus tiempos de colegiala, tenía varias relaciones afectivas y sexuales, con hombres y mujeres al mismo tiempo. Incluso Hayden Herrera sostiene la tesis que Alejandro Gómez Arias, el que fuera su primer amor, la dejó precisamente por este comportamiento que ella tenía frente al sexo.

Por otra parte, cuando no se soporta verdaderamente el comportamiento de un hombre, debe buscarse la salida, sin puertas giratorias, salir y ni siquiera mirar hacia atrás. Máxime que Frida era una mujer independiente económicamente, muy inteligente y bastante culta para su época; así que verla como una pobre víctima del elefante de Rivera es bastante ingenuo. Con esto no quiero decir que justifique el comportamiento de Diego Rivera, lo digo porque quiero ser objetiva y justa para con los dos. Yo no veo a Frida Kahlo como la pobre víctima de su marido ni de nadie, más bien fue una víctima de la fatalidad. También es cierto que hay relaciones de pareja donde uno de los placeres se deriva del sufrimiento ocasionado y sentido, algo más que malsano, pero que suele darse más de lo que uno creyera. Incluso Hayden Herrera hace alusión a una de las relaciones extramatrimoniales de Frida con un refugiado español que vivió en la misma casa de Frida y Diego; según ella fue la relación afectiva más estable y larga de Frida, y que Diego la habría aceptado sin poner ninguna traba. Por su parte, Diego solía narrarle sus aventuras eróticas y ella las celebraba riéndose, pero al final de su vida le decía que ya no le interesaban sus devaneos amorosos.

En agosto de 1953 su pierna enferma le es amputada. Frida se refiere a ella misma con una frase más que lapidaria: “Soy la desintegración”. Después de la operación se negaba a ver a la gente, no quería ver a nadie. Fue como una segunda muerte, la primera fue cuando pintó el cuadro La Pelona. Luego tuvo su primer intento serio de suicidio. Aún faltaba el definitivo.

Al final de su vida su carácter volcánico se agudizó, gritaba, vociferaba es la palabra adecuada, trataba de pegarle a las mujeres que la cuidaban, y que en cierta forma la estaban acompañando a morir; porque esa es una de las funciones que las sociedades de todos los tiempos nos han reservado a las mujeres, somos guías en el sendero de la muerte; por eso los griegos hablaban de las parcas.

A las dos botellas de cognac que se tomaba diariamente había que sumarle el demerol y otros estupefacientes –el cajón de su mesa de noche estaba lleno a reventar de dichas drogas, mas que suficientes para matar a una manada de elefantes–, y cada vez había que inyectarle dosis superiores, siempre quería más y más. Y sin embargo, aún tenía fuerzas para pintar, para ello la sentaban en su silla de ruedas y la ataban a ella para que no se cayera. Solía decir: “no estoy enferma. Estoy destrozada. Pero soy feliz de vivir mientras tengo la capacidad de pintar”. La muerte la rondaba –ella lo sabía–, la sentía, la olía, le hacía guiños, la invitaba a bailar, le ofrecía un vaso de tequila, como quien ofrece la cicuta; y Frida la miraba halagada, casi que agradecida, sin decidirse completamente, pero sobre todo no se peleaba con ella. En su diario dibujaba calaveras, como las de Posada, y ángeles de la muerte. Su última frase es más que elocuente: “Espero alegre la salida… y espero no volver jamás… Frida”. El 13 de julio de 1954 se anunció la noticia que Frida Kahlo había muerto de una embolia pulmonar. Nadie habló de suicidio. Aún hay gente que lo niega. 

 

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.

 

 


NELSON DE PAULA (Brasil, 1950) | Poeta, ensayista, cuentista y artista visual. En su obra integral pretende ser un traficante de sueños, y atravesar las fronteras de las dimensiones, con lo ilegal debajo del brazo. Ha publicado alrededor de 60 libros de poesía y arte visual. Entre otros destacamos: O Plasma, Vozes do Aquém, Projeto para uma Revolução Fundamentalista, A Hóstia de Isis, Sete pulos na encruzilhada. Como artista plástico, participó en Bienales, expos individuales y colectivas en Brasil y el resto del mundo. Fue miembro del Grupo Surrealista de São Paulo. Participó en la Exposición Surrealista “Las llaves del deseo”, Costa Rica, Cartago, 2016. Colaborador de la revista Matérika (Costa Rica). Reside en São Paulo.

 



Agulha Revista de Cultura

Série SURREALISMO SURREALISTAS # 12

Número 211 | junho de 2022

Artista convidado: Nelson de Paula (Brasil, 1950)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS

ARC Edições © 2022

 






                


 

∞ contatos

Rua Poeta Sidney Neto 143 Fortaleza CE 60811-480 BRASIL

floriano.agulha@gmail.com

https://www.instagram.com/floriano.agulha/

https://www.linkedin.com/in/floriano-martins-23b8b611b/

 

  

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário