A partir
de sus contactos iniciales con el grupo de la Rue Blomet en Montparnasse donde se
reunian partícipes de la constelación surrealista, su pintura cambió de dirección.
Fue allí donde trabó amistad con Antonin Artaud, Michel Leiris, André Masson, y
Joan Miró quien a la sazón había pintado su famoso “Carnaval de Arlequín”. Si la
dimensión subliminal de Chirico había atraído su atención, el mundo biomorfico de
Miró, con sus seres danzando en un espacio lúdico, tuvieron que penetrar favorablemente
en su mirada. La dimensión onírica que el surrealismo abrió entre el pintor italiano
y el español, dio cabida para que fueran apareciendo los moldes, pétreos unos, ectoplasmáticos
otros, de su universo surrealista. A partir de entonces, la pintura de Tanguy se
convirtió en una de las aportaciones vitales de ese movimiento.
Amigo de
Jacques Prévert y de Marcel Duhamel, ambos escritores lo introducen en los medios
surrealistas en 1925, llamándole la atención a Breton quien ya había dado a conocer
su Primer Manifiesto. En esos primeros
años de formación, Tanguy comienza a familiarizarse con las publicaciones del grupo
entre éstas La Revolution Surrealiste,
cuyo primer número se publicó en 1924. De inmediato Tanguy se suma a las actividades
lúdicas del movimiento, participando en la confección de los cadáveres exquisitos junto a Max Morise,
Breton, Man Ray, Miró y otros. Fue dentro de ese ambiente cargado de sorpresivas
invenciones poéticas, que expusiera por primera vez en 1926, junto a los surrealistas.
Un año más tarde, se abrió una exposición titulada “Yves Tanguy et objects de l’Amerique”
donde aparece su pintura al lado del arte de unos pueblos que habrían de ejercer
una permanente seducción en el movimiento inspirado por Breton. A partir de esas
fechas, Tanguy no sólo se mantuvo fiel al lado él, sino que se convirtió en uno
de los ilustradores de la poesía de Lautréamont, Paul Éluard, Benjamín Péret, Guy
Rosey, Jehan Mayoux, y Tristan Tzara.
Las primeras
ilustraciones de Tanguy que aparecieron en la La Revolution Surrealiste: “L’Extinction des lumiéres inútiles” (1927),
“Il faisait ce qu’il voulait” (1927) y “Maman, Papa est blessé” (1927) ya mostraban
los arcanos inconfundibles de su arte. En esos cuadros como en otros de su primera
etapa, comenzaron a surgir los embriones de su mundo sumergido, el mundo de Las Madres como Breton había proclamado siguiendo
al Goethe del Segundo Fausto, que sólo ven
a los seres que no han nacido (1), indicándonos el camino que debe retomar la
pintura y la poesía en lo más profundo de
las profundidades. Breton con su intuición acostumbrada, sitúa la pintura de
Tanguy en un reino mítico, donde comenzaron a urdirse las formas enigmáticas y remotas
que poblaron sus cuadros.
Todo en Tanguy
parece que estuvo destinado a configurar una mitología que comprometía su persona
con su obra. Nacido en la Bretaña, en una región donde dólmenes y menjires recordaban
el paso de viejas creencias relacionadas con conjuros mágicos de los druidas, Tanguy
recibió los efluvios de otro misterio: el de la sumergida ciudad de Ys. ¿Fue su
nombre Yves, un recordatorio de la primera y última letra de esa ciudad mítica?
En la bahía de Douamenez donde se encuentra Ys, según la leyenda, y donde las cenizas
de Tanguy fueron echadas tras su fallecimiento, yace la ciudad condenada. La leyenda
nos relata la historia de la perversa hija del rey Grandhon, llamada Dahut, y de
sus constantes orgias y el placer que experimentaba en matar a sus amantes. Un día
Dios decidió hundir la ciudad, escapándose el rey y su hija en un caballo mágico,
pero ante las insistencias divinas, el rey tiró a su hija al mar, convirtiéndose
en una sirena llamada Morgane. Aunque los druidas fueron vencidos por el cristianismo,
esto no impidió que Tanguy fuese uno de sus herederos, según lo define el Diccionario Abreviado del Surrealismo: Guide
du temps des Druides de gui (guía del tiempo de los Druidas de muérdago), o
como lo consigna su sobrina Geneviéve Morgane-Tanguy en su libro Yves Tanguy druide surrealiste. (2)
La región
de Lacronan, de Finistere y de Carnac donde Tanguy vivió y pasó sus vacaciones los
primeros años de su existencia, posee una topografía especial. Frente al mar, mostrando
siempre su horizonte, la costa se encuentra repleta de piedras y acantilados, que
ocuparían un lugar privilegiado en su pintura, así como en la imaginación de Breton
quien escribiera un largo poema “Fata Morgana” inspirado en la famosa sirena. El
mundo multiforme de las piedras suscitó en él el atractivo por una cosmogonía prehistórica,
intocada por el paso del ser humano. En sus espacios poblados con formaciones que
no parecen responder a una geología conocida, aparecen entonces las creaciones que
las Madres trajeran consigo, creaciones
que dejan ver lo que aún no ha nacido, es
decir, a un mundo futuro simbolizado por
los horizontes que aparecen en sus pinturas.
Tanguy se
embarca entonces en una hazaña personal, en búsqueda de otras dimensiones, posiblemente
sugeridas por tempranas lecturas de Oupensky que hiciera junto a Matta y Gordon
Onslow Ford. Pero si Matta y Ford se quedaron de este lado, Tanguy dio un salto fuera
de la ventana de nuestro propio ojo, como Breton dijera, para penetrar visualmente en el reino de las Madres
(3) ¿Pudo entonces encontrarse en ese reino, con los Grandes Transparentes? Creo que ese encuentro suyo con los seres que
Breton quiso situar en el centro de su nuevo mito, fue posible gracias a las iluminaciones
que bañan su pintura. La luz particular que dimana de las mismas, le sirvió a Tanguy
como guía para penetrar en regiones donde nadie antes se había aventurado.
El misterio
de la luz emana de la fragante profundidad
donde reposa durmiendo para decirlo con palabras de Goethe. Precisamente en
la bahía de Douamenez yace durmiendo Ys irradiando desde las profundidades, los
resplandores de su vieja opulencia y libertinajes sexuales, de los cuales Tanguy
no sería ajeno, como lo demuestran sus dibujos eróticos. Sus colores se arremolinan
de entrada, para irse asentando suavemente en los paisajes que fue concibiendo,
diluyéndose los unos en los otros, creando nuevos cromatismos y transparencias.
La atmósfera que pueblan la mayoría de sus cuadros, va tendiendo un cortinaje de
luz, como una especie de Aurora Boreal. En los mismos podemos atisbar lo grises
y azules nebulosos que envuelven a Júpiter tratando de seducir a Io, en el cuadro
pintado por Antonio da Correggio, o la integración del cielo en el horizonte, que
Turner lleva a cabo en muchos de sus cuadros.
Limitar la vida del hombre al pensamiento claro
y distinto del cual Descartes hablaba es suprimir… los tres cuartos de la vida humana
dejando al lado lo que es más atractivo, las sombras y los claroscuros. (4)
Si Breton
pudo llevar a Tanguy al dominio de las Madres,
fue porque este pintor representaba para él, la apertura de zonas intermedias
que permiten la aparición de otra suerte de clarividencia. En su ensayo sobre Tanguy
(5), Karin Von Maur anota las convergencias que se establecieron entre la obra de
Charles Richet, sus investigaciones parapsicológicas estudiadas en su libro Traité de métaphysique, y Tanguy. De acuerdo
con esta autora, Breton estaba familiarizado con sus trabajos sobre diferentes fenómenos
mediumicos. Algunos de los cuadros que ejecutara durante el período de transición
(finales de los veinte), que marcó su entrada definitiva en el surrealismo, llevaban
títulos prestados de los casos que Richet mencionara en sus libros. Uno de estos
cuadros y posiblemente el más famoso y enigmático: “Mamá papá está herido”, refleja
el caso de un adolescente que una noche despertó a su madre, avisándole que había
visto caer a su padre herido en una batalla de la Primera Guerra Mundial, cosa que
coincidió exactamente con la misma hora que ocurriera de acuerdo con Richet. La
visión premonitoria del adolescente, atravesando una dimensión extrasensorial, encuentra
su expresión plástica en Tanguy.
Las lontananzas
que Tanguy abriera estuvieron aparentemente delimitadas por sus horizontes, dando
acceso a un infinito mundo de posibilidades. El arcoíris que vislumbramos en su
pintura nos puede recordar la señal del convenio entre Noé y Dios, que estará en las nubes, según el relato
del Génesis. En su caso, sin embargo, simboliza
su pacto con los dominios de lo maravilloso, donde habitan los Grandes Transparentes que aún no se dejan
ver. No se dejan ver por los profanos, pero sí por los iniciados en ciertos secretos,
que el druida Tanguy conocía bien.
Durante un
período donde aparecian toda suerte de objetos indescifrables, su mundo interior
afloró proporcionándole al surrealismo un lenguaje visual inédito. Sus puntos de
contacto con las formas biomorficas de Arp y de Miró, abrieron un camino que los
pintores de la escuela de New York habrían de explorar con provecho. Por otra parte,
la aparición de Dalí en el campo visual surrealista, completó la filiación de Tanguy
con las ideas de un grupo que buscaba en esos primeros decenios formativos, su razón
de ser asentado en los sueños y en el automatismo. Freud imperaba como el maestro
indiscutible de la interpretación de los mismos, y aunque Breton no tuvo éxito en
sostener con el sabio vienés un intercambio de ideas, Dalí logró atraer su atención.
Por otra parte, Jung vio en Tanguy posiblemente lo mismo que Freud intuyera en el
pintor catalán, adquiriendo una de sus obras. Creo que podemos adivinar la predilección
de Freud por Dalí y la de Jung por Tanguy. Si Dalí escenifica la mayoría de las
veces sus relaciones con el inconsciente, Tanguy hace exactamente lo contrario:
la oculta interiorizándolas bajo veladuras de colores. Para Freud, Dalí representaba
un espectáculo que él podía desmontar mediante su método excluyente de toda interpretación
“esotérica”. Jung en cambio, se sintió atraído por las ciencias llamadas ocultas,
ahondando en sus símbolos para entresacar de los mismos sus teorías sobre los arquetipos
y el inconsciente.
Su mundo
ameboideo y ectoplasmático se manifestó pues en todo ese período, indicando lo que
habría de aparecer durante la última etapa de su pintura. Su cercanía a Miró puede
sorprenderse comparando un cuadro emblemático de éste: “Perro ladrándole a la luna”
(1926), con otros de Tanguy de esa misma fecha. El perro de Miró carece de contornos
duros al igual que los objetos que aparecen en Tanguy. Ambos pintores inician una
exploración dentro de lo que años más tarde se convertiría en la práctica del biomorfismo
por los pintores de la incipiente escuela de New York. A diferencia de Miró, sin
embargo, Tanguy no hace danzar sus organismos en planos bidimensionales, sino que
los proyecta en una especie de ondulaciones espaciales, sin límites aparentes. Para
Miró el primer plano es más importante que para Tanguy, quien prefería que las cosas
se mantuvieran inaprensibles y en suspenso.
Los espectros
que podemos ver en la “Ultima Cena” de Tintoretto, reaparecen al lado de las figuras
amorfas de Tanguy, destinadas a vagar eternamente por sus espacios. Su composición
“Extinción de las luces inútiles” (1927) es un compendio de lo que este pintor,
de entrada, nos quiso, (o no), comunicar con su pintura. ¿Qué intenta decirnos la
mano que surge de la extraña formación que aparece al lado izquierdo del cuadro?
Nada nos indica que existe entre la figura, los ectoplasmas (uno flotando en lo
que aparenta ser un huevo), y los objetos que proyectan sombras en el primer plano
del cuadro, una relación diáfana. Todo lo que Tanguy crea parece quedarse en estado
de contingencia, renuente a darnos una explicación de su por qué.
A partir
de su llegada a los Estados Unidos, sus figuras comenzaron a mostrar otros contornos,
sin abandonar las sutiles gradaciones de color características de su pintura. Durante
esa etapa final de su vida, Tanguy viajó al oeste de los Estados Unidos, como anteriormente
lo había hecho al norte de África. Ambas regiones dejaron una huella indeleble en
su sensibilidad. Si del África regresó bajo la impresión que la causaran sus promontorios,
en el Oeste americano presenció sus afiladas y desiguales formaciones rocosas perfilándose
tras sus profundos desfiladeros. Allí se mantuvo en contacto con los indios Pueblo
y aunque al parecer su arte no provocó en él el mismo impacto que tuviera para Max
Ernst, podemos entrever en sus obras huellas que denuncian su presencia. Lo cierto
es que todo cambió para Tanguy. En primer lugar, el centro donde hervían las ideas
que los surrealistas exiliados habían traído consigo: New York, no fue su lugar
de elección. Junto con su esposa Kay Sage prefirió retirarse al campo, lejos de
los ruidos neoyorquinos, preferencia que André Breton siempre le recriminó. Pero
Tanguy fue hombre de lejanías y en su reclusión de Woodbury, Connecticut, elaboró
cuadros donde sus objetos agrandados actúan como engranajes entre creaturas míticas,
fragmentos de maquinarias, piedras, cristales etc. manteniendo sus contactos con
el mundo de lo maravilloso.
Un pintor
que siempre se sintió atraído por su mundo, Jorge Camacho, capturó fotográficamente
uno de esos fenómenos de metamorfosis que la naturaleza nos regala. En el coto de
Doñana descubrió el proceso de transformación que sufren los arbustos bajo el paso
de las arenas que se depositan por años sobre los mismos. Una vez que las arenas
se trasladan a otros sitios, quedan al descubierto unas formaciones pétreas y espectrales
que parecen llevar la firma del druida bretón. Gracias a las fotos de Jorge Camacho
(7) han quedado plasmadas esas formaciones que podemos ver estilizadas, en ciertos
cuadros de Tanguy. Que ese fenómeno pueda haber ocurrido, y que un artista haya
podido apresar su poesía en unas fotos, es una prueba que el surrealismo actúa en
la naturaleza. Pero que además otro pintor en la lejana Bretaña, sin haber tenido
conocimiento de ese fenómeno, pudiera atisbarlos en algunos de sus cuadros, nos
hace pensar que, en la esencia del surrealismo, los Grandes Transparentes, continúan
susurrando sus premoniciones.
NOTAS
1. “Le Surréalisme et la Peinture” NRF, Paris. Traducción
al español en el catálogo “Yves Tanguy y el Universo Surrealista” Museu Nacional
D’Art de Catalunya, 2008.
2. “Yves Tanguy, druide surrealiste”, Editions Fernand Lanore,
Paris, 1995.
3. Ibid.
4. Citado por Paolo Scopelleti, “L’Influence du surréalisme
sur la Psychanalyse”, Bibliotheque Melusine, L’Age d’Homme, Paris, 2002.
5. “On the Certainty of the Never seen”, Catálogo de la
exposición “Yves Tanguy: The Menil Collection”, Houston, Texas. Hanje Lanz Publisher, 2001.
6. Ibid.
7. “Cruces de Doñana”, Fotografías de Jorge Camacho, textos de Juan Carlos González Faraco. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Diputación Provincial de Huelva, y Fundación Al Monte, 1994.
CARLOS M. LUIS | (1932-2013) Escritor, crítico de arte e curador cubano atuante na cena artística de seu país, tanto na ilha quanto no exílio. Durante as décadas de 1940 e 1950, Luis foi uma figura notável do mundo da arte cubana, colaborando com contemporâneos como Jorge Camacho. Seus trabalhos posteriores no exílio são caracterizados por pinturas abstratas, muitas vezes incorporando texto em suas peças. Deixou Cuba em 1962 e se estabeleceu em Nova York, onde trabalhou na editora Doubleday e fundou a revista Exilio, com artistas e escritores cubanos Julián Orbón, Alfredo Lozano, Jesse Fernández e Eugenio Florit. Em 1974, mudou-se para Miami, onde fundou o Museu Cubano de Artes e Cultura, sendo seu diretor até o fechamento do museu em 1999. Luis é autor de um livro sobre cultura e arte cubana, El oficio de la mirada (1998), e escreveu extensivamente sobre surrealismo.
FERNANDO FREITAS FUÃO | Arquiteto, artista e ensaísta brasileiro, nascido em 1956. Começou a fazer colagens em 1975, no mesmo ano em que ingressa na Faculdade de Arquitetura da Universidade Federal de Pelotas (1975-81). Em 1987 vai a Barcelona cursar o doutorado na Escuela Técnica Superior de Arquitetura, desenvolve a tese Arquitetura como collage. Em 2011, publica o livro A collage como trajetória amorosa (Editora UFRGS). Possui uma série de artigos e ensaios que giram em torno a Collage, assim como textos publicados sobre alguns collagistas. Articula interlocuções da collage com a filosofia, a arquitetura, a psicologia e a educação. Desenvolveu a pesquisa A collage no Brasil, arquitetura e artes plásticas, sob o viés do surrealismo (1992-1995. CNPq). Pertenceu ao Grupo Surrealista de São Paulo, liderado por Sergio Lima e Floriano Martins durante os anos 1990. Ministrou desde então uma série de cursos e oficinas sobre collage. Mantém o blog http://mundocollage.blogspot.com/ e https://fernandofuao.blogspot.com/
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 11
Número 210 | junho de 2022
Artista convidado: Fernando Freitas Fuão (Brasil, 1956)
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