Entre los músicos
que más oíamos por esos años estaba Chet Baker. Uno de los amigos trajo un día uno
de sus discos y quedamos hechizados; un joven apuesto, sentado frente al piano,
visto desde la cola del instrumento, inclinado mirando hacia el teclado. Escuchamos
la trémula voz del joven interpretando canciones y acompañándose al piano, con una
sencillez y ternura verdaderamente pasmosas. Días más tarde, otro amigo nos acercó
una nueva grabación donde Chet Baker interpretaba la trompeta con similar delicadeza,
nos miramos las caras ¿de dónde ha salido este genio? Buscamos nuevos discos suyos
y nos fuimos enterando de varios detalles de su atribulada vida. Se trataba, en
efecto, de una personalidad trágica, aun cuando su tragedia no se diferenciaba mucho
de otras figuras del jazz, enfrentadas también a realidades crudas de convivencia,
enfermedad, riñas, drogas, infelicidad. Frente a este fenómeno de los jazzistas
atribulados, caben muchas explicaciones sociológicas, raciales y culturales. Los
músicos de jazz se vieron rodeados simultáneamente de ambientes propicios cuanto
hostiles, de fama y rechazo, reconocimiento e hipocresía, viviendo muchos de ellos
ambientes antagónicos donde, por un lado, se les veneraba como músicos hasta el
endiosamiento, o se les rechazaba como individuos. El fenómeno de las drogas terminó
por acelerar estos procesos contradictorios de lo personal y lo social, sumiendo
a muchos de los músicos en un tren de vida que podía ser verdaderamente agobiante.
Todo ello venia también relacionado con la fama procreada por el cine, la riqueza
súbita, los medios y el complejo aparato publicitario de que eran objeto, impuesto
incluso por encima de sus propias vidas.
Algo de esto sucedió
con Chet Baker, quien nació en Yale, Oklahoma en 1929. Su padre fue guitarrista
profesional y debió dejar su oficio de músico para tomar un empleo común de mayores
ingresos; mientras su madre también tocaba el piano en una tienda de perfumes. Pronto
fueron visibles sus dotes naturales para la música, iniciando su carrera en el coro
de la iglesia local; su padre le regaló un trombón que después cambió por una trompeta.
Comenzó como casi todos los jóvenes de entonces: memorizando canciones de la radio
y tarareándolas con notable facilidad. Apenas se disponía ir al bachillerato a los
dieciséis años, dejó los estudios para marchar a la Fuerza Armada, donde permaneció
dos años; a su regreso se dedicó a estudiar música formalmente en un College de
Los Ángeles, y luego volvió a la Armada Americana donde se incorporó a una banda
musical por un tiempo; al salir de nuevo, ya vendría decidido a hacer una carrera
en la música.
Siendo muy joven,
Chet se unió al cuarteto musical de Gerry Mulligan en 1952, donde ambos, tanto él
como Gerry, quisieron diferenciarse del estilo de grandes maestros de entonces como
Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Fue entonces cuando se produjo el primer hito
de Chet Baker, al grabar la canción “My funny Valentine” –cuyos autores son los
grandes compositores Richard Rodgers and Lorenz Hart– y sería para él algo así como
una marca de fábrica, debido a la inusual versión que hizo de ella: sutil, delicada,
tenue, de fuerza emotiva impresionante. La canción lo catapultaría desde el Club
Tiffany de Hollywood en 1952, donde Charlie Parker lo vio y decidió llevarlo a su
grupo, aportando matices inéditos al nuevo sonido cool creado por el gran saxofonista. Ya desde entonces, ambos músicos
habían comenzado sus tratos con las drogas, junto a Gerry Mulligan. Chet y Gerry
también decidieron conformar un cuarteto propio donde pudieran incorporar piezas
suyas, intercaladas con las de prestigiosos compositores de entonces.
Por el otro lado,
lo negativo: el uso excesivo de drogas, cuestión que se complica cuando cualquier
músico adicto arriba a otros países y debe procurárselas yendo a determinados sitios,
que suelen ser peligrosos y hasta letales; [2] Chet Baker, cierta noche, se dirige a buscar droga y llega a un lugar
donde hay un grupo de pandilleros con quienes sostiene una discusión; luego llegan
a las manos y éstos le propinan a Chet una fuerte golpiza donde pierde parte de
su dentadura; su cara entonces adquiere otro aspecto, con una mueca desdentada que
le hace envejecer prematuramente; su rostro ahora exhibe un aspecto sórdido, con
barba hirsuta, bigotes descuidados y párpados caídos; en fin, la cara de ángel ha
tomado un aspecto prematuramente envejecido; ya no es el baby face sino más bien un pequeño demonio trágico que, sin embargo,
hace sonar a esa trompeta mejor; debe adaptar las boquillas a sus nuevos labios
deformes, mientras su voz adquiere tintes amargos, pero también asimila tonalidades
patéticas, transmitidas de inmediato a la trompeta. Su personalidad será así en
adelante: voz y trompeta se complementan, surgen como un nuevo fenómeno en el jazz
moderno. Algo así no ocurría desde los tiempos de Louis Armstrong, cuando Louis
cantaba con su voz carrasposa y luego tomaba la trompeta para sacarle notas clarísimas.
En el piano, el fenómeno sería más frecuente, cuando cantantes como Ray Charles,
Nat King Cole o Tom Waits cantan y tocan el piano a la vez, algo visible también
en mujeres de especial sensibilidad jazzística como Diana Krall o Norah Jones.
Nada de ello le impidió
a Chet Baker volver una y otra vez sobre sus temas preferidos. Comenzó con una gira
por Europa muy exitosa. Ya venía del éxito rotundo de Chet Baker sings (1954) donde todas y cada una de las piezas interpretadas
se acuñan en la memoria sensible del oyente. No es, ciertamente, un crooner del
tipo Sinatra, Tony Bennett o Nat King Cole, sino más bien un trovador, un cantor
que en lugar de usar la guitarra para acompañarse, acude a la trompeta como parte
de sí mismo y lo que es más: se apropia de las canciones como si fueran suyas, de
modo que todas pasan a ser representativas de su hacer: “My funny Valentine”, “Look
for the silver linning”, “But not for me”, “Taboo”, “I can’t get started”, “Autumm
in New York”, “Time after time”, “There no Will be another you”, “I get along with
you very well”, “The thrill is gone”, “I fall in love too early”. Después de oír
estas piezas surgen entonces los calificativos: dulzura, ternura, cariño, imbuidos
en una voz baja, sin demasiados énfasis ni recursos vocales complicados, nada de
virtuosismos sino más bien un sentimiento que involucra pureza, lentitud, suavidad,
capacidad lírica complementada con la trompeta, como si el instrumento fuese una
continuación de la voz y a su vez la voz se complementará con la trompeta: un verdadero
fenómeno musical llevado a cabo con un mínimo de elementos.
A esto se agrega
el temperamento real del cantante: ser
humano de pocas palabras, pero dotado de una fuerza interior que asoma por momentos
en un rostro castigado, marcado por los estragos (no sólo de la droga) sino del
destino; es decir, la droga se convierte en una necesidad imperiosa, en un medio
que le sirve para expresarse y concentrarse, sobrevivir mientras toca, no sólo un
vicio o adicción; la droga viene a ser uno de los elementos de su música, un vehículo
de la desesperación y también, por supuesto, parte de los avatares de su propia
vida, azarosa y turbulenta.
Por supuesto, Chet
Baker viene precedido por una constelación de trompetistas de la talla de Buddy
Bolden, cornetista de Nueva Orleans que es uno de los fundadores del jazz (recreé
su vida en mi novela El último solo de Buddy
Bolden, editada en España), [3] King
Oliver, Red Rodney, el ya citado Louis Armstrong, Bobby Hackett, Bill Davison, Bix
Beiderbecke, Buck Clayton, Bunk Johnson, Clifford Brown, Dizzy Gillespie, Harry
James, Hot Lips Page, Shorty Rogers, Red Rodney, Muggsy Spanier, Roy Eldridge, y
deja discípulos jóvenes como Arturo Sandoval, Art Farmer o Winton Marsalis.
Chet se casó varias
veces, primero con Cherlaine Souder; luego con Halema Allí y después con Carol Jackson,
quienes le dieron cuatro hijos y ellos supieron recoger y divulgar su legado. Ellos,
sus hijos, aparecen en la película de Let’s
get lost (1987) de Bruce Weber, magnifico documental sobre Chet Baker que tiene
características del estilo beat, de los “nacidos para perder” (Born Losers), una
película con un ritmo magnifico centrada en la personalidad de Baker donde se mezclan
fragmentos de giras, conciertos, entrevistas y momentos familiares, paseos con sus
hijos… se trata de un filme creativo narrado a ritmo musical, con una fotografía
de primera línea, todo un acierto. Ahí se
siente Baker, su movimiento existencial.
Su trabajo continúa
siendo reconocido: obtiene un Premio Grammy; luego marcha con un tour por toda Europa;
las firmas disqueras se lo disputan. Continúa su producción con los álbumes, como
You can’t go home again, donde se rodea
de músicos notables como el bajista Ron Carter, el guitarrista John Scotfield; lo
saxos de Paul Desmond y M. Brecker en el logro de piezas como “Love for sale” (el
clásico de Cole Porter) y otras como “Un poco loco”, “You can’t go home again” y
“El Morro”.
Son numerosas las
grabaciones de Chet Baker, muchas de ellas en vivo. No pretendo en este trabajo
ser exhaustivo con su discografía, sino apenas referir algunas de las grabaciones
suyas que he disfrutado y he escuchado una y otra vez, (como se hace con cualquier
clásico) tal por ejemplo Chet Baker Quintet
(1956), donde le acompañan otra vez Phil Urso en el saxo tenor; Bobby Timns en piano,
Jimmy Bond en el bajo y Peter Littman en la batería, haciendo las piezas “Extramild”,
“Chiping” y “Tabú”.
Reseño también Chet Baker Candy (1985), acompañado por
los franceses Jean-Louis Rassingfosse en el bajo y Michael Graillier en la guitarra,
haciendo siete piezas, “Love for sale” de Cole Porter, “Nardis” de Miles Davis,,
“Candy”, Bye, bye Blackbirds”, “Bad Walk”, “Tempus fugit” de Bud Powell y “Red Blues”
de Red Mitchel álbum que constituyó por otra parte una de sus últimas grabaciones.
No debemos olvidar
el clásico Walkin’ con Blanch en el piano,
Gerry Mulligan en el saxo y Bob Carter en el bajo, los saxos de Paul Desmond y Al
Cohan; Dave Brubeck en el piano tocando las piezas “Walkin’”, “Five brothers”, “Unknownstone”,
“Tea for two”, “This is always” y “You don’t know what love is”. Y así podríamos
seguir con más grabaciones. Destaco algunos de los álbumes que me han acompañado
siempre. por ejemplo, una magnífica selección de su obra titulada Chet Baker for lovers (2003) con catorce
piezas extraordinarias donde no hay desperdicio alguno. Son obras sentimentales donde destila el mejor Baker. Destaco
sólo algunas: “The touch of your lips”, “Tenderly”, “Autumn in New York”, “Born
to be blue” y “That old devil called love”. La
compilación para el sello Verve se la debemos a Richard Seidel y el texto preliminar
a Al Young (2003). La recomiendo ampliamente a los seguidores de Baker o a quienes
deseen iniciarse con buen pie en sus audiciones.
Otro concierto digno
de mención es el de Chet Baker en vivo en
Bologna (1985), al lado de Bill Catherine en la guitarra y de Jean Louis Rassinfosse
en el bajo donde los tres músicos se lucieron con seis piezas, “Conception”, “My
foolish heart”, “Tune up”, “My funny Vaslentine”, “But not for me” y “Down”. Como
observamos, Baker vuelve siempre a sus “clásicos”, a los temas que le granjearon
reconocimiento.
También tengo entre
mis grabaciones “piratas” CDs grabados de otros CDs de amigos, como Chet Baker, the last great concert: My favorite
things, con los standards de siempre.
“Mis cosas favoritas” es el famoso tema de Bernard and Loewe, músicos de los cuales
por cierto Baker hizo un disco completo que es de sus mejores trabajos; en efecto,
es acaso el único monográfico del trompetista. My favorite things es, para quienes son muy jóvenes, una de las canciones
más conocidas de la popular película La novicia
rebelde (en inglés se titula The sound
of music) de los años sesentas, protagonizada por Julie Andrews y Christopher
Plummer. Es en verdad una de las películas más bonitas de todos los tiempos, y el
mejor papel de Julie Andrews junto al que hizo encarnando a Mary Poppins, otro clásico
musical de Hollywood.
También se realizó
una excelente selección de la obra de Baker en Deep in a dream, llevada a cabo por James Gavis en Nueva York en 2002,
donde se recogen diecinueve obras de su repertorio, justificadas una a una con la
debida precisión, intentando así recoger en cada una de ellas un hito en la carrera
del músico, también muy recomendable para quienes se acercan por primera vez al
trompetista. Así se titula también la mejor biografía de Baker, que pudiéramos traducir
al castellano como La biografía definitiva
de Chet Baker. Profundo en un sueño. La larga noche de Chet Baker, debida a
James Gavin. Merecen especial referencia en esta selección de Gavin las piezas “Little
girl blue”, “Deep in a dream” y “Petite Fleur” de Sidney Bechet, “Little flower”
o “Florecita” en castellano, es una composición del más grande de los clarinetistas,
a quien oía desde niño durante mi infancia en las rockolas del pueblo de Caraballeda,
allá el mar caribe del litoral central, y me parecía estar oyendo la canción más
linda del universo. Sidney Bechet es una especie de Louis Armstrong del clarinete;
el más grande maestro de ese instrumento, nacido en Nueva Orleans, a quien deseo
hacer aquí un pequeño homenaje, por ser la primera melodía de jazz que oí en mi
vida.
Pertenece Baker al
panteón de los músicos trágicos de filiación romántica (quiero decir de los verdaderos
románticos, léase Byron, Shelley, Beethoven, Chopin, Teresa Carreño) cuya línea
sigue hacia Charlie Parker, Bill Evans, Nat King Cole. Sobre todo lo percibo cercano
a Bill Evans, un verdadero poeta del piano, también adicto a las drogas con un sino
trágico similar al de Chet. [4] Creo
que estos músicos perduran precisamente porque exponen los lados más sensibles del
ser humano, su naturaleza frágil, sus oscuridades inagotables, y continuarán haciéndolo,
creo yo, abriéndose paso en una sociedad global que por momentos amenaza convertir
a los seres humanos en cuerpos manipulables, navegando hacia una deplorable nada.
La ternura, si algo
nos ofrece, es un cobijo al espíritu, por encima de todas las cosas. Y la voz y
trompeta de Chet Baker acarician los sentidos, nos trasladan a un espacio de evaporación
sentimental, nos hacen viajar hacia nostalgias innominadas, se estacionan en la
zona melancólica del ser para remover allí esencias de sentimientos, viajan la trompeta
y la voz de Chet por cada espacio de la noche abismada, la noche donde nos hundimos
en las aguas de lo que alguna vez fuimos, tristes o felices, ya no importa, sólo
deseamos revivir algo allá adentro con ellas, las sublimes notas del jazz, como
si estuviesen sembradas en nosotros, en nuestros sueños.
NOTAS
1.
Gabriel Jiménez Emán, “Miles Davis. El sonido más introvertido
del jazz”, Crear en Salamanca, España,
6 de julio de 2017.
2.
El caso del célebre rockero argentino en la cumbre de su carrera, Gustavo Cerati,
en Venezuela en el año 2000 por ejemplo, fue trágico, cuando en Caracas fue en busca
de droga, le proporcionaron una sustancia de muy mala calidad que le produjo una
parálisis cerebral y lo dejó en estado de coma por cuatro años en un hospital de
Buenos Aires, donde encontró la muerte en el año 2004.
3.
Gabriel Jiménez Emán, El último solo de Buddy Bolden, Menoscuarto Ediciones, Palencia, España,
2018.
4. Gabriel Jiménez Emán, “Bill Evans, poeta del piano”, Letralia, Tierra de Letras, Venezuela, 1 de febrero de 2021.
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo (2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela, por el conjunto de su obra.
TRAVIS SMITH (Estados Unidos, 1970) | Artista gráfico conocido por diseñar carátulas de álbumes para bandas de heavy metal. El periódico Chronicles of Chaos lo considera sin duda uno de los artistas gráficos más talentosos del heavy metal actual. Entre 1998 y 2022 ha realizado más de 100 proyectos gráficos completos (no solo las portadas) para varias bandas de heavy metal, incluyendo Devin Townsend, Katatonia, Nevermore, Opeth, Anathema, Black Crown Initiate, Soilwork, King Diamond, Novembre, Avenged Sevenfold, Strapping. Young Lad, Perséfone, Riverside y Overkill. La base de su trabajo consiste principalmente en la creación completa del arte de cada álbum. Es conocido por un estilo oscuro e introspectivo que se basa en gran medida en la fotografía, compuesta digitalmente con varios otros medios. También se utilizan texturas acrílicas, así como acuarelas, pasando por un proceso de digitalización y posterior superposición sobre matrices fotográficas. Tenerlo con nosotros como artista invitado es una forma de reconocer la belleza de su creación. En una breve conversación, nos autorizó a utilizar todo este material.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 13
Número 212 | julho de 2022
Artista convidado: Travis Smith (Estados Unidos, 1970)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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