Impactado por este hecho, que reforzaba la “leyenda
negra” de Lautréamont, centré mis esfuerzos en el intento de superar lo siniestro
a través del descubrimiento de las claves ocultas en los Cantos. Estos han sido
analizados como si se tratara del material emergente en sucesivas sesiones analíticas,
como la crónica del mundo interno de Ducasse.
Mi trabajo se concretó en un ciclo de conferencias,
cuyos textos configuran un libro, en el año 1946, en ocasión del centenario del
nacimiento de Ducasse. Fue necesario que transcurriera un lapso semejante al de
la vida de Lautréamont para que me decidiera en el centenario de su muerte, a publicar
un fragmento de ese análisis.
Este poema, cuyo tema es el Océano (el noveno del 1er Canto) pone
de manifiesto más que otros, la influencia que el romanticismo inglés ejerció sobre
Lautréamont. Admiraba profundamente a Byron y a Shelley, pero sobre todo al primero,
de quien trató da tomar no sólo aspectos de su poesía, sino imitó en actitudes y
posturas.
El poema es fruto de la elaboración de fantasías y experiencias reales de
su primera infancia y es fácil advertir en él alusiones a determinados acontecimientos
históricos sucedidos en esa época. Imagino al niño Isidore Ducasse contemplando
desde la azotea de su casa muy próxima al río, la inmensidad del gran estuario,
como él llamaba al Río de la Plata, poblado de embarcaciones extranjeras durante
el sitio de Montevideo. [1] Isidore Ducasse
había perdido a su madre cuando tenía un año y ocho meses; según se habría suicidado.
[2] Su padre, don Francisco Ducasse,
canciller de la Legación Francesa, fue un hombre muy activo y muy relacionado con
los grupos políticos y literatos, lo que lo mantenía permanentemente fuera de su
casa. Por la noche ésta era un lugar habitual de reunión; relatos del día, crónicas
de comportamiento de la Legación Francesa, intrigas diplomáticas, eran los temas
obligados de estas tertulias. Tales circunstancias hacen suponer que Lautréamont
pasó los primeros años de su infancia en este caos y abandono, en una soledad casi
absoluta. Sus juegos y fantasías giraban alrededor de los relatos del sitio cuyo
clima general debe haber coincidido con la crónica que hiciera Alejandro Dumas a
pedido del gobierno de Montevideo. En esta soledad, compensada por una rica fantasía
trabó una estrecha amistad con el río, su Océano del poema, proyectando en él las
fantasías de su mundo interior.
Este poema tiene una configuración armoniosa y equilibrada, y su ritmo, con
la reiteración de determinados temas, parece imitar el balanceo de las olas. El
orden que encubre un caos subyacente no consigue, sin embargo, controlarlo totalmente.
Los aspectos buenos e idealizados de sus objetos internos, proyectados sobre el
Océano, predominan en estas fantasías. Aspectos parciales de la madre, del padre,
de él mismo y de su gran amigo Dazet se alternan y entremezclan en el texto. Pero
por sobre todos se destaca este último, personificación de todas sus amistades anteriores
reales y fantaseadas. Dazet fue su condiscípulo en el Liceo Imperial de Tarbes durante
los años 1860, 61 y 62. Lautréamont tenía 14 años cuando se trasladó directamente
desde Montevideo a este colegio. Allí se ligó fuertemente con su amigo, quien figura,
tiempo después, en la dedicatoria del prólogo a las poesías del conde. Lautréamont
lo muestra como el personaje principal, en forma explícita ya que aparece con su
propio nombre en la edición del primer canto (1868), época en que el mismo Ducasse
firmaba con 3 asteriscos. En la edición completa publicada el año siguiente el autor
sale parcialmente del anonimato; firma su libro con su pseudónimo Conde de Lautréamont
y el nombre de Dazet y su imagen son metamorfoseadas de muy diversas maneras. El
primer canto de Maldoror, publicado separadamente y enviado a un concurso literario
de 1868 es un poema en el cual –como dice Manreaus– el espíritu del mal (Maldoror)
rechaza la ayuda del espíritu del bien (Dazet).
Este fue sin duda alguna el amigo más íntimo que tuvo Lautréamont; todas
las figuras de adolescentes que aparecen después bajo diferentes nombres, como Loengrin,
Elsenor, Reginaldo, Mario, Leman etc., pero sobre todo Mervyn representan sus dobles
como así también objetos de amor en un vínculo homosexual. Parte del inmenso bestiario
de Lautréamont, 185 clases de animales diferentes, elegidos para desempeñar funciones
específicas, según surge de un estudio de Bachelard, son personificaciones o mejor
dicho, animalizaciones de Dazet, tales como el pulpo de mirada de seda, el rinoceronte,
el oso marino, el sapo, el ácarus sarcoptes que produce la sarna etc. Las metamorfosis
sucesivas de Dazet continúan a través de todos los cantos y el crimen de Mervyn,
(última representación de éste), a manos de Maldoror, representa el desenlace, en
la fantasía, de una relación frustrada.
La estructura del poema del océano ofrece características especiales; la
primera parte es un prólogo que enuncia los temas básicos de la fantasía en juego,
le siguen a continuación diez fragmentos que comienzan y terminan con una frase
reiterada: “Viejo Océano, yo te saludo viejo Océano”. Esta repetición nos muestra
la sucesión de tentativas de elaborar situaciones inconscientes, penosas, de carácter
depresivo, por medio del mecanismo que Freud describió con el nombre de automatismo
de repetición.
El poema comienza así: “Me propongo declamar sin emocionarme a plena voz,
la estrofa seria y fría que vais a oír. Vosotros fijáos en lo que contiene y defendéos
de la impresión penosa que dejará seguramente, como una magulladura en vuestras
imaginaciones trastornadas. No creéis que estoy a punto de morir porque no soy todavía
un esqueleto ni la vejez está adherida a mi frente, no veáis ante vosotros más que
al monstruo cuyo rostro por suerte no podéis ver, aunque es menos horrible que su
alma. Sin embargo, yo no soy un criminal. No hace mucho he vuelto a ver el mar,
y he pisado el puente de los barcos y mis recuerdos están recientes como si lo hubiera
dejado la víspera”. Aconseja a continuación al lector imaginario, personificación
de alguno de los aspectos de Dazet, mantenerse tranquilo como él, no envejecer al
contemplar el triste espectáculo del corazón humano. Lautréamont se disocia aquí;
una parte de él personificada como Maldoror (su maldad), otra parte, sus aspectos
buenos son proyectados sobre la imagen de Dazet. La referencia que hace acerca del
esqueleto, de la vejez, de su aspecto monstruoso y de su alma más horrible aún,
son expresión de sentimientos de culpa reavivados. Decir que ha vuelto a ver el
mar, el Océano, el estuario, tal como si lo hubiera visto la víspera, es una manera
de reestablecer la continuidad en el tiempo; la experiencia depresiva. Para no destruirse
se divide y trata de preservar aspectos propios a través de Dazet. Pero este mecanismo
parece fracasar, ya que teme ser tomado por criminal, que su doble se intranquilice,
que se avergüence y que sea víctima de una magulladura, producto de la impresión
penosa en una imaginación trastornada. El mecanismo de disociación paranoide fracasa
como tentativa de eludir la depresión en la que sus dos aspectos, lo bueno y lo
malo, van a juntarse surgiendo así la vivencia de duelo y catástrofe.
Maldoror dice: “por qué no estás conmigo sentados ambos sobre alguna roca
de la orilla para contemplar este espectáculo que adoro”. En la versión definitiva
de este poema Dazet, convertido en pulpo, integra la fantasía del Océano. “Oh, pulpo
de mirada de seda, tú, cuya alma es inseparable de la mía, tú el más hermoso de
los habitantes del globo terrestre que mandas en un serrallo de 400 ventosas”. Las
400 ventosas representan la fuerza de succión proyectada en el objeto. El pulpo
–Dazet–, simboliza la fuerza de la necesidad y la nostalgia. A partir de este prólogo
comienza el desarrollo de las 10 partes del poema, como 10 tiempos o 10 actos de
un mismo drama, que se repiten. El diálogo se restablece, los personajes son ahora
el mismo Maldoror y el Océano, personaje éste de carácter múltiple; ya que integra
varios aspectos proyectivos, tales como la madre, el padre, Dazet, personas y objetos
independientes o partes del mismo Maldoror. El mundo interno se ha restablecido;
la fantasía del Océano es la propia fantasía de su mundo interno, el diálogo se
restablece y lo que sigue, el drama, será una tentativa de elaborar este caos interno.
El primer fragmento comienza así: “Viejo Océano de olas de cristal”. Esta
alusión a las olas de cristal, representa un elemento importante ya que se trata
de la simbolización de la visión interior, el insight, que le permite ver y construir
la fantasía de su mundo interno. Lo que ve es una enorme masa, el pecho, magullado
y amoratado, es decir, golpeado y destruido. Frente a esta visión interior Maldoror
dice: “por eso ante tu primer aspecto una ráfaga prolongada de tristeza que parece
ser el murmullo de tu brisa suave, pasa dejando huellas imborrables sobre el alma
profundamente conmovida; y traes (se dirige aquí a la madre internalizada) a la
memoria de tus amantes, sin que se den cuenta siempre, los rudos comienzos del hombre
(es decir, el nacimiento) cuando traba conocimiento con el dolor que ya no le abandona”.
La visión interior de su mundo magullado y destruido y la nostalgia del claustro
materno son los elementos con los cuales está elaborada la fantasía inconsciente
con la que el poeta construyó este primer fragmento.
La segunda parte comienza así: “Viejo Océano; tu forma armoniosamente esférica
que alegra la cara grave de la geometría”. La visión de su mundo interior ha cambiado;
la forma armoniosamente esférica es la visión de un pecho idealizado y que “alegra
la cara grave de la geometría”. Esta alusión a la geometría se hace comprensible
en su relación con el pecho y la lactancia a través de uno de los poemas del segundo
canto que dice así: “¡Oh, severas matemáticas! No os he olvidado desde que vuestras
sabias lecciones, más dulces que la miel, penetraron en mi corazón, como una oleada
refrigerante; aspiraba yo instintivamente desde la cuna a beber en vuestra fuente,
más antigua que el sol, y sigo aún pisando el atrio sagrado de vuestro templo solemne,
como el más fiel de vuestros iniciados. Había vaguedad en mi espíritu, un no sé
qué espeso como humo; pero supe subir religiosamente las gradas que conducen a vuestro
altar, y habéis disipado ese velo obscuro, como el viento disipa las humaredas.
Colocasteis en su lugar una frialdad excesiva, una prudencia consumada y una lógica
implacable. Por medio de vuestra leche fortalecida, mi inteligencia se ha desarrollado
rápidamente, tomando proporciones inmensas en medio de esa claridad arrebatadora
que dais como presente, con prodigalidad, a los que os aman con un amor sincero.
¡Aritmética!, ¡Algebra!, ¡Geometría!”.
“Durante mi infancia aparecisteis ante mí una noche de mayo, a la luz de
la luna, sobre una pradera verdeante, en las orillas de un límpido arroyo, iguales
las tres en gracia y en pudor, llenas las tres de majestad como unas reinas. Disteis
unos pasos hacia mí con vuestro largo vestido, flotante como un vapor, y me atrajisteis
hacia vuestros altivos senos, como a un hijo bendecido. Entonces, acudí veloz, crispadas
mis manos sobre vuestra blanca garganta. Me nutrí, reconocido, con vuestro maná
fecundo y sentí que la humanidad se engrandecía en mí, tornándose mejor”.
“Gracias por los servicios innumerables que me habéis hecho. Gracias por
las singulares cualidades con que habéis enriquecido mi inteligencia. Sin vosotras
en mi lucha contra el hombre hubiera podido ser vencido.”
“Con ayuda de ese terrible auxiliar descubrí en la humanidad, nadando hacia
las costas, frente al arrecife del odio, la maldad negra y horrorosa, sumida en
medio de miasmas deletéreos, admirándose el ombligo. Fui el primero en descubrir,
entre las tinieblas de sus entrañas, ese vicio nefasto, ¡leí mal! superior en él
al bien. Con este arma envenenada que me prestasteis, arrojé de su pedestal, levantado
por la cobardía del hombre, al propio Creador! Rechinó los dientes y sufrió esta
injuria infamante porque tenía por adversario a alguien más fuerte que él.”
Esta fantasía de incorporar un pecho bueno e idealizado, coexistiendo con
la de haber intenalizado otro, de carácter malo y persecutorio, da como resultado
vivencias y actitudes particulares. Lautréamont dice: “Sin embargo, el hombre se
ha creído bello en todos los siglos, pero en realidad no cree en su belleza, sino
por amor propio, no es bello realmente y se da cuenta de ello, pues, sino, ¿por qué mira la cara de
sus semejantes con tanto desprecio? La fantasía de un pecho idealizado interno,
no asimilado, trae como resultado la vivencia de la propia belleza. Pero, como él
mismo dice, es en realidad por amor propio, que es el amor por ese objeto interno
y de carácter narcisístico. El deseo de propiedad y preservación permanente crea
sentimientos de desconfianza internos y externos, aparece entonces el temor de tener
que compartirlo y el desprecio, contraparte de esa desconfianza, es el resultado
de la situación en que el yo, en plena posesión de este objeto interno, se siente
omnipotente frente a los demás y considera estar por encima de ellos. Esto es el
orgullo. Así pues, la omnipotencia narcisista de Maldoror-Lautréamont, se origina
en esta fantasía. La omnipotencia, el orgullo, la desconfianza, la rebeldía y la
lucha contra el padre por la propiedad exclusiva de este objeto (la madre) son los
rasgos más característicos de Maldoror.
La cuarta parte del poema que dice así: “Viejo Océano, no sería nada imposible
que escondieses en tu pecho futuras utilidades para el hombre. Le has dado ya la
ballena, no dejas fácilmente adivinar a los ojos ávidos de las ciencias naturales
los mil secretos de tu íntima organización”. La fantasía que subyace aquí está en
directa relación con la anterior. La curiosidad que el niño siente por el pecho
y fuego por el cuerpo de la madre y sus fantasías de penetrar dentro de él, constituyen
la base del impulso epistomofílico. Lautréamont, según testimonio de sus condiscípulos,
tenía un gran interés por las ciencias naturales. La vivencia de un pecho con futuras
utilidades e idéntico a sí mismo, con límites precisos, termina por configurar esa
fantasía de un pecho idealizado, fantasía universal que se estructura durante el
desarrollo del niño y a la cual se recurre frente a situaciones de peligro ya sean
éstas internas o externas.
La quinta parte dice: “Viejo Océano; las diferentes especies de peces que
tu alimentas no se han jurado fraternidad entre sí”. Alude así Maldoror al problema
de los celos y rivalidad. “Cada especie vive por su lado, cada hombre vive como
un salvaje en su covacha, sale raramente de ella para visitar a su semejante, igualmente
agazapado en otra covacha. La gran familia universal de los hombres es una utopía”.
Plantea aquí Lautréamont sin poder explicárselo conscientemente, su propio aislamiento,
su situación de extranjero en la tierra, la rivalidad y los celos entre los hombres,
la desconfianza. Maldoror es un hombre permanentemente agazapado en su covacha,
listo para salir de ella y atacar a sus semejantes en los cuajes ha colocado ya
su propia desconfianza. Al intentar explicarse esta situación dice: “Además del
espectáculo de sus mamas fecundas se desprende la noción de ingratitud; porque se
piensa inmediatamente en esos parientes numerosos, lo bastante ingratos con el Creador
para abandonar el fruto de su miserable unión”. Lautréamont no puede ser más explícito;
el espectáculo del mar con sus mamas fecundas despierta en él el sentimiento frente
a la ingratitud de los padres (los parientes numerosos) que han abandonado al hijo
(el fruto de su miserable unión). Lautréamont fue en realidad abandonado, así vive
el niño la muerte de su madre, como un abandono, y la sustitución simbólica que
hace de la madre a través del mar le sirve para expresar su irremediable nostalgia
de ella.
La sexta parte de este poema dice: “Viejo Océano, tu grandeza material. sólo
puede compararse con la medida que uno se representa la potencia activa que se ha
necesitado para engendrar la totalidad de su masa. El hombre come sustancias alimenticias
y hace otros esfuerzos dignos de mejor suerte para aparecer inmenso. Que se hinche
cuanto quiera esta adorable criatura”, y dirigiéndose al mar y como una proyección
de la propia vivencia del peligro le dice: “tranquilízate, no te igualará el hombre
en tamaño”. Aparece aquí el conflicto con el padre, el hombre, como rival que pone
en peligro su relación con la madre, sobre todo en términos de posesión del pecho.
La relación sexual entre los padres, es decir, la escena primaria, es fantaseada
en un plano oral; la succión y el vaciamiento son la técnica y la consecuencia de
esta relación. La rivalidad con el padre frente a la madre hace que Maldoror se
sienta abandonado; la primera frase, “tu grandeza material sólo puede compararse
con la potencia que ha engendrado la totalidad de su masa”, no solamente hace alusión
a la relación sexual de los padres sino que incluye una consecuencia de ésta; el
embarazo de la madre. Es decir, una potencia activa, como él dice, ha engendrado
la totalidad de su masa.
La séptima parte muestra la elaboración de la fantasía inconsciente que gira
alrededor de las consecuencias de la frustración oral. Dice así: “Viejo Océano,
tus aguas son amargas, tienen exactamente el mismo color que la bilis”. Con la frustración
oral, la leche-buena o la relación buena con el pecho bueno se transforma en una
relación mala, la leche es mala y amarga. Este es el signo de la frustración y de
un resentimiento permanente en Lautrémont. Crea además en él una confusión, un desconcierto:
si alguno tiene talento le hacen pasar por idiota, si otro es bello de cuerpo oculta
un contrahecho horroroso. Su amargura y su desconsuelo se resuelven en el próximo
fragmento del poema en una revisión de valores y una meditación sobre los alcances
del conocimiento científico. Dirá al final de él, “le quedan a la psicología muchos
progresos por hacer”.
El poema dice así: “Viejo Océano, los hombres a pesar de la excelencia de
sus métodos no han conseguido aún, ayudados por los medios de investigación de la
ciencia, medir la profundidad vertiginosa de tus abismos, tienes algunos que las
sondas más largas y más pesadas han reconocido como inaccesibles”. Así me inicié
a esta meditación.
Frente al desamparo y la muerte que está detrás adopta una actitud metafísica,
abstrayéndose de todo se esfuerza en resolver este intrincado problema: “¿Cuál es
el más profundo, el más impenetrable: el Océano o el corazón humano?”. Después de
30 años de experiencia dice que es más fácil inclinarse a ver que la profundidad
y misterio es aún mayor en el corazón de los hombres. “Quién comprenderá –dice–
por qué dos amantes que se idolatraban el día anterior (aquí hace alusión a su buena
relación con la madre en la primera parte del poema, a su relación con Dazet) por
una palabra mal interpretada se separan el uno hacía Oriente y el otro hacía Occidente,
con los aguijones del odio, de la venganza, del amor y del remordimiento, y no se
vuelven a ver jamás, envueltos cada uno en una soledad soberbia. Quién comprenderá
por qué se saborean no solamente las desgracias generales de sus semejantes sino
las particulares de los amigos más queridos, mientras que se siente uno afligido
al mismo tiempo”. Lautréamont percibe en el corazón de los hombres la presencia
de dos fuerzas antagónicas, el amor y el odio y la fuerza de la ambivalencia y la
duda, y es aquí en este momento cuando dice: “le quedan a la psicología muchos progresos
por hacer”. El problema del amor y el odio y de la ambivalencia, la existencia de
dos instintos primitivos, el instinto de vida y el instinto de muerte, actuando
siempre en la mente del hombre constituía antes del psicoanálisis una zona prohibida
para la psicología. Solamente tenían acceso a ella los poetas, como Lautréamont,
que en su función de videntes y portavoces denunciaron este carácter insondable
e incomprensible del alma humana. El descubrimiento hecho por Freud de la existencia
del inconsciente, de la importancia de los dos instintos básicos hirió profundamente
el narcisismo del hombre.
El Océano, “este patriarca observador contemporáneo de las primeras épocas,
sonríe compasivo cuando asiste a los combates navales de las naciones”. Y refiriéndose
a la descripción de una batalla naval dice: “Parece que el drama ha terminado, y
que el Océano lo ha engullido todo en su vientre, las fauces son formidables y deben
ser grandes allá abajo en la dirección de lo desconocido”. Como hemos dicho, la
potencia del mar representa a la potencia de los instintos, la intensidad de los
deseos y sobre todo de deseos orales en relación con la avidez ilimitada e insondable
que caracteriza la situación depresiva. La fantasía final de que el mar traga los
despojos de las batallas navales, es la expresión de la fantasía inconsciente de
la fragmentación del objeto y la caída en el caos y la destrucción. Si esta fantasía
es proyectada, como sucede frecuentemente en los niños, aparece el temor de ser
tragado, mordido por animales como en el caso de las zoofobias.
La última parte de este poema comienza así: “Viejo Océano, oh, gran celibatario.
Cuando recorres la soledad solemne de sus reinos flemáticos te enorgulleses justamente
de tu magnificencia nativa y de los sinceros elogios que me apresuro a hacerte”.
Frustrado por la madre, invadido por la depresión, Maldoror trata de recuperar al
hombre, al padre, Dazet, a través de la fantasía del Océano. En un recitativo dramático
y sin respuesta trata de recuperar el amor de éste. “Eres más bello que la noche,
le dice, respóndeme Océano. ¿Quieres ser mí hermano? Muévete con impetuosidad...
más... más... más aún, si quieres que te compare con la venganza de Dios; alarga
tus garras lívidas abriéndote un camino en tu propio seno. Está bien... desenvuelve
tus olas aterradoras Océano horrible, sólo por mí comprendido y ante el cual caigo
prosternado a tus plantas. La majestad del hombre es prestada. No me la ¡impondrán:
tú si... Magnetizador e indómito, enrollando tus olas unas sobre las otras, con
la conciencia de lo que eres, mientras lanzas desde las profundidades de tu pecho
como abrumado por un remordimiento intenso que no puedo descubrir, ese sordo mugido
perpetuo que los hombres temen tanto hasta cuando te contemplan desde un sitio seguro,
temblorosos sobre la orilla.” Aquí vuelve Maldoror al punto de partida cuando se
preguntaba: “por qué no estás conmigo, sentados ambos sobre una roca de la orilla
para contemplar ese espectáculo que adoro”. Maldoror siente que no puede llamarse
el igual de Dazet. Le dice: “en presencia de tu superioridad te daría todo mi amor,
no puedo amarte, te detesto. Por qué he vuelto a ti por milésima vez, hacia tus
brazos amistosos que se entreabren para acariciar mi frente ardorosa, que vio desaparecer
la fiebre a tu contacto. No conozco tu destino oculto, dime si eres la mansión del
príncipe de las tinieblas, dime si el soplo de Satán crea las tempestades, tienes
que decírmelo, me alegraría saber que el infierno se halla tan cerca del hombre.
Quiero que ésta sea la última estrofa de mi invocación, por consiguiente, quiero
una vez más saludarte y despedirme de ti viejo Océano de olas de cristal”.
Lautréamont no recibió respuesta. Debido a la intensidad de su frustración,
su infierno interior se hizo insoportable, proyectó esto sobre el Océano, sobre
Dazet; el soplo de Satán, que crea las tempestades y el príncipe de las tinieblas
que habita el Océano, es su mansión. También su destino, regido por las fuerzas
del mal colocadas en el Océano, son motivo de inquietud para Maldoror: “No conozco
tu destino oculto, le dice. Está desde entonces definitivamente a merced de su satanismo.
Más tarde intentará manejarlo, controlarlo, pero sus esfuerzos serán inútiles, sólo
podría lograrlo a través del crimen o del suicidio.
La hipótesis que surge del análisis de su obra es que el Conde de Lautréamont
en cierto sentido se suicidó. Quiero decir con esto que su muerte fue deseada. Nacido
en el clima del horror del sitio de Montevideo, sorprendido en 1870 por el sitio
de París, esta doble condición de sitiado lo paralizó. Lo siniestro surge en la
vida de Ducasse, quizás por última vez, con la reaparición de Garibaldi, presente
en Montevideo en 1848 y en París en 1870, como emisario de un destino irremediable.
1. La atmósfera sádica y traicionara
del sitio, con sus decepcionas, sus luchas intestinas, sus crueles hazañas de degollinas
y descuartizamientos, configuraron sus primeras experiencias y su concepción de
la vida. Cuántas veces habré oído contar el martirio sufrido por Murquette y Etchevenry
en manos de las fuerzas de Oribe y Rosas, “desposeídos de sus ropas –dice un cronista–
recibieron un golpe de lanza y luego fueron paseados desnudos por el campamento,
donde se les hizo objeto de los mayores ultrajes. Luego, atados de pies y manos,
se les abrió el cuerpo longitudinalmente, se les arrancó las entrañas y el corazón
y se les mutiló en forma vergonzosa. Se les arrancó trozos de piel de los costados
para hacer maneas de caballos, y por fin, cortadas las cabezas, se les dejó expuestos
en medio del campo”.
2. Esa muerte trágica, vivida como abandono, constituyó para Isidore una pérdida irreparable, fuente de todo su resentimiento. El silencio con que se rodeó la muerte (fue enterrada sólo con su nombre de pila), configuró para el conde un “misterio familiar”. En este sentido resulta significativo el relato de sus condiscípulos del Liceo de Tarbes, acerca del entusiasmo de Ducasse por la tragedia de Edipo, y su queja de que Yocasta no muriera ante los ojos de los espectadores, como expresión inconsciente de su deseo de indagar en el secreto de la muerte de su madre a la vez que manifiesta, una vez más, la intensidad de su resentimiento.
ENRIQUE PICHÓN RIVIÉRE | (Suíça, 1907-1977). Nació en Ginebra y, a la edad de tres años, emigró con su familia a Argentina. Fue uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina y creó la psicología social operativa y la técnica de los grupos operativos. Junto a Arminda Aberastury (1910-1972), su primera esposa, contribuyó a la difusión de las teorías de Melanie Klein (1882-1960). Tuvo una vida rica en aventuras y hechos significativos para la historia del psicoanálisis y la psiquiatría. Su biografía incluye una relación con el Surrealismo, con especial atención al Conde de Lautréamont, el franco-uruguayo Isidore Ducasse (1846-1870). Fue amante de la poesía, la música y la bohemia.
EMILIO BOLINCHES | (Uruguai, 1960). Em 1973 iniciou seus estudos de desenho com o aquarelista Esteban R. Garino por três anos. Em 1980 fundou o “Taller 2”, o primeiro workshop privado de formação em Design Gráfico que dirigiu durante nove anos e que entregou ao Designer Gráfico Osvaldo Ruso, que continuou até ao final dos anos 1990. Entre 1982 e 1987 integrou e partilhou o atelier do pintor Carlos Prunell onde deu aulas juntamente com ele. Trabalha como professor de desenho na escola secundária desde 1982 e há dez anos. Desde 1976, expôs o seu trabalho em mais de 400 exposições coletivas e 23 individuais, duas das quais nos EUA. Foi destacado e premiado nos mais importantes Salões de Arte dos anos 80 a nível Oficial e Privado, em Montevidéu e interior do País em treze oportunidades. Aos 22 anos, sua obra passa a fazer parte do Patrimônio Artístico Nacional. Suas obras estão em Museus Nacionais e Coleções Particulares em mais de trinta países (a partir de 2010, uma obra da Série “Céus Mágicos” está registrada no Palácio do Governo Chinês). Atualmente desenvolve suas Oficinas de Artes Plásticas no Centro Cultural Carlos Brussa, SUA Sociedade Uruguaia de Atores. Realiza Workshops para Empresas, com uma proposta vinculativa entre as Artes Plásticas e o Cotidiano, assim como palestras de integração às Artes, para incorporação à Nossa Dieta Diária.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 16
Número 215 | agosto de 2022
Artista convidado: Emilio Bolinches (Uruguai, 1960)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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