Recién en
la década de 1990 el volumen comenzó a subir –incluso un crítico se animaba a
señalar el lugar del libro de Estenssoro al interior de la biblioteca
latinoamericana (2). Atravesada por iniciativas y proyectos de revisión y
relectura, la literatura boliviana comenzó a mirarse entre el polvo que cubría
su olvidadero, aquel lugar al que habían ido a parar obras que, por no ser
objeto de los productores de sentido “fondista” – la crítica “‘encendida’ por
los altos sentidos patrióticos”, triunfante en la necesidad de nacionalizar las
representaciones y homologar las diferencias después de la Guerra del Chaco
(Bolivia y Paraguay, 1932-1935)–(3), no valían una lectura, un estudio o una
reseña, una inclusión en una antología, una reedición. La suerte de la
trascendencia de Estenssoro no fue diferente a la de varias otras autoras
bolivianas del siglo XX cuya obra aún permanece invisible –Emma Pérez del
Castillo, Gloria Serrano (Rosenda Caballero), María Quiroga, Mercedes Anaya,
Blanca Catera, Beatriz Schulze, Margot Silva, Milena Estrada, por nombrar
algunas de un amplio, amplísimo espectro. Tampoco el estado de la
“recuperación” de la obra de Estenssoro ha tenido el alcance de la puesta en
valor –por su parte, también limitada y/o muy reciente– de las obras de Hilda
Mundy (Laura Villanueva), Yolanda Bedregal, Adela Zamudio y Blanca Wiethüchter
–estas tres últimas (algo) más conocidas y consagradas. Si miramos hacia el
siglo XIX el panorama es más desolador: obras pérdidas, escasísimas
reediciones, información casi inexistente. El pecado de todas fue tomar la
pluma y escribir, cada una a su modo, mundos posibles al margen de la tierra
llena de tontos graves que no las aceptaban –o al menos, nunca completamente.
Para esos a los que Estenssoro dedica su libro de cuentos, escribir resultaba
tanto más intolerable si se hacía con faldas –y con pantalones– y en un cuarto
más o menos propio. El castigo fue el olvido. La resistencia de las olvidadas,
sin embargo, abre en la faz de la literatura en Bolivia un tajo vital, difícil
de cerrar, que no cesa de hablarnos.
El olvido y su reverso
La tierra a la que Estenssoro
se refiere en su dedicatoria cruza al menos dos ámbitos, muy distintos uno del
otro. Por una parte, la gran urbe de la modernidad periférica boliviana, La
Paz, donde nació en 1903 y vivió gran parte de su juventud y edad madura. Pero
también São Paulo, Brasil, donde vivió desde 1957 y hasta su muerte en 1970.
Por otra parte, la tierra de Estenssoro es también la aldea, esa bella Villa
Rosa: Tarija, la pequeña ciudad al sur de Bolivia donde pasó parte de su niñez
y adolescencia, recorriendo los pasillos de enormes casas de la aristocracia
decadente. El único libro que publicó en vida fue El occiso, en 1937, una
colección de cuentos que causó revuelo en la sociedad paceña: habla de
relaciones amorosas fuera de la formalidad y el matrimonio, habla del aborto,
de una madre soltera, de una mujer libre que caminó con avidez por el mundo.
Ese mismo año Estenssoro se casó por segunda vez, con el escultor Andrés
Cusicanqui. En 1929, a los 26 años, había contraído matrimonio con Juan Antonio
de Vallentsits, de quien se decía que era noble. Tuvo a su primer hijo, Guido,
con este extravagante personaje: después de haber recorrido con él Europa y
África, llegó a Bolivia sola con su niño. Regresó a Bolivia “absorbida de
costumbres afrancesadas”, pero en una muy mala situación económica. Además de
trabajar en la función pública, en 1933 comenzó a escribir para la revista La
Gaceta de Bolivia, fundada por damas intelectuales de la época y dirigida por
el crítico literario Carlos Medinaceli. En esta publicación, firmaba la columna
“El Perfil de la Semana”, una sección que cubría eventos sociales, publicaba
entrevistas y fotografías de damas de sociedad. Trabajó en distintos
periódicos, en Radio Illimani y como profesora de historia de la música en el
Conservatorio Nacional de La Paz. Fue directora de la Biblioteca del Congreso
Nacional entre 1950 y 1957. Ese año se fue de Bolivia junto a sus hijos, Guido
Vallentsits e Irene Cusicanqui. En São Paulo, fue profesora de francés. No
publicó ningún libro más hasta su muerte (4).
La marca
característica de la escritura de Estenssoro pasa, según la crítica Ana Rebeca
Prada, “por la sofisticación extrema, por la cultura, la elegancia y la
brillantez […] –por la ferocidad que más bien engulle pusilanimidad, ignorancia
y provincianismo para emanar ingenio, originalidad y sofisticado
cosmopolistimo”(5). Que su identidad se haya definido por una particular manera
de vivir la modernidad y sus formas –desde el afán por conocer el mundo, hasta
las poses de una figura social que fumaba y se pintaba la boca de rojo intenso–
tampoco es algo gratuito: cabe perfectamente analizar la articulación vida y
obra –que no escritura autobiográfica– en tanto la única vía posible para la
escritura en Estenssoro, donde hacer y decir, escribir y representar, están
necesariamente ligados a tomar una posición y, a la vez, cuestionar aquella que
ha sido dada de antemano. El poder de decir y obrar es, en el caso de
Estenssoro, el del canibalismo: escribir para deshacerse y, con esto, obrar la
gesta de libertad libre libérrima del margen. ¿Y cómo es este margen? La
particular exploración de la imagen de la muerte desde formas emparentadas con
la vanguardia y el cuestionamiento de la representación de la mujer (en El
occiso y su fantasía biográfica de Lygia Freitas Valle, titulada Criptograma
del escándalo y la rosa, de 1996), además de la irónica mirada hacia las formas
decadentes de la aristocracia pueblerina (en Memorias de Villa Rosa y otros
relatos, además de sus columnas de prensa) son apuestas que sitúan a Estenssoro
en un lugar discursivo diferente en la literatura boliviana de la primera mitad
del siglo XX, en la que prevalecía el indigenismo, y en la actualidad, cuando
su obra se ilumina desde su penumbra.
Memorias de Villa Rosa: el escaparate de la
memoria y la risa
Villa Rosa es un lugar
paradisiaco, infectado penosamente por un pueblo, “una feísima y enorme verruga
en un rostro lozano y juvenil”. En este pueblo –escribe la narradora del primer
cuento de Memorias…, “De la Villa”–, los días están superpoblados de moscas,
gente entregada al insoportable sol y sopor de la siesta eterna, tíos y tías de
abolengo dudoso.
Villa Rosa era como una de esas tiendas antiguas
que tienen de todo, pero todo marchito, ajado, descolorido, lleno de polvo, y
donde no se renueva la mercadería sino cada diez años. En esas tiendas vetustas
se encuentran encajes amarillos de tanto quemarse al sol en las vitrinas;
abalorios; gruesos paños oscuros que sirven para toda una vida; zapatos de
charol rajado y no obstante con cierta gracia coqueta; tarjetas postales de
esas donde una joven vestida de celeste, contempla dos palomas, y de repente,
entre tantos trastos deformes, cómicos o tristes, se ve una gasa frívola que
casi parece pecaminosa o un vaso de cristal de Venecia que solo el conocedor
contempla devotamente (6).
Si la
escritura es la puesta en escena de la memoria, esta es un minucioso recorrido
por aquellos objetos que la componen. Así, podríamos decir que las
descripciones en los cuentos de Estenssoro son, en verdad, composiciones en el
espacio, y que aquello que sirve para configurar estas composiciones son
huellas de sentido atravesadas por el filtro de la memoria, sus olvidos y
recuerdos, sus más íntimas contradicciones. El gesto caricaturizante,
transversal en Memorias de Villa Rosa, muestra un tinte ambiguo: la burla se
torna un componente que no suprime al sujeto que la realiza, sino que lo incluye
de una manera contradictoria, contra sí mismo, en cuanto aquello que se
caricaturiza es resultado de una manera de mirar las cosas, los objetos, que,
en este caso, son parte de la memoria de quien mira. Mirar es fundamentalmente
mirarse, digamos, el ombligo y, a la vez, su reflejo en un espejo.
Desde esta
fascinación por el abismo, desde el humor y la caricatura, en este libro la
escritura toma la forma de un distanciamiento, el que Estenssoro y sus
narradoras ejercerían con respecto a los personajes villarrocenses y afines.
Sin embargo, como proponemos, esta distancia se ve relativizada por el hecho de
que el retratista es también el retratado. Así, apostamos a decir que el afán de
esta escritura va –también– por un camino paralelo al de esta manera de asumir
una condición y un espacio, la aristocracia decadente, y la necesidad de
registro para hacer un tajo sobre el homenaje con el filo de la risa. La que
arranca, con una irónica venia a la memoria, el clásico boliviano –desconocido
en Bolivia– del cuento latinoamericano.
El occiso: el corte vanguardista
Fue como un despertar.
Un despertar de sueño clorofórmico.
Un despertar que venía de la nada, una nada hecha
de pesadilla y de opresión.
Le arrancaron la vida de un cuajo.
Y se congeló de Infinito.
Y ya no sintió más.
Se transformó quizá, en un trozo de hielo; tal vez,
en una piedra fría y negra.
Y ya no fue.
Ya no fue… y ahora, era otra vez (8).
Ante las primeras líneas de
este libro, una pregunta inmediata puede ser ¿de qué se está hablando? El
encadenamiento de frases –que nos resistimos a categorizar como descriptivas o
enumerativas–, la cadencia anafórica rastreable –no solo al inicio sino como
marca de estilo en todo el libro– y la suspensión que produce en la lectura el
uso de sujeto tácito, diseñan un ámbito de latencia, en el que el devenir de un
algo que “[…] ya no fue… y ahora, era otra vez” se sostiene en una secuencia de
abstracciones y sensaciones fuera de lugar. Un halo de ensueño, de cruce de
umbral, pero también un cúmulo de sensaciones de psicodelia de cloroformo y
éter. Lo que ocurre no termina de asentarse, de ser fijado por el lenguaje, que
en la sucesión y dispersión de los signos, transita hacia un afuera, ese afuera
donde desaparece el sujeto que habla (9). Cambiamos la pregunta: ¿quién habla?
En la desaparición del sujeto que sugiere el uso de la tercera persona
encontramos su despertar, su despertar muerto, al situarse ante la muerte, que
tira al lenguaje fuera de sí mismo en una red en la que poco a poco se
borronean las circunscripciones de lo abstracto como algo opuesto a lo
concreto, una extensión en la que al final no habrá conceptos, solo agua y
ruido. Pensando para el afuera, el sujeto desaparece al hablar porque habla de
la muerte desde una praxis subversiva de libertad en la vida y el arte. Este
muerto no tiene nombre ni apellido, pero Enrique Ruiz Barragán –pareja de
Estenssoro a quien está dedicado el libro– está muerto. La modalidad
interpretativa vida-obra fuera de la búsqueda de la obra por la autodefinición,
sitúa a este lenguaje del (des)borde y el afuera, de la suspensión y la
borradura, desde sus elementos fragmentarios de manifestación vanguardista.
Despertó
muerto y encontró su cerebro en febril actividad. Primer corte. Amurallado en
el ataúd, “[m]uerto, [d]efinitivamente muerto” (10), el occiso sufría más que
cualquier vivo. “Era un terrible automartirio en el que el pensamiento le
servía de estilete y de cuchillo” (11). Segundo corte. Devenido espectro,
niebla o forma sin forma, viaja por países melancólicos y espeluznantes
buscando el fin. En lo alto de un campanile, unas criaturas de garras fieras
tañen un extraño concierto de cítaras y laúdes. “De las garras delicadas se
desprendía la melodía continua como una hebra de luz, que oía sin oídos y sin
alma, el Ser, el Espectro” (12). Tercer corte. Perdidos los conceptos, con la
extensión llena de espacio y eternidad, el fin “inconmensurable, último,
terrible y definitivo. Terrible, fuerte, recto y desnudo como una espada” (13).
Cuarto corte. Ernesto está muerto y está allí en la habitación con ella, como
siempre. Mira desde el cascote y ella mira en el rostro blanco esculpido, ahora
enverdecido y acardenalado, “el corte profundo, de la oscura incisión que
tajaba las cejas” (14). Quinto corte. En la mesa de operaciones, el estilete
penetra de improviso el vientre de Magdalena (15).
El imaginario
de la muerte en la literatura boliviana del siglo XX debe a estas imágenes
potentes y explosivas la apertura de una desgarradura hacia el afuera de la
creación. Esta obra encuentra diálogo con la de Jaime Saenz –en el jubiloso
Bruckner (1978), o en el relato de otro amurallado, “Santiago de Machaca”
(1996, póstumo)– a través de la articulación entre la fertilidad y la
destrucción; o con Cerco de penumbras (1958) de Oscar Cerruto, por un
redescubrimiento del espacio liminal y las rupturas de lo fantástico.
Sin
embargo, el tránsito más feroz del texto ante la muerte es el que pone sobre la
mesa al aborto. Este, hacia el final del último relato, se presenta articulado
con la situación de una madre sola con un niño, que cuestiona el valor y la
valentía de ser esa mujer, y el valor y la valentía de abortar. Ayllón y
Olivares marcan la importancia de esta reflexión por presentar de manera
explícita y descarnada la duda y la culpa como elementos concomitantes a la
decisión sobre un aborto (16). El cuidado ante un texto como este cabe en no
tomarlo como confesional, aun en el escenario de la culpa y la puesta en
sociedad de un libro como este escrito por una mujer como Estenssoro. “Este
libro es una crucifixión y un INRI” (17), el epígrafe, abre la contradicción
que acompaña no solo este último pasaje del texto sino la articulación
vida-obra ya referida, como abordaje de lectura para El occiso. La osadía de
este relato confirma no solo el lúcido cuestionamiento a las maneras en las que
la sociedad modela y resquebraja el carácter de esta mujer otra, libre y fuerte
de la modernidad. Confirma también las contradicciones de la maternidad para el
discurso de esa libertad, que también ata. Tal vez hoy más que nunca antes,
este libro abre la reflexión hacia un límite que quiebra la identidad de las
mujeres en la sociedad en base a los valores y las culpas, ruptura en la que el
cuerpo es un campo de lucha de poder y sublevación.
NOTAS
(1) Memorias de Villa Rosa, M.
V. Estenssoro. La Paz: Los amigos del libro, 1976.
(2)“Es cierto que,
exceptuando Memorias de Villa Rosa, su libro más compacto, y en mi
criterio un clásico de la cuentística latinoamericana, su obra trasluce un
carácter fragmentario, misceláneo.” Eduardo Mitre, “La canción de la distancia.
(Notas sobre la obra de María Virginia Estenssoro)”, en Diálogos sobre escritura y
mujeres. Memoria, A. R. Prada, V. Ayllón, P. Contreras (eds.). La
Paz: Sierpe publicaciones, 1999.
(3) Hacia una historia crítica de
la literatura en Bolivia, tomo I, B. Wiethüchter (ed.). La Paz:
Programa de Investigación Estratégica en Bolivia, 2002.
(4) Datos extraídos de la
“Cronología biográfica”, elaborada por Mary Carmen Molina Ergueta para la
reedición de El Occiso, de M. V. Estenssoro. Santa Cruz: Dum Dum Editora, 2019.
(5) “Nuestra caníbal”, A. R. Prada. En Salto de eje. Escritos sobre mujeres y literatura. La
Paz: Instituto de Estudios Boliviano, Carrera de Literatura, Sierpe
Publicaciones, 2004.
(6) “De la Villa”, en Memorias de Villa Rosa,
M. V. Estenssoro. La Paz: Los amigos del libro, 1976.
(7) “Semántica del objeto”, R.
Barthes. Conferencia pronunciada en septiembre de 1964 en la Fundación Cini, en
Venecia, en el marco de un coloquio acerca de “El arte y la cultura en la
civilización contemporánea”. Citamos en extenso: “La paradoja que quisiera
señalar es que estos objetos que tienen siempre, en principio, una función, una
utilidad, un uso, creemos vivirlos como instrumentos puros, cuando en realidad
suponen otras cosas, son también otras cosas: suponen sentido; dicho de otra
manera, el objeto sirve para alguna cosa, pero sirve también para comunicar
informaciones, todo esto podríamos resumirlo en una frase diciendo que siempre
hay un sentido que desborda el uso del objeto”.
(8) El occiso”, en El occiso, M. V.
Estenssoro. Santa Cruz de la Sierra: Dum Dum Editora, 2019.
(9) El pensamiento del afuera,
M. Foucault. Valencia: Pretextos, 1997. Traducción de Manuel Arranz Lázaro.
(10) M. V. Estenssoro, op. cit.
(11) M. V. Estenssoro, op. cit.
(12) M. V. Estenssoro, op. cit.
(13) M. V. Estenssoro, op. cit.
(14) M. V. Estenssoro, op. cit.
(15) M. V. Estenssoro, op. cit.
(16) “Las suicidas: Lindaura
Anzoátegui de Campero, Adela Zamudio, María Virginia Estenssoro, Hilda Mundy”,
V. Ayllón y C. Olivares. En Alba María Paz Soldán (ed.), Hacia una historia crítica de
la literatura en Bolivia, tomo II. La Paz: Programa de
Investigación Estratégica en Bolivia, 2002.
(17) M. V. Estenssoro, op. cit.
Bibliografía
Ayllón, Virginia, Cecilia
Olivares. “Las suicidas: Lindaura Anzoátegui de Campero, Adela Zamudio, María
Virginia Estenssoro, Hilda Mundy”. En Alba María Paz Soldán (ed.), Hacia una
historia crítica de la literatura en Bolivia, tomo II. La Paz: Programa de
Investigación Estratégica en Bolivia, 2002.
Barthes, Roland. “Semántica
del objeto”. Conferencia pronunciada en la Fundación Cini, Venecia, septiembre
de 1964.
Estenssoro, María Virginia.
Memorias de Villa Rosa. La Paz: Los amigos del libro, 1976.
___. El occiso. Santa Cruz: Dum Dum Editora, 2019. Primera edición: 1937.
Foucault, Michel. El
pensamiento del afuera, Valencia: Pretextos, 1997. Traducción de Manuel Arranz
Lázaro.
Lazarte, Fátima. “El occiso de
María Virginia Estenssoro, una reflexión sobre la muerte, el amor y la
escritura”. Ponencia leída en el IX Congreso de la Asociación de Estudios
Bolivianos (AEB), Sucre, 24 al 28 de julio de 2017.
___. “El occiso de María
Virginia Estenssoro, una mirada desde la figuración de la muerte”. Khana,
Secretaría de Culturas del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, núm. 59.
Mitre, Eduardo. “La canción de
la distancia. (Notas sobre la obra de María Virginia Estenssoro)”. En Prada,
Ana Rebeca, Virginia Ayllón, Pilar Contreras (eds.), Diálogos sobre escritura y
mujeres. Memoria. La Paz: Sierpe publicaciones, 1999.
Prada, Ana Rebeca. “Nuestra
caníbal”. En Prada, Ana Rebeca, Salto de eje. Escritos sobre mujeres y
literatura. La Paz: Instituto de Estudios Boliviano, Carrera de Literatura,
Sierpe Publicaciones, 2004.
___. “Apuntes sobre vanguardia
y mujeres en la Bolivia de los años 30”. Telar, Universidad Nacional de
Tucumán, núm. 15, segundo semestre 2015.
Quiroga, Miriam. María
Virginia Estenssoro. Escritora, periodista y profesora boliviana. La Paz:
Ministerio de Desarrollo Humano, 1997.
Wiethüchter, Blanca (ed.).
Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, tomo I. La Paz:
Programa de Investigación Estratégica en Bolivia, 2002.
MARY CARMEN MOLINA ERGUETA. Investigadora y crítica de literatura, diplomada por la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, Bolivia. Se especializa en la obra de escritoras y las representaciones de lo femenino en la literatura boliviana del siglo XX. Crítica e investigadora de cine; editora de la plataforma de contenidos sobre audiovisual www.imagendocs.com. Programadora y productora cultural. También investiga y escribe sobre indumentaria y sociedad.
Nossa artista convidada nesta edição da Agulha Revista de Cultura é a fotógrafa francesa Agnès Geoffray. Uma valiosa leitura crítica de Eva Wittocx situa sua obra como um ideal equilíbrio entre realidade e ficção, entre situações cotidianas e impensáveis. Suas fotografias, instalações e vídeos combinam o desconhecido com o aterrorizante, como nos contos de fadas populares. Um fascínio pelos vestígios visíveis e invisíveis de desordem, ou mesmo desastre, em situações e eventos cotidianos está subjacente aos textos, fotografias, vídeos e apresentações de slides em STUK. Em fotografias quase inteiramente brancas, composições horríveis inspiradas em imagens da mídia, ou composições com as quais estamos familiarizados da iconografia tradicional, escapam aos olhos do público. Outra importante voz crítica, a da curadora belga Katerina Gregos, destaca que todas as fotografias de Geoffray podem ser vistas como lugares latentes de devir e equivalentes espaciais que representam nossos medos infantis ou nossos piores pesadelos adultos. Mas, além de seu impacto visual sinistro e imersivo, as fotografias de Geoffray acabam abrindo um espaço para a imaginação e para a ficção e, nesse espaço, as possibilidades de interpretação são ilimitadas. Agradecemos à fotógrafa sua imediata aceitação de participar da presente edição.
Agulha Revista de Cultura
Número 216 | setembro de 2022
Artista convidada: Agnès Geoffray (França, 1973)
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