En
su “Aviso a los visitantes”, Breton cita el libro de Bataille: “L’Erotisme” (1)
para exponer sus ideas acerca del tema. Lo que más le interesó a Breton fue enfatizar
como punto de partida, que la concepción surrealista
del erotismo proscribe de entrada, todo lo que pueda caer dentro del orden de lo
chabacano (2). Bataille piensa a su vez, y Breton coincide con él, que ese orden
posee un sentido inhibido del erotismo, transformado
en descargas furtivas, en simulaciones placenteras, y en simples alusiones (3).
Breton le añade a estas palabras: que
su agravio inexcusable reside en haber profanado
el más grande misterio de la condición humana (4). La actitud de este poeta
con respecto a las manifestaciones sexuales, y su rechazo a cualquier conducta que
profanara la esencia “sagrada” del erotismo, es bien conocida. El ideal femenino
para Breton estuvo representado por Gustave Moreau cuya obra tuvo ocasión de admirar
desde temprana fecha, de ahí que el erotismo según él, reflejara ante todo una práctica
reveladora de la poesía, como lo manifiesta en sus libros “El Amor Loco” o “Arcano
17”.
Para
Octavio Paz la mujer se convierte en puente entre el mundo natural y humano. El
deseo viene siendo el impulso que ayuda a cruzarlo. Bataille por su parte, había
diferenciado tres aspectos fundamentales del deseo: el erotismo del cuerpo, el del
corazón y el sagrado. Por otra parte habría que señalar –y esto es importante para
la comprensión de los pintores mencionados– que el término “sagrado” proviene en
parte de sacer que conservó su definición
de santo así como la de sucio. La suciedad estuvo ligada a la visión
que tuvieron Bataille, Sade y Lautréamont, de la sexualidad. Al vulnerar el ordenamiento
que la limpieza impone, es fácil comprender por qué se erige como un atractivo para
estos autores. Tanto Sade, Lautréamont y Bataille pensaban que esa condición constituía
el secreto de su ser, como puede leerse en sus descripciones de los órganos genitales
o de actos sexuales. Bellmer y Masson al identificarse con los tres, frecuentaron
esa dimensión, mientras que Molinier y Svanberg crearon su propia morfología corporal
cercana a ambos autores. Bordese por su parte, continúa explorándola intensamente.
Habría que mencionar de paso que Dalí durante la década de los treinta, realizó
una serie de cuadros que se caracterizaban por su sado-masoquismo y su gusto por
lo excremencial y viscoso, cercanos a las descripciones que hiciera Lautréamont.
¿Sería acaso para ellos el cuerpo –al contrario de lo que pensaba Breton– una prisión,
cara a los gnósticos, que había que hacer saltar a pedazos liberándose de la misma?
Breton
siempre se opuso a que se levantara el último velo que escondiera el misterio erótico,
representado en última instancia, por la belleza femenina. De ahí la hostilidad
que manifestó en contra de la pornografía, como una forma degenerada de rasgar ese
velo. Y, sin embargo, Breton no pudo impedir que dentro de la expresión surrealista
del erotismo, los límites se borraran a menudo, a favor de unas imágenes que sustituían
lo “erótico-velado”, por obras que gráficamente reproducían el acto sexual con una
total desenvoltura. Ese desenfado bordeaba la pornografía, término cuyo origen griego
está vinculado a la prostitución y que comenzó a ser utilizado en Francia por Restiff
de la Bretonne en su tratado “La Pornographie” (1769). Todas las antiguas culturas
poseyeron en sus comienzos manifestaciones que hoy pueden ser consideradas como
pornográficas. Esas manifestaciones estaban habitualmente relacionadas dentro de
un concepto mágico/religioso con los ritos de fertilidad, dándole la razón a Bataille
en sus indagaciones sobre el erotismo. En su “Historia de las Creencias e Ideas
Religiosas” (5) Mircea Eliade expresó que La
partogénesis, los hieros gamos y la orgía sexual expresan, en planos distintos,
el carácter religioso de la sexualidad. Breton en ese sentido, se inclinó siempre
a favor del carácter sagrado del erotismo
y al contrario de otros surrealistas, como Michel Leiris o Bataille, rehusó
entrar en los burdeles. En las encuestas sobre la sexualidad publicadas en ‘La Revolution
Surrealiste” (6), el autor de “Nadja” se manifestó claramente sobre el asunto. El
estudio de los puntos de vista divergentes entre los surrealistas acerca de las
prácticas eróticas, nos llevaría por distintos caminos, pero vale la pena mencionarlos
como base para comprender las diversas actitudes que asumieron en torno a esas prácticas.
Pero lo que resulta claro de la actitud de Breton, es su rechazo a cualquier prostitución
del acto sexual, el cual según él, debe estar inspirado por el amor y el culto a
la belleza. Ese culto que permaneció siempre como el engranaje que movía su pensamiento,
lo situaba en una posición divergente con los personajes mencionados que formaron
parte de la constelación surrealista.
Volviendo
a Bataille, el autor de “Madame Edwarda” nos dice que el erotismo del hombre difiere de la sexualidad animal precisamente en que
moviliza la vida interior. El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone
el ser en cuestión (7). No cabe duda entonces que para Bataille, lo que entra
en juego es un mecanismo de atracción-repulsión que él fue analizando en la medida
que percibió el acto sexual como una disolución
de las formas constituidas (8). Disolución que como veremos, los pintores mencionados
llevaron hasta un grado de alta tensión subversiva. La violación y desarticulación
de las formas constituidas que la sexualidad lleva a cabo durante el ritual de la
cópula, y su proceso lúdico preliminar–siguiendo el pensamiento de Bataille– se
encuentra vinculado al dolor y a la muerte. En las narraciones eróticas de Bataille
como “La Historia del Ojo”, aparecen constantes alusiones escatológicas a violaciones,
torturas, necrofilia, etc. En su otro libro sobre el tema “Les Larmes D’Eros”, Bataille
sondea esos lugares con la ayuda de numerosas ilustraciones. En las páginas finales
de su obra, Bataille reproduce unas escenas de tortura y crueldad indecibles: desde
la gestualidad extática de un chino condenado a ser desmembrado lentamente, hasta
los sacrificios humanos que aparecen ilustrados en los códices aztecas, pasando
por otras escenas de ensañamiento corporal en grabados de los siglos XVI y XVII.
El
atractivo que ejercen el dolor y el padecimiento sobre la libido, nos recuerda al
Novalis que escribió que en la fuente del deseo yacía la crueldad. El marqués de
Sade insiste en narraciones como “Justina” o los “120 Días de Gomorra”, que el gusto
por la crueldad debería ser compartido por todos los participantes de sus orgías
sexuales, en una especie de teatralidad repulsiva. Bataille cierra pues su libro
con ilustraciones de actos de tortura y sacrificio donde el éxtasis se opone, según
él, a un horror extremo: tal es, la inevitable
conclusión de una historia del erotismo. (9) La naturaleza perturbadora del
acto sexual, con sus gritos, jadeos y la violencia que lo acompaña, conduce al anti-climax
del orgasmo que los franceses llaman la petite
morte, la pequeña muerte.
El
erotismo es una afirmación de la vida hasta la muerte, como Bataille había pensado.
El impulso hacia el amor, empujado hasta sus límites, es un impulso tanático, según
este autor. Freud por su parte, utiliza el erotismo en su teoría sobre las pulsiones,
para designar las pulsiones de la vida oponiéndolas a las de la muerte. Para que
ese proceso ocurra, una desarticulación morfológica debe llevarse a cabo como una muerte que vive la existencia humana
mientras que el espíritu sólo alcanza
su verdad cuando se encuentra en estado de desmembramiento absoluto. Bataille
citó esas frases de Hegel tomadas del libro de Kojeve sobre el filósofo alemán,
(10) abriendo un trasfondo filosófico, que repercutió en el pensamiento de muchos
surrealistas.
Muerte,
risa, belleza, fealdad, violencia, se encuentran presentes en un acto que ahora
comienza a verse claramente, como un rompimiento del orden que el Cristianismo mediante
sus admoniciones, quiso imponer en el Occidente. En ese horizonte aparecen las figuras
discordantes del Marqués de Sade y Lautréamont, como veremos. La profanación de
la cópula como actividad dirigida a la procreación, (de acuerdo con la enseñanza
cristiana), nos hace retornar a otro tiempo, al tiempo en que esa actividad poseía
una fuerza mágica. El tantrismo hindú así lo atestigua. En gran medida la teoría
de Fourier sobre las pasiones, que tanto influyera en Breton, se basa en ese principio.
Breton al igual que Fourier rechazaba enfáticamente la idea cristiana del pecado
original. Las pasiones para éste como para Sade, no están sometidas a un encadenamiento
de leyes que parten de la idea cristiana del ostracismo del Paraíso debido al pecado,
por el contrario, las pasiones nos liberan de esas leyes condenatorias, conduciéndonos
a su recuperación. Veremos que con respecto a Sade, esa felicidad cobraba otras
peculiaridades ajenas a las que Fourier proponía. De todas formas, el autor del
“Nuevo Mundo Amoroso”, parte del principio que La atracción apasionada constituye el impulso que nos regala la naturaleza
con anterioridad a toda forma de reflexión, persistiendo a pesar de la oposición
de la razón, deber o prejuicios. El eros inserto en las pasiones distributivas
que Fourier inventara, es por tanto, una fuerza mágica que anula los anatemas de
las religiones.
Bataille
al describirnos la escena de la muerte de
un bisonte en Lascaux, enfoca nuestra mirada hacia la imagen de un hombre que se cae, que tiene el rostro de pájaro y muestra
el sexo erguido. Este hombre está extendido frente a un bisonte herido, que va a
morir, pero que haciéndole frente al hombre, pierde horriblemente sus entrañas…
sobre el hombre caído hay un pájaro, dibujado por el mismo trazo en la extremidad
de una estaca… el bisonte y el hombre-pájaro parecen unidos por la proximidad de
la muerte… ¿Qué decir esta evocación sorprendente, enterrada desde hace siglos en
esa profundidad perdida, inaccesible? Posteriormente Bataille le añadió a su
interpretación otra nueva: el tema de esta
célebre pintura… sería la muerte y la expiación… practicada por muchos pueblos
primitivos después de la muerte de un animal… el chaman expresaría al morir, la muerte del bisonte (14). La noción
del sacrificio cara a Bataille, aparece entonces ligada al sexo como acto religioso.
La figura yaciente que aparece al lado del bisonte se encuentra en estado de erección,
estableciendo de esa forma, una relación preferentemente mágico-erótica, la cual
posee un indiscutible atractivo poético para los surrealistas.
La
religiosidad primitiva al enfrentarse con sus propios tabúes, comenzó a sembrar
la semilla de la transgresión. El Cristianismo, a su vez, imponiendo los suyos,
transgredió esa transgresión primordial.
Dentro de ese círculo vicioso el erotismo visto desde el punto de vista surrealista
y de Bataille, funge como un arma de doble filo. Por una parte el Surrealismo ve
la actividad erótica indisolublemente unida al amor-sublime, como reza la antología
que Benjamin Péret le dedicara al tema. Por la otra, dejado a su propio albedrío,
el erotismo se deja llevar por el exceso,
sin cuidar mucho la santidad del objeto amado. Bataille y antes que él Sade, practicaron
el exceso, con todas las consecuencias que implica. Refiriéndose a Sade, Bataille
escribió: Hay en él un elemento de desorden,
de exceso, que llega a poner en juego la vida de los que le siguen… la imaginación
de Sade llevó este desorden hasta sus límites… (15). Breton en cambio, convierte
a la mujer amada en vehículo de sus profecías románticas acerca de su rol como liberadora,
oponiéndose a su violación a favor de una actividad sexual inspirada por el deseo
amoroso. Su punto de vista lo separa de Sade, para quien el acto sexual impulsa
hasta el paroxismo, la humillación de la pareja. Pintores como Bellmer, Masson,
Molinier, Svanberg o Bordese por su parte, introducen en sus respectivas obras,
un ritual que los aleja de la visión bretoniana para acercarse a la de Bataille
y Sade. Clovis Trouille, por la suya, realiza escenarios donde monjas, sacerdotes
y otras figuras religiosas se encuentran participando en una orgía desenfrenada.
Algo similar ocurre en la pieza de teatro “El Concilio del Amor” de Oscar Panizza,
autor maldito ex comunicado por la iglesia y al cual Jorge Camacho le dedicara una
serie de sus pinturas. De paso es interesante mencionar aquí otro ritual: el que
Jean Beloit ejecutara a raíz de la exposición surrealista sobre el erotismo en 1959.
En el catálogo de la misma Breton escribió un entusiasta artículo: “Al fin Jean
Benoit nos brinda el gran ceremonial”. Desde la aparición en total silencio y en
penumbras de Benoit cubierto con toda suerte de símbolos eróticos, hasta la participación
de una mujer desnuda, despojando a Benoit de sus aditamentos, para dejarlo semi-desnudo
mostrando un inmenso falo, el ceremonial se desarrolló de acuerdo dentro de una
atmósfera cargada de expectación. Como telón de fondo alguien recitaba el testamento
de Sade. Al final Benoit tomó un hierro candente marcando en su pecho el nombre
del marqués. Acto seguido, Matta hizo lo mismo. El efectismo del espectáculo, quiso
reproducir un ceremonial dentro de un ambiente predispuesto intelectual y poéticamente
a recibirlo, al mismo tiempo que ponía al descubierto el influjo subversivo de la
obra de Sade. El impulso irresistible hacia la escenificación, tan presente en la
obra y la vida del Marqués, fue lo que le brindó, a los ojos de Breton, un carácter
de ceremonial.
Eventualmente
lo que los acercó era el proyecto libertario que muchos surrealistas advirtieron
en la conducta de Sade, proyecto avalado por el prestigio de sus largos años de
encarcelación. Poco a poco su figura comenzó a rodearse del aura de la imaginación
romántica, desdoblada sin embargo en una práctica que podría haberle repugnado a
Breton. Si en la poesía surrealista el canto a la mujer amada no tiene nada de “sadista”,
en la pintura de Bordese, de Molinier o de Bellmer, (aquí podríamos incluir a otros
pintores como Balthus o Schiele por ejemplo), sí está sometida a una voluptuosidad
que infringe su presencia de “salvadora” para convertirse en cómplice de una actividad
perversa. La perversión pues separa a estos pintores de la imaginación amorosa de
Breton, Eluard, Desnos, Peret, Aragon, y tantos otros poetas surrealistas que exaltaron
la esencia femenina como fuente irradiante de la belleza liberadora. Desnos publicó
un libro bajo el título emblemático de “La Libertad o el Amor”, donde nos dice:
Tanto soñé contigo que pierdes tu realidad/
¿Todavía hay tiempo para alcanzar ese cuerpo y besar sobre esa boca el nacimiento
de la voz que quiero? (18) mientras que Paul Eluard escribió “El Amor-La Poesía”,
títulos que tienen su contrapartida en otro del poeta de tendencia surrealista Vicente
Aleixandre: “La Destrucción o el Amor”. El famoso poema-letanía de Breton “La Unión
Libre”, simboliza la ambigüedad existente en su visión surrealista de la mujer.
Las analogías que hace el poeta entre cada zona erógena del cuerpo femenino, oscila
entre imágenes como las siguientes: mi mujer
de axilas de marta y encinas/ de brazos de espuma de mar y de esclusa/mi mujer de
senos de crisol de rubíes/mi mujer de muslos de lomo de cisne… con otras: mi mujer de lengua de hostia apuñalada/mi mujer
de sexo de placer y de ornitorrinco/mi mujer de sexo de alga y de bombones viejos/mi
mujer de ojos de leña siempre bajo el hacha… (19). El contraste entre las diferentes
analogías que Breton utiliza para describir el cuerpo de su mujer evidencia un cierto
equívoco. Por una parte la exalta con imágenes extraídas de su caudal romántico
y por la otra ve su sexo como un bombón antiguo…
imagen repulsiva que en el caso de Bataille podría haberlo incitado a la voluptuosidad:
Un zapato abandonado, un diente careado, una
nariz demasiado corta, el cocinero escupiendo en la comida de sus señores, son al
amor lo que la bandera es a la nacionalidad (20). ¿Pero no había dicho Breton
en otro de sus poemas que el abrazo poético
como el abrazo carnal/mientras duran/prohíben caer en la miseria del mundo? En
el amor, que es poesía y viceversa, la noción de la salvación de acuerdo con el
ideal surrealista, se encuentra presente, a pesar de lo que Sade escribiera y practicara
acerca del asunto. El amor posee la facultad de convertirse en una fuerza política,
como la década de los sesenta proclamara en una de sus consignas: Make love not war.
Paul
Eluard hace de la mujer y el amor el objeto de su ternura en su poemario “El Amor-La
Poesía”: Te lo dije por las nubes/te lo dije
por el árbol del mar/por cada ola de los pájaros en las hojas/ por las piedras del
ruido/por las manos familiares/por el ojo que se torna rostro o paisaje… te lo dije
por tus pensamientos por tus palabras/toda caricia toda confianza se sobreviven
(21). En estos versos como en los anteriores citados de Breton, la poesía es,
como lo expresó René Char, el amor realizado
del deseo que permanece deseo. Un caso aparte es el de Joyce Mansour cuya poesía
de evidentes contenidos eróticos y violentos, se refleja en uno de sus versos: El infierno de las mujeres nace en su cuerpo.
Su primer libro de poemas “Cris” (22) que fue saludado por Breton, marcó el tono
de su voz: Las ciegas maquinaciones de tus
manos/sobre mis senos temblorosos/los movimientos lentos de tu lengua paralizada/en
mis patéticas orejas/toda mi belleza ahogada en tus ojos sin pupilas/la muerte en
tu vientre que devora mi cerebro/todo esto hace de mí una extraña creatura. La
distancia entre lo que Sade se propuso y lo que Eluard y Breton cantaron es clara,
pero en el caso de Joyce Mansour se hace más corta. Cuando la poetisa dice: quiero mostrarme desnuda frente a tus ojos que
cantan./ quiero que me veas gritando de placer/que mis miembros plegados bajo una
carga demasiado pesada/te impulsen a cometer actos impíos… abre otra dimensión
por donde habrían de entrar los pintores ya mencionados de la mano del Marqués.
Eluard
a pesar de su lirismo, le dedicó páginas a Sade llenas de elogios. En su ensayo
“La Evidencia Poética” citado por Breton en su “Antología del Humor Negro” (23),
nos dice: Sade ha querido devolver al hombre
civilizado la fuerza de sus instintos primitivos, ha pretendido liberar la imaginación
amorosa de sus propios objetos. Ha creído que de ahí, y sólo de ahí, nacería la
verdadera igualdad. Llevando la virtud su felicidad en sí misma, se ha esforzado,
en nombre de todo aquello que sufre, en rebajarla y humillarla, en imponerle la
suprema ley de la desdicha, contra toda ilusión, contra toda mentira… La diferencia
entre lo que aspira Eluard en su poesía, y lo que dice admirar en Sade es evidente,
creando una tensión entre las aspiraciones sadistas y las surrealistas. Juan Eduardo
Cirlot citando al Sade en sus “120 Journées de Sodome”: No es la tentación del libertinaje la que nos mueve, sino la idea del mal,
añadiendo que de su lectura atenta Se
desprende que su asimilación del placer sexual a la crueldad era verdadera y profundamente integrada a un sistema filosófico
que podíamos reducir a varios puntos: materialismo absoluto, pesimismo, pluralismo
exacerbado. (24).
Lo
segundo, el pesimismo, es incompatible con la aspiración surrealista de liberación
a través de la poesía y del amor. Sade podrá representar una insurrección contra
un sistema de origen cristiano, que coarta la imaginación sexual, pero al hacerlo
cae en un nihilismo promovido por el mero goce de la crueldad. Los románticos y
posteriormente los surrealistas, reconocieron en el amor sublime la cristalización
del deseo en el cuerpo de la amada (siguiendo en algo la idea de Stendhal), cuerpo
que lejos de ser una cárcel del espíritu, es también el espíritu hecho carne. La
serie de fotos/collages que Floriano Martins ha ido realizando promueve un espacio
erótico, donde el cuerpo femenino se manifiesta como anunciador de una realidad
que subvierte el contenido nihilista en Sade. En las esculturas de Virginia Tentindo,
observamos también la integración de la gestualidad erótica,
en algunos casos asumiendo una hibridez con figuras mitológicas, unida a lo más
constante de la tradición surrealista de brindarle al eros su función de conocimiento que la tradición hebrea llevó
a los relatos bíblicos.
Entre
el desorden y la coherencia se extiende un terreno que fue labrado por el Cristianismo,
quien vio en lo segundo una condición para que aparezca la belleza. El desorden
(que es el dominio del diablo), es lo contrario de lo hermoso, porque rompe con
la estética de la proporción, en eso todos los teólogos concuerdan. Si podemos percibir
en la obra de Sade una autosatisfacción, es porque se encuentra basada en la conciencia
que está practicando el crimen, que incita al desorden. Creo que en ese sentido
Sade se encuentra dentro de una línea de autores como Pietro Aretino, que en pleno
Renacimiento, rompió con la interpretación cristiana (representada en cuadros como
las anunciaciones), a favor de una visión pagana de lo sexual. En sus famosos sonetos
“Los 16 Placeres”, la descripción orgiástica del acto sexual alcanza una expresividad
que posteriormente Sade asumió en sus obras. Las ilustraciones que Giulio Romano
hiciera para esos sonetos así lo atestiguan. Carlos Enríquez en Cuba siguiendo la
línea del grabador renacentista, realizó una serie de dibujos con el mismo tema,
que hubiesen sido objeto de la admiración de los surrealistas. Sade, para satisfacción
de éstos, rompe radicalmente con la tradición cristiana, como lo hicieran el Aretino
o numerosos pintores renacentistas, los cuales comenzaron a introducir espectáculos
paganos en cuadros con temas bíblicos. Bataille pudo entonces decir lo siguiente
de Sade: excluyéndose de la humanidad, Sade
sólo tuvo en su larga vida una ocupación, que decididamente se apoderó de él, la
de enumerar hasta el agotamiento, las posibilidades de destruir los seres humanos,
y gozar con el pensamiento de su muerte y de su sufrimiento (26). Breton y los
demás surrealistas no llegaron a tanto, apartándose de ese legado “sadista”, para
elaborar una imagen mítica del autor de “Justina”, que les proporcionó una base
para elaborar su teoría de la rebelión.
LAUTRÉAMONT | La estrella
del famoso conde de origen uruguayo, nunca se ha apagado en la constelación surrealista.
La lectura de sus “Cantos” conserva aún un carácter inquietante a pesar de su estilo
declamatorio, muy afín al romanticismo del siglo XIX. Además de la trama, que ha
estado sujeta a numerosas interpretaciones, dos aspectos de su obra relucen en la
misma: su violencia erótica y su bestiario. Sobre lo primero haremos mención en
este trabajo. Como bien nos dice Aldo Pellegrini en su introducción a las obras
completas de Lautréamont (27) Todo el libro
consiste fundamentalmente en un relato de la lucha de Maldoror con Dios. En
efecto nada más contrario a la complacencia divina con su creación, según nos relata
el Génesis, que las descripciones escatológicas que Lautréamont pone en boca de
Maldoror. Los puntos claves que visualiza en las mismas, se encuentran centrados
en actos de una violencia que sobrepasan en algunos casos a los de Sade. Esa violencia
es impulsada por un eros que sirve de imán al vicio y al ensañamiento contra los
seres que Maldoror va encontrando en sus andanzas. La fuerza del erotismo en Lautréamont
es destructiva como nos dice Maurice Blanchot en su obra “Sade et Lautréamont” (28).
De ahí se deriva una concepción pesimista de la condición humana que contrasta con
la que Breton poseía. La rebeldía de Lautréamont, que los surrealistas valoran al
mismo nivel que la de Sade, contiene sin embargo algunos elementos banales, de acuerdo
con lo expuesto por Albert Camus en su libro “El Hombre Rebelde”, libro que los
surrealistas consideraron como un ultraje a su memoria. Esto hace que Lautréamont
se haya convertido en un personaje controvertido, desdoblado en ese Maldoror de
su invención, que como un ángel exterminador anduvo vagando por las aguas primordiales.
Veamos, canto por canto, algunos ejemplos donde eros y violencia se dan de la mano.
Después
de ponernos sobre aviso acerca de sus intenciones, Maldoror entra de lleno en su
mundo desapacible, ¡Quién lo hubiera dicho!,
cuando besaba a un pequeñuelo de cara rosada, sentía el deseo de rebanarle las mejillas
con una navaja (29)… ¿No puede el genio
aliarse con la crueldad en los secretos designios de la Providencia? (30)… Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en la familia…
(31)… Una noche se encaminó al cementerio, y los adolescentes
que encuentran placer en la violación de bellas mujeres recién fallecidas… (32).
El telón que levanta el Primer Canto va a mostrarnos la trama que continuará en
los siguientes donde la incontinencia de las perversiones irá cobrando más intensidad.
En el Segundo canto el Creador que ejercía el poder sobre un trono formado de excrementos humanos y de oro (la relación
con la alquimia se hace obvia, como podemos leer en los sueños que Jung relata en
sus memorias), tenía en la mano el tronco
podrido de un hombre muerto y lo llevaba alternativamente de los ojos a la nariz
y de la nariz a la boca: una vez en la boca, puede adivinarse qué hacía… La
imagen nos recuerda los emblemas alquímicos que representan a Saturno devorando
a sus hijos. El relato continúa describiendo el banquete divino con cabezas, pies
bañados de sangre, hasta exclamar: Os he creado,
por lo tanto tengo el derecho a hacer con vosotros lo que quiera… os hago sufrir
para mi propio placer… (33). Este Dios sádico deshace la bondad de su creación,
devorando pues como Saturno, a sus propios hijos. El relato prosigue hasta que sucede
la primera de las dos cópulas que sobrepasan la imaginación del Marqués. El piojo
de pupilas contraídas aparece como un
animal infernal al cual Maldoror no puede resistirse, desatando un impulso lujurioso:
Saqué un piojo hembra de la cabellera de la
humanidad. Me han visto acostarme con ella por tres noches consecutivas, y luego
la eché en el foso. La fecundación humana, que hubiera sido nula en casos parecidos,
fue aceptada esta vez por la fatalidad, y al cabo de algunos días, millares de monstruos,
bullendo en una maraña compacta de materia, surgieron a la luz (34)… Si la tierra estuviera cubierta de piojos como
granos de arena la orilla del mar, la raza humana sería aniquilada, presa de terribles
dolores. ¡Qué espectáculo! ¡Y yo, con cara de ángel, inmóvil en los aires, para
presenciarlo! (35). De ese animal inmundo, pasamos al tiburón, rey de las aguas.
Aquí se produce entonces el segundo encuentro erótico. Maldoror se enfrenta al tiburón
hembra y de pronto, sin ningún esfuerzo, se
dejaron caer el uno sobre el otro como dos amantes… los deseos carnales siguieron
de cerca esa demostración amistosa. Dos muslos inquietos se adherían fuertemente
a la piel viscosa del monstruo como dos sanguijuelas, y los brazos y las aletas
se entrelazaban alrededor del cuerpo del objeto querido al que rodeaban con amor…
transportados por una corriente submarina como en una cuna, rodando sobre sí mismos
hacia las profundidades abismales, se unieron en un acoplamiento prolongado, casto
y horroroso… ¡Por fin había encontrado alguien que se me pareciera!… ¡En adelante
ya no estaría solo en la vida!… ¡Ella tenía las mismas ideas que yo!… ¡Me encontraba
frente a mi primer amor! (36). Ese tránsito entre el minúsculo insecto y el
inmenso pez, ambos de apetito insaciable, que le despiertan a Maldoror sus deseos
lascivos, no aparece en la concepción surrealista del amor. Ni siquiera Sade se
atrevió a tanto. En el Canto tercero Maldoror paseando con su bulldog Ve a una chiquilla que duerme a la sombra de
un plátano: la confunde al principio con una rosa. No podría decirse qué fue lo
primero que surgió en su espíritu, si la visión de aquella niña o la resolución
que tomó al verla. Se desnudó rápidamente, como un hombre que sabe lo que quiere.
Desnudo como una piedra se arroja sobre el cuerpo de la niña y le levanta el vestido
para cometer un atentado al pudor… Después de haberlo cometido … ordena al bulldog que estrangule con la presión
de sus quijadas a la niña sangrante… El cumplimiento de esta orden pudo parecer
severo al bulldog. Creyó que le exigían lo que ya se había realizado, y se limitó,
ese lobo de hocico monstruoso, a violar a su vez la virginidad de la niña delicada
(37). Aparece aquí la bestia cómplice de un acto de pedofilia, como el mismo
bulldog que Jean Benoit, reprodujera con sobrecogedora veracidad en una de sus esculturas/objetos.
El desmembramiento de la niña por el animal, que esparce sus órganos por los suelos,
es la culminación de sus deseos lúbricos. La mujer-niña o mujer-hada que Breton
cantara, o la Sofía de Novalis, nunca podrían haber sido objeto de semejante transgresión.
La violación de su pureza hubiese trastornado el orden de una belleza, que constituye
uno de los pilares sobre el cual se erige la cosmovisión surrealista.
El
Conde pues se sitúa dentro de una línea trazada por el Marqués, pero dándole otro
contenido. Los cantos prosiguen, más bien, la línea de las novelas góticas iniciada
por Horace Walpole en su “Castillo de Otranto” en 1764 estudiadas magistralmente
por Annie Lebrun en su libro “Les Chateaux de la Subversion”. A partir de esa obra
se sucedieron otras que influyeron en el surrealismo, sobre todo en Breton: “el
Monje” de Matthew G. Lewis (1796), Mary Shelley: “Frankestein” (1818), Charles Robert
Maturin: “Melmoth” (1820), (sobre el cual Breton escribió un ensayo), Edgar Allan
Poe “La caída de la Casa Usher” (1839), Robert Louis Stevenson: “El Extraño Caso
de Doctor Jekyll y Mr. Hyde” (1886), Bram Stoker: “Dracula” (1897). Si en muchas
de estas novelas las orgias y las apariciones ocurren en recintos en su mayoría
cerrados, Maldoror realiza las suyas al descampado, dentro de las aguas y fuera
de ellas, rodeado por un bestiario infernal. Mientras que Lautréamont desataba su
monstruo sobre la faz de la tierra, Maria Shelley le dio vida al suyo haciendo lo
mismo. Frankestein otro híbrido de la imaginación romántica, retó la idea de la
creación del hombre a lo divino, matando a una niña. Maldoror se rebeló contra su
creador, no llegándolo a asesinar como años más tarde una muchedumbre lo hiciera
frente a Nietszche, mientras un loco se preguntaba sobre las ceremonias que habrían
de ocurrir después de su muerte. Breton en medio de estos aquelarres optó, sin embargo,
por un amor que trascendía las perversiones, para hacer del mismo un poder de liberación,
mediante sus propias ceremonias. Paradójicamente dos de las figuras tutelares del
surrealismo, Sade y Lautréamont plantearon una noción de la existencia contra la
cual los surrealistas se rebelaron. El libertinaje que ambos practicaron, no fue
la libertad que ellos intentaron alcanzar.
BELLMER, BORDESE, MASSON,
MOLINIER, SVANBERG | De los cinco pintores mencionados, cuatro estuvieron cercanos
al círculo de Breton: André Masson (1896-1987) Hans Bellmer (1902-1975), Pierre
Molinier (1900-1976), y Max Walter Svanberg (1912-1994), mientras que Marcelo Bordese
(1962-) se ha mantenido cerca de los grupos surrealistas argentinos. Masson fue
el que tuvo relaciones más cercanas (y a la vez conflictivas) con Breton, hasta
alejarse definitivamente del grupo con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.
En medio de idas y venidas, fue madurando su amistad y colaboración con Bataille
y con otros surrealistas disidentes como Michel Leiris, cuando editara en 1930 la
revista “Documents”. En 1936 Bataille fundó otra junto con Masson, “Acephale”, diseñando el emblema de la portada: un
hombre decapitado cuya cabeza enmascara su sexo. Nada de esto impidió que Breton
escribiera sobre él con la penetración poética propia de sus ensayos. Bellmer no
perteneció al círculo interior de Breton, y este poeta no escribió un ensayo sobre
él, aunque sí fue invitado a participar en numerosas exhibiciones del grupo, desde
sus primeros contactos a partir de la década de los treinta. La portada del número
cuatro de la revista “L’Surrealisme Meme” (primavera de 1958), reproduce la foto
de un objeto de su confección: el dorso de Unica Zurn envuelto en una sábana amarrada
con sogas. Por otra parte, tampoco mantuvo una relación estrecha con Bataille, aunque
ilustrara su obra “La Historia del Ojo” con unos magníficos grabados. Bellmer sin
embargo, junto a su compañera la también pintora y escritora Unica Zurn (que padecía
de esquizofrenia y terminó suicidándose), siempre fue considerado como un surrealista,
y así aparece en todos las historias de ese movimiento. Pierre Molinier entró en
contacto con Breton en 1955 quien lo exhibió en la galería “L’Etoile Scelée”. Después
de haber pertenecido al grupo Imaginista cercano a CoBrA, Max Walter Svanberg fue
descubierto por los surrealistas. En 1955 también exhibió en “L’Etoile Scelée” y
la revista “Medium” le dedicó su número 3. Por último, Marcelo Bordese ha participado
en varias exposiciones de corte surrealista, y en más de una ocasión, los críticos
han señalado su identificación con la obra de Bataille, Sade y Bellmer.
¿Cuál
es la conexión de estos cinco pintores con el Surrealismo, Bataille, Lautréamont
y Sade? Creo que comparten cada uno a su manera, su carácter convulsivo bajo la
óptica de la evidencia surrealista. Explorando dimensiones enunciadas por Breton,
los cinco se aprovecharon de la libertad que brindó el surrealismo para redimir
las represiones encerradas en el inconsciente. La atracción que ejercieran Bataille,
Lautréamont y Sade sobre sus respectivas obras, confirma la fuerza con que estos
pintores crearon un escenario donde las pasiones pudieran expresarse sin inhibiciones.
Sus obras ponen en movimiento el mecanismo de la transgresión, utilizando imágenes
visuales cargadas de agresividad. Las escenas de sacrificio relatadas en los tres
autores, y llevadas a la imagen por los pintores mencionados, nos remiten a la íntima
relación existente entre la sexualidad y la violencia. En algunos de sus cuadros,
un cierto espectáculo carnavalesco que rompe con las prohibiciones establecidas,
posee sus raíces en los ritos paganos. Sabemos, por ejemplo, que durante toda la
Edad Media se ofrecía una misa por los días de Pentecostés, llamada la “Misa del
Burro”, donde los creyentes rebuznaban, leían los Evangelios al revés, y se tiraban
pedos. La violación de las buenas costumbres y el desenfreno que le sigue, representa
pues una fuente donde “mana y corre” (pero en dirección opuesta a la que San Juan
de la Cruz le brindara), la savia que va a alimentar la concepción del mundo que
Bataille, Lautréamont y Sade poseían, concepción que encontró su contrapartida plástica
en Bellmer, Masson, Molinier, Svanberg y Bordese.
La
profanación de todo lo sagrado puede transformarse a su vez, en una ceremonia sagrada.
En la pintura, objetos y fotos de Bellmer vemos un desmembramiento metódico del
cuerpo humano, como posible reminiscencia del mito de Isis y Osiris. En Masson,
Molinier y Svanberg el furor se apodera de sus personajes. En Bordese ese mismo
furor adquiere la dimensión de un realismo grotesco y en una especie de teratología
portentosa. Los cinco practicaron, por tanto, una liturgia sobre el cuerpo humano
que parece oficiada siguiendo los dictados de los tres autores mencionados. Esas
constantes deformaciones del cuerpo, y la sensación de voluptuosidad que las acompañan,
van más allá de lo físico, para penetrar en otras zonas del espíritu donde se produce
una transformación contraria al orden cristiano que sanciona la congruencia entre
las cosas. Vale la pena mencionar aquí que la imaginería que los alquimistas utilizaban
para describir el proceso de la obra, conlleva también escenas de erotismo, violencia
y desmembramiento. En la “Atalanta Fulgiens” de Michel Maier, en el “Rosarium Philosophorum”
o en el “Splendor Solis” muestran que, durante el proceso de la obra, es necesario
el acoplamiento o el descuartizamiento para lograrla.
La
muñeca de Bellmer formó parte de los íconos surrealistas. Tanto esa muñeca como
sus grabados, dibujos y pinturas, pertenecían al mundo de Bataille y Sade. Bellmer
ilustró a Bataille con una imaginación desencarnada, siguiendo minuciosamente los
libertinajes sexuales que este autor describiera en su “Historia del Ojo” y “Madame
Edwarda”. En 1944 Bellmer compuso seis aguafuertes para “La Historia del Ojo”. La
precisión de los mismos contiene un doble elemento: el primero realista y el segundo
imaginario. De la combinación entre ambos, se derivan efectos degradantes, como
el que reproduce la manía de uno de sus personajes, Simone, de aplastar huevos con
su culo. Aquí la imaginación surrealista da rienda suelta a un tratamiento de las
formas que terminan evocando escenas de placer sexual presentes en todas las viejas
culturas. Cada trazo de Bellmer prosigue ese recorrido buscando el centro de gravedad
del sexo que excita su imaginación de “Voyeur”. En sus “Etant Donneés” sorprendemos
cómo también Duchamp nos incita a ver a través de un resquicio un escenario diseñado
a excitar la imaginación erótica.
Los
cambios a los cuales Bellmer sometió el cuerpo femenino, creó una identidad equívoca
del mismo. Sus imágenes múltiples se reflejan simultáneamente en zonas corporales,
como en uno de sus grabados donde aparecen rostros superpuestos a una nalga. En
otro un falo en erección surge de la vulva de una adolescente, estableciéndose un
diálogo obsceno entre los dos. Los dibujos de Bellmer crean una analogía perversa
entre el cuerpo masculino y el femenino. Esos personajes hermafroditas de Bellmer,
junto con otros andróginos de su invención, se insertan dentro de la aspiración
surrealista de raíz hermética, de la “unidad de los contrarios”, figurados en numerosos
emblemas de los alquimistas. El impacto que producen todas esas imágenes, proviene
de una línea de pensamiento cuyo origen se encuentra tanto en su personalidad turbada,
como en las fuentes mencionadas donde encuentra su inspiración.
En
la “Historia del Ojo” Bataille hace la siguiente descripción de la Vía Láctea: extraño agujero de esperma astral a través de
la bóveda craneana de las constelaciones, que nos trae a la memoria el coito
de Maldoror con el planeta. Además de
sus referencias alquímicas, la versión de Bataille corresponde a una cosmología
erótica que transforma la naturaleza en un delirio sexual. Pero mientras que Bataille,
Lautréamont, Sade y pintores como Masson, hacen de la naturaleza un cómplice de
sus apetitos sexuales, Breton la contempla como inspiradora del amor: La naturaleza sólo está sujeta a iluminarme o
apagarse, a servirme o perjudicarme en la medida en que para mí se levantan o menguan
las llamas de una hoguera que es el amor, el único amor, el de un ser (43). Masson utilizará esa cosmología
trayéndola a la tierra. Sade por su parte, se excitó en su “Justina”, frente a las
lavas de los volcanes, viéndolas como eyaculaciones telúricas. Lautréamont la hizo
partícipe de las andanzas lujuriosas de Maldoror. Algo distinto, sin embargo, sintió
Breton frente al volcán Teide cuando describiera su experiencia en el “Amor Loco”.
Un pansexualismo recorre pues la obra de Bellmer quien somete la figura humana a
una constelación de zonas erógenas, donde vulvas, falos, senos, y nalgas se amalgaman
entre sí para conformar su onirismo erótico.
La
atracción que Sade ejerciera sobre Bellmer fue el corolario lógico de sus pasiones
eróticas. Del “ojo anal” de Bataille pasamos a los orificios fecales de Sade y su
idea de la suciedad (y de lo sagrado) como desorden, y de éstas entramos en el panorama
degradante de Lautréamont. Antes de tomar contacto oficial con los surrealistas,
ya Bellmer había mostrado interés por la obra de Sade a principios de los años 30.
Sus ilustraciones a los “120 Journées de Sodome” representan en su caso, el ápice
de una larga labor como ilustrador que marcó su obra. Todas las imágenes que realizó
en torno al Marqués, constituyen un abigarramiento de formas que juegan depravadamente
entre sí. Los grabados titulados “A Sade” compuestos en 1961, poseen esa cualidad
desconcertante que significa la desaparición de una forma en otra, creando una nueva
aún más agresiva y grotesca. Con anterioridad en 1955 había ilustrado el “Jules
Cesar” de Joyce Mansour con cinco grabados que de acuerdo con Pierre Dourthe (44),
representan una perfecta equivalencia entre
las zonas erógenas, tema central de su arte y de la obra de Sade. Para Bellmer,
como para Sade, el cuerpo era sencillamente un objeto proclive a ser compuesto y
descompuesto tantas veces como el deseo lo pidiera. Las auto penetraciones y felaciones,
van más allá de lo usualmente practicable, como podemos ver en las extraordinarias
imágenes esculpidas en las fachadas de los templos hindúes. La sexualidad pues se
extralimita físicamente al querer transcenderse en la imaginación.
ANDRÉ MASSON | André
Masson fue durante dos etapas específicas 1923-29 y 1936-43, uno de los pintores
centrales del surrealismo. De entrada practicó el automatismo directamente en sus
dibujos. Max Ernst por su parte, había explorado esa técnica mediante su observación
de los diseños que se producen en la hoja de un árbol, o en un pedazo de madera.
Pero Masson le imprimió al automatismo una dinámica que estaba implícita en su gestualidad
como dibujante. Masson mantuvo estrechas relaciones con Bataille, Leiris y George
Limbour quienes habían tomado rumbo aparte como resultado de sus desavenencias con
Breton. Uno de sus desacuerdos con el poeta tuvo que ver con la afición que Masson
siempre sintió por la filosofía de Nietszche, filósofo también allegado a Bataille,
cuya distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco fue una de las claves de su pensamiento.
Desde temprana fecha a partir de su establecimiento en Paris en 1920, Masson comenzó
a trabajar con las fuerzas primordiales que Freud había designado como Eros y Tanatos.
Breton lo acoge entonces en el seno de su grupo, convirtiéndose en perspicaz comentador
de su pintura. Pero a medida que fue alejándose de las actividades surrealistas,
se acercó a Bataille y Leiris, cuyo interés por la mitología y la etnología era
compartido por él. De esa relación surgen una serie de dibujos como “Masacres”, “Los Sacrificios”, “La Mitología
del Ser” y “Mitología de la Naturaleza”. El complejo simbolismo de los laberintos,
como el de Minos, ocupará su interés durante distintos períodos de su carrera, pintando
varios cuadros en torno a ese tema. La aparición del toro en la “Historia del Ojo”
posee un fuerte simbolismo erótico y sado-masoquista, que Masson aprovechará para
elaborar su propia mitología pictórica. Uno de los libros que ilustró sobre ese
tema fue el de Michel Leiris “Miroir de la Tauromachie”. Otra importante ilustración
fue la que hiciera para el Canto V de los Cantos de Maldoror.
La
creación poética de Masson se entrelaza con la concepción surrealista de la magia
y los mitos. Esa concepción era un “ars combinatoria” de elementos eróticos, maravillosos,
míticos y esotéricos, sólidamente unidos entre sí. De ahí que la simpatía inicial
que se estableciera entre él y Breton, se ramificó necesariamente a otros poetas
y pensadores como Bataille y Leiris. Este último formó parte del grupo de la rue
Blomet donde se reunían en un ambiente intelectual festivo personajes como Max Jacob,
Roger Vitrac, Antonin Artaud, Robert Desnos, Georges Limbour y Joan Miró. Apartados
de la férula que ejercía Breton sobre el grupo surrealista, las lecturas que se
hacían iban desde Heráclito hasta Dostoyesky, pasando por Nietszche, Paracelso…
y el Marqués de Sade, sobre todo su “120 Jornadas de Sodoma”, libro de escasa divulgación
en aquella época. Las lecturas de Masson de los textos de Sade provienen de esa
atmósfera y de su amistad con Bataille y Leiris. Años más tarde, Masson evocó esa
influencia cuando en un artículo publicado en “Critique” en 1963, recordó que Breton
le había confesado que George Bataille era
entre todos nosotros quien se encontraba más cerca de Sade (46).
En
1928 Masson realizó unos dibujos a lápiz basados en la Historia del Ojo, libro publicado por Bataille bajo el pseudónimo de
Lord Auch ese mismo año. En esos dibujos algo más contenidos que las ilustraciones
que Bellmer hiciera posteriormente, se descubre la manera que Masson va a tratar
el tema erótico en su obra. Aunque inspirados en Bataille, la violencia del trazo
que caracteriza los dibujos de Masson, nos hace pensar en los brutales y bien organizados
escenarios de las orgías de Sade. Su serie sobre las “Masacres” convierten el crimen
colectivo en una coreografía sádica, aunque fueron en gran medida inspirados por
los acontecimientos políticos que vieron nacer el auge del fascismo. Había que remontarse
a las diversas versiones de las “masacres de los inocentes”, pintadas por Peter
Brueghel el Joven, Daniele da Voterra o Rubens, durante los siglos XVI y XVII, para
encontrar escenas como éstas.
En
otra serie de dibujos, aparece orinando una figura femenina cuyo cuerpo se metamorfosea
en una montaña, u otra con la vulva convertida en caverna por donde penetra un hombre.
La idea de sexualizar el paisaje, en este caso la piedra, se encuentra anclada en
viejas creencias míticas que seguramente Masson conocía. En Francia aún se conserva
la costumbre entre ciertas doncellas, de restregar su cuerpo contra una roca para
adquirir la fertilidad. La fecundación de las rocas por los seres humanos era conocida
en Grecia. Zeus fecunda una piedra llamada Agdos, engendrando un monstruo hermafrodita:
Agditis. Un pintor de mediados del siglo XVII, Matthaus Merian, realizó paisajes
antropomórficos basándose en la creencia hermética de la unión natural entre el
cuerpo humano y la naturaleza. Por su parte, los surrealistas habían definido el
coito como una ceremonia fastuosa dentro de
una caverna. De ahí surge una nueva morfología, donde el erotismo actúa como
un vehículo de metamorfosis entre los distintos reinos vegetales, minerales o animales.
El erotismo de Masson modifica la relación que existe entre el hombre y la naturaleza
a favor de una representación primitiva de la misma. La maravilla de los primitivos
es que mezclan lo animal y lo vegetal, sin distinguir lo uno de lo otro, como lo
ha probado el etnólogo Phillipe Desola en sus estudios sobre los indios Jíbaros
del Ecuador. Masson es el maestro de las metamorfosis eróticas que logra permutar
en un juego constante de formas, un ordenamiento cuya armonía no consiste en su
aparente aseidad, sino en su disponibilidad para convertirse en una naturaleza surrealista.
PIERRE MOLINIER | Adam
Biro y Roger Passeron en su “Dictionnaire General Du Surrealisme et de ses environs”
(47), describen a Pierre Molinier como Fetichista,
trasvestista, hermafrodita, que pintaba con su propia esperma, incestuoso y necrofílico.
Su pintura escandalosa, su muñeca turbada y perturbadora (como la de Bellmer), sus
fotografías y su vida, retratan a un “maestro del vértigo” (Breton). Molinier
nació un Viernes Santo lo que parece marcar una vida destinada a la blasfemia. Cuando
Breton lo descubrió en 1955, escribió sobre él palabras elogiosas como éstas: No habíamos visto aparecer el rayo en la pintura después de “La Semele” de Gustave
Moreau y que puede pasar como su testamento poético, y quizás en la admirable “Puberté”
de Munch. Pierre Molinier al renovar su pacto con éste, (nos obliga) a deshacernos
de todas las costumbres y convencionalismos que rigen en nuestros días, (que nos
fuerzan) a una manera de ver cada vez más sometida ciegamente a la moda. (48).
De la misma forma que los dos pintores arriba mencionados nos obligan a lo mismo,
la pintura de Molinier le propone al surrealismo un cambio de actitud con respecto
al sexo y al cuerpo femenino en especial. Las anomalías que se producen en los aparejamientos
entre las mujeres que aparecen en sus cuadros practicando actos de lesbianismo frenético,
rompen con el concepto negativo del homosexualismo que Breton siempre proclamó.
Molinier que introduce en algunos de sus cuadros un alfabeto de su invención, con
indiscutibles referencias herméticas, se extasía en reproducir agresivamente escenas
de sodomía con colores brillantes y carnales. Si en los “Jeux de la Poupée” de Bellmer
el elogio de las articulaciones parecen venir de un Jerome Cardan, en Molinier el
abigarramiento de las figuras las disuelve fundiéndolas en una masa compacta de
cuerpos que se aglutinan en un safismo andrógino. Pintor de rituales orgásmicos
e ilustrador de la poesía de Joyce Mansour, la magia erótica que se desprende de
sus cuadros nos obliga a participar en el goce de unas mujeres/muñecas que juegan
a ser a la vez íncubos y súcubos.
MARCELO BORDESE | Al
entrar en la obra de Marcelo Bordese lo primero que nos encontramos, es que a diferencia
de los otros pintores mencionados, éste proviene
sobre todo del espíritu de Sade, aunque los rasgos de Lautréamont aparecen también
en su obra. Mientras que las expresiones eróticas de Bellmer, Masson, Molinier y
Svanberg se producen dentro del círculo surrealista parisino, la de Bordese surge
fuera de la égida del grupo, con sus polémicas y defecciones acostumbradas. Los
impulsos instintivos de Bataille o Sade inspiraron a Bellmer y a Masson, a desarrollar
un discurso erótico que se asemejaba a las obras de ambos escritores. Molinier se
adentra en el mundo de Sade vía el safismo. Svanberg busca en la poesía (sus ilustraciones
de las Iluminaciones de Rimbaud, fueron en ese caso, significativas), un apoyo para
su canto a la mujer. Por vías distintas y asumiendo una tradición cuyas raíces pueden
ser trazadas hasta la Edad Media como veremos, la pintura de Bordese aún situándose
dentro de la tradición surrealista, la reinterpreta bajo otra mirada. Su pintura
da la impresión que surge de Bataille y de Sade contaminada por sus alucinaciones
lascivas, ocurriéndole entonces algo similar al famoso retrato de Dorian Grey, que
iba desfigurándose a medida que su dueño se complacía en la maldad. En este caso
la teratología de Bordese crea un espectáculo donde se realizan los actos más repulsivos.
Repulsivos y atrayentes al mismo tiempo, de ahí la extraña fascinación que ejercen.
Marcelo
Bordese no excluye la poesía como fundamento de su obra. Ahí están los dibujos que
realizara basados en los “Poemas de la Locura” de Holderlin para confirmarlo. Pero
este pintor no prosigue verso tras verso ilustrando su sentido literal, sino capturando
su contenido latente. Lo mismo hace con el resto de sus pinturas, incluyendo la
serie dedicada al Marqués de Sade. El surrealismo de Bordese se manifiesta en su
captura de la esencia de un lenguaje erótico, para transgredirlo mediante imágenes
escatológicas. Más allá de ese lenguaje aparecen sus monstruos. ¿De dónde provienen?
Un breve recorrido por la Edad Media –desde el Románico hasta el Gótico tardío nos
irá descubriendo una rica imaginería teratológica, (y de paso erótica), hasta llegar
a lo obsceno. San Isidoro de Sevilla (560-636) en sus “Etimologías” cita al escritor
romano Varron (116-27 AJ) en su capítulo dedicado a los seres prodigiosos, para
quien los portentos Nacen contra la ley de
la naturaleza (52). En el caso de la pintura de Bordese, las leyes que rigen
el ideal de una armonía natural, son infringidas a favor de un delirante espectáculo
que niega las leyes naturales.
La
idea del portentum sienta las bases para
la definición de lo monstruoso que habrá de adoptar el Cristianismo. El hecho de
ir contra las leyes de la naturaleza estimula el prodigio de lo maravilloso. Dentro
de ese cuadro conceptual, la Edad Media comenzó a reproducir a los monstruos como
seres que amenazaban el orden, al establecer un sistema que distorsionaba la realidad
creada a la imagen y semejanza de Dios. De ahí que todo ser deforme estaba destinado
a entrar en la órbita de Satán y fuera del dominio natural, deviniendo símbolo del
mal. Las iglesias, conventos y catedrales medievales se ornaron pues con imágenes
de seres monstruosos, muchos de los cuales adoptaban posturas grotescas y obscenas.
No
es necesario ir más lejos para darnos cuenta que entramos en el dominio de los autores
y pintores citados, y en especial en la obra de Marcelo Bordese. Este pintor también
busca su apoyo en la poesía como lo atestiguan sus magníficas ilustraciones a los
“Poemas de la Locura” de Holderlin llevando hasta el paroxismo las consecuencias
que se desprenden de los mundos inventados por Bataille y Sade. Prosiguiendo por
esa ruta le ha sido fácil a través de su recorrido, encontrar otros pintores que
continuaron reproduciendo la teratología escatológica de los artistas medioevales.
A las escenas de masacres que hemos mencionado con respecto a Masson o las obras
de Hans Baldung Grien y de Brueghel relacionados con Bellmer, habría que añadir
otras. Las distintas versiones de las “Tentaciones de San Antonio” tan comunes durante
el siglo XVI, los cuadros visionarios de Bosch o el cuadro “La Justicia de Cambises”
del flamenco Gheeraert David, donde aparece un condenado durante el proceso de ser
desollado en vivo, pertenecen a la línea de sus antepasados, encontrándose dentro
de la concepción de Bataille. Esos mundos pesadillescos encuentran un buen intérprete
en los cuadros de Bordese donde mezclados a monstruos, personajes ictifálicos, vulvas
y partes cercenadas de cuerpos, leemos formularios herméticos, acercándose de esa
manera a los alfabetos cabalísticos de Molinier. Dentro de esa corriente Marcelo
Bordese teje su imaginería, renovando de paso la del surrealismo.
NOTAS
1.– Les Editions du Minuit, Paris, 1959. Existe traducción al español por Maria Paula Sarrazin, Ediciones Tusquet, Barcelona
1993, la cual tomamos como referencia.
2.– Catálogo de la Exposición “Boite Alerte” Galerie Cordier,
Paris, 1959.
3.– Ibid.
4.– Ibid.
5.– Editorial Cristiandad, Madrid, 1978, Traducción de J.
Valiente Malla.
6.– “La Revolution Surrealiste”, Reserches sur la Sexualité No. 11.
7.– “El Erotismo” ibid.
8.– Ibid.
9.– George Bataille: “Les Larmes D’Eros”, J. J Pauvert Editions,
Paris 1961.
10.– Citado en Gilles Mayne “Eroticism in George Bataille
and Henry Miller,”
Summa Pubications, Birmingham, Alabama, 1993.
11.– Las Lágrimas de
Eros. Ediciones Signos, Córdoba, Argentina 1968, varios traductores.
12.– Ibid.
13.– Puede buscarse bajo el nombre del autor en el Internet.
14.– “Las Lágrimas de Eros”, Ibid.
15.– George Bataille, “La Literatura y el Mal”, Taurus Ediciones,
Madrid, 1959. Traducción de José Vila Selma.
16.– “Los Pasos Perdidos” Alianza Editorial, Madrid, 1972.
Versión de Miguel Veyrat.
17.– “Sade Dans le Surrealisme”, Editions Privat, Toulouse.
18.– Tomado de Aldo Pellegrini: “Antología de la Poesía surrealista”,
Fabril Editora, Buenos Aires, 1961.
19.– Andre Breton “Poemas” Visor, Madrid, 1978 edición bilingüe,
versión de Manuel Alvarez Ortega.
20.– George Bataille: “El Ojo Pineal”, ediciones Pre-Textos,
Valencia, 1979. Traducción M. Arranz Lázaro.
21.– Paul Eluard “Poemas” Plaza y Janés Editores, Edición
bilingüe, versión de Jorge Urrutia.
22.– Andre Breton “Antología del Humor Negro” artículo sobre
Sade, Pag. 34, Ediciones Anagrama, Barcelona 1966, traducción de Joaquín Jordá.
23.– Incluido en “Prose et Poesie”, Actes du Sud, Paris, 1991.
24.– Juan Eduardo Cirlot: “Introducción al Surrealismo”, Revista
de Occidente, Madrid, 1951
25.– Roland Barthes “Sade, Fourier, Loyola”, Cátedra, Madrid,
1997, traducción de Alicia Martorell.
26.– George Bataille, “La literatura y el Mal” ibid.
27.– Conde de Lautréamont “Obras Completas” Traducción y prólogo
de Aldo Pellegrini, Editorial Argonauta, 2007, Buenos Aires.
28.– Maurice Blanchot, “Les Editions de Minuit” Paris, 1949.
29.– Lautréamont op. Cit.
30.– hasta 41.–
Ibid.
42.– Pierre Dourhte: “Bellmer, le principe de perversion”.
Jean Pierre Faur, editeur, Paris, 1999.
43.– André Bretón “El Amor Loco” Editorial Joaquín Mortiz,
México 1967. Traducción de Agustí Bartra.
44.– Pierre Dourthe Ibid.
45.– Michel Leiris introducción al libro “Massacres et autres
Dessins”, Harmann Editeurs, París, 1971.
46.– Incluido en “André Masson: Le Rebelle du Surrealisme”,
Harmann Editeurs, Paris, 1976.
47.– Presses Universitaires de France, Paris, 1982.
48.– “Le Surrealisme et la Peinture”, Gallimard, Paris, 1965.
49.– Publicado en Melusine
No. XXVI “Metamorphose”, Collection L’Age d’Homme”. Laussane,
2006.
50.– Ibid.
51.– Tomado de “La Mujer” Actas Surrealistas, traducción
de Braulio Arenas, Santiago de Chile, Editorial Nacimiento, 1974. Le debo a Oscar
Jairo González este dato.
52.– San Isidoro de Sevilla, “Etimologías”, Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid.
CARLOS M. LUIS | (1932-2013) Escritor, crítico de arte e curador cubano atuante na cena artística de seu país, tanto na ilha quanto no exílio. Durante as décadas de 1940 e 1950, Luis foi uma figura notável do mundo da arte cubana, colaborando com contemporâneos como Jorge Camacho. Seus trabalhos posteriores no exílio são caracterizados por pinturas abstratas, muitas vezes incorporando texto em suas peças. Deixou Cuba em 1962 e se estabeleceu em Nova York, onde trabalhou na editora Doubleday e fundou a revista Exilio, com artistas e escritores cubanos Julián Orbón, Alfredo Lozano, Jesse Fernández e Eugenio Florit. Em 1974, mudou-se para Miami, onde fundou o Museu Cubano de Artes e Cultura, sendo seu diretor até o fechamento do museu em 1999. Luis é autor de um livro sobre cultura e arte cubana, El oficio de la mirada (1998), e escreveu extensivamente sobre surrealismo.
SARA SAUDKOVÁ (República Tcheca, 1967). Fotógrafa e escritora. Sara Saudková fotografa principalmente nus. Do ponto de vista técnico, são principalmente fotos clássicas em preto e branco tiradas em médio formato. Seu trabalho inicial foi influenciado pelo trabalho de Jan Saudek, com quem – como ela diz – aprendeu, porque melhor escola não há. Gradualmente, ela encontrou seu próprio estilo muito distinto. Dedica-se exclusivamente à criação livre – com fotografias encenadas documenta relações entre homens e mulheres – despedidas e esperas e entre: amor, saudade ou solidão. Suas fotos são bem lúdicas, com uma carga erótica. Saudková também escreve livros. Publicou Midnight Fairy Tales, para crianças, bem como o livro autobiográfico Ta zrzavá, Sweaty Back, sobre a crise de um homem de meia-idade bem-sucedido e um romance policial sombrio, Chuva. Nelas, trata de relacionamentos dramáticos, tramas sofisticadas e histórias emocionantes. Ele escreve sua prosa em uma linguagem viva. Sara é nossa artista convidada, a quem agradeço, pois desde nosso primeiro encontro foi muito generosa e simpática.
Agulha Revista de Cultura
Número 218 | novembro de 2022
Artista convidada: Sara Saudkovà (República Tcheca, 1967)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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