He aquí una primera
clave para entender la obra de Max Ernst, cuyo planteamiento tejido por Gérard Legrand
nos proporciona una gran lucidez, al destacar que su pintura descubre (a veces hasta la saciedad) los hallazgos
de una fusión – bastante rara en el arte, entre el consciente y el inconsciente,
o si se prefiere, entre la rabia maníaca y el abandono maravillado que a la vez
maravilla. Ernst estaba particularmente interesado en el ballet de asociaciones
de ideas, donde el azar jugaba un papel decisivo. Defendió que el arte es el producto de un intercambio de ideas, no
siendo realizado por un solo artista, sino por muchos.
El alemán Max Ernst
nació en Brühl, en abril de 1891. Hijo de un dibujante y pintor autodidacta, desde
muy joven tomó lecciones de dibujo con su padre. A los 19 años, yendo a vivir a
Bonn, conoce a Augusto Macke, quien pronto intenta presentarle a Robert Delaunay
y Guillaume Apollinaire. Entonces conoce a Hans Arp, uno de sus grandes amigos.
Luego escribe artículos sobre arte y teatro para la prensa local y participa en
algunas exposiciones colectivas. Estalla la Primera Guerra Mundial y el dadaísmo
en su contra. El mundo está diseñado para ser propicio a una fase brutal de autoritarismo
de todo tipo. Toman forma las ideas de la publicidad y el arte comprometido, raíces
con las que se bordaron conceptos como la alienación y la industria del entretenimiento.
Después de la guerra
llegó el Surrealismo. Artaud decía que cuando
se acaba la guerra, llega la poesía. Sin embargo, la guerra estaba demasiado
extendida en todas las mentes. Recuerdo una preciosa observación de Wolfgang Paalen:
Las obras en las que la guerra será completamente
ganada no aludirán a ella, del mismo modo que las obras verdaderamente revolucionarias
no muestran las banderas rojas. El surrealismo también estaba arraigado en la
guerra y un hilo oscuro tejía escenarios equívocos.
Ernst estuvo con los
surrealistas en numerosas circunstancias. Desarrolló la técnica del goteo (drapping) que sería desplegada por el estadounidense
Jackson Pollock. Llevó otra técnica a sus instantes límite: el frottage, la revelación de una nueva imagen
a partir del calco de una determinada superficie. Y a él le toca, sobre todo, establecer
una técnica imprescindible: el collage.
En todo momento el arte estuvo ligado a la mezcla, a la fusión. Él mismo declaró,
en relación con una exposición de 1921, que se consideraba un artista más allá de la pintura. Tocó la creación
con todo él mismo, sin apegarse a medios o mensajes si se observa en forma aislada.
Todo en él era fusión
en su máxima expresión, un hervor inagotable de formas y conceptos. Basta pensar
en sus novelas-collage, La femme 100 têtes
(1929), Rêve d’une petite fille qui voulut
entrer au carmel (1930) y Une Semaine
de Bonté (1934). En el libro de 1930 nos encontramos con la clave secreta de
su lectura justo en la página inicial:
¿Con qué sueñan las chicas que quieren llevar el velo?
Dorothea Tanning, quien
vivió con Ernst y quien tradujo este libro al inglés, señala que en él el autor agregó una nueva dimensión de violencia
psíquica a las ya cargadas imágenes en las que la noche y el sueño son las fuerzas
soberanas que no solo tiñen, sino que provocan la inexorable procesión de acontecimientos
que define el dilema de Una niña sueña con quitarse el velo.
Sobre La femme 100 têtes, Murilo Mendes recuerda
la importancia fundamental para su poesía, que para él sólo es comparable a la del
texto de las Iluminaciones de Rimbaud.
En uno de sus retratos relámpago de valor incalculable, Murilo se refiere al surrealista
de la siguiente manera:
Creo que Max Ernst desciende de Rimbaud, a través de la creación
de una atmósfera mágica, la confrontación de elementos dispares, la violencia del
corte del poema o del cuadro, la pasión por el enigma (allí lo ayudó la obra del
primer De Chirico). Es un psíquico. Un día le preguntaron cuál era su ocupación
favorita. Respuesta: desde niño, mirar. Algunos,
entre otros Georges Bataille, creían que Max Ernst era un filósofo; pero él objeta,
y el agudo ojo azul explica: Minerve m’énerve. (Minerva me pone nerviosa)
Sus métodos propuestos
definieron todo un tratamiento con el que hoy se reconoce entre nosotros el arte
moderno. Si Pollock desarrolló el drapeado, Magritte y Dalí empezaron a pintar collages a mano. Y el frottage, según él, sería el verdadero equivalente de la escritura automática.
Breton dijo, en 1941, que el collage correspondía
a lo que Lautréamont y Rimbaud buscaban en la poesía. Tendríamos que volver a un
sentido de mezcla ya discutido. Si el recurso de esta fusión es provocar extrañeza,
ya no tenemos nada que ver específicamente con Lautréamont o Ernst. El asombro es
el barro del que surge toda poesía. Todas las formas nacen de la maravilla. El mundo
se basa en la maravilla.
El propio Ernst siempre
ha defendido que el arte está hecho de vértigo, que las formas se tejen desde un
estado de desconcierto, desde una disponibilidad para el enunciado, que siempre
nos premia con su prodigiosa ironía. Por supuesto, hacemos nuestra contribución,
el singular refinamiento de la comprensión de formas y conceptos. El arte no es,
por tanto, la expresión de una comunidad o de un sistema. El arte expresa y define
solo al individuo; este está naturalmente en conflicto perenne con sus fantasmas
en tránsito a través de comunidades y sistemas de valores.
Su memoria del surrealismo
siempre ha mantenido una certera mirada crítica. En un momento recuerda:
Ernst también esculpió
incansablemente. Estuve en una retrospectiva de su obra en el Museo Brasileño de
Escultura (São Paulo, 1997) y las esculturas eran íntimas con las técnicas que él
había proporcionado. Había tanto collage
como frottage, purificado y propiciador
de nuevos abismos. Como él mismo decía, la máxima expresión del arte es una depuración
de situaciones abismales y peligrosas, un encuentro con lo imprevisible despojado
de todo sustento moral.
Éluard tiene razón cuando
dice que Max Ernst tomó la decisión de enterrar
la vieja razón. En su viaje hacia al corazón del hombre, encontró que vivía
a la deriva de la historia, es decir, el hombre contemporáneo sólo expresa el vacío
de su imagen frente al espejo. Es luz reflectora, incidencia externa, juego de imágenes.
Y Ernst buscaba otra razón de ser, o más bien, de no ser.
No fue creado por la guerra. Su arte se definió por un principio de acción y no de reacción. No proponía precisamente discrepancias, sino añadidos. Sólo estaba protegido por una desconcertante profusión de acentos estilísticos, en pintura, dibujo, escultura, incluso en algún que otro verso. Ernst es uno de los nombres más destacados del arte en un siglo XX controvertido, donde el vértigo tecnológico (la ciencia) buscaba apoderarse una vez más del abismo creativo (el arte).
NOTA
Traducido al español por Elys Regina Zils.
FLORIANO MARTINS | Poeta, editor, ensaísta, artista plástico e tradutor. Criou em 1999 a Agulha Revista de Cultura. Coordenou (2005-2010) a coleção “Ponte Velha” de autores portugueses da Escrituras Editora (São Paulo), e dirigiu a coleção “O amor pelas palavras” (2017-2021), parceria, de circulação exclusiva pela Amazon, entre ARC Edições e Editora Cintra. A partir de 2022 a coleção, embora mantendo seu nome, passa a ser coproduzida por ARC Edições e a revista Acrobata, destinada então à veiculação gratuita de livros em formato pdf. Curador dos projetos Atlas Lírico da América Hispânica, da revista Acrobata, e Conexão Hispânica, da Agulha Revista de Cultura.
LUIZ SÁ (Brasil, 1907-1979). Nosso artista convidado. Caricaturista brasileiro, criador dos personagens Reco-Reco, Bolão e Azeitona que, durante anos, apareceram na revista infantil O Tico-Tico. Foi também responsável pela criação de uma série de curtas de animação que ficou perdida por anos, As Aventuras de Virgulino. Seu desenho é caracterizado pelo uso quase exclusivo de linhas curvas, tendo quase todos os seus personagens os rostos bastante arredondados. Por volta de 1950 Luiz Sá muito contribuiu ilustrando panfletos educativos e relacionados com a saúde publicados pelo então Ministério de Educação e Saúde no Rio de Janeiro, como uma ilustração abaixo do texto “Quem come a galope, o intestino entope”. É um dos mais originais, significativos e emblemáticos artistas de toda a história do desenho de humor nacional, tendo sido o primeiro cartunista brasileiro com características de artista popular a conquistar visibilidade nacional. Desde os primeiros desenhos publicados ainda na imprensa cearense em 1927, passou pelos cartuns, ilustrações e histórias em quadrinhos produzidos para os mais diversos meios a partir de 1930.
Agulha Revista de Cultura
Número 219 | dezembro de 2022
Artista convidada: Luiz Sá (Brasil, 1907-1979)
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