segunda-feira, 12 de dezembro de 2022

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Floriano Martins, una aguja en la red del mestizaje

 


Hasta hace unos años, 2001, Floriano Martins era una referencia de Agulha (Aguja) revista de Internet a la que numerosos colegas aludían por la insistente presencia en sus correos electrónicos, y quizás también por la conexión inevitable y misteriosa con Banda Hispánica, otro proyecto ambicioso que da información sobre los escritores iberoamericanos. Todo desde Brasil. Digo que Floriano era, porque ya no lo es, la sospecha de pertenecer a la maligna especie de virus cibernéticos que nos desconfiguran las máquinas o borran la memoria de las computadoras, entre otras dolorosas averías que pueden dejarnos en el más absoluto de los desamparos y que seguramente parten, no de los solitarios hackers, sino del afán mercantilista de quienes nos ofrecen el remedio, esas vacunas que llegan junto con el daño. Floriano sigue corriendo por la Red, preguntando y respondiendo con la rapidez impresionante de un programa diseñado para la investigación y el rastreo de información sobre la poesía escrita en español y portugués. Floriano ya no es, al menos para quienes lo conocemos, un virus de computadora, sino un infatigable promotor de la poesía desde el barrio de Aldeota, Fortaleza, donde reside para dispararse incesante al mundo de los cibernautas.

Todo comenzó cuando Floriano Martins entró en complicidad con la revista mexicana de poesía Alforja para trabajar un número monográfico dedicado a Brasil. Junto con el artista plástico, Helio Rola, quien acompañó las páginas de la publicación con sus dibujos y grabados, viajaron a México en el año 2002 y navegaron por los canales bucólicos y estridentes de Cuemanco y Xochimilco. Desde entonces no han cesado de colaborar en el mismo afán de crear mecanismos de intercambio y conocimiento de nuestros poetas y sus obras, de nuestras culturas y sus lenguas. Floriano regresó de nuevo a México en el 2004 para participar en la cuarta Feria del Libro en el Zócalo, “la Ciudad, un libro abierto”, con el resto de la delegación de Fortaleza, estado de Ceará, Brasil, país invitado de honor del 8 al 17 de octubre, junto con Guadalajara, en ese festival cultural en torno a la lectura, que he tenido la fortuna y el honor de iniciar y dirigir.

 

JAL | Autor de libros de poesía, de entrevistas literarias y de investigación sobre el surrealismo en América Latina, es ahora sometido a las preguntas. En esa perspectiva de la vanguardia pretérita, ¿qué significa novedad para Floriano?

 

FM | Una novedad es una cosecha, es decir, hay que plantarla. Pero también es una cosecha de espanto, pues lo que más me atrae de ella, es su capacidad de sorprender. Para ello, se requiere estar conectado al mundo con todos los sentidos, y entregarse a ese cambio de alto voltaje del espíritu que la vida nos enseña a vivir. Lo curioso es que los media, los que más se interesan en la novedad, están siempre amparados en lo establecido. Inclusive lo que allí se presenta como nuevo es siempre una dilución, desde el punto de vista estético, siempre un retroceso, una máscara, un fraude. Es evidente que navegar por la Internet permite el encuentro con innumerables formas de novedades. Pero saber navegar, siempre, saber navegar…

 

JAL | Reconoces en tu escritura poética el embeleso por el discurso surrealista en lo que a la estética se refiere. Muchos poetas influenciados por ese “ismo” han negado su participación e influencia, incluso el haber pisado alguna vez sus terrenos. Tú no sólo recorres dicho territorio, sino que exploras su subsuelo en América Latina. ¿Puede decirse que insistes en cultivarlo? ¿Por qué?

 


FM | Por incontables motivos: las imágenes cortantes, vertiginosas, estimulantes; el carácter de lo escrito; su interés por los grandes abismos de la realidad; la percepción intensa de un sentido de negación; la incesante aventura exploratoria de los misterios que definen la existencia humana; el diálogo atrevido con los lugares comunes… Es evidente que la relación con el Surrealismo no puede restringirse a pertenecer a un grupo. Yo ya viví una experiencia de grupo y fue algo desastrosa, porque hay rasgos de ortodoxia que se enredan en la práctica de las relaciones. Pero observemos cierta indeterminación, que se expresa con respecto a la afinidad de algunos poetas y artistas con el surrealismo, más ligada a un sentido de oportunismo que propiamente a un cuestionamiento adecuado. Lo que en muchos casos podría ser una crítica consistente con relación a las fallas eventuales –y sabemos que son innumerables–, acaba por transformarse en un juego descalificado de egos indomables. La percepción del Surrealismo en el continente americano tomó un camino algo distinto, sobre todo considerando el hecho de que la estadía de los franceses (siempre capitaneados por Breton) en los Estados Unidos y en México, fue marcada por la formación de un gueto, una especie de colonia europea, donde el francés era mantenido como lengua única. Una contradicción con la idea de Artaud al considerar el surrealismo como una “nueva especie de magia”, o de esperanza –que acabó siendo frustrada– de César Moro, de que se tratase de una “cita de las tormentas portadoras del rayo y de la lluvia de fuego”.

 

JAL | ¿Qué le preocupa al poeta Floriano: la muerte o la palabra muerte?

 

FM | Me precocupa esta separación que tu pregunta sugiere, como si acaso una cosa fuese la experiencia de vida y otro el lenguaje. Ruina o pesar, esa entidad es parte de nuestra vida en el momento mismo en que nacemos. Consciente o no, está presente en nosotros. Los niños no tienen conciencia de la muerte en el lenguaje. ¿Cuál de los dos choques de conciencia será más determinante en sus vidas? ¿No será un mismo abismo? ¿Los poetas desafían a muerte la palabra muerte? ¿Y por dónde se arrastra el concepto de muerte? Considerando cierta primacía de dominio del lenguaje, descartando su relación intensa con el vivir, yo diría que nos estamos desviando tanto de la muerte que un día no será más que una palabra. Entonces estaremos demasiado muertos para percibir el equívoco en que nos metemos. Por otro lado, ¿qué ha hecho el hombre por la palabra, en el sentido de que la misma lo salve de sí mismo? Son cuestiones filosóficas en general, no libros de registros de una delegación de policía, la situación es otra. En rigor el hombre llegó a una dicotomía grosera: autor y víctima del mismo crimen. La criminalidad se tornó un factor atemorizante de nuestras vidas –no me refiero simplemente al juego pasional de los disparos, y sí más a una sofisticación que envuelve tanto corrupción como pedofilia–. Nada más débil hoy en día que la idea de un trasgresor. Evocar la trasgresión y no conocer los códigos en que ese lenguaje actúa. Cómo es posible decir: “Ah, todo lo que quería era un poema de amor”. Entonces no distingo una cosa de otra, porque puedo estar vivo o muerto por la palabra. ¿Significa esto no crear sentido alguno?

 

JAL | ¿Qué papel desempeñan en tu poesía la plástica y la música, ¿Cómo las incorporas o las refieres?

 

FM | Tal vez podría decir que se trata de una cuestión de oportunidad, considerando el hecho de que mis padres escuchaban mucha música y que era igualmente intenso el acceso a las ediciones de obras plásticas. Lo que resultaba más impresionante para un niño era la cantidad de libros de la biblioteca de mi padre. Entonces supongo que la diversidad con que las cosas se presentaban delante de mí haya sido determinante. Claro, todo eso encajaba en cierta naturaleza insaciable, algo que caracteriza aún todo lo que hago. El hecho es que el mundo no nos absorbe a través de lo que leemos, sino de lo que oímos, vemos, tocamos, olemos, degustamos. La lectura –comprendida en su aspecto habitual– no es uno de los sentidos humanos, pero si una consecuencia de la actuación plena de esos sentidos. En gran parte la fijación de los intelectuales por la lectura viene de su temor de fundirse en la materia quemante de la existencia. Cuando escribo –aquí es necesario decir que raramente pienso el poema como un hecho aislado-- estoy siempre imaginando toda la plasticidad, la dinámica, el argumento, etcétera. Es como si me sintiese más un dramaturgo que propiamente un poeta. Imagino el poema-libro como algo tridimensional.

 

JAL | Entre una poesía del lenguaje y una poesía inquieta aún por el hecho mismo de la vida, más preocupada por conmover, tocar al lector, es que advierto se mueve tu poesía. Quiero decir que no es experimental hasta sus últimas consecuencias, no pretende el balbuceo, el juego fonético o la segmentación semántica, sino que se desliza por una lógica más o menos incluyente. ¿Qué opinaría un surrealista de ello?

 

FM | Muchos surrealistas decían, dicen aún, que la poesía está en otro lugar. Pero ¿cuál sería otro lugar? ¿Cuántas veces el estado de verdad inmediata, defendido por Tristan Tzara fue más que las obras de circunstancias a que se refería André Breton? El primer lector que un poeta debe arriesgarse a tocar es él mismo. Es impresionante la cantidad de poetas que andan por la vida sin dejarse tocar por la poesía. No obstante, el surrealismo, la poesía continúa siendo percibida apenas como un juego de palabras. Para mí lo experimental no disocia instrumento y sensación. Cuando digo que lo que nos impresiona se imprime en nuestro espíritu no estoy haciendo un juego del lenguaje. Mas es necesario que haya verdad en esto. En caso contrario la conmoción se vuelve panfleto, regla. El instrumento es un recurso. Entendemos bien esto cuando el asunto se refiere a un piano. Ah, sí, se trata de música... ¿pero cuando el verbo está en cuestión? Es mi vida la que supera el escrito y nunca al contrario, por más que yo tenga pleno dominio del lenguaje.

 


JAL | Tus poemas a menudo se presentan como un panteón lírico, donde uno puede seguir puntualmente la huella de tus afectos y tus influencias, o mejor digamos tus lecturas, no siempre vanguardistas. ¿Qué hay de cierto en lo que digo?

 

FM | No cabe esa diferenciación. No veo en que circunstancia la poesía no se identifique con lo lírico. Claro que no me refiero al panteón, sino a los actos simples de la crítica. Vamos a conversar –el poema es una forma de diálogo, ¿no? – con lo que pasa delante (o dentro) de nosotros. Tuvimos una sobrecarga en lo que se ha dicho respecto del término vanguardia y esto generó a menudo un mal entendimiento en lo que puede ser sustantivo. El concepto vanguardia fue tan explorado que hoy sufre un desgaste excepcional. Hay que entender que una cosa es el recurso, el diálogo, la caja de pandora, y otra la manera como el objeto final, emergido de ese diálogo, se presenta. Volviendo a tu pregunta. Hay una distinción fundamental en términos del carácter del escrito y lo que dice respecto a su estricta relación con quien lo escribe.

 

JAL | Para darle paso a otra temática, evoco la pregunta que te haces en un verso de tu poemario Alma en chamas (Alma en llamas): “¿Qué hombre habita en mí?” ¿Tiene respuesta esa cuestión? ¿Hay alguien diferente a Floriano que ocupa su existencia y dicta su poesía?

 

FM | Hay innumerables. No diría que propiamente distinto de mí o al que dice, en solitario, lo que escribo. No creo en la voz propia que no sea la consonancia de una multitud de voces. Algún crítico ya observó la condición sinfónica de mi poética y debo estar de acuerdo con tal juicio. Somos, al menos en parte, aquello que nos consume. Poner en duda al hombre que lo habita es lo mínimo que un poeta puede exigir de sí antes de pretender declararse antena de la raza.

 

JAL | Me has dicho, en nuestras largas conversaciones por las calles y las playas de Fortaleza, que Brasil sólo mira a Brasil, asombrado, quizás, por su propio gigantismo geográfico o quizás confuso por su enorme y bello mestizaje. Tú mismo eres una muestra de que hay búsquedas para tocar y ser tocado en y por el exterior. ¿Excepción o regla?

 

FM | En buena hora esta mención al mestizaje. En rigor siempre cargamos con la mirada de los obcecados por la pureza, los temerosos de todo tipo de mezcla, racistas que buscan eliminar la fusión, el encuentro, el encantamiento que solamente se sumerge en lo que otro propicia, y lo hacen por incompetencia, por apego a una condición mezquina que nada tiene que ver con el argumento de la defensa de una cultura. Lo más fuerte de la cultura brasileña está en su mixtura, lo que acaba por atropellar a muchos a quienes simplemente falta aliento para comprender un mundo en pleno torbellino de experiencias inagotables. No tenemos problema de arritmia. Lo que tenemos es un exceso, de ritmos y dioses, cuya mezcla es intempestiva y a veces aturdidora. Somos una tierra plena de desbordamiento. La idea de un gigantismo tiene una doble connotación: por un lado, nos ciega en relación con las afinidades culturales evidentes y por otro lado despierta cierta envidia en lo tocante a lo que nos es aparentemente superior. No es que eso veamos para nosotros mismos. Todo lo contrario: somos ciegos de todo, inclusive de nosotros mismos. Todo lo que era más visceral y sofisticado en las imágenes poéticas de autores como Celso Luiz Paulini, Claudio Willer, Rodrigo de Haro y, sobre todo, Roberto Piva –poetas identificados como de la generación de los 60, por ejemplo–, no fue percibido por la crítica, y esto se dio porque esa poesía rompía con cierto padrón de formalismo, sobre todo considerando entonces el paso de estafeta de la Generación del 45 hacia el Concretismo. Entonces no es nuestro mestizaje lo que suscita una confusión, sino la línea dura del positivismo que hemos entrañado en nosotros.

 

JAL | Además de poeta, traductor, ensayista y editor electrónico eres un fuerte crítico de la poesía en tu país, el cual, hay que reconocerlo, posee una rica tradición poética ¿Qué rescatas de esa herencia?

 

FM | La idea de una tradición implica una transmisión, un reconocimiento. En este sentido, no se puede hablar de tradición lírica en Brasil, excepto si pensamos en la gran línea parnasiana que define toda nuestra trayectoria poética. Tenemos que pensar bien en esto. El formalismo ornamental y edulcorado, ¿sería entonces nuestra tradición? En las últimas décadas tuvimos unos rapaces que acuchillaban la sintaxis, pugnaban por la incomprensión, simpatizantes de la ruptura a toda costa, inclusive a costa del entendimiento de la propia (literatura). Aún están por ahí algunos de esos rapaces. No, no poseemos una rica tradición poética. Lo que se pasa es que en algunos casos la poesía brasileña es mejor conocida en el exterior que en casa. Tenemos una tradición otra, un río subterráneo que ha sido groseramente despreciado. Tal vez los mexicanos recuerden aún a José Santiago Naud (1935), cuyo libro Piedra Azteca tiene únicamente una edición mexicana (Papeles Privados, 1985). Lo mismo Jorge de Lima, para muchos la mayor expresión poética del país, es un nombre de poca circulación. Al contrario, abundan las valoraciones a poetas nítidamente de segunda línea, como Mário y Oswald de Andrade. La mejor herencia por ser rescatada no es aquella que se detiene en nombres, sino en el carácter que la determina. La cultura brasileña está muy peligrosamente contaminada –lo que se acentúa más y más en estos días– por un sentido muy particular de descomposición. No se trata apenas de esa avalancha de corrupción que los media anuncian a cada instante. Se trata de una depravación del sentido ulterior, nos estamos deshaciendo por falta de creer más en nosotros mismos. Estamos recogiendo ahora el fruto de toda una historia de falta de atención para lo que verdaderamente somos. Hacer la defensa ahora de una identidad cultural –desechando toda la instancia retrógrada que envuelva el tema– es de un cinismo, de un oportunismo descarado, asunto de gente que no quiere sino seguir descarnando el cadáver de esta cultura. Hasta el último instante, sin drama o carnaval, cuando entonces se muden todos a otro paraíso fiscal.

 


JAL | ¿Cómo se conforma desde tu punto de vista la República de las letras (de la poesía) en Brasil?

 

FM | Toda casta intelectual se organiza siempre en el sentido de cooptación con el poder. Tal concubinato hace de nuestra república de las letras una joven señora muy dedicada a los placeres de la carne, reticente a considerar la existencia del espíritu. La ausencia de una tradición crítica –y me refiero no a la crítica de circunstancias, sino a aquella área de la percepción interesada en evidenciar eventuales equívocos de un texto, proponiéndose iluminar sus zonas oscuras, sin una determinación judicial que venga a eliminar la obra en cuestión por discordia estilística u cualquier otra enfermedad existencial–; pues bien, esa ausencia, ya clásica entre nosotros los brasileños, contribuye a la persistencia pasmada de los mismos errores, en muchos casos los más primarios.

 

JAL | Sin ánimo de competencia y de comparación, pero tomando en cuenta tu trabajo editorial y tu larga experiencia como entrevistador ¿Cómo percibes el desarrollo de la poesía en tu país con respecto al resto de Iberoamérica (incluyendo a Portugal y a España)?

 

FM | Sería irresponsable la comparación. Una cosa es una selección de grandes poetas –y esto se puede hacer en España, en Portugal, en Brasil y en América Hispánica (no olvidar que allí la aventura tendría que caminar por 19 países, con sus magníficas peculiaridades). Es bien probable que los nombres sean desconocidos también en su restringida área de actuación. Aunque de generaciones distintas, no creo que gocen del reconocimiento internacional que merecen, poetas como José Ángel Valente (¿España?), Luís Miguel Nava (¿Portugal?), Roberto Piva (¿Brasil?) y Ludwig Zeller (¿Chile?). Otra cosa es reconocer que esa resplandeciente minoría pueda llegar a constituir una competencia. Una característica que marca el espíritu de los poetas brasileños, en líneas generales, es el provincianismo, y digo esto en el sentido de que juegan mucho con las apariencias –del escrito y del carácter, puesto que separan una cosa de otra--. Esto hace que se conviertan en rehenes de una compulsiva novedad, que muden de ropa (el lenguaje, ¡ah, ese garfio y daga del lenguaje!), al sabor del convite que reciben para el evento en turno. Hay otros que no, sí, hay otros que no. Ahora recuerdo que antes de que iniciáramos nuestra conversación yo había decidido no citar nombres. Esto causa una confusión pavorosa, porque somos propensos a identificarnos con los personajes equivocados. Imagine si digo aquí un nombre, por ejemplo, Hilda Hilst (uff!, esta por suerte ya murió), y ella misma, sí, ella misma, no entiende que esa afirmación mía es una manera de preocuparme con algo que me es afín… Basta de citar nombres. Todos son los brillantes poetas que se imaginan ser.

 

JAL | Por último. ¿Estás convencido de que el proyecto Agulha, además de poner en contacto a los escritores de América Latina y el mundo, pueda ser un factor de calidad y avance en nuestras letras, digamos ¿una aguja sobre el globo de la complacencia y la endogamia?

 

FM | No tengo duda alguna en cuanto a esto. Una lectura conjunta de los editoriales de Agulha Revista de Cultura apunta en este sentido, confirmando la pauta abarcadora que hemos propiciado en cuatro años de actuación. Es cierto que tenemos un número de lectores que debe ser considerado. Con todo, pertenecemos a un mundo virtual, con sus rechazos de parte de una realidad impresa que aún no percibió que se hiere a sí misma al refutarnos. Es evidente que lo que Internet propicia, posee en sí la misma carga de ambigüedad de cualquier otro instrumento (soporte). Siempre será posible salvar o segar una vida con la misma arma.

 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Realizó estudios de maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue codirector de la revista Alforja, es coordinador general de Publicaciones de la Universidad Intercontinental y director general de la revista La Otra. Fue subdirector de Literatura, Artes Plásticas y Artes Escénicas, Director de Vinculación Cultural y Coordinador de Vinculación Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, de 2001 a diciembre de 2005. Ha sido jurado de numerosos concursos nacionales e internacionales de literatura, y de las becas que otorga el Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes y la Fundación para las Letras Mexicanas, en diversas ediciones (2004, 2006).
 

 

 


LUIZ SÁ (Brasil, 1907-1979). Nosso artista convidado. Caricaturista brasileiro, criador dos personagens Reco-Reco, Bolão e Azeitona que, durante anos, apareceram na revista infantil O Tico-Tico. Foi também responsável pela criação de uma série de curtas de animação que ficou perdida por anos, As Aventuras de Virgulino. Seu desenho é caracterizado pelo uso quase exclusivo de linhas curvas, tendo quase todos os seus personagens os rostos bastante arredondados. Por volta de 1950 Luiz Sá muito contribuiu ilustrando panfletos educativos e relacionados com a saúde publicados pelo então Ministério de Educação e Saúde no Rio de Janeiro, como uma ilustração abaixo do texto “Quem come a galope, o intestino entope”. É um dos mais originais, significativos e emblemáticos artistas de toda a história do desenho de humor nacional, tendo sido o primeiro cartunista brasileiro com características de artista popular a conquistar visibilidade nacional. Desde os primeiros desenhos publicados ainda na imprensa cearense em 1927, passou pelos cartuns, ilustrações e histórias em quadrinhos produzidos para os mais diversos meios a partir de 1930.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 219 | dezembro de 2022

Artista convidada: Luiz Sá (Brasil, 1907-1979) 

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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