quinta-feira, 29 de dezembro de 2022

LUIS FERNANDO CUARTAS (Colombia, 1956)

LA CREACIÓN POÉTICA & SUS ESPEJOS


 


FM | Como creador, ¿eres un perseguidor de imágenes o simplemente mantienes abiertas las puertas de la percepción para que entren?

 

LFC | No me imagino uno con una red para capturar mariposas, en un bosque entre tropiezos, buscando imágenes que vuelen cerca y poder llevarlas a un cajón con alfileres.

Las imágenes se cuelan, se meten por los resquicios de los muros, aparecen de repente. Aunque el azar hay que llamarlo, hay ejercicios para hacer que lo insólito amanezca cerca de uno. El mundo onírico hay que saberlo visitar. Dejemos las ventanas abiertas, que se cuele el mundo entre los párpados.

Uno puede ser un obcecado, un terco, un empecinado, hay ahí disciplina, amor y búsqueda, más siempre hay que estar dispuesto a dejarse deslumbrar, siempre abierto que todo puede llegar.

No se capturan imágenes, se convive con ellas.

 

FM | ¿Tienes una esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?

 

LFC | La esperanza viene de la espera, de las celadas al futuro. En el momento no trato de hacerle trampas a mis próximos años. Soy un ser con seis décadas encima, la vida es cada vez más breve, más seguimos creando con la fuerza y el deseo de ser joven. Hay mucho de longevidad en el acto de crear. No busco ni estados bucólicos, ni las premuras de las urbes, ni el desasosiego de un transeúnte sin bitácora. Sigo ese día a día, esa simple vida, con sus profundidades y bajezas, con amores y olvidos, con pobrezas y riquezas, ser ese ser que es, sin pretensiones forzadas.

Crear es una lúdica, un estado de infancia reencontrada, una renovación, la esperanza no es tanto conseguir resultados faustuosos, ni grandilocuentes, ni jugársela por un “reconocimiento desmedido”. Uno a duras penas trata de auto-reconocer, de auscultar su mundo, de intuir extrañezas y sorpresas, sin remordimientos, sin miedos, sin angustias.

Todos los días uno crea y también descree. Hay escepticismo, eso de creer que la imaginación siempre estará dispuesta es algo poco probable. Existen bajones, crisis, momentos de plenitud como catástrofes y desalientos.

Crear es una manera de existir, de sentirse activo, de ser en el mundo, más no todo lo que se crea es siempre maravilloso, especial, renovador, uno tiene traspiés, se enreda, fracasa, eso hace parte de la vida misma.

El método es vivir sin ínfulas, sin arrogancias.

 

FM | ¿Cómo percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?

 

LFC | No dejamos de ser soñadores. En la adolescencia se tenían sueños de ser más volátil, más aventurero, de caminar y conocer nuevos paisajes. Ya he vivido algunos años más sobre el planeta, no puedo decir que no he logrado caminar, ser errante entre caminos y paisajes. Más sé que mucho me ha faltado. El tiempo se agota, cada día se da uno cuenta que ya no es posible las grandes Odiseas. No me siento un héroe, con cicatrices devastadoras, con un diario escrito en conmemoración de los fracasos.

Hoy se es más sopesado, pero no por eso menos fantasioso. Se es atrevido, más no ligero y se es menos desmesurado, más no por eso menos imaginativo. Ahora más que nunca se tienen deseos y fuerzas para escribir, pintar, hacer gestiones culturales, de dormir menos y hacer más. Más no nos engañemos, también es cierto que un año más es un año menos.

Todo consiste en no dejar envejecer el pensamiento, mantener el fuego imaginativo altivo. El asunto está en saberse nimio, pero no muerto, hay rutas por abrir, hay lugares por ver, hay palabras para degustar, hay amores por conocer, hay un mundo que se abre cual garganta abisal y nos atrae.

 

FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Italo Calvino descubre que el fuego real es el fuego oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura? ¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?

 

LFC | Zoroastro fue un profeta de la luz, del fuego, más el fuego no siempre es algo manifiesto, no es tan visible: aparece, flamea, quema, ilumina, se hace antorcha, revindica el sol y la noche aun mismo tiempo. Más puede volverse esquivo, efímero y perderse. Recodemos a Rimbaud, un ciclón iniciático que enmudeció. El fuego hay que saberlo conservar. Para eso están los ritos, los símbolos y el éxtasis.

Es posible que uno tenga periodos de agotamiento, de falta de furor, de luminarias pobres. Más hay que escarbar muy adentro de sí. Las lecturas me han ayudado mucho, las conversas con otros creadores, los cambios de lugar, pero sobre todo, la contemplación serena. Volver a ciertos estados de quietud, de sencillez, de darse cuenta que no todo está ya hecho, más no todo lo podemos hacer.

Recuerdo esos versos de Barba Jacob:

 

Decid cuando yo muera… (¡y el día esté lejano!)

soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,

en el vital deliquio por siempre insaciado,

era la llama al viento…y el viento la apagó…

 

Todos somos pasto del olvido, somos efímeros pese a todo, somos llamas y a la vez humo. Hoy en día no hay dolor en decir esto. Uno sabe que existen castillos que no vamos a derrumbar, sabemos que hay amores insondables, que no tendremos el gran poema universal, somos llama al viento. Sabernos así nos da más temeridad, más aliento, es sentirnos más alertas, más díscolos, más irreverentes sin ser grandilocuentes.

La búsqueda del fuego se mantiene, toca perseverar, las antorchas titilan, el viento arrecia, a ratos uno teme que todo quede a oscuras, más mientras Zoroastro siga atizando el fuego, uno continua armando las fogatas, creando sus poemas, visitando el asombro, bebiendo de los sueños.

 

FM | ¿Crees que hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?

 

LFC | Mientras tengamos vida habrá ideas, no es por exceso de ellas que vamos a perecer, es por su precariedad, por su pobreza, por la estulticia, por la necedad y la idiotez que estamos en peligro.

Creo que se hace necesario volver a pensar, volver a la filosofía, la riqueza de las ideas para la vida como lo diría Nietzsche, el sentido hedonista del placer, la jugosidad de la existencia. Creo que se hace necesario humanizar más las ideas, darle ese sentido de resplandor y de festejo que deben tener. No se trata de fijarlas, de darles ordenamientos de confiscación, de hacer normatividades con las ideas, creo que nos falta más poetizar el mundo.

Eliminar los lugares comunes, las obviedades, lo panfletario, lo demasiado discursivo y pedante, ser de ideas más desnudas, más desde lo cotidiano, pero a su vez, más desde lo vital, lo que nos exalte, conmueva y excite. Lo que nos mueva, nos acerque y nos haga más rebeldes, tal como lo decía Breton: “La rebelión y solo la rebelión, es creadora de luz y esa luz no puede tomar más que tres caminos: La poesía, la libertad y el amor”

Las ideas se cultivan, se propagan, se comparten, se alimenta uno de ellas, más las ideas que nos hacen germinar, que nos ponen en movimiento, que se convierten en viandas, son ideas que hacen que la imaginación sea siempre ondeante y libre.

 

FM | ¿Cómo has contribuido a mejorar el mundo?

 

LFC | Creo que con uno o sin mí, el mundo poco ha de cambiar. Una vez escuche que aún recodamos a Cervantes, más poco conocemos de sus vecinos, los de la tienda donde compraba alimentos, del olor de la cocina, de la higiene en los barcos, de la luz en las cárceles, de sus fiestas y del color de las baldosas de la casa. Con esto quiero decir, que uno no mejora el mundo, la suma de las penalidades, aciertos y renovaciones, están con uno y sin uno. Al escritor no se le olvida mientras sus personajes se sienten con uno en la conversa, pero se pierden los colores y sabores de las fiestas, el momento, la cotidiana existencia.

Lo que sí me gustaría decir, es que el mundo si lo ha mejorado a uno. Me tocó vivir el fin del siglo XX, el inicio del XXI, tengo aún la carga del rock en mis costillas, de las penosas guerras como la del Vietnam, Camboya, o las guerras en Latinoamérica, grandes revoluciones en la poesía, pasar de un romanticismo camandulero, de los florígeros bucólicos al nadaísmo, al surrealismo, pasar por nuevos libros, nuevas amistades, me ha cambiado mucho.

Creo que es el mundo quien me ha mejorado a mí.

Yo no me siento mesiánico, ni liberador, ni profeta. Me gusta la poesía, trato de hacerla, me arrastra, me seduce, más no creo que esto ayude a mejorar el mundo, al menos nos hace más humanos, menos dogmáticos, más abiertos, más generosos, menos arrogantes, y eso ya es algo muy importante.

Aún en medio del consumismo, el egoísmo frenético por monetizarlo todo, aún en medio de conflictos bélicos, hambrunas y despotismos, el mundo que me tocó vivir me ha ensañado muchas cosas.

He sido un privilegiado entre libros, artistas, caminantes, dramaturgos, poetas y cantantes. Mis amigos han sido mi gran tesoro, es algo invaluable.

 

FM | ¿Existe una realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?

 

LFC | Para todos es sabido que América es un continente mestizo, un crisol de identidades. Esa riqueza multiétnica, las lenguas, sus historias, sus mitos, sus paisajes, la mezcla entre lo indígena, lo afro, lo judío, lo árabe, lo gitano, las migraciones europeas, lo hibrido de lo fronterizo, ha creado un mundo mágico por excelencia. Existe una hermandad cultural por la lengua impuesta, la religiosidad cristiana, la herencia occidental, más existen también profundas diferencias sociales, lenguas desconocidas, rituales y formas de pensamiento siempre por aprender y conocer.

América es un continente poético. Si algo podría atravesarnos en una multiplicidad de afectos y de identidades sería la poesía.

Esa América deseada, tiene un hilo que nos une, la experiencia artística y poética, más no creo que deba de ser una enorme republica de poetas, un Congreso internacional de artistas que se auto legislen y se organicen.

Temo mucho que propuestas donde se busca unificar, uniformar y hacer conventillos para ejercer la acción poética, suena mucho a buenas intenciones, a beatificación y cofradía de artistas con aureolas. Mucho de esos “ordenamientos” pueden terminar en dogmas, leyes y justificaciones.

América en su diversidad y en su caos, en sus enigmas y en sus abismos sociales, está su fuerza, su riqueza. No para explotar, o exportar lo exótico de ella, se trata de quererla, de sentirnos parte de esa inmensidad, de sumergirnos en sus multiplicidades, de sentirnos parte vital de sus entrañas. Con absoluta libertad creativa, con el deseo enorme de conocernos más, más no tratar de filar el caos en una tropa de angustiados.

 

FM | ¿Qué sueles leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único material imprescindible para tu creación?

 

LFC | La poesía es mi eje fundamental, más tengo formación de historiador, de lector de textos de antropología, de filosofía, de lo que se ha llamado la nueva historia, creo que todo esto nos enriquece y nos da mayor capacidad de entendimiento y de acercamiento. Hay grandes vacíos. Recuerdo que una vez estuve en Brasil, y me di cuenta de lo mucho que desconocemos un país hermano. No sólo desde su geografía, sus gentes, sus procesos culturales y su historia.

Agradezco lo mucho que me ha servido leer sobre la escuela de los Annales, la corriente fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch, una mirada menos apologética del pasado. A no dudarlo, aún me falta mucho, pero trato de seguir en esa vocación de alumno perenne.

La filosofía, los textos de historia de las religiones, las crónicas de viajes, pasando por biografías, geografías, textos sobre mitología, todo eso en conjunto me ha dado una armazón de miradas y de encuentros que me ayudan en mi trabajo creativo.

 

FM | ¿Crees en la existencia de la sociedad?

 

LFC | Una vez leí algo de Artaud que decía: “la sociedad reposa sobre un crimen cometido en común”, frase que aún no se me ha borrado. Creo que es verdad, la sociedad en gran medida es una complicidad donde se cometen todo tipo de atropellos en nombre de los intereses del común y donde desde las dirigencias hasta la base de los anónimos estamos involucradas.

La sociedad si existe como tal, más hay que desmitificarla. Las sociedades generan controles, consumos, legislan, organizan, reprimen, condenan, forman pensamiento, dejan una impronta, se convierten en red, campana, techo, nos abarca y nos raya desde adentro hacia afuera.

Creo que los artistas podrían acercarse mucho a la desobediencia civil, el ideal de Thoreau y en nuestro caso del filósofo Fernando González Ochoa. Una manera de estar al descampado, de ser un outsider social, de vivir a las márgenes, tal vez cercano al mito del Buen Salvaje de Rousseau, yo diría de vivir con cierto escepticismo, ya lo decía José Saramago, “sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios”.

A la sociedad hay que verla con mucho escepticismo, sin muchas esperanzas, algo que existe, pero a la que no hay que hacerle muchas venias.

 

FM | ¿Quién eres de todos modos?

 

LFC | Mi padre tuvo una mediana fortuna, pero la dilapidó muy fácilmente, terminó como un obrero medio filipichín, bien vestido y algo de una fingida aristocracia. Mi madre fue enfermera, luego profesora, fundo instituciones educativas, era una lideresa comunitaria. Yo soy la herencia de ambas partes. Como mi padre muy dado a crear vínculos, hacer amigos, participar de actividades comunitarias. Como mi madre, amante de la lectura, del teatro, de la educación, más algo tímida, fuerte y voluntariosa, entre la terquedad y la obstinación. Mi abuela materna tenía una gran memoria, había leído el Quijote desde muy niña y se lo sabía casi todo letra a letra. Contaba cuentos y era una excelente culinaria, la buena mesa fue parte de mi infancia.

De todo eso queda algo, las lecturas, los viajes, las actividades culturales, la búsqueda de un lenguaje poético, el placer de escribir. Actividades que fueron formando a este personaje entre la timidez, el placer de estar solo, haciendo manualidades, escribiendo o pintando.

Me he inventado a mí mismo como el Gato Cuentacuentos, he salido por diferentes lugares contando anécdotas y leyendas, inventando situaciones, entre el humor y la historia.

Me ha gustado escribir, hacer tertulias, crear talleres de lectura y de escritura. En últimas estar activo.

Más al cabo de las quinientas, aún no sé quién soy. No soy artista plástico, aunque me gusta. No soy escritor de oficio, ni profesional de letras, aunque me gusta. No soy místico, ni anacoreta, aunque intenté ser monje. Aunque me ha gustado caminar, subir montañas, conocer lugares, aún me falta mucho para ser un trotamundos.

Me quedo como Fercho, el Gato. Como decía Mario Cesariny: “soy un poeta bastante sufrible en el tiempo en el que el techo está muy bajo”.

Cada vez me alejo de la idea de describirme, es algo abrumador eso de decir quién es y para dónde Siempre salen nuevas aristas, uno se re-crea, se hace y se deshace.

Fercho, el Gato, me ha gustado, hay muchas afinidades con felinos. Su espléndida pereza, su altivez como si fuesen monarcas de reinos olvidados, su intuitiva inteligencia, su manera de ser noche, de vivir sin premuras, todo eso me encanta y me reencarna.

 

FM | ¿Qué te parece la idea de incluir un poema propio, comentando algo que motivó su creación?

 

EL VIEJO Y EL GATO…

 

No soportamos una pena sobre una lágrima de cobre, nos volvemos viejos sin saber de dónde vienen los maullidos, lloramos sobre la pelambre del planeta y seguimos creyendo que nuestras vidas son milagros nacidos de la fatiga de un jueves parecido a un pequeño crimen.

Nada de eso, la vejez nos llega lúcida si vemos las siete vidas de un fantasma, la capacidad de subirnos al techo del cerebro, de maullar sin pedir leche, de salir en la noche a buscar un verso en una botella de ajenjo, de amar sin miramientos la gata de la ventana ajena, la vejez nos llega cuando el gato interior nos saluda en un parpadeo de dos siglos.

Los viejos y los gatos son símbolos de perdurabilidad en instantes.

Nada de maquillajes, una piel con cicatrices como mapas, un gato con más lunas que un desastre, un animal acurrucado en el fondo de una existencia hecha de hazañas y de olvidos.

Los viejos y los gatos, son un amasijo de años con la secreta ternura de un hallazgo de un niño sobre un mantel a cuadros.

Todo tan nada, Todo tan mucho, como un Vallejo enfermo antes de un Paris con aguacero. Somos gatos que pasamos de agache entre las sombras.

 

Este poema es una observación entre la vejez lúcida, el paso del tiempo, la relación con el mundo felino y los humanos. Lo escribí una madrugada de un tirón, casi sin saber a dónde iría a dar. Hoy hace parte de un posible libro sobre reflexiones sobre lo cotidiano.

 

 


LUIS FERNANDO CUARTAS (Colombia, 1956). Poeta, gestor cultural, caminante, guía de patrimonio cultural, historiador de la Universidad Nacional. Hace cuatro décadas participa con John Sosa, en el proyecto Poesía al Aire Libre, posteriormente Revista Punto Seguido, incluyendo performance, actividades tanto urbanas como rurales con la poesía, las artes escénicas y plásticas. Trabaja el collage, y esculturas con materiales en desuso, ha recreado personas históricas haciendo recorridos por la ciudad. Ha participado con Organización Caminera de Antioquia en procesos de recuperación de antiguos caminos tanto prehispánicos como coloniales.

 

 

 


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