LA CREACIÓN POÉTICA & SUS ESPEJOS
LFC | No me imagino uno con una red
para capturar mariposas, en un bosque entre tropiezos, buscando imágenes que
vuelen cerca y poder llevarlas a un cajón con alfileres.
Las imágenes se cuelan, se meten por los resquicios de los
muros, aparecen de repente. Aunque el azar hay que llamarlo, hay ejercicios
para hacer que lo insólito amanezca cerca de uno. El mundo onírico hay que
saberlo visitar. Dejemos las ventanas abiertas, que se cuele el mundo entre los
párpados.
Uno puede ser un obcecado, un terco, un empecinado, hay ahí
disciplina, amor y búsqueda, más siempre hay que estar dispuesto a dejarse
deslumbrar, siempre abierto que todo puede llegar.
No se capturan imágenes, se convive con ellas.
FM | ¿Tienes una
esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?
LFC | La esperanza viene de la espera,
de las celadas al futuro. En el momento no trato de hacerle trampas a mis
próximos años. Soy un ser con seis décadas encima, la vida es cada vez más breve,
más seguimos creando con la fuerza y el deseo de ser joven. Hay mucho de
longevidad en el acto de crear. No busco ni estados bucólicos, ni las premuras
de las urbes, ni el desasosiego de un transeúnte sin bitácora. Sigo ese día a
día, esa simple vida, con sus profundidades y bajezas, con amores y olvidos,
con pobrezas y riquezas, ser ese ser que es, sin pretensiones forzadas.
Crear es una lúdica, un estado de infancia reencontrada, una
renovación, la esperanza no es tanto conseguir resultados faustuosos, ni
grandilocuentes, ni jugársela por un “reconocimiento desmedido”. Uno a duras
penas trata de auto-reconocer, de auscultar su mundo, de intuir extrañezas y
sorpresas, sin remordimientos, sin miedos, sin angustias.
Todos los días uno crea y también descree. Hay escepticismo,
eso de creer que la imaginación siempre estará dispuesta es algo poco probable.
Existen bajones, crisis, momentos de plenitud como catástrofes y desalientos.
Crear es una manera de existir, de sentirse activo, de ser
en el mundo, más no todo lo que se crea es siempre maravilloso, especial,
renovador, uno tiene traspiés, se enreda, fracasa, eso hace parte de la vida
misma.
El método es vivir sin ínfulas, sin arrogancias.
FM | ¿Cómo
percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente
creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o
incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?
LFC | No dejamos de ser soñadores. En
la adolescencia se tenían sueños de ser más volátil, más aventurero, de caminar
y conocer nuevos paisajes. Ya he vivido algunos años más sobre el planeta, no
puedo decir que no he logrado caminar, ser errante entre caminos y paisajes.
Más sé que mucho me ha faltado. El tiempo se agota, cada día se da uno cuenta
que ya no es posible las grandes Odiseas. No me siento un héroe, con cicatrices
devastadoras, con un diario escrito en conmemoración de los fracasos.
Hoy se es más sopesado, pero no por eso menos fantasioso. Se
es atrevido, más no ligero y se es menos desmesurado, más no por eso menos
imaginativo. Ahora más que nunca se tienen deseos y fuerzas para escribir,
pintar, hacer gestiones culturales, de dormir menos y hacer más. Más no nos
engañemos, también es cierto que un año más es un año menos.
Todo consiste en no dejar envejecer el pensamiento, mantener
el fuego imaginativo altivo. El asunto está en saberse nimio, pero no muerto,
hay rutas por abrir, hay lugares por ver, hay palabras para degustar, hay
amores por conocer, hay un mundo que se abre cual garganta abisal y nos atrae.
FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Italo Calvino
descubre que el fuego real es el fuego
oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura?
¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?
LFC | Zoroastro fue un profeta de la luz, del fuego, más el
fuego no siempre es algo manifiesto, no es tan visible: aparece, flamea, quema,
ilumina, se hace antorcha, revindica el sol y la noche aun mismo tiempo. Más
puede volverse esquivo, efímero y perderse. Recodemos a Rimbaud, un ciclón
iniciático que enmudeció. El fuego hay que saberlo conservar. Para eso están
los ritos, los símbolos y el éxtasis.
Es posible
que uno tenga periodos de agotamiento, de falta de furor, de luminarias pobres.
Más hay que escarbar muy adentro de sí. Las lecturas me han ayudado mucho, las
conversas con otros creadores, los cambios de lugar, pero sobre todo, la
contemplación serena. Volver a ciertos estados de quietud, de sencillez, de
darse cuenta que no todo está ya hecho, más no todo lo podemos hacer.
Recuerdo esos versos de Barba Jacob:
Decid
cuando yo muera… (¡y el día esté lejano!)
soberbio
y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en
el vital deliquio por siempre insaciado,
era
la llama al viento…y el viento la apagó…
Todos
somos pasto del olvido, somos efímeros pese a todo, somos llamas y a la vez
humo. Hoy en día no hay dolor en decir esto. Uno sabe que existen castillos que
no vamos a derrumbar, sabemos que hay amores insondables, que no tendremos el
gran poema universal, somos llama al viento. Sabernos así nos da más temeridad,
más aliento, es sentirnos más alertas, más díscolos, más irreverentes sin ser
grandilocuentes.
La búsqueda del fuego se mantiene, toca
perseverar, las antorchas titilan, el viento arrecia, a ratos uno teme que todo
quede a oscuras, más mientras Zoroastro siga atizando el fuego, uno continua
armando las fogatas, creando sus poemas, visitando el asombro, bebiendo de los
sueños.
FM | ¿Crees que
hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas
ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el
mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?
LFC | Mientras tengamos vida habrá
ideas, no es por exceso de ellas que vamos a perecer, es por su precariedad,
por su pobreza, por la estulticia, por la necedad y la idiotez que estamos en
peligro.
Creo que se hace necesario volver a pensar,
volver a la filosofía, la riqueza de las ideas para la vida como lo diría
Nietzsche, el sentido hedonista del placer, la jugosidad de la existencia. Creo
que se hace necesario humanizar más las ideas, darle ese sentido de resplandor
y de festejo que deben tener. No se trata de fijarlas, de darles ordenamientos
de confiscación, de hacer normatividades con las ideas, creo que nos falta más
poetizar el mundo.
Eliminar los lugares comunes, las obviedades, lo
panfletario, lo demasiado discursivo y pedante, ser de ideas más desnudas, más
desde lo cotidiano, pero a su vez, más desde lo vital, lo que nos exalte,
conmueva y excite. Lo que nos mueva, nos acerque y nos haga más rebeldes, tal
como lo decía Breton: “La rebelión y solo la rebelión, es creadora de luz y esa
luz no puede tomar más que tres caminos: La poesía, la libertad y el amor”
Las ideas se cultivan, se propagan, se comparten,
se alimenta uno de ellas, más las ideas que nos hacen germinar, que nos ponen
en movimiento, que se convierten en viandas, son ideas que hacen que la
imaginación sea siempre ondeante y libre.
FM | ¿Cómo has
contribuido a mejorar el mundo?
LFC | Creo que con uno o sin mí,
el mundo poco ha de cambiar. Una vez escuche que aún recodamos a Cervantes, más
poco conocemos de sus vecinos, los de la tienda donde compraba alimentos, del
olor de la cocina, de la higiene en los barcos, de la luz en las cárceles, de
sus fiestas y del color de las baldosas de la casa. Con esto quiero decir, que
uno no mejora el mundo, la suma de las penalidades, aciertos y renovaciones,
están con uno y sin uno. Al escritor no se le olvida mientras sus personajes se
sienten con uno en la conversa, pero se pierden los colores y sabores de las
fiestas, el momento, la cotidiana existencia.
Lo que sí me gustaría decir, es que el mundo si
lo ha mejorado a uno. Me tocó vivir el fin del siglo XX, el inicio del XXI,
tengo aún la carga del rock en mis costillas, de las penosas guerras como la
del Vietnam, Camboya, o las guerras en Latinoamérica, grandes revoluciones en
la poesía, pasar de un romanticismo camandulero, de los florígeros bucólicos al
nadaísmo, al surrealismo, pasar por nuevos libros, nuevas amistades, me ha
cambiado mucho.
Creo que es el mundo quien me ha mejorado a mí.
Yo no me siento mesiánico, ni liberador, ni
profeta. Me gusta la poesía, trato de hacerla, me arrastra, me seduce, más no
creo que esto ayude a mejorar el mundo, al menos nos hace más humanos, menos
dogmáticos, más abiertos, más generosos, menos arrogantes, y eso ya es algo muy
importante.
Aún en medio del consumismo, el egoísmo frenético
por monetizarlo todo, aún en medio de conflictos bélicos, hambrunas y
despotismos, el mundo que me tocó vivir me ha ensañado muchas cosas.
He sido un privilegiado entre libros, artistas,
caminantes, dramaturgos, poetas y cantantes. Mis amigos han sido mi gran
tesoro, es algo invaluable.
FM | ¿Existe una
realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto
sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que
debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?
LFC | Para todos es sabido que América es un continente mestizo, un crisol de
identidades. Esa riqueza multiétnica, las lenguas,
sus historias, sus mitos, sus paisajes, la mezcla entre lo indígena, lo afro,
lo judío, lo árabe, lo gitano, las migraciones europeas, lo hibrido de lo
fronterizo, ha creado un mundo mágico por excelencia. Existe una hermandad
cultural por la lengua impuesta, la religiosidad cristiana, la herencia
occidental, más existen también profundas diferencias sociales, lenguas
desconocidas, rituales y formas de pensamiento siempre por aprender y conocer.
América es un continente poético. Si algo podría
atravesarnos en una multiplicidad de afectos y de identidades sería la poesía.
Esa América deseada, tiene un hilo que nos une, la
experiencia artística y poética, más no creo que deba de ser una enorme
republica de poetas, un Congreso internacional de artistas que se auto legislen
y se organicen.
Temo mucho que propuestas donde se busca unificar, uniformar
y hacer conventillos para ejercer la acción poética, suena mucho a buenas intenciones,
a beatificación y cofradía de artistas con aureolas. Mucho de esos
“ordenamientos” pueden terminar en dogmas, leyes y justificaciones.
América en su diversidad y en su caos, en sus enigmas y en
sus abismos sociales, está su fuerza, su riqueza. No para explotar, o exportar
lo exótico de ella, se trata de quererla, de sentirnos parte de esa inmensidad,
de sumergirnos en sus multiplicidades, de sentirnos parte vital de sus
entrañas. Con absoluta libertad creativa, con el deseo enorme de conocernos
más, más no tratar de filar el caos en una tropa de angustiados.
FM | ¿Qué sueles
leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me
interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único
material imprescindible para tu creación?
LFC | La poesía es mi eje
fundamental, más tengo formación de historiador, de lector de textos de
antropología, de filosofía, de lo que se ha llamado la nueva historia, creo que
todo esto nos enriquece y nos da mayor capacidad de entendimiento y de
acercamiento. Hay grandes vacíos. Recuerdo que una vez estuve en Brasil, y me
di cuenta de lo mucho que desconocemos un país hermano. No sólo desde su
geografía, sus gentes, sus procesos culturales y su historia.
Agradezco lo mucho que me ha servido leer sobre
la escuela de los Annales, la corriente fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch,
una mirada menos apologética del pasado. A no dudarlo, aún me falta mucho, pero
trato de seguir en esa vocación de alumno perenne.
La filosofía, los textos de historia de las
religiones, las crónicas de viajes, pasando por biografías, geografías, textos
sobre mitología, todo eso en conjunto me ha dado una armazón de miradas y de
encuentros que me ayudan en mi trabajo creativo.
FM | ¿Crees en la
existencia de la sociedad?
LFC | Una vez leí algo de Artaud
que decía: “la sociedad reposa sobre un crimen cometido en común”, frase que
aún no se me ha borrado. Creo que es verdad, la sociedad en gran medida es una
complicidad donde se cometen todo tipo de atropellos en nombre de los intereses
del común y donde desde las dirigencias hasta la base de los anónimos estamos
involucradas.
La sociedad si existe como tal, más hay que
desmitificarla. Las sociedades generan controles, consumos, legislan,
organizan, reprimen, condenan, forman pensamiento, dejan una impronta, se
convierten en red, campana, techo, nos abarca y nos raya desde adentro hacia
afuera.
Creo que los artistas podrían acercarse mucho a
la desobediencia civil, el ideal de Thoreau y en nuestro caso del filósofo
Fernando González Ochoa. Una manera de estar al descampado, de ser un outsider
social, de vivir a las márgenes, tal vez cercano al mito del Buen Salvaje de
Rousseau, yo diría de vivir con cierto escepticismo, ya lo decía José Saramago,
“sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios”.
A la sociedad hay que verla con mucho
escepticismo, sin muchas esperanzas, algo que existe, pero a la que no hay que
hacerle muchas venias.
FM | ¿Quién eres
de todos modos?
LFC | Mi padre tuvo una mediana
fortuna, pero la dilapidó muy fácilmente, terminó como un obrero medio
filipichín, bien vestido y algo de una fingida aristocracia. Mi madre fue
enfermera, luego profesora, fundo instituciones educativas, era una lideresa
comunitaria. Yo soy la herencia de ambas partes. Como mi padre muy dado a crear
vínculos, hacer amigos, participar de actividades comunitarias. Como mi madre,
amante de la lectura, del teatro, de la educación, más algo tímida, fuerte y
voluntariosa, entre la terquedad y la obstinación. Mi abuela materna tenía una
gran memoria, había leído el Quijote desde muy niña y se lo sabía casi todo
letra a letra. Contaba cuentos y era una excelente culinaria, la buena mesa fue
parte de mi infancia.
De todo eso queda algo, las lecturas, los viajes,
las actividades culturales, la búsqueda de un lenguaje poético, el placer de
escribir. Actividades que fueron formando a este personaje entre la timidez, el
placer de estar solo, haciendo manualidades, escribiendo o pintando.
Me he inventado a mí mismo como el Gato
Cuentacuentos, he salido por diferentes lugares contando anécdotas y leyendas,
inventando situaciones, entre el humor y la historia.
Me ha gustado escribir, hacer tertulias, crear
talleres de lectura y de escritura. En últimas estar activo.
Más al cabo de las quinientas, aún no sé quién
soy. No soy artista plástico, aunque me gusta. No soy escritor de oficio, ni
profesional de letras, aunque me gusta. No soy místico, ni anacoreta, aunque
intenté ser monje. Aunque me ha gustado caminar, subir montañas, conocer
lugares, aún me falta mucho para ser un trotamundos.
Me quedo como Fercho, el Gato. Como decía Mario
Cesariny: “soy un poeta bastante sufrible en el tiempo en el que el techo está
muy bajo”.
Cada vez me alejo de la idea de describirme, es
algo abrumador eso de decir quién es y para dónde Siempre salen nuevas aristas,
uno se re-crea, se hace y se deshace.
Fercho, el Gato, me ha gustado, hay muchas
afinidades con felinos. Su espléndida pereza, su altivez como si fuesen monarcas
de reinos olvidados, su intuitiva inteligencia, su manera de ser noche, de
vivir sin premuras, todo eso me encanta y me reencarna.
FM | ¿Qué te parece la idea de incluir un poema propio, comentando algo
que motivó su creación?
EL
VIEJO Y EL GATO…
No
soportamos una pena sobre una lágrima de cobre, nos volvemos viejos sin saber
de dónde vienen los maullidos, lloramos sobre la pelambre del planeta y
seguimos creyendo que nuestras vidas son milagros nacidos de la fatiga de un
jueves parecido a un pequeño crimen.
Nada
de eso, la vejez nos llega lúcida si vemos las siete vidas de un fantasma, la
capacidad de subirnos al techo del cerebro, de maullar sin pedir leche, de
salir en la noche a buscar un verso en una botella de ajenjo, de amar sin
miramientos la gata de la ventana ajena, la vejez nos llega cuando el gato
interior nos saluda en un parpadeo de dos siglos.
Los
viejos y los gatos son símbolos de perdurabilidad en instantes.
Nada
de maquillajes, una piel con cicatrices como mapas, un gato con más lunas que
un desastre, un animal acurrucado en el fondo de una existencia hecha de
hazañas y de olvidos.
Los
viejos y los gatos, son un amasijo de años con la secreta ternura de un
hallazgo de un niño sobre un mantel a cuadros.
Todo tan nada, Todo tan mucho, como un Vallejo
enfermo antes de un Paris con aguacero. Somos gatos que pasamos de agache entre
las sombras.
Este
poema es una observación entre la vejez lúcida, el paso del tiempo, la relación
con el mundo felino y los humanos. Lo escribí una madrugada de un tirón, casi
sin saber a dónde iría a dar. Hoy hace parte de un posible libro sobre
reflexiones sobre lo cotidiano.
LUIS FERNANDO CUARTAS (Colombia, 1956). Poeta, gestor cultural, caminante, guía de patrimonio cultural, historiador de la Universidad Nacional. Hace cuatro décadas participa con John Sosa, en el proyecto Poesía al Aire Libre, posteriormente Revista Punto Seguido, incluyendo performance, actividades tanto urbanas como rurales con la poesía, las artes escénicas y plásticas. Trabaja el collage, y esculturas con materiales en desuso, ha recreado personas históricas haciendo recorridos por la ciudad. Ha participado con Organización Caminera de Antioquia en procesos de recuperación de antiguos caminos tanto prehispánicos como coloniales.
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