quinta-feira, 29 de dezembro de 2022

SAMUEL TRIGUEROS (Honduras, 1967)

LA CREACIÓN POÉTICA & SUS ESPEJOS

 


FM | Como creador, ¿eres un perseguidor de imágenes o simplemente mantienes abiertas las puertas de la percepción para que entren?

 

ST | En mi trabajo creativo intento mantener una actitud que oscila o mezcla ambas actitudes, a veces de modo alternado y a veces simultáneo. En cuanto a “perseguir la imagen” (o las imágenes) relaciono esto con “el oficio”, esto es, la disciplina de activar la conciencia y disponerse a escribir, en este caso, sabiendo que el proceso de escritura es, en alguna medida, esa búsqueda de la imagen que no necesariamente es visual, sino que abarca aspectos tan diversos y complejos como la estructura, el sentido, lo arquetípico, y que, además, no es privativo de ninguna de las artes.

Desde hace muchos años vengo trabajando en una premisa con intenciones de convertirse en ensayo: se trata de la noción de que “la imagen” atraviesa todas las artes. Esto es tan fácil de comprobar como que existen términos que les son comunes a la pintura (de donde se podría pensar que es más propia la idea de imagen, pero esto es reducido), al teatro, a la música, a la poesía, por ejemplo. Sabido es que, sin una imagen interna, cualquier representación teatral es vacía. El actor, la actriz, necesita no sólo memorizar parlamentos, sino dotarlos internamente de esa imagen que es parte del carácter y las intenciones del personaje, para que este viva en escena. Por otra parte, términos como ritmo, tono, textura, etc., son comunes a la plástica, la música, el teatro, la danza…, y podemos seguir enumerando.

Con esa noción entre manos es que asumo mi trabajo creativo en la literatura, en la poesía: si alguna búsqueda de imagen realizo, no tiene que ver exacta y solamente con la búsqueda de metáforas literarias, sino de algo que puede ser tanto una imagen visual como sonora, estructural, de carácter, de sentido.

Por supuesto que, si “esa imagen” no es buscada, ocurrirá (si ocurre) en nuestro trabajo literario o artístico sólo por un accidente, no como resultado de un proceso en el que la conciencia y la intuición se equilibran y participan en la búsqueda. He dicho “conciencia” e “intuición” como representación y equivalencia del “perseguidor de imágenes” y de ese “dejar abiertas las puertas de la percepción”; sin embargo, creo que ninguna de estas dos actitudes vale sólo por sí misma, sino que se necesitan mutuamente y se complementan; pero, además, hay una tercera actitud que opera como aglutinante de las dos anteriores, y es la “actitud de alerta”, que permite reconocer cuando en el oficio o por intuición se vislumbra esa imagen que no es otra cosa que la esquiva, arquetípica, seductora y terrible Belleza. Por supuesto que tenía razón William Blake cuando decía: “Y cuando las puertas de la percepción se abran, entonces veremos la realidad tal cual es: infinita”. Por eso también el arte, la poesía, son inagotables, quizá porque lo que en verdad buscamos en esa imagen es la realidad integral que escapa a nuestros sentidos parciales y limitados. De ahí el valor del arte y de la literatura, que nos ofrece una imagen poliédrica de la vida.

 

FM | ¿Tienes una esperanza de vida ideal? ¿Cuál? ¿De qué modo tu creación hace parte de ella?

 

ST | A diferencia de la poesía, cuando pienso en la vida o en el ideal de vida, no tengo más esperanzas que lo que materialmente esta puede dar de sí en términos de tiempo y espacio; es decir, que la vida de una persona puede ser miserable o rica, pero sólo es un fragmento de la vida en general, que abarca a todas las personas y demás seres que pueblan, han poblado y poblarán esta tierra o universo. Otra cosa es la intensidad con que cada quien vive esa miseria o riqueza. Eso es personal e intransitivo, salvo cuando alguien más se conecta a nuestra experiencia y participa de ella. De ese modo podemos empobrecer o enriquecer la vida de otras personas o seres. Si algún ideal de vida tengo, está vinculado con el sentido de justicia y convivencia pacífica.

Teniendo en cuenta eso, en mi creación está presente el sentido de singularidad de la vida, pero también de precariedad. Sea que le llamemos azar o milagro, la vida es única y milagrosa; sin embargo, tiene fecha de caducidad, y nos corresponde hacer de nuestro tiempo y espacio coordenadas para vivir intensamente y con la mayor conciencia posible esto que llamamos vida. No hay mayor trascendencia que lo que logramos hacer perdurar en la vida de los demás, más allá del tiempo que nos tocará vivir, y esto también habrá de pasar. Vivo con la sensación de que no le daremos tiempo a la naturaleza para hacer su trabajo de borrarnos de la existencia, porque antes nos encargaremos de autodestruirnos en esa cruzada por hacer prevalecer nuestro ego. Mi poesía habla de esa tensión entre la vida y la muerte, no sólo como parte de un solo fenómeno natural, sino también de nuestros afanes supremacistas.

Repensando la respuesta, quizá tenga un ideal de vida que hace parte de lo que escribo. Es posible que aspire a que duremos un poco más como género humano y que podamos vislumbrar un poco más la maravilla de existir y coexistir.

 

FM | ¿Cómo percibes las diferencias entre lo que pretendías crear y lo que realmente creas? ¿Te molesta este abismo sutil de vez en cuando? Si se ha reducido (o incluso desaparecido) con el tiempo, ¿a qué atribuyes tal evidencia?

 

ST | Creo que, excepto en mi adolescencia, nunca he tenido “pretensiones” con respecto a lo que intento crear. Recuerdo que en mis primeros años escribiendo lo que pensé que era literatura, tropecé con muchas propuestas teóricas que me sedujeron. Las abanderaba todas por un tiempo y luego pasaba a las siguientes. Cada una me parecía total y absolutamente cierta. Luego fui comprendiendo (no sé si de forma acertada) que todas eran “momentos” del pensamiento humano y que cada una contribuía, o no, a dar el siguiente paso en la inconmensurable tarea de vislumbrar quiénes somos y por qué somos tales, incluso en la literatura. Por supuesto que esa larga historia de pensamiento humano va dejando algunas nociones de certeza, sin las cuales sería imposible avanzar. Se trata de hacernos las preguntas correctas para encontrar las respuestas adecuadas. La vida, la literatura, la poesía, tal vez son una especie de investigación a la que perfectamente le podemos aplicar la máxima de Russell Ackoff: “Un problema bien planteado constituye la mitad de la solución”. Así que pronto pasé de las “pretensiones” a la “búsqueda con intenciones”. Lo que he intentado es encontrar esas preguntas básicas y acertadas que impulsen lo que escribo. No basta con hacerle preguntas al ombligo, sino de hacerle preguntas a la vida y la muerte compartidas. Sólo de esa manera lo que escribamos tendrá que ver no solamente con nuestra biografía particular, sino con la biografía colectiva de la humanidad.

Entre lo que intento escribir y lo que escribo hay una distancia inevitable y, a la vez, saludable, que no aspiro a que se reduzca, ni creo que se haya reducido, porque se amplía constantemente. Por una parte, es inevitable porque lo que quisiera decir está más allá de los límites de mi lenguaje (sí, estoy citando a Wittgenstein); porque pertenece a lo innombrable, al misterio. Por otra parte, es saludable que no se reduzca ese abismo (sutil o evidente), porque eso provoca que sigamos escribiendo, buscando, investigando, intentando acercarnos a esa imagen de belleza que se muestra un instante y desaparece. Es lo que William Faulkner llamaba “la magnificencia, la grandeza del fracaso” en una entrevista que le realizaron en Japón, en la que entre otras cosas dijo: “Mi opinión personal es que lo que yo había escrito nunca había resultado tan bueno como yo quería, o esperaba, que fuera; esa es la razón de que el escritor escriba otro libro. Si uno escribiera un solo libro y resultara ser todo lo que uno esperaba de él, probablemente dejaría de escribir. Pero no es el caso, así que vuelve a intentarlo y empieza a pensar en su obra como una larga sucesión de fracasos. Quiero decir, es lo mejor que pudo hacer, pero ninguna llega a la perfección, que es a lo que aspira, y todo lo que no sea la perfección es un fracaso”. Refiriéndose a Thomas Wolfe agregó: “fue el que más se esforzó en realizar lo que sabía que no podía conseguir”. Concluyó así: “Creo que el escritor ha de buscar ante todo la perfección, que mientras aún respire, su única posibilidad es alcanzar la perfección. No lo consigue en vida porque no tiene tanto valor como desearía tener, nunca puede ser tan sincero como desearía ser, pero mientras tenga papel y lápiz, tiene la oportunidad de esperar algo tan perfecto como lo que ha soñado”. Así que nos movemos entre la perfección y el fracaso. Ese es el abismo, el hermoso abismo que sólo es magnífico si intentamos la perfección o lo soñado.

 

FM | Al visitar el templo de Zoroastro, Italo Calvino descubre que el fuego real es el fuego oculto. ¿Cómo alimentas el fuego de la creación en tu escritura? ¿Podríamos hablar de la existencia de algún rito?

 

ST | La idea de que vivimos en un mundo de apariencias, de sombras, es una constante en el pensamiento humano. La encontramos también en La caverna de Platón y en la Biblia de los cristianos cuando se dice “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. De algún modo, es lo mismo que respondía antes, cuando señalaba la existencia de “lo innombrable”. Todo lo que escribimos es justamente una representación de algo más que no se deja atrapar. El fuego de lo aparente nos ciega y nos impide conocer el verdadero fuego que está del otro lado, más allá del resplandor de esta realidad que percibimos y que nos limita ver las otras realidades. El fuego de mi creación se alimenta de ambas realidades, en tanto sé que las dos (o más) existen sin disociarse más que por la trampa de mis sentidos terrenales. De este lado, es necesario desarrollar una capacidad de observación que traspase lo evidente y penetre hasta el alma de las cosas, en busca de “eso otro” que reside tras las cortezas. Un verdadero escritor está obligado a desarrollar su capacidad de observación. Esa tarea, a la vez, es parte del rito, de mi rito, al menos. Intento escribir sobre aquello que he observado suficientemente como para enterarme un poco de qué es, cómo funciona, qué hace o no hace en el universo y cuáles son sus implicaciones con respecto a mí como escritor y en relación con la humanidad. Observar implica, para mí, intentar acceder a través de todos los sentidos posibles, incluyendo el pensamiento y lo intuitivo, a una realidad específica, sea esta una banana o la historia del origen y decadencia de los imperios habidos y por haber en el mundo. Lo demás no alcanza la categoría de rito, en el sentido que creo que tiene todo rito, que es el de “religar” (volver a ligar, a unir, a vincular) lo que está de este lado de la realidad con lo que existe en los extrarradios de la física, el espíritu, lo mental, con lo que sea que hay allá afuera. Lo demás son anécdotas, manías de escritor y hasta poses para disfrazarse de escritor.

 

FM | ¿Crees que hay un exceso de ideas en el mundo y que hay una especie de mal uso de esas ideas? ¿Es necesario minar constantemente nuevas ideas o lo que falta en el mundo es orden y perseverancia en las ideas existentes?

 

ST | Creo que, en toda su historia, la humanidad ha producido sólo unas pocas ideas y que luego las hemos ramificado de tal modo que parece que las ideas abundan. No lo digo en sentido peyorativo. Me parece que ramificar una idea es prolongar su alcance, su nitidez, su precisión. Ninguna idea debe ser considerada como un absoluto, sino como una aproximación a la realidad. Es necesario crear nuevos brotes a partir de una idea que ha alcanzado esa categoría. De otro modo, las ideas se fosilizarían y se convertirían en dogmas, con el consabido perjuicio que provocan todos los dogmas.

La idea de que existir es una de las fundamentales, la noción que surge de la experiencia de vivir y que deriva en la idea de la existencia. Para algunos, esta idea no necesita más prueba que la de los sentidos físicos, capaces de decirnos que, en tanto percibimos el frío, el calor, existimos. Para René Descartes la prueba es el pensamiento (“cogito ergo sum”), pues, según Descartes, de lo único de lo que no se puede dudar es precisamente de que dudamos. Y, por ende, si dudo, mi pensamiento existe y yo también. Sin embargo, para sólo referirnos a estas dos posturas, ambas dejan abierta una brecha, un vacío en el que no están contenidos algunos aspectos de la realidad, puesto que los sentidos son débiles receptores de la realidad y si el pensamiento es la única prueba de la existencia, ¿piensan las rocas o no existen, o sólo existen porque nosotros las pensamos? ¿Existe lo que no somos capaces de pensar? El error, para mí, consiste en creer que las ramificaciones son la idea misma y no, sólo, nuevas aproximaciones a una misma noción. Lo mismo podríamos decir de la idea de la muerte, de la idea del otro, de la alteridad.

En cuanto al orden, a ordenar las ideas, me gusta atenerme a la termodinámica que lo concibe como grados de organización de un sistema. Lo único que tenemos son probabilidades de organización, evolución y transformación. De tal manera que ese conjunto de ideas que creo que hemos generado como humanidad están en constante evolución y transformación, intercambiando energía de una generación a otra, de una persona a otra. Las ideas permanecerán por sí mismas una vez generadas, ramificándose, o perecerán el día utópico en que los brotes ya no surjan más y alcancemos un estado de certeza que devendremos iluminados o fosilizados.

 

FM | ¿Cómo has contribuido a mejorar el mundo?

 

ST | No sé si lo he hecho. No sé si puedo, incluso, arrogarme esa cualidad o corona. Esto tiene que ver, un poco, con lo que decía de la termodinámica: quizá he contribuido (sin siquiera saber cómo) a mejorar un instante el sistema en el que existo (si es que existo), pero ese instante de perfección caduca y es sustituido por otro que asume su condición. No se trata de un determinismo que indica que no se puede hacer nada al respecto de las miserias del mundo. Por supuesto que a cada instante tenemos la posibilidad de hacer algo que no empobrezca más al universo y a los seres que lo habitan: podemos tener gestos que hagan mejor el día de las otras personas. La literatura, la poesía, quizá también lo haga a nuestras expensas. No hablo de esa “poesía feliz” que se niega a mostrar el lado oscuro de las cosas. Personalmente prefiero la poesía que, sin intentar invitar al suicidio, nos dice que la realidad es tan compleja que no en todas partes brilla el sol. En todo caso, quizá no me corresponda a mí decir si he contribuido o no. El único atisbo de contribución a un mundo mejor, desde lo estrictamente literario, lo tengo cuando algún lector me dice, inesperadamente, que un verso mío le ha “tocado”, incluso sin que pueda explicar cómo. Ese sería el mundo, quizá, al que he contribuido a mejorar alguna vez, algún instante. Lo que no me parece admisible es mejorar nuestra realidad personal en detrimento de la de los demás, aunque esto quizá pertenezca a un orden utópico no científico.

 

FM | ¿Existe una realidad hispanoamericana o el conjunto de sus 19 países aún no ha descubierto sus verdaderas perspectivas culturales para la acción conjunta? ¿Cómo cree que debería funcionar esa América tan deseada y a veces imposible?

 

ST | Sí, pienso que existe una realidad hispanoamericana que tiene sus propias particularidades culturales, económicas, políticas, históricas, literarias, etc., en consonancia con las otras realidades del mundo. Cada época ha sido una realidad conectada con las anteriores y con las siguientes. Cada época también tiene sus ángulos de lucidez y de ceguera. Las perspectivas que podemos apreciar están en correspondencia con el grado de visión que como sociedad tengamos. Más allá de eso, lo que destaca son hitos individuales que forman parte de la colectividad pero que se distancian de ella por sus propuestas revolucionarias, no en el sentido ideológico (aunque también), sino porque han sabido abrevar de la tradición y proyectarse hacia el futuro. Es decir que los grandes referentes de la literatura lo han sido porque su creación quintaesencia lo que el pasado nos lega y, además, lo han reformulado de tal manera que rompe con un estado de cosas que tiende al reposo, al acomodo, al facilismo, y actualmente a las exigencias de fama y mercado.

Por otra parte, en Latinoamérica (quizá en todas partes) hay una larga y nociva tradición de tramperismo, de guerras literarias intestinas, de nacionalismos, de pequeños egos que se hinchan hasta alcanzar el tamaño de castillos feudales, que impide que nos reconozcamos como colectividad. No se trata de perder nuestra “individualidad” dentro de la colectividad, sino de no permitir que el “individualismo” atente contra lo que tenemos como riqueza en común. Hay una historia que nos une y nada podría explicarse solamente desde nuestras perspectivas individuales. Creo que sabemos esto, pero en muchas ocasiones nos sobra ego y nos hace falta visión de campo para reconocer en “el otro”, en esa alteridad innegable, un espejo en el que nos podemos reconocer. Nuestras perspectivas culturales hispanoamericanas siempre han sido potentes, pero a veces hemos decidido ir solos por la tangente. Las comunicaciones actuales, afortunadamente, han roto con ese paradigma de aislamientos, y comienzan a verse proyectos literarios conjuntos que muestran la diversa y compleja y rica realidad cultural que tenemos.

 

FM | ¿Qué sueles leer fuera del español? No me refiero sólo a la literatura, porque aquí me interesa evocar tu entorno de lectura. ¿O crees que leer poetas es el único material imprescindible para tu creación?

 

ST | Un poco por las respuestas a esta entrevista, quizá se pueda deducir que no sólo leo lo que se considera “literatura”. También me interesa la filosofía, la historia, la sociología, la psicología, la tecnología, la ciencia; en suma, el mundo como un texto. No soy nadie para decir lo que para otros creadores funciona como combustible para su creación. Tengo amigos poetas que no leen otra cosa que nos sea poesía, pero para mí es imprescindible leer de todo. En los textos más inesperados encuentro motivaciones, datos, imágenes, resonancias que me llevan a la escritura poética. Lo mismo, quizá, les ocurra a algunos científicos que han encontrado estímulos en la poesía para desarrollar investigaciones o inventos que luego vemos en el mundo material; tal vez surja música que escucharemos en el futuro y que tuvo su germen en algún poema actual, como ya ha sucedido en épocas anteriores. Se sabe de la cualidad anticipativa que tiene algún tipo de literatura. Una vez más, esto demuestra que hay algo que une todas las artes e, incluso, otras áreas del conocimiento y el hacer humano. En mis poemas hay rastros de toda esa observación del mundo que pasa por la literatura como por la ciencia, la historia, etc.

 

FM | ¿Crees en la existencia de la sociedad?

 

ST | La sociedad, el mundo, la realidad, el individuo y la colectividad han sido sujetos cuestionados muchas veces en la historia de la humanidad, al menos en términos filosóficos y políticos. Margaret Thatcher lo dijo literalmente en 1987: “La sociedad no existe. Existen hombres y mujeres individuales, y existen las familias”, lo cual también establecía un paralelismo con la frase de Jacques Lacan: “La mujer no existe”. No apoyo la declaración de la Thatcher en su plenitud y rotundidad, aunque, por otro lado, reconozco la precariedad o el estado de riqueza que quizá aportan lo que podríamos llamar “los antagonismos integrados” que coexisten y operan en toda sociedad. Ese “extrañamiento” de nosotros mismos como individuos cuando nos enfrentamos conscientemente a nuestra imagen en el espejo o al escuchar nuestra voz y ver nuestra carnalidad, son momentos en que entramos en un estado de suspenso como existencia granítica y perdurable. Es la figura del “doble” o múltiple que recorre toda la literatura. Huelgan los ejemplos, incluso escritos así, literalmente, como títulos de libros. Pienso que eso ocurre porque en ese momento tomamos consciencia del presente instantáneo de la existencia, disociado de su fugacidad inherente a ella. Con la sociedad, quizá, ocurra lo mismo, que nos cuestionamos su existencia si la vemos en uno sólo de sus instantes, prescindiendo del sentido de sucesión. Es decir que necesitamos saber que somos aquí y ahora, pero también reconocer que no somos sino entidades en proceso, con un pasado, un presente y un futuro, sea cual sea la duración, intensidad o contradicciones inherentes.

 

FM | ¿Quién eres de todos modos?

 

ST | Está en proceso de investigación.

 

FM | ¿Qué te parece la idea de incluir un poema propio, comentando algo que motivó su creación?

 

ST | El poema Más lejos pertenece al libro Antes de la explosión, publicado originalmente en 2009, año del golpe de Estado en Honduras; sin embargo, el libro fue escrito años atrás. En esos años flotaban en el aire los signos de una época que después se consumó en más de doce años de dictadura. Para mí resulta significativo que el libro en su totalidad registra la sensación de inminencia que percibía en los hechos políticos que estábamos viviendo. De ahí el título: Antes de la explosión, que resultó premonitorio.

El poema parte de una serie de pensamientos acerca del acto de decir o escribir, de revelarse contra toda forma de opresión de la palabra como atributo del ser. También me interesaba sugerir en el poema que todo lo nombrado en él podía tener múltiples lecturas: así, las explosiones de palabras podían ser, perfectamente, explosiones de la colectividad y de los individuos que la integran, sabiendo que ese código no podría ser sujeto de veto por parte de los opresores, puesto que estaba más allá de su comprensión al constituir metalenguaje. Al final, intentaba, además, conectar la historia particular de los individuos y de la palabra, con la biografía de lo social y con los grandes discursos de la Historia, por lo cual el poema se cierra con los versos … decirlo todo / en partes o en pequeños bloques / mejor en grandes explosiones / cuyo origen es apenas / una historia sencilla / personal / que indescriptiblemente / toca las esferas”.

 

MÁS LEJOS

 

Decir decir decirlo todo

en partes

en pequeños bloques

en largas tiradas de sonidos o de tinta

lanzar un tenso cable hacia la nada

o hacia las esferas

 

pedirle a Withman prestada

esa araña que lanza filamento

para envolver al mundo o al menos los pesares

en sedosos verbos

en el capullo de los párrafos

 

decirlo todo a plena voz

sin atender los vetos

la coartada

la mordaza

 

sacarlo todo desde el fondo del magma

hasta la superficie y más

más lejos de la piel rosada de los labios

de la testa

hacia el aire activo que camufla bestias

transparentes muros

cianóticas miradas del cíclope

no claudicar

armar por dentro un cubo

una esfera

una pirámide llena de significados

apuntando hacia el vacío externo

puesto que adentro sólo al menos solo

hay un cadáver soñando con la vida

hay sombras esencias indistintas

elevadas en penachos de humo

en grandes frases

o en minúsculas aparentemente grandes frases

en espejismos bondadosos

para expulsar la realidad de la realidad

 

en fin

preconizar

alzar un credo un nicho un altar

unas hermosas nubes radiadas

y en medio la gran palabra

metalenguaje

para burlarse

para hacerlos volar

con sólo la nostalgia del metano

horadar los cráneos y los pechos

hacer girar el barreno de silencio

entrar en la materia bofa a colocar un gran cartucho

una candela de palabras sin prestigio

romas

de tanto ir y venir de boca en boca

sin las aristas de otras

las de ellos

para encender la mecha hasta decirlo todo

en partes o en pequeños bloques

mejor en grandes explosiones

cuyo origen es apenas

una historia sencilla

personal

que indescriptiblemente

toca las esferas.

 

 


SAMUEL TRIGUEROS (Honduras, 1967). Poeta, narrador, editor. Coordina los talleres literarios Helecho Poético Internacional y Helecho Poético Zaragoza. Presidente de la Asociación Poética Aragonesa Bonhomía. Director del Festival Internacional de Poesía de Aragón (FIPAR). Director fundador de Nautilus Ediciones. Actualmente reside en España. Parte de su obra publicada incluye: Seguir volando. Antología personal 1992-2021, Una canción lejana, Retrato con una gota de ámbar, Una despedida, Exhumaciones, Me iré nunca, Antes de la explosión, Animal de ritos y El trapecista de adobe y neón
.

 

 


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