segunda-feira, 9 de janeiro de 2023

NORBERTO CODINA | El tiempo en que estuvimos “en ninguna parte”

 


A Georgina Herrera, luchadora hasta el final

 y una de las últimas víctimas de la epidemia,

siempre entre nosotros.

 

1. Lecturas en tiempos de pandemia

Mi buena y sabia amiga la doctora Graziella Pogolotti, título que lleva siempre como justo blasón de la nobleza del pueblo, en los primeras semanas de la epidemia que nos azotó hace ya más de dos años, me citó como “los clásicos” –y de paso enriqueció mi idea original– en su popular columna que replica cada semana la prensa nacional: “En estos días de coronavirus, un amigo, el poeta Norberto Codina, observaba con sagacidad que no debía hablarse de aislamiento social, sino de aislamiento físico. En efecto, la dimensión espiritual que habita en nosotros es un reservorio vital, fuente de vida similar a lo que tradicionalmente se denominaba alma. Se construye desde las primeras edades en el intercambio entre los humanos”.

Aislamiento o distanciamiento social fue un término errado que aún reproducimos. Lo que se trata es de fomentar el aislamiento o distanciamiento físico, pues el vínculo social nos fue más necesario que nunca, aunque fuese a través de llamadas telefónicas con fijos o celulares –que sustituyen las añoradas visitas–; el intercambio por correo electrónico, whatsapp, facebook, etcétera.

Cuando en las esporádicas salidas de los primeros tiempos para gestiones puntuales saludamos –mascarilla y calle mediante–, a vecinos o conocidos, para sentirnos enlazados en la distancia. Para no hablar que oír música, ver televisión o series y películas, estar al tanto de las noticias más que nunca, o el sencillo acto de la lectura, que es una forma ejemplar de interactuar como un ser social.

En 1918, hace ya más de cien años, se generó la gran pandemia conocida con el perfil caprichoso –como tantos protocolos equivocados–, de “gripe española”, tragedia presente en mi familia, pues mi abuela materna moriría muy joven en su natal Manzanillo, a consecuencia de la enfermedad que también se conoció como “influenza”. A tenor de sus orígenes, y lo errado del nombre por el que se conoció –y se conoce incluso hoy en día– , en la serie norteamericana The outsider, El forastero, producida en el 2020 por HBO, dirigida por Jason Bateman, y basada en una novela del mismo nombre de 2018 del besteller de Stephen King, en el capítulo nueve durante la visita a un pequeño cementerio rural de un pueblito de Tennessee, la protagonista explica, ante la extrañeza de su acompañante, del porqué de la coincidencia de fechas en las lápidas de varias familias: “Murieron de influenza. La llamaron ‘la gripe española de 1918’, salvo que empezó en una base militar en Kansas, salió de allí, y mató a cincuenta millones de persona en todo el mundo. Mira lo mucho que azotó a este pueblo”. En las memorias sobre su tío abuelo Federico Padilla Gutiérrez que escribiera mi amiga mexicana Cristina Padilla, se puede leer: “Esta epidemia llegó a México por medio de los soldados norteamericanos que habían ido a la guerra. La influenza de Texas pasó a los estados de Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, y de allí al resto del país. Unos dicen que murieron alrededor de trescientas mil personas, pero hay quienes señalan que es imposible cuantificar, porque muchas de las veces se enterraba a los difuntos sin especificación alguna”. [1]


A tenor de los protocolos divulgados por la Organización Mundial de la Salud, esta aboga por “términos descriptivos genéricos” y “específicos” solo en la medida en que se relacionen con la naturaleza de la enfermedad en sí, por lo que los nombres no pueden incluir “ubicaciones geográficas: ciudades, países, regiones, continentes”. Los ejemplos citados como malas opciones incluyen el síndrome respiratorio de Oriente Medio, la gripe española, la fiebre del Valle del Rift, la enfermedad de Lyme, la fiebre hemorrágica de Crimea– Congo, la encefalitis japonesa, a lo que sumo el virus chino o el síndrome de La Habana. También se desaconsejan las referencias a nombres de personas, animales y alimentos específicos, culturas o términos que inciten a un miedo indebido. [2]

La cultura, y la literatura en particular, siempre han acompañado las tragedias que ha protagonizado la humanidad, y bastaría recordar unos pocos ejemplos ilustres, lecturas que nunca pasan de moda. En el siglo xiv, ante los embates de la peste bubónica o peste negra, un grupo de jóvenes se refugió en las afueras de la entonces próspera Florencia y durante esa cuarentena y de la mano de Boccaccio, emergió una obra cumbre de la literatura universal, los cuentos del Decamerón. En el proemio de la obra el autor escribe: “¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”.

Según la columnista Merry MacMasters, en artículo publicado por el periódico mexicano La Jornada, se especula si el dramaturgo William Shakespeare en su autoaislamiento provocado por la peste que azotó a Londres en 1606 “escribió o no en cuarentena… tres obras de teatro. Se dice que escribió El Rey Lear y La tragedia de Macbeth, dos de sus más grandes obras, así como Antonio y Cleopatra, durante una reclusión forzada”, e igual muchos de sus poemas, sobre todo sus inmortales sonetos, que más de cuatro siglos después tanto admiramos. Al decir del estudioso Jonathan Bates “la peste fue la fuerza más poderosa que moldeó su vida y la de sus contemporáneos”.

Daniel Defoe –quien por cierto escribió Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders, excelente novela picaresca que se emparenta con el clásico florentino por su sensualidad y desenfado–, dio a conocer en marzo de 1722, hace casi trescientos años, Diario del año de la peste. Ficción narrativa de las experiencias de un hombre durante el año de 1665, en el que la ciudad de Londres sufrió el azote de “la gran plaga”. Otra novela, Los novios, la obra que inmortalizara el nombre de Alessandro Manzoni, es famosa por su convincente recreación de la peste milanesa de 1630.

El último hombre en la tierra es una novela con ribetes apocalípticos y futurista escrita por Mary Shelley, dada a conocer por primera vez en 1826. Narra la historia de una sociedad, en un futuro hipotético, que ha sido arrasada por una plaga, ficción que transcurre a finales del siglo xxi. Llama la atención como la escritora se detiene en el trato desigual que reciben los infectados según la clase social a la que corresponden. Mientras la aristocracia de la que proviene el protagonista sobrevive en su mayoría porque tiene los recursos para hacerlo, la población más humilde va siendo diezmada de manera inmisericorde Recordemos que Shelley es autora de una pieza insuperable como Frankenstein, obra de la que se dice concibió durante su tiempo de reclusión en 1816 – junto a otros escritores como Lord Byron y John Polidori–, en el llamado por sus efectos climáticos “año sin verano”. En el clásico latinoamericano El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, uno de sus personajes protagónicos, el doctor Juvenal Urbino, es un famoso médico que se dedica a combatir el cólera. Por cierto, el Gabo, en entrevista a la documentalista Estela Bravo, recuerda que Diario del año de la peste fue uno de los libros que regaló a su amigo Fidel Castro, presente que el lector insaciable que fue siempre Fidel, mucho disfrutó y agradeció.

En estos tiempos de aislamiento, el escritor israelí Etgar Keret escribió el cuento “Esposa Inquebrantable”, en donde el autor conjetura cómo sería su muerte provocada por el coronavirus. El relato inicia de esta forma: “Desde que el brote de la epidemia explotó, por fin he logrado imaginar mi propia muerte. No es que antes no lo hubiera intentado, pero cada vez que estaba en cama acostado, con los ojos cerrados, e intentaba vislumbrar mis últimos suspiros, algo salía mal.”

Pero más allá de estas historias que nos acompañan de siempre, y que la muerte sea por su naturaleza un destino común, su condición no es todo lo democrática que nos enseñan, pues no debemos olvidar –como nos hizo saber Mary Shelley hace dos siglos– que la peor de las pandemias, y la más antigua de todas, es la desigualdad económica, por eso el titular de un periódico europeo nos recuerda que el coronavirus se ceba en los barrios obreros de Nueva York, cuando la metrópoli se ha convertido en el epicentro mundial de la crisis. A pesar de que la epidemia no ha perdonado ni a países ni a ciudades del llamado primer mundo, y ha afectado a príncipes, primeros ministros, primeras damas, figuras de Hollywood y futbolistas de élite, son sin dudas las clases más desprotegidas, los humildes de siempre, las principales víctimas. En muchos países pobres, pienso en África y América Latina, puede haber decenas de miles de infestados que ni tan siquiera cuentan como cifras. “En esta crisis todo el mundo va a perder algo” se reitera de forma constante, pero como sucede siempre los pobres perderán lo poco que les dejan, todo y más… Por cierto, según el economista colombiano Luis Fernando Ángel, hasta el 25 de marzo de 2020 habían muerto cien veces más personas por hambre que por Covid-19, pero de eso muchos ni se enteraron.


Para concluir quiero regresar, apostando por la esperanza y por la vida, a mi idea original de que la interrelación social diversa y a distancia, y las buenas lecturas, que nunca envejecen, nos ayuden en estos tiempos difíciles y nos hagan mejores para el mañana y que todo el mundo, sin distinción, gane algo.

 

El Vedado, abril de 2020.

 

 

2. Al encuentro de la pandemia. Apuntes personales

“Cuando nací, en julio de 1918, mi madre tenía ‘la gripe española’”. Así empieza el relato autobiográfico de Ingmar Bergman, recogido en esa agradecida lectura que es La linterna mágica. En el presente, su hija Linn Ullmann, comentaría sobre esa traumática referencia familiar que marcó a su padre. En la filmación en 1976 de la película Cara a cara, donde ella participó siendo una niña, sufrió de un ligero catarro en un momento del rodaje, lo cual alarmó de modo visible a su progenitor, temeroso ante todo tipo de enfermedades respiratorias. “Había nacido en 1918 y su madre tuvo la gripe; ahora me pregunto cómo habría vivido la pandemia”, [3] hoy en día.

De haber escrito mi madre sus memorias, podrían haber tenido un inicio parecido, lo que en su caso con una consumación trágica. Ella, la menor de cuatro hermanos, quedaría huérfana producto de esa epidemia sin haber cumplido los tres años. Drama devastador que me acompaña desde la más temprana infancia, siempre presente en las conversaciones familiares, pues mi madre padeció el no haber conocido a mi abuela, que moriría muy joven en su natal Manzanillo, con apenas treinta años. De ella conservo el leve legado de su existencia, del que no me quedaría más que una sombra de su belleza, de la que dan fe un par de fotos y el testimonio de sus amigas las maestras Núñez Béjar, por más señas tías abuelas de quien sería mi amigo y compañero de labores durante años y hasta el presente, Arturo Arango Arias.

Mi abuela falleció en 1918, producto de “influenza del dengue” –como se le mencionaba en mi familia–, a la mal llamada “gripe española”, pandemia que en poco más de un año cobró entre cuarenta o cincuenta millones de vidas en el mundo –incluyendo la del coronel José María Lezama Rodda, rememorada por su hijo en Paradiso, saldo cuatro veces superior al de la Gran Guerra. Entre los muertos célebres que acarreó esta pandemia, bastaría con nombrar a figuras universales como el pintor austríaco Gustav Klimt, de línea expresiva intensa y sensual, o el revolucionario poeta francés que fue Guillermo Apollinaire, creadores cuya presencia crece con el tiempo.

De cómo hace poco más de un siglo azotó la terrible enfermedad a la ciudad del Guacanayabo –donde hoy, a tenor de las circunstancias, ese drama triste se repite–, he conocido, junto a los testimonios familiares, por otras fuentes, ya sean los documentos de la época investigados, entre otros, por el apasionado y laborioso historiador de esa villa que es Delio Orozco, o lo publicado en diversos espacios periodísticos de ayer o del presente: “El archivo de la ciudad oriental cubana da cuenta que la primera muerte ocurrida por la pandemia fue el 6 de octubre de 1918, y el día de más alta mortandad fue el 1 de noviembre en que fallecieron 12 personas. En enero de 1919 se reportaron solamente seis bajas […] De los médicos de la ciudad … merece especial mención el más viejo de todos, Dr. Francisco Codina Polanco, que no descansó, puede decirse, mientras hubo un enfermo que asistir”. [4]

Tío Panchito para la familia Don Pancho para su pueblo, fue una institución viva en la historia de su ciudad natal, donde se le recuerda con una céntrica calle que lleva su nombre, y en el hoy hospital materno “Fe del Valle”, antiguo Colonia Española. Fue sobreviviente en 1871 al fatídico sorteo que, organizado por la sevicia colonialista, se impuso en su curso de medicina de primer año, y que tuviera como trágico desenlace el fusilamiento de ocho de sus condiscípulos. Él a su vez sería uno de los estudiantes condenados a diferentes penas de cárcel. Exiliado en Europa, fue alumno de Pasteur. Era de dominio público en el pueblo que, todos los 27 de noviembre, colgaba en el frente de su casa con un crespón negro la bandera de la estrella solitaria.

Otro recuerdo de mi primera infancia tiene que ver con mi país natal. En Venezuela siempre se le ha rendido agradecido culto al doctor José Gregorio Hernández. Entre otras obras de consagración en su noble profesión, es reconocido por su atención generosa a los enfermos en Caracas durante “la gripe española”. Conocido como el “médico de los pobres”, incluso se le adjudicaron “milagros”, tal era la admiración y el agradecimiento de sus muchos pacientes. El papa Francisco lo elevó a beato, paso previo a la santidad.


La realidad pandémica del presente nos debe llevar a vivir con la mayor conciencia de lo que está pasando. Cuba es una y muchas Cubas. La inmensa mayoría de los cubanos lleva su país y sus seres queridos consigo, no importa si vive en lo más profundo de la Isla o en cualquier rincón del mundo; no importa su estrato social, su piel, su edad, su condición religiosa o su ideología. Y la forman sus consensos y disensos, como cualquier sociedad o familia. Todo esto en tiempos de calamitosa epidemia nos genera grandes desafíos.

Tiempos de pandemia, bloqueo, crisis económica, donde cualquier error o desacierto cuesta más caro, se multiplica. Parece que con la enfermedad tendremos que convivir largo tiempo, a pesar de la vacuna que, aunque agradecemos desde lo más profundo y todos fuimos beneficiados, sabemos que no es una solución mágica. Nuestras cifras no son de las peores en el mundo, pero padecemos nuestras cifras, que pese a todos los ingentes esfuerzos fueron creciendo de manera dolorosa. El bloqueo con su prepotencia colonial seguirá, ahora ha tomado más fuerza en el lobby que lo promueve. Es cínico hablar de “corredor humanitario” mientras se mantiene el bloqueo, y de “donar vacunas”, mientras no se permite adquirir la materia prima para los que ya la tenemos.

Ahora menos que nunca podemos sentarnos en la puerta de la casa a ver pasar el cadáver del bloqueo. Somos responsables de nuestros errores, y se tiene que percibir en todas sus dimensiones el pulso de la nación. En fecha reciente, la profesora de psicología de la Universidad de La Habana Daybel Pañellas Álvarez, como parte de un panel organizado por la revista Alma Máter, y con las herramientas de la psicología social, coincide con sus colegas de ese debate en apuntar varias claves sobre las situaciones pre-existentes y condicionantes, motivadas por el crecimiento de la desigualdad social y las consecuentes brechas de equidad: “en primer lugar, con la pandemia, de un año a otro ha perdido posicionamiento la evaluación positiva de su gestión, desde la percepción de la población; segundo, se perciben inconsistencias e incoherencias entre discursos y prácticas, así como desarticulaciones y contradicciones entre algunos ministerios. Además, se cuestiona la capacidad de funcionarios, sobre todo a niveles intermedios y territoriales”. [5]

Todos debemos con profunda sabiduría, compromiso y libertad, asumir los tiempos que nos corresponden, privilegiando la condición inclusiva, la voluntad de diálogo horizontal, el derecho a no estar siempre de acuerdo, en fin, la palabra del otro. Y esto en un mundo donde imperan los grandes centros hegemónicos con un discurso informativo homogéneo, donde la peor de las pandemias es la desigualdad económica –las narraciones distópicas de Margaret Atwood recrean una expresión de su denuncia contemporánea–, donde la lucha de clases suena como algo demodé, pero sigue muy vigente.

Al retomar estos apuntes, escritos en diferentes fechas pero bajo el mismo signo desbastador y universal de la enfermedad, los nombro con la paráfrasis del título de un libro publicado hace años por unos estimados colegas, título que aunque por otras motivaciones muy diferentes, recrea el fatalismo –en extraña alegoría de las especulaciones sobre el tiempo y el destino de Azorín, Jorge Luís Borges y Stephen William Hawking-, de cómo las circunstancias pueden trastocar los dictados de Cronos, justo lo que hemos padecido en esta época.

Por eso hoy más que nunca la cultura hoy debe ser un campo de resistencia contra la pandemia y todas sus consecuencias, incluyendo el profundo dolor por la pérdida de los muchos amigos y seres queridos, la tristeza y la desmotivación social. En el recién inaugurado Festival de Venecia correspondiente a este 2021, se estrenó Las 7 jornadas de BérgamoLe 7 giornate di Bérgamo–, que nos recuerda a todos el drama de una de las ciudades italianas más afectadas por el coronavirus, ciudades en algunas de las cuales estuvo presente la ayuda solidaria de nuestros médicos. Pero como concluye una crónica sobre su estreno, frente a este drama social se impone de la mano del arte una terapia colectiva, donde La Mostra invita “a juntarse en una sala y emocionarse. Lo llaman la magia del cine” [6] …como esa magia que Bergman evocara en sus memorias, cuando hace poco más de un siglo naciera bajo el signo trágico y peregrino que enlazara a familias de Upsala y Manzanillo, y cómo en la cultura se replica la voluntad peleadora de la condición humana frente a cualquier adversidad, porque no podemos ceder ni ante el coronavirus, ni ante la tristeza, ni ante la sombra del tiempo dinamitado.

 

El Vedado, septiembre de 2021– marzo de 2022.

 

NOTAS

1. María Cristina Padilla Dieste. El tío Federico (Samsara Editorial, México, 2021), p. 47.

2. Tom O'Connor. “El síndrome de La Habana ‘se convierte en incidentes de salud inexplicables’ mientras Estados Unidos rechaza culpar a Cuba” (Newsweek, 13 de septiembre de 2021).

3. Andrea Aguilar “Linn Ullmann recompone su infancia en ‘Los inquietos’, libro que planeó con su padre, Ingmar Bergman” (El País digital, 20 de noviembre de 2021).

4. Alfonso Quiñones. “De pandemia a pandemia: apuntes sobre la gripe española de 1918, en Manzanillo (Cuba)” (notaclave.com 28 de junio de 2020).

5. Por Rita Karo y Yoandry Ávila Guerra. “Desafíos del consenso: sicología” (sitio digital de Alma Máter, 4 de septiembre de 2021).

6. Tommaso Koch. “La Mostra de Venecia propone un largo rencuentro con el cine” (El País digital, 1 de septiembre de 2021).

 

 

 


NORBERTO CODINA (Caracas, Venezuela, 1951). Poeta y editor. Reside en Cuba desde niño. Durante treinta y cuatro años dirigió la revista de arte y literatura La Gaceta de Cuba. En el 2002 fue reconocido con el Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro y en el 2021 con el Premio Nacional de Edición, ambos por la obra de la vida. En el 2021 le fue otorgada la Orden Juan Marinello, que confiere el Consejo de Estado de la República de Cuba; y en el 2005 recibió en su país natal la Orden Batalla de Carabobo. Entre sus últimos libros se encuentran los de poesía Lugares comunes y otros poemas. Antología mínima (Colección Sur Editores, segunda edición ampliada, versión digital, 2022) y En el año del conejo (Fundación Casa de Poesía, Costa Rica, tercera edición ampliada, 2022); los de prosa varia Luces de situación (Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2018; segunda edición versión digital Cubaliteraria, La Habana, 2019); Cuando el beisbol se parece al cine (Ediciones ICAIC, 2019; segunda edición ampliada versión digital, 2022); y la selección de ensayos Para otra lectura de Ballagas (compilación y prefacio, Editorial Ácana, Camagüey, 2020).

 

 


JEAN GOURMELIN (Francia, 1920-2011). Magnífico diseñador cuya línea abarcó desde el absurdo y el humor negro hasta un enfoque metafísico. En todo momento, sin embargo, su obra se caracterizó por un intenso espíritu rebelde. Trabajó con dibujos animados, historietas, vestuario y escenografías, además de embarcarse incansablemente en el grabado, el dibujo técnico, la escultura, los vitrales, el diseño de papel tapiz, en cualquiera de estas motivaciones por el brillo de su inquietud creativa siempre encontró un lugar para el reconocimiento, y cerca de su muerte, fue honrado con una gran retrospectiva de su obra en la Biblioteca del Centro Pompidou de París en 2008, titulada “Los mundos de los dibujos de Jean Gourmelin”. Y de eso se trataba, pues de su pluma saltaban a la realidad infinidad de personajes, formando un mundo único propio de su visión fantástica, sin que en modo alguno pudiera enmarcarse en una línea plástica determinada. Entre lo erótico y lo bizarro, el surrealismo visionario y lo fantástico, especialmente en su dibujo en blanco y negro, Gourmelin fue un auténtico artista del siglo XX cuya obra evoca un universo personal donde se mezclan el horror y la belleza, en cuyas formas a veces imágenes distorsionadas interpelan conceptos de tiempo y espacio. Tenerlo como nuestro artista invitado, siguiendo la hermosa sugerencia del periodista João Antonio Buhrer, trae a Agulha Revista de Cultura una grandeza que ilumina mucho esta primera edición de 2023.




Agulha Revista de Cultura

Número 221 | janeiro de 2023

Artista convidado: Jean Gourmelin (França, 1920-2011)

editor | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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