Hilda Mundy: obra reunida, fue
publicada en 2016, y allí se encuentran Pirotecnia: ensayo miedoso de
literatura ultraísta (1936), Cosas de fondo. Impresiones de la Guerra del Chaco
(1989) y textos dispersos, con un estudio introductorio de Rocío Zavala
Virreira, que comienza diciendo que “hablar de Hilda Mundy es salir del camino,
cambiar de dirección, ensayar”. Esto en cuanto a la labor del crítico. En
cuanto al archivo, el mismo primer párrafo lo cataloga del siguiente modo:
Es buscar, más que en libros, en periódicos. Más que en colecciones, en
recortes o en colecciones siempre incompletas. Es hablar, más que de fuego, de
fuego artificial. Más que de guerra, de balas fragmentadas. Más que de un
panorama, de impresiones. Más que de corriente, de un corto circuito. Más que de
alcohol, de un brandy cocktail.
El otro proyecto mencionado es el de La
Mariposa Mundial, que incluye “la revista, pero también la editorial que tiene
tres colecciones: Papeles de antaño, Papeles de Ogaño y Papeles de Argolla. La
primera dedicada al rescate de textos, la segunda dedicada a los textos
contemporáneos y la tercera dedicada a la traducción.” (Ayllón, 2018) A
continuación, Ayllón es explícita en cuanto al trabajo de archivo que
caracteriza los propósitos de esta revista que, desde 2009 lleva adelante un
constante rescate de papeles, recortes, fotografías de escritores bolivianos,
como en una filigrana crítica que juega entre lo dicho y lo no dicho, entre los
relieves y fondos, entre la joyería y lo nimio. Del mismo modo opera la
editorial, cuyos títulos amplían lo anunciado en la revista, mostrando una
exhaustividad que esta no puede alojar en toda su magnitud, pero el libro
sí. A simple vista, la BBB y La Mariposa
Mundial manifiestan el ímpetu constructivo del relato del pasado con la obstinación
que sólo un mensaje cifrado puede provocar. El archivo parece contener en un
lugar y bajo cierta ley, aquello que disperso se sospecha perdido. La reunión
de materiales nos acerca a la obra, pero es extenso el pensamiento teórico que
nos advierte sobre los olvidos de la “consignación” (Derrida,1997). Si la
“reunión de signos” es posible, se debe a que previamente se ha dado una
residencia al resguardo de autoridades. Más aún, en la historia del vocablo
“archivo” retorna la idea de que es “en su casa”, la de estas autoridades o
“arcontes”, que la “domiciliación” asegura el reservorio físico y el
cumplimiento de un orden dado para la interpretación. Allí radica la
encrucijada entre privado y público que vertebra el concepto y se manifiesta en
cierto “privilegio” en la administración de lo visible y lo invisible, la
“puesta en escena” o la ocultación. A propósito, en este trabajo me ocupo de
las formas de la ley de interpretación dadas a una poética en cuyo origen
mandaba la dispersión a modo de anarquía o antiarchivo, mas nuevas regulaciones
afectadas por la apertura y democratización de las reservas culturales la
alinean para su publicación en “obra”.
Mundy se muestra como un espíritu lúdico cuyas influencias pasan por Gómez
de la Serna (El foot-ball es un de porte bíblico), el modernismo de Julián del
Casal, el futurismo de Marinetti y los juegos tipográficos tan caros a la
época. Sus recursos estilísticos son variados, pero como buena ultraísta el eje
central de su obra es la metáfora audaz: “un tentador escote es el hall de un
gran hotel por las notas de un delicioso jazz-band que viene del ruido discreto
y armonioso de los collares de piedras fantásticas”.
Ahora bien, quisiera retardar la
atracción que ejerce la lectura vanguardista en la clave mencionada para
acercarme previamente a la escritura cronística mundyana de entre 1932 y 1936,
más vinculada a un signo de la modernidad y, por lo tanto, a aquello que la
crítica de los años ‘80 acuerda en considerar como fermento de la literatura
latinoamericana moderna (Sabo, 2016). En esta perspectiva, y teniendo en cuenta
que la producción cronística y la poética vanguardista son simultáneas en la
obra que estudiamos, la disyunción es un artificio crítico que depende de un
acento de la mirada, y hasta es una traición de las insistencias
interpretativas (Sastre y Lardone, 2018). En este sentido, la segunda parte de
este trabajo atiende a la vinculación con las vanguardias, no con el objetivo
de mostrar la filiación a algún grupo o programa estético, sino, por el
contrario, para observar que el gesto de vanguardia constante es la
desmarcación respecto de modelos y sistematizaciones. Esta lectura parte de la hipótesis de que la
urgencia juvenil e histórica que vive Mundy, cuyo mayor caudal de producción se
registra durante la Guerra del Chaco, aloja su escritura en la forma y la
circulación de la crónica, realizando aquello que Walter Benjamin ansiaba en
los años ´20 y expresaba en “Gasolinera” en términos de “eficacia literaria”
(Benjamin, 2002), cimentada en el “riguroso intercambio entre acción y
escritura” por fuera del libro; no obstante, hacia 1900, José Enrique Rodó ya
denunciaba en el prólogo a Prosas profanas de Rubén Darío: “Confesémoslo:
nuestra América actual es, para el Arte, un suelo bien poco generoso” (Darío,
1920). En consonancia, Mundy traslada sus recursos poéticos a la escritura de
crónicas, arrastrando en su transgresión otras desmarcaciones: público y
privado, literatura y periodismo, mujeres y guerra, lo universal y lo
americano, modernismo y vanguardia, arte o política. Con el nervio de la contemporaneidad, Mundy
coincide con el debate americanista que se dirime entre la poesía y la prosa
pocas décadas antes. Por su parte, llevando el refinamiento del poeta
modernista hacia el giro irónico que sólo quien conoce las referencias puede
resolver, el archivo de crónicas que recupera Rodolfo Ortiz para la reedición
de Bambolla Bambolla [cartas fotografías escritos] admite ser puesto a prueba
entre los dilemas modernos según los lee nuestro tiempo, y su propio mal de
archivo. Entonces, a partir de la idea de que, como dijo Rodó, “el párrafo es
estrofa” (Darío, 1920) llamo crónica a una serie irregular de textos, algunos
de ellos publicados en la prensa -diarios, periódicos y publicaciones de
diverso tipo- mientras que otros no fueron publicados en su momento sino
después de la muerte de Mundy, pero padecen este contagio genérico de lo sin
género. Hago a continuación el ejercicio de pensar estos escritos siguiendo la
pauta de María José Sabo: “interesa observar en qué medida la crónica funciona
así como “restancia” (Derrida, 1995) que no solo desestabiliza el canon de
lecturas dominantes, sino que especialmente quiebra la propia genealogía y
genericidad posible” (Sabo, 2015). Los objetivos de las próximas páginas son
proponer una breve tentativa de arte poética en función de los textos
seleccionados y entrelazar la escritura cronística con una recepción específica
de los recursos expresivos vanguardistas para observar, finalmente, el vínculo
entre el género y la anarquía de la escritura mundyana.
Las narradoras: noticias de Hilda Mundy
Es perspicaz y misterioso el deseo que la modernidad
latinoamericana provoca. Se nos presenta como una imantación de los estudios
pues, aunque decididos a pensar el presente, son siempre requeridos de dar
cuenta de ese arco temporal que nos consigna. Y lo singularísimo de esto es
que, efectivamente, somos persuadidos por la idea de que las profanaciones eran
posibles en su marco conceptual y ya no se sabe qué se siente como profanador
en nuestra experiencia afectada por el abismo virtual. A veces parece ser que
ya no podemos tener la experiencia del shock como “irrupción de la conciencia
despierta” (Benjamin, 2005). Y saltamos a otros tiempos y tenemos la sensación
de que algo fulgura esperándonos. Con cierta vanidad, nos incita la sensación
de visibilizar, de democratizar el archivo, de recuperar lo oculto o lo
perdido. Pues bien, quizás sea esa pequeña acción escrita la que hace un gesto
mínimo de memoria, como un acta de justicia crítica que no se da en todos los
casos, pero en algunos es inexpugnable.
Abro el archivo de Hilda Mundy, no sin amigas viajeras y becarias en
Bolivia mediante. Con las noticias que trajeron a Córdoba, escuché la mención
de esta autora orureña que siendo muy joven, de familia reconocida y
tempranamente feminista, escribe con el anarquismo de las vanguardias, tan
nacionalistas como cosmopolitas, con todo lo antinacionalista y poco viajado
que eso significa para una mujer en el contexto de la Guerra del Chaco. Y como el cosmopolitismo es curioso, pude
conseguir un ejemplar de la reedición realizada por La Mariposa Mundial en el
año 2017, traficando amistades. Fue grande la sorpresa ante tan cuidada
edición, nada tímida en ciertas polémicas de archiveroseditores: “¿Qué ha
pasado en esta segunda edición? Pues bien, numéricamente, 80 páginas en
remiendo expansionista, que traen a
su vez 76 textos y 5 nuevos nombres que se suman a la legión” (Mundy, 2017).
Aunque lo diga Rodolfo Ortiz con la gracia de la negación, apunta una serie de
desacuerdos en cuanto a los datos, primero, de Cosas de fondo (1989) y, luego,
en la publicación de la Obra reunida por la BBB. En todo caso, no deja esta
pugna de ser irresoluble pues las respuestas de Zavala Virreira son igualmente
contundentes. Sin lugar a dudas, el trabajo
de archivo realizado por el editor es delicadísimo en lo que concierne al
libro, pero no alivia la fiebre aglutinadora de una producción figurada en caos
por su creadora. Cabe recordar que la obra de Hilda Mundy, junto a sus
heterónimos Raspadilla, Retna Ludmila, María Daguileff, Madame Adrienne,
Jeanette, Pimpette, Dina Merluza, Michelin, Mademoiselle Touchet, Dora
Kolomday, Ana Massina, se disperó en más de diez publicaciones de diverso tipo
y que dio a conocer, en 1936, un único libro titulado Pirotecnia: ensayo
miedoso de literatura ultraísta. Ahora
bien, es claro que las ediciones actuales disputan una comprensión del archivo
en términos opuestos si se considera con qué propósitos institucionales se
ubica el archivo Mundy: la de la BBB incluye a Mundy en un proyecto enorme de
recuperación de autores, es decir, la constitución de una literatura nacional
en el que Hilda Mundy es la única escritora de la vanguardia y cuya publicación
repara su condición de “víctima de menosprecio y olvido (Zavala Virreira,
2017); La Mariposa Mundial prácticamente evita esa coerción del canon, y
mantiene el espíritu indómito, si no de la obra por razones obvias que definen
la materialidad del libro, de las intervenciones de Mundy y sus otros
heterónimos, avalada por un trabajo documental expuesto en el libro en primer
lugar: un epistolario y un álbum fotográfico familiar. Sin lugar a dudas, este
archivo se legitima por un preciso conocimiento de los textos y sus fuentes,
pero también por el acceso al espacio íntimo que forma parte de la primera
parte de la edición en la que se ordenan cartas y fotografías de Laura
Villanueva Rocabado. Más allá de que Laura Villanueva Rocabado (Oruro, 1912-La
Paz, 1982) mucho o poco supiera de las vanguardias, del nacionalismo y el
cosmopolitismo –en todo caso no interesa aquí dar autoridades a sus
experimentos textuales– su reacción al presente es fundamentalmente afectiva en tanto que
“acontecimientos de cuerpo” atraviesan la acción de escribir y configuran un
modo de decir. Lejos de asumir que encuentra la forma de ordenar los vaivenes
del humor, la escritura mundyana recepta sus modulaciones y las convierte en
marca expresiva. En todo caso, el contacto con algunas obras propias de los
exponentes más atendidos de los vanguardismos –Marinetti, del Casal,
posiblemente Huidobro–, según lo que la escritora comenta, son principalmente
modos de dar un nombre sistemático a ejercicios que ya estaban entre sus
intereses respecto del lenguaje y que no provenían del estudio de teorías
estéticas en sentido estricto sino de una duda sobre la palabra misma en la
experiencia poética. En la publicación
de La Mariposa Mundial, se encuentra un nuevo manuscrito de Mundy titulado
“[Respuesta de Hilda Mundy a la revista Dador (1978)]”. Rodolfo Ortiz señala
que es posible que se refiera a los días del destierro en La Paz en 1936. Allí,
asevera: “no conocí cenáculos intelectuales. Para tertulias interesantes estaba
mi casa” (Mundy, 2017). En este sentido, sin grupo, sin texto programático y
sin órgano de difusión específico de un programa estético, es admisible
intentar un trabajo aplicado a encontrar las huellas de un método en otras
escrituras. En una carta del 15 de noviembre de 1934, como bien señala Virginia
Ayllón, una de sus lectoras más asiduas, “esta misiva esboza lo que en el
devenir será se arte poética” (Ayllón, 2016):
…le diré que las circunstancias templan el alma, al fin logran hacer de
ella algo así como un compuesto de goma cáustica, antes de la guerra me gustaba
tener aun en una sílaba de mis escritos una seriedad, una reflexión a toda
prueba, hasta llegar al extremo de la tontería, en unas “memorias” de hacen
siete años había puesto … en el poniente de mi vida…. No le parece ridículo. Ahora, la raigambre misma de mi carácter ha
cambiado, se ha injertado a la escuela de vanguardia, aquella escuela
apocalíptica casi por dislocadura de la Lógica, degolladora de Las Palabras y
arrasadora de LO ANTIGUO. Me encanta el absurdo, la palabra hueca, hueca que
parece un cascabel de latón con la piedrecita de la tontería dentro.
(Mundy, 2017. Mayúsculas en el original).
[A]hí está la bella mentira para mi salvación. ¿Dónde cree U. reside la
importancia de la mujer sino en esta cualidad? Si fuera yo veraz, sería un
libro abierto, un folletín barato que lo va diciendo todo al primer vulgarote
que lo adquiere. Soy mentirosa y mis mentiras me cubren con a manera de unas
escamas doradas que todavía con cuidado hay que apartarlas para encontrar la
sorpresa del último: La verdad. Pero le diré que precisamente son mentirosas
las personas que no saben mentir, es decir se han hecho pillar en flagrante
delito de falsedad y no sirven. Yo soy mentirosa, pero como sé mentir mi
mentira tiene tanta apariencia de verdad que hasta se parece a ella en el
colorido… (Mundy, 2017.)
En cuanto al final del fragmento
anterior, a pesar del abandono que había propuesto respecto de lo antes
analizado sobre la palabra y el afecto, la escritora declara su intención
lúdica y transgresora radicada en el impuesto bienestar y su manifestación
mediante la sonrisa como mercancía. Si se extrapolan los puntos señalados a un
arte poética establecida retrospectivamente, la carta “resulta ser un derrumbe
de temas” (Mundy, 2017) del que se extrae la apariencia de verdad como
propósito de la escritura, que para mayor claridad remite al cine cuyo éxito
radica en el “misterio que es más sugestivo cuando diadema a una mujer”. En síntesis, si hay un arte poética
entrelazada en la carta al amigo, insinúa la escritura en una clave femenina
que dice la apariencia pues en ese juego de proximidad se manifiesta la verdad,
la verdad como apariencia. Eso mismo define a la mujer, y más aún a la
escritora, que cuando ingresa en el espacio público exhibe la diadema con la
frescura de la mentira, o más precisamente, del saber mentir la mentira. Esta última deriva que configura su instancia
de recepción, agrega notas fundamentales a algunas cuestiones de la palabra y
del cuerpo. Impresiones de la Guerra del Chaco fue publicado, por primera vez,
en 1989 como parte de la recopilación titulada Cosas de fondo: impresiones de
la Guerra del Chaco y otros escritos. Es un texto que registra el trabajo en el
ámbito doméstico entre 1932 y 1935, con rasgos de diario debido a sus fechas,
pero que imagina a su lector, tal vez, como ejercicio conceptual en segunda
persona: “Las retinas que se asomen a estas líneas no esperen encontrar
bellezas de estilo […] Además, habría que perdonárseme las faltas de
coordinación. […] (Moje cuidadosamente los dedos en un esponjero y dé vuelta la
hoja)” (Mundy, 2017). Estos textos abarcan un periodo mayor que el referido a
propósito de la carta a Jorge Fajardo, parte del epistolario que constituyen
los textos hallados con fechas de entre 1934 y 1936. No obstante, es posible
proponer una lectura dialógica que los incorpore al periodo de conformación de
la experiencia escrituraria cuya reflexión se esparce entre los escritos publicados
o personales y deviene en una tentativa de arte poética.
Como ya he mencionado, la escritora
tenía conocimiento de los recursos vanguardistas que atentaban contra la lógica
y la sintaxis, propuestas que tradujo en humorismo como recurso de exhibición
de la realidad y de la palabra que la dice. A ello se suma, considerando el
paréntesis de la última cita, un innovador uso de la segunda persona para
saltar hacia fuera del texto y hablarle al lector, más aún, para indicarle
acciones a seguir dotando al texto de una dimensión performativa inusual que,
una vez más, le habla al cuerpo.
Refiriéndose a quienes parten al campo de batalla, en “[Partida del
primer contingente]” (Mundy, 2017), enumera: “a mis compañeros de aula, a mis
camaradas de doctrina, a mis amigos de alegría, a mis … (aquí una parálisis
instantánea me impide escribir…)”. Un brevísimo análisis permite proponer que,
posiblemente, sea a sus hermanos a quienes no puede nombrar; la aclaración del
sentido de los puntos suspensivos será una clave poética fundamental para la
comprensión del silencio y la nada como declaraciones de independencia respecto
de la verborragia insensible de una época pero una infracción en cuanto a la
pausa silenciosa que presuponen (Ayllón, 2004);
finalmente, la parálisis es la real dimensión del acto de escribir
radicado en el cuerpo y su tragedia: la escritura que es un decir otro, una
silenciosa sustituta del decir cuando los sucesos políticos son sordos al
horror de la guerra. Ahora bien, todos estos juegos entre lo dicho y lo oculto
indican una revelación constante de lo concerniente al acto mismo, a lo que
acontece durante el escribir como la dimensión real del índice que es la
escritura. Así, Mundy explora la palabra cronisticopoética como sobrevivencia.
Textos breves, con giros maliciosos y angustia de adivina. Bien sabía quiénes
leían los periódicos que la publicaban, los conocía, les contestaba y todo el
texto saltaba hacia fuera de sí. La condensación de una época se lee en la
respuesta que da a Arsenio Minaya, quien había escrito un poema imitándola
burlonamente en diciembre de 1934: “En el gusto vamos en sentido divergente.
Mientras Ud. Prefiere la suavidad del camarote, la belleza sin complicaciones
de los demás compartimentos, yo me he propuesto visitar el reino obscuro de las
maquinarias” (Mundy, 2017). La metáfora del “vapor” al que se suben, bautizado
La mañana, como el periódico en que publican y contienden en esa oportunidad,
hace lugar a las autodefiniciones que dan cuenta de una posición ante la modernidad
de la que se tiene noticia y cine: “alta ingeniería”, “andamiaje mecánico”,
ofrecen tempranamente un vocabulario para esa inmensidad lejana, insinuante,
que la guerra no hará más que alejar. A pesar de los párrafos furiosos por las
señoritas quietas para cuidar su peinado y su dicción, y de las descargas
contra los dominantes hombres, en la guerra todo es despojo. Atenta en ello a
los cuerpos de los jóvenes que se despiden quebrando la unidad familiar, la
tertulia, el intercambio e incluso su postura varonil que tanto irrita a Mundy;
y los de las mujeres perplejas ante una circunstancia que las excede y que las
desampara después de haberlas constreñido a la espera del matrimonio: “Abrazos
últimos. Lágrimas. Mujeres des-hechas. Hombres. Ex-hombres extrayendo de la
debilidad mismo un poco de fuerza para el ADIÓS” (Mundy, 2017. Mayúsculas en el
original). En esa circunstancia, Mundy se desliza más allá de los límites del
heterónimo y se pierde en la desesperación de las ausencias familiares. Qué
lugar queda para las mujeres, qué pueden hacer los hombres ante la decisión
política, y qué tarea es la de la escritura: “Mi psicología deseó siempre
rasguñones que la hiciesen vibrar, la ocasión me ofreció en proporción
desmedida a mi capacidad de consumo”. Cualquier resonancia con los destellos
modernos que bien conocemos por José Martí (2010) o el shock y el mutismo
definidos por Walter Benjamin (1998) o los retazos de la Revolución Mexicana
escritos por Nellie Campobello (2000) por dar algunos ejemplos, toman aquí la
forma de la masacre que se avecina. La escritora nos habla de la partida, de la
imposibilidad de narrar aquello que acontece y, si bien en parte podría
atribuirse a que los hechos no están a la vista de las mujeres de la ciudad, la
revelación se da en cuanto al horror de lo intuido y de la memoria: “Diríase
que la mayoría de lo acaecido se pierde y ya muy poco queda por transubstanciar
al papel. Perdóneme el orden, el detalle y la presentación de estos apuntes”
(Mundy, 2017). La extensión y la linealidad de la escritura emergen como la
condición imposible del recuerdo, los “apuntes” se comportan como la forma afín
con esta experiencia de la fuga del decir y el hacer: “con estas líneas no hago
más que dar vida a lo que pasó”, dice Mundy, y sabemos que su poética, a estas
alturas, está atravesada por la lectura de las cartas que le llegan diciendo
“conserve este recuerdo” (Mundy, 2017).
Las crónicas y las vanguardias
Antes de profundizar en la necesidad de una vanguardia
previamente anunciada como operación crítica actual sobre el archivo de la
literatura nacional boliviana, repito el gesto de retardo pues considero
oportuno plantear algunos puntos señalados por Blanca Wiethüchter en Hacia una
historia crítica de la literatura en Bolivia. Allí se refiere a algunos rasgos
del romanticismo y del modernismo que son claros antecedentes de la escritura
mundyana. Lo primero y bien conocido es la articulación entre “deseo independentista”,
“necesidad identificatoria” e “intención testimonial” (Wiethüchter, 2017) que
se aloja en proyectos poéticos enfocados en la exploración del habla. La
oscilación que pasa de la reflexión intimista a la observación de la naturaleza
se repite en la grandilocuencia de himnos y odas que conviven con un profuso
ejercicio de la ironía connotando la decaída confianza en el lenguaje como
instrumento para el logro de los grandes propósitos patrióticos y culturales.
Como señala Wiethüchter:
Esta actitud testimonial, durante el romanticismo, se enlaza a un deseo de
“construir patria”. Este deseo también se traslada a la práctica modernista
como una necesidad de dar cuenta de las contradicciones que entraña el país en
lo que se refiere a la disímil convivencia cultural, particularmente la andina,
pero profundizando la intención crítica en busca de un proyecto social. De esta
manera, los modernistas (tanto prosistas como poetas) heredan esta preocupación
por nombrar la patria, aunque no de manera celebratoria como los románticos
-cosa difícil después de la pérdida del horizonte marino y de un pedazo de
selva en el Acre.
En cuanto a los recursos formales, los
modernistas superan las limitaciones coloniales que los constreñían recuperando
la clave barroca de la experimentación en diálogo tensionado con la necesidad
de una reflexión social. Cabe recordar que el conflicto de las lenguas es
central en este entramado de debates sobre las formas del habla y las formas
poéticas pues la presencia del castellano, el quechua o aymara y el francés,
ponen de relieve el conflicto entre oralidad y escritura, o más precisamente,
qué de lo oral podía pasar al ámbito letrado y qué debía ser “ocultado”. En
esta encrucijada fructifica la condición crítica que según Wiethüchter explica
“el ejercicio apasionado de todas las formas de la ironía –llámese parodia,
absurdo, grotesco o finalmente humor–” (Wiethüchter, 2017).
En este contexto, se menciona una serie
de proyectos artísticos entre los que se incluye a Hilda Mundy a propósito de
Pirotecnia, pero también a artistas como el pintor y escritor Arturo Borda.
Entre otros, ambos forman parte de la tendencia más radical, inclusive de
ruptura respecto de los modos literarios anteriores. A partir de ellos,
Wiethüchter propone una distinción fundamental:
Entendemos por obras modernas aquellas que al dar el salto a la renovación
construyen el margen o, si se quiere, la marginalidad, pues se oponen a una
gran cantidad de obras absorbidas por el modernismo. El gesto de lo moderno se
define en la visión irónica: en un sistemático aislamiento de las
representaciones ya instaladas de la realidad; como una crítica audaz de la
incongruencia del mundo […] una puesta en escena de los «errores» de la
historia, una pluralidad de voces no descritas sino en acción.
Ahora bien, el estallido de la Guerra
del Chaco se articuló con las escrituras exaltadoras del fervor patriótico y
comprometido con la definición nacional para dirimir las diferencias
regionales. De este modo, es clara Wiethüchter al indicar que, acompasadamente
con los dilemas ya mencionados, se trata aquí de un proceso también
contradictorio entre “el vaciamiento y la producción de sentidos” (Wiethüchter,
2017). Pero lo cierto es que, si la crítica actual incentiva el reconocimiento
de una vanguardia boliviana es en función de estas obras empujadas hacia los
márgenes del canon por las presiones políticas que, como se ve, enraízan
nuevamente en el terreno cultural. Sin
embargo, una elite intelectual conversadora y noctámbula sobrellevó, no sin
pesadumbre, el embate bélico de puertas adentro. Llamativamente, la mención de “las
vanguardias” refiere a “risueñas y jocosas” (Mundy, 2017) escrituras que se
conocerán más adelante, como indica la publicación de Ortiz, ahora bien,
quisiera resaltar aquí, como último retardo, que mientras ciertas notas
exploran los juegos imaginísticos surgen los dilemas de la memoria y la
narración, con su inevitable pregunta por la historia. Llegan a Oruro las
retóricas de la guerra como nacimiento, pero quienes son la carne de su
esqueleto, detectan fácilmente “la amalgama de lo noble y lo mezquino, lo
valiente y lo cobarde” (Mundy, 2017), u otra forma de nombrar las consabidas
dicotomías propias del exterminio. El apartado “[Historia…]” es desgarradoramente
repetitivo:
QUEDARÁN EN ELLA PÁGINAS DE RELIEVE, DONDE RUGE EL ALMA TITÁNICA DE NUESTRA
RAZA TIGRE, Y JUNTO A ELLAS OTRAS NEGRAS Y TRISTES NOS DEMOSTRARÁN LOS GRANDES
DESMANES DE LOS SÚPER-HOMBRES, LAS VENDIMIAS, LOS DELITOS DE ALTA TRAICIÓN, LOS
NEGOCIOS DE LOS FLAMANTES RICOS. (Mundy, 2017. Mayúsculas en el
original.)
Señor Director: El avance [de] la mujer en el campo de todas las
actividades, la Convención Femenina que se realiza en estos momentos de alta
trascendencia, y todo un cúmulo de razones a mi favor me han convertido en el
manual de la perfecta cocktailera. Ahora me pongo a ofrecerle este cocktail
periodístico.
Así despunta la columna “Brandy
Cocktail” en 1934, en el diario La mañana. El característico humor mordaz
apunta a descubrir el proceso lento de la inserción de la mujer, y aunque es
mundial su creciente intervención en diferentes ámbitos de la vida, Mundy se burla,
mediante la amalgama idiomática, de la supuesta simultaneidad con los centros
irradiadores de la modernización y lo que logran las mujeres en el contexto
orureño dentro del abanico de posibilidades. En esta misma línea, en la segunda
entrega, tras mencionar el poema de Ramón Gómez de la Serna “Greguerías” (1991)
dedicado a las bocinas, ironiza hasta el sarcasmo sobre la acrítica aceptación
de los avances tecnológicos:
Yo creo en el avance de este adminículo hasta hacerse dueño del mundo. El
año X las bocinas merced a un aparato receptor de radio en miniatura, nos
advertirán, no como el tradicional “apártate que te trituro” sino con una
noticia sensacional o el estribillo del tango de moda. En víspera de elecciones
nos sorprenderán repitiendo el nombre del candidato presidencial.
En 1935 se conoce Dum Dum, “nueva hoja
periodística semanal” (Mundy, 2017, p. 246), según registro anónimo en La
mañana del 25 de noviembre. Este semanario, que toma su nombre del Dum Dum
Arsenal inglés en India donde se producían balas expansivas a principios del
siglo XX, fue fundado por Hilda Mundy e impreso en los talleres del semanario
orureño La Patria. Esta publicación definió la salida de la escritora de la
ciudad durante el gobierno de José Luis Tejeda Sorzano. En su
ManifiestoPrograma del Partido Anarqui-Socialista, anuncia:
queremos TODO para nuestro
Jefe-Caudillo, con el anhelo de hacer de «él» un motor manuable y fructífero de
embolsillador… […] transformación
profunda, cancelando la instrucción; creando parias al servicio de Obispados
[…] integremos nuestro organismo
económico, con más millones prestados.
Las vanguardias mundyanas de estos años
encuentran su contexto en otras formas de estallido o, mejor dicho, en la
metáfora de la chispa antibélica que se expande y desaparece, pero también como
expresión del alcance que la renovación imaginada lograría en el contexto ya
mencionado de la marginación de las escrituras más rupturistas. Pirotecnia:
ensayo miedo de literatura ultraísta, es quizás una poética en sí misma, donde
se condensan los recursos y los tópicos de un proyecto literario que primero se
ha esparcido en cartas y cuadernos, y que, una vez sistematizado, se deja sospechar
estratégicamente efímero. Aunque la fuerza centrípeta del libro podría sugerir
que todo lo disperso fuera de él es el ejercicio para consumar esa obra, nada
impide pensar, al revés, que el libro cifra un plan de acción creado en
simultáneo a estas otras escrituras que llamamos crónicas, inseparables de un
programa de difusión, acompañado por el exceso de firmas que mencionamos antes.
La gran ironía es que la escritura cronística de los años anteriores a
Pirotecnia puso la dio la nota no literaria. En el posfacio de la edición de
1936, Manuel Frontaura la considera “obra periodística” (Villazón, 2016)
desatendiendo la distancia que toman los textos que la conforman de las
referencias históricas o políticas concretas, así como del tono realista de su producción
anterior, y más aún, el guiño del subtítulo. Es preciso el estudio de Emma
Villazón al respecto, pues agrega las dificultades críticas para la
clasificación de la obra, también comprendida en una antología poética y luego
será recolocada en el marco del ensayo.
En esta perspectiva, es fundamental recuperar las marcas ultraístas que
ponen en su lugar la mirada que, en función de alentar una renovación del texto
periodístico, no menciona la experimentación literaria como la escritura de la
ciudad y la modernización que alcanza los hogares no sin cierta mirada temerosa
por los alcances de esta transformación de la vida. Además, como ya
mencionamos, es explícita la mención de las Greguerías de Gómez de la Serna,
cuya fórmula es “humorismo+metáfora”. A propósito de esto, en diciembre de
1934, escribe Mundy: “En la diafanidad del ambiente cruzaban un absurdo y
cuatro metáforas de vanguardia, de aquellas que se alimentan, sonríen y quizás
aman.” Durante ese deambular poético, cruza a un enemigo avergonzado, a una
muchacha a la moda pero con mal gusto, a un perro que le recuerda la aviación,
a una fórmula de la alegría en el juego infantil. Pues bien, entre ellas, la
cuarta dice: “No importaba que el viento me despeinara horriblemente. Lo admiré
de verlo tan bonito en una superficie de asfalto, álamos, en el fondo de un
cielo azul” (Mundy, 2017). Todas bromas a los preceptos para la poesía,
inclusive, la de vanguardia, más aún cuando se expresa con una fórmula lógica,
cerrando su esfuerzo con la observación de lo más repetido del paisaje
cotidiano.
Poéticas del anti-archivo
Muchas pueden ser las formas desde las que abordar la
disputa de Mundy con su tiempo. La primera es su liberación del nombre, o de la
autoridad biográfica e incluso de la identificación del cuerpo que los soporta
y hasta de la durabilidad de los medios en que publicó. Se superponen, para una
intención reguladora, distintas firmas, aunque es constante la de Hilda Mundy
desde 1932 hasta 1979. Y si su único libro cautiva ineludiblemente por la
agudeza irónica y la irreverencia sin escuela de su estilo conversacional
acompasado con rigor sonoro y político, su obra cronisticopoética parece el
lugar fiable para un activismo que señala las líneas más gruesas del proyecto
nacional boliviano: la función de la prensa, la clase política, el feminismo
emergente, la explotación del indio, la deshumanización moderna, la guerra como
negocio, entre otras; pero es también el territorio de la exploración poética
en esa “restancia” escritural de textura indómita, profanadora, exhibicionista
que ella llamó “vanguardias”. Llegado
este punto, es posible arriesgar la idea de que la crónica se define en ese
desmantelamiento de sus rasgos y en su reconstrucción en el acto mismo de
escritura. Se adhiere a su condición inefable una relación sin rigor con los
medios de circulación, situación que consolida el juego con la firma en el caso
de Mundy, y se confirma que la filiación -irresuelta en su tiempo, forzada en
el nuestro- con los movimientos de vanguardia resulta de la práctica
descentrada respecto de los géneros.
Bien pensado estaba el trabajo de anti-archivo si reparamos en la
desautorización de la firma, la dispersión en los medios, en la imposibilidad
de recepción literaria en 1936 y su rescate para dar una vanguardia al canon
nacional en el siglo siguiente, pero también en frases tanto metapoéticas como
antipoéticas de Pirotecnia como “este atentado a la lógica/No tiene lugar ni
filiación en el campo bibliográfico” (Mundy, 2015). Al mismo tiempo, son
irreprimibles los detalles de lo que no se supone que sea dicho como “Marinera…
sin calificativo” (Mundy, 2017) o “Moda (la mayúscula tiene significación)”
(Mundy, 2017), o bien, ironías tan repelentes como irreprochables a riesgo,
para el lector, de tener que dar cuenta del reconocido trasfondo como, por
ejemplo, cuando en 1934 escribía: “Si de vez en cuando repetimos algunas
narraciones de color pecado, es porque sencillamente nuestra espiritualidad
alba no alcanza a comprender la doble intención que encierran ellas” (Mundy,
2017). Confesando de más, mostrando de menos, Mundy siempre escapa a las
regulaciones de la consignación y la domiciliación. Expuesta a procesos de
desclasificación y reclasificación, las vanguardias de Hilda Mundy y su
comunidad de firmas prometen mayor expansión en virtud de la constante
posibilidad de reconocimiento de apuntes, cuadernos, papeles u otros textos,
así como otros nombres, hasta ahora dudosos, indocumentados, todavía
desconocidos. Tal vez algunos permanezcan siempre irreconocibles, improbables;
tal vez sea esta su burla más perdurable a las intenciones lógicas que imaginan
un consuelo al paso del tiempo reuniendo los signos de sus objetos rebeldes,
tal vez sean estos últimos los argumentos más sólidos para domiciliar a Hilda
Mundy como cronista de vanguardias.
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Agulha Revista de Cultura
Número 226 | março de 2023
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