Las grandes capitales como las conocemos
hoy en día se formaron en la modernidad, debido a factores económicos, tecnológicos
como la revolución Industrial (que transformó los medios de producción y las relaciones
con el proletariado), también a teorías económicas como el mercantilismo, filosóficas
como el positivismo o científicas como el darwinismo…, y a un factor principal,
la decadencia del mundo cristiano a finales del siglo XVII.
No
será ni el Domine (el señor feudal) ni el Clero el centro del mundo moderno, la
organización en feudos dará paso a sociedades mercantiles, poco a poco los recursos
económicos cambiarán de manos, la burguesía será el protagonista del cambio de paradigma,
en ella se empezará a acumular lo que antes se depositaba en el clero o en los señalados
por éste.
Al
desamortizar a la iglesia, la economía tendrá que fluir por otras vías, la nobleza
tendrá que vender miles de hectáreas para sostener su estilo de vida, éstas pasaran
a ser controladas principalmente por aquellos que sepan explotar las tierras o quienes
tengan los recursos para construir fábricas o sepan cómo sacar dividendos a sus
nuevas propiedades, poco a poco el poder cambiará de manos hacia esta nueva clase
social emanada a partir de la modernidad. El poder económico ya no será depositado
en un rey o un emperador señalado por Dios, ahora éste será movido por aquellos
que tengan en sus arcas suficiente dinero para controlarlo. El dinero poco tendrá
que ver ya con la espada flamígera de dios señalando al conductor de rebaños, ahora
éste se repartirá, pero seguirá en manos de unos cuantos.
A
partir de allí, las grandes capitales serán el centro neurálgico de este progreso,
pero también se convertirán en el espacio ideal de los escritores europeos y artistas
de todo tipo para plasmar sus obras. El arte moderno es un arte profundamente urbano.
En estos espacios serán patentes las desigualdades sociales, la pugna entre personas
de diversas creencias, la deshumanización del proletariado, la falta de higiene,
la pobreza, el juego de apariencias o la doble moral, así como la pérdida de identidad
(el individuo será uno más en medio de la multitud), el abuso de los huérfanos por
parte de clérigos o personas “respetables”, el poco valor que se le da a lo espiritual
y a los sentimientos…
La
razón impondrá su ley, se convertirá en el eje rector del trazo urbano, pero al
mismo tiempo, el principal responsable de una nueva crisis, sobre todo espiritual,
la cual será palpable a finales del siglo XIX, pero que se fue construyendo a partir
de los vacíos generados por la decadencia del mundo cristiano. El punto más claro
de este quiebre se dará cuando el artista se dé cuenta que ya no es indispensable,
que su lugar central en la sociedad ha sido ocupado por la técnica y la razón.
En el momento en que el arte deja de tener un papel preponderante en la vida cotidiana, lo espiritual, lo sensible, el conocimiento interior del hombre, la reflexión, el humanismo, serán aspectos secundarios, mientras lo material, la velocidad sustentada por un mundo que no se para un momento para reflexionar sus actos tomarán un papel central, además esta materialidad y velocidad en el actuar se resumen en la producción riquezas, ¿para quién?, para unos pocos, nunca para la mayoría. La lucha entre naturaleza y cultura habrá concluido con la derrota de la primera. El proceso civilizatorio se impone a los ecos de lo sagrado, la piedra por encima del agua, el fuego sobre el viento y la noche, las monedas de la limosna sobre el espíritu que nos habitaba.
Stendhal
en La cartuja de Parma o en Rojo y negro, como Balzac en su opera mundi: La comedia
humana ejemplificarán sobre diversos problemas sociales ocurridos por este cambio
de paradigma; ambos reflexionarán sobre lo que persiguen los hombres de su tiempo:
el poder. Muchos años después, lo hará Baudelaire cuando escriba de los outsiders,
de aquellos que ha olvidado el progreso, como a los de su propia estirpe: los artistas;
Dickens hará lo mismo con Londres y sus deshollinadores y judíos; aunque antes William
Blake en varios poemas ya mostraba la decadencia del país y de esos niños huérfanos
y tiznados; Dostoyevski escribirá de San Petersburgo, esa capital inventada, sin
historia, un proyecto narcisista, carente de espiritualidad. De ese templo de cristal
hace mofa en novelas como Memorias del subsuelo, por ejemplo, y de la gente que
vive allí, actores que no reflexionan su guion, sólo siguen hacia delante, porque
la ciudad moderna necesita hombres de acción y no de pensamiento.
Si
nosotros queremos entender nuestra ciudad del siglo XXI (ya muy lejos nos queda
la del XX), tenemos que tener en cuenta lo anterior, pues la posmodernidad no se
explica sin la modernidad y sus fracturas, sin los vacíos que generó “la muerte
de Dios”, pienso en George Steiner en Nostalgia de lo absoluto, pues éste escribe
que la creencia en dios era un mito totalizador, el cual permitía tener una respuesta
para todo, pues sólo se necesitaba tener fe, no había necesidad de pruebas. La existencia
de un paraíso o la vida después de la muerte creaban un consuelo para los hombres.
Sin Dios, nos dice Steiner, lo que resta es un vacío enorme, pues si no hay Dios,
¿qué pasa al momento de morir?, si no existe el más allá, ¿qué sucede con el hombre
al dar su último aliento? Ya las preguntas no tienen una respuesta que nos calme,
la incógnita libera la angustia.
La
modernidad empieza precisamente con ese estado anímico, incluso de ansiedad (si
lo vemos bajo los ojos de nuestro propio tiempo), ya no hay un dios que nos salve
de nuestros errores, no hay fe que logre calmar los golpes de la vida, de hecho,
no habría un dios que nos odie, sí, pienso en Vallejo. El ennui, ya presente en
los pensamientos de Pascal, adquirirá una mayor densidad en románticos como Nerval.
El hombre melancólico dividido entre lo sublime y lo grotesco para Victor Hugo,
mostrará el inicio de esta fragmentación que será llevada a un extremo en el siglo
XX, el mismo spleen tan presente en Baudelaire es síntoma de este mundo inmerso
en el vacío.
Poco
a poco el artista empezará a confinarse en su propio quehacer estético, primero
vendrá un mundo lleno de símbolos que se comunicará de manera sagrada o natural
con el poeta, como señala Baudelaire en “Correspondencias”, Rimbaud tensará más
la cuerda como en el “Barco ebrio” o después Mallarmé lo llevará a un extremo donde
la interpretación unívoca es imposible, pues para él será “la sugerencia” la finalidad
del arte.
Los
decadentes, por su parte, empezarán a vivir para el arte y por el arte, Wilde escribirá
en La decadencia de la mentira que será el arte quien configure la realidad, nunca
al revés; “el arte por el arte” será la última trinchera que tengan los artistas
de finales de siglo XIX para defenderse del propio mundo que los niega.
Poco
cambiará en el siglo XX, después de las vanguardias, el arte estará sumido en un
mercado cultural, como señala David Harvey, el cual funcionará como el intermediario
entre el artista y el consumidor, esta red será el medio de distribución del arte,
la cual funciona dentro del mundo capitalista, sin ésta, el artista no tiene oportunidad
de compartir su obra, de hecho ésta le impone de manera consciente o inconscientemente
lo que debe producir, pues la obra misma dentro de la posmodernidad es un producto
más de consumo.
Es
paradójico que, a pesar de que la obra termine siendo un producto y que la mayoría
de éstas acaben pareciéndose a otras, no por cuestión de plagios (a veces, sí),
sino por el uso excesivo del pastiche y el collage (en un muy amplio uso), la cuestión
autoral, la firma de la obra, sea, incluso, más importante que la obra misma.
Lo ponderable no es el valor inmaterial del arte, es la sustancia material, tangible lo que vende, porque la firma está imantada de ciertos valores, como fama, calidad..., y de nostalgia, nostalgia por un pasado que quizá ni vivimos, pero podemos comprarlo, poseerlo, hacerlo nuestro, porque al comprarlo nadie puede negar que sea nuestro. No es lo mismo adquirir cualquier edición de Pedro Páramo, que la primera y con la firma de Rulfo, aunque esta última no le aporte un valor estético a la novela. Sólo aquellos que tengan el suficiente poder adquisitivo pueden tener estas nuevas reliquias para dar cuenta de su fe y ser parte de una cofradía o una orden, casi religiosa, pero siempre exclusiva, sólo unos pocos pueden besarle el anillo al Papa, los elegidos rara vez surgen de la multitud.
Vendrán
las vanguardias buscando o una nueva manera de narrarse la vida o, a través de las
herramientas propias del arte, un camino hacia lo espiritual, hacia esa parte negada
a finales del siglo XIX y agudizada por la gran Guerra a comienzos del siglo XX.
Pero a partir de aquí, la fragmentación será atroz, ya no habrá una narración lineal
de los hechos, porque la misma verdad será fragmentada. Este es uno de los principales
factores de lo posmoderno, el cual se verá en todos los terrenos de lo humano, como
en el científico, en la teoría de cuerdas, por ejemplo; en el estudio de la psique
y su fragmentación: neurodivergencia…
En
lo que nos compete: el arte; las tres unidades del teatro quedarán cercenadas, por
ejemplo, los discursos, los géneros se mezclarán, será usual pensar en la hibridación
de varios géneros, ya no hay un arte puro, porque no existe una sola verdad, cada
género dentro de una obra artística aportará una parte de una verdad relativa. Teorías
como el palimpsesto o la metatextualidad, la semiótica, las fronteras genéricas
serán muy socorridas en el siglo XX (no quiero decir con esto que antes no existieran
ejercicios metatextuales o semióticos o de hibridación genérica dentro del arte,
lo que sí es nuevo es un diálogo consciente y constante de estos mecanismos a lo
largo del siglo XX y XXI), pues en su núcleo está el germen de la fragmentación.
El
segundo factor crucial para hablar de posmodernidad es el capitalismo, no sólo se
afianza como sistema hegemónico en el siglo XX, sino que sigue imperando en el XXI.
Hay teóricos que hablan que ya cruzamos la posmodernidad, que estamos en una metaposmodernidad
o pos posmodernidad, otros señalan que a finales del XX estaríamos hablando de posmodernidad
tardía (como Weisstein, citado por Leopoldo Orozco en su tesis: Noticias del Imperio
de Fernando del Paso y la novela maximalista), ¿cómo saber si es tardía la posmodernidad?,
¿ha terminado realmente la posmodernidad?
Bauman
señala que mientras exista el capitalismo no podremos hablar que se ha superado
esta etapa, yo coincido plenamente con él, pues tanto la fragmentación como este
sistema económico siguen siendo el centro no sólo del arte, si no de la manera en
que percibimos y actuamos dentro de este mundo. Por tanto, la experiencia que pueda
tener de mi ciudad, depende de estos dos factores, hay una hibridación tremenda
dentro de la urbe que vivo y la manera que tengo para asirla depende en mucho del
poder económico que manejo (spoiler: no es mucho). Esto lleva a una infinidad de
poetas y escritores del siglo XX a hablar de la ciudad dentro de este corsé.
José
Carlos Becerra escribe en “Épica”:
Me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima,
como un muerto invencible
o Luis Cernuda en “Cementerio en la ciudad”
Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos,
Sin amigos que les olvide, muertos
Clandestinos…
o Fernando Charry Lara en “Ciudad”
Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:
no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora
entre repentinos amantes y porteros
su desnudo deslumbra bajo manos y manos
y despierta soñoliento en un
apagado movimiento
mientras a la memoria
acuden en desorden lamentos.
El miedo al progreso, el olvido, la falta de memoria, la despersonalización, los espacios de deshumanización, la cosificación: la fragmentación del individuo como un trozo de carne. Todo ello compone la ciudad posmoderna. La violencia dentro de ella toma diferentes formas, pero a veces no tiene ningún rostro es un “desorden de lamentos” en la memoria, como escribe Charry Lara. El hombre tiene un rostro y no tiene ninguno, porque está atrapado entre la multitud y la incomunicación. Como dice Isabel Fraire de la ciudad: “Su misterio privilegio es la comunicación/ su maldición el aislamiento”.
¿Quién
nos conoce dentro de la ciudad, cuál es nuestra propia ciudad? Una es la ciudad
de mi infancia y otra la de mi madurez. Una es la ciudad de la noche y otra la del
alba, como en el poema de Huerta “Los hombres del alba” o en ese otro poema de Juan
Manuel Roca “Ciudad Oculta”.
Pero
hablar de la poesía dentro del siglo XX y XXI va más allá de lo que se pretende
con este texto, quede esta síntesis como pretexto para dialogar sobre el arte de
nuestros tiempos ver cómo la fragmentación de la verdad y el capital, han hecho
también del discurso artístico lo que es hoy en día.
Agulha Revista de Cultura
Número 226 | março de 2023
Artista convidada: Christiane Boumeester (Indonésia, 1904-1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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