sábado, 25 de março de 2023

ROBERTO ACUÑA | La modernidad y sus fracturas, el origen del arte posmoderno

 

Las grandes capitales como las conocemos hoy en día se formaron en la modernidad, debido a factores económicos, tecnológicos como la revolución Industrial (que transformó los medios de producción y las relaciones con el proletariado), también a teorías económicas como el mercantilismo, filosóficas como el positivismo o científicas como el darwinismo…, y a un factor principal, la decadencia del mundo cristiano a finales del siglo XVII.

No será ni el Domine (el señor feudal) ni el Clero el centro del mundo moderno, la organización en feudos dará paso a sociedades mercantiles, poco a poco los recursos económicos cambiarán de manos, la burguesía será el protagonista del cambio de paradigma, en ella se empezará a acumular lo que antes se depositaba en el clero o en los señalados por éste.

Al desamortizar a la iglesia, la economía tendrá que fluir por otras vías, la nobleza tendrá que vender miles de hectáreas para sostener su estilo de vida, éstas pasaran a ser controladas principalmente por aquellos que sepan explotar las tierras o quienes tengan los recursos para construir fábricas o sepan cómo sacar dividendos a sus nuevas propiedades, poco a poco el poder cambiará de manos hacia esta nueva clase social emanada a partir de la modernidad. El poder económico ya no será depositado en un rey o un emperador señalado por Dios, ahora éste será movido por aquellos que tengan en sus arcas suficiente dinero para controlarlo. El dinero poco tendrá que ver ya con la espada flamígera de dios señalando al conductor de rebaños, ahora éste se repartirá, pero seguirá en manos de unos cuantos.

A partir de allí, las grandes capitales serán el centro neurálgico de este progreso, pero también se convertirán en el espacio ideal de los escritores europeos y artistas de todo tipo para plasmar sus obras. El arte moderno es un arte profundamente urbano. En estos espacios serán patentes las desigualdades sociales, la pugna entre personas de diversas creencias, la deshumanización del proletariado, la falta de higiene, la pobreza, el juego de apariencias o la doble moral, así como la pérdida de identidad (el individuo será uno más en medio de la multitud), el abuso de los huérfanos por parte de clérigos o personas “respetables”, el poco valor que se le da a lo espiritual y a los sentimientos…

La razón impondrá su ley, se convertirá en el eje rector del trazo urbano, pero al mismo tiempo, el principal responsable de una nueva crisis, sobre todo espiritual, la cual será palpable a finales del siglo XIX, pero que se fue construyendo a partir de los vacíos generados por la decadencia del mundo cristiano. El punto más claro de este quiebre se dará cuando el artista se dé cuenta que ya no es indispensable, que su lugar central en la sociedad ha sido ocupado por la técnica y la razón.


En el momento en que el arte deja de tener un papel preponderante en la vida cotidiana, lo espiritual, lo sensible, el conocimiento interior del hombre, la reflexión, el humanismo, serán aspectos secundarios, mientras lo material, la velocidad sustentada por un mundo que no se para un momento para reflexionar sus actos tomarán un papel central, además esta materialidad y velocidad en el actuar se resumen en la producción riquezas, ¿para quién?, para unos pocos, nunca para la mayoría. La lucha entre naturaleza y cultura habrá concluido con la derrota de la primera. El proceso civilizatorio se impone a los ecos de lo sagrado, la piedra por encima del agua, el fuego sobre el viento y la noche, las monedas de la limosna sobre el espíritu que nos habitaba.

Stendhal en La cartuja de Parma o en Rojo y negro, como Balzac en su opera mundi: La comedia humana ejemplificarán sobre diversos problemas sociales ocurridos por este cambio de paradigma; ambos reflexionarán sobre lo que persiguen los hombres de su tiempo: el poder. Muchos años después, lo hará Baudelaire cuando escriba de los outsiders, de aquellos que ha olvidado el progreso, como a los de su propia estirpe: los artistas; Dickens hará lo mismo con Londres y sus deshollinadores y judíos; aunque antes William Blake en varios poemas ya mostraba la decadencia del país y de esos niños huérfanos y tiznados; Dostoyevski escribirá de San Petersburgo, esa capital inventada, sin historia, un proyecto narcisista, carente de espiritualidad. De ese templo de cristal hace mofa en novelas como Memorias del subsuelo, por ejemplo, y de la gente que vive allí, actores que no reflexionan su guion, sólo siguen hacia delante, porque la ciudad moderna necesita hombres de acción y no de pensamiento.

Si nosotros queremos entender nuestra ciudad del siglo XXI (ya muy lejos nos queda la del XX), tenemos que tener en cuenta lo anterior, pues la posmodernidad no se explica sin la modernidad y sus fracturas, sin los vacíos que generó “la muerte de Dios”, pienso en George Steiner en Nostalgia de lo absoluto, pues éste escribe que la creencia en dios era un mito totalizador, el cual permitía tener una respuesta para todo, pues sólo se necesitaba tener fe, no había necesidad de pruebas. La existencia de un paraíso o la vida después de la muerte creaban un consuelo para los hombres. Sin Dios, nos dice Steiner, lo que resta es un vacío enorme, pues si no hay Dios, ¿qué pasa al momento de morir?, si no existe el más allá, ¿qué sucede con el hombre al dar su último aliento? Ya las preguntas no tienen una respuesta que nos calme, la incógnita libera la angustia.

La modernidad empieza precisamente con ese estado anímico, incluso de ansiedad (si lo vemos bajo los ojos de nuestro propio tiempo), ya no hay un dios que nos salve de nuestros errores, no hay fe que logre calmar los golpes de la vida, de hecho, no habría un dios que nos odie, sí, pienso en Vallejo. El ennui, ya presente en los pensamientos de Pascal, adquirirá una mayor densidad en románticos como Nerval. El hombre melancólico dividido entre lo sublime y lo grotesco para Victor Hugo, mostrará el inicio de esta fragmentación que será llevada a un extremo en el siglo XX, el mismo spleen tan presente en Baudelaire es síntoma de este mundo inmerso en el vacío.

Poco a poco el artista empezará a confinarse en su propio quehacer estético, primero vendrá un mundo lleno de símbolos que se comunicará de manera sagrada o natural con el poeta, como señala Baudelaire en “Correspondencias”, Rimbaud tensará más la cuerda como en el “Barco ebrio” o después Mallarmé lo llevará a un extremo donde la interpretación unívoca es imposible, pues para él será “la sugerencia” la finalidad del arte.

Los decadentes, por su parte, empezarán a vivir para el arte y por el arte, Wilde escribirá en La decadencia de la mentira que será el arte quien configure la realidad, nunca al revés; “el arte por el arte” será la última trinchera que tengan los artistas de finales de siglo XIX para defenderse del propio mundo que los niega.

Poco cambiará en el siglo XX, después de las vanguardias, el arte estará sumido en un mercado cultural, como señala David Harvey, el cual funcionará como el intermediario entre el artista y el consumidor, esta red será el medio de distribución del arte, la cual funciona dentro del mundo capitalista, sin ésta, el artista no tiene oportunidad de compartir su obra, de hecho ésta le impone de manera consciente o inconscientemente lo que debe producir, pues la obra misma dentro de la posmodernidad es un producto más de consumo.

Es paradójico que, a pesar de que la obra termine siendo un producto y que la mayoría de éstas acaben pareciéndose a otras, no por cuestión de plagios (a veces, sí), sino por el uso excesivo del pastiche y el collage (en un muy amplio uso), la cuestión autoral, la firma de la obra, sea, incluso, más importante que la obra misma.


Lo ponderable no es el valor inmaterial del arte, es la sustancia material, tangible lo que vende, porque la firma está imantada de ciertos valores, como fama, calidad..., y de nostalgia, nostalgia por un pasado que quizá ni vivimos, pero podemos comprarlo, poseerlo, hacerlo nuestro, porque al comprarlo nadie puede negar que sea nuestro. No es lo mismo adquirir cualquier edición de Pedro Páramo, que la primera y con la firma de Rulfo, aunque esta última no le aporte un valor estético a la novela. Sólo aquellos que tengan el suficiente poder adquisitivo pueden tener estas nuevas reliquias para dar cuenta de su fe y ser parte de una cofradía o una orden, casi religiosa, pero siempre exclusiva, sólo unos pocos pueden besarle el anillo al Papa, los elegidos rara vez surgen de la multitud.

Vendrán las vanguardias buscando o una nueva manera de narrarse la vida o, a través de las herramientas propias del arte, un camino hacia lo espiritual, hacia esa parte negada a finales del siglo XIX y agudizada por la gran Guerra a comienzos del siglo XX. Pero a partir de aquí, la fragmentación será atroz, ya no habrá una narración lineal de los hechos, porque la misma verdad será fragmentada. Este es uno de los principales factores de lo posmoderno, el cual se verá en todos los terrenos de lo humano, como en el científico, en la teoría de cuerdas, por ejemplo; en el estudio de la psique y su fragmentación: neurodivergencia…

En lo que nos compete: el arte; las tres unidades del teatro quedarán cercenadas, por ejemplo, los discursos, los géneros se mezclarán, será usual pensar en la hibridación de varios géneros, ya no hay un arte puro, porque no existe una sola verdad, cada género dentro de una obra artística aportará una parte de una verdad relativa. Teorías como el palimpsesto o la metatextualidad, la semiótica, las fronteras genéricas serán muy socorridas en el siglo XX (no quiero decir con esto que antes no existieran ejercicios metatextuales o semióticos o de hibridación genérica dentro del arte, lo que sí es nuevo es un diálogo consciente y constante de estos mecanismos a lo largo del siglo XX y XXI), pues en su núcleo está el germen de la fragmentación.

El segundo factor crucial para hablar de posmodernidad es el capitalismo, no sólo se afianza como sistema hegemónico en el siglo XX, sino que sigue imperando en el XXI. Hay teóricos que hablan que ya cruzamos la posmodernidad, que estamos en una metaposmodernidad o pos posmodernidad, otros señalan que a finales del XX estaríamos hablando de posmodernidad tardía (como Weisstein, citado por Leopoldo Orozco en su tesis: Noticias del Imperio de Fernando del Paso y la novela maximalista), ¿cómo saber si es tardía la posmodernidad?, ¿ha terminado realmente la posmodernidad?

Bauman señala que mientras exista el capitalismo no podremos hablar que se ha superado esta etapa, yo coincido plenamente con él, pues tanto la fragmentación como este sistema económico siguen siendo el centro no sólo del arte, si no de la manera en que percibimos y actuamos dentro de este mundo. Por tanto, la experiencia que pueda tener de mi ciudad, depende de estos dos factores, hay una hibridación tremenda dentro de la urbe que vivo y la manera que tengo para asirla depende en mucho del poder económico que manejo (spoiler: no es mucho). Esto lleva a una infinidad de poetas y escritores del siglo XX a hablar de la ciudad dentro de este corsé.

José Carlos Becerra escribe en “Épica”:

 

Me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima,

como un muerto invencible

 

Luis Cernuda en “Cementerio en la ciudad”

 

Como remiendos de las fachadas grises,

Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.

Borradas están ya las inscripciones

De las losas con muertos de dos siglos,

Sin amigos que les olvide, muertos

Clandestinos…

 

Fernando Charry Lara en “Ciudad”

 

Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:

no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora

entre repentinos amantes y porteros

su desnudo deslumbra bajo manos y manos

y despierta soñoliento en un

apagado movimiento

mientras a la memoria

acuden en desorden lamentos.

 


El miedo al progreso, el olvido, la falta de memoria, la despersonalización, los espacios de deshumanización, la cosificación: la fragmentación del individuo como un trozo de carne. Todo ello compone la ciudad posmoderna. La violencia dentro de ella toma diferentes formas, pero a veces no tiene ningún rostro es un “desorden de lamentos” en la memoria, como escribe Charry Lara. El hombre tiene un rostro y no tiene ninguno, porque está atrapado entre la multitud y la incomunicación. Como dice Isabel Fraire de la ciudad: “Su misterio privilegio es la comunicación/ su maldición el aislamiento”.

¿Quién nos conoce dentro de la ciudad, cuál es nuestra propia ciudad? Una es la ciudad de mi infancia y otra la de mi madurez. Una es la ciudad de la noche y otra la del alba, como en el poema de Huerta “Los hombres del alba” o en ese otro poema de Juan Manuel Roca “Ciudad Oculta”.

Pero hablar de la poesía dentro del siglo XX y XXI va más allá de lo que se pretende con este texto, quede esta síntesis como pretexto para dialogar sobre el arte de nuestros tiempos ver cómo la fragmentación de la verdad y el capital, han hecho también del discurso artístico lo que es hoy en día.

 

 

Roberto Javier Acuña Gutiérrez (Ciudad de México, 1981). (Ciudad de México, 1981). Es escritor, tallerista, profesor universitario en las carreras de Comunicación y Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Entre sus publicaciones se encuentran: Tarde en recordar (UANL, 2017), Los ojos negros de la noche (Surdavoz, 2019), Regusto a diablo (2020, Tintanueva), Calaverio (2020, Cómics poéticos), El infierno es con nosotros (2020, Mantra), Fosa común (miCielo ediciones, 2022), Lenguas del agua (2022, FOEM). Algunos de sus reconocimientos incluyen en el 2012, el 1er lugar en el II concurso de cuento “La Ciudad Imaginada” (Gobierno del D.F, ediciones el Zócalo). Mención honorífica en el XI Concurso Nacional de cuento Beatriz Espejo (2012). En el 2014, primer lugar de poesía en el “XVII concurso de poesía: Décima muerte”, organizado por la UNAM. En 2015 obtuvo el 3er lugar en el “Concurso de ensayo de literatura coreana. Cuentos de la noche escalofriante” (LTI Korea y Bonobos); 1er lugar en el concurso de crónica: “Crónicas de un virus sin corona” (UACM, 2020). Entre otros.



CHRISTINE BOUMEESTER (Indonésia, 1904-1971). Nossa artista convidada se expressou através de colagens, óleos, litografias, desenhos, aquarelas. O ritmo de sua plástica define a presença de modulações sugestivas, delicadas passagens de cores e formas, em atmosfera quase onírica. Casada com o gravador Henri Goetz – que ela conheceu em Paris, para onde se mudou, em meados dos anos 1930, após residência em Amsterdã, cidade onde realizou sua primeira individual–, o casal descobre no Surrealismo uma significativa afinidade que definiria sua linguagem. As relações resplandeciam: Picasso, Breton, Éluard, Wilfredo Lam, Hans Arp. Com a chegada da 2ª Guerra Mundial, Christine e Henri se recolhem na pequena Carcassonne, ao sul da França, e ali se encontram com alguns integrantes do grupo surrealista belga (Raoul Ubac, René Magritte, Louis Scutenaire) e, juntos, fundam a revista La main à plume, que resistirá de 1941 a 1944. Após este período Christine realiza uma série de exposições e é celebrada pela crítica como uma relevante artista abstrata, embora essa abstração seja fruto não de uma evasão de sentido, mas antes do recorte de uma paisagem onírica onde a artista busca precisar novos valores imaginários.

 



 


Agulha Revista de Cultura

Número 226 | março de 2023

Artista convidada: Christiane Boumeester (Indonésia, 1904-1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023

 


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