En la vida cotidiana, aparente, y también importante, fue Armonía Etchepare de Henestrosa, educacionista y autora de libros de pedagogía.
En 1950 salta a la notoriedad y al desconcierto público con su relato La mujer desnuda.
Luego comienzan a
aparecer otros cuentos y novelas, que la colocan en un sillón alto y seguro,
dentro de nuestras letras y las del mundo.
Muchas veces ha sido estudiada, investigada en países extranjeros, sobre
todo, en Francia, en La Sorbona y otras universidades.
En 1996, Ángel Rama, su fervoroso admirador, la ubica en Cien años de raros, con
un cuento, “El desvío”, y dice de ella entre otras cosas: sorprende por la audacia
de sus temas, el extraño lirismo de su ambiente y la riqueza de la escritura.
Luego, en dos tomos, siempre en Editorial Arca, le publicó Todos los cuentos.
Algunas de sus novelas: De
miedo en miedo, La calle del viento norte, Un retrato para Dickens.
En Buenos Aires se demoran por razones económicas, editoriales, en la
actualidad, en publicarle su larga obra Los
elefantes no comen mandrágora. Faltan otros títulos, que, en este
instante, escapan a nuestra memoria.
Tiene otra residencia a la orilla del mar, Villa Somers, o Somers-ville,
que nos dicen es una gran casa misteriosa, que sólo podría ser la casa de
Armonía Somers.
Como preámbulo a “El desvío”, anota: “Se trata de una historia vulgar.
Pero yo la narro a toda esta gente que está tirada conmigo sobre la hierba
donde se produjo el desvío y nos dejaron abandonados. En realidad, no parecen
oír ni desear nada. Yo insisto, sin embargo, porque no puedo concebir que
alguien no se levante y grite lo que yo al caer. A pesar de los que me
preguntaron en lugar de responderme. Algo tan brutalmente definitivo como este
aterrizaje sin tiempo”.
Se ve un romance, que comenzó en un tiempo más o menos real. Empezaron a
mirarse entre los globos de colores que izaba un niño y que ellos ayudaron a
izar y así ambos parecían más bellos.
El ferrocarril y el viaje y el amor empiezan a mostrar, enseguida, una
condición desconocida. Las palabras siguen siendo fuertes y veraces y parecen
estar demostrando lo cotidiano; es distinto todo aquí a la evocación, a la
investigación morosa y nostálgica de Felisberto. Sin embargo, la extrañeza
toma, a cada instante, más cuerpo, y los pies comienzan a perder contacto con
el suelo, y las alas, que, seguramente, se despliegan, van por un aire
enrarecido.
Las manzanas hacen de algún modo, el objeto clave, la textura del
cuento, en su bíblico significado, pero también podrían ser los frutos de los
valles de la muerte, Ávalon, Apple, en las nórdicas mitologías.
Pues, un cuento y canto, mordaz, iluso, de amor y desamor, de gloria y
fin, con gusto a manzanas, es “El desvío”.
“Se nos entreveraban ya las cosas a través del vidrio (pájaro con árbol,
casa con jardín y gente, cielo con humo y nada). Tuve por breves instantes la
impresión de un rapto fuera de lo natural, casi de desprendimiento”.
“Los dejamos a todos boquiabiertos, agarrados al nombre real de las
cosas con la cohesión de un banco de ostras. Comer manzanas era para nosotros
la significación total del amor, y nos capitalizábamos en su desgaste como si
hubiésemos descubierto los trajes del verano.” “No será cuestión de continuar
aquí toda la vida. Al pronunciar aquella última palabra sentí algo sospechoso
en el plexo solar, pero la seguí repitiendo sordamente –vida, vida– en cierto
plan de sospechas sobre la especie de trampa en que pudiera haber caído.”
“No me dejó ni agonizar. Percibí claramente el ruido de cerrojo de la
aguja al hacerse el desvío, trasmitido de los rieles a mi corazón como un
latido distinto. Y luego, mi caída violenta sobre la maleza.
–Eh, ¡dónde está la estación, ¡dónde venden los pasajes de regreso! ¡El
número, sí, aquí está en mi memoria, el número de aquella casa demolida!
Entonces fue cuando lo oí, a la grupa del convoy que se alejaba de mí.
–¿Qué estación, qué regreso, qué casa...?”
Se abre a nuestro conocimiento una planicie insólita y erizada, donde
todo crepita, provoca, es cruel, sexual, doloroso y desconocido.
Hay un correrse de velos que dejan a la luz desvíos y torturas,
contracciones y abismo insondables del cielo y de la tierra.
El cuento primero del tomo primero se ha hecho célebre. Es “El
derrumbamiento”.
El argumento podría ser contado en muy pocas palabras: Un negro mísero,
asesino por casualidad, se encuentra con la Virgen, la Inmaculada y se produce
una especie de diálogo y sinfonía, un entresueño erótico y doloroso, que se
deshace con el fallecimiento del negro y de todos los circunstantes.
El lenguaje es rotundo, diríamos realista, y con él se va haciendo la
golpeante historia.
Ya singulariza todo el hecho de que el protagonista masculino sea un
negro, un perseguido, frente a la diáfana y segura Niña de los Cielos.
La contraposición y aproximación, a la vez, las dos cosas, corren desde
el principio al fin. El negro descubre, esculpe, a la Virgen, con sus
alucinadas pupilas y su lenguaje.
Anotamos el poemario que sale de la boca del negro, en porciones,
repartido, por todo el tiempo del relato.
Virgencita, rosa blanca del cerco. Mi rosa sola, ayuda al pobre negro
que mató a ese bruto blanco, que hizo esa nadita hoy. Mi rosa sola, mi corazón
de almendra dulce, rosa clara del huerto. Rosita blanca. Dulce prenda. Virgen
blanca. Usté, rosita blanca del cerco. Rosita sola asomada al cerco. Lirito
claro.
Yo le inventé un canto dulce, robaré a las cañas todo lo que ellas dicen
y lloran. Niña clara. Niña de los pies de cera.
¡Vuélvase al plinto! ¡Vuélvase, rosa dulce, vuélvase al sitio de la rosa
clara!
–¿Y cómo he de hacer yo, lirito dulce, para fundir la cera?
Dulce perla sola.
Pies de gardenias. Dos gardenias vivas. Piernas de fina rosa.
Varas de la santa flor. Varas de jacinto tierno.
Muslos suaves, blandos como lagarto bajo un sol de invierno. Narciso de
oro, huerto cerrado.
Pero el acontecer es terrible. Él es un misérrimo ser con el alma
inocente, en medio de una noche de demonios, huyendo de él mismo, entra en la
casa de los desposeídos, donde hay un resto de gasa sucia, “movediza y
obsesionante”, se dice que parece encarnar al viento, y a la locura.
Descubre a la Niña del Cielo, que es en el principio una estatuilla
dulce, hecha de loza y rositas, y luego, va tomando estatura, movimiento y voz,
y hace su descendimiento como una lágrima y como una mujer y hace como una
ofrenda de sí misma, a lo más triste y desposeído de la tierra. Sólo que está
tejido en forma atroz y perfumada romanza. En lacerante contrapunto.
El negro no llegará a invadir el capullo de oro, porque lo que está
viviendo es ya el ensueño de la muerte, del fin.
Antes del aniquilamiento de él y de todo lo que le rodea, la Virgen
desaparece:
El amor del hijo hacia la madre, con el complejo edípico, se traza en la
arena, en forma de oval línea que él dibuja en torno de su espléndida y
sensitiva progenitora, como diciendo: NADIE PASARÁ.
Adentrado en el pretérito drama de amor de ella por una niña veinteañera
perfumada con Violeta de Parma, y luego llamada así, el adolescente se impacta,
sube y luego odia y desprecia a quien se atreviera a marginar sentimentalmente
a su madre, eligiendo la vulgaridad del casamiento.
Ese es el argumento que, creemos, movió a escándalo al lector
montevideano de la década del cincuenta. Ahora, el cine, el teatro, libros,
tratados de psicosexología han puesto casi en claro los hilos más íntimos de
muchos enigmas.
Pero, como siempre, la anécdota es cosa secundaria. Armonía Somers logra
bellas páginas; es un cuento algo más largo de lo común en ella, y el estilo
mantiene su elegancia, una gracia algo oblicua, un perfume de... Violeta de
Parma.
Por ejemplo:
Quisiera verle una vez más. Pero fuera de esta ciudad, lejos de aquí, en
un weekend del otro mundo. ¿Dónde, dónde?
“Veníamos desde un mundo viejo y achatado por añadidura. En cambio de
esa sordidez, a ella le hubiera sido sólo preciso un pequeño cesto en la cadera
para que aquel cuartucho miserable floreciese como un campo sembrado de
tulipanes. La alfombra desgastada como la misma tierra que nos mecía la fue
trayendo lentamente. Yo miraba los pies de hueso largo, esos que parecen suelo
como si danzaran a cada paso. Pero aquellos pies eran el tallo que sostenía la
flor entera.
Una especie de sol anfibio empezó finalmente a colarse por las rendijas. Sin duda había cesado de llover, pero yo oía caer agua, siempre más agua. Entreabrí apenas la puerta que daba al exterior y la vi. Se desplomaba del molino desbordado en una especie de cabellera líquida. Violeta, del color de su nombre, dormía boca arriba entre la realidad de cuarto adentro y mis ojos sonámbulos que la levantaban hasta el molino.
WEDGWOOD STEVENTON (Inglaterra, 1955) | Começou a fotografar em 1973 passando para pintura e colagem em 1995, posteriormente descobrindo o cinema. Colabora, sempre de forma independente, no círculo do Surrealismo desde 1995. Como ele próprio declara: O espírito e o mistério da natureza ligado à existência humana é um tema importante em todos os meus trabalhos. Em uma mostra realizada em 2020, Steventon observou, acerca de sua própria obra: Pinceladas repentinas, a mistura de cores a óleo e, às vezes, a adição de colagens se unem para formar o trabalho finalizado. Nenhum primeiro pensamento, mas a pintura da mente inconsciente. Regras do automatismo. A natureza e o mundo humano se unem para contar a história. Um mundo em fluxo. Uma jornada contínua para explicar uma existência na vida em que nos encontramos.
Agulha Revista de Cultura
Número 230 | maio de 2023
Artista convidado: Wedgwood Steventon (Inglaterra, 1955)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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