JAL | El título de tu primer poemario encierra un enigma “Espantapájaros
suicidas”. Esa condición de objeto estático y horrible vinculado con la autodestrucción
sugiere una fuerte condición de escepticismo y sobre todo de pesimismo. ¿Qué pretendías
expresar o significar en el conjunto de tus poemas?
JB
| Ese primer libro escrito en la adolescencia
cargó con muchas dudas, entre ellas el título. Estaba entre “La muchacha de madera
nocturna” y “Los espantapájaros suicidas”; ambos designaban una manera de sentir
y la mirada crítica hacia una realidad absurda. Pienso que, ingenuamente, buscaba
impresionar desde un título fuerte y elegí el título de un poema “Los espantapájaros
suicidas”; hoy defendería el otro. Pero sí rescato la mayoría de los poemas que
lo integran porque fueron el sustento de una búsqueda que, si bien había comenzado
años atrás, ya empezaba a tomar forma.
No veo al libro dentro del escepticismo,
aunque veo que el título pueda dar esa lectura; en esa época, 1973, yo ya había
empezado a militar políticamente en un país con cientos de asesinatos a cargo de
la organización fascista Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y de la masacre
de Ezeiza a la llegada al país de Juan Domingo Perón. Ese mismo año hice mi servicio
militar. En todo caso la paradoja del muerto que se mata esté aludiendo a una sociedad
desencajada. También la vulnerabilidad representada en la figura de palo, frente
a una bandada de buitres.
JAL | Entre el talco y los espejos de la barbería de tu abuelo,
los olores propios de la coquetería masculina y la relación de los oficios, es decir,
entre el peluquero y el poeta ¿qué relaciones has encontrado a lo largo de tu búsqueda
poética?
JB
| Es buena la pregunta. Nunca lo había pensado.
Tengo un poema en el último libro, “Monólogo del necio”, se llama “Afanes del poeta”,
en el que el escritor trabaja y corrige su texto como un peluquero: “paso el peine/
quito las hojas secas…los piojos del decir… saco el abrojo y el aceite rancio/ por
las palabras/ por los sueños/ paso otra vez el peine”. Desde ya en “Sordomuda” le
dediqué un texto a mi abuelo Santiago, “El Peluquero”, en el que hay una especie
de espejo que se lo traga todo, en alusión a la finitud. Y precisamente, cada vez
que aparece el espejo en un poema mío, y escribí varios sobre el tema, tengo patente
el recuerdo del gran espejo de la peluquería de mi abuelo barbero, un espejo que
se me ocurría sordo, pero que leía los labios de los clientes. Era el patrón de
la peluquería; paralizaba con su presencia, intimidaba con sus mil ojos de vidrio.
Al espejo se lo trata de “usted”. El miedo al ridículo se agranda frente a un espejo,
más si no es el de nuestra casa.
JAL | También por supuesto está el de tu oficio periodístico,
que has ejercido durante decenios. Ese pulso de la historia en tránsito, de la realidad
cruda, ¿ha dado algo para tu poesía?
JB
| Durante mucho tiempo dije que no veía capilaridad
entre esas dos disciplinas diferentes: el periodismo, que trabaja sobre datos constatados
y el otro, la poesía, que funciona en sentido contrario, tanteando siempre en una
nebulosa. Pero viendo las crónicas de Darío, de Vallejo y la extensa producción
periodística de Gelman, estoy recapacitando. Hay hebras, fibras, delgados filamentos
del lenguaje que denotan un trasiego entre periodismo y literatura. Y seguramente
debe ocurrir algo similar con mis textos. De hecho, escribí poemas con estructura
de cable, de misiva, de nota informativa, entre los muchas formulaciones expresivas
y lúdicas que permite la poesía, en todo caso no es una permuta mecánica, pero en
alguna parte hay maridaje. En el fondo, creo que la poesía es el reportaje más amplio
que se le pueda hacer a la realidad, entendiendo que la realidad abarca los sueños,
lo intangible, lo enigmático. Y quizá le esté prestando al periodismo un modo de
indagar.
JB
| Podría ser. Me ha impactado la estética del
esperpento de Valle Inclán, y también su personalidad: rebelde, anticonvencional,
republicano. En paralelo a su obra, se desarrolló en Argentina un teatro “del grotesco”
a cargo de autores como Armando Discépolo (el hermano del autor de tangos) más el
poeta Nicolás Olivari y el narrador Roberto Arlt, quienes, entre otros, dieron espesor
a esa corriente que contrapone el sinsentido a la tragedia valiéndose de la parodia,
el humor negro, la distorsión de la imagen y la animalización y cosificación humana
a cargo del sistema. González Tuñón también expresa
el malestar del arrabal, el desacomodo del inmigrante, el hombre asediado por el
recorte de las ilusiones, la degradación y una serie de mutilaciones verificables
también en el cuerpo: mancos, cojos, locos, ciegos, jorobados, perfiles de Cuasimodo.
La mueca del grotesco que establece un espacio pendular entre el lamento y la celebración,
y sus personajes ocupan un no lugar, un afuera, una orilla. “Somos seres en borrador,
inconclusos”, escribe Tuñón aludiendo a los que, apresados en esta estructura social,
caminan en la línea de la humillación. En su poema “La antigua canción de la marina
mercante”, escribe: “¿De quién es la vida? ¿Quién está haciendo la vida?/ Oh, nosotros,
nosotros somos comparsas. la vida es de los millonarios, de los atletas, de los
perfumistas, de los aviadores, de los contrabandistas y de los escribanos. Somos
comparsas”. Es cierto que mi poesía está atravesada por el grotesco, la parodia,
lo esperpéntico, como ese domador de leones que se auto humilla metiendo en cada
función su cabeza en la boca del león. O el poeta que quema las naves prendiéndose
fuego cada día.
JAL | ¿Y el suicidio? ¿Es también un referente que llama tu
atención como conflicto de la desesperanza en los poetas y en la sociedad en general?
JB
| Creo que no es algo inmanente al poeta, sino
una instancia social que atraviesa todos los tiempos. Claro que, en el estereotipo
del poeta, existe una aureola ligada al fatalismo. Una supuesta pulsión de muerte
vinculada a cierto romanticismo, escepticismo extremo, desilusión, o en el mejor
de los casos a la interpelación profunda que desarrolla el poeta sobre el sentido
de la vida, sus indagaciones en los abismos de la existencia. En dos siglos de poesía
argentina hay pocos casos, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik,
quizá alguno más. “La muerte voluntaria como rebelión romántica”, diría Diana Cohen
Agrest, especialista en el tema. Desde ya hay casos de resonancia a nivel internacional:
Pavese, Maiakovski, Asunción Silva, Silvia Plath etc, pero insisto en que a la muerte
Por mano propia (título del interesante ensayo de Cohen Agrest), habría que
analizarla en el marco de la angustia y el sinsentido existencial de la sociedad.
Y no sólo del hombre, ya que está comprobado que incluso llegan a matarse los animales
--perros, cóndores, el escorpión que se clava su propio aguijón--; el tema ahí es
la conciencia a la hora de acometer ese acto. Por otro lado, si bien las religiones
objetaron duramente el suicidio, también hubo culturas que lo reverenciaban, como
los guerreros japoneses. El tema es extensísimo y atañe a la historia, la sociología,
la religión, la psicología, la filosofía, etc. Añade Cohen Agrest que la palabra
suicidio (en Argentina usamos el lunfardo “amasijo”) en latín significa “matar
a un cerdo” cerdo” es de uso reciente, del siglo XVIII cuando fue adoptada en Francia
como neologismo para designar el hecho de acabar con la propia vida, en tano en
lengua española su uso data de inicios del siglo XIX. Camus, en el Mito de Sísifo
se interroga acerca de si hay razones valederas para seguir viviendo. Otros
se preguntarán si vivir dentro de este sistema capitalista opresor e inhumano no
significa un suicidio en masa. Lo que se denomina “suicidio anómico” a partir de
un Yo colectivo a tabla rasa, vacío.
JAL | ¿Crees que esa especie de surrealismo que atravesaba
la poesía de uno de tus poetas tutelares, Raúl González Tuñón, dejó su huella en
tu manera de concebir el poema?
JB
| Si hay algo de Tuñón en mi poesía no creo
que vaya por el lado de la textura surrealizante, que en él se dio tangencialmente,
aunque conoció a varios integrantes de ese movimiento, especialmente a Robert Desnos
y René Crevel, también al dadaísta Tristán Tzara. Algunos críticos han visto mis
textos más cercanos al mundo onírico de Enrique Molina y Olga Orozco, poetas que
leo y releo. Claro que esa es sólo una franja que se integra a otras franjas discursivas.
JB
| Es una linda anécdota. Haberlo conocido en
una cita clandestina, cuando algunos ya nos sabíamos de memoria algunos de sus poemas,
y que él se haya hecho un momento para hablar con media docena de jóvenes poetas
que formábamos el grupo literario “El Ladrillo”.
Esa noche, en que atropelladamente le le formulábamos preguntas sobre el hecho poético
al tiempo que tratábamos de analizar la coyuntura política, comenzó en esa pieza
de pensión, una amistad con Juan que duró cuatro décadas. Nunca lo vi por partes,
revolucionario o poeta, sino que Juan era todo junto: el intelectual erudito y el
tipo de barrio, el artista y el luchador, el cosmopolita y el porteño. Y aunque
insistía, socarrón, con que “éramos los tipos que más nos vemos menos”, nos encontramos
en muchos lugares, en varios países, y nos despedíamos con abrazos que decían hasta
luego. Yo cuando iba a verlo no iba a ver al maestro, a la estatua, iba a ver a
Juan, el amigo. Y más: el “compañero”, que en nuestra jerga es sinónimo de “hermano”
– él utilizaba bastante esa palabra conmigo “hermano”, “hermanito”; debe ser por
eso que me gusta la forma popular mexicana de “mi cuate” y “mi carnal”. Vale decir
un compartir la vida hecha de ideas, sentires, lealtades. Fue Juan quien hablando
de Cortázar utilizó el término “compañerear”. Respecto a si es un ejemplo, no hay
dudas de que hombres como él que dan una medida de integridad, sirven de vara para
los que vienen. Esa alta valoración sigue despertando su prodigiosa inventiva y
la firmeza de sus convicciones.
JAL | ¿Cómo ves la poesía de Argentina tras el paso de esas
enormes figuras como Borges, Olga Orozco, Juarroz, Gelman, González Tuñón?
JB
| La veo muy diversa en estilos y vigorosa
a través de la historia, aunque conocida a través de escasos nombres, ya que su
circulación y difusión tanto en el ámbito local, como hacia el exterior, ha sido
obstaculizada por intereses mezquinos, capillas de turno, eunucos, militante del
ego, académicos de mirada cuadriculada y formadores de un canon, críticos nuestros
que siempre privilegiaron a poetas de Buenos Aires. De poetas marginados se podría
hacer una antología con tanto valor como las que circulan repitiendo siempre los
mismos nombres. Pocos hablan en el país la vanguardia argentina de dos grandes precursores:
Ricardo Guiraldes y Jacobo Fijman, Y escasamente conocidos en el exterior son poetas
relevantes como Juan L. Ortíz, Luis Franco, Nicolás Olivari, Carlos Mastronardi,
José Enrique Ramponi, Jorge Calvetti, Carlos Latorre, Juan Antonio vasco, Miguel
Ángel Bustos, Julio F. Royano, María Meleck Vivanco, Irma Cuña y Horacio Castillo,
por dar sólo algunos nombres hasta los años 60.
Por otro lado, la producción argentina involucra
al cancionero popular, que es de gran altura; nutrido por voces de la talla de Atahualpa
Yupanki, Jaime Dávalos, Manuel J. Castilla, más los poetas del tango. Un acierto
del crítico local Jorge Monteleone, es haberlos incluido hace cinco años en su voluminosa
antología “200 años de Poesía Argentina”.
JAL | ¿El exilio tiene
algo que ver con esa panhispanoamericanidad, con esa visión más cercana a como la
vieron escritores como Juan Gelman o Julio Cortázar, por citar dos ejemplos?
JB
| En México me formé al contacto con su gente
y con las comunidades de exiliados: chilenos, uruguayos, nicaragüenses, salvadoreños,
guatemaltecos, etc., vale decir que México me latinoamericanizó. Amplió mi interés
por nuestras culturas, nuestros pueblos, su inventiva, su lucha continua por la
dignidad. En esa línea se han movido intelectuales argentinos como Gregorio Selser,
Pedro Orgambide y Stella Calloni, entre otros.
JAL | En tu obra hay
una referencia recurrente al nomadismo (Nómada, es también el nombre de la revista
que dirigiste), a la errancia, pero tu poesía es fiel, como tú, a ciertas visiones
de la realidad, de los orígenes, del discurso que se exige a sí mismo un grado de
claridad que comunique y toque al lector. ¿En qué sentidos pues esa errancia, ese
nomadismo, esa vocación de mudanza?
JB
| El que nace en un puerto tiene el tema del
viaje instalado. Más si ese puerto encierra historias de exploradores; el lugar
donde nací, Ingeniero White, registra el paso de muchos aventureros, pero además
poetas como el italiano Dino Campana, científicos como Darwin, piratas como Sir
Francis Drake. Creo que el viaje es un camino con muchas puertas: la búsqueda de
sí mismo, el descubrir, el imaginar, el azar de el ir a tientas, pero también la
capacidad, el dejarse formar por lo diferente, la incorporación de lo nuevo, la
fascinación por el recorrido, la apertura a nuevos interrogantes.
JB
| La
infancia en un puerto de inmigrantes, como el lugar donde yo nací al sur de Buenos
Aires, frente al Atlántico, cruzado por un viento severo y por el sonido de las
lenguas diferentes de marineros, pescadores y forasteros en general, creo que impone
un misterio: el de la vida, y el de un sentido de la vida que en forma continua
asoma y se vuelve a ocultar, se vislumbra y se desdibuja. Los álbumes de figuritas
(cromos, estampas), las revistas de historietas y los relatos orales, alimentan
la imaginación, los juegos, el deseo de aventura; y quizá de todo ese amasijo de
enigmas nacieron las primeras anotaciones, primero acompañando mis dibujos, después
con autonomía, y por fin encauzados en la música de la poesía que empezaba a leer
y a imitar.
JAL | Has escrito poemas
o canciones, incluso, que están recogidos en libros tuyos. En México esa relación
de los poetas con la canción se perdió, incluso se desprecia. ¿Cómo vives tú ese
vínculo en Argentina y cómo lo percibiste en México y en Costa Rica, donde viviste
durante años?
Es
una realidad que en Argentina hay nombres de grandes poetas dedicados a la cancionística
–Yupanqui, Discépolo, Dávalos, Castilla, entre muchos– integrados ya a las antologías
de poesía. Por otro lado, hay canciones con textos de Borges e incluso de poetas
más cercanos en el tiempo, como Mario Trejo. Así que hay toda una tradición. Lo
que no se ha dado del mismo modo en otras latitudes del continente; por supuesto
Violeta parra en Chile, algunos textos de Renato Leduc y en las últimas décadas
poetas trovadores como Mauricio Redolés de Chile y la ecuatoriana Margarita Laso.
JAL | ¿Qué significa
para ti un poeta como Ramón López Velarde, además del premio que te otorgaron hace
unos años en Zacatecas?
JB
| Es un autor de libros clave para nuestra
poesía como Zozobra y El son del corazón; un autor tensionado entre
los coletazos del modernismo y las imágenes osadas de las vanguardias. Y cerca del
poeta argentino Baldomero Fernández Moreno, en esa línea que los críticos denominaron
“mundonovismo”. Hay en López Velarde una interioridad pulida en la confidencia,
trabajada con herramientas de filo susurrado; ese lenguaje que elude los tonos altisonantes
para detenerse en los pliegues de lo cotidiano. Un poeta que además trata el erotismo
desde una sensorialidad apenas perceptible y con imágenes a ratos inesperadas, como
cuando dice en el poema “Hormigas”: “Déjalas caminar camino de tu boca”. Una imagen
que me remite a Buñuel. Creo que muchos nos enamoramos de su prima Águeda, de pómulos
rotundos y ojos verdes.
JAL | ¿Adviertes algunas
afinidades con la poesía escrita en México en tu propia obra o en tu búsqueda?
JB
| Uno encuentra vecindades en muchos lugares,
similares temperaturas, fraseos, modos de ver el mundo, de nombrarlo. Quizá eso
lo pueda detectar más en detalle algún crítico en las marcas de una generación,
ya que en gente de una misma promoción resuenan elementos afines y de época. En
mi caso, me cuesta verlo tratándose de mi propia escritura, pero sí hay versos de
poetas mexicanos que me hubiera gustado escribir.
JAL | ¿Qué es lo que buscas y demandas en tus lecturas de la
poesía que te nutre o te seduce?
JB
| Dijo uno de mis maestros, Luis Cardoza y
Aragón, a quien solía frecuentar en mi exilio en México: “Con mi imaginación en
movimiento, pongo en movimiento otra imaginación”. Es así que en cada libro de poesía
que leo busco una imaginación que me active, una inventiva que me motive, una experiencia
que me conmueva. Un texto que dialogue con el lector sin tapujos, que me cuente
una historia con imágenes, que me descubra mundos, que me deje ver por el ojo de
buey de la aventura y me lleve de la mano por los caminos del misterio, de la sabiduría,
de la belleza. Lo que busco en cada libro es eso, la intensidad.
JAL | Ahora que estudias bandoneón, que bailas tango, que te
reconoces en los caldos populares de la cultura argentina ¿Qué piensas si escuchas
decir que poetas como Paz y Ferreira Gullar, que no son precisamente populares,
insisten que la poesía de hoy y del futuro se hará con el lenguaje de la calle?
JB
| Mi padre era cantor de tangos, lo hizo con
varias orquestas, y en mi familia hubo y hay personas dedicadas a la música. Mi
madre aun canta y bien, así que ese fue el ambiente en que me crié, leyendo poesía
en los cancioneros de tango de mi padre con la poesía de Enrique S. Discépolo, Homero
Manzi, Cátulo Castillo y tantísimos otros. Respecto a las aseveraciones de Gullar
y Paz, es difícil hacer pronósticos; las locuciones populares siempre han formado
parte de la poesía –lo vemos en Apollinaire, en Girondo y en poetas anteriores– y
quizá la urbe moderna ha intensificado el coloquialismo nutrido de jergas diversas;
en todo caso siempre se trata del tratamiento que se dé. Es un dilema antiguo y
saldado: nadie escribe como habla. El poema es siempre un artificio, una orquestación
de la percepción, la inventiva, la intuición, todo en el torrente variopinto del
lenguaje. El mismo Gelman iba de la letra de tango al tono de los místicos españoles,
con lunfardo, jerga callejera, neologismos, barbarismos, locuciones populares, intertextos
de la “Biblia”, el “Martín Fierro” y un trasiego interesante de líneas discursivas.
El punto, repito, es el tratamiento, el arsenal simbólico de cada cual, la fuerza
para metaforizar, el sentido del ritmo y la llave que posee todo poeta auténtico
para escapar de la celda de lo lineal reducido a diario personal.
JAL | Palma Real es un libro
distinto a todo lo que habías escrito, no sólo por la presencia desbordante y a
la vez equilibrada de la naturaleza, de la verdura selvática, es a la vez un canto
optimista de la vida, un reencuentro con la luz. ¿Tomaste distancia de tus orígenes
urbanos para volver a tus pasos perdidos, parafraseando a Carpentier?
JB
| En Palma
Real se juntan el viaje interior y el viaje territorial, como un cruce entre
la conciencia y la imaginación. Pese a ser un bicho urbano, siempre me sentí tironeado
por los follajes abigarrados de Chiapas y zonas de selva de Nicaragua, Costa Rica;
la textura de los bosques húmedos, la naturaleza apabullante con las vísceras al
aire, el corazón agitado de su fauna, la vida sigilosa de la floresta.
Como me ha pasado con otros ejes, nunca sabré de qué modo se instaló la respiración
de la selva y dentro de ella la palmera, la esbelta, como personaje que vive de
imaginar. Un día se desató ese espacio simbólico en el que pude instalar mis obsesiones:
el exilio, la soledad, la solidaridad, la pasión, la fascinación por lo diferente.
Con el tiempo –en los ocho años que viví en Costa Rica– llené varios cuadernos que,
tras mucho pulir, coser y podar, dieron por resultado ese exiguo libro.
JAL | ¿Qué te ha enseñado la poesía que no alcanza a ver la
historia y a la inversa, que te ha enseñado la historia que la poesía oculta o no
advierte?
JB
| Sin duda de la poesía he podido aprender
más que de la historia y de muchas otras disciplinas. Me refiero expresamente a
lo que posee de “enjundia”, o sea: movimiento y esencia; etimológicamente, la grasa
de animal para untar los ejes de una carreta, y a la vez lo medular. Digo que la
poesía habla desde ese centro profundo, desde esa entraña. Y lo que dice tiene –en
palabras del cubano Eliseo Diego– el peso de la intensidad.
Si se agrega un estado de percepción, una mirada a fondo del entorno y un ejercicio
de transfiguración y metaforización que sale de la experiencia, veo que en la poesía
encuentro no solo verdades que no me da la historia, sino preguntas que abren cerrojos.
Ahora, si tomamos a “la historia” no solo
como cronología de eventos pasados sino como los hechos del día a día en los que
estamos inmersos, hablo de la coyuntura actual, no hay duda que también enseña e
incluso nutre aquello que vamos escribiendo, ya que la voracidad de la poesía no
deja nada por fuera, porque va de la metafísica más profunda a los sucesos políticos
y cotidianos.
JORGE BOCCANERA (Argentina, 1952). Poeta, ensayista. Creció en la peluquería de su abuelo descubriendo el mundo a través de las historietas, los afeites, el talco en los espejos de su fantasía, entre música de tango y el arribo de marineros que traían consigo sed de placeres y pendencias, de anclajes temporales en la memoria de la noche. Fue un opositor de los regímenes militares en su país y un exiliado en México. Es uno de los poetas emblemáticos de Argentina y una voz presente en la lírica de América Latina. El pasado Encuentro de Poetas del Mundo Latino, octubre 2016, ha sido dedicado a él y a la mexicana Coral Bracho.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.
Agulha Revista de Cultura
Número 231 | junho de 2023
Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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