sábado, 10 de junho de 2023

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Otto-Raúl González: La poesía nombra, significa

 


Como él mismo lo relata en la entrevista, Otto-Raúl González es un poeta de horizontes amplios; no sólo se desempeña en la poesía, sino además en el ensayo, la novela, el cuento, el palíndromo y cualquier género que se le ponga enfrente, pues nada le parece inalcanzable a alguien que tiene la vocación de la escritura abierta. Otto es un hombre de sonrisa fácil y de gestos reflexivos, la vida le parece que no es para sufrirla, sino para disfrutarla. Forma parte de esa estirpe guatemalteca que llegó a México, hace ya muchos decenios, huyendo de la represión política y de las amenazas de muerte por sus convicciones. Muchos vendrían por otras razones, pero aquí fundaron sus esperanzas e hicieron sus obras literarias y artísticas, y como tantos otros inmigrantes, han abonado el suelo de esta cultura. Carlos Illescas, Augusto Monterroso, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida, son algunos nombres de esa camada que echó raíces en este país al que aprendieron a amar bajo el recuerdo siempre fresco de su Guatemala.

Nos acomodamos en la amplia biblioteca de Otto-Raúl. Él enciende el primer cigarrillo de una larga serie que habrá de fumar con parsimonia a lo largo de esta conversación en la que aún suenan sus contagiosas carcajadas.

 

JAL | ¿Qué significado tiene la niñez en tu poesía, ¿qué representa para ti ese mundo inicial de cada hombre?

 

O-RG | Creo que es un buen tema para escribir poemas. Las añoranzas de la infancia, los recuerdos y anécdotas de la niñez son terreno fértil para la creación literaria, para mantener encendida la imaginación. Yo vuelvo a vivir con frecuencia sucesos de la infancia y de la primera juventud, como un ejercicio alentador, estimulante.

 

JAL | Hay poetas que tienen la corazonada, la fantasía quizás, de que serán escritores o artistas. ¿Fue ese tu caso?

 

O-RG | Sí, por supuesto. En primer lugar, porque en la casa de mis padres y de mis tíos había muchos libros y era un ambiente que me estimulaba mucho en dirección de las letras. Así que como a los siete años escribí mi primer poema, o algo que yo creía que era un poema. Tendría acaso unos cinco años cuando un primo me prestó un libro de El Quijote de la Mancha con ilustraciones de Doré. Me llamó poderosamente la atención la obra y siempre sostengo que a los cinco años me inicié en la lectura de esta gran obra. Obviamente no sabía leer letras, pero los dibujos de Doré me enseñaron algunas escenas de esa historia del hombre de la larga figura y me condujeron años más tarde a conocer lo que encerraba su escritura. Cuando ya sabía leer, como a los siete años de edad, me encontré con un libro de Víctor Hugo y me llamó la atención la forma como estaban dispuestos los renglones, cortos y organizados en grupos. Traté de imitar ese modelo sin entender ni saber siquiera qué era la prosa y qué eran los versos. Pero yo hacía cositas que pretendían parecerse a lo que después entendí que eran poemas. Ya en la escuela secundaria tuve un maestro que luego sería un escritor famoso, don Edelberto Torres, autor de la biografía de Rubén Darío y de Gómez Carrillo. Escribía muy bien y era un gran biógrafo, además de gran maestro. A mí me enseñó gramática. Acostumbraba encargar textos de composición, cuentos, relatos, historias. Recuerdo que le gustaban mucho mis escritos y me estimulaba para que continuara elaborándolos.

Mi primer premio literario lo tuve a los 16 años de edad, cuando gané un concurso de poemas convocado entre los estudiantes de mi grupo. El premio fue un libro. En bachillerato mi vocación por la poesía se hizo evidente, pues incluso escribía mis versos en el pizarrón del aula. Incluso algunos de mis compañeros acostumbraban copiarlos. Más tarde supe que lo hacían para enamorar a las muchachas. Fue entonces que con algunos estudiantes formamos la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes. En 1940 publiqué en el principal periódico de Guatemala, El Imparcial, mis primeros poemas. Por esa época vivía en Guatemala Fedro Guillén, pues su padre, que había sido gobernador de Chiapas, estaba exiliado en mi país a causa de la caída de Madero y la toma de poder en manos de Victoriano Huerta. Allá crecieron sus hijos. Fedro impulsó mucho al grupo. Nos reuníamos en su casa y allí dimos forma al grupo Acento y a nuestra revista que llevaba el mismo nombre. Publicamos varios números, unos doce, a lo largo de tres años y con diversas periodicidades. La actividad literaria se mezcló con la política y participamos en la caída del dictador Jorge Ubico. Seguí cultivando la poesía y en mi haber tengo 36 libros de poemas, cuatro novelas, cuatro libros de ensayos y cuatro de cuentos. Sin contar con los libros inéditos, que han de sumar unos diez, y en los que sigo trabajando con cierta constancia.

 

JAL | ¿Qué escritores hoy conocidos fueron parte de tu generación y de ese grupo de juventud que mencionas?

 

O-RG | Los poetas fueron Enrique Juárez Toledo, Edmundo Zea Ruano, Carlos Illescas y Raúl Leiva, estos dos últimos vivieron en México. En la narrativa destacaron, en primer lugar, el famoso Augusto Monterroso y otros dos menos conocidos. Yo era líder político del grupo y participé en la recaudación de firmas de una carta que le enviamos al general Ubico. Era un documento hermoso que le exigía abandonara el poder. La carta la firmábamos 311 ciudadanos guatemaltecos. También participamos en una manifestación que terminó siendo reprimida de manera brutal. Yo recibí un sablazo en la frente. Un compañero vio cómo un militar a caballo me atacaba y yo caía herido al suelo, sin conocimiento. Sin pensarlo fue a casa y le gritó a mi mamá: “Señora, ya mataron a Otto-Raúl.”


Yo logré recuperarme y fui a casa de un amigo que era primer secretario de la Embajada de México. Desde allí me comuniqué con mi madre y le desmentí mi deceso. Ella en verdad creyó que había muerto porque hubo mucha gente que perdió la vida en esas manifestaciones. Carlos Illescas, abrumado por esta falsa noticia, escribió “Poema a la muerte de Otto-Raúl González”.

Pero como ya entonces me perseguía y vigilaba la Policía Secreta salí junto con otros diez compañeros hacia México. A los pocos días el dictador abandonó el país y se refugió en Miami. Lo sucedió otro general. Entre quienes vinimos en tren esa primera ocasión a México estaba Mario Méndez Montenegro, Manuel Galich, el mejor dramaturgo de Guatemala, y otros líderes estudiantiles. Me enamoré de una mexicana y esgrimí el pretexto de que, como aún me sangraba la herida del sablazo en la frente, necesitaba recuperarme y para ello debía quedarme unos días más. Ellos regresaron y fueron recibidos como héroes en Guatemala. Tiempo después, Mario Méndez Montenegro fue candidato a la presidencia y lo mataron, pero su hermano Julio César sí llegó a gobernar el país y fue después embajador en México. Tras la caída de Ubico, una junta militar estuvo preparando durante un año las elecciones que debían ser libres. El primer presidente demócrata fue el doctor Arévalo.

En 1951 concluí mi carrera de abogado. Por cierto, allá en Guatemala los escritores o literatos eran en su mayoría abogados, pues como no existían escuelas de Filosofía y Letras, la carrera de Derecho incluía en su currículo materias ligadas a la literatura. Volví a Guatemala y conocí a una hermosa joven guatemalteca, Haydeé Maldonado, con quien me casé y con ella acabo de celebrar 48 años de casados. Me especialicé en derecho agrario para hacer una Reforma Agraria en mi país. Mi jefe era un militar que saboteaba la reforma agraria que, por otro lado, era muy tibia, pues sólo tocaba las tierras no cultivadas, pero la acción puso a temblar a los latifundistas, que vieron la iniciativa como una práctica comunista. Se lo hice notar al presidente Jacobo Árbenz, con quien nos reuníamos una vez a la semana, en mi calidad de subjefe de la Reforma Agraria, pero ya no hubo tiempo de enmendar el error; tiempo después fue derrocado y junto con él me vi forzado a abandonar Guatemala en 1954. No volví a Guatemala sino 35 años más tarde, cuando se acabaron los grupos paramilitares que nos tenían amenazados de muerte a mí y a muchos otros compañeros.

En México hallé lo que me negó mi patria: libertad, trabajo y bienestar. Desde entonces me he ganado la vida con lo que llamo oficios colaterales, cursos, talleres, artículos periodísticos, conferencias y los premios que siempre traen ese dinerito que nunca cae mal a los escritores pobres, y seguramente tampoco a los ricos. Hoy puedo decir que tengo dos patrias, una donde nací y otra que elegí. Estoy de acuerdo con Luis Cardoza y Aragón en que no hay segundas patrias, sino patrias de elección. México ha sido mi hogar, aunque nunca me haya hecho mexicano. Aquí, afuera de casa, en el jardín, hay una jacaranda que plantó mi esposa cuando decidimos vivir en este lugar, hace 40 años. Nosotros somos ese árbol.

 

JAL | Durante esa época de juventud, 1943, publicaste Voz y voto del geranio. ¿Cómo surgió ese libro que evidencia ya desde el título una vocación y un compromiso político?: “Oh, pétalos de geranio;/ creced y multiplicaos./ Invadid el mundo,/ benditos pétalos de geranio./ Mis hijos también lucirán/ un pétalo de geranio en la solapa./ Camaradas,/ el símbolo y la consigna/ es un pétalo de geranio/ condecorando la espalda del universo.”

 

O-RG | Tenía entonces unos 18 años y al igual que mis compañeros nos parecía absurdo el no poder ejercer nuestro voto, el no poder decidir democráticamente el destino del país. El geranio era para mí la figura proletaria de las flores y representaba además la juventud. Mi poesía se caracterizó durante muchos años por su carácter comprometido, por su esencia política o izquierdista, pero también por la fuerte presencia de asuntos relacionados con el amor, los placeres, la amistad, la alegría de vivir. Así, frente a la negativa de elegir a nuestros gobernantes escribí ese primer libro de corte evidentemente político, aunque sea en un sentido figurativo y metafórico, pues los geranios son los pobres.

 

JAL | Además de ese compromiso político, tu poesía evidencia un enorme gusto hacia lo sensorial, hacia la parte sensual de las personas y las cosas, de la naturaleza. Le das brillo a tu entorno con una luz interior plena de gusto y de alegría.

 

O-RG | Sí, eso ha caracterizado a mi obra, el optimismo. Tal vez por ello me sienta libre para ejercer no sólo el verso libre, sino y sobre todo las formas clásicas. Soy un enamorado del soneto, de los romances, de las octavas reales. Recuerdo que, al principio de mi carrera como escritor, hacía romances con un inevitable sabor a García Lorca, pero inmediatamente los destruía, pues tenía conciencia de su significado.

 

JAL | Observo que tu obra no se quedó prendida a lo político e ideológico, no obstante, tu declarada convicción izquierdista, sino que ha corrido por otros senderos donde la alegoría y la euforia no se sienten con sabor contestatario, donde no hay acusación, sino invención pura, juego poético sin ataduras ni remordimientos sociales.

 

O-RG | Cantar la alegría es vocación en mis poemas, que siempre aderezo con humor. Cultivo el buen humor. Odio los poemas tristes, aunque a veces sea inevitable leerlos y escribirlos. No puedo sustraerme a esa otra cara de la vida en la que el pesar cala hondo y dejas huellas. El dolor es parte de la dicha, pero yo prefiero dedicarle mi trabajo a la alegría y el optimismo.

 

JAL | Algunos títulos de tus libros, como Oír con los ojos (Guatemala, 2001), y muchos que le dan nombre a poemas ponen de manifiesto tu vocación sinestésica, es decir, de otorgarle distintas virtudes perceptivas a los sentidos. ¿Cuál es la intención al marcar dicha característica?

 


O-RG | Debe ser porque soy mexicano-guatemalteco o guatemalteco-mexicano (carcajadas). No, no sé. Me salen así ese tipo de metáforas. Así como inventé colores nuevos inventé también flores. ¿Por qué no acercarnos al mundo de múltiples formas?

 

JAL | ¿Qué poetas incidieron en ti cuando llegaste a México?

 

O-RG | Me enamoré de López Velarde y de Pellicer. Me encantaba Díaz Mirón, su fuerza telúrica. Fui conociendo también a otros poetas mexicanos y latinoamericanos, como Nicolás Guillén, de quien fui amigo, a Pablo Neruda, a Efraín Huerta. Cuando estuve en Ecuador, un par de años, también hice amistad con Jorge Carrera Andrade y con Jorge Enrique Adoum. Para mí los seis grandes de la poesía latinoamericana son López Velarde, Pellicer, Días Mirón, Neruda, Vallejo y Nicolás Guillén. A Octavio Paz no lo cuento porque nunca me gustó su poesía, aunque reconozco en él a un gran poeta y admiro su escritura.

 Tengo un libro que se llama Galería de gobernadores del soneto, que está por sacar al público el Instituto de Cultura del Estado de México. Me han prometido que estará listo para febrero del 2002. Allí están cuando menos 70 maestros del soneto. Entre ellos la santísima trinidad del soneto español: Góngora, Quevedo y Lope de Vega, y después una gama de poetas que han trabajado esta forma, aunque no sean estrictamente sonetistas como pueden ser García Lorca, Miguel Hernández, López Velarde, los Contemporáneos, y muchos otros que sí han caracterizado su obra por su culto al soneto.

 

JAL | ¿Cómo escribes? ¿Cómo eliges o te elige la forma en que ha de ser vertida la sustancia literaria?

 

O-RG | Ocurre, simplemente. Cada obra viene ya con su formato, trae su recipiente. Por ejemplo, se me ocurre una idea y comienza a crecer en forma de cuento, o aparece un tema que me empuja hacia una novela o hacia el ensayo. Insisto, las cosas me vienen en forma de verso o de prosa, yo sólo las dejo nacer y crecer. Una simple flor puede traer su propuesta y convertirse en un poema, como me sucedió ayer con esa buganvilia que está allí en el jardín de la entrada de mi casa. De pronto la miré, después de tantos años de contemplarla, y me despertó la necesidad de concebirla en otro terreno y con distinto aroma. Así nacieron, como un niño, con el sexo definido, los versos de la buganvilia. Muchas veces sólo nace la idea, la semilla, el tema o los balbuceos de la obra, y guardo los papeles, los archivo con la esperanza de volver a ellos cuantas veces sea necesario para corregirlos una y otra vez hasta que adquieran su figura o para concluir la obra. Si algo caracteriza al buen poeta es su escrupuloso afán de corrección, aun cuando ya están publicados los textos. Su espíritu perfeccionista nunca está satisfecho.

Soy un escritor noctámbulo, pero no me resisto a las mañanas. Si algo no fluyó en la noche me duermo y al día siguiente temprano vuelvo a insistir o encuentro algo distinto que me pide cauce.

 

JAL | En tu amplia producción poética, ¿cuáles son tus libros favoritos?

 

O-RG | Los que hablan del amor y de la esperanza, por ejemplo, Oír con los ojos, Voz y voto del geranio, otro de poemas eróticos que se llama Diamante negro. Ya podrás imaginarte a qué me refiero con el diamante negro, y si la mujer es rubia se llamaría melocotón dorado, y si fuese pelirroja sería una antorcha.

Volviendo a tu pregunta, no puedo dejar fuera al libro Diez colores nuevos, que tanto éxito ha tenido.

 

JAL | ¿Ha ocurrido que alguien le haya puesto el nombre de alguno de tus colores a una niña o a un niño, o quizás a otra cosa?

 

O-RG | Sí, como no. Un poeta panameño, amigo mío, me llamó para pedirme permiso de llamar Dunia a su hija, y lo mismo hizo otro poeta mexicano –hojeamos el libro y leemos fragmentos del poema: Dunias son las sonrisas que intercambian,/ bobalicones los enamorados,/ dunia es la flor que no se mira nunca,/ y es dunia también la primera sonrisa/ de un recién nacido/ (...)/ Lo no tocado todavía es dunia,/ como la atmósfera de los espejismos/ y las plumas de los pájaros/ que oímos cantar, pero no vemos./ Los lagos y los ríos que nadie ha descubierto/ en estas selvas vírgenes de América/ agitan aguas dunias/ que dejarán de serlo en cuanto sean vistas./ Dunia… Dunia… Dunia.”

Me han ocurrido muchas anécdotas en torno a mis colores –continúa Otto–. El color Anadrio ha suscitado varias situaciones interesantes, pues por él recibí un millón de pesos, que por entonces estaban sobrecargados. Hoy esa cantidad no sería más que un diez por ciento de los pesos actuales, más para efectos prácticos imaginemos un millón de lo que sea. Un arquitecto, muy honrado, me estuvo buscando durante meses y un día me localizó. Pidió verme y nos encontramos. Me preguntó cuánto costaba el uso del anadrio, pues había leído mi librito y le había encantado. No entendí la pregunta y me explicó que estaba construyendo un conjunto habitacional en Puerto Vallarta y deseaba llamarlo así, Anadrio. Se me vino a la boca la cantidad más fácil para ahuyentarlo: “Un millón”, le dije como quien lanza un disparate. El hombre se me quedó viendo unos instantes y yo sonreí suponiendo que la había parecido una petición desmesurada. “De acuerdo, mañana le entrego un cheque”, me contestó sin vacilar. Quedamos de vernos en un café y allí estaba el arquitecto con el documento: “Un millón por el anadrio”, me dijo mientras me extendía el cheque. Cuando mis amigos escucharon la historia les pareció tonta. “Pendejo, le hubieras pedido cuando menos diez millones de pesos”, me reclamaron al unísono. Para mí, un millón representaba un gran volumen de dinero, aunque fuese de devaluados pesos.

 

JAL | Bueno, eso evidencia la relación tan estrecha que hay entre la poesía y la publicidad. Los publicistas son unos ladrones de imágenes y de ideas que generan los poetas. Me parece que ya es tiempo de que nosotros nos apropiemos de la publicidad para hacer poemas. Aunque debemos reconocerlo, la publicidad es puro cascarón, efecto puro sin sustancia, ocurrencia que vende y no cultiva.

 

O-RG | Sería válido apoderarnos de algunos buenos lemas publicitarios. Muchos escritores han producido magníficos juegos verbales o frases que han pasado a la historia de la publicidad.

 

JAL | ¿Cómo salieron los nombres de los diez colores nuevos?

 

O-RG | Buscando palabras, combinándolas. Como surgen todas las cosas: indagando sus posibles existencias. A través del juego. Pronuncias la palabra y una mujer te pregunta: “¿cuál es ese color anadrio?”, y tú le respondes, “del color de tus ojos”. Y es verdad, cuando ella escucha la definición su mirada se enciende y adquiere el color anadrio, porque es el color de la felicidad, de la alegría, de la buena suerte. En una ocasión, una compañía trasnacional de pintura me pidió la fórmula del anadrio a cambio, por supuesto, de una cantidad de dinero a pactar, cosa que nunca sucedió, pues me pedían la composición química y yo les di la fórmula exacta, pero no la comprendieron:

 


Quien primero vio una nube de color anadrio/ era un joven pastor de diecisiete abriles/ que más tarde fue monarca de su reino/ y hombre feliz hasta decir ya no,/ porque el anadrio es el color de la alegría/ y de la buena suerte/ (...) / Un pescador vio una sirena cuya cola/ era anadria y desde entonces/ pescó y pescó y pescó y pescó y ahora/ es dueño de una flota ballenera;/ porque el anadrio es el color de la alegría/ y de la buena suerte./ (...)/ Vendía periódicos un niño,/ rapaz sin desayuno, de pobreza trajeado,/ y un día en su camino vio una piedra/ que era, por supuesto, de color anadrio./ Ese niño actualmente es accionista/ de una inmensa cadena de periódicos;/ porque el anadrio es el color de la alegría/ y de la buena suerte./ Pinte usted/ las paredes de su casa/ de color anadrio/ y le irá bien.

 

El color contrario al anadrio es el anab –continúa el poeta–. Éste es un color horrible, es el color de la podredumbre, de la corrupción, de la decadencia, del horror, de la crueldad, de los infelices, de la pesadilla. Esta palabra limpia, bella, sencilla, contiene el misterio de lo siniestro:

 

Suave como la adormecedora lluvia/ es el color anab, color que prolifera/ en el interior de las frutas/ que se pudren lentamente sin que nadie/ las corte de los árboles.

 

Alguna vez leí un libro, que supongo era científico, acerca de las capacidades del ojo humano para distinguir muchos más colores y matices que los que conocemos o hemos denominado como primarios y secundarios: amarillo, rojo y azul, y verde, violeta y añil, respectivamente. Entonces reflexioné acerca de la posibilidad de nombrar algunos más, que podrían ser terciarios o cuaternarios. Me salieron diez colores nuevos. Cinco años pasó en la gaveta ese librito que no encontraba editorial. Hasta que un amigo de Tabasco, Andrés González Pagés, me pidió un libro para incluirlo en un proyecto de publicaciones que tenían un grupo de literatos tabasqueños. Apareció en 1967. Desde entonces y de manera sorprendente ha sido traducido a varios idiomas y ha sido publicado en otras ediciones en español que incluyen algunos comentarios acerca de sus contenidos y significados.

 

JAL | Oír con los ojos, título de uno de tus libros recientes, denota el sonido, aunque sea de las imágenes. ¿Es la música una preocupación en tu poesía?

 

O-RG | No, no soy muy apasionado de la música. Cuando era joven mis amigos más cercanos, entre ellos Carlos Illescas y Tito Monterroso, criticaban mi poco afecto a la música clásica. Quizás no la comprendía y me aburría. A veces me reunía los domingos con Illescas y hacía enormes esfuerzos por educar mi oído poniéndome tremendas sinfonías. Luego, para despejarme, nos íbamos al cine. Eso sí me encantaba. Qué le voy a hacer, llevo la música por dentro, y a veces choca con la externa.

 

JAL | Hay palabras antipoéticas que pueden significar cosas bellas o terribles, pero uno jamás las elegiría para insertarlas en poemas. ¿Se te vienen algunas a la cabeza ahora?

 

O-RG | Se me ocurre disentería, gonorrea, palabras que no sólo son feas sino significan cosas para mí imposibles de ser poetizadas. Una vez platicaba con Edmundo Valadés y decidimos elegir cada uno las tres palabras más bonitas del idioma. Él dijo “magia”, y me pareció perfecta. Yo dije “pierna”, y a él le pareció fabulosa. Fue tal el impacto de la imaginación de ambas palabras que decidimos dejar para más adelante la búsqueda de las siguientes. Nunca más retomamos el tema.

 

JAL | Me hubiese gustado proponerles la palabra pubis. ¿Cómo ves?

 

O-RG | Es bellísima, la acepto. Por cierto, noto que también tú juegas mucho con las palabras en tus poemas. Esa palabra-gentilicio Duranguraños para referirte a los durangueños me gusta mucho.

 

JAL | A veces las palabras, como tú dices, revelan significados y se invierten mostrándote otras posibilidades. Por ejemplo, ¿te habías dado cuenta de que Adán es nada leída al revés y sin acento? “La nada, Adán de todo”. Invocación de los sentidos. Hay por cierto una faceta por la que no te he preguntado, tu palindromanía. ¿Qué representa para ti en el quehacer literario?

 

O-RG | Los palindromas o palíndromos como los llaman los españoles, son una de mis especialidades. Desde hace más de un año me publican todos los días un palindroma en el diario Excélsior. A cien pesos cada texto, pero ya hace más de tres meses que no me pagan –se dirige a un armario y trae un álbum que contiene recortes de periódico donde aparecen sus palindromas. Lee algunos: “Acá la calaca”, “Avellana Ana lleva”, “Manú a la Unam”, “Amar drama”, “aportan una tropa”, “a Cruz Amalia baila mazurca”, “Romanos sones sus senos son amor”, “amor alegre vergel aroma”.

Cierra con parsimonia su palindromaníaca colección, apaga un cigarrillo más, intenta encender otro y al parecer un pensamiento lo disuade. Se pasa la lengua por lo labios. Mira hacia la gran ventana que da a la calle desde su abundante biblioteca y se levanta de su asiento con una traviesa sonrisa. Hurga en un rincón y regresa con una botella en la mano, en la otra sostiene un plato con sal y limones. Mientras garrapateo unas líneas –que a la hora de transcribir y redactar la entrevista emergen con su sello: “Otto ese Otto”, “anula ojo a luna”–, se me acerca y me pregunta si deseo un tequila, y sin esperar respuesta me extiende una copa. “Ya son las dos de la tarde. Es buena hora para darle color a la garganta”, me dice. Cuando la bebida surte su efecto en el cuerpo y lo calienta pienso en el color Tuang, porque “Tuang es el color de los viajes/ imprevistos/ a desconocidas tierras/ y a ignotos mundos/ (...)/ Todo lo inesperadamente maravilloso/ es tuang...” Otto me mira y advierte silencioso: “El orjuz es el primero y el último color del mundo,/ la pincelada precisa de la vida y de la muerte.”



 


OTTO-RAÚL GONZÁLEZ (Guatemala, 1921-2007). Sus poemas han sido traducidos a diversos idiomas. Entre sus más de 36 libros de poesía publicados destacan: Voz y voto del geranio, 1943; A fuego lento, 1946; Sombras era, 1948; Viento claro, poemas de un viaje al amanecer el mundo, 1953; El bosque, 1955; Hombre en la Luna, 1960; Para quienes gustan oír la lluvia en el tejado, 1962; Cuchillo de caza, 1964; Diez colores nuevos, 1967; Oratorio del maíz, 1970; La siesta del gorila, 1972; Poesía fundamental, 1973; Danzas para Coatlicue, El conejo de las orejas en reposo, Luna mutilada, 1991; Oír con los ojos, 2001. Entre los premios que ha recibido se cuentan: Premio Centroamericano de Poesía, en 1943, 1947 y 1949, el Premio Olímpico de Poesía (México, 1968), el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines (México, 1990), y el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1990), entre otros. El certamen de Juegos Florales Centroamericanos, México y el Caribe 1993, de Quetzaltenango, lleva su nombre.
 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 231 | junho de 2023

Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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